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Bajo el agua.

en Hetero: General

 

Rodando a goterones solos,

a gotas como dientes,

a espesos goterones de mermelada y sangre,

rodando a goterones

cae el agua,

como una espada en gotas,

 como un desgarrador río de vidrio,

cae mordiendo,

golpeando el eje de la simetría, pegando en las costuras del alma,

rompiendo cosas abandonadas, empapando lo oscuro.

 

 (Pablo Neruda)

 

 

   Lenta, callada, la lujuria se iba apoderando de nuestros cuerpos.

Excitado, miraba como el agua recorría mi cuerpo endureciendo mis pezones. Excitada, me recreaba en la visión de su ya más que incipiente y prometedora dureza.

      Entró en la ducha. Abrazándome por la espalda apretaba mis pechos retorciendo mis pezones, arrancando los primeros gemidos; besaba y lamía mi cuello susurrando obscenidades en mi oído.

     Soltaba el pecho y sus manos descendían a mi sexo venciendo la poca resistencia que mis piernas, apretadas para aumentar la contracción vaginal y el placer, oponían. Frotaba mi sexo con pericia describiendo círculos concéntricos, interminables, que hacían estremecer todo mi cuerpo.

     Dejó el agua de caer sobre nuestros cuerpos. Me di la vuelta. Sus manos en mis hombros empujando hacia abajo hasta ponerme de rodillas ante su enhiesto sexo que agarré y me metí en la boca. Tan solo la punta entraba y salía de mi boca pero era suficiente para provocar sus gemidos. Sus manos en mi nuca acompañaban las idas y venidas de mi boca. Nuestros ojos encontrados. Su cuerpo tenso, su sexo duro, muy duro; el mío, mojado, muy mojado.

      Hizo que apoyara mi espalda contra los azulejos, subiendo una de mis piernas al borde de la bañera, me abrió y sediento, bebió de mí. Lamió mi raja separando los labios para buscar el centro del placer que ya repuntaba endurecido y sensible. Yo, manoseaba mis pechos estrujándolos con ambas manos mientras él lamía, chupaba, mordía, lo estiraba con sus dientes y lo soltaba para volver a morderlo provocando sonoros gemidos, fuertes oleadas de placer que hacían que mi cuerpo convulso buscara más placer estrellándose contra su boca.

      Metió un dedo en mi sexo sin dejar de lamer. Tuve que agarrarme a las paredes cuando mis piernas empezaron a temblar y no me sujetaban llegando al orgasmo. No dejó de lamer y de chupar; tragaba mis flujos y me hacía gozar una y otra vez.

      Se levantó y dándome la vuelta, un poco bruscamente, cara a la pared, acarició mi espalda y deslizó su mano entre mis nalgas abriéndome bien. Empujaba ligeramente su dedo al llegar al ano y cuando pensé que iba a metérmelo, siguió bajando hasta llegar a mi sexo que latía sin cesar preso de una excitación incontrolable.

     Se sentó entonces en el borde de la bañera. Dándole la espalda me coloqué encima de él, su sexo entero sumergido en el mío; ensartándome bien empecé a moverme saltando sobre su sexo.

      Agarró mis nalgas levantando mi cuerpo en vilo y dejándolo caer sobre su sexo, cada vez más fuerte, más dentro. Estaba tan duro y se clavaba con tal profundidad que aun dándome placer, dolía; sentía él que se la iba a partir en dos si seguía empalándome así.

     Volvimos a ponernos de pie. De cara a la pared, agarré su sexo, lo dirigí hacia la entrada de mi ano y jugué con su punta buscando dilatarlo. Empujaba él queriendo entrar y entró la punta; eché el culo hacia atrás y lentamente me enterré en él.

      Agarrando mis caderas con fuerza empezó a embestir contra mi cuerpo haciendo que mi pecho se aplastara contra los azulejos. El bombeo dentro de mi culo era cada vez más fuerte, más desesperado. Hacía ya rato que nuestros gemidos rompían el silencio.

       Me volví, pasaba mi lengua por mis labios sin dejar de mirarlo mientras lavaba su sexo. Era mi boca reflejo de lascivia que se acercaba a la suya queriendo besarlo pero sin llegar a hacerlo; me excitaba que buscara mi boca, que fuera detrás de ella para alcanzarla; así varias veces hasta que nos besamos y nuestras lenguas se enredaron explorando cada rincón de nuestras bocas.

      Mis pezones, muy duros, se clavaban en su pecho. Me levantó en el aire, rodeando mis piernas su cintura. Incapaces de articular palabra por nuestro agitado placer, suplicantes nuestras miradas, abrí mi sexo y me empaló a fondo.    Entraba y salía con fuerza provocando fuertes contracciones; la succión que mis músculos ejercían sobre su polla hizo que sus gemidos fueran ya gritos. Su pubis rozaba mi clítoris con cada embestida y de mi coño salían borbotones de flujo que bajaban a sus huevos.

       La penetración fue lenta y pequeño orgasmos hacían que me sacudiera sin parar; estaba fuera de control cuando moviendo sus caderas en círculo noté que se acercaba el gran orgasmo y sentía que no podía aguantar más.

      La intensidad iba en aumento y me dejé llevar por las oleadas de placer que recorrían mi cuerpo de los pies a la cabeza al ver reflejado en sus ojos el placer que sacudía todo su cuerpo al derramarse dentro de mí.

      Se sentó en la bañera conmigo ensartada; el agua seguía cayendo sobre nuestros cuerpos, entregados al abrazo, arrastrando los restos del deseo.

                  (Eras tú; no era yo)