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Kianna es una desconocida exótica

en Interracial

    Carlos es un poco tonto. Nunca fue resuelto en los estudios y mucho menos con las relaciones personales. Era el blanco de las burlas de sus compañeros, el típico niño que recibía collejas en clase. Eso le llevó a ser muy introvertido e inseguro. Al crecer sentía auténtico pánico solo de pensar en hablar con una chica que le gustase.

    Los años fueron pasando y, después de fracasar estrepitosamente en sus estudios y empleos, su madre, resignada, le asignó la tarea de ocuparse de la limpieza y las chapuzas en los apartamentos que tiene en Salou: un sitio de lo más turístico que en verano se pone a tope. Viene gente de todas partes; se entregan a la playa durante el día y a la fiesta desenfrenada por la noche.

    Carlos no es mal tipo. Está lleno de complejos y miedos pero parece que ha encontrado su sitio en el mundo. Ocuparse del mantenimiento y la limpieza de los pisos se le da realmente bien. Quien lo iba a decir... es un manitas.

    Las antiguas frustraciones han quedado atrás y, entre otras cosas, ha tirado la toalla respecto a sus relaciones personales. A sus 30 años sabe que nunca le gustará a una chica y ni si quiera se plantea intentarlo. Con esta mentalidad siente que su existencia es más ligera, aun así, no puede evitar sentir que algo arde en su interior cada vez que una chica guapa está cerca de él y eso le turba sobremanera, sobretodo en esta época del año. Casi no puede salir a la calle: está lleno de chicas guapas, ligeras de ropa, jóvenes y juguetonas.

    Carlos es consciente que hay chicos que salen de pesca cada noche y se follan a muchos pibones de esos durante el verano. Eso le hace enrabietar: !!Qué injusto es el mundoooh!!!

    Ha pensado incluso en esterilizarse para librarse de esa ansiedad veraniega, pero no se atreve a planteárselo a su madre; además, la poca seguridad que tiene en sí mismo se la da su enorme pene. ¿Quién sabe dónde caería su autoestima si perdiera su vigor?: es imposible calcularlo dada su mente obsesiva y paranoica.

    Mejor dejarlo todo como está y pensar en las cosas buenas que le da la vida: es una suerte que su familia sea adinerada y que él pueda contribuir a su manera sin ser una carga, tener salud, dinero y una madre que le quiere...

    Por un momento se siente afortunado con estos pensamientos positivos. Camina por la abarrotada calle mirando al suelo, como de costumbre, para no ver a las tremendas jamelgas que le perturban; cuando de repente, choca violentamente con un enorme alemán que le insulta enfurecido. Carlos se queda pasmado viendo como el tipo se gira y sigue caminando sin dejar de emitir palabras malsonantes; claro que con el alemán nunca se sabe... a lo mejor está diciendo lo bonito que es el día.

    Cuando todavía no ha apartado la mirada de su enfurruñado compañero de acera, este se desvía y tras de sí aparece, caminando de frente, una chica con unos muslacos de lo más apetitosos. Son gruesos y morenos y sus pequeños pantalones no alcanzan a cubrirlos ni un poco.

    Él sigue acercándose y al pasar por su lado, Carlos se cruza con su mirada y se encuentra con una cálida sonrisa exótica. No es de una belleza incontestable, pero su cara de guarra termina de encender la ardiente llama lujuriosa del chico, incendiada como no lo estaba hacia muchos años, quemando incluso su protocolo de comportamiento que tanto le ha ayudado a mantenerse estable estos últimos años.

    Disimuladamente, empieza a seguirla fascinado por ese enorme culo que se contonea a cada paso. Ella va con sus padres pero él ni si quiera los ha visto. Después de un breve recorrido por el paseo marítimo llegan a su apartamento a pie de playa. Para sorpresa de Carlos: es uno de los apartamentos que regenta  su madre.

    Se queda allá plantado. Asomado entre los arbustos mira si ve algo por las ventanas del apartamento. Sus pensamientos, habitualmente tan pausados, fluyen ahora con una rapidez inaudita: "La chica me ha sonreído ¿Hablará algo de español? Tengo una copia de las llaves ¿De qué país habrá llegado? A lo mejor se reía por haber visto mi encontronazo con el alemán ¿Se bañará desnuda en la piscina cuando sus padres no están? Ella me pone tan, tan cachondo... ¿Podría colarme y espiarla?..." Las ideas y preguntas se suceden sin ningún orden ni propósito concreto, pero van fundamentando los cimientos de una nueva obsesión.

****

    El resto del día lo pasa más distraído de lo habitual y eso le trae más de un inconveniente pero al final termina de arreglar el último piso que queda por alquilar.

    Por la tarde entra en la web de Ereqtus y encuentra esta historia ilustrada.

    Esa noche, subido a un árbol, intenta espiar la actividad de la chica de los muslos exuberantes en el apartamento de su madre, pero la visibilidad es pobre. Aun así consigue ver lo suficiente como para saber que la familia al completo está en casa.

    La calle está llena de fiesta y gente armando jaleo. Desde su posición ve a los jóvenes y no tan jóvenes emborrachándose, haciendo el tonto, armando escándalo y enrollándose con alguien a quien probablemente acaban de conocer. Es un mundo que detesta, pero al mismo tiempo, lo anhela. ¿Porqué no puede ser él un chico normal y jugar a eso con los demás? Eso le recuerda como le marginaban los otros niños a la hora del patio en el colegio. Todo sigue igual.

    Las horas pasan y Carlos, cansado de un día duro de trabajo, se queda dormido en una posición sorprendentemente cómoda, dado que se encuentra en la copa de un árbol.

****

    Se siente desorientado al despertar a la mañana siguiente. Tras el sobresalto de verse a tanta altura en un sitio desconocido, permanece inmóvil unos segundos. La cálida brisa del alba es preludio de un caluroso día de julio.

    Mientras baja cautelosamente, escucha voces en un lenguaje muy extraño, vienen de su casa vigilada. Los padres de la chica están saliendo con unas maletas "¿Se van? ¿Tan pronto? ¿Qué hago? ¿Dónde está ella?" Decide seguirlos. Al rato de llegar al puerto y los ve subiéndose a un crucero. Es un alivio, además ella está sola ahora en el apartamento.

    Camina por la playa de regreso a su indecente tarea de vigilancia. Es temprano pero ya empieza a haber gente en la playa. Inesperadamente, ve a la chica llegando a la arena, frente a su apartamento. Lleva una gorra y una fina camiseta blanca. El pulso de Carlos se acelera. Sus pensamientos se vuelven otra vez rápidos y caóticos. Decide robar una toalla de alguien que se está bañando y se posa muy cerca de la chica, en el límite de lo que se podría considerar adecuado dado que hay aún poca gente y el espacio abunda.

    Él rehúye el contacto visual y disimula como si solo fuera un bañista más, pero no deja de mirar su bronceado cuerpo apenas cubierto por un pequeño bikini verde mientras ella toma el sol, se levanta y camina hasta el agua, se da un baño, vuelve, bocarriba, bocabajo... una vez, otra.

    No tarda en aparecer un latero que le quiere vender una lata de refresco por 1€. Inexplicablemente, ella empieza a tontear con descaro. Al poco rato se desabrocha la parte de arriba y se tumba bocabajo. Él le esparce la loción solar por la espalda y cintura, sus tocamientos son explícitamente lujuriosos, por no hablar de su careto. Suavemente baja por sus nalgas mientras ella se deja manosear con los ojos cerrados emitiendo algún que otro suspiro placentero.

    Carlos está enrojecido de rabia, los celos y la indignación se apoderan de él: "ese puto moro... ¿Cómo se atreve?" casi le da un ataque de ansiedad hasta que afortunadamente llega el chico que alquila los patines y con gran autoridad acaba con el gozo del latero. Ese pobre inmigrante se ve obligado a irse frente al ímpetu del cachas, que amenaza con darle una paliza y avisar a la policía. El latero pasa por el lado de Carlos y le ofrece una...

-!Vete a la mierda gilipollas!-

    El tío no puede sospechar el sufrimiento que le estaba causando y se va todavía más cabreado, no tiene ganas de buscar pelea. Al volver la mirada a su amada, la encuentra ligando con el chico de los patines, nada enojada por el trato denigrante y racista recibido por su anterior pretendiente. Los dos tortolitos hacen manitas y miraditas; intentan entenderse: ella parece conocer algunas palabras en castellano y en inglés. Carlos consigue oír su nombre: "Kianna" Por suerte hay clientes y mantienen a ese chulito-playa alejado de cuando en cuando...

    Pasadas una horas ella recoge y se va sin dejar de coquetear. Carlos siente un gran alivio. Ha sido una mañana dura. No solo han intervenido el latero y el musculitos; a media mañana ha venido su jefe, propietario de los patines y se ha podido ver un duelo de machos para cortejar a la hembra. Más tarde ha aparecido un conocido de Kianna de algún día anterior que ha aprovechado la ausencia intermitente del otro chico para acariciarla todo lo que ha podido sin ninguna oposición.

    Carlos está exhausto, más cansado que si hubiera trabajado y aún con taquicardia. Pero todo este sufrimiento le da que pensar "¿porque no? puede que para mí tampoco haya un "no".

****

    "!Que guarra es Kianna!" piensa pasada ya la medianoche, mientras se cuela en su jardín. Carlos está dolido, pero por otra parte: si un día le viene a él una latera a ponerle crema en la espalda, si una buenorra le tira los tejos, si la jefa de la buenorra le quiere hacer la competencia a su empleada, si una conocida que está aun más buena le quiere acariciar todo el cuerpo... ¿A caso tendría él un "no" para alguna de ellas?

    El chico no es machista y en un momento de lucidez comprende a Kianna. Además, ella aquí está sola y quien sabe como es la cultura en su país. Quien es él para juzgar a una chica tan, tan sexy. Cada uno en su lugar. Ella está en la cima del ligoteo veraniego y él se encuentra furtivamente dentro de un apartamento ajeno, saboteando las tuberías de la cocina para que la chica afectada tenga que acudir a él.

    Apenas es la una de la madrugada. Carlos está terminando de preparar su plan diabólico cono sus herramientas. Piensa que ella tardará en llegar. Estará disfrutando de la marcha desenfrenada que hay a pie de playa.

    De e pronto suenan unas llaves y unas risas. La puerta se abre dejando entrar torpemente a una parejita nada contenida. Es Kianna con su nuevo ligue. Carlos, con el corazón a 1000 se esconde tras la puerta de la cocina y a través de la ranura los distingue en el pasillo a pesar de la poquísima luz, que permanece apagada. Las risas y los besuqueos no cesan y cada uno dice tonterías en su idioma, despreocupado porqué el otro pueda entender algo. Están visiblemente alcoholizados. Ella le dice gesticulando

-Un momanto...-

    A él le cuesta soltarla pero finalmente la deja ir al lavabo.

    Carlos está en un estado peligroso. Sus ráfagas de pensamientos trastornados se ven propulsadas por la adrenalina de encontrarse sin permiso en casa de ella. Algo extraño ocurre en su cabeza y se le cruzan los cables.

    Sale disparado de la cocina y empieza a golpear al chico que, confiado, había salido a la terraza para contemplar las luces de la piscina. Sin mediar palabra, le obsequia con patadas y puñetazos hasta que el pobre chico ensangrentado huye del sitio como puede, arriesgando su propia vida al saltar la valla.

    Carlos observa cómo se aleja cojeando. Se ha quedado con su gorra en una mano y parte de su pelo en la otra. El fugitivo ha perdido hasta sus gafas que están sobre el césped.

    El barullo de la marcha nocturna se ha quedado en un susurro después de esos violentos instantes. Los pensamientos empiezan a fluir de nuevo por su cabeza después de ese monumental colapso que le ha llevado a estallar como la dinamita.

    Una voz femenina rompe la estabilización de su corazón y vuelve a disparar sus pulsaciones hasta lo más alto:

-Les piq, kiwana plonka-   dice insinuante y acto seguido se lanza al agua.

    Carlos se da cuenta de que ella no ha reparado en la pelea y de que lo confunde con su amante en fugaz. Recoge las gafas de su víctima y se las pone, así como su gorra. El cielo está nublado, la terraza está oscura y solo la piscina está iluminada. Kianna, deslumbrada por los focos sumergidos, solo alcanza a ver la silueta negra de Carlos quitándose la camiseta: no lo hace para seducirla, solo ha pensado que el otro llevaba una distinta. Hace lo propio con los pantalones. Es muy tarde pero hace calor, ¿o será el sofoco de la tensión? Puede que sea el tremendísimo espectáculo que se puede observar a pie de césped.

    Kianna, consciente de que es el blanco de una mirada calenturienta, goza de su baño nocturno bien iluminada por las luces subacuáticas. Se tira, nada, bucea, sale, se vuelve a tirar... Lleva solo una camiseta blanca que apenas alcanza a cubrir sus nalgas. Pegada a su cuerpo transparenta su preciosa piel y deja distinguir cada una de sus pronunciadas curvas.

    Juega con su largo pelo mojado, se acaricia el cuerpo, se sumerge, emerge... nada como una sirena y juega a subirse ligeramente la fina tela para que su amante pueda ver un pedacito de lo que tanto desea.

    Carlos está palote. Le duele la poya de tan tiesa como se le ha puesto, pero no puede ir con ella: en cuanto se acerque ella verá quien es realmente y todo acabará de la peor manera posible. En el instante en que piensa eso, sentado sobre el césped, ella sale del agua y se acerca con movimientos sensuales.

    Sintiéndose desnudo se tumba bocarriba para que su cara sea menos visible, aun así, en el gesto pierde la gorra. Kianna no se frena y se posa encima del impostor, estampando sus carnosos labios en su boca. Es el primer beso de Carlos en su vida: nada mal para ser el primero.

    Ella le mete su jugosa lengua bien adentro y lo moja bien acompañando sus babas de un cálido aliento de alcohol, que viniendo de ella se siente sublime. Las grandes manos de él se deslizan instintivamente por debajo de la camiseta mojada de la cachonda bañista que empieza a emitir unos pausados suspiros de lo más sugerentes. Con mucha decisión le quita a Carlos su última prenda y sujeta su enorme miembro. Sin dudarlo empieza a engullirlo con la intención de comérselo todo por mucho que cueste. Parece una tarea difícil pero ella no se rinde.

    El tío goza de lo lindo, todavía no puede creer lo que ocurre. Nota su boca y su garganta, su lengua y su saliva templada goteando y empapando su nabo. Mientras tanto, él no deja de manosear su enorme culo con toda libertad mientras un poderoso torrente de placer lo recorre desde lo más hondo.

    Carlos sabe que es demasiado pronto y que su amada tendrá una enorme y pringosa decepción si no actúa rápido, así que notando el inevitable desenlace de tal celestial sensación, la sujeta, la tumba, lame su cuello y le mete mano intensamente al mismo tiempo que se corre sobre el césped. Intenta contener su expresión y mantenerse activo para que ella no note que ya se ha ido.

    Ella se deshace de él y, una vez en pie, camina hacia el agua mientras se quita la camiseta. Él está débil y le flojean las piernas debido a semejante desahogo, pero la sigue apresuradamente. Intenta mantenerse a su espalda y no dejar que ella le vea la cara. El poder sumergirse y salpicarla le da mucha ventaja, hasta puede taparse la cara con las manos: es un gesto habitual cuando estás mojado en una piscina.

    Nunca hubiera podido imaginar lo placentero que es restregarse con una chica tan caliente. Ella va diciendo:

-kiwa om viliwu, Pablo diwom im duwo-

    Carlos procura no pronunciarse al respecto. Como mucho contesta alguna frase dando palos de ciego en un tono que no supera el simple susurro, no sea que su voz difiera demasiado del tipo con quien cree estar su embriagada amada.

    Sus poderosas manos recorren su femenino cuerpo sin dejarse ningún rincón mientras su poya empieza a recuperar el vigor. En un momento de despiste, ella se le escapa y se sienta en el borde. Él, ya sin gafas, aprovecha para amorrarse a sus muslos, esos muslos que le quitaron el aliento en ese primer momento, junto al semáforo de esa calle abarrotada. Los besuquea y los lame sin dejar de recorrerlos con las manos. Ella se tumba y abre las piernas:

-bolwusha-

    Carlos le hace caso y la emprende a lametazos con su mojado chocho pelado. Kianna empieza a gemir desinhibidamente. Él ha encontrado otra cosa que se le da bien en la vida. Ella está temblando, puede que de placer o puede que por estar desnuda y mojada a las 2 de la madrugada en la terraza.

    En pocos minutos, la chica le agarra el pelo mojado y empieza a besarlo apasionadamente mientras se mete en el agua restregando su cuerpo desnudo con el de él y deslizándose entre sus manos. Por un momento parece que se le escapa otra vez pero ahora él consigue atraparla antes de que salga por la parte menos profunda de la piscina.

    Un leve forcejeo propicia una postura de lo más adecuada. Carlos queda debajo mientras Kianna le da la espalda.

    Su miembro viril se ha sobrepuesto al desgaste de su catártica corrida anterior y goza nuevamente de su máxima plenitud. El intrépido glande sube tan arriba que rebasa el nivel del agua de la piscina. Se abre paso instintivamente, como si tuviera vida propia, entre los muslos de su exótica presa.

    Carlos penetra a Kianna sin oposición. Ella empieza a mover bruscamente sus caderas y su cintura mientras gime como una loca. No hay duda de que varios vecinos pueden estar escuchándola. Parecen distinguirse sus siluetas tras las vallas pero los relucientes focos hacen más tupida la oscuridad foránea. No importa.

    Carlos está centrado en manosear el redondo culo de la chica mientras ella goza desmedidamente. En uno de sus enérgicos y prolongados movimientos se le sale la tranca. Él aprovecha para sujetarla y metérsela por el culo suavemente pero con firmeza.

    Al levantar su mirada otra vez, encuentra el rostro de Kianna mirándole extrañada; aun así, ella no es capaz de frenar su gozo extremo: no termina de detener sus lentos movimientos y la poya de Carlos sigue recorriendo su profundo culo cada vez más lubricado. El ritmo tiene una aceleración exponencial y Kianna no tarda en estallar en un orgasmo múltiple que contagia a Carlos y le ayuda a llegar a su propia explosión de placer.

    No hubiera podido imaginar una experiencia mejor para su primera vez. Ella no parece enfadada y reposa entre sus brazos con sus cuerpos sumergidos bajo el agua más templada que el aire.