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El secreto de Lucía - III (parte 1ª)

en Autosatisfacción

3. Amigas de colegio

 

El último curso de la escuela acababa de empezar. El verano había sido muy productivo para mí, la verdad. Había aprendido cosas muy interesantes y parecía tener el tema sexual controlado. Además debería saber más que nadie en clase gracias a mi dualidad, ¿no?

 

Pues... no. En cuanto me puse un poco al día con mis amigas y demás compañeros de curso me di cuenta de mi error. Yo que iba toda sobradilla (aunque por supuesto sin poder contar mis intimidades a nadie) y me bajaron los humos en la primera semana. El tiempo suficiente para que mis amiguitas de toda la vida me contasen sus andanzas durante las vacaciones...

 

Que si novietes; que si rollitos de verano; que si besos por aquí; que si magreos por allá... ¡Joder qué envidia! Las muy cabronas se lo habían pasado de vicio y además alguna de ellas había pegado un buen cambio. Las curvas de la mayoría eran ya más cerradas y los tíos bien que nos lo hacían notar. Ellos también habían cambiado pero, más que en su físico (quitando alguno que estaba como un queso), en su forma de tratarnos. Mayormente producían bastantes babas a nuestro paso. Bueno, al paso de algunas, valeee...

 

Buen ejemplo de esto era Katalin (Kata para las amigas). La conocía desde primer curso y enseguida congeniamos. Siempre fue más alta que el resto, la típica "jirafa" delgaducha con la que se metían mucho. ¡Ja! Ya venía cogiendo curvas, pero en ese último año había echado un par de tetas bien majas; de las que no conocen la ley de la gravedad. Así que muchos dejaron de vacilarla a la cara para posar la vista más abajo. Siendo consciente de ello, era de las que sabía usar ese poder pectoral en su beneficio, teniendo a todos los tíos a sus pies. Y los traía locos: a uno le pillaron pajeándose en su honor bajo el pantalón del chándal en clase de gimnasia y a otro espiándola en las duchas de las piscinas.

 

Todo eso hizo que Kata, que ya de por sí era una tía segura, se volviese aún más desinhibida. Era la más lanzada y la que tiraba de nuestro grupo de amigas. Ella era una de las que en verano había tenido rollitos y tal, aunque curiosamente no daba muchos detalles sobre ello. Bueno, en realidad nunca hablaba demasiado de las cosas que hacía fuera de nuestra cuadrilla. Sus padres se divorciaron cuando era pequeña y se quedó con su madre; se mudaron y por eso la pasaron a mi colegio. Hacía poco que su madre se había vuelto a casar y ahora Kata tenía dos hermanastros, un chico y una chica menores que ella. También vivía en una casa nueva, unifamiliar, en un barrio residencial de un pueblo cercano. Estaba bastante lejos de la escuela, pero ya que era el último curso, decidieron evitarle más cambios, aunque eso les supusiese tener que llevarla y traerla en coche todos los días.

 

El curso fue avanzando sin novedad. El frío del otoño y aún más el del invierno pareció atenuar las calenturas de la mayoría. Con tanta ropa encima se necesitaba más imaginación, quizás. Ya en primavera volverían las tardes con más sol y los calores...

 

Aprovechando la vuelta del buen tiempo y que sus padres se iban de viaje, llevándose también a sus hermanastros, Kata nos invitó a las amigas a su casa, ya que no la habíamos visto todavía. Iríamos el sábado y pasaríamos allí la noche. Lo que viene siendo una fiesta de pijamas, vaya.

Cuando le dije a mi madre que iría, se me quedó mirando algo seria y me dijo:

 

-¿Estás segura hija?

-¡Claro que sí! Estaremos en su casa. ¿Qué hay de malo?

Hizo un silencio significativo y para tranquilizarla le dije:

-¡Mamá, por favor!, ¡pero qué crees que va a pasar?, ¿qué nos asalten unos ladrones o qué? (Sí, una frase muy tranquilizadora...).

-Ya sabes a que me refiero... -respondió-.

Claro que lo sabía. A no comprometer mi "diferencia": a disimular; a ocultarla; a pasar desapercibida...

-Tendré cuidado como siempre. Nadie se enterará de lo mío. Lo prometo.

Soltando un suspiro se levantó, me besó en la frente y se fue. Sabía que no me podría proteger por siempre y que además su hijita ya era una adolescente con edad suficiente para decidir por sí misma... y para equivocarse.

 

3.1 Fiesta de pijamas

 

Llegó el sábado y después de comer me monté con Arancha, otra de mis amigas, en el cercanías que iba al pueblo de Kata. La zona residencial no estaba lejos de la estación. ¡Menudo barrio!, no era de chabolas precisamente. Encontramos el chalet; una casa bien maja, de dos alturas más el ático, aunque la verja y el seto que la rodeaba no dejaban ver demasiado. Una voz a nuestras espaldas nos impidió cotillear más; era Patri, la deportista del grupo. Venía vestida de sport, como siempre, con sus coletitas rubias moviéndose graciosamente:

 

-¡Hola chiquis!, ¿qué pasa? ¿Qué miráis?, ¿no es aquí o qué?

-¡Hola Patri! Sí, es aquí, es que estábamos admirando la casita.

-¡Joder que sí!, se nota donde hay pelas, ¿eh?

 

Llamamos al timbre. Kata salió de la casa a recibirnos. Con una sonrisa enorme, nerviosilla por hacer de anfitriona, nos dijo que Mireia ya había llegado y que sólo faltaba Tamara. Por el caminito del jardín nos mostró la fachada e iba indicando dónde estaba la piscina, el garaje... ¡hasta el invernadero! Si es que parecía salida de una teleserie yanki, ¡vaya casona!

Mireia estaba en el "salón-comedor-lo que quisieran", porque había espacio para poner cualquier cosa. Nos saludó mientras se tomaba la primera cerveza de la tarde. Mireia competía con Kata en admiradores. Más baja, pero de curvas rotundas, con un tamaño de pecho similar aunque más cadera. Y eso sí, más guapa; el pelo negro con ojos azules siempre destaca, ¿no crees?

Al poco llegó Tamara. Era tan alta como Kata pero tan cortadilla como yo, quizá precisamente porque destacaba demasiado del resto. Y se le notaba en la cara más que a las otras lo impresionada que estaba con el chalet.

 

-También había invitado a Beni, pero parece que tiene mejor plan -nos dijo Kata-. Así que ya podemos empezar el tour turístico.

 

Nos miramos un poco perplejas. Beni era repetidora, y a esa edad eso se notaba mucho. Era la maciza oficial del colegio pero, antes que a los de la escuela, prefería a macarrillas más creciditos. Aunque se llevaba bien con Kata, quizá porque ésta aparentaba más edad, nuestra fiesta le parecería una reunión de monjas. Seguro que por eso se había escaqueado.

 

Kata nos enseñó primero la cocina, ¡pedazo cocina! Allí tomamos algo de picar y unas bebidas y ¡menos mal!, porque luego empezamos escaleras arriba y abajo; habitaciones por aquí y por allí; el sótano; el despacho; los baños... ¡qué se yo! Si nos quería impresionar lo hizo de largo. Todas nos queríamos quedar a vivir allí. Total, que con la tontería se nos fue la tarde.

 

Cenamos en la cocina, a base de ensaladas, pizzas y otros productos precocinados fácilmente recalentables, regados con cerveza, vino, kalimocho... En general, digamos que no probamos el agua ¡je! Así que poco a poco el volumen de voces y risas fue aumentando, como es lógico.

Cuando terminamos Kata nos subió al ático, que era lo único que faltaba por mostrarnos, y allí nos enseñó la sorpresilla que nos tenía preparada: una serie de colchonetas con almohadas y mantas, mininevera, un equipo de música y una tele. Lo básico para pasar la noche en condiciones, según ella. Con el pedillo que llevábamos nos pusimos como locas de contento. Realmente ahora empezaba la fiesta...

 

Subimos nuestras mochilas y empezamos a cambiarnos de ropa. Fue un momento un poco tenso para mí porque, aunque suene absurdo, me di cuenta de que nunca había visto a mis amigas en una situación parecida. Hasta entonces había conseguido evitar las duchas y las piscinas alegando alergias con falsos justificantes. Así que por si acaso me puse de espaldas a ellas. Por suerte parecía que no me prestaban atención... o eso creía:

 

-¡Son blancas! -me espetó Patri.

-¡c-cómo, qué? -respondí sobresaltada.

-Tus bragas, son blancas. Cómo nunca se te ven...

-¡Qué graciosa! -le dije.

-¡Y toma más el sol, que vas a juego con ellas! ¡ji, ji! -soltó Kata y todas le rieron la gracia.

-¡Bueno, ya vale, ¿no?! -chillé.

 

Rápidamente me puse unos pantalones cortos y una camiseta y me giré toda cabreadilla. Lo que vi me dejó callada: Arancha, en niqui ajustado, y Tamara, en camiseta de baloncesto, ya se habían cambiado pero las otras estaban en ello. Patri se ponía un top, deportivo cómo no, "marcapezones"; Kata, de espaldas a mí, estaba en bragas, quitándose el sujetador para ponerse un pijama; y Mireia, enfrente, tenía las tetas al aire, grandes pero bien puestas, antes de cubrirlas con una sudadera vieja de cuello recortado. Noté un cosquilleo en mi entrepierna, pero no había peligro de que se me notase nada porque previéndolo había elegido una camiseta holgada que me tapaba hasta los muslos. Absorta, casi no oigo a Kata dirigirse a mí mientras acababa de abotonarse la chaqueta del pijama, dejando a la vista el canalillo que formaban sus pechos apretados:

 

-Es que ya pensábamos que tenías algo raro, chica. Pero parece que no, que eres normal...

-Bueno, un poco marciana sí que es... -dijo la graciosita de Patri. Más risas generales.

-¡Tu padre! -repliqué. Y cogiendo una almohada le arreé con ella.

-¡Sí, sí! ¡Guerra de almohadas! -gritó Kata y allí se armó la mundial.

 

Empezamos todas a zurrarnos unas a otras, gritando histéricas, saltando entre las colchonetas como si fuésemos niñas de... bueno, realmente teníamos edad para hacerlo ¡Je! Al menos había conseguido desviar la atención... Un consejo: si has bebido no te pongas a dar saltos. ¡Qué mareo! Poco a poco fuimos cayendo en las colchonetas como moscas, resoplando extenuadas. Momento para poner música y contar confidencias y chistes, que no cansa tanto, mientras algunas se ponían a fumar; primero tabaco, luego porritos. A mí nunca me ha gustado ni lo uno ni lo otro, pero como fumadora pasiva me iba a tragar el humo igualmente.

 

Unas sentadas y otras tumbadas, formando un corro, escuchábamos contar a Patri el enésimo chiste verde. Yo, tumbada boca abajo y apoyando la cabeza sobre las manos, aprovechaba para observar a mis amigas:

Arancha, que tampoco fumaba, entornaba por culpa del humo sus ojazos verde claro; unos ojos de gata que hacían su mirada hipnótica. Su camiseta ajustada remarcaba unos senos redonditos, de tamaño normal, y dejaba al aire su ombligo. Patri gesticulaba para dar énfasis a lo que contaba; el top dejaba ver su vientre y su cinturita, bien torneados por el ejercicio. Tamara era, sorpresivamente para mí, la que más le daba al cigarro; su larga melena negra le caía sobre la camiseta sin mangas que llevaba. Era tan holgada que en un movimiento que hizo se puso de perfil y pude verle un pecho, pequeño y con pezón rosado, bien bonito. Me estremecí. Entre la bebida y lo que se respiraba en el ambiente me estaba relajando demasiado, y eso no era bueno... Pasar la mirada a Mireia no me ayudó mucho: su sudadera le dejaba al descubierto un hombro y gran parte del escote, de una forma muy sensual. Pero para sexy Kata. Sentada de rodillas reía sin parar agarrándose la cintura mientras los botones de su chaqueta parecían que iban a saltar por el empuje de sus pechos.

 

Me di cuenta de dos cosas. Primero, de que mis amigas me empezaban a parecer más atractivas que nunca. Hasta entonces no hubiera dudado en decir que me gustaban sólo los chicos, aunque la verdad era que me asustaba que alguno pudiera llegar a saber mi secreto. Además yo ya sabía el suyo ¿no?; me daban más curiosidad las chicas... ¡Joder! Si lo pensaba bien siempre había sido así; siempre me habían interesado más. Pero bueno, es que en realidad no pertenecía "exactamente" a su mismo sexo, por mucho que me sintiese mujer... ¡Qué lío!

La segunda cosa era más alarmante en aquel momento. Entre mis disquisiciones mentales y lo que veía me estaba poniendo palote. Y encima mi postura sobre la colchoneta era la misma que solía usar para masturbarme en mi cama. ¡Mierda! cada pensamiento que tenía me excitaba aún más. ¡Mi pene se estaba hinchando por momentos!

 

No podía moverme, así que disimulé sonriendo, intentando pensar en otra cosa. Mientras, los chistes habían dado paso a los chismorreos sobre gente de la escuela. Las anécdotas graciosas enseguida dieron paso a las de contenido más sexual: rollos entre profesores; rollos entre alumnos; rollos fuera de clase... Me sentí la última mona. A mí no me pasaban esas cosas...

 

Y de los cotilleos ajenos se pasó a los propios. Con la lengua más suelta a esas alturas era más fácil que se nos escaparan intimidades. Para hacerlo más interesante Kata propuso jugar a verdad o castigo. El juego consistía en que cada una debía escribir una pregunta y un castigo en un papelito, sin que la vieran el resto, y meterlos todos en una bolsa. Luego, girando un botellín, se elegiría a la "víctima", que sacaría uno de los papeles al azar. Así nos tocaría a todas por eliminación. A las otras les pareció superexcitante pero a mí me empezaron a entrar sudores fríos. Por lo menos ese "bajón" me permitió levantarme para ir al baño, después, eso sí, de que hubieran ido las demás, sin miedo a ser pillada "in fraganti". Cuando volví al ático iniciamos el juego.

 

Arancha fue la primera...

-Atención, pregunta -dijo Patri engolando la voz-. "¿Qué es lo más que has hecho con tu pareja?"

-Besarnos, tocarnos... ¡no sé!, lo normal -contestó Arancha. Como en su momento ya nos contó su rollito de verano no le puso mucha emoción.

-¡Venga tía! Da más detalles, no seas sosa -inquirió Kata.

-Bueno, pues besarnos con lengua, que me tocase las tetas, nada más... ¡Joder, no quería pasar de ahí, ¿vale?!

-¡Vale, vale! No estamos aquí para juzgarte -terció Patri-. Pero deberías pensar cómo dejaste de caliente al pobre chaval. Seguro que le explotaron las pelotas ¡Ja, ja, ja!

 

Nos descojonamos un rato imaginando la escena y después el botellín volvió a girar. Turno para... Tamara.

-Ahí va la pregunta -empezó Patri-... pero vaya pregunta más floja, a ver "¿Quién te gusta de clase?"

Tamara se quedo en silencio, pensando.

-Bueno ¿qué? si es una chorrada -le apremió Patri- Te gustarán Esteban o Raul, los más macizos, como a todas ¿no?

-Sí, Esteban. Me gusta Esteban -respondió Tamara, toda coloradilla. Se le notaba a la legua que mentía.

-No vale mentir, Tamara -recordó Mireia.

-¡Buf! Va, pues no lo voy a decir, que luego me vais a estar vacilando lo que queda de curso... -La verdad es que tenía razón.

-Muy bien, ¡entonces castigo! -sentenció Patri-. Y el castigo es... ¡Dar una vuelta a la casa en bragas! ¡Je, je, me gusta, me gusta!

 

Tamara puso cara de horror y luego de resignación y junto con el resto bajó al recibidor. Allí Kata le dio instrucciones:

-Muy bien. Sólo tienes que salir por la derecha y volver por la izquierda y así sabremos que lo has hecho. Venga, quítate todo menos las bragas.

Tamara se quitó los pantaloncitos y la camiseta que llevaba y se quedó abrazada a sí misma, pegando saltitos.

-¡Joder que frío está el suelo! ¡La madre que os parió, cabronas! -Nos partíamos la caja viéndola así.

-¡Eres una exagerada, no es para tanto! ¡Venga, no seas maricona y dale ya! -le apremió Patri.

 

Ya eran más de las dos de la madrugada y hacía fresco, aunque soportable. Tamara salió corriendo de puntillas hacia la derecha, tapándose los pechos, mientras nosotras no podíamos parar de reír. Después de más de un minuto reapareció por nuestra izquierda. Entró resoplando y tiritando.

-Has tardado un poco, ¿no? -le preguntó Kata.

-Me ha parecido que había alguien en la acera y me he metido por donde había sombra. Y ¡joder! casi me como un arbusto -se quejó Tamara, enseñando sus pies manchados de tierra.

-¡A ver si vamos a tener mirones! -dijo Arancha.

-¡Bueno, va! Subamos ya que nos estamos quedando frías -apremié yo, con cierto canguelo, pensando en que pudieran estar observándonos.

Tamara se limpió los pies y se vistió otra vez, pero se quedó un buen rato marcando pezones por el frío. Si llega a saber que yo era la autora de la pregunta y del castigo, me mata. Pero lo hice con la esperanza de que me tocara a mí. Yo sí que hubiera sabido mentir...

 

De nuevo en el ático retomamos el juego. La elegida esta vez fue Mireia y la pregunta "¿Has visto alguna polla de cerca y, sobre todo, qué paso?". La cuestión era jugosa y todas estábamos impacientes por oír la respuesta...

-Bueno... -empezó Mireia cogiendo aire- os contaré lo que me pasó la primera vez que vi un pene, pero sin dar nombres, ¿vale?

"La primera vez" -pensé-. Estaba claro que, sin tener la fama de otras, no era una mojigata precisamente. Mireia continuó:

-La cosa fue que quedé con un chico en su casa para ver una peli porno. El chaval se fue "calentando" y a media película me pidió que le enseñara las tetas. Yo le dije que sí pero que a cambio me enseñara su pene. El tío se levantó todo nervioso, se bajó los pantalones y ahí salió su polla, ya empalmada. Y él todo excitado diciéndome "¡enséñamelas!, ¡enséñamelas!". Yo me saqué el niqui que llevaba y me quedé en sujetador. A él parecía que se le iban a salir los ojos y, literalmente, babeaba. Me desabroché el sostén y cuando me vio las tetas... ¡Buenooo! El tío que empieza a resoplar; su polla a dar sacudidas, toda tiesa; hasta que de repente, sin ni siquiera tocarse... ¡se pone a eyacular por todos lados! Yo esquivé su lefa, pero puso la alfombra y el sofá... El pobre pasó en segundos de la excitación al "¡ostia tú que me van a matar si ven las manchas!" Y allí lo dejé, limpiando. Y ahora, cada vez que coincidimos, baja la cabeza, todo avergonzado...

 

Nos partimos de risa un rato a costa del pobre chico, aunque yo le comprendía bastante bien. Luego seguimos el juego, esta vez con Patri.

"¿Alguna vez has besado a una chica?". Una pregunta de sí o no, porque no contestar se interpretaría como un sí. Pero Patri era una tía lanzada:

-Mmmm, dejadme que piense... Como he besado a tantas... Pues sí, lo he hecho, ¿qué pasa?

Las demás nos miramos sorprendidas y ella siguió:

-A ver... El año pasado estaba en el pueblo con una prima mía y, hablando sobre cómo se debe besar, nos pusimos a practicar...

-¿Con lengua también? -inquirió Tamara.

-...Sí. Pero bueno, no me miréis así. Seguro que vosotras habéis hecho algo parecido ¿no?

Hubo un breve silencio roto sólo por los grillos del jardín.

-Sí. Ahora sois todas unas santas, claro... -terminó por decir Patri.

 

Si imaginar a Mireia semidesnuda esquivando chorros de semen no era suficiente, pensar en Patri metiéndole la lengua a su prima tampoco es que me ayudase mucho que digamos. A todo esto yo tenía ya una mezcla de relajación por la bebida y el humo; excitación por lo que estaba viendo y escuchando; y pánico por la pregunta que me pudiera tocar que no me aguantaba. La última vez que fui al baño me había recolocado mi "paquete" lo mejor posible, pero en el estado "morcillón" que estaba ahora... La camiseta me seguía salvando de las miradas, eso sí.

 

El botellín volvió a girar, esta vez entre Kata y yo y... apuntó hacia ella. Qué tortura, me dejaban para el final. Kata sacó el penúltimo papelito y Patri se lo leyó:

-"¿Qué es lo más atrevido que le has hecho a un tío?"... Esta es como la pregunta a Arancha ¿no? Que poco originales somos...

Kata sonrió y se quedó así un ratito, en silencio, mirando al techo...

-Bueno, bueno, bueno... eso dice muuuucho -solté sin poderme contener la curiosidad.

-¿En serio que no lo vas a compartir con nosotras? -preguntó Arancha- Qué mala amiga.

Kata seguía sonriendo, negando con la cabeza, como una niña pícara.

-Vale, pues ya sabes lo que toca -cortó Patri-. A ver el castigo... ¡Buá! ¡Qué fuerte!... ¡Nos tienes que hacer un striptis! ¡Ja, qué bueno!

-¡Pues que chorrada! Hubiera preferido que nos contase lo que hizo... -protestó Mireia.

 

Kata siguió sonriendo. No parecía importarle tener que desnudarse; total, sus amigas no iban a ver nada nuevo. Bueno, el resto no pero yo sí, claro.

-Venga, si hay que hacerlo, hagámoslo bien ¿no? -dijo por fin Kata-. Con música, luces y con un público que anime un poquito, ¿vale? Que si no va a ser un corteee...

Lo preparamos todo: Una lámpara de pie como foco; un CD de bandas sonoras que tenía la música de "9 semanas y media" y una silla en medio del "escenario", con todas nosotras sentadas alrededor. Kata bajó un momento a buscar algo y volvió corriendo con un sombrero de hombre en la mano. Se colocó allí en medio con pose de profesional; el pelo recogido en una coleta; el sombrero de medio lado tapándole los ojos; el pijama granate ajustado a sus curvas... Soltamos unas risitas nerviosas. No se podía negar que era excitante para todas. Apagamos las luces y encendimos el foco. Ya podía empezar el show.

 

Le dimos al "Play" y, con las primeras notas, Kata comenzó a bailar lentamente, sin moverse del sitio, meneando las caderas cadenciosamente. Con una mano seguía sujetando el sombrero y con la otra nos hacía gestos para que la animásemos. Empezamos a jalearla: "¡maciza!", "¡tía buena!", "¡enséñalo todo!" y cosas así. Se acercó a la silla y, colocando un pie en el asiento, hizo ademán de irse a quitar una media. Lo que llevaba en realidad era un calcetín de andar por casa que se quitó de forma sexy, lo dio vueltas y lo lanzó por el aire mientras Patri se reía diciéndonos "¡pero qué payasa que es!". Kata hizo lo mismo con el otro calcetín y continuó bailando, ahora con los brazos en la cabeza. Apartó el sombrero, deshizo el nudo de su pelo y sacudiéndolo dejó su melena libre. Luego le puso el sombrero a Arancha a la vez que le lanzaba un beso y, mientras, acercaba su trasero a centímetros de la cara de Patri. Se arremangó la chaqueta del pijama para que lo viera bien, lo meneó y, tras desabrochar su pantalón, con un golpe de cadera dejó que éste cayera a sus pies. Sus braguitas negras estaban bien pegadas a sus nalgas y ahora todas podíamos observar perfectamente sus movimientos. Patri no pudo contenerse y le dio un cachete en él voceando "¡mueve tu culooo, nena!".

Kata se volvió hacia la silla y puso otra vez el pie en ella, pero ahora, con las piernas desnudas, el gesto quedaba más obsceno. En esa pose fue desabotonándose poco a poco... uno a uno... cada botón de la chaqueta, dejándola casi abierta, sujetada sólo por sus pezones, empitonados ya. Dejaba al descubierto su vientre y gran parte de sus pechos, de una forma super sensual.

Continuó el baile, ahora hacia Mireia. Flexionando las piernas, casi en cuclillas, quedó a su altura. Mireia contenía la respiración mientras su amiga iba abriéndose lentamente la chaqueta para enseñarle las tetas sólo a ella, desafiante; parecía decir "las mías son más grandes". A las demás nos lo tapaba su chaqueta, pero la pose era de exhibicionista total.

Se volvió a tapar, se levantó y se colocó de rodillas detrás de Tamara, como escondiéndose. Se pegó más a ella, se abrió la chaqueta y ¡empezó a frotarse las tetas contra su espalda! Tamara, con la boca abierta, flipaba y nos miraba toda colorada a las demás, que estábamos alucinando en colores. Kata se volvió a levantar, tapándose un poco, y ¡vino hacia mí! Me cogió de la mano, me hizo levantar y sentarme en la silla. Yo estaba a punto de shock y me dejé llevar, sin poder reaccionar. Ella entonces se giró, pasó entre las otras hasta la zona en penumbra del cuarto, apartó el faldón del pijama para que viésemos bien su trasero y se echó mano a las bragas... ¡se las iba a quitar? Lentamente, dándonos la espalda a todas, se las fue bajando hasta que cayeron al suelo y su culo quedó al descubierto... ¡Qué culo! Y por si no tuviera suficiente, poniéndolo en pompa, se dio un sonoro azote en una nalga. Ahí ya perdí el poco control que me quedaba. No sabía cómo me iba a poder levantar sin que se me notase...

Pero todavía quedaba el gran final: Kata se cubrió de nuevo con la chaqueta, volvió sobre sus pasos y se colocó delante de mí. Todas estaban expectantes; si no hubiera habido música sólo se hubiese escuchado el sonido de nuestras respiraciones. En cualquier caso, fuera lo que fuera a hacer Kata, iba a ser sólo para mis ojos. Se acercó más a mí, con una pierna a cada lado de la silla, como a punto de sentarse. Intentando inútilmente calmarme la miré a la cara, no me atrevía a hacerlo más abajo. No me ayudó nada. Al contrario, la cara de Kata con los ojos tapados por su pelo y su boca entreabierta jadeante, me excitó aún más. Luego ella, agarrando las solapas de su chaqueta la fue abriendo, mostrando su cuello, sus hombros, su escote... ¡Sus tetas! ¡Unas tetas grandes y firmes! ¡Apuntando hacia delante con sus pezones rosados totalmente erectos por la excitación! Era increíble que aquel cuerpo delgado tuviese ese par de senos enormes... ¡Y se puso a menearlos! ¡A un palmo de mi cara! Mientras, con la chaqueta ya por la cintura y la espalda al aire, moviendo los hombros rítmicamente fue flexionando las piernas para sentarse en mi regazo. Y pausadamente, mientras terminaba la música, acabó recostando su cabeza sobre mi hombro...

 

 

(Continuará...)