miprimita.com

El secreto de Lucía - IV (y 4)

en Grandes Relatos

 

4.4 El último resplandor.

 

    Tardé un buen rato en arreglarme y salir por fin del baño, pese a no sufrir más interrupciones por

parte de mis amigas. Con la fama de tardona que me había creado en solo dos días, no me extrañó que

parecieran haberse olvidado de mí. Desde el pasillo podía oírlas, armando casi tanto escándalo como la

propia tormenta. Tronaba tan fuerte que las luces de la casa parpadeaban inquietantemente, y es que, de lo

oscuro que se había puesto, tuvimos que encenderlas antes de tiempo.

 

Encontré a las chicas en el salón, donde hasta ese momento prácticamente ni habíamos pisado. Al igual que

el resto de la casa, su decoración retrotraía a los años setenta. Iluminado desde el fondo por un ventanal

que daba al patio, a la derecha según se entraba tenía un tresillo desgastado, en el centro una mesa

pequeña y, pegado a la pared de la izquierda, el clásico aparador con su tele de panza en el medio y su

vitrina llena de vajillas y cristalería pasadas de moda, intercalado todo con recuerdos de sitios

pintorescos. Los dueños podrían haberse sacado unas pelas vendiendo todo aquello para atrezo del

"Cuéntame".

 

Mis amigas revoloteaban inquietas entorno al mueble. Como seguía haciendo calor, aunque había bajado la

temperatura, nos quedamos en bragas y camisetas de tirantes, además de descalzas aprovechando la moqueta.

Se nos veía muy graciosas vestidas así y a la que más a Patri, que al ir de verde y con su coletita rubia

parecía la personificación de "Campanilla". ¡Inspeccionaba los cajones con una ilusión...! Mireia, por su

parte, intentaba sin éxito sintonizar el televisor; con la tormenta solo se veía nieve en la pantalla. Su

camiseta era más elegante, de un morado casi negro, y le cubría hasta la cadera, igual que la de Patri. La

mía, como siempre, era un poco más larga, casi hasta medio muslo. No voy a comparar a Mireia con "Wendy"

porque, si la del cuento hubiese sido como ella, Peter Pan "nuncajamás" hubiera salido de su habitación...

Dejó un momento lo de la tele para decirles a Kata y a Beni que no rompieran nada: les había pillado

intentando abrir la cerradura de una de las puertas de la estantería con una horquilla. ¡Menuda pareja! En

su estilo, llevaban unas mini camisetas que apenas alcanzaban sus cinturas; la de Beni más ajustada, pero

la de Kata con algo de vuelo causado por sus pechazos. Las dos dejaban sus ombligos y tangas a la vista.

Unas "niñas perdidas" muy, muy sexys... "Campanilla" fue la única que se dio cuenta de mi presencia:

 

-¡Ah, Luci! Ya has acabado... ¡Ven, ven a ver esto...!

 

Patri me enseñó un cajón lleno de juegos de mesa y naipes. Por lo menos no nos íbamos a aburrir...

 

Revolviendo más encontramos también cachivaches varios como lápices, velas, bombillas... y una llavecita:

 

-Tomad, delincuentes juveniles, probad con esto -dije, acercándosela a las de la ganzúa.

 

La giraron en la cerradura con el mismo suspense que si abriesen la caja fuerte de un banco. La puerta

cedió y... ¡destellos de vidrio, dorados y plata aparecieron ante ellas! ¡Habían descubierto el tesoro del

mueble bar! Recipientes de todo tipo, clase y época relucían su roña para deleite sobre todo de las dos

"arqueólogas" principales. Distintos licores y hasta una botella de vino barato les alegraron la cara.

Patri, con un gesto bastante menos apasionado que las otras, cogió una de anís que tenía su contenido casi

evaporado, cristalizado en la rosca del tapón:

 

-¿Y qué vamos a hacer con esta mierda? ¿Ponernos a tocar como las viejas? -preguntó mientras raspaba

musicalmente las formas talladas en el cristal-. ¡Tán taratán, tán taratán...!

-¡Calla, boba! ¿No ves todo lo que hay aquí? -le cortó Beni, alargando su mano dentro del mueble-. Tenemos

ginebra... vino... brandy... ¡ron! ¡Podemos hacer cubatas!

-¡No jodas! -se alegró Kata- ¡Ya me estás poniendo uno!

-¡Eh! ¡No te pases, que estoy de vacaciones...! Pero sí, se pueden hacer algunas mezclas guapas... ¡Nos

ponemos a ello? -se arrancó Beni y empezamos a sacar las botellas. Entre lo que dejasen los dueños en su

momento y las aportaciones de la gente que había pasado por allí, había material de sobra para pillarse una

buena melopea.

 

 

    Los combinados no serían los mejores de la historia, pero al menos eran bebibles. Pudimos hacer

calimocho pocho, un cutre gin-cola y un aceptable cubata, aunque sin limón. Encontramos medio en la nevera,

pero debía llevar muerto meses. Sí, la casa necesitaba una limpieza a fondo... El problema fueron los

hielos. Las cubiteras estaban vacías, y beberse aquello caliente era imperdonable, así que...

 

-¡Hay que salir a por hielo! -ordenó Kata tal cual, en impersonal.

-¡Los cojones! -se negó Mireia-. ¿Cómo vamos a salir con la que está cayendo, si no tenemos ni paraguas?

-Pues entonces habrá que pedir a los vecinos... -dejó caer Beni a la vez que tronaba de nuevo, como en una

peli de terror. La luz volvió a temblar.

 

Se hizo el silencio. No hubo voluntarias.

 

-Ya sé. -Kata tuvo una de sus "geniales" ideas-. Patri, ¿no has dicho antes que habías encontrado una

baraja? Pásamela, "porfa".

 

Cuando vio que era una baraja francesa se le iluminaron los ojos:

 

-¡Mira, Beni! ¡Luego podemos echar un póker! ¡Qué bien...! Bueno, a lo que iba... La que saque la carta más

baja sale a pedir hielo, ¿os parece?

 

Como casi siempre, nos dejamos llevar por la hembra-alfa. Fuimos sacando cartas y, ¿adivinas quién sacó la

más baja?:

 

-¡Eh! ¡Que yo he sacado un dos y Mireia un uno! ¡La mía es más alta! -intenté hacer trampas a sabiendas,

pero no coló...

 

 

    Así que un rato después estaba en el rellano de la escalera. Allí los truenos resonaban más aún, al

igual que la lluvia, por ser el último piso. Salí más tapada, por supuesto, no me iba a ir en bragas... Con

mi vestido de verano, super mono, las sandalias y un bol para el hielo en los brazos parecía que iba a

hacer una cuestación popular... Iba con una alegría...

 

En la misma planta había dos manos más. La nuestra era la izquierda, el 5º-C. Llamé al timbre del B y nada.

Pasé al A y ni flores. Mis queridas amigas me animaron desde la puerta a seguir por los pisos inferiores.

Antes de salir les había hecho una última y lógica propuesta: «¿Por qué no hacemos nuestros propios

cubitos?»... «¡Nooo! Llevaría demasiado tiempo», me dijeron. «¡Impacientes de caca!», gruñí para mis

adentros maldiciendo mi suerte. Comenzaba ya a bajar los escalones cuando oí el ruido de una cerradura. Del

5º-B asomó una cabeza oteando el descansillo. Vio primero a las otras, todavía en el umbral de la puerta:

 

-¿Habéis llamado vosotras?

-¡No, no! ¡He sido yo! -me acerqué corriendo. Era el "amigo" de Mireia y Patri. Ya había vuelto a casa,

¡qué "bien"!-. Quería pedirle algo de hielo... es que a nosotras se nos ha acabado.

 

Me miró un momento y luego otra vez a ellas. Él tampoco parecía contento con su suerte. Hubiera preferido a

una chica más... "sugerente", como las cuatro que estaba viendo ahora. Las sonrió de forma libidinosa.

Patri y Mireia se fueron para adentro, con cara de asco; Beni y Kata le devolvieron unas sonrisas más

falsas que Judas, pero al vecino le valía; ya dije, cuando le vimos por primera vez, que el tipo no era de

los que miran a la cara. Solo veía esas camisetitas marcapezones que dejaban al aire sus ombligos y, sobre

todo, sus tanguitas... Suspiró y, diciendo un «anda, pasa» con gesto desganado, me dejó entrar. Miré un

segundo a mis dos "amigas", que se despedían de mí descojonándose, con los pulgares en alto. Me hubiera

gustado decirles que me vengasen si no salía de allí... o que si salía de allí yo misma me vengaría de

ellas, quién sabe. Entré.

 

El vecino iba delante de mí. En bata y zapatillas. Teniendo en cuenta que todavía haría unos veinte grados,

era un poco extraño. Pero viendo sus pantorrillas blancuzcas al aire y su pecho lobo, supuse lo que llevaba

debajo o, mejor dicho, lo que no llevaba... Se metió a la derecha, en la cocina, cogiéndome antes el bol.

Yo me quedé en el recibidor, algo cohibida. Y algo asqueada, porque olía... Una mezcla de fritanga de

pescado y sudor; una delicia para el olfato. El tipo se puso a rebuscar en el congelador, tapado por la

puerta de la nevera. Mientras me contaba que en todo el edificio sólo vivían dos vecinos más y que el resto

eran pisos vacíos para alquilar en verano, pude echar un rápido vistazo alrededor mío. Su casa tenía una

distribución opuesta a la nuestra. A la izquierda estaba la sala, y se vislumbraba la tele encendida pero

sin sonido. Me pareció raro, porque Mireia no había conseguido sintonizar nada. Mi curiosidad me pudo, como

siempre. Me escabullí con dos rápidos pasos más adentro, a lo "agente Scully" y descubrí... ¡A su madre

disecada viendo la telenovela! No, es broma, perdona, no he podido contenerme... Lo que vi fue algo más

impactante; un verdadero "expediente-X": la imagen congelada de una polla en primer plano, y la cara de una

rubia al lado, en actitud de ir a comérsela. «¡Está viendo una peli porno...! ¡Qué guarrete!». Y guarrete

también por cómo tenía el salón. Estaba claro que le había pillado en el mejor momento... Volví enseguida a

la cocina porque me llamaba para devolverme el bol. La verdad es que fue generoso; lo llenó hasta arriba:

 

-Toma maja -esta vez sí que me miró a la cara. La suya era desaliñada; sin afeitar y con el pelo lacio y

descuidado, algo largo. La mirada fija, bizqueaba un poco. Y una gran sonrisa forzada. Un poco inquietante,

en conjunto. No sé por qué pero se me hacía familiar-. Es que estáis de fiesta, ¿verdad?

-Bueno... sí. Es para los refrescos -mentí. No me pareció buena idea que supiese que nos íbamos a

emborrachar.

-Ya... Os tenéis que divertir, que estáis en la mejor edad... -tenía un tono al decir las cosas que ni

queriendo podría ser más desagradable. Y la cosa es que su cara me recordaba a alguien, pero ¿a quién?-. ¿Y

no queréis licor o cerveza?

-No, ya tenemos... -«¡Mierda!, ¡qué torpe soy!». ¡Es que su mirada me ponía nerviosa!-. Ya tenemos cerveza.

Cerveza sin alcohol. No nos gusta... el alcohol -«Me temo que este año tampoco me van a dar el Oscar a la

mejor interpretación...».

-¡Qué formales...! Bueno, pues si queréis algo más... ya sabéis. Que os divirtáis.

 

Salí de allí triunfante con mis hielos y, sobre todo, pudiendo volver a respirar por la nariz... De vuelta

al piso, las chicas me frieron a preguntas:

 

-Pues no sé si debería contaros algo... Cómo no habéis querido venir... -les contesté sarcásticamente,

parafraseando a Kata. «¡Chúpate esa, "Miss Tetas perfectas"!».

-¡Venga! Déjate de chorradas y cuenta -me apremió la susodicha.

-¡Que no!

-Vale, pues pásame los hielos.

-Bueeeeno, si insistes, lo contaré -la psicología negativa siempre funciona conmigo-. ¡Está viendo una peli

porno!... ¡Y huele fatal!... ¡Y va en bata!... ¡Y...!

-Para qué habré preguntado nada...

 

 

    Después de confirmarles que la imagen de salido de aquel hombre se correspondía con la realidad,

culminamos los combinados "on the rocks" como está mandao. Y procedimos a catarlos, claro. Con el hielo y

la cola entraban taaaan fácil... Patri que, por sus pruebas de atletismo, había estado el día anterior a

zumos y bebidas "sin" (aparte de alguna cerveza, "of course"), nos sorprendió pimplándose un cubata:

 

-Es que mañana no tengo que entrenar... ¡Mmmm! Está bueno.

-Sí, pero no te lo tomes tan rápido que, aunque parece que no, le pega bien -le avisó Mireia.

 

Patri se estaba confiando por el subidón que le daba la cola, pero cuando llegase el alcohol con el mazo,

sería otra historia. Las demás bebimos lo habitual en cada una en cuanto a cantidad, aunque las mezclas las

probamos casi todas. Las que no perdonaban una eran, como supondrás, Kata y Beni. La primera hacia honor a

su diminutivo dándole a todo lo que estuviese en estado líquido. ¡Vaya hígado!

 

Así que, casi sin darnos cuenta, nos cogimos un buen pedillo, por supuesto. Y ahora que sabíamos que el

edificio estaba prácticamente vacío y que al vecino de al lado no le importaba, sintonizamos música en un

transistor y nos pusimos a bailar y a destrozar canciones, porque aquello no era cantar (ni la SGAE se

hubiera rebajado a cobrar por nuestras versiones. Bueno, cobrarlas sí; reconocerlas, lo dudo). Mientras,

veíamos los relámpagos y algún que otro rayo lejano caer en medio de la tempestad, a través del mirador de

la cocina. Cada vez que pasaba eso se interrumpía durante unos segundos la transmisión, quedándonos a la

espera del correspondiente trueno para recibirlo con un coral «¡TOOOMAAA!». Algunas, no daré nombres, los

imitaban de distintas formas (sí, amigos y amigas, las tías buenas también sueltan gases, ¡y de qué

forma!). Sin duda, "Chewbacca" Kata fue la ganadora de la competición.

 

 

    La larga tarde iba llegando a su fin y, aunque no dejaba de llover, los truenos parecían alejarse,

espaciando su frecuencia. La tormenta amainaba y decidimos celebrarlo calentándonos la pizza. Con nuestra

deliciosa "cuatro estaciones" en una mano y bebida fría en la otra escuchábamos los últimos truenos

lejanos. Simples murmullos comparados con los anteriores; apenas conseguían hacer oscilar levemente la luz.

Nos miramos sonrientes, había pasado lo peor...

 

Entonces ocurrió. Un destello iluminando el cielo, seguido de un zambombazo tremendo que hizo vibrar el

piso, nos sobresaltó a todas. Y la luz se fue...

 

 

 

4.5 ¿Qué pasará, qué misterio habrá...?

 

    Ladridos de perros y sirenas antirrobo se oían afuera, por todas partes, atravesando el repiqueteo

de la lluvia. Hubo unos momentos de risas nerviosas y barullo general, esperando que la luz volviera, pero

nada. El rayo había caído muy cerca y debía de haberse cargado algún transformador. La luz de la calle

también brillaba por su ausencia. Sólo quedaba el resplandor del crepúsculo, recortando la silueta de los

edificios en penumbra. Cundió la alarma, hasta que en medio del desastre un haz de esperanza nos iluminó a

todas. Era el móvil de Kata:

 

-A ver... Tranquilidad... Que enseguida lo arreglarán y...

-¡Espera! ¡Pásame el móvil! -le cortó Patri y se fue para la sala iluminándose con él. Se había acordado de

que en el mueble había velas.

 

Eran solo cuatro largas velas rojas decorativas, de esas que llaman "salomónicas" por su forma helicoidal,

pero estaban prácticamente nuevas. La verdad es que su diseño sugería otros usos más íntimos... Patri

encontró también sus complementos, una pareja de candelabros plateados de dos brazos, y al poco conseguimos

iluminar la estancia.

 

-No se ve mucho... -dijo Mireia. La chica seguía un poco negativa.

-Depende. A mí me parece que crea ambiente -opinó Beni.

-Sí, un ambiente super romántico... -insistió Mireia con ironía.

-Pues a mí me mola bastante -replicó Patri. Ella, en cambio, estaba de subidón. ¡Qué maja!

 

La verdad es que la luz era pobre, con esa reverberación de la llama que crea sombras temblorosas. Pero por

otro lado era cálida y daba rollo hogareño. Así que nos fuimos a la sala, en torno a las velas, con

nuestras bebidas y algo de fumar, esperando repantingadas en el sofá y los sillones a que restablecieran la

electricidad. Matamos el tiempo recordando anécdotas de situaciones parecidas y, prácticamente sin darnos

cuenta, llevadas por la atmósfera que se había creado, nos adentramos en las que daban más miedo. Acabamos

contando las típicas leyendas urbanas que todo el mundo sabe, pero que en aquella situación tenían un sabor

especial. Con la tormenta todavía dando guerra ahí fuera y rodeadas de la oscuridad del inicio de la noche,

te aseguro que las historias que contamos nos produjeron algún que otro escalofrío. A mí se me ocurrió

narrarles una "basada en hechos reales": el terrorífico relato de una chica que iba a ver un piso de

alquiler en un edificio vacío, y se quedaba encerrada allí, perseguida por el único vecino del inmueble

(que no les dije que iba en bata y zapatillas para no romper la tensión). Un argumento de lo más original,

ya ves. Estaba toda metida en el cenit de la historia, con la audiencia intrigada por el desenlace, cuando

nos sobresaltaron unos golpes "¡POM, POM, POM!":

 

-¡Ya te vale, Luci! ¡Vaya susto! -saltó Patri.

-Yo no he sido.

-¡Venga ya! Si tienes la mano detrás del sillón... -dijo Kata con tono descreído-. Le estás dando golpes a

la pared. ¡No te quedes con nosotras...!

-¡Que no he sido yo, joder! ¡Que ha sido en la puerta! -y era verdad. Al otro lado de la pared que había

tras de mí estaba el recibidor.

-Sí, claro... ¡Qué truco más viejo! Pues entonces ve a ver quién es.

 

Fui hasta la puerta, flipando por mi falta de credibilidad entre mis amigas, y eché un vistazo por la

mirilla. Como es lógico aquello estaba más negro que el sobaco de un grillo. Pero, aun así, notaba una

presencia... Sí, algo había ahí afuera, era como un...

 

-¡UUAAAAAAAAHHHHHH! ¡MAMÁAAAA!

 

Di un bote hacia atrás y salí corriendo hacia la sala como una niña pequeña. Me quedé pegadita a la pared,

tapándome la boca y con los ojos como platos. Lo que había visto era una luz espectral alumbrando

repentinamente un rostro deforme que, pegado a la puerta, parecía buscar la forma de entrar. ¡Estaba

cagada!

 

-¡Joder Lucía, qué histérica! -se levantaron todas, asustadas por mis gritos. O, más bien, avergonzadas.

-¡Ya vale con la broma! ¡Que nos van a venir los vecinos! -se me cabreó Kata. Y justo entonces... "¡POM,

POM, POM!"

 

Nos quedamos quietas mirando hacia la puerta. Una voz al otro lado, que no podía ser más desagradable

aunque quisiera, nos gritó: «¡Soy el vecino de al lado! ¿Estáis bien?». Kata fue a abrir, echándome una

mirada asesina, mientras yo le hacía gestos de que no lo hiciera, pero ni caso. Le abrió:

 

-¡Hola, qué tal? He oído gritos y... -«¡Sí, los que me has hecho dar tú, so payaso!».

 

Ante nosotras se presentó aquel impresentable, con las mismas pintas de antes y la misma inquietante

sonrisa. Una sonrisa tan forzada que parecía la del "Joker" de Batman... «¡Joder! Ya sé a quién me

recuerda... Se parece a Jack Nicholson de joven, ¡ja,ja!». El muy imbécil portaba una linterna y, supongo

que para que le reconociéramos, se alumbraba la cara desde abajo, esa cara que ya de por sí era difícil de

ver... Si sumaba a eso el efecto "ojo de pez" de la mirilla y a que debía de tener la oreja pegada a la

puerta, tenía a mi "monstruo". Ahora me da vergüenza contarlo, pero había que estar allí, jugándose la

vida...

 

-No, estamos bien. Solo nos divertíamos -le fue despachando Kata. Además, para que se le quitase la

tontería (cosa harto difícil), le informó de que teníamos móvil, aunque no tengo claro si lo hizo para que

supiera que podíamos pedir ayuda o más bien que podíamos usarlo como arma arrojadiza, porque la verdad es

que pesaba lo suyo.

 

Mientras Kata hablaba, el otro la enfocaba con la linterna, y no a la cara precisamente. El anormal la

dirigía allí adonde miraba, así que era fácil imaginar lo que estaría pensando: «La pava alta está

buenísima, pero esa rubia de pelo corto... que caderas tiene, la hijaputa. Y esa morena, qué guapa, qué

ojazos, y qué cuerpo... Y qué cara de mala ostia, por cierto. Como la de la rubita. Está delgada, pero

tiene un polvo... ¿Y esa que se esconde? ¡Si es mi amiga del bol de hielos, ja, ja, ja! ¡Qué cara de cagada

tiene la pobre! Pero viste muy mona, eso sí. Hice bien en esconder a mamá en el dormitorio, la podría haber

visto. Sí madre, sí... a esta la dejaremos para el final, ¡juas, juas, juas...! (risa maligna)».

 

¡No! ¡No me digas que no! Que seguro que pensaba algo así. Las típicas paranoias de los psicópatas...

Porque, bromas aparte, el tío no parecía muy normal. Estaba empeñado en dejarnos una lámpara de camping,

pero le dijimos que no hacía falta. No queríamos deberle nada más. Cuando por fin se fue, Kata se volvió

para echarme la bronca:

 

-¡Pero a ti que te pasa con este tío para que te asuste tanto? ¿Es por sus pintas? Porque en bata, hasta

George Clooney tira para atrás...

-¡Ja, qué "graciosa"! Me he asustado porque le he visto de repente, pegado a la puerta, como intentando

escucharnos... Seguro que ha venido a ver si estábamos borrachas o fumadas o...

-¡Halaaa! ¡Venga ya, por favor...! -me cortó, negando con la cabeza.

-En serio, ¿no te parece raro que venga con lo de la lámpara casi una hora después del apagón?

-¡Lo que me parece a mí es que es un salido! -intervino Mireia, sin poder contenerse.

-¡Salidos están todos, tía! -se burló Beni.

-¡Que sí, coño! -insistió-. ¡Que es un cerdo!

-Sois unas exageradas -nos reprochó Kata-. Siempre con miedos...

-¡Yo no tengo miedo! -exclamé, muy digna-. Solo ha sido que no me lo esperaba y...

-Por cierto... -me interrumpió Patri, sonriendo malévolamente-. Antes, cuando has gritado, ¿has dicho

"mamá", o me lo ha parecido a mí?

-...Sí, ¡ejem!, lo he dicho?... No me acuerdo...

-¡Ja, ja, ja! ¡Claro que sí! ¡Qué pringada! ¡Ja, ja, ja! -Patri no es de las que desaprovecha un vacile,

no. De verdad, con amigas así...

 

Pero al menos eso le dio una buena idea a Kata:

 

-Pues ya que dices de madres... Como estáis tan "alteradas", ¿no queréis llamar a casa, no vaya a ser que

estén preocupadas? -nos preguntó con cierto tonillo de sorna, ofreciéndonos su móvil.

 

Beni y ella misma pasaron, pero las otras tres lo usamos agradecidas y emocionadas, como se demostró en

nuestras conversaciones familiares:

 

-Hola mamá, soy yo... Sí, estoy bien... Sí, he comido bien... ¿Pero cómo "que no coja frío"? ¡Que hace más

de veinte grados, mamá, por favor!... ¡Venga!, ya nos vemos mañana, adiós...

 

Y es que a los diecisiete se echa taaanto de menos a la familia...

Mireia llamó la última, con una conversación parecida, pero cuando terminó se quedó un poco apagada. Kata

se dio cuenta del por qué:

 

-¡Anda! Vuelve a llamar. Y ya sabes a quién... -le dijo, pasándole un brazo por los hombros-. Que tú no

eres así de seria, ¡coño! -y le dio un cariñoso beso en la sien.

-Pero... no quiero abusar -dudó Mireia, ablandándose-. ¿Cuánto te va a costar esto?

-Tú tranquila, que me van a cobrar lo mismo aunque no lo use. Y cómo no tenéis móvil casi no lo hago... Así

que llama y no te preocupes de nada.

-Gracias, guapa. Eres la mejor... -y le devolvió el beso.

 

 

    Mireia marchó a su habitación, a tener una conversación más íntima con quien tanto echaba de

menos... Se fue iluminándose el camino con el propio móvil. Con tanta exhibición del aparato daban ganas de

comprarse uno, por cierto. Las otras cuatro nos quedamos en la sala, bebiendo, fumando, picoteando y

escuchando música, mientras inspeccionábamos los juegos que encontró Patri. Entre que a algunos les

faltaban piezas y otros nos parecían algo infantiles, al final nos decidimos por las cartas, sobre todo por

las ganas que tenían las más macarras de echar un póker. Todas habíamos jugado alguna vez, pero las

verdaderas "profesionales" eran ellas. Por suerte teníamos un libro sobre juegos de naipes para

refrescarnos la memoria, y podíamos practicar hasta que Mireia terminara. Estaba chulo porque el juego

incluía tapete y fichas. Aun así, Beni propuso otras formas de pago, aunque supuse que en broma:

 

-Podríamos jugar un "strip-póker", ¿no queréis?

-¡Venga ya! Con la poca ropa que llevamos no iba a durar mucho la partida -dije para quitárselo de la

cabeza, por si acaso.

-Sí, Beni. Eso déjalo para cuando halla tíos, que esos fijo que no se niegan -me ayudó Kata.

-Cómo lo sabes... -aseveró la otra guiñándole un ojo.

 

Había estado cerca... Aproveché el momento para coger uno de los candelabros e irme al baño a echar un meo,

y también, como siempre, para asegurar "la zona", no fuera a ser que cambiasen de opinión. Al pasar por

delante del cuarto de Mireia pude escucharla. Tenía la puerta casi cerrada, pero se la oía bien, hablando

de forma acaramelada con su novio... Debía haberle dado el número de teléfono de su trabajo, por lo que se

veía, porque nos había dicho que el chaval estaba de vigilante nocturno en unos grandes almacenes.

 

Cuando terminé en el váter y volví a pasar, llena de curiosidad, apagué las velas para cotillear a gusto.

Quedé en una oscuridad casi total, rota solo por el leve resplandor proveniente de la sala. Mireia hablaba,

como suele pasar al usar el móvil, algo más alto de lo que ella creía. Su tono era ahora cálido e íntimo:

 

-...Sí, cari... ¡ja, ja!... ¡Nooo! ¿Cómo voy a hacer eso ahora?... ¡Hazlo tú!... ¡Valee!, pero tú también,

que a tí tampoco te va a ver nadie... ¡ji, ji, ji!... Sí, me las estoy quitando... ¡Jo, tío, qué

corteeee!... ¿Y tú?, ¿te la has sacado ya?... Como te pillen... ¡Ja, ja, ja!, ¡No!... sí, les vas a dar

envidia, ¡ja, ja!... No, no creo que me oigan...

 

¿Estaban haciendo lo que yo creía que hacían? Pegué más la oreja, porque Mireia bajó un poco el volumen:

 

-...Ya lo estoy haciendo... ¿Qué va a ser, bobo?... ¿Que te lo susurre al oído...? ¡Qué tonto!... ¡Síii! Me

estoy tocando...  Me estoy pasando los dedos por el coño, ¿te gusta?... ¿te gusta cómo lo hago, cabrón?...

Ahora menéatela para mí, venga, date caña... Sí, así, arriba y abajo... ¡Pero qué cerdo eres, ja, ja!...

Sí, me estas poniendo... ¡Qué malo eres...! Como si estuvieses aquí, ¡Mmmua!... Así, bésame... ¡Mmmuaa!...

¡Mmmm!...

 

La cosa se fue poniendo caliente y enseguida las palabras dieron paso a una respiración profunda bastante

explícita. Ya no tenía nada que ver allí, literalmente, así que me fui para la sala antes de que Mireia me

contagiase el calentón. Una vez más, "apenas" se extrañaron de mi tardanza:

 

-¿Qué? ¿Se te han apagado la velas y te has perdido, no me digas más...! -me dijo Kata cogiéndome el

candelabro para encenderlas otra vez con su mechero-. ¡Da una oportunidad a las demás, maja, que parece que

el váter es tuyo!

 

No esperó contestación porque debía estar reventando y se fue corriendo. Pese a la reprimenda, ella también

tardó un ratito en volver, riéndose por lo bajo:

 

-¡Ji, ji, ji! Menuda conversación se trae Mireia... Si lo sé le digo que el móvil tiene modo vibración...  

 

«¿"Modo vibración"?... Definitivamente, tengo que comprarme un móvil...».

 

 

 

    Seguíamos en la sala, repasando las reglas del póker, cuando un haz luminoso proveniente del patio

cruzó la estancia, iluminando durante un par de segundos la zona del aparador. Parecía como si alguien

intentara ver qué hacíamos. Extrañadas, nos acercamos a observar por el ventanal. Afuera todo era negrura,

y al haber más luz dentro del salón que en el exterior, solo conseguíamos vernos reflejadas en el cristal.

No oímos volver a Mireia:

 

-¿Qué pasa? ¿Ha vuelto la luz? -nos preguntó acercándose a nosotras.

-¡Eh? -se giró Kata-. No, es que nos ha parecido que nos iluminaban desde alguna ventana.

 

Las ventanas a las que se refería quedaban a la derecha, perpendiculares a nuestra fachada, y solo podían

ser las del vecino. Si había sido él ya había apagado el foco, la linterna o lo que quiera que usase.

Intencionado o no, nos dejó un poco mosqueadas. Hubo división de opiniones: para Beni y Kata era accidental

y para el resto, el vecino salido intentando espiarnos o queriendo atraernos a la ventana, que es lo que

realmente había conseguido. Las otras no le veían peligro, pero yo, que soy más cagueta, no me fiaba y así

lo dije, aunque quizá exageré un poquito:

 

-Y con esa cara de loco que tiene... Si parece Jack Nicholson en "El resplandor" -síii, tenía que

decirlo...

-¡Buenoooo, ya está "La películas"! -Kata intentaba desacreditarme usando un mote que me pusieron por mi

afición a recordar películas y tal. Todo infundios sin fundamento; no te creas nada.

-Si solo le faltó decirnos "¡Aquí está Johnny!" cuando le abriste la puerta -insistí-. ¡Jó, que no!

-¡Hala, por favor...! Creo que has bebido demasiado, Luci -me dijo. ¡Ella!, que se había hecho hasta un

"sol y sombra" por terminar el anís, no te digo más...

 

A eso que Patri empezó a partirse el culo ella sola:

 

-¿Y a ésta, qué le pasa ahora? -a Kata le crecíamos las enanas.

-Jack...¡Ja, ja, ja! Jack Nicholson... ¡Ja, ja, ja! ¡Es verdad!... -Patri, a la que también le gustan las

pelis de terror, había caído por fin en el parecido "razonable".

-¿A qué sí? Y seguro que se está pajeando ahora mismo a nuestra costa -volví a insistir.

-Síiii ¡Ja, ja, ja! Es que me lo estoy imaginando... ¡Ja, ja, ja!... haciéndose la gayola con el careto que

pone el Nicholson en la última escena... ¡Jua, jua, jua!... ¡Me parto!... ¡Jua, jua, jua!

-Pues yo no le veo la gracia... -dijo Kata toda seria. Normal, porque no tiene ni puta idea de cine.

-Ahora en serio... -corté, intentando que me hicieran caso-. Nos esté espiando o no, si nos quedamos cerca

del ventanal nos verá.

-¡Pues que nos vea! ¡A mi no me quita nadie de divertirme! -gritó Kata proclamando sus derechos-. ¡Nos ha

jodido!

 

Y dicho y hecho. Le pegó un trago a su cubata, subió la música del transistor y se puso a bailar sola,

brazos en alto, al lado de la ventana. Las que no creíamos que fuera buena idea nos quedamos mirándola;

Patri, sonriente, dándole otro sorbito a su cubalibre, y Mireia pareciendo dudar de arrancarse o no. La que

no se lo pensó dos veces fue Beni, que se lanzó a danzar a su lado...

 

 

 

4.6 Puede ser mi gran noche.

 

    Las improvisadas gogos se contoneaban en un sensual pseudo "twist" al estilo "Pulp Fiction",

mirándose a los ojos y pasándose los dedos índice y corazón por delante de ellos. Sus cuerpos pibotaban

sobre las puntas de sus pies desnudos, flexionando las piernas para agacharse y volverse a levantar al son

de la melodía. La emisora que sintonizábamos daba canciones de los sesenta y setenta, en armonía con la

casa, y temazos como "Wild thing" o "Summer in the city" ayudaron a que las demás comenzáramos a bajar la

guardia y nos dejáramos llevar viéndolas danzar tan sugerentemente. Movían con ritmo las caderas; cintura

al aire y culos prietos, apenas tapados por sus tanguitas. Lo hacían bien cerca del cristal, desafiando al

mirón, si es que lo había. Las manos descendían ahora por su talle, repasando de forma morbosa todas sus

curvas. No tardaron en llegar al faldón de sus mini camisetas para, agarrándolo, remangárselas poco a poco

al compás de la música, dejando al descubierto su torso justo por debajo de los pezones. La curva inferior

de sus pechos quedó a la vista como si fuera un escote invertido, formando un insinuante y sensual

canalillo.

 

Danzaron así otro poco, jugando a provocar; amagando un tapo-destapo, enseño-no enseño, hasta que,

finalmente, ¡se sacaron del todo las camisetas para seguir bailando, medio desnudas, en tetas y bragas!

Kata nos jaleó para que nos uniéramos a ellas: «¡Venga! ¡No seáis sosas, coño!». Mireia, ya mucho más

relajada por la bebida y sobre todo por la llamada, se animó... Una gran sonrisa se fue dibujando en su

rostro y, quitándose su camisola, dejó sus pechos libres y se unió al baile, volviendo a ser la tía

enrollada de siempre. Patri, que ya llevaba un buen rato sin necesidad de que nadie la animara, también se

puso rápidamente en "topless" y la siguió en el mismo estado de "alegría"...

 

Con mis cuatro amigas bailando twist en bragas, yo me dije «¿Por qué no? ¡Que le den por culo a ese

imbécil!». O, repitiendo las palabras de Kata pero a lo "Braveheart": «¡Podrá vernos en tetas, pero nunca

nos quitará nuestra libertad!» (nuestra libertad de despelotarnos, quiero decir...). Me saqué la camiseta y

allá que fui a danzar con ellas. Si la emisora hubiese dado también música de los ochenta podría haber

sonado tranquilamente el "Girls just want to have fun" de Cindy Lauper, porque eso era lo que queríamos,

¡diversión!

 

No ganaríamos un concurso de baile, pero ¡lo que nos pudimos reír! ¡Y qué desahogo y qué sensación de

felicidad! El vecino tenía que estar muy contento con lo que veía, pero me daba igual. Ya estaba, al igual

que el resto, bastante desinhibida y despreocupada del tema. Seguimos bailando, cada una a nuestra bola.

Kata y Beni, por ejemplo, echando los brazos hacia atrás y contoneando los hombros, hacían vibrar sus

tetas. Las meneaban que daba gusto verlas. Igual que si tuvieran la coreografía ensayada, iban haciendo los

mismos movimientos, en espejo, acercándose cada vez más la una a la otra. Pronto sus senos se bamboleaban

casi rozándose, hasta que, al grito de "¡Pechito con pechito!" (todo un eufemismo en este caso) por parte

de Kata, los hicieron chocar, golpeando unos contra otros supersensualmente. Era de cachondeo, pero no veas

como ponía verlo... Luego Kata quiso hacer la misma gracia con las tres que faltábamos. Empezó por Patri.

Ver el roce de las tetazas de Kata contra los pechitos casi inmóviles de la rubita era casi cómico, hasta

que observé lo tiesos que le había puesto los pezones. Sí, parecía que Patri se había excitado un poquito y

verlo me estaba calentando a mi también, aunque tuviera el "tema" bien cogido y preparado. Siguió contra

Mireia. El choque de masas estaba aquí equiparado... ¡Dos pares de tetas grandes chocando entre sí, como si

luchasen por la hegemonía del mundo tetil! ¡Los oprimían con unas ganas...! ¡Impresionante!, y muy cachondo

también. Después Kata se vino hacia mí, bamboleando sus bazongas amenazadoramente. No tenía escapatoria, y

no es que no desease hacerlo, al contrario, pero temía las consecuencias. Casi me había acostumbrado ya a

ver a mis amigas en "topless" sin apenas inmutarme, pero tocarnos... eso me hubiera supuesto más turbación.

Si no hubiese estado Beni, ni el puto vecino, seguro que me hubiera desmelenado, pero con ellos... No podía

arriesgarme a que me descubriesen toda empalmada, pero ¿qué podía hacer? Parecía que nada me iba a salvar

hasta que, en el último momento, a Patri se le fue la olla. Sin que las demás nos diésemos cuenta, se sacó

las bragas y, blandiéndolas en una mano, se puso a dar saltos como loca, completamente en bolas:

 

-¡Yujuuu! ¡Fiestaaa! -gritaba toda feliz la tía, igual que una cría (que lo era), al lado de la ventana,

demostrando a quien pudiera verla que era rubia natural. Luego, abriendo los brazos, se pegó al cristal

para restregar sus pechos desnudos contra él, susurrando-. ¡Qué fresquitooo! ¡Mmmmmm!

 

Kata, que a todo esto estaba ya casi tocándome, se volvió hacia ella mirándola con cara divertida.

Conociéndola, estuve segura de que iba a hacer lo mismo de un momento a otro. «¡A que acabamos todas en

pelotas?». ¡No, no! ¡Debía evitarlo a toda costa! Por suerte tenía la excusa del vecino mirón; escudarme en

que una cosa era divertirnos y otra regalarle un show pornográfico. Así que junto con Mireia, que parecía

opinar lo mismo que yo, quise detener a Patri antes de que fuera a más en su despiporre. La intentamos

apartar de la ventana pero no se dejaba; estaba juguetona y no paraba de moverse. Aparte que agarrarla así,

toda desnuda, me daba algo de pudor por no decir calentón. ¡Vamos, que se me iban los ojos a su culete y a

su chochito! Al final, evitando mirarle ahí, me fui a por ella; ella a su vez se echó hacia mí por esquivar

a Mireia y acabamos chocando las dos de forma ridícula. Caímos abrazadas sobre la moqueta, cara a cara...

Se me quedó mirando con una carita de felicidad tan simpática... Fue solo un segundo, pero un segundo

eterno, de los que se te quedan grabados en la retina. Me dieron unas ganas de besarla...

 

-Patri... -le dije cuando volví a la realidad, mientras nos levantábamos del suelo-. Ese tío nos podría

estar grabando...

-¡Otra vez no! -Kata estaba harta de mis paranoias-. ¡No seas cortarrollos, cojones! -sí, por su cabreo

tuve claro que la siguiente en despelotarse hubiera sido ella.

-¡Que tiene video! Podría tener una cámara también, joder! -exageré, pero era una posibilidad real.

-¡Pero qué dices? -se asustó un poco Mireia-. ¿En serio?

-Síiii. Ya os lo dije antes.

-Pero con esta luz no creo que pudiera... -caviló ella-. Igual por eso estaba tan empeñado en dejarnos una

lámpara.

-¡Puf!... ¡Pues qué mierda...! Está bien -se dio por vencida Kata, imaginando seguramente por qué me ponía

tan pesada-. Pasemos del tema. Vámonos a la cocina y empezamos con el póker de una vez, que también hay

ganas... ¡En fin...!

 

 

    Nos pusimos otra vez las camisetas y nos fuimos para allá a comenzar la timba. La mesa de la cocina

era alta y más larga que ancha, así que nos sentamos: Mireia al fondo, en la cabecera, porque era la que

iba a repàrtir las cartas, y las demás enfrentadas, Kata a Beni y Patri a mí, más cercanas a la puerta. Se

encendieron más cigarrillos y porros, que crearon una nebulosa atmósfera de garito, e iniciamos la partida.

 

Kata comenzó muy sobradilla. En la primera mano nos soltó cuatro ases toda chula, marcándose un póker como

si nada; pero cuando estaba alargando los brazos para recoger las fichas...

 

-Espera. Creo que aquí tengo algo... A ver... un ocho, un nueve, un diez, una jota y... una reina. Y con el

mismo "simbolito" ¿Eso es "algo", verdad? -pregunté haciéndome la ingenua.- Creo que gana a tus "unos".

-Escalera de color... -masculló entre dientes Kata mientras yo recogía mis ganancias-. ¡Qué hija de...!

-¡Toma! Para que te compres algo bonito... -le solté la típica frase a la vez que le lanzaba una ficha de

mi montón a su esquina...

-¡Ja, qué bueno! -me rió la gracia Beni.

-Sí. Es que Luci es "la polla"... -¡vaya hachazo!, ¡qué mal perder! Y añadió-. La suerte del principiante,

nada más... -me devolvió otro topicazo, pero con una mala baba...

 

La mirada que me lanzó es de las que no se olvidan. ¡Hice "amiga" para el resto de la noche! ¡Iba a por mí,

la cabrona! Ya le había fastidiado la diversión en la sala y no iba a dejar que le amargase también el

póker. Así que se fueron sucediendo las jugadas y, quitando esporádicas victorias del resto, sobre todo de

Beni, Kata nos arrasaba. Mi montón de fichas iba menguando por momentos. Estaba claro que aquellas dos, con

tanta partida de strip-póker, habían tenido que aprender a jugar bien por cojones. Me imaginaba a los

pobres tipos que apostasen contra ellas; les debían quitar hasta los empastes antes de que alguna se

hubiese sacado ni un zapato. Menos mal que no era dinero real...

 

 

    Y en esas estaba, calculando lo que me iban a durar las fichas que me quedaban, cuando noté un

rocecillo en la pierna. Miré a Patri, porque por la posición solo podía ser ella. Quizás intentaba hacerme

una seña, pero no me miraba. Sería sin querer. Al poco, su pie volvió a rozarme, ahora claramente aposta.

¿Qué coño quería? ¿Me tenía que fijar en algo? Ella sonreía simulando seguir el juego, pero su pinrel ya no

es que me rozara, si no que, directamente, me acariciaba el tobillo. Y enseguida siguió haciéndolo por mi

pantorrilla... mi rodilla... mi muslo... mi... ¡mi pubis! ¡Me metió el pie en la entrepierna! ¡La madre que

la parió! ¿Qué "qué coño quería"? ¡Evidentemente el mío! Eché el culo involuntariamente hacia atrás,

haciendo chirriar la silla... Las demás seguían al juego y no se dieron cuenta de mi careto de sorpresa.

Patri retiró el pie, pero le seguí notando la sonrisilla traviesa en la cara. «¿Quieres jugar, eh? Pues

vamos a jugar...». Acerqué más la silla a la mesa y me quedé con el estómago pegado a ella. Por mi altura

prácticamente reposaba mis pechis en la tabla, pero de esa forma conseguía evitar que Beni, a mi derecha,

me viese de cintura para abajo. Patri se dio cuenta de mi movimiento y volvió al ataque. Su piececillo

retomó el camino que ya conocía y llegó enseguida a las puertas de mi vulva, en realidad tapada por mi

pene. Como esta vez ya lo esperaba, le di la bienvenida abriéndome un poco de piernas. Cuando el

"ratoncito" se puso a llamar a la puerta, con un rápido movimiento cerré la trampa sobre él. El pie de

Patri quedó atrapado entre mis muslos, luchando por escapar. «¡Te pillé, je, je!». Ahora era yo la que

sonreía. De reojo vi que giraba la cabeza hacia mí, sorprendida. Se le escapó una risita por lo bajo que

hizo creer a las otras que llevaba cartas buenas. Con gesto de suficiencia, Kata le soltó otra frase típica

del póker: «En toda partida hay un pardillo, y si no lo encuentras es que el pardillo eres tú», y se

retiró, al igual que las demás, dejando que Patri ganase esa mano. Se ufanó de haber minimizado las

pérdidas, pero cuando vio el pedazo de farol involuntario que llevaba la rubia, echó humo. Más que por las

fichas que perdió, se cabreó por quedar ella misma como la auténtica pardilla; le estuvo bien, por bocazas.

 

Pero a Patri le interesaban cosas más "profundas". Mientras en la "superficie" las dos fingíamos estar

atentas al juego, bajo la mesa seguíamos desarrollando nuestra propia partida. Su pie revoltoso me

acariciaba ya el paquete, no sé si buscando mi raja o queriendo hacer lo que estaba haciendo, que no era

otra cosa que engrosar mi pene. Seguía bien colocadito, remetido hacia atrás y sujetado en la punta por el

esparadrapo, pero engordaba por momentos. Era un poco incómodo y, por una vez, me hubiera gustado que se

soltase solo pero, como no sabía si eso iba a pasar, lo tendría que liberar yo misma. Y es que quería

disfrutar del momento, ¡qué leches! Aprovechar que Patri estaba en el mismo plan que hacía un año en el

ático; igual de "simpática". Era elección suya y aparte, mi conciencia a aquellas horas ya había abandonado

el edificio. Y si llegase a volver la iba a mandar a la mierda, me daba igual; llevaba demasiado tiempo

conteniéndome. Ahora que estaba a salvo de miradas no me iba a fastidiar la diversión... Y es que, por fin,

podría ser mi gran noche; mi noche especial...

 

Así pues, antes de que la cosa fuera a más, aproveché un receso entre mano y mano para coger uno de los

candelabros e irme al baño a quitarme la cinta. Iba tranquila, porque la camiseta me tapaba bien. Me saqué

el esparadrapo sin problema, dejando libre mi polla ya morcillona, y volví a la cocina. Vista desde el

umbral, la escena parecía un cuadro tenebrista: con los candelabros encima de la mesa, todo lo que había

bajo ésta quedaba en oscuridad total. Hubiera hecho falta llevar un casco de minero para descubrir en qué

andábamos metidas.

 

Reanudamos las partidas, aunque, evidentemente, a mí me interesaba mucho más la que me traía con Patri.

Seguía con la sonrisa en la cara, haciendo como si aquello no fuera con ella. Yo me senté en la misma

postura de antes y, sin que ninguna se diera cuenta, bajé una mano para poner mi pene en posición.

Básicamente dejé que se irguiera y sobresaliera por fuera de mis bragas, sujeto por la goma de la prenda y

tapado por la camiseta. Me quedé a la espera de que Patri moviera ficha. Y no tardó mucho en hacerlo...

 

Otra vez su piececillo curioso palpó mi pierna para escalar por ella hasta la cumbre. Según lo hacía mi

excitación se disparaba y mi polla endurecía por segundos, ansiosa de su llegada. Al fin lo sentí... La

punta de su pie, sus dedos inquietos palpando de nuevo mis sexos, descubriendo que el "paquete" blandito

había dado paso a formas más identificables... Su pie, apoyado en el borde de mi silla, empezó a indagar en

mi parte más femenina. Descubrió mi rajita marcada en la tela, que estaba bien pegada a ella por la humedad

que rezumaba. Su dedo gordo empujó, queriendo penetrarme... «¡Mmmmm! ¡Cabrona! Cómo me estas poniendo...».

Hasta entonces nadie me había hecho algo así, por supuesto... Me abrí de piernas como una puta, dejándome

llevar por su empuje. La miré a la cara. Ella disimulaba mirando sus cartas, pero su gesto de repasarse la

punta de la lengua por los labios la delataba a mis ojos. Me estaba poniendo cachondísima... No conforme

con lo que hacía, al notar que por encima de donde me estaba acariciando había algo más "gordo", fue

restregando su pie hacia arriba, desde mi raja hasta el inicio de mi pene. Siguió subiendo, dándose cuenta

de que aquello continuaba más allá del borde de la braga. Hizo una leve parada ahí, como calculando lo que

había, y prosiguió, oculto bajo mi camiseta. Luego, igual que pasó un año atrás, comenzó a masajearme la

polla, esta vez moviendo su pie arriba y abajo sobre ella. ¡Qué pajón me estaba haciendo...! A todo esto,

la partida de encima de la mesa seguía, y yo lo único que podía hacer era pasar. Pasar y pasar en cada

mano, concentrada en cosas mejores... Y cuando lo decía, en cada ocasión que decía "paso", con una voz cada

vez más queda... Supongo que las otras tres lo achacarían a la bebida pero es que en realidad, con lo

picadas que estaban entre ellas por ganar, creo que ni nos miraban. LLegó un momento en que me quedé sin

fichas y, no mucho más tarde, también Patri. La partida quedó para las más competitivas. No creo que

notasen mi alegría por haber perdido. Ni tampoco mis pezones erectos, tan marcados en la camiseta como los

de Patri. Ahora podía centrarme totalmente en lo importante. Volví a bajar la mano y, sin que se lo

esperase, le agarré el pie. Ella se sobresaltó, como si aquello fuese contra las normas de nuestro

jueguecito. No soy especialmente fetichista de los pies pero tocárselo me puso bastante. Un pie pequeño

pero recio, de tanta corrida que había hecho... y la que estaba a punto de provocarme. A la vez que se lo

acariciaba, lo empujé más hacia mí, porque estaba ya "supersalidaquetecagas", en serio, y me restregué toda

su planta por mi polla. ¡Bufff! ¡Qué gusto daba, coño!

 

Dije antes que mi "conciencia" había terminado su jornada laboral pero no fue así del todo. Volvió, como

una madre que vuelve inesperadamente a casa y pilla a su hija en plena fiesta. Pero no lo hizo para

recriminarme nada, solamente para advertirme de que si me corría en esa situación las consecuencias podían

ser algo aparatosas. Lo pensé bien y tenía razón. Ya tendría tiempo durante la noche para hacerlo, cuando

estuviésemos a solas... Y, como me había hecho unas horas antes la paja del baño, podía aguantarme hasta

entonces. Además, teniendo en cuenta todo el placer que me estaba proporcionando, Patri se merecía un

premio, un verdadero homenaje, y yo se lo iba a dar. Sin que se lo esperase, y costándome un poco por

dejarme a mí misma a medias, aparté su pie para devolverle la visita alargando mi pierna derecha hacia la

suya. Con el empeine le acaricié la pantorrilla y fui subiendo hacia sus muslos. Sentí que los abría de par

en par a la vez que, por encima de la mesa, pegaba su cuerpo más a ella y suspiraba con cara de felicidad.

Palpé y palpé y llegué a mi objetivo. Sus braguitas se notaban húmedas, y con la punta de mis dedos podía

notar su pocha hinchada... Empecé a frotar contra ella y a empujar adentro y afuera, una y otra vez...

 

Patri se excitaba cada vez más... Se le notaba en la cara, y no sé si a mí también, porque me estaba

poniendo muy burra... No sabía si iba a poder aguantar sin correrme, después de todo, aunque no me

estuviese tocando... Al menos, que lo hiciese Patri por las dos... Ella se dejaba llevar por mis embates,

disimulando cada vez peor el placer que sentía... Parecía encaminada a un orgasmo seguro hasta que...

 

 

    No sé que la toqué, pero de repente se le borró la sonrisa y se quedó como paralizada; muy seria.

Me pareció que empalidecía... Abrió mucho los ojos y se llevó las manos a la boca para tapársela,

intentando contener lo incontenible. Se levantó de golpe y salió zumbando al baño, palpando las paredes

para encontrar el camino... Mireia, atenta a la jugada, salió casi a la vez tras ella, con uno de los

candelabros. De seguido, Kata cogió el otro y las siguió junto con Beni... y yo... Yo me quedé sentada, con

la boca abierta como una boba, sin reaccionar... Me quedé a oscuras en todos los sentidos. Mi excitación se

vino abajo como un castillo de naipes. Unos segundos después reaccioné por fin; me levanté y fui junto a

ellas, tanteando el camino.

 

Las arcadas de la pobre Patri resonaban en el baño. Beni iluminaba con las velas desde el umbral; Mireia

hacía lo mismo dentro, pero con mala cara, deseando hacer mutis. Con aquella luz la escena resultaba un

tanto "gore". Kata, en cambio, había tomado el control y sujetaba la cabeza a la rubita mientras ésta

seguía potando. La pobre Patri se retorcía como si le fuese a salir un alien. Para haber llegado allí a

oscuras no tuvo mala puntería del todo... Falló por poquito... La descripción de cómo quedó el suelo te la

ahorro, no vaya a ser que te pille comiendo... Solamente diré que Patri había comido ganchitos al queso...

Muuuchos ganchitos al queso... aparte de la pizza, claro. Y de lo que había bebido... Cuando vi y oli todo

aquello, te aseguro que me resultó antilibido total...

 

Mientras Kata seguía ayudándola, Beni marchó a la cocina a por "algo". La que me hacía gracia era Mireia.

Decía que quería estudiar medicina, pero lo que estaba claro era que enfermería no, porque estaba más

pendiente de dónde pisaba que de otra cosa. Aunque para qué digo nada, porque yo también me quedé mirando

como boba; vaya amiga de los cojones... Por vergüenza torera y espabilándome un poco, fui a por la fregona.

Limpiar aquello no es algo que quiera recordar...

 

Cuando la situación se calmó un poco y Patri parecía haber echado ya todo lo que tenía dentro, Beni le dio

lo que había ido a buscar; ese antiguo remedio secreto que se transmite de fiestero a fiestero, de resaca

en resaca: una cocacola. Mano de santo... Patri soltó un eructo que ni "Chewbacca" Kata en su mejor

intento, y se quedó mucho mejor. Aun así, Kata estaba en "modo madre" y quiso quedarse con ella a pasar la

noche. Mejor enfermera que Mireia ya era...

 

-Ya duermo yo con vosotras, que tengo el móvil, por si acaso. Me quedo en la cama plegable -dijo. Por

detalles como este es por lo que somos amigas. Es ese `peazo´ corazón lo que marca la diferencia. Si no,

solo sería una despiadada zorra maciza implacable, lo que, por otro lado, tampoco está tan mal en según que

circunstancia... Así que en correspondencia quise ser buena y advertirle sobre aquel catre infernal.

-Esa cama es una mierda. ¿Por qué no pruebas primero la que está en vuestra habitación? -es lo que tenía

pensado hacer yo.

-¡Vale! Probemos la otra pegable.

 

Y no se equivocó al decirlo. Fuimos a por la otra cama e intentamos abrirla. Y digo intentamos porque lo

único que conseguimos fue convertirla de plegable en "pegable", como decía Kata, de los golpes que le dimos

para hacerlo. Solo la desplegamos un palmo, luego, ni pa´lante ni pa´trás, para desesperación de Mireia,

que conocía a los dueños del piso. Eran amigos de sus padres y por eso estábamos allí, porque nos habían

hecho un precio especial. Así que tampoco era plan destrozarles el mobiliario, aunque fuese una caca. Al

final se resignó a dormir en la que usé yo, qué remedio.

 

Ese bonito gesto de amistad me condenaba a pasar la noche con Beni. No sé qué cara puse pensando en ello,

pero Kata, que parecía estar en todo, se acercó a hablarme aparte aprovechando que las demás cuidaban de

Patri:

 

-Oye, ¿no te irás a preocupar por dormir con Beni, verdad?

-No, para nada -dije para calmarla. Y así lo creía. Entre la ropa, las sábanas y la poca luz, Beni casi ni

iba a poder verme.

-¿Y no has pensado en, simplemente, contarle lo tuyo? No va a pasar nada si lo sabe. Si es muy enrollada...

-Ya lo sé, pero no creo que haga falta hacer eso, ¿vale?... Anda, duerme tranquila.

-Vale, vale... Pero ya sabes que hasta que no te quites ese miedo no vas a ser feliz del todo. El día que

pases de lo que piensen los demás, de los vecinos mirones y de gente parecida, te darás cuenta de que tengo

razón -sentenció, volviendo con las otras y dejándome más pensativa que antes.

 

 

 

    Después de arropar a Patri, nos fuimos a dormir. Beni y yo no nos dijimos mucho. De las dos camas

adosadas, me había dejado la más cercana a la ventana. Ella apagó las velas, colocando el candelabro en su

mesilla y yo me tumbé, dándole la espalda y disponiéndome a dormir vestida tal cual, en bragas y camiseta.

En medio de aquella oscuridad total pensaba en lo que había pasado o, mejor dicho, en lo que no había

pasado con Patri. De no haberse puesto mala, ahora estaríamos en la misma habitación, esperando a que las

otras durmiesen para escabullirnos hasta la sala y allí... ¡Uf! Solo de imaginarlo... Nos hubiéramos podido

"explayar" tranquilamente: besarnos, desnudarnos, acariciarnos... Volver a repetir la experiencia del año

pasado y, quién sabe, llegar a algo más, a mucho más...

 

Suspiré, renegando de mi mala suerte. Todo eso podría haber ocurrido si a Patri no le hubiese sentado mal

la bebida, pero también es verdad que si no se hubiese emborrachado no hubiera pasado lo de la cocina. Me

di cuenta de lo mucho que le debía al alcohol; algo bastante penoso, ciertamente. Pero está claro que, para

algunas, era nuestra única forma de desinhibirnos y, en aquel momento, lo fue sobre todo para Patri. Me

chocaba un poco, siendo ella una tía tan extrovertida, pero así era. Ahora tenía claro el por qué de su

seriedad durante el día. Aparte de que me hubiese visto desbarrar la madrugada pasada o no, lo que pasó en

casa de Kata le había afectado más de lo que yo pensaba y, por lo visto, tenía tantas dudas de sus

sentimientos y deseos como yo misma un año antes... Hasta que el alcohol la liberó, ¿definitivamente? Eso

estaba por ver y no me quise hacer ilusiones.

 

Pensé en eso, y también en el balance de los dos días: la noche de fiesta, los "topless" en la playa, las

duchas en el piso... Todo lo que me había excitado hasta el punto de tener que masturbarme un par de veces,

espiando a mis amigas... Y luego me quejaba del vecino... ¡Menuda hipócrita! Recordar que me estuve

frotando contra el lavabo, que prácticamente me lo tiré... ¡Vaya "exitazo"...! ¡Qué patético! Si eso era lo

más que iba a conseguir... Y lo triste era que encima me estaba volviendo a "poner", con todas esas

imágenes en mi mente... ¡Lo mío no tenía remedio!

 

Y así estaba, al borde de la lagrimita autocompasiva por una parte, y por otra algo calentorra por los

recuerdos acumulados. Quise ser positiva y me centré en lo segundo, que para llorar siempre hay ocasión,

por desgracia. De lo que no estaba tan segura es que la tuviese para tocarme. En aquellos momentos me

hubiera gustado cascármela, pero irme al váter suponía arriesgarme a despertar a Beni para encender las

velas y que me viera toda empalmada. Además el baño, hasta que se ventilase, era zona prohibida. Y si me

hacía la paja en la cama... Bueno, no se veía nada y el colchón, al contrario que el del otro catre, no

chirriaba cuando me movía... Podía probar aunque, con mi suerte, fijo que volvía la luz cuando me la

estuviese haciendo. Por un momento lo temí de verdad, pero luego calculé que el interruptor tenía que estar

apagado. Así que agarré la goma de mis braguitas y empecé a bajármelas para liberar mi pene, ya

semierecto...

 

-Luci, ¿Estás despierta? -me sorprendió Beni. Debió sentir que me movía. Volví a dejar mis bragas como

estaban.

-Sí... ¿Qué quieres? -«¡Por qué siempre me tienen que fastidiar en lo mejor? ¡Por qué?».

-Nada. Es que tengo calor y no cojo el sueño -«¿Y eso es excusa para molestarme? ¡Tócate un güevo!»-. Pobre

Patri, ¿verdad? -prosiguió ella, ignorante de mis pensamientos-. Con lo contenta que se la veía...

-Sí... -«Y no sabes tú cómo de "contenta" estaba... ¡Qué rabia!».

-Ya... Es que no está acostumbrada, ¿no? Ya vi ayer que no soléis beber mucho cuando salís...

 

Beni, generosa ella, quería compartir su insomnio conmigo, pero no teníamos mucho en común de lo que

hablar, aparte de los días de colegio, que bastante habíamos recordado ya. Si le hubiese tenido más

confianza y, sobre todo, si me hubiera pillado el chiste, le habría soltado un «¡duérmete, Epi!» con voz

nasal, para que me dejase en paz. Pero como servidora es educada (por no decir boba) le di conversación

tirando del recurso de hablar de alguien a quien las dos conociéramos:

 

-Pues no, comparado con vosotras, no mucho. Porque Kata... se bebe hasta el agua de los floreros...

-¡Ja, ja! Sí, es verdad. Tiene un aguante...

-Bueno, y tú también claro. Que bebéis... -empecé a decir sin pensar-. ¡A ver! Que no os estoy llamando

alcohólicas, pero es que bebéis mucho... -rematé, hundiéndome más en la miseria.

-Tal vez tengas razón pero, si no lo haces de joven, ¿cuándo vas a hacerlo? ¿Cuando seas vieja y no puedas?

Hay que divertirse ahora.

 

Gran razonamiento el suyo: machaca tu hígado cuando todavía está tierno. No la quise rebatir y le seguí la

corriente para, aprovechando que estaba habladora, saciar una duda que tenía pendiente:

 

-Sí, es verdad. Y además, ya lo dijo ella, así se conoce a más gente. Por cierto, hablando de conocer

gente... El que le está llamando todos los días... ¿Sabes quién es?

-Pues no me lo ha dicho claramente, pero creo que es su hermanastro...

-¡Su hermanastro? ¿Y qué querrá para que ella no le coja el teléfono?

-... -Beni se calló unos segundos, como queriendo que yo misma me respondiera.

-¿Es algo... personal?

-Muy personal. ¿Tú qué crees que puede querer un chaval de dieciséis años de una chica como Kata? Si, en

realidad, se conocen desde hace solo tres años.

-... -ahora fui yo la que me quedé muda.

-Kata le llama hermano porque siempre va de buen rollo con la gente, pero el chaval la ve con otros ojos...

-¡Joooder! -no me podía creer lo que estaba insinuando-. ¿Pero estás segura de eso?

-Bueno, hace tiempo me dijo que la espiaba en la piscina, y que se hacía el encontradizo cuando ella se

cambiaba de ropa.

-¡Vamos, que es un mirón!

-Como mínimo. ¿Y no te había comentado nada?

-Pues no. Kata cuenta muy pocas cosas sobre sí misma... Ya viste, cuando contaste lo de "Las Vegas", que

ninguna teníamos ni idea de qué iba la cosa.

-¡Ja, ja! Eso lo comprendo, porque era un poco fuerte.

-¡Ah! ¿Sí? ¿Y no se puede contar? -la pinché a ver si soltaba algo.

-No sé. A mí no me importaría decirlo, si fuera yo... -Beni parecía contenerse pero, como dijo Kata, era

una bocas-. ¡Vale, va! Te lo cuento pero no digas nada, ¿eh? Sabrás mantener un secreto, ¿verdad?

-Tranquila. No se lo contaré a nadie. Palabra -«A mí me vas a hablar de guardar secretos, ¡je!...».

 

La oí suspirar y recolocarse en su colchón. Noté que se acercaba a la unión entre las dos camas, queriendo

hablar más privadamente, pese a que teníamos la puerta de la habitación cerrada y era difícil que nos

pudieran oír.

 

-Mira, "Las Vegas" es un bar donde solemos ir bastante a menudo. Se lo enseñé yo cuando ella todavía era

una cría como vosot... Bueno, cuando todavía no iba a sitios así, ¿vale? Y allí me contó, hablando de

chicos, que en un campamento de verano al que había ido el año anterior se lío con un tío mayor que ella...

-Ya, ya... Y se morrearían y magrearían y tal... -interrumpí porque me imaginaba el resto, pero me quedé un

poco corta.

-Tenía quince años, ¡por supuesto que harían eso, mujer! A lo que voy es que el chico le pidió un día una

mamada, y ella se la hizo... Y se las siguió haciendo todas las tardes que duró el campamento -«¡Joder con

Kata! ¡Menuda suerte tuvo el chaval!».

-Vamos, que le cogió gusto a la cosa...

-Sí, ya ves. Y, además, me dijo que era como un entrenamiento; que así aprendió poco a poco a hacerlo bien,

¿te lo puedes creer? Es que esta tía vive el sexo de una manera... El caso es que yo, para picarla, le dije

que no la creía. Y, medio en bromas, para que me lo demostrase le pedí una prueba: que eligiese a un tío

del bar y se la chupase en el servicio...

 

Me quedé de pasta de boniato... Una cosa es suponer lo que hace o deja de hacer una persona y otra tener la

seguridad de ello. Y cuando además es una persona cercana, el morbo se dispara. No tardé nada en

empalmarme. Estaba a la vez excitada y sorprendida:

 

-¡Y lo hizo?

-¡Joder que sí! No tardó ni cinco minutos en llevarse a un pavo bien cachas al baño.

-¡Ya! Pero podía haberte engañado... O sea, ¿cómo sabes qué pasó? -yo ya estaba en plan morbosa total.

-Lo sé porque... quise comprobar que lo hacía, claro. Fuimos al váter de chicas, pero estaba ocupado, y

como en el de chicos no tenía intención de hacerlo, salimos fuera del bar. Cerca hay un solar medio

abandonado y nos colamos allí. Yo me quedé vigilando un poco, aunque al tío no le importaba que mirase, al

contrario, y detrás de una caseta... él se sacó la chorra, ella se arrodilló y, sin más, empezó a darle una

mamada de campeonato... Así que sí pasó, y he de decir que su historia debía de ser verdad por cómo se lo

hacía...

 

Aunque Beni no era la mejor narradora del mundo, no me costó nada recrear la escena en mi mente. Me calentó

muchísimo. Menos mal que no podía verme, porque mi polla andaba ya toda tiesa, asomándose fuera de mis

bragas. De forma inconsciente, me la acaricié. Casi dejo a Beni colgada para ponerme a lo mío, pero me di

cuenta de que parecía a la espera de que yo dijera algo, así que proseguí nuestra amena y picante charla:

 

-Y tú... ¿Te quedaste mirando sin más?

-Bueno... ¡je, je! Digamos que era difícil no... En fin, que... ¡Joder! Que también se la chupé, ¿vale?

-«¡Lo sabía!»-. ¡Pero es que el tío estaba muy bueno, y tenía un pedazo de...! La verdad es que... ¡fue una

locura!

 

«¡Kata y Beni compartiendo polla! ¡Buuufff!». Ahora sí que empecé a pajearme en silencio, bajándome las

bragas del todo, sin poder evitar un sonoro "¡blop!" al soltar de golpe la goma de la cinturilla. Creo que

Beni identificó el sonido, porque se quedó callada un momento, aunque enseguida contraatacó a mis

preguntas:

 

-¡Oye!, y vosotras ¡qué? ¿No hacéis nada cuando está Kata? Porque a mí me contó que lo pasasteis muy bien

en la fiesta que dio en su casa... Me dijo que ocurrió algo muy "especial" y que tenía que haber estado yo

allí, pero no me dio más detalles -«No, solo insinuaciones... ¡Será bocazas!»-. Creo que lo justo es que me

lo digas tú, ¡qué yo te he contado lo de "Las Vegas", ¿no?!

 

Beni me hizo detener mi pajilla con su jaque. Lo que decía era justo pero, ¿debía revelarle lo que pasó? Al

menos lo que no me implicaba a mí, claro. ¿O era mejor mentirla, sin más? ¿Y qué le contaba? Porque igual

un día a Kata le daba por decírselo, de todas formas. «¡Venga, va! Secreto por secreto»:

 

-Vale, te lo cuento pero ya sabes, ¡ni comentar!... Tampoco es tan especial, simplemente -la realidad es

que costaba decirlo. Sentía el rubor quemando mis mejillas-... Hicimos una fiesta de pijamas... y nos

emborrachamos y tal. Y nada... Por la noche pusimos una peli porno y... nos fuimos calentando más y más y

bueno, al final... nos masturbamos... todas.

-¡Ostras! ¡Joder con las empollonas! ¡Ja, ja! Y parecíais tontas... Entonces, ¿os pusisteis todas unas con

otras a...?

-¡No, no, no! ¿De qué vas? Cada una a lo suyo, ¿qué te piensas?

-Nada... Es que, como Kata me lo había pintado tan... "increíble", me pensaba que os habíais montado una

orgía con tíos o algo parecido.

-No, para nada... Bueno, luego seguimos en el jardín -«¡Pero para qué le cuento eso? ¡Soy idiota!».

-¿En el jardín? ¡Qué bien! A mí me ha invitado un par de veces y se está de vicio. No te ve nadie y puedes

estar tomando el sol a tu puta bola.

-¿Seguro? Porque a mí no me dio esa impresión.

-¡Oh, sí! Kata sabe donde puede exhibirse y donde no, créeme. Ya has visto estos dos días que donde no la

conocen se desmadra.

-Ya, ya... ¡Qué me vas a contar...! La que pudo liar ayer contigo en el bar de moteros...

-¡Ja, ja! Sí... Siempre va a tope, la cabrona. Vaya morreo nos dimos, ¡ja, ja!

 

Eso me dio pie para desviar la conversación del ático hacia otra de mis dudas sobre Beni y Kata. ¿Realmente

había rollo-bollo entre las dos?:

 

-Sobre eso... No sé cómo decírtelo. No te ofendas pero, ¿iba en serio? O sea, ¿os habéis enrollado... de

verdad?

-¡Ja, ja! Qué cotilla eres, ¿no? Pues mira, te diré que en esta vida hay que probar de todo... Que yo no

soy tortillera ¿eh?, pero si me apetece divertirme, lo hago -«Toma, toma, toma... ¡Qué fuerte!», eso era un

sí, ¿no?-. Me hace gracia que te llame la atención precisamente a tí, pero supongo que tiene su lógica...

-¿Por? -pregunté tímidamente. No sabía a qué se refería.

-Por tu forma de ser... Por cómo te comportas...

-¡Ah! Es por lo de ser virgen, ¿no? Pues me da igual lo que opinéis, de verdad.

-No, no me refiero a eso... Son las cosas que haces: estás demasiado pendiente de los demás; de que te

puedan observar... A veces se te nota incómoda entre tus propias amigas... Parece que ocultas algo y creo

que, si es así, lo mejor es que lo admitas, hazme caso. No tienes nada de lo que avergonzarte, en serio.

Así que... ¿Te apetece contármelo o lo dejamos aquí y nos ponemos a dormir? Tú eliges...

 

Recordé las palabras de Kata sobre Beni: «Esta tía, con una cerveza en la mano, no se entera de nada».

Ya... ¡Pues sin cerveza era Angela Lansbury haciendo de Jessica Fletcher, la puñetera! ¡Menuda deducción!

Quizás Kata le había insinuado demasiadas cosas sobre mí, no lo sé. Aunque la culpa era mía; había llegado

demasiado lejos con mis preguntas y ahora lo iba a pagar. Me quedé pensando unos momentos. Lo más fácil era

callarme, pero es que ella había sido sincera conmigo, ¿por qué no serlo yo también? También era verdad,

como ella decía, que no tenía nada de lo que avergonzarme. Y en el peor de los casos, si Beni luego lo

contaba por ahí, las posibilidades de que la creyeran eran casi inexistentes. «¡Vale! Lo tengo claro -me

dije, viniéndome arriba-. Se lo contaré». Cogí aire y, por primera vez en mi vida, me dispuse a desvelar mi

secreto por voluntad propia:

 

-Vale, Beni. De acuerdo. Enciende las velas, anda.

-Muy bien...

 

Oí que se movía y hurgaba en su mesilla. En medio de la oscuridad surgió la llama azul de su mechero

tratando de encender las candelas, alumbrándole tenuemente la cara y los pechos. Solo llevaba puesto el

tanga.

 

-No creo que haga falta luz para eso, pero... -me iba diciendo a la vez que dejaba el candelabro de nuevo

en su lugar.

 

Me extrañó su frase, pero no tanto como su reacción cuando se giró a su derecha, hacia mí. Su cara pasó de

la sonrisa tranquila al asombro en menos de un segundo. El tiempo que tardó en descubrir mi cuerpo

semidesnudo, con el torso cubierto con la camiseta, pero con las bragas a la altura de los muslos, dejando

a la vista mi miembro semiflácido. Se suponía que era lo que ella esperaba ver, pero en cambio...

 

-¡Joder, la puta! -soltó, reculando hacia el borde de la cama-. ¿Pero qué cojoooOOOHHHH...! ¡Auh!

 

Se fue tan atrás que se escurrió del colchón, cayendo de espaldas, patas arriba sobre la moqueta. ¡Vaya

leche se dio...! Me hubiera reído de no estar tan atónita. Beni se rehizo, quedándose de rodillas sobre el

suelo y mirando lo que descansaba sobre mi vientre. Luego agarró el candelabro y se deslizó otra vez a la

cama para comprobar si aquello era de verdad o lo estaba soñando:

 

-¡Lucía!... ¿Tienes pene! -alucinaba-. ¿Es eso un pene, no?

-Sí, claro -le aseguré algo cohibida por su inesperada y exagerada reacción-. ¿No es lo que querías saber?

Pues mejor verlo, ¿no crees?

-Pero si yo solo... solo pensaba que eras... bollera -«¡Lesbiana! Solo quería saber si era lesbi... ¡Me

cago en su pu...! ¡Menuda cagada!».

 

¡Me hundí en el colchón, muerta de vergüenza! Me hubiera gustado que me tragase para desaparecer de allí

"ipso facto" pero, aunque eso fuera posible, era demasiado tarde. Beni ya me había visto lo que había que

ver, y taparme a toda prisa no solucionaba nada. Tenía que apechugar con una situación que, conmigo

exhibiendo mis sexos y Beni observando alucinada, empezaba a parecerse a la del ático de Kata. Al menos

esta vez se suponía que yo ya tenía más confianza en mí misma. O, al menos, eso intenté aparentar,

rehaciéndome un poco:

 

-¿Qué? ¿Te gusta la "mercancía"? -le pregunté por destensar la situación, arrepintiéndome al momento de una

frase tan estúpida.

-¿"Mercancía"? ¡Joder tía! ¡Esto es muy fuerte! ¡Pero cómo...? ¡Es que tienes polla y coño, ¿no?!... ¡Esto

no puede ser!

 

Antes de que Beni entrara en `shock´, me incorporé un poco apoyando la espalda en el cabecero y le expliqué

lo básico sobre mí, igual que hice con las otras en su momento. Algo que tendría que acostumbrarme a hacer

en cada nueva relación. Supongo que es normal, en fin. Tras aclararle un poco las ideas y dejar los temas

más espesos para otro día (no eran horas para hablar de ovotestis y gónadas internas), noté que ella pasaba

de lo puramente fisiológico a la parte más "práctica" del asunto:

 

-Y... igual digo una burrada pero, ¿eres capaz de... "hacértelo" a tí misma? -«Pues sí, es una burrada,

maja»-. Perdona, no tienes por qué contestarme si no quieres...

-No, no me da el "tema"... -contesté, tajante. No voy a negar que, más de una vez, había jugado a repasarme

el pene por la raja, pero una vez que se ponía duro se pasaba de largo la entrada, como si dijéramos, y no

insistía más. Aparte, para que no se montara películas, le aclaré que soy estéril. Ella casi me da el

pésame cuando se lo dije, pero es algo que yo ya tenía superado desde hacía bastante tiempo; no se puede

tener todo, qué le vamos a hacer... Tenía que aclarárselo, porque la chica es un poco bastorra.

-Es que es alucinante...

 

Beni se iba desinhibiendo, volviendo a su estado natural de chica descarada. Se tumbó de costado, con la

cabeza a la altura de mi cintura, para observarme mejor. Le cogí el candelabro y lo dejé sobre la mesilla

de mi lado porque la estaba viendo que en una de esas me iba a caer cera justo "ahí". Ya con sus manos

libres, acercó más la cara tratando de ver mi pubis desde todos los ángulos posibles, sin poder evitar una

sonrisa pícara.

 

-¡Jo! Mira que las he visto de todos los colores... -la tía se las daba de experta. Me observaba el pene,

morcillón, a escasos centímetros de sus ojos-. ¡Pero es que es una polla, "polla"! Y con la cara de

chavalita que tienes...

-¡Anda esta! ¡Porque lo soy, no te jode! -me reboté. Que me dijera eso con lo femenina que soy yo, ¡vamos

hombre!

-Ya, ya... No te cabrees. Si ya me lo has dejado claro, pero es que...

 

Movía la cabeza inquieta, intentando ver mejor mi vulva, semitapada por mi pene. Acercó la mano, amagando

con tocármelo:

 

-¿Puedo...?

-No te cortes... -contesté con cierta ironía. ¿Cortarse Beni? ¡Ja!

 

Yo también aproveché para mirar su cuerpo con más descaro. Sus pechos desnudos rozaban el colchón mientras

ella se recolocaba para "investigarme" a gusto. Alargó su mano derecha para sujetar mi miembro y

levantarlo, observando así también mi rajita. Sin pedir más permisos, con los dedos de su izquierda separó

mis labios mayores para explorarla... «¡Ufff!». Me estremecí, soltando un suspiro entrecortado y ella me

miró riéndose por lo bajo. Descubrió asombrada que mis labios menores solo ocultaban la entrada a mi

vagina; no había uretra ni clítoris. En su lugar, un poco más arriba, nacía mi pene.

 

-Entonces... ¿De verdad que nunca lo has hecho con nadie? -preguntó retóricamente, sin dejar de tocarme y

con la mirada fija en mis sexos. Ya no era solo curiosidad; ¿insinuaba... "hacerme un favor", tal vez?

 

Sus manos eran suaves y las movía con tanta seguridad como delicadeza. Se notaba que tenía experiencia. Sin

proponérselo, ¡me estaba dando un gustito...! Sobre todo cuando quiso comprobar que mi miembro estaba

"completo". Retrajo la piel del prepucio para observar el glande, ya hinchado y brillante. Con el pulgar

buscó y encontró mi frenillo, haciéndome suspirar de gozo otra vez. Mi polla engordó un poco más,

palpitando en su mano:

 

-¡Uy! ¡Pues sí que te funciona! ¡Mira cómo se te ha puesto! -la cabrona iba de tonta, pero sabía

perfectamente lo que hacía.

 

No contesté. Mi respiración se había vuelto más fuerte y rápida y me empezó a temblar un poco todo el

cuerpo. Me estaban aumentando la excitación y los nervios no solo por lo que me estaba haciendo, si no por

lo que temía y deseaba que pasara. ¡Estaba a punto de hiperventilar...! Por suerte, Beni ya se habría visto

en situaciones parecidas y sabía qué hacer:

 

-¡Eh! ¡Tranquila, Luci! -me dijo, apartando sus manos de mí-. Si quieres paro...

-No... Está bien... -susurré, intentando calmarme. Las dos sabíamos lo que iba a suceder si seguía...

-No va a pasar nada malo... -acercó su rostro y me besó cariñosamente en la mejilla para luego, con voz

cálida, decirme al oído-. Te prometo que vas a disfrutar como nunca...

 

Me volvió a besar, esta vez más cerca de la boca y, acariciándome el pelo, bajó de nuevo hacia mi

entrepierna. Por el camino me rozó los pechos con sus dedos, dejándome los pezones duros como piedras, bien

marcados en mi camiseta. Cogí aire, estaba como un flan.

 

-¿Sabes? Creí que eras bollera porque estos dos días no has dejado de mirarme las tetas. Bueno, a mí y a

las otras. ¿O vas a decirme qué no?

 

Bajé la mirada sonriendo tímidamente, toda colorada. «Vaya pillada. Al final, eso de que "no se entera"...

¡La que no se entera es Kata! ¡La voy a matar!». Beni continuó su descenso a mi pubis. Allí la esperaba mi

rabo erecto, encantado de que su mano lo volviera a abrazar, y también mi pochita, dispuesta a dar una

cálida y húmeda bienvenida a sus dedos...

 

No tardó nada en calmar mi inquietud, metiendo y sacando sus dedos en mi vagina por una parte, y por la

otra masajeando mi polla arriba y abajo sin prisa ni pausa, dándome una fenomenal doble masturbación a dos

manos... Mis nervios se fueron diluyendo en sensaciones de placer que se transmitían desde mis sexos a todo

mi cuerpo. Mis piernas se abrían y cerraban, se flexionaban y estiraban locas de gusto, revolviéndose

contra las sábanas hasta conseguir liberarse de mis bragas. Tampoco podía controlar mis manos, que querían

palpar toda mi piel: recorrer mi torso... apretar mis pechos... acariciar mi cuello; obligándome a quitarme

la camiseta con ansia para poder tocarme mejor... Incluso se fueron, aunque algo tímidas, a rozar el pelo y

los hombros de Beni. Ahora era ella la que me miraba los pechos descaradamente, risueña y satisfecha de

verme disfrutar con lo que me estaba haciendo. Llevaba un ritmo lento, calculado para que el placer durase.

Creo que yo sola no hubiera podido mantenerlo tanto tiempo; no hubiese sido capaz de contenerme. Sin duda,

mi anterior paja en el baño evitó que me corriera tan pronto. Además, Beni sabía lo que se hacía. A cada

poco, acercando su cabeza sobre mi miembro, dejaba caer su saliva en él, extendiéndola con la mano para

lubricarlo y poder continuar masturbándome con suavidad. ¡Qué gustazo y qué morbazo! ¡Me estaba poniendo la

polla más gorda que nunca! La verdad es que lo hacía mejor que yo misma...

 

Después de un rato haciendo que me relajara con aquel pausado masaje genital, Beni acercó su boca a mi pene

para ensalivarlo una vez más. Soltó un largo hilillo de saliva sobre el glande que me puso a mil y,

relamiéndose la babilla, alzó los ojos hacia mí. No hizo falta que me dijera nada; su mirada lujuriosa

indicaba claramente lo que había decidido hacer... ¡Iba a comerme la polla, no había duda! Sonrió lasciva

y, alargando con parsimonia su lengua hasta mi capullo, me lamió con su punta desde el frenillo hasta la

abertura del glande. ¡Un relámpago me cruzó todo el cuerpo!, ¡qué sensación increíble...! Repasó todo el

contorno del bálano y, sin detenerse, se lanzó a engullir mi falo. ¡No sé qué me puso más cachonda, si

verlo o sentirlo! ¡Nunca había vivido algo tan bueno! Sentir la calidez de su boca, su lengua jugando con

mi nabo, bañándolo en su saliva... ¡Aaaahhh, qué bueno, joder! ¡Qué bien lo hacía la hija de puta! ¡Qué

escándalo de mamada! Y verla chupar mi polla... ¡Con esa cara de viciosa! ¡Aaaah, qué bueno, coño!

 

Su cabeza bajaba y subía, deslizando mi cipote cada vez más adentro de su garganta; sujetándolo por su base

con la mano y mirándome a la cara a cada poco para disfrutar de los jadeos que me provocaba su felación. La

hacía con avidez, quizás porque ella también se estaba excitando por momentos, degustando aquella novedad

tan inesperada. ¡Chuparle la polla a una tía! ¡Cuándo iba a poder volver a disfrutar de algo así? Cada vez

me la comía con más ganas, insaciable. ¡Tenía verdadera hambre de falo, la muy zorra! ¡Aaaah, qué bien lo

hacía! Mi cadera comenzó a moverse sola, arriba y abajo, acompañando los movimientos de su mamada...

 

Sí, se estaba poniendo muy cachonda, sin duda. Su mano izquierda abandonó mi vagina para ir a bajarse las

bragas. Lo intentaba a tientas, poniéndose de rodillas y elevando el culo... Apenas las apartó lo justo, se

introdujo la mano entre sus muslos, impaciente... ¡Beni empezó a masturbarse mientras devoraba mi rabo! ¡Su

coño también quería gozar como lo estaba haciendo yo! Cuando vi lo que hacía no me contuve. Medio sentada

como estaba, llevé mi mano derecha a su cabeza para acelerar su movimiento sobre mi regazo, y la izquierda

la alargué a esas espléndidas caderas suyas para ayudarla a liberarse de su tanga. Toqué ya sin ningún

recato su espalda, pasando por encima de ese tatuaje tribal que me había puesto tan caliente en la playa, y

le acaricié la cintura... las caderas... aquel par de nalgas grandes, carnosas y bien redondas; exhibidas

en pompa. ¡Menudo magreo le di! ¡Le solté un par de sonoros cachetes y las amasé con ansia; con todas las

ganas que tenía acumuladas! ¡Quería abarcar lo inabarcable! ¡Quería todo para mí!

 

¡Fue demasiado vicio! ¡No podía aguantar más! Apenas conseguí susurrar un «¡Ya, ya, yaaaahhh...!» para

avisar a Beni antes de correrme sin control. Ella apartó la cara en el último momento, sin poder evitar que

el primer chorrazo de lefa le salpicara el cuello y los pechos. Los demás cayeron a borbotones sobre mí, en

las sábanas y en el suelo, terminando de escurrirse por mi nabo hasta la mano de Beni.

 

-¡Buah tía! ¡Qué forma de correrte! ¡Fiuuuuu!

 

Yo solo resoplaba... ¡Qué a gusto me quedé, la leche...! Me relajé toda, como desconectada del mundo. Beni

observó su mano pringosa, quizá comparando mi semen con el de los tíos que se había follado, antes de

limpiársela restregándola en la sábana. La pobre se había quedado a la mitad y me miraba, todavía un poco

alucinada, acariciándose el pubis con la otra mano. Me invadió un sentimiento de gratitud hacia ella:

 

-Beni... gracias... -le dije con timidez. Necesitaba expresarlo después de lo que acababa de hacer por mí.

-¡Oh, venga ya...! -me interrumpió, algo incómoda. No estaba para ternuras cortarrollos. Ni tampoco lo

había hecho solo por hacerme un favor, estaba claro-. Oye, no te irás a quedar dormida tan pronto, ¿no?

-¿Eh? ¡No, no! -yo también tenía ganas de más, por supuesto-. Pero tengo que ir primero al baño.

 

Tenía que echar un pis, así que cogí el candelabro y me fui, desnudita, para el váter. Al abrir la puerta

de la habitación descubrí a Kata viniendo por el pasillo precisamente de allí. La luz de las velas nos daba

un aspecto un tanto fantasmal pero también resaltaba, en su caso, el volumen de sus pechazos de una

forma... Se sorprendió al verme en el umbral, más que nada por mi desnudez. Ella al menos llevaba bragas:

 

-¿Qué? ¿No puedes dormir? -me preguntó a la vez que me miraba de arriba abajo, deteniéndose un segundo de

más en lo que me colgaba, flácido pero todavía grueso, entre los muslos. Su cara de extrañeza lo decía

todo...

-No... Es que... ¡hace un calorrr...! -improvisé. A mí también se me iban los ojos, pero a su delantera.

-Je... Pues díselo a Patri, que me ha pedido una manta...

-Ya, pobre... Y tú, ¿qué tal con la cama?

-Una puta... -se interrumpió un momento, mientras miraba por encima de mi hombro, hacia dentro de la

habitación-...mierda.

 

Me volví un segundo. En la penumbra se adivinaba a Beni desnuda, tendida de lado sobre la cama como si

fuera "la Venus del espejo", encendiendo un cigarrillo de espaldas a nosotras. Kata siguió:

 

-Bueno, pues nada... A ver si todas conseguimos "dormir" -su cara era un poema. Una oda titulada "Beni, qué

putón eres, maja". Cuando me dijo que era muy enrollada, no creo que se refiriese a que daba buenas

mamadas...

 

Kata marchó a su habitación bastante mosqueada, seguramente sospechando el sentido que Beni y yo le dábamos

a la expresión "estar a dos velas". Yo me fui finalmente para el baño y, después de orinar y refrescarme un

poco, volví impaciente al cuarto. Beni me cogió el candelabro como si fuera un relevo de atletismo y marchó

también al váter. Me quedé esperándola en la oscuridad, tendida en la cama intentando asimilar lo que había

pasado. No me lo acababa de creer. Y, encima, ¡parecía que iba a haber más! Cuando por fin regresó se quedó

un momento sonriéndome desde la puerta. La cálida luz anaranjada que producían las velas hacía que su piel

morena resultase irresistible. ¡Menudo cuerpazo tenía la cabrona! ¡Hala, venga! ¡Ya me estaba volviendo a

excitar...!

 

-Es que me parece increíble... -dijo, negando con la cabeza, mientras se acercaba a la cama. Tampoco ella

se lo podía creer.

 

Gateó sobre el colchón hasta mí y volvió a tocarme ahí abajo, como queriendo confirmar que aquello era

real. Su boca, esta vez, comenzó a recorrer mi cuerpo desde mis labios... bajando por mi cuello... pasando

entre mis pechos... chupando mis pezones... surcando mi vientre... besando mi pene... mis ingles ¡mmmmm!...

hasta llegar a mi coño...

 

Se puso a lamérmelo... Su lengua... Su lengua no se qué carajo hacía pero me volvía loca. No dejaba de

moverla y repasarla por mis labios vaginales y por la entrada de la propia vagina, hasta acabar por

introducirse en ella. ¡Qué gustazo poder sentirla dentro de mí! Me humedecí aún más de lo que ya estaba,

estremecida por sus movimientos. «¡No pares!, ¡no pares, por favor!», supliqué mentalmente, queriendo que

aquello no terminase nunca. Al de un rato Beni ya había conseguido ponerme verraca, pero la postura que

tenía no debía de resultarle la mejor porque, metiendo sus brazos bajo mis muslos, elevó mis caderas para

hacerlo más cómodamente. Con mi peso no le resultó difícil. Volvió luego a introducirme la lengua y, al

poco, su órgano entraba y salía de mí sin parar ¡Qué pasada! ¡Era como si me follase con la lengua! Estaba

consiguiendo lo que a mí me costaba tanto: correrme por la vagina. En la carrera al orgasmo mi polla casi

siempre llega primero, pero esta vez... ¡Con lo "falocéntrica" que era yo en el sexo y esta tía me estaba

haciendo sentir el resto de mi cuerpo como nunca! ¡Cómo me estaba poniendo...! ¡Sentía mis jugos rebosando

desde mi coño, corriendo hasta su boca! ¡Me venía como una guarra!

 

Y encima, para rematarme, cuando creía que terminaba, su lengua insaciable se puso a lamerme también el

ojete. ¡El culo se me estremeció!, ¡nunca me habían tocado ahí! Ni yo misma lo usaba para darme placer, y

mucho menos sabía que pudiera ser tan sensitivo. ¡Me lo lamía en círculos, la muy cerda! Aquella

experiencia nueva terminó de ponerme cachonda perdida. Y ella también lo estaba, por cómo se cebaba

conmigo... A cada embate alzaba más y más mi trasero, levantándome poco a poco hasta quedar ella, de

rodillas, con la cabeza entre mis piernas y yo, patas arriba, prácticamente volteada sobre mí misma. Una

postura incómoda, sobre todo para alguien como yo, que no hacía mucho deporte, que digamos. En tal posición

mi rabo colgaba medio tieso, dando tumbos a un palmo escaso sobre mi cara. Lo estaba viendo más cerca que

nunca con cada embestida. Estaba tan cerca que parecía al alcance de mi boca. En medio de la excitación que

me producía los lametazos de Beni, me dieron unas ganas tremendas de hacerle lo mismo a mi polla. Saqué la

lengua y la alargué todo lo que pude, ¡pero no! Estaba tan cerca y tan lejos... Beni se dio cuenta de mis

esfuerzos. Por desgracia, dejó de lamerme porque le dio la risa. No la culpo; se me tenía que ver ridícula

en semejante pose, intentando lo imposible:

 

-¡Ja, ja, ja! Lo que faltaba... ¿Sabes? Conozco a un tío que es capaz de hacer eso que intentas -«¡Ahí va!

Entonces es posible...». Hasta entonces no lo había ni imaginado-. ¡Es supercachondo verlo! ¿Probamos a ver

si puedes?

 

Echando su peso sobre mí, quiso ayudarme a que doblara la espalda un poco más, pero era demasiado. No era

capaz:

 

-Para, para, para... Déjalo, ya vale.

 

Dejó de empujar y estiré todo el cuerpo. La comida de chocho con beso negro había sido impresionante, pero

la postura acrobática casi me rompe. Quedé jadeante, dejando otra vez a Beni en la estacada. Me lo hizo

notar:

 

-¡Eh!, te ha gustado lo que te he hecho, ¿verdad? ¡Pues maja, a mí también me gusta que me lo hagan! -me

dijo, y se tumbó boca arriba, bien abierta de piernas. Una forma muy directa de decirme que le comiera el

potorro...

 

Con mi cara entre sus muslos, no sabía muy bien cómo empezar. Pasar de pasiva a activa no me era fácil. Mis

referentes eran lo que ella misma acababa de hacerme y las pelis guarras que había visto hasta entonces. A

diferencia de mí, que llevaba el vello púbico recortadito, Beni estaba completamente rasurada; ni en las

películas había visto una pochita tan desnuda... Eso al menos me facilitó la tarea. Separé sus labios; los

pliegues eran más largos que los míos... No había caído nunca en que el aspecto del sexo difiere en cada

persona. Su pocha dilatada se abría fácilmente para mí, rezumando su humedad y diciéndome lo cachonda que

estaba. Ahora era yo la que flipaba con la novedad. Con más curiosidad que excitación me dispuse a lamer su

interior rosado y apetecible. Le dí un buen lametón; un sabor nuevo pero familiar invadió mi lengua... Me

recordó al mar... y a algo metálico, no sabía definirlo... Con un par de indicaciones de Beni me fui más

arriba, a su clítoris. Del tamaño de la punta de mi meñique, estaba duro. Lo chupé y retraje su capuchón.

Me hizo gracia; parecía un pene diminuto. Lo lamí y lo lamí, cada vez con más ganas y espero que también

con más destreza...

 

Después de un rato así, Beni cambió de postura y se puso a cuatro patas, dejándome todo su trasero para mí.

Toda su raja y su ano al alcance de mi lengua, que le repasé a conciencia intentando dejarla tan satisfecha

como ella me había dejado a mí. La verdad es que era cansado... Dar placer a otra persona era más agotador

de lo que creía. Y más difícil, porque no sabía si lo estaba haciendo bien. De hecho, Beni no parecía

especialmente cachonda con lo que le hacía, cuando anteriormente yo me había deshecho en jadeos con esos

mismos movimientos. Pero claro, ni yo era tan diestra como Beni, ni ella se debía de excitar tan fácilmente

como yo. Dándome más brío, pasé a usar las manos en su chocho, y a magrear sus nalgas mientras besaba y

lamía su perineo y le rozaba su oscuro ano con la punta; ese ano que, decían, había sido petado ya por

tantos tíos... Me estaba excitando hacerle todo eso que "en frío" ni se me ocurriría probar; me sentía

cerda y me gustaba. Mi polla volvía a erguirse, y empezaba a reclamar mi atención. Me di un par de meneos y

también a mi pochita y pezones. Estos estaban tan duros que se me ocurrió repasárselos por la raja. Bien

pegada a su culo, los restregué contra su potorro. Al de un rato de hacérselo, ella, que llevaba un rato

sin decir nada, empezó a respirar más profundamente y a tocarse las tetas... Sentí que mis pechos se

humedecían por los jugos de su coño. Mis esfuerzos empezaban a surtir efecto; separó más sus muslos:

 

-Métemela... métemela... -susurró suplicante.

-¿Q-Qué...?

-¡Que me metas la polla ya, joder!

 

No me lo podía creer, ¡quería que la follase! ¡Me lo estaba pidiendo! De un salto me puse de pie sobre el

colchón, flexionando las piernas para montarla desde atrás. Acerqué el capullo a la entrada de su vagina y

lo froté contra ella, pero demasiado torpemente; con los nervios no conseguía metérsela. Temblaba como una

hojita. Al final ella misma, impaciente, echó una mano atrás para ayudarme a penetrarla. ¡Mi polla se

deslizó con facilidad adentro de su coño! ¡Estaba dentro de Beni, conectada a ella! ¡Qué sensación sentir

la humedad de su vagina! ¡Qué suavidad y calor! Mis caderas enseguida cobraron vida propia y empecé a

follarla como si lo hubiera estado haciendo toda la vida. Aquel placer me pedía ir cada vez más y más

rápido, con un sonoro "¡plop!-¡plop!-¡plop!" al chocar mi sexo contra el suyo. Agarrada a sus nalgas y con

el pelo alborotándose en mi cara, se la metía con todas mis ganas. Jadeaba y sudaba de gusto y también por

el esfuerzo; ¡aquello era mejor que hacerse una paja, pero también mucho más cansado! Me arrepentí de

haberme escaqueado de las clases de gimnasia. Mis enculadas, ansiosas al principio, fueron dando paso a un

más cansino y esforzado "plop... plop... plop...". Cuando Beni notó que mi ritmo disminuía me sugirió

cambiar de postura. Yo me coloqué tendida boca arriba y ella se montó, a horcajadas, sobre mí. Agarró mi

falo y lo enfiló de nuevo a sus adentros, soltando un suspiro de placer cuando se dejó caer sobre él,

introduciéndoselo de golpe hasta el fondo. Si no me corrí entonces fue por las descargas anteriores porque

si no... Tener mi pollón entero en su vagina era lo más increíble que había sentido hasta entonces. En

semejante postura, sentada sobre mí, Beni empezó a mover sus caderas adelante y atrás, frotándose

suavemente pero progresivamente ganando en velocidad. Al de un rato me cabalgaba con ansia, agarrada a mis

pechos, como si me llevase al trote directa al orgasmo. Yo la cogía de las nalgas, extasiada en sus tetas,

que botaban arriba y abajo sin parar. Noté todo su flujo empapándome el nabo; Beni estaba tan cachonda que

se corría; se corría con mi polla dentro. Sentí las contracciones de su vagina mientras ella detenía la

cabalgada para degustar su orgasmo entre profundos jadeos.

 

Se encorvó hacia delante y me besó... Me besó en la boca, metiéndome su lengua ardiente; esa lengua que

había probado mi coño y mi culo... ¡Era mi primer beso, "beso", aunque no fuera de amor, precisamente! No

se lo dije, pero así fue. Un beso de pura lujuria, con sabor a tabaco, y que, curiosamente, me dio cierto

corte. Después de comerme la boca un poco más (porque yo, la verdad, no supe qué hacer y me quedé pasiva)

se irguió lo justo para ponerme sus tetas en la cara... ¡Ahí no tuvo que decirme nada! ¡Con lo que me había

"puesto" vérselas en la playa...! ¡Se las empecé a besar, a lamer, a morder, a comer..., como loca! Me

ayudé con las manos, acariciando, estrujando y amasándoselas ¡Qué suaves y tersas! ¡Qué blanditas y firmes!

¡Y qué pezones tan ricos...! Se los mamé y mordisqueé como si me fuera la vida en ello. Luego las froté

contra mis pechis, disfrutando lo que, por miedo, había evitado hacer con Kata. ¡Mmmmm, qué sensación tan

rica, pecho contra pecho! ¡Qué idiota fui de no hacerlo con Kata, para clavarnos los pezones como ahora

hacía con Beni! Mientras, mis caderas seguían en modo automático y se movían buscando acción. Beni, una vez

disfrutado su orgasmo, como buena repetidora que era también quería más. Cambió otra vez de postura,

montándome esta vez de espaldas a mí, en cuclillas, apoyando las manos en mis piernas y dándome de nuevo su

trasero. Enfiló otra vez mi pene en su vagina y comenzó a moverse, arriba y abajo en esta ocasión. Mi

cadera la acompañaba, porque yo también estaba ya excitadísima. Con su culo en pompa hacia mí no pude

evitar magreárselo a dos manos, pasándole los pulgares entre sus nalgas. Toqué su ano y, sin pensármelo, le

introduje un dedo en él. Di en el clavo, ¡Beni se volvió loca! Lo de que se dejaba encular por los tíos se

confirmaba, porque sus jadeos y el ritmo de la follada aumentaron hasta pedirme lo impensable para mí:

 

-¡Aaahh, sí cabrona! ¡Síiii, dame por el culo...! ¡Qué bueno...!

 

Intenté meterle más adentro el dedo, pero aquello necesitaba lubricación. Sin dudarlo un momento por el

calentón que llevaba, me lo chupé bien y lo apliqué de nuevo. Entró con más facilidad y me puse a metérselo

y sacárselo una y otra vez, acompasando el sube y baja de su culo. ¡Beni bufaba de gusto...! En una de

estas, sin avisar, paró para sacarse mi polla del coño y enfilarla entre sus nalgas. ¡En un segundo mi

cipote, bañado en el jugo de su potorro, se perdió dentro de su ano! Dejó caer su peso sobre él y sentí

como atravesaba su dilatado ojete hacia su recto. ¡La estaba petando el culo! Mi cipote quedó abrazado por

el tallo, mientras el resto quedaba libre dentro de ella. A diferencia de su vagina, este orificio era más

estrecho y solo había calor y suavidad. Beni volvió a su enculada... Cuando notaba falta de lubricación se

detenía un momento para escupirse en la mano y, sacándose un momento mi polla, embadurnarla con su saliva

para proseguir aquella penetración tan guarra. Las dos estábamos ya superbrutas, mucho más que salidas.

Ella se tocaba por todo el cuerpo con una mano, machacándose el clítoris a conciencia con la otra. Yo le

agarraba de donde podía: de sus caderas, de su cintura, de sus tetas... ¡Quería sentirla toda! Quería que

aquello no parase nunca pero... ¡no podía más!, ¡iba a reventar de gusto!

 

-¡Buah! ¡No puedo más, joder! ¡Me voy a correr! -grité, intentando contenerme-. ¡Beni, que me corro!

-¡Espera, aguanta! -me pidió, sacándose mi polla del culo y echándose boca arriba sobre la cama, sin dejar

de masturbarse el clítoris-. ¡Ahora, córrete! ¡Córrete sobre mí!

 

Me incorporé de rodillas rápidamente a su lado. Mi polla estalló sobre su cuerpo, inundándolo de mi leche,

en menor cantidad y espesura que la vez anterior, pero con más fuerza y calor si cabe. Me tuve que morder

los labios para no gritar de placer... ¡Qué gustazo, cojones! ¡Me corrí hasta quedarme seca! Mi corrida

caliente cayó entre sus pechos y por su vientre mientras ella seguía masturbándose. Extendió mi semen con

su mano, lo olisqueó y lo lamió de su palma. Su cara no podría mostrar más vicio. «¡Qué pedazo de guarra!

¡Cómo me pones, so puta!». Su orgasmo no tardó en llegar en oleada, haciéndola revolcarse de gusto sobre

las sábanas, gimiendo entrecortadamente. ¡Qué forma de disfrutar! ¡Y cómo me había hecho gozar! Me había

dado tanto que quise corresponderla regalándole las últimas gotas de mi lefa. Acercando mi rabo morcillón a

su cara satisfecha, dejé que las relamiera de mi polla, dedicándome, mientras lo hacía, una gran sonrisa de

zorra traviesa...

 

Caí extenuada junto a Beni. Las dos resoplando por tremenda follada... Cerré un momento los ojos... En

cuanto cogiera aire iba a seguir... Aquello era lo mejor del mundo, no podía parar... Iba a estar

haciéndolo toda la noche... Sí... En cuanto... cogiera... ai... re...

 

Y me dormí.

 

 

 

4.7  ...Y al despertar ya mi vida sabrá algo que no conoce.

 

    Brillaba el sol, y no solo en el cielo... No serían más de las siete de la mañana, y seguramente no

había dormido mucho, pero había dormido bien; había dormido feliz como nunca. A mi lado Beni, tumbada boca

abajo, dormida aún; iluminada por la luz que se colaba entre las rendijas de la persiana. No me lo podía

creer. ¡Había pasado! ¡Lo habíamos hecho! Me levanté y me quedé mirándola, absorta en su desnudez. La cama

revuelta, las sábanas y la ropa por el suelo, las velas medio fundidas... Y un ambiente cargado de olor a

cera, tabaco, sudor y... ¡sexo! «¡Lo he hecho! ¡He follado! ¡No me lo puedo creer! ¡Tooomaaaa!». Di unos

saltitos de alegría; estaba loca de contento. Y excitadilla también... Mi cuerpo me pedía que despertase a

Beni para continuar donde lo dejamos, y estuve a un pelo de hacerlo. Mi pene, que suele levantarse antes

que yo, me lo empezaba a exigir, pero ya no era el momento. Sintiéndolo mucho, tenía que prepararme para el

viaje de vuelta, así que lo constreñí malamente en mis bragas y me puse la camiseta; de forma maquinal,

porque mi mente seguía flotando en mares de felicidad desconocidos por mí hasta entonces. «¡Qué boba! Si me

tengo que duchar...». Debía lavarme, sobre todo ahora que, al despejarme, empezaba a ser consciente de en

qué agujeros había estado mi pene... ¡y también mi lengua, ugh!. Sí, debía limpiarme bien... Había

madrugado de más y tenía tiempo de sobra. Y también tenía bastante sed. Así que me espabilé un poco en el

baño y, antes de ducharme, me fui para la cocina. Iba bailando sin música por el pasillo, con una sonrisa

de oreja a oreja que me era imposible borrar. La puerta de la otra habitación estaba abierta; eché un

vistazo. "Las tres gracias" yacían sobre las camas adosadas: Mireia vuelta hacia la pared; Kata en el

medio, abrazando a Patri para darle calor con su cuerpo, y ésta a su vez acurrucada entre sus pechos,

tapándose con la sábana. Una escena muy tierna, casi maternal, pero también muy sensual. Me hubiera

cambiado por cualquiera de ellas...

 

En la cocina la luz de la mañana entraba como si nunca hubiera existido la tormenta de ayer. Un día

precioso. Me puse un vaso de agua bien fresquita y me acerqué al balcón acristalado a admirar el paisaje,

que era poco más que la calle y el edificio de enfrente, que no estaría ni a veinte metros. Por lo temprano

de la hora, me sorprendió ver a un chico joven en uno de sus balcones, un piso más bajo que el nuestro.

Estaba apoyado en la barandilla, fumando en bermudas y con gafas de sol. O acababa de llegar de fiesta o

estaba en situación similar a la mía. De lo que no tenía duda era de que estaba buenillo. Fibroso pero con

buen tipo y el pelo algo rizado, me pareció bastante atractivo. Y en el estado de subidón que yo tenía, que

estaba que me comía el mundo, olvidando mi clásica timidez me acerqué más al cristal para verlo y también

para que me viera. No tardó mucho en descubrirme...

 

    Sonriéndome, me echó un buen vistazo. Y parece que le gustó lo que vio, porque no apartaba la

mirada. Yo, que estaba en mi mejor momento, me puse juguetona... Con el vaso en una mano, daba sorbitos al

agua; con la otra jugaba con el borde de mi camiseta, subiéndomela lo justo para que vislumbrara mis

bragas. Me hacía la distraída, como si hubiera más cosas que mirar en aquel momento... De reojo vi que el

chaval seguía mirándome sin cortarse, y entonces me atreví a algo más. Mirando hacia la calle, seguí

bebiendo pero, "sin querer", derramé el agua sobre mi camiseta. Hice un gesto ingenuo, «¡Oh! ¡Qué torpe

soy!», y luego, sonriéndole, me encogí de hombros y fui vertiendo el resto del contenido sobre la tela que

cubría mis senos, jugando a "miss camiseta mojada". Enseguida mis pechos quedaron marcados en ella, con sus

pezones al frente. No se cuanto detalle podía ver el tipo, pero tiró el cigarrillo y pasó a mirarme

bastante "concentrado" y sonriente... No me podía quedar así, claro, con aquello mojado, así que, dándole

la espalda, me la quité. Me reía para mí imaginando lo que estaría pensando él, y también sintiendo que me

ponía caliente lo que estaba haciendo... Mi pene se venía arriba, sin apenas oposición de mis bragas. Se me

ocurrió quitármelas. Las dejé caer al suelo, quedando totalmente desnuda, de espaldas a él. Me tapé mis

sexos con la camiseta y así me volví, de nuevo, hacia el mirador... La cara del chico era de foto: con la

boca abierta y agarrado con las dos manos a la barandilla. No distinguí bien pero su bermuda parecía tener

un bulto sospechoso. Aquella chica a la que miraba se había desnudado sin motivo aparente; ¿Qué iría a

hacer?...

 

Tenía enfrente de mí no solo a aquel tío, también el resto de ventanas, y balcones, y la propia calle... Y

yo desnuda, tapándome lo justo... Podría verme cualquiera... Detrás de cualquier cortina, de cualquier

persiana... Solo veía a ese chaval, pero podría haber más gente mirando... y me hubiera dado igual... Con

lo que me preocupaba la noche antes que el vecino baboso nos viera y ahora me importaba todo un huevo.

¡Cómo pueden cambiar las cosas en un solo día!

 

Sentí el vértigo de la libertad. De la libertad de poder hacer lo que yo quisiera sin que me importase el

resto de la gente. Mi fiebre exhibicionista me estaba excitando cada vez más y me llevaba de la mano a

sentirme a mí misma. Esa mano que sujetaba mi camiseta y me tapaba, comenzó a restregarse contra mis sexos,

sin oposición, sin vergüenza, con deseo, con ganas... Mi polla erecta y dura recibía con gusto las caricias

suaves de la tela y mi coñito rezumaba su jugo, dejando escapar alguna gota en descenso por mis muslos...

 

Apoyé la otra mano en el cristal. Comenzaba a jadear de placer. Fuera, en el resto del mundo, el chaval

seguía casi en la misma pose que antes, con la diferencia de que su derecha trabajaba ya su pene por debajo

de sus bermudas. «Muévela cabrón, así, date gusto para mí, hijoputa». Su boca abierta denotaba que también

él jadeaba como yo... Se masturbaba tapándose su sexo quizá porque yo también lo hacía así y no quería

ofrecerme más de lo que yo le daba... Era como un juego; otra partida de póker...

 

Mi excitación iba en aumento. Estaba como ida; como si todo fuese un sueño húmedo... muy húmedo. Bajé la

mirada. En la calle un hombre paseaba a su perro; no tenía ni puta idea de lo que pasaba cinco pisos por

encima de su cabeza. Sonreí pensando en ello; pensando en que si no hubiera cristal me correría sobre él...

Le caería una inesperada lluvia de semen... Porque me iba a correr y a no tardar. Pensando en ese chico que

me miraba pajeándose; imaginándome que me follaba... que le comía su puta polla... que se corría sobre

mí... «¡Joder, mierda! ¡No puedo más, ostia puta! ¡Me voy a correr!». No aguanté más. Agarré la camiseta

con las dos manos y me la restregué a toda velocidad contra mi pubis y polla, todo a la vez. Me acerqué

todo lo que pude al cristal, mirándole a él. También había aumentado el ritmo de su paja, acabando por

sacarse su miembro. ¡La primera polla que veía "en vivo", aunque fuera a distancia! Un buen trozo de carne

que meneaba a gusto sin perder detalle de mí. Quizá esperaba que yo también enseñase mis cartas y así lo

hice: gimiendo como una posesa, lancé la camiseta por los aires para frotarme la pocha con una mano y con

la otra agarrar mi falo para meneármelo sin control, arriba y abajo a toda velocidad. Mi orgasmo llegó

rápido y brutal, estallando contra el cristal de la parte baja del mirador... Espesos chorretones

blancuzcos se estrellaron contra él, escurriéndose luego hacia abajo en gruesos regueros... Pegué la polla

al cristal, estremeciéndome de gusto, y me la escurrí contra él hasta la última gota, sin dejar de mirar a

mi amigo de enfrente. Él no había parado de meneársela hasta que eyaculó. Lo hizo entre los barrotes del

balcón, lanzando su lefa a la calle... ¡Qué morbazo me dio! Pero luego...

 

Luego se quedó parado, boquiabierto otra vez, pero por otro motivo. No sé si se había imaginado que yo me

estaba dando gusto con un consolador o algo así, pero cuando vio que aquello echaba "leche" quedó

impactado. Se subió las bermudas con su chorra todavía goteando y se metió para dentro de la casa sin dejar

de mirar hacia mí. Su actitud me hizo reaccionar... Me tenía que ir pitando de allí. Cogí mi ropa y me metí

más adentro, fuera de su vista. No estaba arrepentida, ni mucho menos, de lo que había hecho, pero sí sentí

que me había expuesto demasiado, tal vez. Hoy en día hubiera sido peor; seguramente habría quedado

"retratada" en algún video de Internet... ¡Cuánta libertad tenemos ahora, ¿verdad?! ¡Je! Pero bueno, en

aquel momento y pensándolo bien, tal como hacía Kata, allí no nos conocía nadie y no volvería a coincidir

con aquel chico, ni creo que me hubiera reconocido de haber ocurrido. Pero no podía quejarse; ahora tenía

una anécdota que contar a sus nietos: ver a una chica con pene no pasa todos los días, ¿no?

 

Así que, totalmente satisfecha, me puse otra vez la camiseta, todavía húmeda pero llevable por el calor que

hacía, y volví al lugar del crimen para borrar mis huellas. Limpié el cristal y el suelo con papel

absorbente, riéndome al pensar que, con todos los rastros genéticos que estaba dejando por la casa, si un

día había un crimen allí, los del C.S.I. me pillaban fijo. Cuando casi había acabado, Mireia entró en la

cocina:

 

-¡Uy, qué madrugadora!... ¿Qué haces?

-Nada... Que se me ha caído un poco de agua...

-Ya veo, ya. Te has mojado la camiseta...

-Sí, ahora iré a ducharme, antes de que entren las demás.

-Pues sí. A ver si esas marmotas se van levantando de una vez, que en menos de hora y media tenemos que

estar en la estación.

 

Me dio tiempo a lavarme mientras las otras tres terminaban de despertarse. Kata y Beni no me hicieron mucho

caso; actuaban como si no hubiera pasado nada. Por su parte, Patri estaba mejor aunque con una buena

torrija. Para mi desgracia, dijo no recordar casi nada de la noche anterior, a partir del apagón. Qué

amnesia tan oportuna, ¿verdad?:

 

-Estoy bien, pero he tenido unas pesadillas... En una estaba bailando desnuda en la sala y...

-¡Ja, ja! No maja, no... Eso sí que pasó, créeme -le dijo Kata, y las demás asentimos.

-¡Joder qué vergüenza! -se ruborizó la rubia-. ¡No vuelvo a beber! ¡Te lo juro!

 

Para mí fue un bajonazo, porque lo dijera en serio o no, suponía que Patri se volvía a cerrar a lo que

sintiera por mí. Parece que yo no era la única que debería despejar dudas sobre su sexualidad, pero por el

momento no iba a ser así.

 

Tomamos algo de desayuno y nos arreglamos para irnos. Estábamos recogiendo la ropa del tendedero que había

en la terraza cuando a Kata le llamó la atención algo allá enfrente:

 

-¿Y esos tíos de ahí? ¿Qué hacen señalando hacia nuestro piso?

 

Me quedé helada. Mirando oculta tras ella vi que era mi "novio". Estaba en su balcón, acompañado de sus

colegas; otros cuatro tíos también en bermudas, con pinta de guiris. Les explicaba con aspavientos algo, y

todos señalaban hacia nuestra terraza. «¡Ayayay, que la he `líao´...!». Kata, en un alarde de humildad, se

pensó que era por ella:

 

-¡Holaaa, guapos! -les empezó a saludar con la mano-. ¡Mira Beni, que tenemos admiradores, ja, ja!

-¡A ver...! -se acercó la otra toda contenta-. ¡Pues sí que están buenos, tú! ¡Mira ese rubio, que

abdominales tiene! ¡Eh! ¡Tío bueno, saluda!

-¡Ahora se van a poner a ligar estas dos? -alucinaba Mireia-. ¡Ya os vale!

-Y, ¿por qué no? Nunca es tarde... -contestó Kata-. Lo que les veo un poco paraditos... Igual necesitan

"algo" de motivación...

 

Y, siguiendo su política de desmadrarse donde no era conocida, se remangó la camiseta para mostrarles su

tetamen. Beni secundó la moción haciendo otro tanto y enseguida las dos estaban pegando botes, haciendo

bailar sus domingas como la noche anterior. Pero, para su sorpresa, los chicos no reaccionaron como ellas

esperaban... Con actitud arisca, se pusieron a hacerles cortes de manga y gestos similares mientras decían

algo con acento italiano. Para mí que eran improperios...

 

-¡Pero qué hacen estos maricones! -alucinaba Kata-. Encima que les enseñamos las tetas... ¡Hijos de puta!

-¡Que sí tía! ¡Serán maricas? -se enfureció Beni, que seguro que no la habían rechazado así en su vida-.

¿Pero que dice ese de "vafanculo"? ¡Te vas a enterar, cabrón!

 

Abrió la ventana del mirador y, enterarse no sé, pero que les cayó un carro de insultos a esos pavos sí que

pasó. Que por algo Beni es hija de verdulera -no es broma; su madre tiene una frutería- y bien que hizo

honor a su progenitora y al topicazo. Lo más suave fue un "¡La puta que os parió!", y de ahí en adelante

hizo un alarde de creatividad, demostrando la riqueza del idioma en cuestión de tacos. Si se hubiera

aplicado así en clase ya te digo yo que no hubiera repetido, no. A todo esto Mireia se avergonzaba un poco,

Patri se partía la caja y yo... Yo me escabullía hasta la puerta de la cocina para que no me vieran...

 

La cosa fue yendo a menos, por fin, cuando otros vecinos empezaron a aparecer tras las ventanas. Los chicos

se fueron metiendo en su piso, todavía haciendo algún gestito, y parecía que el conflicto internacional se

terminaba cuando uno de ellos soltó un sonoro "travestiti" que llegó perfectamente audible a nuestra

terraza. Mis amigas quedaron un segundo en silencio, pensativas, y luego, al unísono, volvieron sus caras

hacia mí...

 

-¡Pero qué tarde es ya, madre mía! -salí por peteneras-. ¡Venga! ¡Dejaos de chorradas y vámonos ya que

perdemos el tren!

 

Sufrí sus caras inquisitorias hasta que llegamos a la estación. Por suerte ninguna se atrevió a preguntar y

aquel episodio quedó como algo inexplicable, sobre todo para Kata y Beni que, por una vez, sufrieron en sus

carnes el rechazo del sexo opuesto. ¡Les habían tomado por travestis, pobrecitas...! ¡ji, ji, ji! Pero no

sufras por ellas, que años más tarde ya han tenido rollos con otros italianos... Como que iban a hacer

discriminaciones esas dos, ¡Ja!

 

Durante el viaje de vuelta no podía disimular mi cara de felicidad, sobre todo cuando miraba a Beni. Ésta,

a su vez, sonreía con picardía cada vez que Kata le dirigía la mirada. Una mirada que denotaba cierto

reproche. Quizás creía que se había aprovechado de mí; o tenía celos... Llegué a pensar en que, tal vez,

había perdido una de esas apuestas que se traían entre ellas. Algo habrían hablado aquellas dos sobre mí,

eso fijo, aunque me daba igual, yo seguía en mi nube. Por su parte, Patri estaba meditabunda, mirando por

la ventana del vagón. «A ver si te aclaras pronto las ideas, bonita...», pensé lamentando de nuevo la

ocasión perdida. La que volvía más feliz era Mireia; por fin podría estar con su novio y darle caña de

verdad. ¡Ay, qué envidia tener a alguien con quien poder "jugar"!

 

Nos recuerdo así, mecidas por el traqueteo del tren y sin apenas hablarnos, camino a casa. Cada vez que veo

la foto que nos sacamos en el paseo marítimo y nos veo allí a las cinco, tan crías aunque entonces no nos

lo pareciera, me da cierta nostalgia pero también muy buen rollo. Aquellos días estuvieron muy bien después

de todo, y sobre todo para mí, claro. Íbamos a empezar cosas importantes en nuestras vidas el curso

siguiente, ya como mayores de edad, y disfrutamos lo que teníamos que disfrutar. Les guardo mucho cariño a

aquellas cinco chavalas que fuimos y que, en el fondo, siguen existiendo dentro de nosotras. Y, sobre todo,

recuerdo la mirada cómplice de Beni cuando nos despedimos. La chica que consiguió hacerme sentir como

nunca... ¡Que me enseñó tanto...! Con un furtivo guiño de ojos me lo dijo todo: disfruta la vida sin miedos

y... ¡Que nos quiten lo `bailao´...!