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El secreto de Lucía - IV (3)

en Autosatisfacción

4.3 La playa. Toma dos.

 

        Cuando me desperté eran más de las diez y mis compañeras de habitación ya se habían levantado. El sol de la mañana y la temperatura, que amenazaba con subir durante el día, nos sacaron de entre las sábanas más pronto de lo que hubiéramos querido. En mi caso también ayudó bastante aquel potro de tortura que era mi cama plegable; estaba baldada...

 

Yendo al baño vi la puerta de Kata cerrada. Ella y Beni todavía tendrían sueño para rato, teniendo en cuenta la hora y el estado en que llegaron, voceando más de la cuenta. Eso me hizo recordar el "regalito" que dejé en el pasillo, así que al pasar me fijé en la moqueta y el empapelado y, bueno, entre que eran de colores ocres y que ya de por sí tenían solera, no se distinguían evidencias de mis andanzas nocturnas. ¡Menudo alivio!

 

En la cocina encontré a Mireia desayunando. Me dijo no haberse enterado de nada durante la noche porque durmió del tirón. «Sí, síii, del tirón... A mí me lo vas a contar. ¡Qué mentirosa!». Por otra parte, Patri se había ido una hora antes a correr por la playa "para despejarse"; ya hacía falta tener ganas... Cuando volvió, decidimos salir las tres a dar un paseo por el pueblo. Les dejamos una nota a las bellas durmientes diciendo que volveríamos antes de la hora de comer, esperando que para entonces ya se hubieran levantado, y nos fuimos.

 

    El pueblo estaba bastante tranquilo, desperezándose todavía a esas horas, como mañana de festivo que era. La gente comenzaba a ocupar sin prisa la playa y las terrazas de los bares. Nos sentamos en una de ellas, en el paseo marítimo. No hacía tanto sol como la víspera pero sí bastante más calor. No sé si por ello o por la caraja que todavía teníamos, pero noté a Patri algo distante conmigo; no en plan borde o maleducado, pero sí bastante seria para lo alegre que solía estar habitualmente. Llegué a pensar en si me habría visto por la noche... ¡Uf! ¡No! No lo creía pero, ¿y de ser así? La vocecilla a la que no hice caso de madrugada volvía ahora gritando a pleno pulmón: «¡Joder! ¡Que le besaste el culo, Lucía! ¡Y le pusiste tu pene delante de la cara...! ¡Pero en qué estabas pensando? ¡Qué cerda eres, qué vergüenza...!». Mi conciencia me fustigaba para hacerme sentir mal, la puñetera, convencida de que a mis compis no les haría gracia saber que me ponían bastante y, sobre todo, temiendo que eso pudiera acabar con nuestra amistad. Si ni siquiera éramos capaces de hablar de la masturbación en grupo del año anterior, ¿qué podía esperar?

 

Mientras tenía estos pensamientos tan edificantes crucé mi mirada con la de Patri y la evité, un poco cortada, volviéndola hacia Mireia. También a ella se la veía distraída y más callada. Probablemente seguía con la mente ocupada pensando en su novio... Bueno, durante la noche además de la mente había tenido también otras cosas ocupadas en ello, ¡je, je!... Echaba muuucho de menos al chaval, pero al pobre le había tocado trabajar esos días. Por desgracia para Mireia se cumplía aquella máxima que dice que difícilmente coinciden el lugar ideal, el momento oportuno y la compañía deseada...

 

Sin mucha cosa que contar y después de tomarnos el aperitivo, a eso de la una volvimos al piso, a ver si las dos jaraneras estaban ya en pie y, efectivamente, así era. Kata terminaba su desayuno de primera hora de la tarde a base de colacao y bollito. Tenía una cara de recién levantada horrible, abotagada y despeluzada... Menos mal que sus `fans´ no podían verla; se les hubiera caído el mito. Nos saludó con un gruñido, con pinta de que, en cualquier momento, se iba a dar de bruces contra el tazón de cacao. Beni, en cambio, salía del baño aseada y con mejor aspecto. Se notaba su experiencia en cuestión de sobrellevar resacas. No había desayunado y le pregunté, con buena intención, si a ella no le apetecía también un bollo:

 

-A estas horas no... Se los dejo a Kata, que le encanta comerlos. Es que ella es más bollera que yo... -contestó con sarcasmo.

 

A la cavernícola de la cocina no le debió hacer ninguna gracia la indirecta, porque soltó otro gruñido ininteligible con la boca llena, espurreando migas a la vez que le enseñaba el dedo medio a Beni. La verdad es que el rollo-bollo que se traían las dos empezaba a ser un poquito sospechoso.

 

Cuando estuvieron más espabiladas les propusimos salir a comer, consultándole primero a Kata si prefería que esperásemos un poco. No tuvo problema; aunque acababa de desayunar, el resacón daba mucha hambre y le pedía más comida. Además ella, de por sí, es una glotona; se lo traga todo... Quiero decir que es de las que presume de comer de todo y no engordar, para envidia del resto.

 

    A sugerencia de Beni, que ya parecía saber del pueblo más que los propios nativos, esta vez fuimos a un local en el puerto viejo. El bar-restaurante era mejor que el chiringuito donde estuvimos el día anterior pero tampoco es que fuera una maravilla que, si no, ya nos lo hubieran cobrado bien. Por lo menos se estaba lo bastante a gusto como para disfrutar de la sobremesa charlando, en concreto sobre la noche pasada. Y, claro, acabamos preguntando a Kata y a Beni qué tal les fue:

 

-De todo hubo... -contestó Kata con desgana-. Pero como no quisisteis venir, no deberíamos contaros nada...

-¡Jó, qué borde! -protesté-. Es que estábamos cansadas... Que vosotras tenéis más costumbre...

-Y que vais a unos sitios que... ¡vaya! -añadió Mireia.

-¡Ya, ya! -le cortó Kata-. Pero si no ¿Cómo vais a conocer a gente distinta e interesante? ¿Eh? ¡Hay que estar abierta a cosas nuevas!

-Sí, sí, sobre todo abierta... ¡Ja, ja! -ironizó Beni.

-¡Tú calla, que eres una bocas! -se rebotó la otra.

-¡Eh! ¡No, no! ¡Dad detalles! -exigió Patri-. Que mucho hablar de ligues y leches y luego os calláis lo mejor...

-Pues mira... -empezó Beni, que parecía más dispuesta a hablar-. Al final encontramos al chico del chiringuito, pero ya estaba un poco "perjudicado", ¿sabes?

-Sí... -corroboró Kata-. Es que mientras nos esperaba se debió beber hasta el agua del mar... Como llegamos tan tarde... Se cabreó bastante con nosotras, el imbécil, y se largó. Peor pa´ él, ¡que le den! Además estaba mejor su amigo... este...

-Yago, se llama Yago.

-Sí, eso... Que no me salía el nombre...

-Ya, más bien que ni te acuerdas, zorrón -le reprochó con sorna Beni-. Que menos hablar con él...

-¡Ah! Entonces os enrollasteis... -inquirí, toda cotilla. He de decir que aún no tenía muy claro lo que implicaba el término "enrollarse". Para unos suponían besos y magreo y para otros folleteo completo. Pero yo lo solté igualmente, a ver que pasaba...

-Bueno, depende de lo que entiendas tú por enrollarse -me respondió, devolviéndome la pelota desde el fondo de la pista sin despeinarse, desviando el tema-. Que Beni tampoco se puede quejar, porque había más tíos, ¿verdad, tú?

-Bueno, sí... Y muy majos todos, pero es que a mí el que me ponía era el del chiringuito -confesó, suspirando.

-Sí, pero... -insistía Patri, que quería detalles más jugosos... Y yo también, por supuesto. Porque aquellas dos parecían políticos, con perdón; hablaban mucho para no decir nada.

 

Justo en ese instante sonó el móvil de Kata. Nos callamos todas, desplegando las antenas para enterarnos de la conversación, pero la propia Kata nos chafó antes siquiera de empezar. Vio en la pantallita quién llamaba y no quiso ni contestar.

 

-¡Uf! ¡Qué puto pesao! -se le escapó. Y luego corrigió- La familia, que son unos plastas. Ya les llamaré.

 

Aquel desliz me dejó muy intrigada. ¿Quién sería ese "pesao" y qué querría de Kata? Tenía que ser el mismo que la llamó el día antes, eso fijo. Con lo peliculera que soy, empecé a hacerme disquisiciones sobre ello. Podría ser un ex-novio; algún conocido; quizás un compañero de clase... Divagué, sin poder imaginar en ese momento las consecuencias que acarrearía mi curiosidad.

 

    La llamada dio punto final a la sobremesa porque quisimos aprovechar lo que quedaba de aquella última tarde yendo a la playa. De camino al apartamento Patri se acordó de sacar su cámara de fotos para retratarnos. Solíamos hacerlo en ocasiones especiales, pero la jornada anterior se le olvidó y tampoco las demás caímos en ello. Hoy día nos hubiéramos hartado de sacarnos "selfis" y videos en todo momento y lugar, qué cosas... Luego de pasar a la posteridad subimos al piso para cambiarnos rápido y enseguida volvimos a estar tumbadas en nuestro trocito de arena, pillando moreno. Realmente había más resol que sol pero hasta venía bien porque a excepción de Beni, que fue la única que se puso en topless, el resto estábamos algo quemaditas del día anterior. Las que no teníamos costumbre, y yo la primera, pagamos el exceso, así que, echándome extra de crema protectora en el escote y a la sombra de mi super pamela, me quedé más tapada.

 

Con la mitad de gente que la víspera, la playa estaba mucho más tranquila. Teníamos más espacio y menos mirones. Y así estábamos, tumbadas tan ricamente, escuchando el desestresante sonido de las olas, cuando vimos pasar a un tipo, cincuentón y muy moreno, que ofrecía servicio de masaje. Me llamó la atención porque nunca había visto a nadie que lo hiciese. Beni, que había estado en playas del sur, decía que sí, que allí era más habitual. El caso es que una señora que estaba a unos tres metros por delante de nosotras le pidió uno. El buen hombre le atendió con bastante arte y soltura; no sé si sería profesional, pero estaba claro que tenía mucha experiencia. Y debía hacerlo bastante bien, porque la mujer le pagó de muy buena gana, agradeciéndole que la hubiera dejado la espalda como nueva.

 

Pensé lo bien que me vendría a mí, que todavía sentía, como si los tuviese clavados, los muelles del colchón en los riñones. Sin embargo, que me tocase un desconocido no me hacía mucha gracia... Ante mi asombro, cuando terminó de recoger sus bártulos, el masajista se dirigió hacia nosotras. «¡Tan machacada se me ve?», pensé sorprendida. No, no era por mí. Era por Kata, que le llamaba la atención levantando su mano mientras sonreía "inocentemente", igual que hacía cuando íbamos a la escuela. La recuerdo así el último año, llevando faldita y una blusa fina, preguntando alguna chorrada en clase de historia. El profe se fue hacia ella, olvidándose del escalón de la tarima, diciendo «¡Voooooyyyy...!». ¡Joder que si fue! ¡Qué ostión, madre mía...! ¡Cayó en plancha, a lo Fidel Castro! Todavía deben estar despegándolo del suelo... Eso por estar mirando obnubilado a donde no debía, el muy tonto. Pero bueno, esa es otra clase de historia, nunca mejor dicho...

 

Nuestro hombre de la playa estaba más curtido, de piel y moralmente también, y sus ojos ya habían visto suficientes pechos y carne en general como para alelarse por una chica guapa. De hecho, ni se inmutó por tener a Beni mirándole en tetas, al lado de Kata, mientras daba el masaje. Y es que Mireia y Patri siguieron a lo suyo, descansando boca abajo sin enterarse de nada, pero Beni y yo, que estábamos más cerca, no nos quisimos perder detalle. En mi caso, más que nada, por aprender algo nuevo, que quede claro... ¡ejem!

 

    El masajista le pidió primero a Kata que se tumbara con el sostén abierto. Ella obedeció, recogiéndose antes el pelo en un moño. Boca abajo y sin las apreturas del sujetador, sus pechos le rebosaban por los costados como si se hubiera echado sobre dos globos. Descansó la cabeza sobre sus brazos cruzados, con la cara ladeada hacia mí y los ojos cerrados para relajarse, dejando expuesta su esbelta espalda desnuda, lista para recibir el masaje...

 

Arrodillado a su lado, el hombre comenzó a extenderle aceite en largas y suaves pasadas, dejándole la piel brillante, como pulida. Seguidamente se centró en hombros y cuello para destensarle los músculos, formando dunas de piel que desaparecían bajo el empuje de sus pulgares. Cada vez que lo hacía debía de provocarle un dolor placentero, porque Kata no podía evitar algún que otro gemido quejoso, solapado a continuación por un suspiro de alivio.

 

Continuó, pasando a recorrerle con los dedos la columna en un suave descenso desde la nuca a la cintura, vértebra a vértebra, para luego remontar hasta el nacimiento de sus glúteos. Paró a darle un ligero masaje en esa zona, haciendo vibrar sus caderas. Kata sonreía. Quizás le hacía cosquillas, no sé, pero el caso es que le debió gustar bastante porque, de hecho, le pidió al hombre que insistiese más en esa parte.

 

Así lo hizo, presionando con más fuerza, empujando rítmicamente la cadera de Kata contra la toalla. El movimiento tenía algo de erótico y, ciertamente, ella resoplaba con cada embestida. Empezó a relamerse el labio superior con la punta de la lengua, en gesto de disfrute. Pero no le debió parecer suficiente... Kata quería «¡Más!» y así lo ordenó. Con resignación, el hombre procedió a masajear con mayor intensidad aún, usando las dos manos, una sobre otra, en la misma zona. Un poquito más abajo y esas manos le magrearían su culo sin problemas... No sé si era muy ortodoxo lo que hacía, pero el trasero de Kata empezó a bailar como gelatina, a toda velocidad. Los cordones que ataban su tanga chocaban descontrolados contra su piel... ¡Parecían a punto de soltarse pero... no hubo suerte!

 

En medio de semejante vaivén, Kata entreabrió un poco los ojos; vi que le brillaban de forma especial. Apretaba los labios, como conteniéndose. El tipo seguía, ahora con una mano en el inicio de cada nalga; los pulgares sobre la rabadilla, moviéndolos de nuevo adelante y atrás, fuerte y rápido, dale que dale. Todo el cuerpo de Kata se movía como una onda sin fin, flotando sobre sus tetas. Kata gozaba del masaje y ¡de qué forma! Con el bamboleo, todo su moño se había deshecho y el pelo le caía revuelto, tapándole medio rostro. La mueca de sus labios pasó de la contención a una sonrisilla que se abría por momentos en gesto de agonía orgásmica. Beni y yo nos cruzamos una mirada alucinada y continuamos observando. Como si la tensión de su cuerpo se liberase por sus extremidades, éstas se iban crispando: sus manos agarraban la toalla, retorciéndola; las plantas de los pies comenzaban a tensarse; sus dedos se estiraban, separándose... Ya fuera por las manos de él o porque había algo rozando contra su pubis, pero era evidente que Kata se había puesto cachondísima. Resoplaba cada vez más y más rápido mientras el hombre seguía dándole a sus caderas hasta que, viendo que ella comenzaba a estremecerse, apartó sus manos. Kata se quedó rígida unos segundos, escondió la cara entre sus brazos y apretó fuerte los muslos... Las puntas de sus pies se clavaron en la arena por unos instantes y, finalmente, dejando escapar un gemido apagado, su cuerpo se destensó, cayendo inerte y desatado, sobre la toalla...

 

El masajista se quedó a la espera. No sé si es que le pasaba eso habitualmente, me refiero a que las clientas se le pusieran cachondas, pero seguía impertérrito. Al de unos momentos, Kata estiró un brazo y, cual luchador de grecorromana vencido, hizo gesto de que ya era suficiente... Luego giró levemente la cabeza hacia Beni y le susurró con voz queda que pagase al hombre.

 

El tipo se levantó guardándose el dinero, recogió sus cosas y, antes de irse, le preguntó a Kata si estaba todo bien:

 

-Perfecto... perfecto... -susurró ella, haciendo el signo de "O.K.", pero con voz de estar "K.O.". Su cuerpo seguía flojo, en calma total.

-Me alegro -contestó él y, dirigiéndose a nosotras dos, nos preguntó-. ¿Alguna más quiere...?

-No, gracias... Estamos bien -contestó Beni, algo flipada aún por lo que acabábamos de ver. Yo me callé por timidez, porque si me hacía lo mismo que a Kata...

-Bien, pues ya os dejo -concluyó él y, mirando al cielo, añadió-. Va a haber tormenta. Tened cuidado, niñas.

 

Y se fue caminando, no hacia la puesta de sol si no a su casa, porque ya había hecho la jornada, pero sí como todo un héroe por la faena que se había marcado. ¡Qué tío!

 

    Mientras que Beni se volvía a tumbar, yo permanecí sentada, abrazándome las piernas, pensando si de verdad Kata se habría corrido. La miré; seguía descansando entre nosotras dos, con el dorso al aire. ¡Daban unas ganas de acariciarlo...! Me preguntaba en qué punto exacto le habría tocado el masajista para llegar a ponerla así de caliente. Al de un rato se dio la vuelta, incorporándose indolente sobre sus antebrazos y sin preocuparse de volver a ponerse el sujetador del bikini, mostrando de nuevo al mundo esos pechos estupendos que me gustan tanto. La observé de forma subrepticia tras mis gafas de sol, buscando indicios que corroborasen mis sospechas: el pelo revuelto, su sonrisilla de felicidad y el rubor fundiéndose en el moreno de su cara ya eran una pista... Sus pezones, erectos aún, también... Más abajo, su braga remarcaba los labios de su pocha hinchada y... ¡Premio! Un pequeño cerco de humedad, más oscuro que el resto del tanga, se distinguía en él. ¡Kata debía de haberse corrido como una campeona!

 

Y, como confirmándolo, sacó un cigarrillo y lo compartió con Beni igual que si acabase de echar un polvo:

 

-¡Jo, tía! ¡Qué manos tiene el cabrón!... -suspiró, exhalando el humo mientras miraba al horizonte.

-Es que la experiencia es un grado -afirmó la otra.

-Le tenía que haber pedido su tarjeta, pero no quiero imaginar dónde la guarda... -bromeó Kata y nos reímos las tres.

 

 

4.4 Tormenta de arena.

 

    El tipo maduro; el hombre de las manos de oro; el tío que fue capaz de hacer correrse a Kata sólo con el poder de su tacto; en dos palabras: EL MASAJISTA, también tenía ojo para el tiempo. No hacía falta ser un genio para ver que el día se estaba poniendo pocho, pero es que lo que vino después, casi nadie se lo esperaba.

 

El cielo se nubló en pocos minutos y la brisa que hacía hasta ese instante se detuvo por completo. Hubo unos momentos de falsa calma. Allí iba a pasar algo y a no tardar. Algunas personas, previsoras, empezaron a abandonar la playa. Nosotras, entre la torrija que llevábamos del día anterior y que se seguía estando bien allí tumbadas, pues no hicimos mucho caso, la verdad, hasta que empezó a levantarse de nuevo el aire. Un vientecillo suave al principio, pero que fue creciendo en progresión geométrica. Pasó de ser una brisa fresca a un incordio que levantaba los granos de arena para lanzarlos como proyectiles. Realmente picaban al golpear en la piel. Ahí sí que empezamos a reaccionar y fuimos recogiendo las cosas. Conforme el aire se hacía más intenso, más rápido recogíamos, hasta llegar a un punto de "sálvese el que pueda" cuando las toallas salieron volando al igual que mi pamela, convertida en un OVNI. A todo esto se unió la lluvia. Comenzó a tronar como si el cielo se fuese a romper a cañonazos y, de súbito, gotas del calibre gordo-muy gordo cayeron en picado a lo kamikaze. Era lluvia estilo Forrest Gump: caía de arriba, por los lados, e incluso desde abajo, al rebotar en el suelo... ¡Vaya chaparrada! ¡Parecía el fin del mundo!

 

A partir de ahí la desbandada fue general. Si Godzilla hubiera salido del mar no hubiéramos corrido tanto. Salimos zumbando hacia el piso agarrando todo lo que pudimos, corriendo en bikini y chanclas que, como es lógico, nos limitaba mucho la carrera. A mitad de camino, en un giro dramático de los acontecimientos, Patri perdió una zapatilla y tuvo que volver atrás a por ella. Pero fue lista; se quitó la otra, recogió las dos y se puso a correr descalza:

 

-¡Corre, Patri!, ¡Corre! -le chillamos histéricas en medio de aquel tifón.

 

¡Y joder sí corrió! Nos adelantó a todas mientras nos gritaba «¡Voy abriendo el portal!». ¡Qué velocidad! Mira tú, entrenar tanto sirve para algo... El resto la seguimos, empapadas como gatas bajo la lluvia... Bueno, más que gatas éramos patos corriendo. Atravesamos el paseo con un bamboleo de tetas y culos digno de admiración y, si no hubiese sido porque no estaba la cosa como para pararse a mirar, hubiéramos tenido público, fijo. Sobre todo cuando a Kata se le abrió el sostén y a Beni se le salió una teta (normal, con esos triangulitos tan pequeños que las tapaban). En cambio, quienes se habían guarecido de la galerna en los soportales y bajo las marquesinas de nuestra calle sí que nos pudieron ver bien, llegando despechugadas a nuestro portal. ¡Vaya show!

 

    Recuperándonos de la carrera, nos miramos en el espejo que había en la entrada para adecentarnos un poco. Parecía una rueda de reconocimiento policial: En fila, con los bikinis empapados y pegaditos al cuerpo, marcando todo sin dejar lugar a la imaginación; el pelo mojado, chorreando... Teníamos un aspecto lamentable a la par que excepcional.

 

Patri se prestó a subir las cosas en el ascensor, porque sólo cabían cuatro personas y malamente. Después subimos las demás. Constreñidas en tan poco espacio, enfrentadas dos a dos, y siendo yo la más baja del grupo, puedes hacerte una idea del panorama que tenía a la altura de los ojos: un conjunto de lomas y desfiladeros cubiertos por gotas de lluvia que se unían para descender como riachuelos por aquellas curvas voluptuosas... ¡Vamos! ¡Que tenía delante de mí un auténtico melonar...! Como única conversación de ascensor tuvimos un «¡Vaya mierda de día!» por parte de Mireia, que llevaba un cabreo... Llegamos al quinto dejando el suelo de la cabina encharcado. Los vecinos iban a estar contentos con nosotras. En el descansillo esperaba un tipo con paraguas, el vecino de al lado, supuse. Parecía salido (lo digo con todo el doble sentido posible) de una peli de "Torrente":

 

-¡Pero cómo vais, hijas mías...! -nos dijo sonriendo (también él usaba el sarcasmo; qué original...). Si hubiésemos llevado bigote ni se hubiera enterado, créeme. Y si no llega a estar la cabina se nos cae por el hueco del ascensor, porque entró de espaldas para no perderse detalle, el mamón.

 

Patri ya estaba dentro del piso, dejándonos la puerta entreabierta.

 

-¡Será baboso el tío! -gruñó Mireia al entrar. Le estaba "mejorando" el humor por momentos-. ¡Qué forma de mirarnos, qué asco!

-Lo dices por el vecino, ¿verdad? -comprendió enseguida Patri-. Sí, a mí me ha cogido una de las bolsas como queriendo ayudarme y me ha soltado un «¿Quieres que te la meta?... La bolsa, quiero decir ¡Jo, jo!» y con una mirada... ¡Puto cerdo!

-Buenooo, que no nos amargue la tarde un imbécil -terció Kata, serenando los ánimos-. Vamos a organizarnos, ¡venga!

 

    Nos turnamos para ducharnos, porque teníamos arena hasta en el corvejón. Beni fue la primera mientras las otras nos desvestimos para secarnos un poco y esperar el turno envueltas en las toallas. Mireia, Patri y yo aprovechamos para hacer inventario en la cocina, viendo que con semejante tempestad no iríamos a ninguna parte. Teníamos una pizza, patatas fritas, ganchitos al queso... De beber, algunas latas de cocacola y cerveza, ¡por supuesto! ¡Bien! Podríamos sobrevivir hasta el día siguiente. Para el desayuno nos quedaba algo de leche, un par de sobres de colacao y algunos bollitos:

 

-Los bollos ni mencionárselos a Kata, que se cabrea ¡Ja, ja, ja! -me reí yo sola con mi ocurrencia porque Patri y Mireia se quedaron calladas mirando por encima de mí. Imaginé por qué... ¡Traidoras!-. Está detrás de mí, ¿verdad?

 

Una colleja me confirmó que sí. Me volví, dándome de bruces con los pechos de Kata, parcialmente ocultos por su melena húmeda. Llevaba puesta su toalla pero, a diferencia del resto, que nos tapábamos desde las axilas hasta medio muslo, ella sólo la usaba de falda. Parecía Brooke Shields en "El lago azul". Pero Brooke Shields con tetas, entiéndeme. Alguien debería haberle dicho que se iba a pillar un catarro vestida así... Y también que estaba demasiado sexy, aunque eso seguro que ya lo sabía. Yo que, como todas, no llevaba nada debajo de la toalla, me "alegré" un poquito de verla...

 

-Menos coñas conmigo, Luci -gruñó. Qué poco sentido del humor tiene, la capulla-. Y Mireia, ya tienes el baño libre.

 

Mireia fue a ducharse. A continuación lo hizo Patri y luego fui yo. Esta vez me duché con toda la cortina corrida, por si acaso, aunque fuera un auténtico agobio. Me lavé bien porque, realmente, la arena se había metido por todos lados y sobre todo en el pelo. Me lo sequé luego frente al espejo, tapada con la toalla, igual que el día anterior. Y al igual que el día anterior, entraron a molestarme...

 

    Esta vez fue Kata: «Es que te tiras un siglo en el baño, tía. Me voy duchando si no te importa...». Y sin darme tiempo a que me importase o no, me dio la espalda, se quitó la toalla y se metió en la bañera. A diferencia de mí, dejó toda la cortina descorrida. La podía ver perfectamente en el espejo, de medio perfil, con todo ese culazo que tantas ganas tenía de ver para mí solita. «¡Buf, buf, buf! Sigue con lo tuyo, Lucía, que ya sabes lo que pasa luego...», me dije. Y así lo hice. Seguí secándome, intentando no hacerla caso, pero con escaso éxito. La mirada se me iba irremediablemente a su reflejo...

 

Kata había empezado ya, lavándose el pelo en una pose que me dejaba apreciar perfectamente la silueta de su torso, lleno de curvas mareantes. El agua las dibujaba al caer, haciendo brillar sus contornos. «¡No mires, por favor...!», me aconsejó mi conciencia. Conseguí hacerla caso unos instantes; luego mis ojos volvieron a mirar, atraídos por aquel imán carnoso. Se restregaba ya el gel por el cuerpo: frotaba sus brazos, el torax, las axilas, las piernas... Parecía dejar lo mejor para el final. La espuma blanca que creaba hacía resaltar el moreno de su piel, y resbalaba por ella como una caricia. ¡Sentí envidia de esa espuma! Por fin, atacó sus senos y los repasó una y otra vez, sin que yo pudiera hacer otra cosa más que imaginarme cómo lo hacía. No sé si eso me ponía más que verlos, pero no lo creo. Apenas podía vislumbrar su pecho izquierdo, rebosando gel y acariciado por su dueña desde todos los flancos. Parecía escurrírsele de las manos, como si fuera el propio jabón... «¡Que no mires, coño!».

 

¡Me empezaba a poner "mala"! Notaba mi pene morcillón, buscando una salida para poder echar, también él, un vistazo a semejante cuerpazo. Ya lo hacía yo por él. Kata se enjabonaba ahora la espalda, igual que si se abrazase a sí misma, e iba bajando hacia su cintura y caderas. Se frotó la zona que había recibido el masaje "orgásmico", como rememorándolo, y llegó hasta donde no lo hizo el masajista, a su precioso culo. Con una mano en cada nalga, más que enjabonarlo se lo magreaba con ganas. ¡Qué espectáculo...! «¡Deja de mirar YAAA! ¡Y sal de aquí de una vez, idiota!». Demasiado tarde. Mi pene ya era polla, por no decir pollón, de lo tieso y grande que estaba. Me miré abajo. La toalla no era muy gruesa y mi erección la estaba levantando sin problemas... Una tienda de campaña de libro. «¡Cojonudo! ¡No puedo salir así!». Miré de reojo, nerviosa, al reflejo de Kata a mi izquierda y al de la puerta a mi derecha... Una no me veía y la otra permanecía cerrada, pero podría abrirla en cualquier momento la meona de Beni. No tenía otra opción. Dejando rápidamente el secador en el suelo, me recoloqué la toalla doblándola y poniéndomela al "estilo Kata", como una falda, pero tapándome desde la cintura y apretando mi miembro erecto contra mi vientre. Esperaba que así quedase la cosa más disimulada y, bueno, era mejor que nada. El abultamiento quedaba más oculto bajo el embozo de la toalla. Seguí secándome, con los pechis al aire. Ya no sabía si estaban rojos del sol o de la excitación, pero es lo que había. Al de unos momentos, inconscientemente y por enésima vez, volví mi mirada a su imagen...

 

Ella había pasado a la zona del pubis, y debía de estar frotándolo bien, por el burbujeo que caía de entre sus piernas. «¡Qué tía más limpia! Debe tener el chocho impoluto». Lo pensé en broma, pero la verdad es que se estaba tomando su tiempo. El resto de su cuerpo estaba ya limpio y reluciente por el agua que seguía cayéndole. A todo esto, Kata hizo amago de mirar sobre su hombro izquierdo, hacia mí. Volví la vista rápidamente al frente, disimulando. Pero enseguida pensé que con el agua escurriéndole por la cara no debía ver mucho, así que, de reojo, la observé de nuevo...

 

¡Y lo que observé me puso "peor"! Estaba en una pose... La espalda curvada, con el culo ligeramente levantado; se pasaba la mano izquierda entre las nalgas, mientras la otra seguía perdida en su pocha, en movimiento cadencioso. La cara vuelta hacia arriba, recibiendo en ella todo el chorro de la ducha con los ojos cerrados y la boca abierta... ¿jadeando!? ¡Eso ya no era lavarse, ni mucho menos! ¡Kata se estaba haciendo un pajote, la muy...! «¡Y yo conteniéndome, como una gilipollas! ¡Seré imbécil...!».

 

Me gustaría contarte que, en ese momento, me quité con rabia la toalla, quedándome totalmente desnuda. Mi polla erguida y desafiante se bamboleaba, palpitando, como si olisquease el aire en busca del chocho jugoso de aquella zorra exhibicionista. Sin pensarlo más, me metí en la bañera, sorprendiendo apenas a esa puta pajillera, que parecía estar esperándome. Sí, me había estado calentando a posta, como sospechaba, y ahora se abría de piernas para mí, con todo su culo en pompa. Con una mano se tocaba su coño, preparándolo para lo que le iba a meter. Sin más, agarrando mi nabo, se lo enfilé en la raja y lo empujé hasta el fondo. Entró con facilidad; su vagina chorreaba que daba gusto... Y la follé, síii... Un mete y saca que la hacía gritar de placer. Entonces llegaron las demás. Alucinadas pero también muy calientes por la escena, se despojaron de su ropa y comenzaron a tocarse, primero a sí mismas, luego unas a otras, comenzando una orgía de coños y polla caliente...

 

Sí. Sí que me hubiera gustado contarte que paso eso, pero la triste realidad fue que me quedé arrimada al lavabo, como una imbécil, toda empalmada... No tenía otra forma de disimular. Pero no fue muy buena idea... No se vería mi paquete, pero el contacto con el mueble solo consiguió excitarme más. Se me iba la cabeza... Si hubiéramos estado ella y yo solas en casa, creo que me hubiera masturbado sin más, pero si entraba alguien... «¿Y si me la froto contra el lavabo?». Solo pensar en eso me ponía... Pero su imagen en el espejo me despistó otra vez...

 

Kata continuaba tocándose, ahora con mayor intensidad. Separó sus piernas aún más, apoyando su pie izquierdo en el borde de la bañera, abriéndose bien para dejar que el agua corriese hasta su coño. «¡Le importa un huevo que la vea! ¡Qué putón!». Se acariciaba sin parar su pubis, espumando por su entrepierna, literalmente. ¡Qué ganas de tocarme me dieron! ¡No era justo!... «¡A la mierda! -me dije, indignada-. ¡Me la voy a cascar!».

 

Sin poder ni querer contenerme, me pegué más al mueble del lavabo y empecé a restregar mi polla contra él, con un suave y casi imperceptible movimiento de cadera. Mientras tanto, ella seguía a lo suyo... Con el ruido del secador y de la propia ducha no podía oírla, pero por los gestos que hacía debía estar gimiendo como una perra, la muy cabrona. Sus caderas se movían adelante y atrás, acompañando a sus manos, penetrándose bien fuerte. La imité inconscientemente. Agarrada con mi izquierda al mármol del lavabo, empujaba mi rabo contra él, amortiguado por la suavidad de la toalla. Bajé el brazo derecho, cansada de fingir, abandonando el secador encendido para agarrarme bien al mueble. Embestí contra él, gozando del roce, extasiada en la imagen del espejo, en mi propio torso desnudo y jadeante al lado del de Kata. Sentía que la estaba follando; que la follaba por detrás cada vez más rápido, hasta que por fin, mientras ella se remetía las manos entre los muslos y se estremecía acercándose al orgasmo, yo me corrí en la toalla, notando como la empapaba lentamente mi semen caliente. «¡Aaaah! ¡Qué gusto, joder!». Resoplé... Miré abajo. La felpa lo había contenido todo bien. Volví los ojos por última vez a la parte izquierda del espejo. Kata estaba encorvada, apoyándose con las manos en la pared de la ducha, saboreando los estertores de su corrida...

 

Intenté calmarme, echada hacia adelante y siguiendo pegada al lavabo, secándome la nuca. Simulando indiferencia, continué con el secador a tope hasta que ella se puso a mí lado para decirme que lo apagase. Esta vez se había envuelto en la toalla pero, ¡de qué manera!. Tapándole por milímetros la vulva, por abajo, y por arriba casi a punto de salírsele los pezones, porque las areolas sí que se le veían... Me miraba extrañada:

 

-¡Jo, tía! ¡Si todavía tienes la mitad del pelo mojada! -¡torpe de mí! Todo el rato había estado secándome el lado derecho, por mirarla embobada...

-Es que... -improvisé-. Si no lo seco bien, luego puedo pillar un frío y...

-¡Ya, claro! ¿Y no te importa si me doy un golpe de secador un momento y te dejo tranquila...?

 

«Un "golpe de secador" te daba yo a tí, por calientapollas», pensé. Le pasé el aparato, se enchufó un momento el aire a tope y... ¡suficiente! Ya se secaría del todo con el calor del ambiente. Que tía tan "superguay", ¿verdad?... ¡Aaajjj!

 

-¡Hala, ya está! Te dejo. ¡Ah! Y échate crema hidratante que tienes las tetillas que te echan humo -añadió a la vez que me rozaba con su índice el pezón izquierdo, tan tieso y duro todavía como el derecho. Me recorrió un escalofrío...

-¡Oooye! ¡Serás idiota! -chillé, con una inoportuna y ridícula voz de pito, a la vez que le apartaba su mano. ¡La madre que la parió!

 

Kata se fue toda ufana ella, creo que dándome a entender que era más que consciente de mi excitación. Lo peor es que encima tenía razón; tenía los pechos escaldados, y me iba a pasar otro buen rato dándome crema mientras esperaba que terminase de bajarme la erección... «¡Mierdaaaa!».

 

 

(Continuará...)