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El secreto de Lucía - IV (1)

en Voyerismo

4. Días de playa.

 

     Había pasado ya más de un año desde lo del chalet de Kata. Para mí fue una experiencia realmente liberadora. Me dio la confianza en mí misma necesaria para tomar decisiones que hasta entonces no me atrevía ni a pensar, y también me descubrió mis verdaderos sentimientos; mi bisexualidad. Como ya dije en mi último relato, comprendí que no tenía que escoger un camino u otro, si no hacer el mío propio.

 

Para mis amigas no creo, sin embargo, que fuera algo tan positivo o, al menos, no lo demostraron. En las semanas que quedaban de clase no comentamos nada sobre el tema. Poco a poco se fue difuminando en el tiempo, como un sueño que olvidas al despertarte... Si nos hubieran hecho declarar bajo juramento sobre ello habríamos apelado a estar bebidas o fumadas para justificar aquel desmadre. Así que nos seguimos tratando igual que siempre, como si nada hubiera pasado. En cierto modo, aunque suene algo hipócrita por mi parte, me vino bien porque me evitó ser el centro de atención. Eso sí, los primeros días noté alguna que otra mirada furtiva a mi bisectriz, buscando quizá una pista delatora, preguntándose tal vez cómo no se habían dado cuenta antes de mi secreto.

 

Eran mediados de los 90 y estaba ya en el instituto. Por desgracia para mí no coincidí con ninguna de mis amigas. Hice nuevas amistades, pero no tenía con ellas la misma complicidad y además tampoco eran tan lanzadas como aquellas. En cuanto a lo sentimental no sentía atracción por nadie en concreto. Incluso aceptando ya que me gustaban chicos y chicas, aunque de distinta forma, no había nadie especial para mí. Y mira que había gente guapa y atractiva... Aunque yo también tenía mi público, que conste, y más de uno me tiró los tejos, pero sin éxito, porque mis "Romeos" no me ponían mucho que digamos. Y no tanto por cuestión de físico, si no más bien por la poca confianza que tenía con ellos.

 

    Pero bueno, yo me seguía desahogando en mi casita, sobre todo por las noches y a menudo rememorando la experiencia en el chalet. Realmente me había vuelto una adicta a la masturbación. Me acostaba y directamente, sin las limitaciones de la ropa, se me iba la mano a la entrepierna. Y es que ya pasaba de camisones y pijamas y dormía totalmente desnuda. Por el día, si podía, también iba por casa en bolas o si no vestida pero sin ropa interior. Dependía de si estaba mi madre o no, claro. Esa desinhibición produjo alguna que otra situación cómico-chusca con mi progenitora, como cuando coincidíamos por la mañana en el pasillo camino al cuarto de baño, yo bostezando y manteniendo aún una simpática erección matutina... "¡Niña! -me decía- ¡Que le vas a sacar un ojo a alguien con `eso´...!".

 

Y es que mi miembro sí que había dado el estirón que yo no di. Si mi pene es herencia de mi desconocido padre, debió ser un tipo muy popular... Más que por grande, es que en un cuerpito como el mío resulta un poco desproporcionado, la verdad. Digamos que cuando estoy muy, pero que muy "contenta" me llega tranquilamente al ombligo. Y en la época que narro casi habría llegado a su tamaño actual, aunque con menos grosor, seguramente. Y no lo digo por fardar, que ya sé que la mayoría de los hombres estarían contentos con algo así, pero es que yo hubiera preferido algo más "llevadero". Sí, lo cierto es que nunca estamos conformes con lo que tenemos...

 

En cuanto a mi vagina, a la que al principio no prestaba tantas atenciones como a mi pene, por fin la estaba dando buen uso. Un día que estaba especialmente cachonda me dejé llevar y fui introduciendo en ella primero un dedo, luego dos, tres... cada vez más adentro; recordando cómo lo hacían mis amigas la noche del ático. Noté la textura, la suavidad, los pliegues internos por primera vez; todo su calor y su humedad; todo el placer que podía darme. Pronto mis dedos quedaron empapados por mi corrida. Era distinto a lo que sentía con el pene. Más pausado... no sé... más lento de conseguir, menos intenso pero más duradero. Perdido el miedo a esa primera penetración, a desvirgarme como si dijéramos, mi coñito pasó a darme muy buenos momentos.

 

    Ya fuera con mi pene o con mi vagina, el caso es que me disfrutaba a base de bien día sí y día también, aunque eso no evitaba que siguiera echando de menos a mis queridas compis. La mayoría estudiaban en otros institutos de la capital, Kata en otro pueblo y Tamara, además, en otra provincia, así que coincidir todas era complicado. Los fines de semana normalmente salía de bares con las amigas del insti y sólo muy de vez en cuando, quizás cada mes y medio, podíamos reunirnos las de la escuela. Y es que ellas también tenían ya otras amistades y algunas, como Arancha y Mireia, incluso pareja. Hasta que en una de esas veces dijimos que ya estaba bien y que teníamos que montar una buena. Estaba terminando la primavera y era hora de empezar la temporada playera así que quedamos en aprovechar un par de días festivos que teníamos después de los exámenes finales para alquilar un apartamento barato en un pueblo costero y tumbarnos al sol.

 

Sería la primera vez que iba a ir con mis amigas a la playa. Hasta entonces siempre había ido con mi madre. De pequeña no tuve problema con "mi tema"; a esa edad que se confundan de si eres niño o niña da igual. Cuando crecí sí que empezamos a tomar precauciones para que no se notase nada. En un lugar en el que es tan fácil ver y ser visto mi madre no quería que me mirasen como a un bicho raro. Así que fuimos ideando formas de disimular mi paquetillo a base de bragas compresoras y un poco de esparadrapo. Algo parecido a lo que hacen los `trans´ pero por suerte para mí muchísimo menos sufrido y más fácil de ocultar porque yo no tengo testículos externos. Así que tanto para la playa como para situaciones especiales yo tenía mis trucos (aunque pudieran fallar en casos extremos, como pasó en el ático). El caso es que esta vez me apetecía mucho ir y sentir que controlaba la situación. Y además rodeada de gente conocida... ¿Qué podía salir mal?

 

 

4.1 La playa. Día uno.

 

    Llegó la fecha. Nos reunimos temprano en la estación para coger el primer tren a la costa. Hubo suerte y parecía que el buen tiempo nos iba a acompañar. Al final, por unas cosas u otras, Tamara y Arancha no pudieron venir, así que sólo iríamos Patri, Mireia, Kata y yo. "Suficientes -pensé- para armarla parda". Y no me equivocaba; la primera en la frente: Kata llegó acompañada de Beni, la que fuera repetidora en nuestro último curso de la escuela.

 

-Pues sí, nos encontramos hace poco en un bar y le comenté si le apetecía venirse... -nos explicó Kata viendo nuestras mal disimuladas caras de asombro.

-¡Venga, tía, cuéntalo bien! -le interrumpió Beni-. Di que yo era la que te ponía las cervezas... ¡Que un poco más y te quedas a cerrar el bar conmigo! ¡Ja, ja!

-Ya, qué gracia -cortó Mireia, un poco molesta por la invitada sorpresa- ¡Bueno, qué? ¿Nos vamos ya?  

 

La verdad es que a mí también me molestó. Para una vez que podía estar tranquilamente con gente conocida y, sin previo aviso, volvía a tener que disimular. En cuanto pudiera iba a decirle a Kata un par de cosillas...

 

    Subimos al tren. El trayecto no llegaba a las tres horas, tiempo que pasó Beni hablándonos sin parar, recordando anécdotas y personajes del cole. Era un poco bastorra pero buena chica y enseguida nos cameló. Cualquiera que nos viese creería que habíamos salido juntas toda la vida. Hasta a Mireia se le veía encantada con ella.

 

-¿Y qué? ¿Qué tenéis pensado hacer? -nos preguntó mientras señalaba a Kata- ¡Porque con esté pendón no será nada bueno, verdad? ¡Ja, ja! ¿Les has contado las que montábamos cuando salíamos? ¿Eh, Kata?

-Bueno... -susurró un poco cortada la susodicha.

-¡Qué va! Nunca nos ha hablado de eso... Cuenta, cuenta... -inquirió Mireia haciéndose la indignada.

-Pues que aquí la chica -empezó Beni- es famosa en varios garitos por...

-¡Por nada en especial! -le cortó Kata y continuó a la vez que le hacía gesto de que callara- "Lo que pasa en Las Vegas..."

-"...se queda en Las Vegas" -terminó Beni-. ¡Ja, ja, ja! ¡Te acuerdas de aquello, qué cabrona!

 

Ni que decir tiene que Mireia, Patri y yo nos quedamos con cara de póker, sin comprender aquella broma privada. En el colegio ya suponíamos que si Kata y Beni se llevaban bien sería por algo y no precisamente porque quedasen para jugar al parchís. Total, que cambiamos de tema. Al poco el mar apareció tras las ventanillas del vagón y todas nos quedamos mirando como bobas ese azul inmenso, deseando llegar enseguida al pueblo y correr hasta la arena.

 

    Cuando bajamos del tren aún no habían dado las diez de la mañana, así que si nos dábamos un poco de prisa podríamos estar en la playa antes de que se llenase. Llegamos en un pispás al apartamento, a sólo cinco minutos andando desde la estación, pero decidimos parar primero en un supermercado que vimos cerca y comprar algo de comida y bebida. Luego subimos al piso, dejamos todo en el recibidor y le echamos un rápido vistazo. Los muebles, la moqueta y, en general, la decoración que tenía le daban un aspecto pasado de moda. Se distribuía en salón a la derecha, cocina con terraza a la izquierda, dos habitaciones separadas por el pasillo central y al fondo de éste el baño. Cada habitación tenía dos camas individuales unidas más una plegable, pensando en un principio que íbamos a estar seis personas, así que por ese lado no había problema con Beni. Mientras las demás se ponían a rellenar la nevera aproveché para hacer un aparte con Kata y decirle "calmada y pausadamente":

 

-¡Pero cómo se te ha ocurrido? -grité por lo bajo, que ya es difícil- ¡No has pensado que ahora tendré que estar disimulando todo el rato? ¡Joder tía, te voy a matar!

-¡Bah! Que no es para tanto... Si esta pava, mientras tenga una cerveza en la mano, no se entera de nada... ¡Que no vamos a una playa nudista! -me contestó con toda la pachorra del mundo. Y añadió- Si nadie te va a mirar... ¡No seas paranoica!

 

"Si nadie te va a mirar..." Kata siempre ha tenido un don para insultar sin insultos insólito. "¡Claro! -pensé- sólo miran a las macizas como tú, ¿verdad?". Me dieron unas ganas de darle una colleja así, con la mano vuelta... En fin, que pasó de mí aunque tuvo el "detalle", al repartirnos las habitaciones, de quedarse con Beni en una y dejarnos la otra a las demás para que así yo tuviera más libertad. Mireia y Patri, comprendiendo lo que pasaba, no discutieron pese a que con la escusa Kata consiguió la que tenía mejores vistas. Que mi amiga no es tonta, no.

 

    Aclarado el tema, pasamos a cambiarnos, cada cual en su habitación. Yo me fui al baño, principalmente para colocarme "lo mío" tranquilamente. Frente a su entrada había una ventanita, pero daba a un patio interior y no se veía nada. En esa misma pared estaba el mueble del lavabo con su espejo y en la opuesta un bidé y el inodoro. Adosado a la pared izquierda y ocupando toda su anchura había una bañera con ducha, tapada por unas cortinas estampadas pasadas de moda. Cerré la puerta... "¡Estupendo!, no hay cerrojo". Pese a ello, me puse el bikini con rapidez, me ajusté todo y, justo cuando me estaba poniendo un vestido por encima, la puerta se abrió. Respiré, era Mireia:

 

-¡Ay, perdona! Creí que estabas en la cocina... -y, mirándome la entrepierna, añadió- Es increíble. No se nota nada.

 

Me quedé un poco sorprendida, aparte de por la intromisión, porque era la primera referencia a mi "paquete" en más de un año. Mientras seguía con el vestido arremangado me eché un vistazo ahí abajo. Todo correcto, aunque Mireia exageraba un poco en lo de que no se notaba nada. A eso que Patri apareció, curioseando, por detrás de Mireia:

 

-¡Qué pasa? ¿Reparten algo? -y, sin saber de qué iba la cosa, dirigió la vista al mismo punto que nosotras.

-¡Jó, tía! ¡Fíjate! -le dijo Mireia- ¡Es como si lo hubiera hecho desaparecer!

-¡Síii! -gritó Patri, cayendo en la cuenta- ¡Es Lucía `Copperfield´!

 

No pude evitar reírme con la gilipollez pero le dije que bajase la voz... demasiado tarde:

 

-¿Lucía `Coperfil´? -preguntó Beni sorprendiéndonos a todas desde el umbral de la puerta- ¿Por qué la llamas así?

-No... Por nada... -dudó Patri- Es que le desaparecen cosas...

-¡Que pierdo cosas! -le dije dejando caer el faldón del vestido cual telón- ¡Que soy muy despistada!

-¡Ah!... ¿Y lo de `Coperfil´?

-Por el mago... El David... -y ante su cara de "mi-no-entender" cogí lo que tenía más cerca de entre las cosas que había dejado sobre el lavabo y grité- ¡Aquí está! ¡Delante de mis narices! ¡La goma del pelo que buscaba!

 

Blandiendo la goma como una idiota en medio de aquellas tres tías en bikini, la situación se volvía un poco absurda. La mirada de Beni denotaba que opinaba lo mismo... que yo era idiota, quiero decir. Era el momento de escabullirse antes de que aquello se convirtiese en el camarote de los hermanos Marx:

 

-¡Bueno! Ya os dejo el baño. Que sólo falta Harpo tocando la bocina.

-¿`Jarpo´? -la pobre Beni no se coscaba de nada, ¡Je, je!

 

"Harpo" venía ya por el pasillo, impresionante en su bikini negro, dando bocinazos sin necesidad de instrumento alguno:

 

-¡Venga, joder! ¡Todavía no estáis preparadas? -gritaba Kata-. ¡Vámonos ya!

 

Nos dimos prisa para no enfurecerla más, porque Kata cabreada es temible; cogimos toallas y demás enseres de playa y allá nos fuimos.

 

    La verdad es que formábamos un grupito curioso. Yo era la que iba más tapada, con mi vestido largo estampado. Kata llevaba una práctica faldita y Mireia y Beni pareos, las tres cubiertas con camisetas de tirantes. Patri era la única que iba sólo con el bikini que, en su estilo, parecía más el uniforme de una jugadora de vóley-playa. Sólo le faltaba el dorsal. Tras alegrar el ojillo a algún que otro paisano durante nuestro recorrido, pisamos por fin la arena y en menos de un minuto estábamos con las toallas colocadas en línea frente al mar. Fuera pareos y vestidos. Un momento que no podía dejar pasar la graciosa de turno:

 

-¡Uy, Luci! ¡Me encanta tu bikini! ¡Creo que mi madre tiene uno igual! -Era Kata. Parecía empeñada en darme el día...

-Pues dile a tu madre que tiene muy buen gusto, guapa -contesté.

-Sí, la braga alta se vuelve a llevar mucho... entre las jubiladas ¡ja, ja! -el humor de Patri no podía faltar. Pero qué graciosaaa...

-De verdad que no sabéis lo que es el "glamour" -zanjé poniendo pose y morritos a lo `pin up´.

 

Se metían conmigo porque me había colocado una pamela y unas gafas de sol tipo retro, que, junto a mi bañador floreado me daban un "vintage style" muy "fashion"... Bueno, realmente el estampado camufla bastante y el pedazo braga estaba ahí para sujetar lo que tenía que sujetar... Pero mona, iba mona, que conste... Que no todas podían decir lo mismo. Por orden de cercanía, aparte de Patri con su modelo "voley" que se definía por sí mismo, Mireia llevaba un bikini marrón estilo setentero, Kata uno negro con la parte de arriba reforzada con tirantes que sí que parecía "de señora mayor", y Beni uno amarillo de triangulitos que le tapaba lo justito. Todas nominadas al premio "Pamela Anderson" al buen gusto playero. En fin, para que luego digan...

 

    Hora para la crema protectora, menos para Kata y Beni, que ya se habían echado antes de salir, como nos recordó la primera: "La crema hay que dársela diez minutos antes de tomar el sol". "Pero qué lista que es..." -dije para mis adentros. Aquel día la tenía un poco atravesada, lo confieso...

 

Me unté bien de protección solar plus porque no soy mucho de tomar el sol y de hecho era la que estaba más blanquita. Cuando llegué a la zona de la espalda, sin pararme a pensarlo le pedí a Patri que me la echase, aunque luego me dio un poco de pudor y creo que a ella también recordando el "encuentro en la tercera fase" que tuvimos en el chalet. Lo noté por lo rápido que me la extendió. Procuré no pensar en que aquellas manitas tan suaves me habían hecho un pedazo de paja que... ¡Buuuf! "Mente en blanco -me dije-, mente en blanco" Le devolví el favor con la misma rapidez y autocontrol. Mientras, a Mireia se la echaba Kata que le repetía como un mantra lo de "hay que darse antes, ¡que no sabéis!"

 

    Nos pusimos finalmente a tomar el sol, unas hablando, otras escuchando música con sus `walkman´. Después de un buen rato así, Beni se levantó con intención de bañarse:

 

-¡Bueno, quién se viene al agua?

-¡Venga, yo voy! -se sumó Patri.

-Yo iré luego, que ahora se está muy bien aquí -dijo Kata, y Mireia opinó igual.

 

Yo me uní a las primeras dejando a las otras dos tostándose boca arriba. Aunque había bastante gente en la arena, el agua estaba sospechosamente poco poblada. Patri y Beni se metieron corriendo; yo, como toda una señorita, mantuve la compostura y me acerqué tranquila a la par que armoniosamente a la orilla. Pisé la arena húmeda con gesto digno, mi coleta al viento, dejando que el agua se deslizara hasta mis pies desnud... "¡Coño, que fría está, joder!" Salí dando saltitos hacia atrás y con un gritito a lo Chiquito de la Calzada... Y es que en tierra hacía más de 20 grados, pero se ve que en el mar no se habían enterado. Es lo que tiene el Atlántico, que es fresquito. Beni volvió como se fue, corriendo después de un rápido chapuzón. Se le movía y se le marcaba todo. "Y la ganadora del premio Pamela Anderson es..."

 

-¡Brrrr! -tiritó cuando llegó hasta mí- ¡Está helada!

 

La tela del bikini se pegaba a sus pezones y a la pocha como si fuese una segunda piel ¡Qué barbaridad! Patri, sin embargo, aguantó un poco más. Dio unas cuantas brazadas y salió toda chula, invitándonos a entrar. "Ya, si eso otro día... -contesté". Ante su insistencia me atreví a meterme hasta los muslos y luego acabamos las tres dando un paseo por la orilla. Lo bueno para mí era que no me tenía que preocupar de si se me notaba algo porque la debía tener tan encogida que me iba a costar encontrármela...

 

    Regresamos después de un rato a las toallas. Las otras dos ya habían dado la vuelta a la tostada y yacían boca abajo, con la parte de arriba del bikini desabrochada para evitar marcas. Las informamos del estado del agua, lo que les quitó las ganas de chapuzón a ambas, y volvimos a tumbarnos junto a ellas. Recostada con las piernas flexionadas para cubrirme un poco, pensé que estaba siendo un día muy agradable. Quizá sin Beni hubiese estado más despreocupada, pero la verdad es que no era para tanto. "¡Mierda! Le estoy dando la razón a Kata -renegué mientras echaba un vistazo a Beni, ahora tumbada dando la espalda al sol". Era una tía maja. Su cara, más que guapa resultaba simpática, con su pelo corto rubio, teñido con mechas; su curvilíneo cuerpo, que ya venía moreno de casa porque seguramente tomaba rayos UVA, tenía un tatuaje tribal al final de la espalda que le daba un toque macarra y dirigía la atención a su culo, tan carnoso como el de Mireia. Justo en ese instante, pareciendo notar mi mirada, se echó las manos ahí y, metiendo los índices bajo los bordes de su braga, se remetió la tela entre sus nalgas, quedándose como si casi no llevara ni tanga. Y además separando bien las piernas, una postura que yo no me podía permitir... "Pues sí que tiene buen culo, sí...". No me extrañaba, por lo que nos había contado, que se la rifaran como camarera. Entre el cuerpo que tenía y el don de gentes debía ser un imán para los clientes. Después de un rato se dio la vuelta, incorporándose un poco sobre sus codos, y volví a observarla. Sus pechos no parecían tan potentes como cuando estaba arreglada... Seguro que usaba `wonderbra´, eso era. Ensimismada que estaba mirándole las domingas, pegué un bote cuando giró la cabeza hacia mí para decirme:

 

-¿Qué, hay hambre?

-¡Ya te digo...! -solté sin pensarlo. Luego caí en que se refería a que era la hora de comer... ¡Menos mal!

 

Así que recogimos y nos fuimos a un chiringuito cercano, con terraza a pie de playa. Se estaba muy a gusto aunque la calidad de la comida era directamente proporcional al estado del local, que era un poco cutre. Pero la bebida lo compensa casi todo ¿verdad? Empezamos a pimplar que daba gusto, porque con el calor las cervezas entraban solas. Aparte los camareros eran muy majos y, teniendo a Beni en nuestras filas, enseguida hicimos migas con ellos. Parecía Mata-Hari la tía; les sacó información de todas las zonas de bares y de los mejores sitios de fiesta del pueblo y alrededores. Y ¡cómo no! quedó con el que estaba más macizo para la noche... ¡Qué perraaa!

 

Pasábamos la sobremesa entre cañas y cigarritos, cuando hacia mi derecha empezó a sonar una chirriante melodía repetitiva... Kata alargó un brazo y sacó de su bolso un teléfono móvil, algo que en esos años empezaba a ponerse de moda:

 

-No sabía que tenías móvil, tía. Qué moderna... -le dijo Mireia mientras Kata contestaba la llamada.

-¿Sí?... ¡Ah, eres tú! ¿Qué quieres?... No... Ni de coña... Mira, ya hablaremos, ¡venga! -y colgó visiblemente molesta.

-¿Qué pasa, malas noticias? -le preguntó Beni.

-Nada, nada... La familia dando el coñazo, nada más. Que parece que me regalaron esto para tenerme controlada -contestó enseñándonos el teléfono.

 

Nos arrimamos todas a ver la última novedad tecnológica, con su pantallita monocromo y su teclado que se iluminaba... ¡Oooh! ¡Qué moderno!

 

-Y si vosotras tuvieseis uno nos podríamos mandar mensajes desde cualquier sitio. Así que ya sabéis... -nos dijo como si se llevase comisión.

-Pues eso de estar controlado en todo momento y lugar no creo que a la gente le haga gracia. No le veo mucho futuro... -sentencié yo.

 

Puede que sea capaz de hacer "desaparecer" cierta cosa, pero está claro que hacer de pitonisa no es lo mío. Si lo fuera hubiera previsto que, tiempo después, acabaría conociendo bastante bien a quien hizo aquella llamada...

 

    Ya serían más de las cinco cuando volvimos a la playa para aprovechar lo que quedaba de tarde. Como ya he dicho, no soy mucho de tomar el sol, más que nada porque me aburre un poco estar ahí tirada sin más. Así que mientras las otras le daban al tueste yo me dedicaba a otear el paisaje humano tras mis gafas negras: familias con niños; jubilados paseando por la orilla; parejitas y grupos de amigos... Lo típico. En general nada destacable en cuanto a macizos y tías buenas (la gente se cuida más ahora que en aquellos años... qué mayor me siento ¡buaaa!). No había demasiadas mujeres en topless. La mayoría de las que lo hacían tendrían entorno a los treinta años y, quitando a un par de madres con sus críos, estaban acompañadas por amigas o por sus parejas. Sí me llamó la atención una señora mayor, por un par de cosas (y no me hagas chistes malos...). Primero por cómo actúa la gravedad: me miré mis pechis un poco triste, pensando en que un día podrían estar como los de ella. Lo segundo fue mucho más positivo: si esa mujer se atrevía a enseñar su cuerpo sin complejos, ¿por qué no iba a hacerlo yo, que estaba en lo mejor de la vida? "¡Carpe diem, Lucía -me dije-, y ole por usted, señora!". Eché un rápido vistazo a mis compañeras, que yacían boca abajo con las espaldas al aire y bronceándose los culetes, sin moverse un pelo, como dormidas. La verdad que era raro que ninguna se hubiera puesto a hacerlo. Tal vez sería porque era el primer día de playa, quién sabe.

 

Pero bueno, yo no tenía que estar a expensas de lo que hicieran las demás... Me incorporé un poco para desabrocharme la parte de arriba del bikini y con un rápido e inconsciente vistazo a derecha e izquierda me lo quité... Mis blancos pechos quedaron expuestos al sol por primera vez, mostrando públicamente sus suaves formas y mis pequeños pezones de areolas rosadas. Me quedé un momento mirando alrededor. No es que esperase una ovación pero es que nadie se fijaba en mí. Por segunda vez Kata había acertado en su pronóstico... ¿sería yo realmente una paranoica? Fue uno de esos momentos en que cuanta más gente tienes alrededor, más aislada pareces estar. Pasado ese primer instante, empecé a notar el calor del sol sobre mis tetas. ¡Mmmm! Qué a gusto y que... ¡Joder, la crema protectora! Casi se me olvida, tan orgullosa que estaba de mí misma. Me eché un poco en la mano y empecé a extenderla por mis pechos. Con la frescura del líquido no pude evitar que mis pezones se endurecieran y a su vez tener un momento de cierta excitación. Estuve así un rato, empitonada y con algo de pudor por la gente que pudiera verme, pero la verdad es que ni caso. Más segura de mí continué sentada, con la espalda hacia atrás apoyándome en las manos y con las piernas semiflexionadas, mirando entorno a mí. La gente iba y venía y seguía a lo suyo. Sin embargo, prestando más atención iba captando detalles. Las miradas de los que pasaban cerca de mí daban fugaces repasos a mi delantera. Eso me hizo gracia; ver como tíos con pareja disimulaban para poder echar un vistazo a los pechos de la vecina de toalla era muy divertido. Me lo estaba pasando bien hasta que vi, hacia mi izquierda y más cercanos a la orilla, a un grupo de quinceañeros que me habían detectado. Sus miradas eran más atrevidas y los gestos que hacían entre ellos bastante elocuentes. Probablemente nosotras éramos el grupo de chicas más jóvenes de esa zona, y nos tenían más que fichadas. Nos llevaríamos unos tres o cuatro años, pero a esas edades era un mundo. Para nosotras eran unos críos babosos. Me sentí incómoda y estuve a punto de tumbarme boca abajo pero en un ataque de orgullo mantuve la posición. En ese momento oí la voz de Beni diciéndome:

 

-¡Esa Luci! ¡Tú eres de las mías!

 

Me giré hacia ella. Se había quitado el sostén del bikini y estaba en una pose similar a la mía. Definitivamente tomaba rayos UVA porque no tenía ninguna marca en su bronceado, pero me había equivocado con sus pechos... Eran potentes, sí señor. La postura engañaba. ¡Jo, ya estaba como antes de ir a comer! No se que me pasaba con sus tetas pero eran hipnóticas... Le asentí con una sonrisa y volví la mirada al frente, mirando de reojo a los chavales. ¡Pero qué era eso? ¡Ya no me miraban a mí! ¡Miraban hacia Beni! ¡Cabrones chaqueteros...! Qué poco duraron mis quince minutos de fama... Pero no, no era sólo a Beni. Las otras, cual lagartos de las Galápagos, fueron dándose la vuelta, desperezándose. Mireia y Patri se sorprendieron un poco al vernos a las dos en tetas, pero Kata ni se inmutó. Mireia se quitó el sostén que ya tenía desabrochado y esas dos peras bien redondas que tiene quedaron al sol. La parte blanca de las mismas denotaba que no se ponía así muy a menudo. Patri parecía más incómoda con la situación, probablemente porque era la que tenía los pechos más pequeños entre tanta tetona y también por su bronceado, que era un poco risible. Como formaba parte de un equipo de atletismo y entrenaba de corto, sus piernas y brazos tenían unos contrastes de moreno "agroman" con blanco lechoso muy graciosos. De hecho, parecía que llevaba calcetines blancos. Le iba a hacer falta mucha playa para igualar su moreno... Al final se decidió y se sacó la banda elástica rosa que llevaba por sostén. Y sí, sus pechitos estaban tan blancos como los míos.

 

-¡Bueno! La próxima vez iremos a una playa nudista... -comentó irónicamente Kata, guiñándome un ojo, al vernos tan lanzadas. ¡Qué capulla!

 

    Sin embargo ella era la única que seguía con el bikini puesto. No hubiera apostado por ello, pero ya he dicho antes que no es lo mío pronosticar. Se puso sus gafas de sol y también se unió al resto en la contemplación de la playa. Fue entonces cuando descubrió a la cuadrilla de chavales. Éstos estaban gozando de las vistas sin prejuicios. Medio sentados, de rodillas o boca abajo, pero mirando hacia nosotras con toda la jeta. Pensarían que nos hacían un favor, creyendo que con sus miradas nos sentíamos deseables o algo por el estilo...

 

Viendo esto, en el rostro de Kata asomó una sonrisilla despectiva. Las aletillas de su nariz, hinchadas, denotaban cierto cabreo con los mirones y su determinación a darles una lección. Fría e implacable cual Terminatrix y manteniendo la vista al frente, se echó las manos a la espalda para desabrocharse la parte de arriba del bikini. Lo hizo de una forma tan, tan lenta... como queriendo que se dieran verdadera cuenta de lo que iba a pasar a continuación; haciendo que su deseo por ver lo que ocultaba la tela aumentase... Con un rápido vistazo vi que había conseguido su propósito, que aquellos cuatro garrulos le mirasen a la vez con las bocas abiertas, embobados y expectantes... No sé por qué pero recuerdo la escena siguiente a cámara lenta y con los timbales de "Así habló Zaratrusta" de fondo: Kata prosiguió dejando caer los tirantes del sostén pero manteniéndolo en su sitio con las manos. Hizo una paradita así, sujetándose los pechos, como sopesándolos y, después de coger aire para resaltarlos aún más, fue deslizando el sujetador para acabar mostrando sus pedazo tetas en todo su esplendor. Hacía año y pico que no se las veía pero ahora, a pleno sol, las estaba observando mejor que nunca. ¡Vaya melones! Porque si las de Beni eran más bien apitonadas, las de Mireia redondas y de pezón grande, las de Patri como media naranja y las mías redonditas como pomelos, siguiendo la metáfora frutera las de Kata eran amelonadas pero firmes, con unos pezones como ojivas de proyectil. Y además algo morenas ya, que por algo la chica tenía jardín con piscina. Un deleite para la vista, en definitiva.

 

Los chavales estaban como monos en celo. Se reían nerviosos y se daban codazos en plan "¡pero has visto eso, tío?". Nos tenían a las cinco enseñando las tetas, tal que si fuera un muestrario por tallas. Había para todos los gustos y creo que a aquellos salidos les gustaban todas... Pero Kata no había terminado su exhibición, más bien al contrario. Primero se sentó sobre sus rodillas, para que le vieran mejor; luego cogió el bote de crema protectora, lo elevó y, en plan escanciador, lo vertió sobre sus pechos con generosidad y parsimonia. El contacto frío con su piel le hizo soltar un gemido que, creo, exageró para aumentar la libido del público. El chorro blanquecino cayó en ellos y se fue escurriendo por su canalillo y hacia afuera, dibujando la curvatura de sus grandes senos. Los regueros llegaron a sus pezones, que goteaban el líquido como si rebosaran de leche materna. En ese momento, con sus pechos chorreando, Kata apartó el pelo que tenía sobre los hombros y se lo recogió en una coleta. En esa pose estaba brutal y los chicos me daban la razón porque bufaban de excitación. Nosotras no decíamos nada pero estábamos con media sonrisa, siguiendo la jugada. Kata prosiguió. Se echó las manos a las tetas y, en lentos movimientos circulares, se fue extendiendo la crema. Lo hizo a conciencia, sin dejar un centímetro cuadrado de piel sin cubrir, amasando esos globos que no abarcaban sus manos... Igual que me pasó a mí, sus pezones se endurecieron; estaban claramente erectos. Se los estrujó con los dedos en un gesto que ya no tenía nada que ver con aplicarse la crema... ¡La muy perra se estaba dando gusto delante de todo el mundo porque sí!

 

¡Era demasiado vicio! Los chicos se tuvieron que tumbar boca abajo, resoplando y con los ojos a punto de salírseles como se les debía estar saliendo otra cosa bajo las bermudas. Los comprendía. A mí también me había puesto berraca la escenita. Sentí que mi método de sujeción bragueril empezaba a fallar. El esparadrapo debía haberse despegado. Flexioné más las piernas por si acaso e intenté mirar hacia otro lado, aunque el show ya terminaba. Lo que vi fueron las consecuencias de aquel auto-magreo: Los tíos de las cercanías miraban hacia Kata embelesados; alguno con bronca de la pareja incluida, aunque el más gracioso fue uno que pasaba unos metros enfrente con la cabeza girada hacia nosotras. Sin darse cuenta tropezó con unas toallas y cayó de bruces en medio de un grupo de jubiladas. El pobre pidió perdón cien veces todo cortado mientras veía como Patri y yo, que lo habíamos observado todo, nos meábamos de risa. Las demás también se dieron cuenta:

 

-¡Anda tía, que ya te vale! -le dijo Beni a Kata riendo.

-¿Que ya me vale? ¡Pero si no he hecho nada!... -contestó, haciéndose la ingenua.

 

Y tal cual estaba, se levantó y se dirigió a la orilla pasando "inocentemente" al lado de los quinceañeros, que seguían boca abajo para poder ocultar lo que Kata les había provocado. "¿Les querrá rematar o qué? -pensé- Pobres...". Un par de ellos sí se volvieron para seguirla con la mirada y, efectivamente, la tienda de campaña de sus bañadores delataba que estaban palotes. Kata chapoteó un poco en el agua y enseguida volvió por el mismo camino, con un suave trotecillo que hacía bambolear rítmicamente sus tetas, brillantes por la crema... ¡Qué visión! Uno de los mocosos se quedó mirándola al pasar, apuntándola todo gallito con su erección oculta bajo la tela. Ella ni le miró, pero creo que si hubiera sido por él se la hubiera cascado allí mismo, delante suyo, porque se le veía muy salido. Luego sus amigos le aplacaron un poco, aunque debían estar en un estado similar. Si lo que quería Kata era darles una lección lo había conseguido, porque las ganas de masturbarse y el dolor de huevos que se iban a llevar a casa iba a ser de aúpa. Se iban a estar haciendo pajas en honor a ella medio verano.

 

"¡Anda que no sabe nada la tipa!" -me dije. Ya por fin se tumbó de nuevo y nos quedamos así, en tetas, sonriendo y tomando el sol otro rato, hasta que decidimos volver al piso a prepararnos para salir por la noche. Yo me metí el vestido sin levantarme siquiera de la toalla, por si acaso. Cuando me puse de pie noté que efectivamente iba un poco "suelta" allí abajo, pero estaba bien tapada. Menos Patri, que se tuvo que volver a poner la parte de arriba, las demás se pusieron directamente sus camisetas sin nada debajo, marcando pezones, y así volvimos al apartamento, alegrando la vista de los que pasaban por el paseo marítimo.

 

 

    Ya en el apartamento, preparamos nuestros modelitos mientras nos turnábamos para ducharnos. Esta vez fui un poco más lista y me fijé en qué hacía Beni para no coincidir con ella en el baño. Preferí ser la última, así que me quedé esperando en medio del trasiego de chicas y ropa. Acostumbrada a tener todo el espacio para mí, aquello me parecía la Gran Vía: Mireia envuelta en una toalla por aquí, Patri en bragas por allá, Beni secándose el pelo, Kata en la ducha... ¡Qué agobio! Aproveché para mirar desde la terraza de la cocina. Enfrente había más pisos de alquiler porque se veía algún que otro grupo de gente joven que estaba como nosotras, preparándose para ir de juerga. Se podía oír que algunos ya la habían empezado por la forma en que compartían la música con los vecinos.

 

A eso que Kata me gritó desde el baño que ya podía entrar. Sí, podía entrar, pero ella seguía dentro, secándose el pelo con una toalla y llevando puesto nada más que un tanga negro. Es curioso lo que influye el contexto: lo que en la playa era algo natural, dentro del piso se convertía en una situación morbosa. Pasé a escasos centímetros de sus tetas perfectas para dejar mis cosas, mientras me decía:

 

-Ya termino. Vete metiéndote en la ducha si quieres.

-No hay prisa, cuando acabes... -contesté algo perpleja. Kata parecía olvidarse de "lo mío".

-Aprovecha ahora que Beni se está maquillando y va a tardar... -me apremió. Pues no, no se había olvidado.

 

Mis amigas habían convertido el baño en una sauna, de tanta condensación que había, y en el ambiente se mezclaba ese olor característico a playa con el de cremas y geles. Me desnudé de espaldas a Kata. Como ya había notado, el esparadrapo estaba despegado dentro de mi braga y lo tiré a la papelera rápidamente, aunque supongo que ella se dio cuenta. Mi pene estaba un poco recocido, el pobre, y al dejarlo suelto se hinchó un poco, igual que quien coge aire. "Mal momento para esto, bájate" -le ordené mentalmente, como si fuera a entenderme...

 

Le di al agua y me metí de pie en la bañera, mirando de reojo a Kata, que frente al espejo encendía ya el secador de pelo. Como los grifos estaban en la pared opuesta al lavabo, le daba la espalda y hubiera tenido que girarse para poderme ver. Corrí las cortinas, aunque no del todo porque si no me hubiera asado allí dentro, sólo lo justo para que no se me viera por delante. Además el plástico no era demasiado translúcido y daba un poco de claustrofobia. Me enjaboné todo el cuerpo; con el agua en la temperatura justa era una sensación muy agradable. Me detuve más tiempo en las zonas que habían estado tapadas. Mis manos se deslizaban entre mis nalgas y mi vulva. Lavé a conciencia mi pene para quitarle los restos pegajosos del esparadrapo, y él, en agradecimiento, se vino arriba. En segundos se me puso una tremenda erección y lo peor es que mi sexo me pedía guerra. No sería la primera vez que me masturbaba en la ducha, pero esta vez no estaba sola ni en mi casa. No sabía que hacer; mi rabo estaba realmente duro; quería pero no debía... Podía esperar a que Kata terminase de secarse el pelo, pero no sabía cuánto iba a tardar; el sonido del secador continuaba atronando el baño. Con cuidado me estiré hacia atrás para echar una miradita por mi izquierda, entre las cortinas. Kata estaba encorvada, dejando caer toda su melena hacia delante para secarse mejor. Las tetas le colgaban de una forma que... "¡No mires, idiota! -me grité interiormente- ¡Que así no se te va a bajar nunca!". Para mi horror me fijé que desde ese ángulo podía verla a ella y también la puerta reflejadas en el espejo, luego cualquiera que entrase podía verme. De hecho Kata podía haber estado observando cómo me frotaba todo el culo y la entrepierna tan ricamente, la muy cabrona... Cerré un poco más las cortinas. ¡Tenía que bajarme la erección ya! "Quizá si me enjuago...". Nada. El agua estaba perfecta y sólo conseguí retirar la espuma. Mi nabo seguía todo contento, queriendo que su ama jugara con él. "¡Ya sé! ¡Agua fría!". Le enchufé directamente con la alcachofa de la ducha como si lo regase, y sí, le hizo el mismo efecto que a una planta y además... ¡Mmmmm! ¡Qué gustitooo! ¡y qué ganas de cascármela me dieron, por favor...! ¡Jooo, no era justo! Por si faltaba algo, el ruido del secador cesó. Me quedé quieta:

 

-¡Bueno, ya he acabado! ¡Todo para ti...! ¡Y yo que tú me daría prisa! -me avisó Kata y oí que la puerta del baño se cerraba tras ella.

 

Estaba atascada. Sólo me quedaba una solución. "Ducha fría. Por todo el cuerpo. Sí". Abrí el grifo del agua a tope y dejé que me cayera un chaparrón helado de la cabeza a los pies... Creo que no he pasado tanto frío en mi vida; más que por la temperatura, por el shock de recibirla de golpe. Aguanté unos segundos, suficientes para que mi rabo se convirtiera en micropene, todo arrugadito él. Salí de allí tiritando, enrollándome en la toalla como si me fuera la vida en ello. Había perdido mucho tiempo y todavía tenía que secarme el pelo, así que me puse el secador al máximo. Estaba haciéndolo en una postura similar a la que puso antes Kata cuando, al levantar la cabeza, vi en el espejo a Beni asomándose por la puerta ¡Pegué un brinco!:

 

-¡Joder tía! ¿No puedes llamar primero o qué? ¡Vaya susto!

-Perdona... He llamado pero con el ruido del secador no me habrás oído... ¿Puedo usar el váter un momento?

-Sí, pasa... -dije resignada. Lo del uso comunal del baño empezaba a fastidiarme bastante.

 

Continué secándome. En el espejo podía ver a Beni de cintura para arriba, sentada en la taza, echando un meo (esperaba que no fuera otra cosa...). La tenía a mi espalda y hubiera jurado que estuvo todo el tiempo mirándome el culo. Ya estaba maquillada, y bien, tanto en calidad como en cantidad. Realmente muy guapa. Acabó y al poco rato yo también. Salí al pasillo entre "aclamaciones" de la afición:

 

-¡Por fin!... ¡Y todavía estás así, en toalla? -me increpó Mireia- ¡Por favor...!

-¡Las tías como tú son las que nos dan mala fama a las mujeres! -dijo Patri fingiendo indignación- ¡Qué vergüenza!

-¡Venga, date vida! -me apremió Kata.

-¡Ya voy, ya voy! -repliqué- ¡Parecéis madres, joder!

 

Estaban ya todas vestidas y arregladas. Lo bueno fue que tuve toda la habitación para mí solita mientras ellas esperaban picoteando en la cocina.

 

 

(Continuará...)