miprimita.com

Los riesgos insospechados de la ambición (5)

en No Consentido

Los riesgos insospechados de la ambición (5)

 

 

5

Escuchó un portazo al abrirse la puerta del almacén, lo cual sólo podía indicar que Crispín se dirigía hacia ella hecho una furia.  Giró la cabeza para verlo aparecer, y desde luego no tuvo duda de su estado de ánimo cuando lo vio, ni tiempo para levantarse antes de que él cogiera la silla con su fuerza habitual y prácticamente la despidiese lanzada hacia las sillas que tenía enfrente, pudiendo a duras penas evitar caerse agarrándose a ellas con desesperación y fortuna.

Aquel gesto de feroz autoridad la intimidó, comprendiendo que no podía arriesgarse a enfadarlo de nuevo, teniendo en cuenta que estaba en sus manos, que podía incluso golpearla como castigo sin que ella estuviera en condiciones de poder no ya evitarlo, sino tan siquiera denunciarlo, pues no podía decir a la policía que ese hombre al que le había vendido droga le había pegado. Simplemente, estaba en sus manos, y ahora que había llegado a un acuerdo con él, por humillante que fuera, no podía arriesgarse a enfadarlo más.

Y desde luego, estaba enfadado, sólo había que escucharle abroncando  a su subordinado, y a ella misma.

-          ¡Ves qué fácil! ¡Ya se ha levantado! ¡Y tú, no me toques más los cojones!.  ¡Cuatrocientos es mucho dinero, zorra! ¡Y ponte las bragas como yo te las puse! ¡Que se te vea el culo!

El hombre se fue por donde había venido, y no tardó en oír de nuevo el portazo al fondo del almacén.  Ella no fue capaz de decir nada, sintiéndose totalmente humillada por la presencia del camarero, al que ahora tenía en frente, junto a la puerta. Esta vez no pudo evitar mirarlo, aunque fuese fugazmente, quería saber cómo era el mirón.  Sólo pudo distinguir unas cejas tupidas y negras, un pelo negro muy intenso, una piel muy morena, y un rostro inequívocamente juvenil, no mucho más de veinte años.  Aunque también tuvo tiempo de darse cuenta de que tenía fijos los ojos en su cuerpo semidesnudo, cubierto sólo con las braguitas, si bien sintió la impotencia de no poder evitar su mirada, sin nada para cubrirse, sin ningún sitio en ese pequeño patio donde esquivar su mirada. 

-          Ya se lo dije, al final se ha enfadado con los dos.  Y no sé para qué quería que viniese, se ha quedado muda.

No sabía qué hacer.  Desde luego, no pensaba en colocarse otra vez la tela de las bragas entre sus nalgas, delante de él, teniendo en cuenta que Crispín no estaba. Mantenía sus brazos cruzados  sobre sus pechos, pero ya no tenía sentido intentar ocultar la cara, pues él había tenido tiempo de mirarla mientras Crispín la abroncaba, y la llamaba zorra delante suya.

-          Bueno, terminemos de una vez.  ¿Coge usted la copa, que tengo que mover la mesa?

-          ¡Váyase al cuerno!

Crispín le intimidaba, eso era evidente, pero no aquel jovenzuelo.  Se sentó en una de las sillas, cruzó sus piernas, y volvió a inclinar la cabeza, quería que aquel hombre terminara de una vez de moverlo todo. 

-          Bueno, usted sabrá. 

Al menos seguía hablándola de usted, lo que le ayudaba a mantener algo de dignidad en tan humillante situación.  No quiso mirar al jovenzuelo mientras maniobraba para mover la mesa y colocarla junto a las sillas, arrinconada.  No tenía ni idea de lo que pretendía Crispín con esos cambios, despejando el patio de la mesa y las sillas, y cuando vio que el joven desaparecía por la puerta respiró profundo, pues supuso que por fin había terminado su trabajo.  Pero su alivio duró segundos, porque regresó al instante llevando en la mano su móvil, que sonaba con estruendo en ese sitio tan silencioso.

-          ¿Lo coge?

Por unos segundos tuvo el impulso natural de cogerlo, pero enseguida comprendió que no estaba en condiciones de hablar con nadie. 

-          Déjelo en el bolso. No estoy para llamadas.

-          Oiga, que yo no soy su criado.

Le había mirado a los ojos por primera vez, comprobando que también los tenía negros, como el pelo, como las cejas. No era precisamente guapo, pero su rostro no era desagradable.  Y al mirarlo, vio cómo la sonreía maliciosamente, no tardando en saber el motivo, pues el joven finalizaba su frase lanzándole el móvil con una pronunciada parábola, y no pudo hacer otra cosa que extender sus brazos hacia arriba  para cogerlo en el aire, evitando su caída pero descubriéndole los pechos al joven, que pudo por fin contemplarlos en todo su esplendor aunque muy fugazmente, porque en cuanto recuperó el móvil se dio la vuelta, lo apagó y cruzó los brazos de nuevo.

-          Qué buenas tetas se gasta, no me extraña que valga tanto dinero. Y menudo culo. ¿No se va a poner las bragas como le dijo el jefe?

-          ¡Váyase a cuerno!

-          Pues se lo pienso decir, el jefe le va a pagar una pasta para que se ande con remilgos.

-          Oye, métete en tus asuntos. Y termina de una vez.

-          Pues le diré que sigue usted sin hacerle caso, le dijo muy clarito que quería que se le viese el culo, no que se lo viera él. Y la verdad, yo quiero verlo. ¿O prefiere que le pregunte a él si quería que lo hiciera ya o cuando él regresase?

No podía ni remotamente arriesgarse a que el jovenzuelo volviera a quejarse al jefe, ¡y menos por una orden suya! Decidió volverse y hacer lo que le había ordenado Crispín, metiéndose la tela de las bragas entre los glúteos.  Un nuevo éxito del camarero, aunque no tenía demasiado mérito, ella no tenía posibilidades de defensa. Pero al menos no le enseñó las nalgas.

-          Menuda zorra está hecha, de modo que no me quiere dar el gusto, enseñándome el culo. Pues ya verá cómo termino viéndoselo, y sin bragas. El jefe me dará ese gusto, puedes estar segura.

-          Vete a paseo, niñato.

Sí, de eso estaba segura, aquel jovenzuelo no tardaría en verla desnuda, Crispín iba a pagar cuatrocientos por estar con ella, y eso bien podía incluir que su camarero le diera un repasito visual. Pero no iba darle el gusto sin que se lo exigiera aquel bárbaro que la tenía ya dominada, totalmente dominada.

El joven se fue por la puerta y ella quiso aprovechar la ocasión para dejar el móvil en su bolso, que seguía en el almacén, pero antes de que llegara a la puerta apareció de nuevo el joven, cargado con una manguera.  Se apartó para dejarla pasar, y ella entró en el almacén, encontrando el bolso tirado en el suelo, junto a la pared. Dejó el móvil, y regresó, cruzando el patio para sentarse en la silla, desde la que ahora veía todo el patio, y por tanto, lo que él hacía.

-          Ve, ya le he visto el culo, ¡y menudo culo que tiene! ¡como para estar muy orgulloso!

Sí, tuvo que verlo, se había paseado delante de él, pero tenía que guardar el móvil, y sabía muy bien que terminaría viéndola desnuda, casi ya lo estaba. Cruzó las piernas, y también los brazos sobre el cuerpo, tapándose lo más posible, esperando que de una maldita vez se fuera. Él estaba ahora de espaldas, en una esquina, arrodillado, enganchando la manguera a un grifo.  Se imaginó que el jefe le había ordenado regar el patio, quizá solo para tenerlo ocupado allí y de esta forma, permitir que pudiera regodearse con ella, porque no encontraba otra explicación. 

Y no se equivocó, pues cuando se puso en pie un chorro de agua empezó a salir por el extremo de la manguera que tenía agarrada con la mano.  La miró directamente, y ella bajó la mirada.

-          Al final no se va a tomar usted la copa.

-          Cuando te marches me la tomaré tranquila.

-          Oiga, será mejor que deje los zapatos en el almacén, o se le van a mojar.

Agradeció la advertencia, pues aquellos zapatos eran muy caros, así que se levantó y se dirigió al almacén, un nuevo paseo en bragas delante del joven.

-          Da gusto verle mover ese culo.

El comentario abiertamente grosero le llegó mientras alcanzaba la puerta y se introducía en el almacén.  Decidió quedarse allí mientras el joven estuviera en el patio, y de esa forma no tenía que quitarse los zapatos, y evitaba más miraditas, aunque dejó la puerta abierta, pues le agobiaba la oscuridad de ese cuartucho.  Y enseguida vio el agua mojar todo el patio.

-          Señorita, salga, no se puede quedar en el almacén.

-          Cuando termines de regar el patio y te vayas.

-          Oiga, tiene que venir aquí porque el jefe me ha dicho que la moje.  Bueno, no que la moje, quiere que la lave, de arriba abajo, para asegurarse que está bien limpita. Es muy escrupuloso con la limpieza.

No podía creerlo, aquello se lo estaba inventando el jovenzuelo para abusar de ella, y seguro que pensaría que era un poco tonta, que con esa burda excusa se dejaría manosear por él.

-          Te creerás que me chupo el dedo. Anda, terminar de una vez y lárgate.

-          Joder, no empecemos de nuevo. El jefe se va a cabrear otra vez conmigo por su culpa. Si quiere la mojo y luego usted se lava, aunque tengo que comprobar que se lava bien. Mire, aquí tengo gel.

Él se acercó a la puerta para enseñarle el gel, y ella volvió a rechazarle

-          Oye, no me tomes por tonta, y lárgate ya.

-          Oiga, no me joda más.  Cuando regrese el jefe me va a preguntar si te he lavado, y yo no quiero decirle otra vez que usted se ha negado, me va a echar otra bronca.  Si no sale de ahí, le aseguro que la saco yo.

-          No te atreverás.

-          Pues sí me atreveré, me tiene usted harto.

-          Mira, esto se acabó. Dile a tu jefe que venga, que no tengo toda la mañana. Y que si no puede ahora, que vendré otro día. No voy a estar más tiempo aguantando tus impertinencias

-          ¡Joder! ¡Me tenéis los dos hasta los huevos!

Ella lo vio aparecer por la puerta y se asustó al ver esas pobladas cejas prácticamente juntas, la boca crispada, los ojos despidiendo fuego, mostrándole su furia sin necesidad de decir una sola palabra más.  Por un  momento pensó que el joven la iba a arrastrar hasta el patio, pero pasó hecho una furia delante de ella y despareció tras la puerta que daba al bar. 

Sabía que Crispín se iba a enfadar de nuevo, y que no le iba a dejar marchar, ni ella se atrevería a exigírselo, porque era muy consciente de su más que complicada situación, después de haberle vendido droga en aquel bar y saber que, para colmo, era un soplón.  No obstante, buscó su ropa en el almacén, pues hablarle en bragas la dejaba en una clara inferioridad, no podía imponer ni el más mínimo respeto, pero no encontró nada, sólo había cajas y más cajas de todo tipo de bebidas.

La puerta se abrió de golpe y realmente el rostro crispado de Crispín la aterró, acabó con cualquier amago de resistencia de un plumazo.  Él sí que la arrastró al patio sin miramientos, hasta  casi hacerla caer, y luego la lanzó contra las sillas.  Trastabilló y casi termina rodando al suelo con una de ellas, aunque finalmente pudo recobrar la verticalidad, volviéndose hacia él que estaba mirándola furioso desde el centro del patio, con los brazos cruzados. Al menos, no se encontraba allí el camarero.

-          ¿Se puede saber de qué vas? ¡Por cuatrocientos tendrás que hacer lo que yo te diga!  Le dije al Paquillo que te lave, me gusta que las putas se laven bien antes de follármelas, es pura cuestión de higiene, y de paso le doy ese gusto, y  resulta que otra vez lo mandas a paseo. ¡Me tienes harta con tanta tontería! ¿Es que no quieres ganarte esos cuatrocientos? ¿O es que me estás tomando el pelo, y en realidad no eres ninguna puta? ¿Quién coño eres, joder?

Definitivamente ese hombre la desarmaba, la llevaba en cuestión de segundos a la cercanía del pánico, y en tales condiciones solo podía pensar en calmarle.

-          Crispín, yo pensé que se lo estaba inventando, no me habías dicho nada. Se supone que los cuatrocientos solo te incluía a ti, en eso quedamos (simplemente quería disculparse, quería que siguiera pensando que era una fulana, y que seguía dispuesta a hacerlo con él).

-          El Paquillo te dijo que yo se lo había encargado, él no hace nada en este bar sin que yo lo sepa o le dé permiso, te lo tenías que haber imaginado. Y la verdad, cada vez me pareces más gilipoyas, aunque estás jodidamente buena, cabrona.

No estaba precisamente acostumbrada a que le hablaran en esos términos, y menos aún a callarse cuando la insultaban, cuando la trataban como a una cualquiera. Tuvo que tragarse su orgullo una vez más, aunque llevaba todo el día tragándoselo, no le costó demasiado trabajo. Lo que sí la dejó atónita era la pretensión del tal Crispín de humillarla de esa forma, permitiendo que su camarero la lavase allí mismo, a plena luz del día, en aquel maldito patio. Y desde luego no veía la forma de negarse, sabiendo además que, aunque se negase, tendría finalmente que permitirlo si él se empeñaba. Lo único que se le ocurrió fue subirle la tarifa, pues tenía que seguir fingiendo que era una fulana, y a lo mejor así conseguiría que se negara, o en el peor de los casos, aunque le obligara a hacerlo por el mismo precio, al menos reforzaría su odioso papel de fulana.

-          Oye, si eso es lo que quieres, le dejaré que me lave, aunque me tendrás que pagar algo más, esto no estaba en la tarifa.

-          ¡Por supuesto que le dejarás! ¡Harás lo que yo te diga y cómo yo te diga!¡Eres una jodida puta que cobra jodidamente caro! Te pagaré cien más, pero que te conste que el Paquillo te limpiará a fondo, ¡a fondo! Es un buen currante y quiero hacerle este regalito, se lo merece. 

Sí, lo tenía ya casi convencido de que su trabajo era ése, ofrecerse a los hombres por dinero, y eso era tranquilizador. Y lo cierto era que hasta a ella misma le parecía mucho dinero cien euros por dejarse lavar, si no incluía nada más, pero no sería ella la que se lo discutiera. Y se sorprendía pensando casi ya como una fulana, valorando el intercambio, considerando incluso que era un precio excesivo. Que duda cabía que estaba totalmente desbordada por lo que había pasado en ese bar en las últimas horas. 

-          Me parece bien, quinientos en total.

-          Pero tendrás que quedarte el tiempo necesario, porque sigo liado. Nada de mirar el reloj. Y al Paquillo me lo tratas bien.

-          Vale, pero le dices a ése cuál es el trato, no vaya a pretender algo más. Sólo lavarme.

-          Se lo diré, y tienes mi permiso para darle dos hostias si se empeña en metértela. Aunque ¿no le podrías hacer una paja también por esa pasta? Porque no veas cómo se va a poner, y cien es mucho dinero por dejarte sobar.

Si, tenía que alegrarse de haberle convencido de que era una fulana, porque parecía evidente que estaba convencido. ¡Y era increíble que tuviera que alegrarse de semejante cosa! ¡Y de que, por primera vez en su vida, estuviera negociando sus servicios sexuales a cambio de dinero! Se sentía como en una nube, no podía creer que aquello fuera real,  que fuera capaz de hablar con tanta naturalidad, como si realmente fuera una profesional, y menos aún hacerlo casi contenta. ¡Pero si incluso estaba ya pensando como una profesional! ¡Valorando la posibilidad de que en los cien euros estuviera incluida una masturbación! Claro que no estaba dispuesta a hacerlo si veía la posibilidad de evitarlo, pero sin embargo, tuvo claro que lo justo era considerarlo incluido.

-          Crispín, hemos dicho cien por lavarme, y no tengo ninguna gana de mojarme en este patio, al aire libre, con un agua que debe estar helada. No es algo que haga todos los días, así que por una paja tendrás que darme cincuenta más.

-          Bueno, que te las de él, yo con pagarle el lavado tengo de sobra. Hablaré con el Quico para decirle la nueva tarifa. 

No le hacía ninguna gracia la llamada a Quico, pues sabía muy bien que le alegraría mucho comprobar cómo estaba consiguiendo emputecerla sin esfuerzo alguno, sin obligarla a ello, sin chantajearla, dado el inesperado giro que habían dado los acontecimientos esa mañana. Pero no pudo hacer otra cosa que mirar mientras Crispín sacaba su móvil del bolsillo y enseguida escuchó su conversación.

-          Tú, hijo de puta, tu zorra me ha sacado cien más, lo pones en mi cuenta.  Y escucha, no quiero ni oír hablar de que no le des a ella su parte…. Ya, ya, no te enrolles, venga te la paso.

El móvil voló y ella tuvo que hacer otra maniobra para agarrarlo al vuelo.  La voz del delincuente casi la deja sorda:

-          ¡Joder tía! ¡Tienes que dedicarte a esto! ¡Eres una mina!

-          Vale, vale, pero ya le has oído, tienes que darme mi parte (ella estaba tan absolutamente desconcertada que realmente no sabía qué decirle, así que se limitó a seguir su guión, a seguir desempeñando su papel, aunque tal como se imaginaba, él no podía estar más contento).

-          Por supuesto, pero tú te tienes que dedicar esto, luego hablamos.

-          Vale.

Sí, era lo que le faltaba, pero era lo que estaba empezando a temerse. Ese granuja seguro que estaría ahora pensando en ser algo así como su chulo, aunque también sabía que eso nunca lo aceptaría. Le devolvió el móvil a Crispín, y se resignó a su destino.  No podía ya resistirse a ninguna orden, aquel hombre iba a pagar quinientos por ella, y tenía que cumplir su parte del trato.  Era así de sencillo, y no podía olvidar que, apenas hacía media hora, la había atado, y casi amenazado de muerte.  No podía jugar con él, no podía escapar de allí, tenía que satisfacerle en todos sus caprichos.

-          Bueno, entonces quedamos en que el tío ése puede lavarme, y por tanto, tocarme todo lo que quiera, pero nada más, absolutamente nada más (ella seguía con los brazos cruzados sobre el pecho, en una postura que ahora se le antojaba ridícula, pero que se veía incapaz de dejar por su sola voluntad).

-          Sí, eso es, el Paquillo  te lavará muy bien, el coño, el culo, las tetas, ya sabes, una limpieza  a fondo.  Que te sobe todo lo que le apetezca, pero sin metértela.   Yo tengo que terminar con el tío ese, y tengo para un rato, así que va a tener tiempo de lavarte a fondo. Y no me lo cabrees más, porque entonces seré yo el que rompa el trato y lo mismo te denuncio a la poli,  ¿está claro?

Esa última amenaza la dejó helada, aunque desde luego no pensaba en resistirse, ni tampoco había puesto él mucho empeño en la amenaza, pero le daban escalofríos cada vez que recordaba que le había vendido droga. Y desde luego se arrepentía de no haber creído al joven, porque incluso le había ofrecido que se lavara sola, y ahora tendría que dejarse tocar por él ¡y en todo el cuerpo! Y lo peor de todo es que lo que le estaba pasando se lo había buscado ella solita, sin ayuda de nadie, porque nadie le obligó a dirigirse casi corriendo hacia allí para aclararle al hombretón que ella no era una traficante.

-          Sí, pero que él sepa los límites, porque se va a dar un buen calentón  (ella no dudaba de que, ante su cuerpo desnudo, cualquier hombre se excitaría, y no digamos ya si ese hombre tenía permiso para tocarla de arriba abajo; y aunque la expresión que utilizó era grosera, sabía que era la adecuada teniendo en cuenta la profesión que estaba ejerciendo en aquel patio).

-          No te preocupes, es muy obediente.  Luego que se la machaque si quiere, dado que eres tan cabrona de no incluir en esos quinientos ni una triste paja para el Paquillo.

-          Oye, si quieres le hago la paja pero sin baño, no me hace ninguna gracia tener que mojarme en agua fría. Pero si estás empeñado en que me limpie, él tendrá que pagar si quiere una paja (había que mantener el repugnante tono profesional).

-          Pues sí, si quiere que suelte la pasta, a mí ya me has sacado bastante. Y  ven para acá, que todavía no te he tocado las tetas.

A ella le tranquilizó que su actitud se hubiera relajado, que de alguna forma, pensara por fin que ella se ganaba la vida de esa forma, y que ahora quisiera tocarle sus senos,  tan adorablemente bien torneados. Ya se los  había tocado, al desabrocharle la camisa, pero tenía todo el derecho a tocárselos lo que quisiera, por el precio que iba a pagar.  Se acercó a él sin retirar los brazos hasta que llegó a su lado, descubriendo además que la situación la había excitado más de la cuenta, al acercarse en bragas a un hombre fornido fingiendo ser una fulana, un hombre que quería manosearle los pechos pero que, realmente, podía hacer con ella lo que quisiera. Y la excitación se mantuvo cuando llegó a su lado, y él le retiró sus brazos, y le cogió sus pechos con fuerza, aunque cuidando de no provocarle dolor. Y todavía aumentó más cuando el hombre se inclinó para deslizar su lengua en los pezones, besándoselos sin dejar de estrujarlos con las manos. Era suya, podía poseerla en ese mismo instante, y esa certeza  la dejó excitada cuando retiró sus manos, y sintiendo que era el momento, que ahora ella estaba dispuesta para él, se aventuró a provocarle, confiada en el poder de su cuerpo.

-          Oye, no te vayas ahora, me has puesto caliente.

-          Ya quisiera  yo seguir, nena.  Pero tengo que cerrar un trato, y no quiero follarte con prisas.  Ya verás, te voy a comer ese coñito como nadie te lo ha comido en la vida, así que lávatelo bien, lávatelo muy bien.

-          ¿Y por qué no me lo lavas tú? ¿Por qué vas a dejar que lo haga él?

-          No me tientes, que quiero darle ese gusto al muchacho, y hazme el favor de ser buena con él. Pero no te preocupes que yo te daré un repasito, me ha gustado la idea.  

No había conseguido agarrarlo, y en aquellos momentos se sentía con el mismo impulso sexual que sintió hacía unas horas, cuando, con verdadero interés, con verdadera y certera pasión, engulló su miembro viril decidida a hacerle temblar y disfrutar.  Incluso con más, pues aquel anuncio de sexo oral la encandiló, era un deseo muy pocas veces satisfecho, dado que a su marido no le gustaba practicarlo, y las pocas veces que lo había animado ella misma se había sentido incómoda sabiendo que él también se sentía incómodo.  Pero ahora tendría que esperar, enfriar de nuevo los ánimos, y prepararse para la función cuyo inicio se retrasaba continuamente.

Desapareció Crispín, y ella se quedó sola en mitad del patio, con aquella excitación ya en plena decadencia, esperando sumisa la llegada del jovenzuelo que, no le cabía ni la menor duda, iba a aprovechar bien su ocasión.  No tardó en aparecer el joven, y para su sorpresa, se había despojado de su pantalón gris y de su camisa blanca, y se había enfundado un bañador y unas chanclas, lo cual sólo podía obedecer a que, como era de esperar, tenía la firme intención de aprovechar la ocasión de enjabonarla a conciencia de arriba abajo. Y ahora que ya sabía lo que le esperaba,  lo miró con detenimiento, y pudo comprobar que lucía un cuerpo espléndido, muy moreno, con unos pectorales atléticos, que no se adivinaban enfundados en su camisa. Muy delgado, sí, pero atlético. 

-          Bueno, ya estamos aquí otra vez.  Creo que ahora ya están las cosas claras, ¿no?

-          Sí, muy claras, aunque nos habríamos ahorrado el cabreo mutuo si me hubierais dicho desde un principio lo que queríais, ¡cómo iba yo a adivinar que pretendíais lavarme con una manguera!. Por cierto, supongo que el agua esa estará helada, ¿no?

-          Puedes estar segura, pero por cien euritos creo que podrás soportarlo.

Ella se quedó en mitad del patio, enfrente de él, todavía con los brazos cruzados sobre el pecho.  El joven estaba en la esquina, junto a la manguera, mirándola de arriba abajo.  Ahora estaba en sus manos, ahora ella tendría que obedecerle, y no sería difícil adivinar lo que le pediría. Y daba por hecho que había escuchado su conversación con Crispín y conocía su precio.

-          Desde luego que lo soportaré.

-          Ves, esto te pasa por no hacerme caso, yo me habría conformado con verte en pelotas mientras te lavabas, pero ahora te jodes.  Quizá sea mejor empezar por detrás, te dará menos frío.

-          Vale, me parece bien, pero comprenderás que no te conozco de nada, así que no tenía por qué fiarme de ti. Él no me dijo nada, y yo no soy adivina. Y la verdad, no es que sea algo habitual, aunque todo tiene su precio.

A ella le daba ya igual por dónde empezar, y desde luego no quería perder más tiempo en aquello, pero quería dejarle claro que ella no hubiera tenido problema en dejarse lavar si se le pagaba por ello.  Se dio la vuelta, enseñándole una vez más su trasero, pero enseguida oyó la voz del joven, con nuevas instrucciones.

-          Espera, vuélvete otra vez. 

Ella se volvió paciente, aquello formaba parte del trato.

-          Supongo que te querrás quitar las bragas.  Se te van a mojar.

Llegaba el momento decisivo, llegaba el momento más difícil para ella.  Iba a tener que mostrarse desnuda delante del joven, en un patio al aire libre, sin saber realmente si desde fuera podían verla, y a plena luz del día. Aquello era humillante, nunca lo habría hecho ni por cien ni por quinientos, si realmente tuviera escapatoria, pero no la tenía.  Y no veía necesidad de demorar el momento, ni posibilidad alguna de negarse.  Hubiera preferido quitársela de espaldas, pero era inútil tan siquiera intentarlo, pues era evidente que él quería verle los pechos, quería ver cómo se inclinaba con los pechos al aire, no era lo mismo si lo hacía de espaldas. Y se los iba a ver, y tocar, y lo que quisiera hacer con ellos, así que no tuvo que pensarlo mucho. Además, tenía que seguir aparentando naturalidad, como si para ella fuera lo más normal del mundo desnudarse delante de un completo desconocido.

Sin esperar ni un instante más, ella descruzó sus brazos, dejando por fin los pechos al descubierto para que él pudiera disfrutar abiertamente con su visión.  Llevó sus manos a las caderas, agarró con sus dedos el elástico de las bragas y empezó a deslizarlas por sus muslos, inclinándose hasta que consiguió que cayeran al suelo. Luego las recogió, volviendo a colocar un brazo sobre los pechos, y dirigiéndose sin que él le dijera nada al almacén, buscando su bolso para dejarlas allí y salió de nuevo al patio, colocándose otra vez en el centro, pero de espaldas a él.  Ahora le mostraba de nuevo sus nalgas, de las que siempre se sintió muy orgullosa.

-          Si señora, tiene usted un buen culo, y unas buenas tetas.  ¡Qué suerte tiene mi jefe, joder!  Bueno, recójase el pelo con las manos, que voy a empezar.

Quería que alzase los brazos, quería que tuviera los pechos libres, quizá pensaba acercarse por la espalda y empezar a enjabonarla desde atrás.  Y ella sencillamente tenía que dejar que él hiciera lo que quisiera, siempre que no sobrepasase los límites. Se suponía que iba a cobrar dinero solo por permitir que aquel muchacho la enjabonara, lo cual le parecía absurdo, pero en todo caso no podía oponerse ya. Se recogió el pelo con las manos, dejándolas apoyadas en la cabeza.  Parecía que ya por fin iba a empezar el baño, pero se equivocaba.

-  Separe un poco las piernas… un poco más, así (ella obedecía, sabía que eso también estaba dentro del trato, no podía perder el tiempo con discusiones; abrió las piernas tal como él quería, y se preparó para recibir en su espalda el agua fría).

Por fin le golpeó el chorro de agua en la espalda, y ella no pudo evitar lanzar un alarido, pues un profundo espasmo de frío le recorrió el cuerpo. Y el frío la fue invadiendo enseguida conforme el chorro de agua la recorría de arriba abajo, pasando de la piel a su cuerpo, dejándola helada. No pudo evitar un gesto instintivo de abrazarse buscando algo de calor, aunque recuperó su humillante postura en cuanto él se lo reclamó.

El camarero se esmeraba con la manguera, le disparaba el chorro al centro de la espalda, descendía por ella hasta detenerse en el trasero, bailando de una nalga a otra, colándose entre ellas, para continuar descendiendo  luego por una de sus piernas y ascender por la otra. Era como si un dedo gordo y helado la recorriera todo el cuerpo.

-          ¿Está fría, eh?

-          Joder, está helada, termina de una vez que voy a pillar algo (ella ahora sí que deseaba terminar con esa tortura, porque realmente el frío la dominaba).

-          Pues venga, dese la vuelta.

Llegaba el momento decisivo en que tendría que mostrarse completamente desnuda delante de él: sus senos, ya con los pezones duros como piedras, su sexo, todo a la vista.  Le resultaba humillante, pero realmente el frío que sentía le impedía demorar más el momento que él tanto estaba deseando.  Se dio la vuelta, y allí estaba él, con su bañador, su cuerpo moreno y apreciablemente atlético, sus cejas pobladas y negras, sus ojos negros fijos en ella, su sonrisa complacida, y con la manguera amarilla en su mano derecha, preparado para continuar la tarea.  Ella no bajó los brazos, y le mostró sus pechos no sin sentir también un resto de orgullo por su magnífico cuerpo, que mereció instantáneos elogios del muchacho.

-          ¡Uau¡ ¡Qué barbaridad! ¡Estás como un tren! ¡Qué tetas! ¡Qué suerte tiene el jodido jefe!

-          Venga, termina ya, que tengo frío.

-          No te preocupes, que terminaré enseguida. Pero tengo que limpiarte muy bien, ya lo sabes.  El jefe quiere que su chochito esté muy limpito antes de comérselo.  Oiga, ¿y por cincuenta no me podría hacer algún trabajito? ¿una simple mamadita?

-          ¡Termina de una vez, joder¡

Estaba claro que había escuchado la conversación, ¡y se conocía ya su tarifa! No iba a poder negarle nada si se mostraba dispuesto a pagarle lo que habían quedado.

-          ¡Al jefe le dijiste que por cincuenta me la chupabas!

 Tenía que soportar de nuevo enfangarse en una vejatoria conversación sobre sus tarifas como meretriz, y desde luego  lo que más le preocupaba ahora es que con ello se demoraría el fin de su tortura.

-          Le dije que por cincuenta te hacía una paja, joder, y no te enrolles más que voy a pillar una pulmonía.

-          Ya voy, ya voy.

Al menos tuvo el cuidado de no seguir con su chorro dirigido directamente contra su cuerpo, que sin duda le habría hecho daño en los senos, pues esta vez el agua le alcanzó con un conseguido efecto lluvia, y la fue barriendo de arriba abajo, mojándola por entera.  El frío definitivamente se instaló en ella, y ahora más que nunca deseaba que por fin la enjabonara, o la dejara a ella enjabonarse.

-          Bueno, ahora viene lo mejor.  Separa un poco las piernas, así.

-          Venga, joder, que tengo frío.

-          Ya sé que estás deseando que te sobe un poco, pero no tardo nada.

El muchacho quería aprovechar bien su oportunidad, y ella pudo comprobar que sencillamente su miembro viril prácticamente no podía ni sujetarlo dentro del bañador.  Era tan visible que a ella misma le causaba sonrojo, pues no podía dejar de mirarlo en rápidas ráfagas. Claro que ella tenía sus pezones endurecidos, aunque no precisamente por la excitación, sino por el frío, si bien de esa guisa sus senos le resultarían todavía más atractivos.  Y ella pensaba  orgullosa que aquel muchacho podría incluso eyacular como no controlase su excitación, y sin necesidad de tocarse.  No dejaba de ser una idea excitante, aunque en aquella situación, dominada por el frío que sentía, por fortuna no había peligro de que terminase sintiéndose atraída por la visión de ese falo rebelándose contra la tela del bañador que le impedía ser libre. Aunque ni el frío evitó sus miradas a aquello que pugnaba por sobresalir, que no pasaron inadvertidas, y bien pronto lo supo.

-          Sí, ya lo ves, mi polla va a reventar.  No sé si aguantaré mucho tiempo.

-          Oye, déjate de tonterías, termina ya de una vez que me estoy muriendo de frío.

Por fin dejó la manguera en el suelo, cerró el grifo,  cogió un bote de gel que estaba junto a aquel, y con el miembro enhiesto despuntando en el bañador se dirigió lentamente hacia ella, sin la menor prisa.  Y ella tendría que dejar que le extendiese el gel por todo su cuerpo, por absolutamente todo su cuerpo.  Si no fuera por el frío, estaba segura de que se habría excitado con aquella situación, mostrándose desnuda a aquel joven apuesto, quizá no muy agraciado, pero con un cuerpo muy bien cincelado, y con unos ojos oscuros que no dejaban de tener su atractivo, y que en cuestión de segundos le acariciaría todo su cuerpo desnudo con gel de baño.  Pero sentía permanente el frío en su cuerpo, no podía excitarse, sólo pensar en obtener calor.  

- Menuda limpieza te voy a hacer, te voy a dejar como nueva.

Se acercó a ella hasta casi rozarla, y la cercanía le hizo volver la cabeza, esquivar la mirada, incapaz de sostenerla a una distancia tan corta.  Ahora veía lo absurdo que había sido esconder su cara al joven durante tanto tiempo.  Estaba claro que él la podría reconocer ya en cualquier sitio que la viera, pero no tenía dudas de que era casi imposible coincidir con él, en una ciudad tan grande.

-          Bueno, empezaré por las tetas. Es difícil resistir la tentación.

Le acercó el bote a los hombros, y dejó que una buena cantidad de gel se depositara en ellos.  Se agachó para dejar el bote, casi rozándole los pezones con su cuerpo, y se incorporó enseguida. Y realmente deseaba que por fin aquellas manos se posaran en su cuerpo y le dieran calor., que la enjabonaran a fondo y frenéticamente para que le quitasen el frío de una vez, aunque por desgracia se estaba temiendo que  iba a tener muy difícil contener la excitación en cuanto se le fuera el frío,  pues  estar a disposición de aquel joven completamente desnuda, sabiendo que le iba a tocar todo su cuerpo, absolutamente todo su cuerpo, y después de haber observado con demasiada atención su miembro viril a punto de salirse ya de su cárcel, no iba a día dejarla indiferente una vez se le quitase el frío. Era una situación nueva para ella, humillante por completo, y sin embargo, potencialmente excitante. 

Y por fin sus manos abiertas se posaron primero en sus hombros, extendiendo allí el gel, pero enseguida se deslizaron resbaladizas hasta sus pechos, empezando a masajearlos con lentitud, con delectación, con cuidado y esmero, dejando que el jabón la llenara de espuma, dejando que los pechos se escurrieran entre sus manos, para volverlos a coger, una y otra vez.  Y como quiera que ella había dejado perdida su mirada en la puerta del almacén, vio aparecer a Crispín con una indudable sonrisa de satisfacción, y en ese momento, inexplicablemente para ella, sintió no precisamente vergüenza, sino un relámpago de pura excitación, al encontrarse desnuda manoseada por un hombre y delante de otro. ¡Ahora era imposible que él no se excitase! ¡Era imposible que él no apartara de un empujón a su camarero y la tomase allí mismo, enjabonada, húmeda, a su entera disposición! Y sí, ese relámpago era de puro y maldito deseo, y se descubrió mirándolo provocativa, diciéndole con la mirada que era suya, que había llegado el momento de poseerla, de hacer valer su dinero, su jerarquía, su poder.  ¡Hasta se había olvidado del frío! Y sin pensarlo le esbozó una sonrisa cómplice, una sonrisa sensual, probablemente la sonrisa más intensamente sensual que hubiera dirigido nunca a ningún hombre. Verdaderamente le resultaba indescriptiblemente excitante  encontrarse desnuda entre dos hombres desconocidos, uno de los cuales le acariciaba los pechos con una dulzura casi irresistible, facilitada por el jabón, mientras el otro le devoraba con la mirada.  Nunca le había hecho eso un hombre, nunca se le había ocurrido que su marido la enjabonara, y ahora se daba cuenta que resultaba realmente delicioso, incluso en mitad de ese patio, siempre que se hiciera con esmero. Lo hubiera disfrutado mucho más con agua calentita, pero el manoseo iba poco a poco haciéndola entrar en calor, lo cual resultaba de lo más gratificante. Y lo peor de todo es que el calor físico facilitaba la excitación, y que estuviera desnuda ante dos hombres lejos de intimidarla parecía favorecer su aumento. No podía creerlo.

-          Vaya, veo que por fin os estáis entendiendo. ¿Todo bien?

-          Jefe, de maravilla, qué tetas se gasta la señora.

-          Me la tienes que dejar bien limpita, y sobre todo el coño y el culo, todo muy limpito, porque me la voy a comer enterita.

-          ¡Qué suerte tiene usted, jefe! ¡Está como un tren¡

-          ¡Mi dinero me cuesta, paquillo!  Y no te quejes, que por lo menos te la he dejado toquetear.

-          ¡Si no me quejo, jefe! ¡Estoy disfrutando como un enano!

La conversación no detuvo al joven en su faena, y aquellas manos estaban como imantadas por sus pechos, a los que le costaba realmente abandonarlos.  Crispín pasó detrás de ella, palmeándola sonoramente en las nalgas, y luego se sentó en una de las sillas, con una botella de cerveza en la mano. Y mientras el joven seguía una y otra vez dejando que sus pechos se deslizasen por las manos enjabonadas y escurridizas, Crispín bebía tranquilamente cerveza.  Y ella se sentía cada vez más excitada, aunque su excitación todavía no era suficiente para eliminar el frío que se había instalado en su piel, si bien esas manos deliciosas, empeñadas en sacarle brillo a sus senos, estaban elevando rápidamente la temperatura de su cuerpo. Tan rápido que le asustó que su creciente excitación pudiera ser ya percibida por los dos hombres,   pues el joven lo hacía realmente bien,  con verdadera delicadeza, hasta el punto que a ella le resultaba cada vez más irresistible. Y el hecho de que estuviera mirándola el tal Crispín contribuía también a incrementarla,  y realmente estaba cada vez más convencida de que el momento de la verdad tenía que estar ya muy próximo, pues  verla allí desnuda, manoseada por otro hombre y a su completa disposición tenía que volver loco de deseo hasta el mismísimo Crispín.  Sin embargo, para su sorpresa, y desde luego para su decepción, aquel hombre no sólo no hizo ni amago de tomar posesión de lo que ahora era suyo, sino que se limitó a reprender a su empleado, y no precisamente por abusar del manoseo. ¡Y acto seguido desapareció de nuevo!

-          Joder, Paquillo, se te va a salir la polla.

-          ¡Qué quieres jefe! ¡Como para no correrse!

-          Ya, pero no tengo ganas de verte la polla.  Bueno, me voy, déjamela bien limpia.   Y tío, déjale ya las tetas, que se las vas a gastar.  A mí lo que me preocupa es el coño, y el culo.  Esos los puedes limpiar a conciencia. Y no te pases de la raya, sólo limpiarla. 

Aunque ella miraba hacia la puerta, pudo observar con el rabillo del ojo cómo se levantaba de la silla, y otra vez sintió la palmadita en las nalgas cuando pasó detrás de ella,  palmadita que no hizo más que aumentar su excitación, y también su decepción, pues enseguida lo vio desaparecer,  moviendo con paso cansino su gran cuerpo musculoso, de anchas espaldas y un trasero como a ella le gustaba, notorio pero sin excesos.   

Por fin el joven se decidió a abandonar los pechos, y entonces se arrodilló.  Se puso más gel en las manos y empezó a enjabonarle los muslos, directamente, sin perder tiempo en los puntos intermedios.  Mientras deslizaba sus manos por ellos, con parsimonia y delectación, no dejaba de recorrerle el cuerpo con la mirada, aunque ella sólo de forma esporádica bajaba la vista para ver esas manos sobre sus muslos, y realmente era como si le estuviera haciendo un masaje, lo que resultaba enormemente excitante.  El frío ya no le molestaba, ya no existía, aunque seguía mojada, y ahora le preocupaba mostrar esa incipiente excitación, así que sencillamente intentó evadirse de la situación, que increíblemente, sin dejar de humillarla, la estaba excitando cada vez más.  Si hubiera sido su marido, ella no hubiera aguantado tanto tiempo impasible, habría acudido en busca de su miembro, lo habría ya besado, le habría acariciado, no le habría dejado terminar de limpiarla.  Pero ella no podía tomar la iniciativa, ¡se lo había prohibido el que ahora era su jefe! ¡el que le estaba pagando cien euros para que aquel tipo la manoseara!.  Y en realidad, no sería un comportamiento muy natural, se supone que una fulana no se desfoga más de lo estrictamente necesario, no hace gratis una felación por puro placer, ¡no hace nada que no esté incluido en la tarifa! ¡Y ahora ella tenía que contenerse para no echarse encima de ese jovenzuelo! ¡increíble!

Y aquello seguía, de los muslos a la rodilla, a las pantoriillas, al pie, siempre con lentitud, con parsimonia, con delectación, y vuelta a subir hasta los muslos.  Luego se levantó para empezar a enjabonarla debajo de los pechos, bajando hasta el ombligo, y más abajo, pero sin incluir su sexo en los recorridos parsimoniosos de sus manos.  Lo dejaba para el final, sin duda.  De repente se retiró, la contempló desde la distancia, la revisó una vez más de arriba abajo,  y le sonrió.  Ella no quería mirarlo, pero sus ojos también lo recorrieron, también se fijaron en ese bulto exagerado que se mostraba en el bañador, y ese pecho límpido, sus pectorales inmaculadas, y aunque quiso evitarlo, no dejó de sumergirse en sus ojos oscuros, que en esos momentos también estaba fijos en los suyos.  Por unos momentos se sintió todavía más desnuda de lo que estaba, pues con aquella mirada desfalleciente le había mostrado con nitidez (así lo pensaba ella) el deseo que empezaba a dominarla sin ningún reparo, un deseo contra el que ella luchaba pero al que no le resultaba fácil controlar.

Masajeada con esa exasperante y deliciosa parsimonia era imposible no excitarse, o al menos era lo que ella pensaba, o lo que quería pensar, ¡aunque seguramente una profesional no habría tenido sentido nada que no fuera hastío, contando los minutos que faltaba para que terminase su trabajo y cobrase por él! Sí, ahora podía resultar que lo sospechoso fuera su propia excitación,  pero ella no estaba preparada para eso, ¡no era una profesional! ¡era una simple mujer!  Y no podía evitar que su cuerpo reaccionase de forma natural y espontánea, cuando ya se había entregado a su destino, aunque sin imaginar que le iba a excitar tanto ese destino.

-          Bueno,  por aquí ya sólo me queda el coño.  Y ya lo has oído, tengo que limpiarlo a fondo.  Yo te lo comería así, sin limpiarlo, pero el jefe es muy escrupuloso, ya lo has visto.  Claro que, si quieres, primero te como el coñito, y luego le hacemos una limpieza.

Era humillante la propuesta, pero era excitante que la trataran como a una fulana, que estuviera allí desnuda delante de ese hombre, enjabonada, con los brazos alzados, totalmente a su disposición.  Y desde luego, ella no se hubiera resistido ni lo más mínimo si él hubiera pasado a la acción sin pedir su autorización, pero para su desgracia se encontraba ahora en la tesitura de que no podía entregarse a ese jovenzuelo sin riesgo de ser descubierta, ¡y Crispín le había dado muestras de sobra de su absoluta desconfianza! Así que no tuvo más remedio que rechazar tan grosera como sugestiva propuesta.

-          Termina de una vez, que me voy a morir de frío. Ya sabes lo que te ha dicho el jefe, será mejor que cumplas con lo ordenado.

-          ¿Eso es un sí? Porque la verdad, ahora mismo te lo comía sin importarme lo que se pueda cabrear el jefe.

No dejó de tener la tentación de aceptar su propuesta con su mero silencio, con alguna indirecta, con alguna frase ambigua, ¡y de hecho el propio Crispín la había casi despreciado, dejándola allí, desnuda, junto al jovenzuelo, cuando bien pudo ya tomarla!.  Pero no, aquello no podía permitirlo, desgraciadamente no podía, ¡y precisamente porque estaba fingiendo que era una fulana de lujo!, ¡una mujer que lo hace sólo por dinero, por mucho dinero!. No era lo que su cuerpo le pedía, pero todavía conservaba la suficiente lucidez para comprender que no podía enfangarse de aquella forma arriesgándose a ponerse en evidencia. Nunca hubiera imaginado que pudiera verse en una situación tan absurda, deseando a aquel jovenzuelo pero no pudiendo entregarse a él precisamente porque estaba fingiendo que era una fulana.

-          Eso es un no, y termina de una vez. Crispín me paga quinientos por esto, y solo incluye manoseo. Si quieres algo más, dile al Crispín que me pague algo más, y te haré lo que quieras.

-          ¡Qué pena ser pobre! (se estiró el elástico de su bañador, mirando ostensiblemente en su interior) ¡Y tú jódete!

Que el joven quisiera bromear sobre la cuestión de una forma no especialmente grosera contribuyó todavía más a sentirse cómoda con su desnudez, con su inaudita situación, y por tanto, la excitó todavía más, sintiendo casi la necesidad de echarle un vistazo también al interior de su bañador. ¡Y no sólo echarle un vistazo! ¡Lo que quería era agarrar aquel falo ya enhiesto! Y masajearlo, besarlo, dirigirlo a su sitio natural, a la morada del puro deleite, donde se acoplaría sin problemas para gozo de ambos.  Pero no, ella también tenía que decirle algo parecido a su propio sexo, ¡fastídiate! ¡ahora eres una fulana! ¡nada de sexo por el sexo! ¡sexo por dinero! Y  no pudo dejar de sonreír con irrefrenable sensualidad ante esa idea, mirándole directamente a los ojos, y por una vez manteniendo la mirada con el mayor descaro, como queriendo desmentirle con los ojos lo que le había dicho de palabra.

El joven incluso pareció desconcertado con aquella sonrisa que por primera vez le había dirigido ella, y además con una manifiesta sensualidad.  Por una vez fue él el que desvió la mirada, recorriéndole una vez más todos los recovecos de su cuerpo pero, ahora, huyendo de su mirada.

-          Bueno, coge una silla y siéntate, pero en el mismo sitio.

Le alivió bajar de una vez los brazos, aunque reconocía la sensualidad de la postura.  Andar desnuda por el patio mojado y enjabonada era un tanto complicado, y ella tuvo que cuidar cada paso para no caer, lo que sin duda agradó al joven, al verla moverse desnuda con la suficiente lentitud para que pudiera contemplarla en las más variadas posturas, y siempre con sus pechos en movimiento.  Cuando cogió la silla todavía tuvo que tener más cuidado, andando paso a paso con la máxima prudencia.  Por fin se sentó, mirándole con cierto desconcierto, aunque podía imaginarse lo que le iba a pedir.

-          Muy bien, ahora coloca tus piernas sobre los brazos de la silla.

-          ¡Joder, que yo no soy de goma! (realmente, aún sin intentarlo pensó que no le sería difícil hacer lo que le había pedido, pero le pareció excesivo, y además, sería en todo caso una postura absolutamente incómoda).

-          Vamos, inténtalo.  El coñito tengo que lavártelo a conciencia, ya has oído al jefe. 

-          Oye, te estás pasando, me has podido lavar perfectamente antes, esto es una pasada.

-          Bueno, si quieres hablamos con el jefe. 

-          ¡Pero es que esa postura es muy incómoda!

-          Inténtalo al menos.

Ella podía hacerlo, y lo comprobó en cuanto colocó la pierna derecha sobre el primer brazo.  Así que colocó también la segunda, si bien hizo aspavientos para convencerle de la incomodidad de la postura.

-          Oye, así no puedo estar mucho tiempo, date prisa.

La postura era humillante, pero además incómoda y hasta ligeramente dolorosa.  El joven se acercó por fin, se arrodilló frente a ella, hundió su mirada en su sexo, y durante unos segundos interminables sencillamente se quedó absortó mirándolo, tal como ella pudo comprobar con toda claridad.

-          ¡Qué pedazo de coño! ¿De veras que no quieres que le dé un repasito con la lengua? 

-          ¡Termina de una vez!

-          ¿Eso es un sí?

-          ¡Otra vez! Eso es un no.

Su insistencia no hacía sino minar su voluntad de oponerse, y teniendo aquella boca de labios delgados pero bien formados justo a la altura adecuada, resultaba difícil de resistir la propuesta. Y verdaderamente le sorprendía su falta de escrúpulos, pues no se imaginaba a  ningún hombre quisiera hacer eso a una fulana, y de hecho pensó que ni dándole permiso se habría atrevido. Sin embargo, su sorpresa fue mayúscula cuando el jovenzuelo no dudó en besarla y lamerle su sexo, con determinación, con deseo, con desparpajo. ¡Y aquello le resultó terriblemente irresistible! ¡Y lanzó un inesperado gemido cuando aquella lengua montaraz se abrió paso entre sus labios verticales ya abiertos en demasía!  Y enseguida ella misma se acomodó, bajando una de sus piernas, y lo dejó hacer sin la menor queja, suspirando, gimiendo, sintiendo que no podía resistirse, y que sin duda con su falta de resistencia ponía de manifiesto que estaba lejos de ser una fulana.

Después de aquella embestida su deseo se desató, y no pudo hacer otra cosa que agarrar aquel cabello negro y apelmazado para que esa lengua no pudiera separarse de su sexo, retorciéndose en el asiento con insólito frenesí. Y cuando se dirigía directa a un intenso orgasmo el jovenzuelo se deshizo con facilidad de la mano que agarraba su cabeza y se levantó, se bajó el bañador, descubriendo su poderosa verga y dejándola casi a la altura de su boca, y enseguida recibió la orden que esperaba, temía y deseaba.

-          Vale ahora te toca a ti, chúpamela, no puedo aguantar más.

Con insólita rapidez ya le había cogido la nuca con una mano, mientras con la otra sostenía desafiante su verga, y ella de nuevo se acomodó, bajando la otra pierna, sintiendo la fuerza irresistible de esa mano en la nuca que la obligaba a llevar su boca hacia su pene erecto  y firme. Y no hubo resistencia, no hubo queja, no hubo maniobras evasivas, ella misma agarró su miembro viril y lamió su cabeza rosada, la besó, la lamió, la besó y  la engulló, y la volvió a besar, y a engullir, y aquello no tardó en reventar, sorprendiéndola en mitad de un lascivo beso,  llenándole la cara de semen de forma inesperada pero deliciosa, a la vez que un desgarrador graznido salió de la garganta de aquel jovenzuelo, y ella agitó aquel miembro para que terminara de expulsar todo lo que guardaba en su interior, sin importarle que aquél líquido pastoso acabara en su cuello, en sus pechos.  Todo había sido tan rápido, tan intenso, que ella no pudo gozar pero gozó, inexplicablemente, insólitamente, vergonzosamente.

Exhausto él se arrodilló, se abrazó a su regazo como un niño, exhausto, recuperando el resuello, totalmente entregado.  Y ella quedó vibrando, avergonzada por lo ocurrido pero sintiendo la frustración de no haber culminado su placer con aquella lengua habilidosa que le había acercado pero no llevado al orgasmo,  que esperó impaciente pero inútilmente.  Y lo cierto es que no podía reprocharle nada, no tenía por qué pensar en su placer, ¡se suponía que era una fulana!