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Los riesgos insospechados de la ambición (18)

en No Consentido

8

Una vez que se fue Roberto no se demoró en avisar al portero, que de todas formas estaría pendiente de verlo salir. Y en cuanto sonó el timbre de la puerta la abrió, tal como él quería, con la ropa interior que le había ordenado comprar, mostrándole con toda claridad que estaba a su disposición, que seguía dispuesta a cumplir con su parte del trato.  Y le agradó que empezara con una disculpa, en lugar de abalanzarse sobre ella.

-          Marta, como comprenderás no tenía ni idea de que había subido ese colega tuyo, y habrás visto que no he querido comprometerte.  ¿Le abriste la puerta en bragas?

-          No, no, miré antes por la mirilla.

-          Si señora, una medida prudente, aunque él se lo ha perdido.  Vamos a tu mesa, que quiero sentarme en tu sillón, es de lo más cómodo.

Evidentemente la dejó pasar, así que pudo mirarle el trasero a su gusto mientras se dirigían al despacho. Él ocupó rápidamente su sillón giratorio, quedando ella de pie, con esa ropa interior de fulana, en mitad del despacho, nerviosa, sin saber qué hacer con las manos, aunque terminó por dejarlas a ambos lados, no tenía sentido taparse. Él empezó a mirarla, a saborearla, y pudo comprobar como sus ojos la repasaban de arriba abajo:  su boca grande de labios sensuales, sus pechos ostensibles aprisionados por el ligero sostén rojo; sus pezones, bien visibles, sus labios vaginales, al descubierto por la maldita transparencia, sus piernas, embutidas en las medias rojas, y los pies dentro de sus zapatos de tacón, también rojos. Y el liguero, para rematar. Un repaso metódico.

-          Sí que estás buena, joder. Bueno, ahora no tienes excusa, ahora no me vayas a joder con protestas, no te voy a pasar ni una, ¿estamos de acuerdo?

-          Sí, claro que sí, nadie nos molestará, podemos hacerlo como quieras.

-          Eso espero. Para empezar, pon las manos atrás, así das la impresión de que estás a mis órdenes (lo hizo al instante). Tengo la sensación de que tu colega se ha mosqueado por lo que te dije cuando te vi vestida, me parece que se ha dado cuenta a lo que yo venía, ¿te ha dicho algo? (sí, aunque no la hubiera sorprendido en ropa interior lo que le gritó el portero cuando le abrió la puerta no podía ser más sospechoso).

-          Bueno… ya viste que lo escuchó todo… yo me hice la loca y él… bueno, no se atrevió ni a preguntar… pero no quiero ni pensar lo que se habrá imaginado…

-          Vaya mala suerte, pero bueno, que se imagine lo que quiera, y seguro que se quedará corto.  Anda, vuélvete, quiero verte el culo.

Se dio la vuelta, siendo consciente de que podría detenerse en su contemplación todo lo que quisiera, y con aquel tanga rojo hasta sus nalgas estarían disponibles para sus ojos.

 

-          Menudo culo, joder, pero qué buena estás. Tócatelo un poco, anda.

Lo hizo sin rechistar, como él quería, y de hecho le convenía excitarlo cuanto antes mejor, así que lo hizo de la forma más sensual que pudo, moviendo sus glúteos ligeramente, aunque seguro que no lo hacía con la sensualidad de las mujeres que él habría visto miles de veces en películas pornográficas, nunca lo había hecho antes para nadie, su marido nunca se lo había pedido, ni ninguno de sus novios. Y sin volverse, ella misma se lo ofreció, para aumentar su excitación.

-          Me alegro que te guste mi culo… es todo tuyo (no se volvió para decírselo, y no podía decir que no estuviera precisamente relajada, pero desde luego estaba rendida).

-          Vaya que sí, lo estás haciendo muy bien. Sé que vas mucho al gimnasio, hazme unas flexiones, así te lo veré mejor todavía. Ya sabes, sin doblar las rodillas, y abriendo un poco las piernas.

Sí, era muy flexible, llevaba años esforzándose por mantener la línea a base de ejercicio físico, pero no era lo mismo hacer flexiones para estar en forma que para provocar el deseo de un hombre, no digamos ya de ese hombre despiadado y brutal. Abrió las piernas lo suficiente, e hizo las flexiones con la facilidad que le otorgaban años inmisericordes de gimnasia intensiva. 

-          Joder, con el tanga se te ve todo. Quien te iba a decir hace una semana que ibas a enseñarme el culo en tu propio despacho, ¿eh? Lo que es la vida, hace una semana yo no era nadie para ti, y ahora lo soy todo, tu futuro está en mis manos. Una llamada mía y lo pierdes todo, todo. Bueno, mientras sigas cumpliendo con tu generosa oferta, no tendrás que preocuparte. Venga, ven y quita todos estos papelajos de la mesa, déjala vacía, vamos a necesitarla para otros usos, ya sabes.

Si, lo sabía muy bien, ella misma había tenido la fantasía de hacerlo con su marido en esa misma mesa, y seguramente en la misma postura en la que estaba pensando el portero, aunque desgraciadamente él no era partidario de hacer grandes esfuerzos de equilibrio, ni de buscar nuevos escenarios, alejados del “hogar”.  De novios sí era partidario, claro está, pero sólo por el deseo de conquistarla y, sin duda, porque no disponían todavía de un hogar.

Cuando se volvió para cumplir su nueva orden, avergonzada por sus vulgares comentarios, humillada de nuevo en su propio despacho, él estaba otra vez haciéndole fotos con su celular, y aunque no podía decir que la sorprendiera, no pudo evitar girarse de nuevo para darle la espalda, no lo soportaba.

-          ¡Joder Pedro!, ¡estamos en mi despacho! ¡no quiero que me hagas fotos aquí!

La protesta era absurda, pero no pudo evitarla, no podía acostumbrarse a que la tratara así, sin la menor consideración.

-          Vaya, otra vez protestando, poco has tardado. ¿Es que no sabes ya que quiero hacerte todas las fotos que me salga de los cojones? ¿De verdad quieres seguir con esto? Ya te he visto las tetas, el coño, el culo, ya te he follado como he querido, ya tengo fotos tuyas de todos los colores, así que poco me importa que lo dejemos así, los vejetes me darán una buena pasta por esa información, y de ti ya he conseguido lo que quería. ¿Qué hacemos?

Sí, no pudo evitar la protesta, pero era obvio que pretendía también hacerle fotos allí, en su propio despacho, y no lo iba a convencer con lamentos, no tenía piedad, no le quedaba otra que asumir que aquel hombre despiadado no se privaría de hacerle todas las fotos que quisiera, en dónde quisiera, con la postura que quisiera, a cual más comprometida.

Se volvió, posando su mirada en el suelo, con las manos a los lados de nuevo, resignada a una nueva sesión de fotos humillante.

-          Vamos joder, mira a la cámara, sonríe, quiero que parezca que estás encantada de que te haga fotos en tu despacho, en bragas. ¡Y las manos atrás, joder!

Obedeció, miró su maldito móvil enfocándola, y otra vez forzó una sonrisa estirando los labios.

-          Vamos, joder, menuda sonrisa, parece que te vas a tirar un pedito.

No podía hacerlo de otro modo, solo pudo estirar un poco más los labios, intentado que se pareciera lo más posible a una sonrisa natural.

-          Vaya mierda de sonrisa, pero bueno, tú sabrás lo que haces. Anda, recoge la mesa, pero por mi lado, así te podré mientras coger el culo.

En la mesa las carpetas estaban desparramadas por todas las esquinas, y  había también alguna que otra montaña de libros,  pues no era precisamente ordenada. Cuando ya estaba a su lado recogiendo el primer montón de carpetas, sintió sus regordetas y ásperas manos en sus nalgas, y sintiéndose una verdadera furcia, se quedó quieta, para que él pudiera tocárselas a gusto.

-          Joder, ¡qué culo! ¡estaría todo el tiempo tocándotelo! (saltaba de un glúteo a otro con toda desvergüenza, apretándoselos, sosteniéndoselos, estrujándolos, tomando posesión de ellos).

Una sonora palmada le avisó de que ya podía llevarse las carpetas a la mesita. Y como era una mesita baja, con algún adorno y alguna revista jurídica, no solo tuvo que agacharse para dejar las carpetas, sino también para retirar los adornos, colocando las revistas encima de las carpetas, ofreciéndole de nuevo una inmejorable estampa de su trasero. Y por supuesto, cuando volvió por más carpetas ya estaba él otra vez con el celular haciéndole fotos, o un vídeo, no quería ni pensarlo. Esta vez sonrió sin que tuviera que ordenárselo, pero no fue una sonrisa muy distinta.

-          ¡Pues sí que eres sosa, joder! Más vale que te vayas animando, así no me pones nada.

No podía ser que no estuviera ya excitado, viéndola media desnuda, a su disposición, pero no perdía ocasión de humillarla, de forzarla a aumentar la dosis de erotismo en sus gestos, en sus movimientos, en sus palabras. Seguro que habría visto miles de películas pornográficas, seguro que se habría masturbado como un mono viéndolas, y ahora quería una mujer de aquéllas que había visto en las películas, sensuales, insaciables, expertas, casi acrobáticas, y dispuestas a todo. 

Pero no podía pretender eso, tenía que conformarse con una sosa, una inexperta en artes amatorias heterodoxas, y demasiado vergonzosa con su cuerpo desnudo, aunque ella misma se había sorprendido del deseo desaforado y la pasión desbocada que sintió en aquel maldito portal, cuando se entregó por primera vez al portero, y de una forma que nunca la había practicado con ninguno de sus amantes.

Regresó de nuevo a su lado, recogió más carpetas, sintió de nuevo esa mano inmisericorde magreándole las nalgas, otra vez la palmada sonora y vejatoria (y malditamente excitante, para su desgracia), vuelta a la mesita, a inclinarse mostrándole de nuevo el trasero en todo su esplendor, vuelta a la mesa, más fotos, la misma sonrisa gélida, pero algo más de calor en el cuerpo, y ahora tenía que inclinarse por completo para coger un grupo de libros que estaba en el otro extremo de la mesa, dejando el trasero prácticamente encima de sus rodilla, sintiendo ahora sus dos manos ásperas en las nalgas, mientras ella se paralizaba en la incómoda postura, con los libros agarrados con ambas manos, y su cuerpo atravesado delante de él.

Esta vez, una de las manos ascendió por su espalda hasta el cierre del sostén, jugueteó con él, y luego se deslizó por debajo hasta tomar posesión de sus senos, que en su posición colgaban espléndidamente, sintiendo por fin como los aprisionaba alternativamente, mientras la otra mano continuaba sopesando sus nalgas, también saltando de otra.  Sí, se estaba dando un festín con su cuerpo, y ella no podía evitar que su cuerpo reaccionase ante sus insistentes caricias, sabiendo además que no debía evitarlo, que necesitaba rendirse por completo, sin oponer resistencia al deseo que surgía a cada caricia.  No, ya lo supo en el portal, el endiablado portero no era un mal amante, no era un bruto insensible a la fragilidad de las partes sensibles del cuerpo femenino, quizá precisamente porque quería también excitarla, porque parte de su placer era verla ahíta de placer, entregada por completo a él, no por la coacción, no por la fuerza, sino por el puro deseo. Y así había sido en el portal, no podía negarlo, la había devastado.

Por fin le dio una nueva sonora palmada en el trasero, y ella pudo llevarse los libros, solo que ahora ya no podía negar que el zumbido de la excitación empezaba a ser notorio. Ya solo quedaban dos montones de carpetas que estaban en el centro de la mesa,  justo enfrente de él, y amablemente retiró ligeramente el sillón y abrió sus piernas, para que entre ellas se colocase ella para recoger las últimas carpetas. Recogió uno de los montones, demorándose todo lo que pudo, esperando que la cogiera de la cintura, que la sentara encima de él, que aprovechase la postura para cogerle los pechos, y para tomar posesión también de su sexo con su mano férrea. Se reconoció ansiosa por recibir esas manos rudas en su cintura, mientras se inclinaba ordenando las carpetas para cogerlas, con el trasero a centímetros de su cuerpo, no podía ser de otra forma. Sin embargo no la tocó, solo le habló de nuevo.

-          Sabes Marta, no creas que me voy a conformar con un polvo de vez en cuando, todo lo que me has puesto en el mensaje y todo lo que me has dicho en el portal tendrás que cumplirlo, puedes estar segura.  Y que sepas que quiero también tu culo, no hoy, ni mañana, pero lo tienes que preparar para recibir mi polla, porque me lo has ofrecido, te lo recuerdo.

Sí, lo había ofrecido sin pensar, nunca nadie se lo había pedido, aunque sí había tenido fantasías, pero tampoco se atrevió nunca a pedírselo a nadie, ni a su marido, no sabía cómo reaccionarían, qué pensarían de ella.  Y en el caso de su marido era un pudor absurdo, debía tener la suficiente confianza como para pedírselo, y quizá él también lo desease y tampoco se atrevía a pedírselo.  Pero lo cierto es que nunca había tenido esa experiencia, y desde luego nunca se pudo imaginar que su fantasía se pudiera hacer realidad de aquella forma, con aquel hombre. Sin embargo, lejos de enfriar su ánimo, esa obligación que se había impuesto de entregarle también su trasero la excitó, de nuevo su cuerpo reaccionaba contra su voluntad.

Cuando se giró para depositar una vez más las carpetas que había recogido  en la mesita, recibió una nueva orden:

-          ¡Quieta! (por supuesto se detuvo, obediente, de espaldas a él, soportando en sus brazos el peso de carpetas y libros).  . 

Sí, había llegado el momento, ahora la cogería por detrás, le agarraría los dos pechos con fiereza, obligándola a tirar todo lo que tenía en los brazos,  le arrancaría las bragas sin contemplaciones, la arrastraría hasta la mesa, la obligaría a apoyar los brazos en ella, y la poseería por fin.  Su imaginación voló sin control, contuvo la respiración, sintió el deseo de ser poseída una vez más por ese hombre brutal, no se podía creer lo fácilmente que conseguía excitarla.

Pero pasaron los segundos, y los minutos, y él seguía detrás de ella, sin tocarla.  Escuchaba algún ruido, supuso que estaría quitándose los pantalanes, y los calzoncillos, y otra vez su imaginación voló,  se lo imaginó ya de pie tras ella, con su pene enhiesto apuntado hacia su trasero, mirándola de nuevo con el mayor detenimiento sus nalgas, sus muslos, su cabellera dorada cayendo en cascadas sobre su espalda, saboreando el momento, saboreando su cuerpo, sabiendo que le pertenecía, que podía poseerlo cuando quisiera. Pero seguía sin tocarla.

Ya sabía muy bien que el hombre tenía una exasperante paciencia, y era obvio que si no tuvo prisa aquella mañana, menos la tendría ahora,  después de haberla poseído hacía apenas dos horas. Y no dejaba de sorprenderle esa calma extrema que tuvo hasta que la sometió por completo, pues sin duda habría podido satisfacer su deseo hacía ya unos cuantos días, y ni siquiera se apresuró a tomarla cuando ella se rindió, prefiriendo humillarla lenta pero implacablemente, hasta dejarla totalmente desarmada, a sus pies. Así que ahora saborearía su espectacular triunfo tomándose todo el tiempo que quisiera.

Desde luego, en cuanto supo lo que pretendía y las poderosas armas que tenía contra ella, dio por hecho que aquel hombre rudo y soez la llevaría de inmediato a una habitación (de hotel, de pensión, de donde fuese) y  se lanzaría sobre su cuerpo en cuanto estuvieran solos, la desnudaría con violencia y la poseería sin contemplaciones, empleando su fuerza, pues estaba convencida de que semejante hombrecillo no había tenido nunca ni la más remota posibilidad de poseer a una mujer de su clase, con unas cualidades físicas no alejadas a la de cualquier modelo, aunque con líneas más rotundas que delicadas. El  hombrecillo estaría acostumbrado en todo caso  a fulanas baratas, vestidas con trajes raídos, viejos, feos, nada atractivas, y desde luego la que no tenía el menor atractivo era su propia mujer, que ella conocía, todavía más gruesa que él, nada objetivamente deseable.

Sí, era fácil imaginar que nunca había tenido al alcance de la mano un cuerpo escultural como el suyo, y sin embargo, lejos de precipitarse, aquella mañana había demostrado una pasmosa y desesperante calma, consiguiendo incluso enardecerla con la interminable espera, que despertó violentamente su propio deseo, haciéndola gozar con una intensidad absolutamente sorprendente, además de impropia.  Y quizá su intenso gozo fue también consecuencia de que se estaba haciendo realidad una de sus recurrentes fantasías eróticas: se le averiaba el coche una carretera solitaria, de noche, y un rudo camionero paraba, y al verla, la arrastraba a la cabina de su camión, la desnudaba con violencia, pese a su resistencia, y la poseía brutalmente, hasta quebrar su resistencia, que terminaba en convertirse en una inmenso placer. No era de noche, no era un camionero, pero era un hombre rudo, y la poseyó sin contemplaciones, casi en la vía pública, forzando su voluntad aunque sin necesidad de utilizar violencia ni fuerza física.

Pero seguía sin tocarla, y no podía entenderlo, tenía que estar totalmente excitado viéndola de esa guisa, no podía ser de otra forma, llevaba un buen rato paseándose medio desnuda ante él, tenía que estar a punto de reventar, pero no la tocaba. Y esa desesperante espera la estaba excitando irreparablemente, no podía dejar de imaginárselo allí detrás, con su falo en todo su esplendor casi rozando sus nalgas, preparado para someterla, para poseerla salvajemente, y su propia excitación la humilló de nuevo, sintiéndose de nuevo sometida sin que le rozara ni un pelo. No hacía ni dos horas que tuvo que mostrarle sin ambigüedad ni pudor los efectos del placer que le había proporcionado inopinadamente en aquel portal, y ahora volvía a sentirse rendida, incapaz de controlar su cuerpo.

9

Y de repente escuchó de nuevo su voz, sin duda sabiendo ya que la estaba excitando con la espera.

-          Seguro que ya te has puesto cachonda, que estás deseando que de deje en pelotas de una vez, que te baje tus braguitas y te folle aquí mismo, en esa mesa, aquí, en tu despacho, ¿a que sí?

¡Seguía pretendiendo dominarla, humillarla, llevarla al límite del deseo, degradarla al máximo que fuera posible! Y lo conseguía, ya se sentía sometida una vez más, y no pudo evitar responderle con voz desmayada, era lo que quería, lo que deseaba en ese instante, y se lo confesaría sin pudor, tenía que conseguir que de una vez la poseyera.

-          Síii… lo estoy deseando… terminemos de una vez… fóllame… por favor…

-          Menuda golfa, no me imaginaba que fueras tan puta, no he visto cosa igual. Sí, te follaré, no te impacientes, pero todo a su tiempo. Ahora abre bien tus piernas y deja esas carpetas a tus pies, y quédate en esa postura, inclinadita. Vas mucho al gimnasio, así que estarás acostumbrada a mostrarle tu culito a los muchachotes que pululan por allí, seguro que te pone cachonda hacer estas inclinaciones.

No se lo podía creer, de nuevo prolongaba su agonía, no podía comprender cómo podía controlar su excitación.  Y aunque la postura no podía ser más humillante, su orden no hizo más que aumentar su deseo, y la cumplió al instante, abriendo bien las piernas, e inclinándose gimnásticamente para depositar las malditas carpetas a sus pies, quedándose en esa humillante postura, pues obviamente, con la única vestimenta de un tanga, y además con las piernas abiertas, sus intimidades no podían estar más a la vista. ¡Y de nuevo supo que le hacía fotos en tan humillante postura! 

Y por fin escuchó cómo se levantó del sillón, y deseó con desesperada impaciencia que con sus fuertes manos la agarrase de una maldita vez por la cintura, le arrancase las bragas y la poseyera con su esperada brutalidad. ¡Pero de nuevo lo que escuchó fue su voz!

-          ¡Menudo culo, joder! Te lo follaría ahora mismo, porque no me has dicho que seas virgen.

-          ¡Nooo! ¡Claro que soy virgen! ¡Ahora no estoy preparada! ¡Por favor!

Hablar con esa maldita inclinación era de lo más humillante, pero ahora no podía quedarse callada, aunque se lo había ofrecido él le había asegurado que no pretendía poseerla de aquella forma ese día, y por supuesto ni remotamente se sentía preparada, le horrorizaba  el dolor que podría sentir, conociendo como conocía el tamaño de su poderoso instrumento, era imposible que aquello pudiera entrar en su estrecho orificio anal sin desgarrarla por completo. Sí, había fantaseado con esa idea, pero no estaba ni remotamente preparada.

Y tras unos segundos horrorizada, imaginándolo ya preparándose para la brutal embestida, lo que sintió,   fue una seca y sonora palmada en una nalga, y luego en la otra, y otra, y otra.

-          Joder, las ganas que dan de palmearte tu culito, ¡qué gusto! Lo que daría el tipo ese por verte así, ¡y cualquiera en su sano juicio!  Bueno, ábrete las nalgas, quiero verlo bien, pero no te preocupes, de momento no te daré por culo, por muchas ganas que tenga.

Aliviada, pero terriblemente humillada por tener que hacer lo que le pedía, separó todo lo que pudo sus nalgas, ofreciéndole una certera visión de su ano, solo cubierto por la fina tela del tanga,  y enseguida él retiró esa escasa tela, dejando al descubierto su sexo y su ano, tirando de la tela sin miramientos,  deslizando  un dedo por su orificio, toqueteándolo, masajeándolo, pero sin forzar la entrada.

-          Anda, intenta tu misma meterte un dedo en el culo, seguro que lo harás con más cuidado que yo.  Salvo que prefieres que yo lo intente, claro.

-          ¡Nooo! ¡No! Lo haré yo.

Para completar su humillación, si es que era posible, él le bajó las bragas lo suficiente para dejar al descubierto por completo sus nalgas y su sexo, quedando éstas aprisionadas en sus muslos, pues al tener las piernas tan abiertas no podían bajar más sin romperse. En su vida había hecho semejante cosa, solo había tenido fantasías pero nunca lo había intentado, le daba asco solo pensarlo, ¡y una vergüenza infinita por tener que hacerlo delante de él, a plena luz del día, en su despacho, con las bragas medio bajadas!. Pero la vergüenza, una vez más, no frenaba ni un ápice su excitación.

No fue capaz de hacer otra cosa que toquetearlo también, deslizando su dedo entre sus glúteos, hasta que recibió nuevas órdenes.

-          Vamos, golfa, métete de una vez el dedo en el culo, y con la otra mano ábrete una nalga, que te voy a hacer unas fotitos guarrillas.

-          ¡Por favor, Pedro, no me hagas fotos así, por favor, me da muchísima vergüenza! (era increíble su docilidad, se lo pedía por favor, pero sin dejar de cumplir su orden, abriéndose una de las nalgas con una mano mientras con un dedo de la otra persistía en su intento de penetrarse el ano, ahora con más ahínco, consiguiendo al menos que la uña desapareciera en su interior, y la punta de su dedo).

-          No me jodas más con eso, te haré las fotos que me salga de los cojones. Y tienes que meterte tu dedito en el culo más a menudo, porque no te quepa duda que te voy a dar por culo, y no esperaré mucho, no más de una semana, así que tienes que prepararlo si quieres que no te duela.  Vamos, que te cabe un poco más… así… ves…. con cuidadito no duele…

No, no le dolía porque no iba más allá de enterrar algo más la punta, el dolor no era el problema, era la más absoluta humillación que sentía al hacerlo allí, en su despacho, delante de él, y sin duda mientras le hacía más y más fotos, no tendría compasión de ella.  Y lo supo enseguida, al recibir la nueva orden.

-          ¡Mírame sin sacarte el dedo del culete! Vas a salir preciosa en la foto.

No quiso ya protestar, era simplemente absurdo, en esa rocambolesca postura giró lo que pudo el torso para ver de nuevo su falo enhiesto a su lado, aunque al menos fue apenas un instante, pues enseguida él desapareció de su vista y ella volvió a hundir la mirada en las carpetas, mientras seguía con el dedo a medias instalado en su ano. 

Pero por fin él mismo le retiró las manos, le agarró poderosamente por la cintura y enseguida sintió con inusitada delicia su miembro viril deslizándose en su entrepierna, persiguiendo sus labios vaginales que inevitablemente se abrían a su paso, hundiéndose entre ellos, deslizándose entre ellos, una y otra vez, con suavidad, con fuerza, con dureza, y ella realmente deseaba intensamente de una vez la penetrara de nuevo, de la misma forma salvaje que hacía unas horas. Sí, la humillación, el trato degradante, la vergonzosa postura no había impedido en ningún momento su excitación, no se lo podía creer

-          ¡Joder, ya estás pidiendo polla a gritos! ¡Sí que eres una mujer caliente!

Y para su desesperación, aquel glande que ya la había explorado con detalle se retiró del campo de batalla justo cuando tenía el campo abierto, y esas aguerridas manos que se habían apoderado de su cintura también la abandonaron a su suerte, y de nuevo quedó expuesta y ofrecida, pero ahora todavía más expuesta y más ofrecida, con las piernas bien abiertas y con las bragas bajadas hasta la mitad de sus muslos, permitiéndole la visión de sus labios vaginales sedientos de placer, y hasta de su orificio anal. Y aquel bárbaro hombrecillo la dejaba así, tan tranquilo.  Una vez más conseguía dominarla por completo, le resultaba increíble.

Y se hizo el silencio, interrumpido por los movimientos del portero que ponían inequívocamente de manifiesto que volvía a hacerle fotos, y escuchando luego unos ruidos inquietantes que no pudo identificar.  Nerviosa, pidió permiso para levantarse, realmente se hubiera ya incorporado y abalanzado hacia él para obligarle a poner fin a aquella interminable y excitante tortura, pero no se atrevía a hacer nada sin su permiso.

-          ¿Puedo ponerme de pie ya?  Estoy un poco incómoda.

-          ¡Lo que estás es cachonda perdida!  Te voy a ayudar un poquito, no te muevas.

Y no tardó en sentir sus dedos gordezuelos deslizarse con bochornosa pericia entre sus labios vaginales, regodearse en su apabullante humedad, penetrándola sin compasión con uno de ellos, y con maldito cuidado, jugueteando con su clítoris, llevándola otra vez al borde una nueva explosión orgásmica, y sin necesidad de emplear su miembro viril.  Pero también ese dedo atrozmente experto la dejó bruscamente, sin compasión,  sin darle tiempo a explosionar, y ella no pudo evitar una vez más pedírselo.

-          ¡Nooo por favor! ¡Fóllame de una maldita vez! ¡No me dejes así!

-          ¡Qué impaciente! No te preocupes que no te vas a librar de un buen polvo, pero ahora no te  muevas, cuando te avise, sin mover las piernas gírate lo suficiente para saludar a la cámara… ¡saluda!

No podía ni pensar en protestar, la propia postura humillante, ahora ya con su sexo expuesto y totalmente abierto, y teniendo además que volverse sin cambiar de postura para mirar cómo la fotografiaba por enésima vez, no hacía sino aumentarle de nuevo el deseo. ¡Tenía que poner fin a esa tortura! Y para colmo, lo que vio cuando se retorció para saludar no fue la cámara, sino su poderoso falo apuntando desafiante hacia ella, quedando como hipnotizada por esa esplendorosa visión, sin que pudiera entender cómo era posible que su cuerpo la abandonase de esa forma, la arrastrase con tan inusitada fuerza hacia el deseo más tórrido e impensable para una mujer como ella, abandonando cualquier amago de pudor en cuestión de minutos.

Y después de hacerle las fotos que quiso en esa lamentable postura ese maldito dedo rugoso y firme volvió a deslizarse de nuevo en su sexo, penetrándola con desesperante lentitud, y enseguida incrementando el ritmo, para acto seguido detenerse en el clítoris, acariciándolo, sobándolo, y volviendo a penetrarla, llevándola otra vez al borde del orgasmo, pero otra vez dejándola abandonada cuando su jadeos eran ya ostentosos, arrancándole otro humillante grito.

-          ¡Noooo! ¡Sigueeee! ¡no me dejes así!

-          Vaya, menuda zorra estás echa, pero me lo tendrás que pedir más clarito, quiero escuchártelo otra vez.

-          ¡Fóllame de una vez! ¡Por favor! ¡No me dejes así!

-          Bueno, ahora sí que has sido clara.

Y entonces otra vez la agarró por la cintura, y aquella esplendorosa verga por fin tomó posesión de lo que ya le pertenecía, penetró en ella con escandalosa suavidad, sintiéndola avanzar cada centímetro en su interior, poderosamente, gozosamente,  intensamente.  Y ensartada en tan espléndida verga fue arrastrada hacia atrás  no sin delicadeza hasta que él se apoyó en la mesa, quedando sus bragas ya en sus pies, y al instante él mismo la movió para deslizarla una y otra vez por su falo, con una energía descomunal, obligándola a jadear sin pausa, totalmente entregada, ahíta de placer, sometida feroz y deliciosamente por aquel monstruoso hombrecillo que había sido capaz en una mañana de proporcionarle el placer más intenso y desbastador que había sentido en toda su vida. Y cuando ya se abandonaba al orgasmo más feroz él todavía tuvo fuerzas para girarla sin dejar de insertarla con su falo, colocándola ahora frente a la mesa, pudiendo apoyar los brazos en ella y descansando la cabeza sobre los brazos,  lo que para colmo la hizo estar más cómoda, disfrutar todavía más con la postura, posibilitando además el movimiento frenético de su pene entrando y saliendo de su sexo con verdadera furia, prolongado hasta la extenuación el orgasmo más brutal que había sentido en su vida, un torbellino de placer que la dejó rendida por completo.

Y cuando ella ya quedó sin fuerzas, él todavía continuó su frenesí, hasta que lo sintió por fin explotar en su interior, desparramando ese cálido regalo de la naturaleza.  Y ella no pudo dejar de suspirar cuando el brutal hombrecillo retiró su instrumento de su interior, pues a ella le resultaba delicioso sentirlo allí, mientras seguía apoyada en la mesa, con aquel corpachón encima, sobre su espalda. Y en cuanto retiró su pene también se retiró él, desparramándose  en su sillón giratorio, a su lado, con la mirada perdida en algún punto difuso del techo, respirando con fuerza, también él exhausto.  Ambos exhaustos.

10

Se sentía absolutamente relajada, ahíta de placer, pero dispuesta a seguir gozando.  No recordaba haberse sentido así nunca, y ni siquiera deseaba cambiar de postura, se sentía cómoda con los brazos apoyados en la mesa, el trasero todavía en la misma posición, sin bragas, solo con las medias, el liguero, los zapatos de tacón y el sostén, esperando plácidamente que el hombrecillo feroz volviera a renacer, dejase de resoplar, recuperase la fuerza y volviera a poseerla. Porque eso es lo que deseaba, le parecía imposible, pero no podía negarlo: su cuerpo lo deseaba ardientemente.

Desde su posición veía con deleite, con sorprendente deleite, el poderoso pene del hombrecillo feroz reposando plácidamente sobre su muslo, y sus peludos testículos descansando sobre su propio sillón giratorio. No lo podía entender,  no se reconocía, pero en esos momentos deseaba coger su verga con la mano, lamerla, besarla, despertarla de nuevo, hasta que recuperase de nuevo su vigor, su fuerza, su poder.

El portero dejó de resoplar, su mirada regresó de dónde estuviera para posarse de nuevo en ella, cruzando sus miradas durante unos interminables segundos, hasta que ella volvió a fijarse en su arrebatadora verga, que seguía descansando sobre su muslo.  No le importó que pudiera comprobar lo que estaba mirando. 

-          ¡Ufff! ¡Menudo polvo! ¡gemías como una perra! ¡No me negarás que te has corrido de gusto!

-          Siiiii… ha estado bien…. Me he corrido de lo lindo… (era como si su pudor, su vergüenza, se hubiera evaporado con el orgasmo).

-          No dejas de sorprenderme, eres más puta de lo que me hubiera imaginado, te la das de gran señora pero hay que ver lo que te gusta un rabo.

Nunca nadie le habían hablado así, nunca se hubiera imaginado que le pudiera gustar que le hablaran así, pero lo cierto que la excitaba su lenguaje soez, la excitaba que la tratase de esa forma, estaba entregada, rendida.  Nunca lo hubiera imaginado.

-          Bueno, follas muy bien, y tienes un buen rabo.

Sí, no tuvo que esforzarse, habló como lo hubiera hecho una fulana, pero deseaba hacerlo, deseaba provocarlo, excitarlo, despertar a la bestia, Desde luego en aquellos momentos no se podía reconocer en la mujer que estaba medio desnuda delante del portero de su edificio, en su despacho, después de haber sido poseída por él, y esperando ser poseída de nuevo por él.

Y su deseo tomó el mando, sin pudor, sin vergüenza, y sin titubeos. Se incorporó, se acercó a él, para que pudiera gozar una visión en primer plano de su sexo depilado y abierto, se arrodilló, acarició su miembro con la mano, lo lamió con delectación, deslizó la mano por su tronco una y otra vez, besó su glande, todavía con restos del semen y de sus propios líquidos vaginales, siguió deslizando su mano por el tronco, se llevó a los labios el glande sonrosado, se lo introdujo en la boca, lentamente, sacándolo y volviéndoselo a meter, y aquello fue aumentando prodigiosamente su grosor, endureciéndose, sin que ella perdiese ni un detalle de su portentosa evolución. No podía creerlo, él no se lo había pedido, lo estaba haciendo porque le apetecía hacerlo, porque quería despertar a la bestia. Y claro, la bestia se despertó.

-          ¡Joder! ¡Menuda mamada! Ahora la estas chupando mejor que esta mañana…siiii… sigueee…. asiiiii….  espera, quítate el sostén, ponte de pie y quítatelo, quiero verte las peras…

Casi con disgusto abandonó su ahora poderoso miembro viril, sin dejar de mirarlo, fascinada por su esplendorosa fuerza, se levantó, le sonrió, ahora sí una sonrisa sincera, muestra de su estado de absoluta relajación y placidez, de absoluto abandono de cualquier pensamiento que la pudiera apartar de su deseo, sin importarle ahora ni lo más mínimo que la fotografiase mientras se desprendía del sostén, para quedar por fin totalmente desnuda ante él. Y no se olvidó de su orden, así que colocó sus manos atrás, ofreciéndole una vez más su cuerpo, y deseando que volviera a tomar posesión de él.

Pero el maldito portero quería de nuevo tener el control, manejarla a su antojo, llevarla una vez más al límite, desesperarla, hundirla, para luego hacerla explotar. 

-          Anda, mastúrbate para mí, quiero hacerte un vídeo mientras lo haces.

¡Masturbarse delante de él! ¡Completamente desnuda! ¡En su propio despacho! ¡A plena luz del día! ¡Y mientras le hacía un vídeo! ¡No debía aceptar semejante orden! ¡era ya demasiada degradación! ¡era rendirse por completo, aceptar un papel de esclava sexual!  Pero en el estado en el que se encontraba, lejos de ofenderla, humillarla, avergonzarla, la excitó, nunca nadie se había atrevido a pedírselo, y es caso era que ¡le resultaba de lo más excitante!  No tardó ni un segundo en poner manos a la obra, en dirigir sus dedos ansiosos a su sexo, mientras miraba fascinada su esplendoroso miembro viril, al que ahora él mismo agarraba con su poderosa mano. Y enseguida su otra mano se dirigió casi sin pensarlo, por puro instinto, a sus pechos, acariciándolos, saltando de uno a otro, llevándola rápidamente a la más completa excitación, mientras era grabada con el móvil del pérfido portero.

Y cuando ella misma se estaba llevando a un nuevo orgasmo, él de nuevo la detuvo, otra vez dominándola a través de su deseo. 

-          Oye, tengo sed, tráeme agua fresquita, seguro que tendrás alguna botellita en la nevera.

No podía entender cómo era posible que el portero, teniéndola al alcance de la mano, desnuda, totalmente excitada, enrojecida por el puro placer, al borde del orgasmo, pensara en beber agua y no en poseerla salvajemente una vez más,  era como para no creerlo.  Y desde luego en su estado de excitación estaba totalmente en sus manos, entregadas, solo pensaba en conseguir un nuevo orgasmo cuanto antes, así que sin demora   se fue a la cocina, desnuda como estaba, para llevarle su botella de agua.  Y el hecho de tener que dar ese inopinado paseo, completamente desnuda por su propio despacho, pasando por la entrada, dónde estaba la mesa de su secretaria, para dirigirse a la cocina y luego volver, lejos de enfriarle el ánimo mantuvo su insoportable grado de excitación.

Y regresar junto a él, vestida con los tacones, las medias rojas y el liguero, no podía excitarla más. No sabía cómo aquel hombre había logrado llevarla a ese estado de absoluta enajenación. Y para su sorpresa, el portero no solo no le cogió la botella, sino que le habló alterado, para que le quedase claro quién era el que mandaba y quién debía obedecer sin rechistar.

-          Joder Martita, ¿esa es forma de tratar al que ahora es tu señor, tu dueño? ¿Me traes la botellita a pelo? ¿es que no te han enseñado a servir? Me traes la botellita y un vaso en una bandeja, como Dios manda.  ¡Vamos!

Desconcertada, ahora ya empezando a ser consciente otra vez de su situación, aunque sin abandonar la excitación, sojuzgada por aquel maldito hombre, se disculpó y regresó a la cocina, mostrándole una vez más su trasero mientras abandonaba el despacho, y luego regresando con la bandeja en las manos, los pechos balanceándose mientras se dirigía a su mesa para colocar sobre ella la bandeja.  Y por supuesto, abriéndole ella la botella y llenándole el vaso mientras él le tocaba las nalgas con absoluta libertad. Y cuando al fin le ofreció el vaso, él le llamó la atención de un objeto que reposaba en la mesa, que hasta ahora le había pasado desapercibido.

-          ¿Has visto eso? Es para ti, para tu culo.

No, no se había fijado, no sabía en qué momento lo había colocado allí, pero allí estaba, en mitad de la mesa, un tapón anal plateado, no muy grande, junto a un bote pequeño con algún ungüento para facilitar que pudiera ponérselo.  Si, había tenido curiosidad por el sexo anal, había investigado en internet, así que reconoció enseguida ese objeto,  sabía que era para su ano, y sabía también que era una forma de preparar el ano para el sexo, y también sabía cómo quedaba una vez colocado.  Ahora todo la excitaba, imaginarse con aquello en su ano la excitó, la asustaba quizá algo porque no se podía creer que no le doliera, pero la excitaba malditamente.  Y mientras ella miraba el objeto él seguía apretujando sus nalgas con una de sus fuertes manos de forma malditamente deliciosa, mientras con la otra, suponía, se estaría bebiendo el agua.

-          Verás lo que vamos a hacer ahora, te traes una sillita, te pones enfrente mía, te masturbas hasta correrte, luego te llevaré a la mesita de tu secretaría, allí te follaré de nuevo, y luego te pondré este tapón en el culo, para que se vaya acostumbrando a lo que es bueno. ¿Vale?

-          Sí… tú mandas…

-          Verás, me haría ilusión que me trataras de señor, con respeto. ¿Es eso posible?

-          Sí…. Señor…. Usted…manda (hablarle así a su portero casi la humillaba más que todo lo anterior, aunque no podía evitar que también la excitará, no se lo podía creer). 

-          ¡Pues andando!

Obedeció al instante, cogió la silla que estaba junta a la mesa de su secretaria por resultarle más cómoda para lo que iba a hacer, la colocó en mitad del despacho, enfrente de su mesa, se sentó, abrió todo lo que pudo sus piernas, y delante de él, de nuevo mientras la grababa, empezó a deslizar sus dedos por sus labios vaginales, todavía húmedos, mojados, deseosa de obtener más placer, de la forma que fuera. No podía creerlo, pero lo estaba haciendo, delante de él, desnuda, sin pudor, sin vergüenza, sin la menor moderación. Y él se levantó del sillón, y sin dejar de grabarla rodeó la mesa para acercarse a ella, grabándola desde todas las posiciones posibles, desde arriba, desde abajo hincando una rodilla en el suelo, de frente, de perfil, paseando su pene enhiesto alrededor de ella, que pronto no pudo ya evitar los primeros gemidos. Y para colmo, se puso a su lado, le giró la cabeza para ofrecerle su vigoroso miembro viril, para que pudiera besarlo mientras seguía masturbándose, y no dudó de ella de cogerlo con una mano mientras con la otra seguía explorando su vagina, magreando su clítoris, buscando desesperadamente el éxtasis, que no tardó en llegar, retorciéndose de placer sin ningún miramiento.

Y duró poco desparramada en la silla, ahíta de placer una vez más, porque él cumplió lo prometido, la levantó, la llevó a toda prisa hacia la mesa de su secretaria, la sentó en ella, le elevó una pierna para que pusiera un pie también en la mesa, abriéndole la otra por completo, dejándola en una postura abiertamente indecente. Y aún tuvo la paciencia de volver a fotografiarla en tan deshonrosa postura, abierta completamente de piernas, ofreciendo su sexo a la cámara, sonriéndole con indecible deseo.  Pero por fin llegó el momento, se puso entre sus piernas, le cogió los pechos con sin recato, juntándolos, sopesándolos, apretándolos, tirando de sus pezones, mientras su glande rondaba su sexo. Y en seguida pudo ella contemplar absorta, embobada, subyugada,  cómo la iba penetrando con su vigoroso falo sostenido por su poderosa mano, mientras que la otra seguía saltando de un pecho a otro. Y pudo ver con absoluta claridad cómo aquel pene salía de ella, para volver a penetrarla, una y otra vez,  con lentitud deliciosa, una visión que la fascinaba, la sojuzgaba, llevándola a un nuevo orgasmo en cuanto aquello empezó a moverse frenéticamente, mientras las aguerridas manos de su señor la sujetaban de las nalgas para que no pudiera moverse. Y ahora sus gemidos se mezclaron con los gruñidos de placer de su portero, que de nuevo descargó en ella todo su cálido semen, quedando ella abrazado a su señor mientras él volvía a buscar aire respirando sonoramente, apoyando sus fuertes manos en la mesa para sostenerse, ambos otra vez agotados.

Pero ahora él tenía prisa, tenía que trabajar, era el portero del edificio, así que, en cuanto se recuperó, la puso en pie, la giró, la obligó a inclinarse, a apoyarse en la mesa, a abrir sus piernas, una vez más ofrecida, a su disposición. Y tal como la había avisado, se fue a recoger el tapón anal, la untó con la crema que había traído, ya sin mucho cuidado, introduciéndole sin contemplaciones un dedo en su ano, también impregnado de crema,  que para su sorpresa, se deslizó sin dolor, incluso sintiendo cierto inesperado placer, para enseguida insertarle el tapón anal, casi de golpe, pero de nuevo sin que sintiera dolor.

-          Ahora gírate para mirar a la cámara, pero sin cambiar de postura, y ya sabes, sonríe, que se te vea bien la cara, porque el culo se te ve estupendamente.

Y ya sin capacidad alguna de resistirse, manteniendo las piernas en su sitio, exponiendo a la cámara su trasero con el tapón anal en medio, volvió el torso sonriendo, de nuevo con placidez, porque estaba totalmente entregada.

-          Estás impresionantemente buena (a  ella no dejaba de agradarle los halagos sobre su cuerpo en cualquier circunstancia, incluida en tan humillante circunstancia).  Anda, levántate, pero no te vuelvas, solo la cara, quiero hacerte otras fotitos de tu culo con ese tapón, me vuelve loco.

Se incorporó, se giró para verlo, para que pudiera hacer las fotos de su trasero pero quedando claro a quién pertenecía.  Y aún la obligó a volverse, haciéndole más fotos, ahora de sus pechos, de su sexo totalmente abierto y húmedo, apoyada en la mesa de su secretaria, era para no creerlo.  Y por fin le comunicó que ya podía vestirse, pero sin quitarse el tapón.

-          Estos días te vienes al despacho con el tapón puesto, y hoy no te lo quites hasta llegar a casa.  En una semana tienes que estar ya preparada, no pienso esperar más, me muero por darte por culo, ¿entendido?

-          Sí… Señor.

El hombre se fue a su cuarto de baño, salió enseguida, se puso sus calzoncillos, su pantalón, se compuso el conjunto, y se fue.  Ahora a ella le quedaba digerir todo lo sucedido, y para colmo, esa misma tarde tenía que enfrentarse a su compañero, que también pretendía poseerla, esa misma tarde. No le podían pasar más cosas en un día.  Pero lo cierto es que aquel día resultó interminable.