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Nunca he visto antes a esa mujer

en Erotismo y Amor

Nunca he visto antes a esa mujer, al menos nunca en persona. He visto fotos de ella, casi todas las que ella me envió, en las que estaba completamente desnuda. A pesar de eso, a pesar de que había hablado mucho con ella: nunca la había visto antes, y eso que la conocía desde hacía mucho, casi medio año. Ahora que todo es excitante, mi mente se niega a recordar mis desencuentros con ella. Tuve mucha paciencia, pero eso no tiene mérito porque cuando intuyes que algo te va a gustar, tu paciencia se multiplica. Y yo tengo una paciencia infinita.

Nunca he visto antes a esa mujer, pero ahora mismo me encamino a su casa. ¿Cómo es ella? A juzgar por sus fotos, es una de esas mujeres morenas que caracterizan el tópico de la mujer española. Pelo largo y rizado, ojos preciosos, boca grande, siempre sonriendo, nariz graciosa y un cuerpo modelado para el pecado más deshonroso. ¿Por qué me dirijo a su casa? Porque ella va a regalarme un pase de lencería. Así, sin más. Tengo la teoría que es una exhibicionista, pero de esas personas que solo disfrutan cuando su exhibicionismo se dirige a una persona en concreto, no hacia un desconocido. Ella se gusta y le gusta gustar. Y a mí me gusta que ella este tan dispuesta a exhibirse para satisfacer este gusto mío. De repente, somos la pareja más perfecta que nadie pudiese imaginar.

Nunca he visto antes a esa mujer, aunque ahora estoy frente a la puerta entreabierta de su casa. Entro y cierro la puerta a mis espaldas. El piso huele a incienso y velas. La entrada esta en penumbra, pero consigo vislumbrar otra estancia iluminada al fondo. Voy hasta allí, es un comedor. Hay una mesa con dos copas de vino encima, también una botella al lado. Alguien (la mujer que nunca he visto antes, posiblemente) ha llenado brevemente las copas. Tomo asiento frente a la mesa y digo “ya estoy aquí” mientras acerco la copa a mis labios. Buen vino.

Nunca he visto antes a esa mujer y es ahora, en este sublime momento, que aparece por una puerta, sonriendo nerviosa, baja la vista al suelo, avergonzada. Es aún más hermosa de lo que había imaginado. Luce (des)vestida con unas medias negras y una especie de body algo transparente. Es un espectáculo sencillamente magnifico. Se acerca a mí, pero no dice nada, ese ha sido nuestro acuerdo, simplemente gira sobre sí misma para que pueda observarla bien. Su culo es la perfecta definición de lo que mis manos siempre han buscado. Levanto mi copa, brindando por ella, brindando por su rotundo y esplendido trasero, mientras la mujer se dirige hacia la puerta por donde apareció por vez primera.

Nunca he visto antes a esa mujer, pero ahora vuelto a verla, apareciendo de nuevo, ahora con otro conjunto de ropa interior, diferente al anterior: ha sustituido las medias negras por unas blancas, ahora luce de manera esplendorosa un breve tanga negro y un arrebatador sujetador con un estampado de tigre, casi un top. Vuelve a sonreír, un poco más suelta, se ha tranquilizado algo. Eso es bueno. Le devuelvo mi mejor sonrisa que no es la mejor sonrisa que puedo devolverle en un momento así. Le señalo la otra copa de vino, ella se acerca a mí, huele de maravilla, coge la otra copa, brindamos y después ella bebe un sorbo. Entonces desaparece de nuevo.

Nunca he visto antes a esa mujer que, en poco menos de media hora, me ha mostrado más de una docena de conjuntos pegados a la piel de ese cuerpo que tanto deseo. Nos hemos acabado la botella de vino.

-Ya no hay más -dice ella sonriendo.

-Si te refieres al vino, es una lástima -digo yo- aunque si te refieres a los conjuntos de ropa interior, entonces eso sí que es una auténtica tragedia.

-Creo que me refiero a ambas cosas -dice ella dejando escapar una sonrisa que derrumba todas mis neuronas.

Entonces, sin que yo diga nada, la mujer que nunca había visto antes, saca una especie de antifaz que escondía en una mano y se lo coloca sobre los ojos.

Nunca he visto antes a esa mujer, pero ahora mismo es mía, solo mía, de nadie más. Y está dispuesta a hacer cualquier cosa por mí. Es enero: no me ha tocado la lotería de Navidad (ni tan solo un mísero reintegro), todos los regalos que he recibido eran los mismos aburridos jerséis de siempre, se acabaron las vacaciones y he tenido que volver a madrugar para arrastrarme hasta el trabajo a soportar a todos esos niños grandes. Y, no obstante, ahora mismo, me considero el hombre más afortunado del mundo.

Nunca he visto antes a esa mujer, pero a partir de ahora, quiero verla cada día.

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