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Descubriendo a Lucía (Relato Completo)

en Grandes Relatos

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Aquella lluviosa noche de principios de verano, volvía de un duro viaje de trabajo en el que las negociaciones con el cliente no habían sido todo lo productivas que se esperaba, pues mi jefa (aunque no era mi jefa directa, pues estaba cuatro peldaños por encima de mí en el organigrama de la empresa), mi divina y diabólica jefa, las había “saboteado” poniendo trabas a muchos puntos propuestos por el cliente y, que, en mi opinión, se podrían haber solventado con beneficios para los intereses de nuestro cliente y los de nuestra propia empresa. Pero la postura de mi jefa, Lucía, había sido inflexible, dura y soberbia. Así era ella, de ahí el calificativo de diabólica, por ser una mujer incapaz de ponerse en la piel de los demás, incapaz de sentir empatía con nadie, autosuficiente y estirada que daba órdenes sin tener en cuenta la opinión de nadie, y capaz de pisar a quien tuviera por debajo o se interpusiera en su camino.

¿Y el calificativo de divina?. Lucía era divina porque para pisar a quien necesitase quitarse de delante utilizaba sus elegantes tacones de aguja, que estilizaban sus largas y firmes piernas de tersos muslos para realzar su perfecto, respingón y redondeado culito. Sí, mi jefa, Lucía, era una belleza imponente: una morena de más de metro setenta, ojos azul claro, labios carnosos y cuerpo de escándalo. Y ella lo sabía, con los treinta años recién cumplidos conocía perfectamente el poder de su atractivo, despertando las alabanzas masculinas y las envidias femeninas. Y explotaba su imagen haciendo y deshaciendo a su antojo, porque sabía que cualquier hombre caía rendido a sus infinitos encantos, lo que le hacía más diabólica aún.

Durante el viaje de regreso, no cruzamos una sola palabra. Yo iba concentrado en la carretera y mis pensamientos, y ella jugueteaba con su smartphone sin dirigirme una sola mirada.

Yo trataba de no mirarla, porque a pesar de que había pasado un día infernal con ella, no podía evitar el impulso sexual que me producía. Era la primera vez que había trabajado directamente con ella, puesto que como ya he dicho, su cargo en la empresa estaba muy por encima de mí, pero en esta ocasión, ella había decidido saltarse toda la escala directiva para tratar directamente con el cliente, y en lugar de acudir a la reunión con mi jefe directo o alguno de los cargos que había entre ambos, había pedido expresamente que fuera yo quien la acompañase. Me ponía a mil, y su sola presencia conseguía ponerme la polla como una estaca. Así que mis pensamientos se centraban en cuánto la odiaba y en lo bien que habría podido ir la reunión si el jefe hubiera sido yo. Y ya puestos, empecé a fantasear con la idea de ser yo quien ocupase su cargo, las cosas que cambiaría para mejor, las decisiones que tomaría para que mi trabajo, el de mis subordinados y, en general, el de toda la empresa, fuese más sencillo, eficiente e inspirador. »

«Ojalá yo estuviese en su lugar», me decía una y otra vez en mi cabeza. «Todo sería tan sencillo…»

La noche era cerrada, y la abundante lluvia disminuía la visibilidad obligándome a mantenerme concentrado en la conducción. Aferrado al volante, con la vista clavada en el asfalto, aspiraba el embriagador y caro perfume de Lucía odiándola por ser tan mala jefa y a la vez excitarme tanto, pero por suerte sólo faltaban unos kilómetros de tortura para llegar a casa.

Vi por el rabillo del ojo que Lucía apagaba su móvil y me miraba directamente, un escalofrío recorrió mi espalda.

— Vamos a parar a hacer noche —sentenció, sacándome de mis pensamientos.

— ¿Cómo? —pregunté sorprendido y volviendo mi cara hacia ella—, si sólo nos faltan veinte kilómetros para llegar…

Realizando un cruce de piernas con el que su falda se recogió lo suficiente, mi jefa expuso a mi mirada su perfecto muslo derecho y, pasándose el dedo por el cuello de su camisa, recorrió lentamente el sugerente escote que esta formaba para añadir:

— Ha sido un día duro y me apetece descargar tensiones contigo sin necesidad de miradas indiscretas de vecinos. Para en el primer hostal que veas.

La miré estupefacto, y ella me respondió con una seductora sonrisa. Así era ella, no sugería, no pedía… ordenaba. No me lo podía creer: ¡quería echar un polvo!.

Ese momento de sorpresa y falta de atención a la carretera fue lo suficiente para darle completamente la vuelta a mi mundo. Pisé el freno inconscientemente, y el agua acumulada sobre el asfalto hizo que el coche hiciese aquaplaning. Cuando volví la vista a la carretera, el coche, sin adherencia, se deslizaba hacia una curva, y aunque moví el volante para corregir la dirección, ya era tarde para recuperar el control. Abandonamos el asfalto, y lo último que vi antes de perder el conocimiento, fue el tronco de un enorme árbol abalanzándose inexorablemente contra el coche.

Desperté completamente aturdido, me encontraba en una cama de hospital, y me dolía todo el cuerpo. Delante de mí se encontraba una atractiva cuarentona que me sonreía, su cara me resultaba familiar, pero no la conocía de nada.

— ¡Por fin has despertado! —exclamó, risueña—. Los médicos dicen que el airbag y el cinturón de seguridad te han salvado la vida, ¡no te has hecho nada!. Sólo necesitabas dormir.

Recordaba lo sucedido perfectamente, no en vano, había ocurrido tan sólo unas horas antes, y aunque había perdido el conocimiento por el fuerte impacto, parecía que no había sufrido daño alguno.

— Tu compañero no ha salido tan bien parado —añadió la desconocida—, está en coma.

— ¿Qué? —pregunté con la voz rota pero claramente femenina.

Al oírme a mí mismo me asusté más aún.

— ¡¿Quién eres tú?! —le grité desconcertado, con la voz más clara e indudablemente femenina.

— Tranquila, tranquila… —dijo la desconocida, visiblemente alterada y haciendo gestos de apaciguamiento con las manos—. ¡Doctor!, ¡necesitamos un médico aquí!.

— ¡¿Tranquila?! —grité histérico, con voz aguda—, ¿dónde estoy?, ¿quién eres tú?, ¿dónde está Lucía?...

Enseguida llegó un médico con dos enfermeras que se abalanzaron sobre mí y me sujetaron los brazos para ponerme una inyección tranquilizante. Antes de sucumbir a los efectos del narcótico, oí cómo el médico le decía a la desconocida:

— Tranquila, su hermana está bien. Ha sufrido una conmoción y es normal que esté desorientada, confusa e incluso que haya perdido momentáneamente la memoria, pero enseguida se repondrá del todo, sólo necesita descanso…

Cuando volví a despertar, estaba solo en la habitación. Debían de haber pasado un par de horas y me estaba haciendo pis, así que me levanté de la cama aún medio atontado, y fui al servicio. Levanté la tapa del váter, y cuando fui a recogerme el camisón de hospital para orinar, me di cuenta de que pasaba algo raro: al mirarme hacia abajo, no era mi entrepierna lo primero que veía, sino una protuberancia en mi parte pectoral que me impedía mirarme como siempre había hecho.

Como acto reflejo, mis manos soltaron el camisón y subieron hacia mi pecho, hacia mis pechos, para ser exactos, pues en lugar de mis planos pectorales ligeramente musculados, mis manos hallaron un par de tetas.

— ¿Pero qué es esto? —dijo mi femenina voz con un timbre que conocía.

Toqueteé esas protuberancias por encima del camisón sin dar crédito a lo que estaba palpando: ¡tenía un par de tetas!, ¡y vaya par de tetas!. Eran grandes, redondas, y muy firmes. Su forma y el cómo se amoldaban al tacto de mis dedos, me excitó, haciendo que mis pezones se erizasen y enviasen descargas eléctricas por todo mi cuerpo con el tacto del camisón, y consiguiendo que mi propio toqueteo resultase muy placentero. Sentí rubor en las mejillas, un pequeño corte de respiración, calor en la entrepierna, y una sensación como de vacío en la boca del estómago.

Asustado, solté el lazo que ataba el camisón a mi nuca, y este cayó al suelo mostrándome mi desnudez, mi espléndida desnudez, pues lo que ante mis ojos se presentó fue un hermoso cuerpo de mujer en todo su esplendor; enmarcado en sugerentes curvas de perfecto trazado. Un cuerpo femenino de generosos pechos y bella forma, de estilizada cintura, de anchas caderas y poderosos muslos en largas piernas, y entre ellos, un pequeño triángulo de oscuro vello púbico pulcramente recortado para adornar unos carnosos labios vaginales…

No podía creer lo que estaba viendo. Me miré en el espejo que había sobre el lavabo, y el reflejo que este me devolvió fue el de una mujer de larga cabellera azabache, ojos grandes, de forma almendrada, de largas pestañas negras y de un acuoso color azul claro. Nariz recta y pequeña, con algunas pecas; pómulos altos; labios rosados, carnosos y bien perfilados, barbilla menuda y rostro ovalado: una mujer muy atractiva, con algo de ojeras de cansancio, pero increíblemente atractiva, ¡era Lucía!.

Me sentí mareado, o mareada, a partir de este punto la confusión ya es inevitable, y tuve que sentarme sobre el frío borde de la bañera.

— ¡Soy Lucía! —dije en voz alta reconociendo, ahora sí, la voz femenina que salía de mi garganta.

Toqué mi cara con las manos una y otra vez para corroborar que mis ojos no me engañaban y que estaba despierto. Recorrí mi nuevo cuerpo de arriba abajo con ellas sin poder evitar que un escalofrío de placer me recorriese la espalda, tanto por gustarme y resultarme excitante lo que tocaba, como por la autocaricia recibida (esto en mi cabeza era increíblemente confuso).

Momentos después, mi vejiga me recordó que me estaba haciendo pis, y para mi sorpresa, instintivamente y sin pensarlo, me senté en la taza del váter para orinar sentada como algo perfectamente natural. Me limpié, y una vez repuesto del shock inicial, volví a ponerme el camisón. Al salir del baño, me encontré con que entraba en la habitación la desconocida de horas antes. Enseguida mi mente, con recuerdos ajenos a mí, la recordó: «María, la hermana de Lucía, mi hermana. ¡Qué confuso!».

Todo cuanto ocurrió a partir de aquel momento, ha quedado en mi mente como si hubiese sido un extraño sueño en el que me dejé llevar. Gracias a los recuerdos que se almacenaban en mi mente de toda una vida vivida por Lucía, y que ahora también era mía, realicé la mejor interpretación de mi existencia representando el papel de mi jefa o, al menos, una versión desorientada de ella; lo cual, fue mucho más sencillo de lo que habría podido imaginar, pues, ¿quién podría poner en duda que yo era Lucía?.

Como los médicos dijeron que me encontraba bien, aunque la desorientación podría durarme un par de días, me dieron el alta en el hospital y, María, la hermana de Lucía, me llevó a casa de mi jefa, mi nueva casa. Los recuerdos de mi mente me permitieron reconocer todo como si fuera mío, aquel piso del centro de la ciudad era mi casa, y me sentí a gusto y reconfortado en ella.

María pasó toda la tarde conmigo, preocupada por mi bienestar, hablando sin parar para mantenerme distraída, y quiso quedarse a dormir para que no pasase la noche sola, pero conseguí convencerla de que estaba perfectamente y que únicamente necesitaba descansar y olvidar la experiencia del accidente.

Me situé en mi “nuevo” hogar, recorriéndolo y reconociendo cada rincón, cada cosa de Lucía, cuanto ahora era mío y como tal lo sentía. Mi casa era confortable, espaciosa y con algunos pequeños lujos que el sueldo de Lucía permitía darse (ahora sabía a ciencia cierta que el sueldo de mi jefa era hasta seis veces superior al mío). Tras la inspección y una cena frugal, me metí en la cama rendido. En mi cabeza, mis recuerdos y los de Lucía se entremezclaban, dos vidas fusionadas para crear un nuevo ser… Finalmente, el agotamiento por tan sórdida experiencia, pudo conmigo y me sumí en un profundo sueño.

El despertar en mi “nueva” y confortable cama fue extraño. Recordaba todo lo ocurrido el día anterior como si hubiese sido una pesadilla, pero en cuanto abrí los ojos, y me situé, corroboré que la pesadilla era real: estaba en la casa de mi jefa, y el cuerpo que vi al retirar la sábana era un cuerpo de mujer, el precioso cuerpo de Lucía. Tras un pequeño mareo y preguntarme una y otra vez por qué me había pasado aquello, contestándome simultáneamente: «Porque tú deseaste ser ella, y el destino ha querido jugar contigo», tomé la determinación de no hundirme, tal vez sólo fuera una prueba que debía superar, así que debía tomar las riendas de mi nueva vida, y descubrir a Lucía.

Opté por seguir las rutinas que Lucía hacía cada mañana al levantarse. Alivié mi vejiga, y miré mi rostro en el espejo del lavabo. Las ojeras de cansancio del día anterior habían desaparecido, y a pesar de estar recién levantada, y con mi larga cabellera negra alborotada, era una mujer muy atractiva.

— Eres una preciosidad —le dije a mi reflejo en el espejo y sonriendo al escuchar mi tono femenino de voz.

Observé con detenimiento cada uno de mis rasgos, la belleza de sus líneas, el matiz de mi piel, la profundidad de mis azules ojos (yo, como hombre, los tenía marrón oscuro, y los de Lucía eran fascinantes), el erotismo de mis rosados y jugosos labios…

Siguiendo las rutinas, llené de agua el vaso que había junto al grifo y saqué una caja de pastillas del botiquín. Miré el nombre y comprobé en los recuerdos de Lucía que era lo que tomaba cada mañana: una píldora anticonceptiva. No tenía pareja, pero Lucía tenía una vida sexual relativamente activa, con al menos un encuentro casual por semana.

«Si no se me hubiese descontrolado el coche, yo habría podido decir orgulloso que me he follado a este pibón», me dije mentalmente con una amarga sonrisa.

Este pensamiento me recordó lo que María me había dicho en el hospital: que yo, es decir, mi yo anterior, Antonio, estaba allí en coma. Debería ir a verme, «¡qué pensamiento tan extraño!», pero no me sentía preparado para ver mi propio cuerpo delante de mí, conectado a una máquina… ¿Sería una carcasa vacía?, o más aterrador aún: ¿estaría Lucía en coma atrapada en ese cuerpo igual que yo lo estaba en el suyo?. ¿Y mi familia y amigos?. Estarían destrozados… «¡Menuda comedura de tarro!», no podía enfrentarme ahora a ello, tenía toda una nueva situación vital que organizar. Cuando me sintiese preparado, Lucía iría al hospital a visitar al pobre y comatoso Antonio.

Como un acto mecánico me quité el camisón de seda que María había sacado de uno de los cajones de Lucía, (mis cajones y mi camisón, aún tenía que acostumbrarme a que todo lo suyo era ahora mío), y me metí bajo la ducha. Tenía también una bañera de hidromasaje, pero Lucía la reservaba para los momentos de tranquilidad tras un agotador día de trabajo. El agua tibia incidiendo en mi cara y cabello era de lo más agradable y relajante. Sentía cómo cada gota resbalaba por mi piel y la recorría para llegar al plato de ducha. Mi piel era suave, muy suave, y bastante más sensible que la de mi otro yo, Antonio. Lavé mi larga melena con un aromático champú de frutas tropicales y enjaboné el cuerpo de Lucía, mi cuerpo, en todo su esplendor de femenina sensualidad. Enjaboné mis generosos, turgentes y redondeados pechos con dedicación, disfrutando de su tacto, amasándolos con mis dedos, sopesándolos con la palma de mis manos, acariciando los rosados pezones y sintiendo cómo se ponían duros con mis caricias… Pellizqué mi pezón derecho, y la eléctrica descarga de dolor y placer que me produjo, me hizo gemir:

— Aummm… —un erótico gemido de mujer excitada que salió inconscientemente de mi garganta para regalar mis oídos.

Nunca había tenido en mis manos unos pechos tan perfectos como los que ahora tenía, duros y a la vez moldeables, nunca había acariciado unas tetas tan deliciosas como aquellas que ahora eran mías… Lucía tenía un cuerpo escultural, era una auténtica diosa con cuya imagen en mi mente me había masturbado, no pocas veces, cuando era un hombre y me llamaba Antonio; ahora estaba acariciando sus tetazas, y mientras mi mente masculina se excitaba con ello, mi cuerpo femenino reaccionaba a las caricias enviándome poderosas señales de placer. En mi anterior cuerpo, mi polla estaría erecta, dura y congestionada, dispuesta para taladrar a mi jefa sin compasión… pero en este cuerpo… mi excitación la sentía con un calor abrasador en mi vagina, sintiéndola mojada por dentro a pesar de no llegarle el agua, con mi clítoris, duro e hipersensible como si fuera una pequeña polla, y con una sensación de vacío en mis entrañas pidiéndome ser llenadas para aliviar la tensión de los músculos internos.

Me estaba dejando llevar. Mis manos recorrieron mi estilizada cintura y recorrieron la redondez de mi prieto culito, poniéndome la piel de gallina con el tacto de mis dedos. Realmente mi piel era mucho más sensible, y cualquier caricia sobre ella se convertía en un cúmulo de placenteras sensaciones. Mi cuerpo sabía perfectamente lo que debía hacer, así que mis manos se dirigieron a mi entrepierna, y las yemas de mis dedos hallaron con facilidad mi duro y mojado botón del placer.

— ¡Oooohh! —volví a gemir.

Creía que ya no podía sentir más placer, pero cada nuevo paso hacia delante era una nueva sensación aún más intensa que la anterior. ¡En aquel momento ser una mujer era una auténtica gozada!. Estaba descubriendo a Lucía en su mejor momento, en su sexualidad desbordante, y me estaba encantando.

De pronto, un incesante y desagradable sonido electrónico me sacó de mi momento de autoconocimiento y satisfacción:

— ¡¡¡Eeek-eeek-eeek-eeek-eeek…!!!.

«¡Mierda!», pensé, «¡se me ha olvidado desconectar el despertador!, y va a despertar a todo el vecindario si no lo paro…»

La libido se me cayó a plomo y rápidamente me aclaré los restos de gel, me puse el albornoz, y aún goteando agua fui corriendo a apagar el martilleante pitido del despertador de la mesilla de noche. Tan sólo eran las seis y media de la mañana, la hora a la que habitualmente se levantaba Lucía para ir a trabajar.

«Joder», me dije a mi mismo, «es miércoles y tengo que ir a trabajar…»

Instintivamente, busqué el móvil de Lucía en el bolso que ella había llevado el día anterior, y que María se había preocupado en dejarme sobre la cómoda para que lo tuviese localizado. Como hacía mi jefa todas las mañanas, lo encendí introduciendo el PIN que sabía de memoria, y mientras terminaba de encenderse, cogí una toalla del baño para sentarme sobre la cama y secarme con ella el pelo mientras comprobaba mis mensajes y correo.

Tenía diez mensajes, de otros tantos contactos, conocidos que se habían enterado de mi accidente y preguntaban por mi estado de salud. Escribí una contestación genérica diciendo que estaba bien, que sólo había sido un susto y agradeciendo la preocupación, se lo envié a los diez.

Dejé el teléfono sobre la cama, y con la misma indiferencia y metódicamente, puesto que era lo que Lucía hacía todas las mañanas, dejé la toalla en el suelo para que la recogiese la chica de la limpieza y me la repusiera por una limpia (oh, sí, Lucía ganaba la suficiente “pasta” como para tener a una criada que le hacía todas las labores del hogar y no tener que romperse ninguna de sus perfectas uñas de porcelana).

Cepillé mi suave y bonita melena azabache mientras abría el correo y comprobaba que tenía más de cincuenta mails. Alrededor de veinte eran de mis subordinados deseándome una pronta recuperación; uno de mi igual en cargo dentro de la empresa, también deseándome buena salud, y el resto, menos uno, eran de clientes por asuntos de trabajo. El mail distinto a todos, y marcado con importancia alta, era el del director de la empresa, el jefe directo de Lucía, y el único que tenía por encima sin contar al presidente, cuyo cargo era meramente nominativo:

Asunto: Tómatelo con calma.

Hola, guapa,

Estoy al corriente de lo que os ha ocurrido a Antonio Sánchez, y por supuesto a ti.

Es una lástima lo de este chico, con tan sólo 26 años y un futuro prometedor, por lo que me has comentado en alguna ocasión, su vida se ha visto truncada de esta forma. Rezaremos para que pueda salir del coma y vuelva a ser el que era.

Y yendo al verdadero motivo de este correo, me alegro muchísimo de que estés bien y a ti no te haya pasado nada. No te imaginas cuánto, tanto a nivel profesional, como a nivel personal.

Por favor, tómatelo con calma, que te conozco. Que ni se te ocurra aparecer por el trabajo hasta la próxima semana. Descansa, relájate, y vuelve con la fuerza de siempre, que aquí está todo controlado. Te necesito. Necesito que estés al 100% para seguir dando lo mejor de ti.

Cuídate, y si necesitas cualquier cosa, no dudes en llamarme.

Besos,

Gerardo”.

El tono y contenido del mail no fueron ninguna sorpresa para mí. Al leerlo, los recuerdos de Lucía acudieron a mí, y me revelaron que realmente mi jefa me tenía en más estima de la que yo jamás habría imaginado. De hecho, por eso había insistido en que acudiese con ella al fatídico viaje de trabajo que había provocado esta situación, porque veía en mí un futuro prometedor y porque, secretamente, sentía una irracional atracción por mí, lo que le había llevado a proponerme pasar la noche juntos, y desencadenar el que yo ocupase su cuerpo.

Esta revelación me entristeció, porque ya nada volvería a ser lo que era, nunca podría saber cómo se desarrollarían los acontecimientos y si de verdad mi futuro sería prometedor y me convertiría en un hombre de éxito. Ahora tenía otra vida, era otra persona, y ni siquiera era un hombre ya…

«Ahora eres una mujer…», me dije a mí mismo. «¡Y qué mujer!. Una mujer bella, deseada, con éxito profesional, terriblemente sexy y con el mundo a sus pies… Con eso y un nuevo punto de vista para enderezar el rumbo de lo que no vaya bien, ¡te puedes comer el mundo!».

Conseguí automotivarme, y sonreí al recordar el mail del jefazo expresando de forma velada que Lucía era su debilidad, con palabras como: “guapa”, “a nivel personal”, “te necesito”, “no dudes en llamarme”, “besos”.

La relación de Lucía con Gerardo siempre había sido un continuo equilibrio entre lo profesional y lo personal que Lucía, a duras penas, había conseguido mantener. Cuando mi jefa, siete años atrás, presentó su currículo a la empresa, este era tan brillante, que el Subdirector Financiero y de Recursos Humanos se lo pasó directamente al Director General. Al recibir el currículo, Gerardo quedó deslumbrado, pues Lucía había conseguido terminar su carrera superior de cinco años en tan sólo cuatro y con las máximas calificaciones. Después había realizado dos máster simultáneamente, graduándose con honores en ambos en tan sólo un año, y a través de uno de ellos, había sido fichada por una importante empresa con un contrato en prácticas de seis meses que estaba a punto de cumplirse. Así que Gerardo quiso entrevistar personalmente a aquella brillante promesa, y en cuanto la vio físicamente, se quedó totalmente prendado de ella. La contrató inmediatamente por sus cualidades profesionales y, secretamente, le concedió un plus de sobresueldo que Lucía sabía perfectamente que era por estar buena y gustarle al director. Era la historia de su vida, siempre centrada en sus estudios, trabajando muy duro para destacar por su cerebro y aptitudes, luchando por no ser únicamente una cara y un cuerpo bonito. Pero lo primero que entra por los ojos es el físico, y el de Lucía entraba por los ojos de cualquiera, lo cual le había abierto muchas puertas, pero a la vez, le obligaba a superarse a sí misma constantemente para ser reconocida por su talento y no sólo por su innegable atractivo.

Gerardo, por aquel entonces, era un hombre de cuarenta y cinco años, casado y con dos hijas, pero no pudo evitar sucumbir a los múltiples encantos de Lucía. Desde que la contrató, siempre mantuvo una lucha interna entre lo profesional y el deseo, y muchas veces le había dejado entrever a mi jefa cuánto la deseaba, pero ella, inteligente y hábil, había conseguido mantenerle a raya sin frustrarle con negativas rotundas, manteniendo un continuo tira y afloja con el que él mantenía sus expectativas de llevársela a la cama, pero sin conseguir nada nunca. Y así, la carrera de Lucía en la empresa había sido meteórica. En sólo un año, se convirtió en Jefa de Equipo (mi posición en la empresa como Antonio, que había alcanzado a los veintiséis años, muy joven para lo habitual, y que había conseguido con mucho esfuerzo, pero a pesar de ello, a mí me había costado tres años). Dos años después, pasó a ser Coordinadora de Equipos. Al año siguiente, promocionó a Jefa de Sección, y tan sólo otro año después, ascendió a Subdirectora de Operaciones, su cargo actual, con más de doscientas cincuenta personas bajo su responsabilidad: ciento noventa y dos Técnicos de Proyecto, cuarenta y ocho Jefes de Equipo (siendo yo uno de ellos), doce Coordinadores de Equipos y tres Jefes de Sección; teniendo como único igual en cargo al Subdirector Financiero y de Recursos Humanos, y teniendo por encima, únicamente y sin contar al Presidente, al Director general, Gerardo.

Con veintiocho años, Lucía se había convertido en la primera mujer en la historia de la empresa en acceder al cargo de subdirectora, siendo a su vez, la persona más joven en conseguirlo, y llevaba dos años ostentando dicho cargo con mucho trabajo y mano férrea. Bien es cierto que se merecía el puesto por su esfuerzo y talento pero, sin duda, la meteórica progresión que había tenido había sido facilitada por Gerardo, para tenerla cada vez más cerca. Y con cada nuevo puesto que alcanzaba, además del aumento salarial correspondiente, el sobresueldo metido oficialmente como incentivos, aunque Lucía sabía perfectamente que era por estar buena, había aumentado proporcionalmente hasta superar en tres mil euros mensuales el sueldo del otro subdirector.

Por supuesto, su ascensión al poder en la empresa, estaba repleta de rumores, y todos apuntaban hacia la misma dirección: una tía tan joven y que estaba tan buena sólo podía haber llegado hasta donde estaba follándose a todos los que habían sido sus jefes. Ahora yo sabía que todos los rumores eran falsos, y que Lucía, aunque se había ayudado de sus encantos para seducir y conquistar objetivos, nunca había llegado a más, nunca se había acostado con nadie para ascender o conseguir un logro profesional.

Decidí contestar a Gerardo:

Asunto: RE: Tómatelo con calma

Buenos días, Gerardo,

Efectivamente, una auténtica lástima lo de Antonio Sánchez. Ya te he comentado alguna vez cuánto creo que vale por los informes que me llegan de sus superiores y por revisar personalmente algunos de sus trabajos, de ahí que le llevase a la reunión con el cliente para ver cómo se desenvolvía. No sabes cuánto me arrepiento de que esta decisión terminase en tragedia… Me uno a tus plegarias por él.

En cuanto a mí, agradezco tu preocupación, estoy bien. Me tomaré un par de días para ordenar mis ideas. Esta experiencia me ha dado una nueva perspectiva de las cosas y necesito asimilar. Pero el viernes ya estaré de nuevo en la oficina, al 100% para retomar mi trabajo, y para que el lunes de la siguiente semana ya esté al 150%.

Muchas gracias por tu mail, dale besos a tu mujer e hijas de mi parte.

Besos,

Lucía.”

Releí lo escrito: tira y afloja, amable pero recordándole a su esposa e hijas. Convencido de que algo así habría sido lo que le habría contestado Lucía, lo envié.

Desayuné tranquilamente en la cocina, saboreando los alimentos con mi nuevo paladar, y descubriendo que mi gusto por el dulce había aumentado considerablemente con respecto al de mi yo anterior, especialmente por el chocolate.

Puesto que tenía todo el día por delante, y no tenía que acudir a la oficina, pensé que podría aprovechar para reorganizar mi nueva vida y familiarizarme con los recuerdos de Lucía que acudían a mi mente a cada momento. Sus padres habían fallecido cuando era tan sólo una niña, por lo que la única familia cercana que tenía era su hermana María, que había sido como una madre para ella y, prácticamente, su única amiga, ya que Lucía tenía un verdadero problema con las relaciones personales, era distante y autosuficiente, le costaba empatizar. Por lo que a parte de su hermana, sólo conservaba una amiga a la que podía llamar como tal, Raquel, su antigua compañera de piso durante la Universidad. No tenía pareja, y la relación más seria que hasta entonces había tenido, apenas había durado un mes. Siempre había estado demasiado centrada en sus estudios y trabajo como para estar con un hombre que hiciera algo más que cubrir sus necesidades sexuales durante una noche.

Yo no era así, y aunque tampoco es que fuera el alma de las fiestas, era una persona extrovertida a la que le gustaba relacionarse con los demás, y así seguiría siendo aunque estuviese dentro del cuerpo de una mujer que había sido tan distinta a mí. Estaba decidido a tomar su vida y hacerla mía para ser todo lo feliz que pudiera a pesar de estar atrapado en ella.

Cuando terminé de desayunar, y tras ver las noticias de la mañana en la televisión, fui al vestidor. Lucía, es decir, yo, puesto que ya lo tenía que asumir con naturalidad, tenía una habitación repleta de armarios para guardar perfectamente ordenado mi extensísimo vestuario. Estaba claro que a Lucía le encantaban la ropa y complementos, y con sólo entrar en el vestidor, mi cuerpo comenzó a segregar hormonas de placer. A mí, la nueva Lucía, también me iban a gustar esas cosas. Todos los armarios eran empotrados, con puertas correderas de espejo alternas, de tal modo que en cuanto encendí la luz, vi mi reflejo repetido varias de veces y desde distintos ángulos. Era todo un culto al narcisismo. Tenía una auténtica fortuna invertida en vestuario, ropa para estar radiante en cualquier ocasión. En el centro de la estancia había, incluso, una butaca para sentarme tranquilamente a calzarme y disfrutar de la imagen reflejada de mis pies enfundados en algún divino zapato.

Abrí el primer armario, repleto de cajones con toda la ropa interior perfectamente ordenada y clasificada. Busqué entre los recuerdos de Lucía, y aunque esta sabía perfectamente de algunas prendas, su colección era tan extensa, que siempre podía descubrir algo de lo que ni se acordaba. El cajón superior estaba lleno de conjuntos de ropa interior negra, perfectamente doblados, y al verlos, me sentí como una niña pequeña en una tienda de golosinas. Sabía que en otros cajones había otros colores y tipos de prendas íntimas, pero para ser mi primera vez, preferí no saturarme. Ante tanta variedad, tomé el primer conjunto que vi. Era sencillo, formado por un sujetador negro con copas semicirculares reforzadas para sujetar y realzar, y una braguita tipo tanga. Dejé caer el albornoz al suelo, y me puse la parte de abajo, comprobando que a pesar de que la tira trasera se alojaba entre mis nalgas (como hombre jamás se me habría ocurrido ponerme un tanga), era muy cómoda. Las copas del sujetador me parecieron demasiado grandes, pero una vez que me las coloqué, estuve seguro de que era mi talla exacta. Mis pechos rellenaron completamente aquellas copas, que cubrieron justo hasta los pezones, y la prenda cumplió perfectamente su función de sujeción apretando y realzando mi pecho para dar forma a un generoso busto cuya parte superior quedaba descubierta. Cerré el cajón y la puerta del armario para mirarme en el espejo. ¡Uf!, lo que vi en este me dejó sin respiración. A pesar de ser un conjunto sencillo, estaba espectacular. Parecía una modelo de ropa interior.

— ¡Soy un bombón! —dije, sonriendo a mi reflejo.

Mi imagen en el espejo me devolvió una seductora sonrisa, como aquella que Lucía me había dedicado en el coche instantes antes del accidente, y me excité. Sentí el rubor en mis mejillas y calor en mi interior. Contemplé mi reflejo en los otros espejos, desde distintos ángulos: de perfil, en el que se podía apreciar cómo sobresalía aquel pecho prominente y cómo mi espalda describía una maravillosa curva en la zona lumbar para dibujar a continuación un culito redondo y también sobresaliente; desde atrás, donde se podía ver mi sedoso cabello azabache cayendo sobre los hombros y llegando hasta la mitad de la espalda, y ese hermoso culito de duras nalgas redondeadas y apretadas entre las que se perdía la tira del tanga; el otro perfil, tan exuberante como el anterior, y en el que observé con detenimiento la longitud de mis piernas y cómo mis firmes muslos se tensaban ante la excitación de lo que veía; y de nuevo, de frente, con mis grandes senos apretados por el sujetador formando un delicioso canalillo entre ambos, mi plano vientre, la sinuosidad de mi estrecha cintura para ensancharse en las caderas formando una silueta que está presente en las fantasías de todo hombre. Las anchas caderas daban paso a unos muslos de aspecto suave y con sus músculos tensos para mostrarlos duros y deseables. Observé la braguita negra entre ambos, que pudorosamente trataba de esconder el tesoro de su interior, aunque fruto de mi excitación, en ella se marcaban ligeramente mis hinchados labios vaginales… ¡Era una auténtica diosa!, “Asquerosamente perfecta”, que habría dicho alguna envidiosa.

La imponente belleza reflejada en el espejo me miraba con sus hermosos ojos azules brillantes de excitación, y mordiéndose el carnoso labio inferior en un inconsciente gesto de lujuria. El calor de mi interior seguía aumentando, me estaba gustando esa sensación y quería experimentarla cuanto me fuese posible.

Volví a abrir el armario, mi excitada mente quería más, así que directamente me dirigí al último cajón, el de los conjuntos más sexys. Me quité la combinación y la dejé sobre la butaca que había en el centro del vestidor, de allí la recogería “el duendecillo mágico de Lucía”, la mujer que ahora era mi empleada de hogar, para lavarla y volver a colocarla pulcramente en su sitio. Me probé un conjunto de lencería roja, ligero, casi etéreo. La parte superior, apenas hacía su función, sujetaba lo justo para elevar y juntar ligeramente mis pechos, aunque en realidad esto no era muy necesario, pues Lucía siempre se había cuidado mucho y su privilegiada genética le había permitido llegar a los treinta sin sufrir aún los efectos de la gravedad. La parte inferior era una braguita, tan fina, que apenas sentía habérmela puesto.

Volví a mirarme en los espejos, y lo que en ellos vi, provocó mi combustión interior. Si hubiera seguido siendo un hombre, no sólo tendría la polla dura como para partir nueces con ella, sino que me habría corrido sin remedio ante la vista de semejante pibón. Mi cuerpo había adoptado una inconsciente y sexy postura de contemplación: mi brazo derecho bajo mis pechos, apoyando sobre la mano el codo izquierdo para que los dedos índice y corazón se situaran entre mis jugosos labios entreabiertos, tirando ligeramente del inferior; la cadera ligeramente ladeada, remarcando así su forma y la curva de la cintura; la pierna izquierda ligeramente más adelantada que la derecha para mostrarme toda su longitud y apuntar con la rodilla al espejo y, por último, la pierna derecha recta, firme y tensa remarcando ligeramente los músculos de muslo y pantorrilla. La ropa íntima seleccionada me quedaba espectacular, decía a gritos: “¡Fóllame!”. Era prácticamente transparente, dándole una excitante coloración roja a mis zonas más erógenas. Mis pezones se podían apreciar perfectamente, redondos, de tamaño medio, y erizados de tal modo que la fina prenda marcaba su puntiaguda forma. La braguita coloreaba en rojo mi vulva, con sus labios externos bien hinchados. En la parte de atrás, a pesar de cubrir mis nalgas, la braguita dejaba ver la separación entre ambas y la preciosa redondez remarcada al llegar a los muslos. Ese culito estaba pidiendo un azote y explorar su raja a fondo…

Me sentía mojada, muy mojada, hasta el punto de poder ver mi humedad como una coloración más oscura de la tela de la braguita. Como había hecho una hora antes en la ducha, comencé a acariciar mis pechos por encima del sujetador, memorizando su forma y peso con la palma de mis manos. Mi piel estaba hipersensible, y las caricias eran puro placer para mis sentidos. En el interior de mi cabeza, mis manos de hombre estaban acariciando unas tetas perfectas, y mis pechos de mujer estaban siendo acariciados por unas expertas manos, el placer era doble… Mis dedos recorrían esas dos montañas, presionándolas, apresándolas, masajeándolas, estrujándolas… Los pezones me dolían de tanta excitación, y cada roce en ellos era una descarga eléctrica que me hacía jadear. Los acariciaba y pellizcaba, volviéndome loca con cada sensación.

Me miraba al espejo y veía a mi jefa, la mujer más sexy que había conocido nunca, con un conjunto de lencería transparente, excitada y acariciándose para mí… una fantasía hecha realidad con la que mi mente masculina se mantenía en un orgasmo continuo.

Mi cuerpo quería más, necesitaba más, y yo iba a acceder a su ruego sin dudarlo. Mis manos descendieron por mi cintura, recorriéndola con suavidad y descubriéndome lo placentera que era esa caricia en mi nuevo cuerpo. Bajé hasta mi entrepierna, y mi mano derecha se coló por debajo de la etérea braguita para alcanzar mi coñito empapado.

— Uuuumm —gemí al sentir mis dedos rozando aquellos labios hinchados.

Estaba cachondísima, y la morenaza del espejo me miraba con sus mejillas ruborizadas mientras se mordía el labio inferior.

Acaricié toda la vulva, extendiendo la humedad, presionando los labios e introduciendo el dedo corazón entre ellos para acariciar su suave interior. Mientras tanto, mi mano izquierda acariciaba mi culo con fuerza, apretaba mis nalgas, y exploraba la raja produciéndome un más que agradable cosquilleo. No podía parar de jadear.

Mi mano derecha, con vida propia, recorría la vulva por dentro, sin profundizar más que hasta los labios menores, hasta llegar al clítoris y sentir su tacto suave y mojado para presionar su erecta dureza con dos dedos.

— ¡Uuuuumm! —gemí con más fuerza.

Mis dedos sabían perfectamente lo que hacían, tenían la experiencia de un hombre que había masturbado a unas cuantas mujeres, y mejor aún, la experiencia de una mujer que se había masturbado muchas veces y sabía exactamente lo que le gustaba.

Comencé a masajear ese botón, y la sensación eléctrica y el calor abrasador recorrieron todo mi cuerpo haciéndome gemir más y más:

— Aaah, aaah, aaah, aaaahh, aaaaahhh.

Aquello era como cuando me llamaba Antonio, agarraba mi polla, la apretaba sin compasión y la sacudía con fuerza, solo que diez veces más intenso.

Trataba de mirar mi imagen en los distintos espejos para alimentar al hombre que llevaba dentro, pero a duras penas conseguía mantener mis ojos abiertos para contemplar a esa fabulosa hembra dándose placer. Era tal el cúmulo de sensaciones, que mis ojos se cerraban automáticamente para centrarme únicamente en sentir.

Mi mano izquierda acariciaba ya mi suave entrada trasera llevando hacia ella los jugos de mi coño para lubricarla. Me estaba gustando mucho la sensación de tener algo entre mis glúteos, separándolos, presionando mi ano y masajeándolo, ¡quién me lo iba a haber dicho un par de días antes!.

La doble estimulación me estaba matando, y pensé que en cualquier momento podría correrme, pero la capacidad para el placer de una mujer, era mucho mayor de lo que jamás habría imaginado, y en ese momento era una auténtica mujer, y como tal me sentía. Estaba repleta de hormonas femeninas y disfrutando de mi desbordante sexualidad.

Ardía, todo mi cuerpo ardía. Sentía cómo el sudor frío recorría mi espalda haciendo que ésta se me arquease. Gemía sin parar, el placer era demasiado intenso como para ser contenido en mi garganta, y mis gemidos eran tan sensuales que regalaban mis oídos animándome inconscientemente a jadear aún con más fuerza. En mi vida había sentido nada igual, ni la mejor de las corridas con la más hábil y excitante de las conquistas de Antonio, podía compararse a las sensaciones que estaba descubriendo, y aún quedaba más, anhelaba más. Sentía los músculos de mi vagina tensándose y relajándose, me sentía encharcada, convertida en un mar de cálidos fluidos, y a la vez tenía una sensación de vacío que tenía la imperiosa necesidad de llenar, necesitaba ser penetrada… Mis dedos habían alcanzado un frenético ritmo, y frotaban sin descanso el duro clítoris haciéndome ver las estrellas.

Mi mano izquierda subió recorriendo toda la raja de mi culo y, simultáneamente, la derecha detuvo el continuo y frenético masaje de clítoris. Abrí los ojos y me vi cubierta de sudor, con mis azules ventanas incendiadas de lujuria, con la boca abierta en un gesto suplicante… Y mi mano izquierda me apretó un pecho con fuerza, salvajemente. Y los dedos anular y corazón de mi mano derecha se hundieron repentinamente entre mis labios vaginales, con fuerza, cuanto pudieron penetrar. Y grité, vaya sí grité:

— ¡¡¡¡Aaaaaahh!!!.

El placer y satisfacción al sentirme penetrada tras tanta estimulación, consiguieron que me corriera al instante. La sensación al notar mis dedos abriéndome por dentro,  penetrando con furia mi vagina, fue como un incendio en mi interior. Las contracciones internas se intensificaron y aceleraron hasta volverme loca de gusto. Una tormenta de rayos subió por mi espalda tensando cada músculo de mi cuerpo, produciéndome placer en cada uno de ellos y haciéndome arquear la espalda. La tenaza de mi mano estrujando mi pecho izquierdo, incrementaba la increíble sensación, elevándola a cotas imposibles de soportar. Por unas décimas de segundo, tuve la sensación de que me estaba orinando con un agradable cosquilleo que embadurnó toda mi mano de cálido zumo de mujer, que resbaló por la cara interna de mis muslos abrasándolos con una gloriosa corrida. Mis piernas temblaron, apenas podía mantenerme en pie. Sentí cómo todo el aire escapaba de mi cuerpo a través de mis hipersensibilizados labios regalándome un cosquilleo en ellos. La cabeza se me fue por completo, y perdí la noción de mí mismo por unos instantes, sólo había lugar para el placer.

Y así descubrí cómo era un orgasmo femenino.

Agotada, con todos mis músculos relajándose tras la maravillosa tensión a la que habían sido sometidos, me derrumbé sobre la butaca, experimentando los maravillosos ecos de mi orgasmo con pequeños espasmos que me hicieron estremecer.

 

2

En mi vida había gozado tanto .Si el sexo siempre iba a ser tan intenso como acababa de experimentar, le iba a coger mucho gusto a mi intención de descubrir a Lucía.

Estaba cubierta de sudor, con el cabello alborotado, mi coñito aún húmedo, y mi mano perfumada con el excitante aroma de mis fluidos, así que esforzándome para levantarme de la butaca, me dirigí al baño y decidí probar uno de los pequeños lujos de mi nueva vida: la bañera de hidromasaje.

Relajado, salí de la bañera y me vestí con ropa cómoda para estar en casa: un conjunto deportivo de ropa interior que mantuviese mis pechos sujetos, un top de tirantes, y unas cómodas mallas que me hacían un culito de lo más apetecible.

«Tranquilo», tuve que decirme al verme en los espejos, «no puedes pasarte el día masturbándote…»

No eran más que las ocho de la mañana, y tenía todo el día por delante, así que decidí dedicarme a mi faceta profesional, poniéndome al día con el trabajo que la nueva Lucía debía continuar y mejorar, puesto que en realidad era eso lo que había deseado al pensar: «Ojalá yo estuviese en su lugar», y no convertirme físicamente en ella.

Encendí el ordenador portátil del trabajo, y comencé a revisar los archivos almacenados, refrescando la información en mi cabeza ayudado por los recuerdos que conservaba de Lucía. Era muy ordenada y metódica, y la verdad es que tenía ideas brillantes que se plasmaban a la perfección en cuantos trabajos había desarrollado. Realmente, yo había estado muy equivocado. Lucía era una gran profesional y jefa, lo tenía todo perfectamente bajo control, y las decisiones que había tomado no habían sido a la ligera o por capricho, siempre se había basado en un profundo conocimiento de la situación, en la inteligencia, y en la búsqueda de lo mejor para la empresa. Desde esta perspectiva, ya no me parecía errónea su postura en la reunión que mantuvimos el día del fatídico accidente; de hecho, era la postura más acertada, tan sólo le habían perdido las formas, porque como ya he comentado en otra ocasión, Lucía tenía un verdadero problema para empatizar con sus interlocutores. Bien es cierto, que una forma de trato más suave con el cliente, habría facilitado las cosas, y ahí era donde yo podía incidir para ser una Lucía mejor. Tal vez yo no fuera tan brillante como la Lucía original, pero no estaba falto de ideas y conocimientos, y además ahora atesoraba los conocimientos de mi jefa junto con toda su experiencia. La nueva Lucía seguiría siendo la mejor en su trabajo, pero sería más flexible, amable y comunicativa, pues así era yo.

Sonó el teléfono, miré el reloj y vi que ya eran las diez de la mañana y no había hecho más que revisar algunos archivos, aquella tarea me iba a llevar bastante tiempo. En la pantalla de mi Smartphone de última generación vi que quien me llamaba era María.

— Buenos días —dije al darle al botón de contestar.

—¿No estarás en el trabajo, verdad? —preguntó inmediatamente mi hermana.

Puesto que había asumido que yo ahora era Lucía, ya podía llamarla “mi hermana”. Todos los recuerdos que conservaba sobre ella eran buenos, y me inspiraban un enorme afecto, lo cual se había confirmado la tarde anterior, cuando se la pasó conmigo tras salir del hospital.

— No, no te preocupes —contesté en tono afectuoso—, estoy en casa, voy a tomarme un par de días libres…

— ¿Un par de días?. No deberías volver al trabajo, como muy pronto, hasta el lunes… Y aunque estés en casa, ¿a que adivino qué estabas haciendo?.

— Trabajando… —contesté, avergonzado.

— ¡Si es que no tienes remedio, chica!. Acabas de tener un accidente que podría haberte costado la vida, y en vez de descansar, estás enfrascada en el trabajo, ¡como siempre!. Ya he dejado a los niños en el campamento urbano «¡es verdad, tengo dos sobrinos de ocho y diez años!», así que ahora mismo voy a buscarte y nos vamos a comer un buen desayuno y a quemar la tarjeta de crédito, ¿vale?.

María era diez años mayor que Lucía, y cuando sus padres fallecieron en un accidente de tráfico, se ocupó de su hermana pequeña realizando el papel de hermana, madre y amiga, por lo que era la única persona a la que mi jefa hacía caso de verdad.

— Pero es que tengo mucho trabajo, María… —le contesté sin mentirle.

— En veinte minutos estoy ahí, así que más vale que cuando llegue estés esperándome en la puerta —sentenció para, acto seguido, colgar.

Resignado, dejé el móvil, apagué el ordenador y fui a cambiarme nuevamente de ropa. Si iba a salir de compras con María, con unos vaqueros, un top un poco más “elegante” que el que llevaba, y unas sandalias con un poquito de tacón, serviría. Ya vestida, mi duda surgió con el bolso que debía llevarme. Rebuscando en mis recuerdos, y ojeando el interior del armario donde mis más de veinte bolsos estaban guardados, finalmente escogí una sencilla bandolera veraniega, pequeña y funcional para contener el móvil, monedero, billetero, tarjetero y juego de llaves. Volví a cepillar mi cabello, y echándome un par de gotas del caro perfume que en el coche me había embriagado dos días atrás, me sentí listo para salir.

En el hall del portal me saludó el portero, esbozando una amplia sonrisa al verme:

— Buenos días, señorita, tan bella como siempre.

— Buenos días, Arturo —le contesté hallando su nombre en mi cabeza—, tan halagador como siempre.

Mientras salía a la calle, percibí por el rabillo del ojo cómo miraba mi culito contoneándose con la cadencia de mis pasos. Justo al traspasar la puerta, le dejé al portero una señal de la nueva Lucía, me giré, y le dije adiós con la mano y una sonrisa, mi jefa nunca habría hecho eso.

María me llevó a desayunar a una cafetería cercana a una conocida zona comercial de la ciudad. Aunque ya había desayunado unas horas antes, no les hice ningún asco a unas deliciosas tortitas con chocolate. Lo pasamos bien juntas, y a mi hermana le entusiasmó la idea de un cambio en mi vida para estar menos encerrada en mí misma.

El resto de la mañana lo pasamos recorriendo las tiendas de la zona comercial, probándonos ropa y complementos que a mí me quedaban divinos, y confirmando que a la nueva Lucía también le encantaban esas cosas. Comimos juntas también, y por la tarde, volvimos a un par de tiendas que ya habíamos visitado por la mañana para terminar con un par de vestidos con sus zapatos a juego en mi haber, y un vestido para María que insistí en regalarle como agradecimiento por sacarme de casa para pasar un buen día entre hermanas.

A las ocho de la tarde ya me había dejado en casa para ir a buscar a mis sobrinos al campamento urbano.

La casa estaba perfectamente limpia y ordenada, mi “duendecillo mágico” había recogido la ropa que había dejado sobre la butaca del vestidor para lavarla, había hecho la cama, había fregado y recogido los cacharros del desayuno que yo había dejado en el fregadero, había dado un repaso general a todo el piso, e incluso, me había dejado preparado algo de cena en el frigorífico.

Los dos vestidos que me había comprado, bajo consejo de María, eran súper sexys. Se ajustaban a mi silueta como una segunda piel, teniendo uno de ellos un generoso escote recto y una escueta falda que apenas llegaba a la mitad de mis muslos, y el segundo, algo más recatado, sin escote delantero, pero dejando al aire toda la espalda, y con la falda hasta las rodillas, pero igualmente ajustado para remarcar todas mis sensuales formas de mujer. “Póntelos para darte un homenaje”, me había dicho mi hermana guiñándome un ojo con picardía. Los colgué en su armario correspondiente, junto a otros catorce vestidos veraniegos. Guardé también los zapatos, ambos abiertos y con tacón de vértigo, que al probármelos en la tienda comprobé que mi cuerpo sabía perfectamente cómo mantenerse en equilibrio sobre ellos y caminar con elegante sensualidad.

En el armario de los zapatos, vi dos pares de zapatillas, y me apeteció hacer un poco de ejercicio para terminar de agotarme y abrir el apetito para la cena, ya emplearía el día siguiente en continuar estudiando los archivos de trabajo. Me puse ropa deportiva junto a las zapatillas, y me metí en mi gimnasio particular porque, por supuesto, Lucía tenía una habitación exclusivamente dedicada al culto al cuerpo, con una cinta para correr, una bicicleta estática, un banco de abdominales, etc.

Acabé tan agotada, que tras una rápida ducha y un picoteo de la deliciosa cena que la asistenta me había preparado, me acosté para sumirme en un profundo y reparador sueño.

A las seis y media, el despertador me sacó de mi letargo. Desperté totalmente descansado, y aunque no tenía la verdadera obligación de levantarme, me puse en marcha para aprovechar el día y así estar preparado para volver al día siguiente al trabajo como la nueva Lucía. Tras las rutinas mañaneras, me enfrasqué en el ordenador, estudiando cada archivo como si fuese a tener un examen para el que debía dar el último repaso. A las once en punto, apareció Rosa, la asistenta, que se sorprendió de encontrarme en casa, y como no tenía ninguna gana de que anduviese pululando por la casa mientras yo trataba de concentrarme, le pedí que me preparase algo rápido para comer y se tomase el resto del día libre con su paga asegurada.

La mañana se me pasó volando, pero fue muy provechosa, habiéndome dado tiempo a repasar todo el trabajo asegurando que con los recuerdos de Lucía, estaba preparado para interpretar el papel de Subdirectora de Operaciones.

Durante la comida recibí un mensaje, era de Raquel, la mejor amiga de Lucía:

¡Hola guapa! Acabo de llegar a la ciudad. Tu hermana me ha contado lo que te ha pasado. Tengo la tarde libre, así que puedo pasarme en un rato por tu casa a tomar un café.

Hacía dos semanas que Lucía no veía a su amiga. Por trabajo, se pasaba la vida viajando de un lugar a otro, así que raras veces estaba en la ciudad. Entre mis recuerdos, encontré un verdadero sentimiento de amistad hacia Raquel. No en vano, habían sido compañeras de piso durante tres años en su época universitaria, y así como con otras “amigas” había ido perdiendo el contacto, con Raquel lo había mantenido, siendo junto con su hermana, la única persona con la que tenía verdadera confianza. Si esa iba a ser mi nueva vida, lo primero que debía hacer era conocer todo mi entorno y, la verdad, me apetecía conocer a Raquel por mí mismo y no basarme únicamente en recuerdos ajenos.

No tengo ningún plan —le escribí—. Y me encantaría verte. Voy preparando el café. Besos.

En una hora estoy ahí —contestó inmediatamente—. Yo también tengo muchas ganas de verte y que me cuentes. Un besito.

Terminé de comer, recogí y puse la cafetera eléctrica. No podía recibir a mi “nueva” amiga en ropa de estar en casa, así que me arreglé un poco poniéndome un ligero vestido veraniego de tonos alegres, y atándome la melena para hacerme una coleta, que aunque nunca antes me la había hecho, mis habilidosas manos ejecutaron mecánicamente.

Sonó el telefonillo, y al descolgar, oí la voz de Arturo, el portero:

— Buenas tardes, señorita Lucía. Está aquí su amiga Raquel.

— Que suba, por favor —contesté—. Gracias, Arturo.

Tras un par de minutos, sonó el timbre, y ahí estaba Raquel al abrir la puerta. La primera impresión me sorprendió muy gratamente. No me había hecho una imagen mental de ella al indagar en los recuerdos de Lucía, y la verdad es que me resultó muy agradable el encontrarme a una mujer rubia de mi edad (treinta años), con el cabello cortado a media melena haciendo bucles para enmarcar su rostro. No era especialmente guapa, debido a una nariz algo más prominente de lo normal, pero sí resultaba atractiva, y esa nariz le daba personalidad. Tenía los ojos de color miel, grandes, muy redondos y expresivos, y una boquita pequeña de sensuales labios rojos. Era de estatura media y complexión delgada, más delgada que yo.

— ¡Hola, preciosa! —dijo dándome dos sonoros besos y un abrazo—. ¡Estás tan espectacular como siempre! —añadió, observándome de arriba abajo.

— Gracias —contesté, ruborizándome un poco.

— Menos mal que no te ha pasado nada, menudo susto me he llevado cuando he visto el mensaje de tu hermana diciéndome que habías tenido un accidente. No le he dado ni tiempo a escribirme que estabas bien, le he llamado al instante para que me contara…

— Bueno, todo ha quedado en un susto —contesté pensando: «Si tú supieras…»

Pasamos al salón, y tras servir un café con hielo para cada una, le conté lo ocurrido (lo que podía contarle sin que me llamase loca) contestando a sus preguntas. Tal vez con el tiempo, y si alguna vez llegaba a tener el nivel de confianza con ella que había llegado a tener Lucía, le contaría la estrambótica verdad de lo ocurrido.

— Entonces, el chico que iba contigo, es aquel del que me comentaste una vez —dijo Raquel cuando le conté la situación de mi verdadero yo.

— Sí —contesté, hallando en los recuerdos de Lucía una conversación en la que le había dicho a su amiga, confidencialmente, que había un chico del trabajo que le llamaba la atención.

— ¡Joder!, qué mala suerte…

— Ya… —añadí, sintiendo angustia que se reflejó en mi rostro.

Raquel era especialista en quitarle hierro a cualquier asunto y darle la vuelta para eludir las preocupaciones, así que su contestación me dejó descolocado:

— Bueno, al menos no habías tenido nada aún con él, así que a otra cosa, mariposa. ¡Con la de tíos que hay por ahí deseando tener un bombón como tú!.

— Gra-gracias… — conseguí decir.

— Y hablando de tíos… Tras esta experiencia, necesitas que te echen un buen polvo. Sólo voy a quedarme esta noche en la ciudad, ¿por qué no salimos y nos buscamos un par de chulazos que nos alegren el cuerpo?.

— Raquel, mañana tengo que volver al trabajo —le contesté, tratando de eludir el tema.

— Cariño, siempre estás igual: el trabajo, el trabajo y el trabajo. ¿Cuánto hace que no echas un polvo?. Necesitas un tío que te dé marcha…

— Te lo agradezco, pero ahora mismo no me interesan los tíos…

Raquel me miró con fascinación, y sonrió como si una luz se hubiese hecho en su interior. Entonces hizo algo que rompió todos mis esquemas: tomó mi rostro entre sus manos, y me dio un suave y dulce beso en los labios que excitó a mi mente masculina, y provocó una descarga eléctrica en mi cuerpo femenino.

Al instante, los recuerdos de Lucía acudieron a mí, y en ellos hallé uno en el que, muchos años atrás, tras una noche de borrachera para celebrar su graduación, las dos compañeras de piso habían experimentado y compartido los placeres del lesbianismo. Para Lucía, aquello había quedado en una simple experiencia más vivida durante su época universitaria, pero para Raquel había supuesto mucho más, iniciándola en el camino de la bisexualidad, y aunque solía preferir estar con hombres, de vez en cuando se daba el capricho de acostarse con alguna mujer que le resultase atractiva.

— Entonces tal vez te interese yo… ¿Recuerdas aquella noche? —me susurró.

— Sí… —contesté, denotando la excitación en mi voz.

Sus labios volvieron a fusionarse con los míos, dándome esta vez un beso suave pero más jugoso y erótico que el anterior.

— Todavía sigo deseándote… —volvió a susurrarme.

— Y yo a ti —contestó mi mente masculina verbalizando con voz de mujer.

A Raquel le brillaron los ojos por la excitación, llevaba años deseando repetir aquella experiencia, y yo ahora lo sabía.

Se lanzó impetuosamente sobre mí, nuestros suaves y jugosos labios volvieron a encontrarse, y la punta de su húmeda lengua pasó a través de ellos para acariciar la mía. Aquel contacto me produjo un cosquilleo que arqueó mi espalda y endureció mis pezones hasta el punto de dolor. El sentir un beso de mujer en mi boca, labios y lengua de mujer, era una sensación de lo más excitante, así que me dejé llevar y respondí a su beso con pasión, enredando mi lengua con la suya, apretando mis carnosos labios contra la suavidad de los suyos, devorando su boca como ella devoraba la mía…

Sus manos abandonaron mi rostro y descendieron acariciando mi cuello para posarse sobre mis pechos. Sus pequeñas manos apenas abarcaban la mitad de mis exuberantes senos, y la caricia fue tan placentera que sentí cómo mi coño se humedecía.

— Qué pedazo de tetas tienes… —me susurró—. Yo siempre he querido tenerlas así de grandes y bonitas… —añadió masajeándomelas.

Mis manos fueron a sus pechos, y prácticamente los cubrieron. Eran un par de tallas más pequeños que los míos, pero eran unos pechos bonitos, turgentes y redondeados con sus pezones duros como escarpias. Los masajeé disfrutando su consistencia mientras me lanzaba a invadir su boquita con mi lengua.

Nos besamos apasionadamente, y la costumbre masculina me hizo tomar la iniciativa tumbándola sobre el sofá mientras sus manos comenzaban a acariciar mi estrecha cintura. La miré, y aunque los recuerdos de Lucía me decían que era mi amiga, mi mente de hombre sólo veía una atractiva mujer rubia, muy excitada, y preparada para ser follada sin compasión. Me sentí más mojada aún, el coño me ardía…

Haciéndome incorporar, Raquel tiró de mi vestido para sacármelo por la cabeza y yo, con fuerza, abrí su blusa haciendo saltar los botones. Hábilmente se sacó la falda y se deshizo de los zapatos quedándose en ropa interior para mí como yo lo estaba para ella. Llevaba un conjunto de color champagne (unos días antes no habría sabido diferenciar ese color) con encaje, y le quedaba muy bien. A pesar de su delgadez, Raquel no desmerecía en ropa interior, y pude percibir que su prenda interior estaba tan mojada como la mía.

En aquel momento, eché de menos mi polla para arrancarle las bragas y clavársela hasta el fondo, pero ella me agarró del culo y tiró de mí para tumbarme sobre ella. Nuestras lenguas y labios se recorrieron con húmeda dedicación, y nuestras pieles calientes se sintieron la una a la otra. Mis pechos se aplastaron sobre los suyos, y mi húmedo coño se posicionó sobre el de Raquel. Sus manos recorrían mi culo acariciándolo y apretándolo, me  encantaba. Como hombre, esa parte de mi anatomía nunca había sido tan sensible.

Instintivamente, mi cuerpo empezó a moverse sobre el de mi amiga. Nuestros sujetadores se frotaron aplastando nuestros pechos y pezones, y nuestras braguitas se restregaron mezclándose la humedad de ambas, pero necesitábamos sentirnos más. Raquel desabrochó mi sujetador y liberó mis pechos para ella. Los atrajo hacia sí, abriendo la boca e introduciéndose un pezón para chuparlo. Aquello me hizo gemir. Succionó introduciéndose cuanta carne pudo en ella, y mamó con fuerza provocándome un dolor y placer que elevaron mi gemido hasta casi un grito. Yo le di succionantes besos en el cuello, y le quité el sujetador para comerme sus pechos de rosadas y punzantes cúspides. Su espalda se arqueó con las caricias de mi lengua en sus pezones y la succión de mi boca en sus tetas, y giramos para ser ella quien mandara. Me quitó las bragas, se deshizo de las suyas y tumbó su cuerpo completamente desnudo sobre el mío: pechos sobre pechos, vientre sobre vientre, coño sobre coño.

Si un hombre hubiera entrado en el salón en aquel momento, se habría encontrado con una de sus fantasías convertida en realidad: dos hermosas mujeres, una morenaza y una rubita, retozando juntas y dándose placer.

Los pezones de Raquel se clavaban en mis pechos, y pude sentir el calor y humedad de su, completamente rasurada, vulva sobre mis labios vaginales. Su cuerpo se frotó sobre el mío, sintiéndonos la piel. Los labios de su húmeda vagina besaban los de la mía, apretándose con fuerza para transmitir una deliciosa presión a nuestros duros clítoris.

Mi amiga comenzó a descender por mi cuerpo con su boca y manos, devorando mis pechos, acariciando mi ombligo, besando la cara interna de mis muslos… Hasta que sentí cómo sus dedos exploraban mi empapada abertura, separando los labios para acariciar mi botón y hacerme estremecer.

Gemí con sus caricias, y de pronto sentí cómo algo suave y mojado comenzaba a acariciar mi clítoris. El contacto de su lengua con tan sensible parte de mi cuerpo hizo que mi espalda se despegase del sofá y mis manos se posaran sobre su rubio cabello.

Su boca se adaptó a la chorreante abertura entre mis piernas, y esa divina lengua se coló entre labios mayores y menores para lamer todo mi sexo arrancándome grititos de placer.

La sensación era sublime, el cosquilleo que me provocaba hacía que mi coño vibrase con repetitivas contracciones que bañaban su boca con mis fluidos. Estaba a punto de estallar:

— Mmmmm… Raquel… —gemí.

Mi amiga detuvo su maravillosa comida, manteniéndome en el punto álgido, y subió hasta que sus labios se encontraron con los míos e introdujo su experta lengua en mi boca. Degusté en su paladar el sabor de mujer preorgásmica, el salado gusto de mi coño licuándose por ella, y me encantó.

— Estás deliciosa —me susurró.

— Ahora voy probarte yo a ti —le contesté con una sonrisa y dándole un mordisquito en el labio inferior.

Volví a tomar la iniciativa, giramos y me puse a cuatro patas sobre ella. Besé sus pechos, acariciando sus erizados pezones con la lengua, y con la punta de ésta descendí por todo su cuerpo hasta que llegué a su suave vulva, hinchada, rosada y jugosa como una fruta madura. Mi lengua descendió introduciéndose entre esos carnosos labios y recorrió la abertura desde arriba hacia abajo, acariciando clítoris y labios menores hasta que mis labios se adaptaron para darle un succionante y profundo beso que le hizo gemir:

— Mmmmm. Lucíaaaaa, assssí ssse haceeeee… Aprendesssss rápido…

Introduje mi lengua cuanto pude en su coño bebiendo el salado elixir que manaba para mí. Raquel emitió un gritito de placer y sorpresa. Ella no sabía que, como Antonio, yo ya había comido unos cuantos coñitos y sabía cómo dar placer disfrutando del manjar. Retorcí la lengua dentro de su gruta, haciéndola girar mientras succionaba para no perderme nada de su jugo.

— Diossssss —dijo mi amiga, jadeando—, qué buena eressss…

Subí un poco, y ataqué su clítoris atrapándolo con mis suaves labios para chuparlo y acariciarlo con la punta de la lengua imprimiendo velocidad mientras mi dedo índice se introducía en su vagina para acariciarla por dentro.

Raquel estaba a punto de correrse, pero quería que nos corriésemos las dos juntas, así que haciendo un esfuerzo por sobreponerse a los deseos de su cuerpo, agarró mi cabeza y tiró de ella obligándome a subir. Vi fuego en sus melosos ojos, y me llevó hacia ella para beber sus propios fluidos de mi boca.

— Vamos a corrernos juntas —consiguió decir entre jadeos.

Recuperó el control de la situación, haciendo que me tumbase y, girándose, se puso a cuatro patas sobre mí, con su aromático sexo sobre mi cara. Cogiéndome del culo, hundió su cara entre mis piernas, y me clavó la lengua en el coño arrancándome un grito de placer. Yo también agarré su culito, y atrayéndola hacia mí, hundí mi lengua en su coño.

Me comió sin compasión. Su lengua era un torbellino acariciando con fuerza y velocidad mi coñito, metiéndose por la abertura, acariciando las paredes, lamiendo el clítoris… y sus labios succionaban cuanto jugo manaba de mí, apretándose contra mis labios vaginales, abriendo y cerrando la boca… Me hacía enloquecer. Sentía mi sexo en combustión, con sus paredes contrayéndose y relajándose a una velocidad increíble. Las descargas eléctricas recorrían mi espina dorsal, y los pezones me dolían de pura excitación.

Yo le correspondía de igual manera, comiéndome ese chorreante y suave coño como si la vida me fuera en ello. Nuestros gemidos se ahogaban en cálidos fluidos de mujer, y nuestras caderas acompañaban el movimiento de nuestras lenguas contoneándose y apretándose contra las fuentes de tanto placer.

Estaba a punto de correrme, me estaba muriendo de gusto, y era insoportable. Me sentía a punto de explotar, con todo mi cuerpo en tensión, cargada de una energía que necesitaba ser liberada. Aquella boca acoplada a mi sexo me estaba abriendo las puertas del paraíso, y necesitaba cruzarlas… Raquel lo sabía, y aunque ella misma también estaba a punto del orgasmo, levantó sus caderas para liberar mi boca por unos instantes y hundir su lengua cuanto pudo en mi coño succionando con los labios.

— ¡¡¡Aaaaahh!!! —grité cuando toda mi energía se liberó.

El orgasmo fue un terremoto que sacudió todo mi cuerpo desatando una tempestad de sensaciones que me transportaron más allá de donde nunca había llegado.

Raquel siguió bebiendo de mis esencias, prolongando mi placer hasta conseguir que mi espalda se despegase del sofá para abrazarme a sus caderas y besar su sexo clavando mi lengua en él.

— ¡¡¡Oooooohh!!! —gritó ella en pleno orgasmo.

Mi boca recibió el salado zumo de su orgasmo y lo degusté prolongando su placer como ella había hecho conmigo.

Mi amiga consiguió girarse, y aún jadeante, se tumbó a mi lado.

— Lucía… —me susurró, acariciando mi cabello—. Eres increíble, una caja de sorpresas…

— Tú sí que eres increíble —contesté—. Mi mejor amiga… —añadí dándole vueltas en la cabeza a ese concepto.

— Y tú la mía… —Raquel se mostró dubitativa por unos instantes—. No puedo negar que en más de una ocasión he soñado con este momento, y me he dejado llevar por el deseo. Eres tan hermosa…

Pude ver en sus ojos un sentimiento de culpa y tristeza que trató de disimular con una sonrisa.

— Me has hecho tocar las puertas del paraíso —le contesté.

Raquel era una buena persona, y una verdadera amiga que quería a Lucía con locura, por lo que empecé a sospechar lo que rondaba en su mente en aquel momento de relax tras la tormenta de excitación desatada.

— Has pasado por una experiencia traumática, y probablemente aún estás confusa por ello… Me he aprovechado de la situación y de tu vulnerabilidad en estos momentos…

— No te sientas culpable, he hecho lo que quería hacer. La confusión no tiene nada que ver con esto…

— Noto algo diferente en ti —sentí cómo el rubor subía a mis mejillas con esta afirmación—, no sé si será transitorio o permanente, pero creo que con lo que acaba de pasar, no te ayudo… Mañana vuelvo a marcharme, y no volveré en quince días… creo que será tiempo suficiente para que ambas pensemos…

— Pero…

— Lucía, te quiero como mi mejor amiga, y no quiero que eso cambie nunca. Deberíamos ver si esto tiene alguna implicación más para ambas, o sólo ha sido un momento de diversión fruto de una experiencia traumática para ti…

— Ya… —contesté, adivinando cómo seguiría la conversación, por lo que decidí adelantarme—. Creo que tienes razón, debemos darnos un tiempo para reorganizar ideas…

No podía olvidar que Raquel no era cualquier mujer, un polvo sin más. Era la mejor amiga de Lucía, mi nueva mejor amiga, y no quería destruir eso.

Raquel se levantó y comenzó a vestirse, yo hice lo mismo. Nos miramos, y la capacidad de mi amiga para quitarle hierro a cualquier asunto, afloró de nuevo:

— ¡Pero qué buena estás! —dijo, dándome una palmada en el culo—. ¡Y lo mala que eres!.

Ambas nos arrancamos a reír mientras terminábamos de colocarnos la ropa.

Acordamos no volver a hablar hasta que ella volviese a la ciudad, para hacerlo cara a cara y sin tapujos, como las amigas que siempre habíamos sido.

— En quince días nos vemos, preciosa, y veremos si cogemos la opción “A”, “B” o “C” —dijo antes de despedirse.

— ¿Y qué opciones son esas?.

— A: Aquí no ha pasado nada; B: Bueno, ha estado bien y podríamos repetir alguna vez; C: ¿Cuántas veces nos correremos cada vez que estemos juntas?.

Una gran sonrisa se dibujó en su atractivo rostro haciéndome sonreír a mí también con su ocurrencia.

— Estoy segura —dije con total sinceridad—, que si eligiese ahora mismo, sería la opción “C”.

— Yo también elegiría la opción “C” ahora mismo, por eso debemos pensar hacia dónde nos puede llevar todo esto…

Dándome un suave beso en los labios se despidió de mí, dejándome solo con mis pensamientos.

¡Aquella había sido la experiencia más increíble de mi vida!. Me había acostado con mujeres, pero nunca lo había hecho siendo una de ellas, ¡y había sido alucinante!. El hecho de ser yo mismo una mujer, lo transformaba todo en un acto mucho más erótico y excitante, y las sensaciones y placeres que mi cuerpo femenino era capaz de experimentar y proporcionarme, eran sublimes. Sin duda, quería repetir aquello una y otra vez, por lo que la única opción de Raquel para mí, en aquel instante, era la “C”.

Pero ella tenía razón, el acostarnos juntas asiduamente, con un lazo de amistad entre ambas fraguado por los años, podría tener otras repercusiones… Si las cosas salieran mal, se destruiría esa amistad que me iba a ser tan necesaria en mi nueva vida, en la que me encontraba solo sin poder compartir con nadie mis verdaderos sentimientos.

«El camino del medio será mi opción», pensé. «Raquel me gusta, y me encantaría volver a tener sexo con ella, aunque sin más complicaciones que algo esporádico. Le propondré la opción “B” que me permitirá experimentar con otras mujeres».

Y esa perspectiva me entusiasmó.

— ¡Resulta que voy a ser lesbiana! —dije en voz alta.

¡Qué equivocado estaba!, y no tardaría en descubrirlo.

 

3

Comencé mi primer día de trabajo como Lucía levantándome a las seis y media de la mañana y siguiendo todas las rutinas que ella habría seguido. El tema del vestuario fue sencillo, pues uno de los armarios de mi vestidor estaba exclusivamente dedicado a los trajes para el trabajo. Elegí uno negro, de tejido veraniego, formado por una falda que se ajustaba perfectamente a mis caderas y muslos para cubrir hasta las rodillas, una chaqueta entallada y una blusa blanca. Para completar, unos zapatos negros, abiertos, terminados en punta y, por supuesto, con un tacón fino de casi diez centímetros. Al verme en los espejos, estos me devolvieron la imagen de una auténtica ejecutiva, un bellezón que provocaría los suspiros de sus subordinados.

El asunto del maquillaje me resultó mucho más sencillo de lo que habría esperado. Lucía apenas se maquillaba, no le hacía falta. Con un simple toque de color rojizo-terroso en mis mejillas y una pasada de pintalabios a juego, estaba lista para dar mi mejor cara.

No fui a trabajar en trasporte público, como siempre había hecho siendo Antonio, sino que cogí el coche de Lucía, un Mini Cooper prácticamente nuevo, de color crema, que podría aparcar en la plaza de garaje reservada para mí en el edificio de la empresa.

Confieso que estaba tan nervioso como el día que un chico recién licenciado, llamado Antonio, comenzó a trabajar en la empresa tres años atrás. Era como empezar en un nuevo puesto, aunque partía con la  gran ventaja de atesorar en mis recuerdos toda la experiencia de mi predecesora.

Una pequeña parte de estos nervios se esfumó ante el saludo del guarda del parking.

— Buenos días, señorita Lucía —me dijo con una amplia sonrisa—, me alegro mucho de su regreso.

Todo el mundo me reconocería como Lucía, la Subdirectora de Operaciones de la empresa, y no tendría nada por lo que preocuparme salvo por hacer mi trabajo.

— Buenos días… —busqué el nombre del guarda entre los recuerdos de Lucía, pero este no apareció, ¡no lo sabía!— …Manuel —dije finalmente, leyendo el nombre en su placa del pecho y devolviéndole una cálida sonrisa—. Muchas gracias, yo también me alegro de regresar

Su rostro se iluminó al escuchar su nombre en mis labios y deleitarse con mi sonrisa. La antigua Lucía habría devuelto el saludo con frialdad, sin más. Sospeché que aquel hombre tendría alguna fantasía conmigo aquel día.

Tomé el ascensor, y en lugar de marcar la primera planta, como siempre había hecho, marqué la última, la reservada a los cargos más altos de la empresa. El último piso del edificio estaba dividido, únicamente, en siete despachos independientes, un cuarto de baño y una sala de reuniones. Todas las puertas estaban cerradas y el silencio era absoluto, parecía que era la primera en llegar esa mañana. Avancé por el pasillo para llegar a mi despacho, dejando atrás a la izquierda los tres despachos de los Jefes de Sección que estaban bajo mi responsabilidad, y a la derecha, el cuarto de baño y los despachos correspondientes al Secretario de Recursos Humanos y el de su homólogo Financiero. Mi despacho estaba frente al del Subdirector Financiero y de Recursos Humanos, y contiguo al de Gerardo, el Director General. El último despacho correspondía al Presidente de la empresa, aunque rara vez lo ocupaba.

Como Antonio, sólo había estado dos veces en el despacho de Lucía. Una con mi jefe directo, y otra yo solo, ambas para preparar la reunión que acabó en accidente. Sonreí al recordar lo nervioso que había estado en la primera reunión, y lo excitado que había estado en la segunda, yo solo en aquel despacho con aquella mujer tan sexy, sin poder evitar que una y otra vez acudieran a mi mente situaciones de película porno.

La decoración era bastante minimalista, a Lucía no le gustaban las distracciones en el trabajo, por lo que a parte de los elementos típicos de un despacho para el trabajo del día a día, la única decoración consistía en una planta, una foto de sus sobrinos sobre la mesa, y los títulos y reconocimientos obtenidos enmarcados y colgados en una pared.

Dejé el maletín sobre el escritorio, aunque antes de sentarme corroboré que Gerardo no se encontraba en el despacho de al lado. Encendí el ordenador, y comencé con la lectura de correos atrasados. Poco a poco fueron llegando el resto de inquilinos de la planta, quienes al ver luz a través de la puerta de mi despacho fueron pasando por este a saludarme como un goteo que no me dejó hacer nada en media hora. Todos me dieron dos besos y expresaron cuánto se alegraban de verme allí y entera, pero aunque yo les traté con la calidez y cercanía habitual en mí, noté que ellos conservaban la prudente cordialidad y distancia que siempre habían mantenido con la antigua Lucía. Para ella, los sentimientos y vida propia de aquellas personas no tenían ningún interés, tan sólo eran compañeros de trabajo o subordinados a los que no conocía más allá de lo estrictamente profesional. Yo debía cambiar aquello.

A las nueve llegó Gerardo, mi jefe y el de todos.

— ¡Hola, preciosa! —dijo, entrando en mi despacho y cerrando la puerta tras de sí.

— Hola, Gerardo —respondí, poniéndome en pie para rodear la mesa.

— Estás tan fabulosa como siempre —añadió, mirándome de arriba abajo sin pudor alguno—. ¡Cuánto me alegro de verte aquí de nuevo!.

Se acercó a mí, y en lugar de darme dos tímidos besos y apartarse como el resto había hecho, sus besos fueron cálidos en mis mejillas y sus brazos me estrecharon contra su pecho. A pesar de ser un hombre en plena cincuentena, se mantenía fuerte, y aunque gracias a los tacones yo era más alta que él, por primera vez desde que era Lucía, tuve la percepción de diferencia de peso, volumen, fuerza y delicadeza de mi cuerpo con respecto al de Antonio. Me sentí atrapada entre sus brazos, sin escapatoria posible, con su cuerpo pegado al mío envolviéndome. La incomodidad de tan íntimo abrazo se acrecentó cuando percibí cuánto se alegraba realmente de verme de nuevo. Sentí en mi entrepierna cómo algo duro se apretaba contra ella. ¡Gerardo se estaba empalmando!, ¡por Dios!.

Tras unos instantes en los que su erección era tan patente que presionaba mi pubis, Gerardo, fue plenamente consciente de la situación, y liberó su abrazo permitiéndome dar medio paso atrás pero manteniéndome sujeta por los hombros. Sentí rubor en las mejillas, aquella era la situación más embarazosa en la que me había encontrado en mi vida. Me sentía avergonzado. Mi mente heterosexual masculina trataba de asquearse al haber sentido la erección de un hombre, pero mi cuerpo femenino enviaba unas señales bien distintas a mi cerebro: me había gustado y me había excitado. Incluso podía sentir cómo el tanguita que me había puesto ese día se humedecía. Estaba terriblemente confuso, completamente paralizado.

Vi el brillo en los ojos de aquel hombre, me deseaba con todas sus fuerzas, y no pudo reprimir el impulso de intentar besarme. Volví a la realidad cuando vi su rostro acercándose al mío. Sin ser consciente de ello, unos reflejos como los que la antigua  Lucía habría tenido, me salvaron de tan terrible trance. Fui más rápida que él, y justo antes de que sus labios contactaran con los míos, mi rostro giró de tal modo que pasó de largo para darme un simple beso en la mejilla, y tras eso, mi cuerpo me sorprendió con un suave movimiento felino que hizo que Gerardo soltase sus manos atenazando mis hombros sin sentir brusquedad en ello.

— Gracias, Gerardo, por hacerme sentir tan querida aquí —le dije para aliviar la tensión—. Tenía ganas de reincorporarme al trabajo y dejar la mala experiencia atrás. Yo también me alegro mucho de verte… «Tira y afloja, tira y afloja, lo que Lucía llevaba haciendo durante siete años con maestría».

El jefe esbozó una sonrisa de oreja a oreja. Había conseguido que no se sintiera totalmente rechazado, y disimuladamente vi cómo el incipiente bulto de su entrepierna iba desapareciendo para volver todo a la normalidad. No pude evitar que la visión de aquel paquete me produjese cierto cosquilleo en mi interior… Pero pareció que conseguí mi objetivo, la tensión sexual entre ambos se disipó.

— Bueno —dijo él—. Como ya te escribí por mail, tómatelo con calma. Que hoy sólo sea una toma de contacto con el trabajo, no te estreses… Si quieres, luego podemos comer juntos, charlar, tomar una copa… — inconscientemente, volvía al ataque.

— Muchas gracias por el ofrecimiento —respondí—, me encantaría comer contigo, pero a la salida tengo que ir a ver a alguien, y seguramente pase antes por casa para comer algo rápido.

No era mentira, pues esa mañana me había levantado con el firme propósito de ir al hospital.

— Claro, claro, es viernes e imaginaba que ya tendrías tus planes. Ya tomaremos algo juntos otro día.

«Lo que tú quieres tomar es a mí», pensé.

— Por supuesto —le dije a él—, y hoy seguro que tus niñas se alegran de que vayas a comer con ellas.

«Tira y afloja, tira y afloja…»

Asintiendo con la cabeza, con otra sonrisa en los labios, Gerardo se despidió para encerrarse en su despacho.

Suspiré aliviado cuando oí la puerta de su despacho, y me sentí satisfecho de mí mismo por cómo había manejado la situación, pero recordé cómo me había excitado al sentir su polla dura contra mí, y ese recuerdo hizo que volviese a sentirme excitada notando mis pezones erizados contra la suave tela del sujetador.

«¿Pero qué coño me pasa?» me pregunté mentalmente. «¡Me ha excitado un tío!».

«Pues eso, querida», me respondí, «que ahora tienes coño y te excitan las pollas duras».

No podía creerlo, no podía ser, yo seguía siendo yo mismo, y me gustaban las mujeres. Mujeres como Raquel, mujeres como yo misma, porque ahora era una mujer…

«¡Dios!», exclamé por dentro, «¡me voy a volver loco!».

Respiré profundamente e intenté calmarme. Me senté en la silla y traté de controlar el ataque de pánico que me estaba entrando. Poco a poco recobré la calma, algo por lo que siempre me había caracterizado, y desterré de mi mente cualquier preocupación sobre el asunto recordando el sexo del día anterior con Raquel. Miré la pantalla del ordenador, y viendo la cantidad de correos que aún tenía que revisar y contestar, conseguí que todo volviera a su cauce.

Pasé prácticamente toda la mañana encerrado en mi despacho, recibiendo y enviando mails, hasta que a la una de la tarde convoqué una reunión con los Jefes de Sección para que me pusieran al día, de primera mano, sobre las novedades de la semana de cara a empezar la siguiente.

Nos metimos los cuatro en la sala de reuniones, que aunque era demasiado grande para sólo cuatro personas, nos permitía estar más cómodos que en mi despacho, cada uno con su propio ordenador portátil y papeles. Yo me senté a un lado de la mesa, y ellos tres al otro. Por un momento me sentí como si estuviese ante un tribunal de examen, con la gran diferencia de que la examinadora, en este caso, era yo.

Era la única mujer en la sala, la única mujer de los altos cargos, y también la más joven. Rafael y Julio tendrían alrededor de sesenta años, y Andrés, recién pasados los cincuenta. Traté de hacer la reunión lo más informal posible, mostrándome dialogante y cercana a ellos, lo que rápidamente notaron. Poco a poco, la tensión que solía haber en las reuniones con su jefa se fue disipando, y la charla y el ambiente fueron distendidos, permitiendo incluso algún chiste que ninguno de ellos habría hecho con la antigua Lucía.

Me sentí muy satisfecho conmigo mismo, estaba interpretando mi papel a la perfección, de tal modo que mis subordinados seguían viendo a Lucía, su jefa, pero no como un ser estratosférico con el que no se pudiera dialogar, sino como una persona renovada, más amigable y cercana.

Me sentí tan cómodo, que cuando ya habíamos acabado lo estrictamente profesional, y sólo charlábamos, me levanté de la mesa para quitarme la chaqueta, porque a pesar del aire acondicionado, el calor del mes de Julio era patente en la sala. Al haber bajado la guardia que habitualmente mantenían con Lucía, percibí cómo los tres hombres se me quedaban mirando embobados, y eso me gustó. Sumándolo a las reacciones del guarda del parking y de Gerardo, fui plenamente consciente del gran poder que tenía sobre los hombres con mi nueva apariencia. Ante aquellos tres allí reunidos se presentaba una belleza de treinta años de edad, de larga melena azabache, ojos de un intenso color azul claro enmarcados con largas pestañas negras, labios carnosos, coloreados y muy sensuales; con un cuerpo voluptuoso en todas sus formas: generosos y redondeados pechos, estilizada cintura, anchas caderas, culito redondo y firme, largas piernas de tersos muslos… Ataviada con una entallada y ajustada camisa blanca que envolvía mis curvas como un guante, una falda negra pegada a mis piernas hasta casi las rodillas, y unos exquisitos zapatos de tacón… Entendí perfectamente sus miradas, y un nuevo sentimiento floreció en mí: me sentí coqueta.

Con la excusa de colgar la chaqueta en el perchero que había junto a la ventana tras de mí, me giré con elegancia exponiendo mi culo a sus atentas miradas. Me entretuve unos instantes, haciendo como que buscaba algo en un bolsillo de la chaqueta, y viendo a través del tenue reflejo en la ventana, cómo aquellos tres hombres devoraban mi culo con sus miradas e intercambiaban sonrisas cómplices entre ellos. Aquello me resultó divertido, me hizo sentir bien alimentando ese nuevo sentimiento de coquetería, y me entraron ganas de jugar explorando mi sensualidad. Me di cuenta que al vestirme por la mañana me había abrochado todos los botones de la camisa, como habría hecho siendo un hombre, pero ya no lo era, y tenía mucho que lucir. Disimuladamente, desabroché los dos botones superiores, abriendo un buen escote hasta la línea del sujetador y me giré con una leve sacudida de mi melena.

— ¡Qué calor! —dije con naturalidad.

Los tres hombres sonrieron, y percibí cómo sus miradas se dirigían a mi cuello y escote para apartarlas rápidamente, lo cual a mí también me hizo sonreír.

Me senté, y proseguí con la conversación, interesándome por las anécdotas que distendidamente contaban mis subordinados. Me sentí a gusto, y conocí un poco más la forma de pensar de aquellos tres. Sin duda, la postura defensiva que siempre habían mantenido frente a su jefa, había cambiado. Sin darse cuenta, para ellos, durante ese tiempo había abandonado mi rol de jefa para únicamente representar el de una mujer atractiva a la que trataban de agradar y hacer reír.

Me dejé llevar por la coquetería, me sentí más juguetona, y alimenté sus miradas reclinándome hacia delante para prestarles toda mi atención, situando mis brazos sobre la mesa y mis pechos sobre ellos. De este modo, les proporcioné unas privilegiadas vistas de mi escote, con mis grandes pechos alzándose apretados por la presión de mi cuerpo, mostrando una buena parte de su esplendor a través de la camisa abierta.

Por mucho que trataran de evitarlo, vi claramente cómo las miradas de mis interlocutores bajaban continuamente de mis ojos a mis pechos, para volver a subir como si rebotaran en ellos y volver a bajar inevitablemente. Se estaban dando un festín, y yo me estaba divirtiendo de lo lindo al sentirme tan irresistible.

De forma distraída, cogí uno de mis bolígrafos, y tras jugar con él unos instantes entre los dedos, me llevé uno de los extremos hacia mi boca. Lo apoyé sobre el labio inferior, y lo recorrí acariciándolo, entreabriendo un poco la boca para introducir en ella la punta y sujetarla con los dientes.

Ninguno de aquellos tres hombres se perdió un solo detalle de mi gesto, y por el brillo de sus ojos supe que tenían las pollas como estacas por mí, y que esa tarde—noche habría tres esposas muy satisfechas cuando sus maridos las follasen con ganas pensando en mí. Aquella idea me excitaba humedeciendo mi tanguita y poniéndome los pezones duros para marcarse ligeramente a través del sujetador y la camisa, lo cual pondría aún más duras aquellas tres pollas, tan duras como para empalarme por todos mis agujeros… y cómo me ponía eso…

«¡Joder!», exclamé mentalmente mientras me echaba hacia atrás, «¡Estoy pensando en pollas duras…!, ¡y me estoy excitando!».

El estado de embriaguez de hormonas femeninas al que había sucumbido se disipó repentinamente. Miré el reloj, eran casi las tres de la tarde, hora de salida, así que me dio la excusa perfecta para dar por terminada la reunión y quedarme solo.

Ocultando mi batalla interna, recogí mis cosas y me despedí de los tres Jefes de Sección. Ninguno pudo levantarse de la mesa como gesto de cortesía, los tres se hicieron los remolones recogiendo los papeles para evitar que comprobase las erecciones que sabía que había provocado.

Ya ni siquiera pasé por el despacho, directamente me fui a buscar el coche. Necesitaba conducir y que el aire frío del climatizador me diese en la cara.

De camino a casa, alejé de mi mente cualquier pensamiento relacionado con el sexo, y me centré exclusivamente en lo realmente importante, mi propósito para esa tarde y que hasta ese momento había evitado: ir al hospital a “verme”.

Pasé por casa, y tras comer la ensalada que mi asistenta me había preparado, y un trozo de chocolate al que no pude renunciar al verlo en un armarito, me di una rápida pero relajante ducha de agua fría para dejar atrás todo lo acontecido esa mañana, y afrontar el trance que se me presentaba con fuerzas renovadas.

Por mucho que tratara de negarlo, la feminidad se estaba apoderando de mí, y me sentí reconfortada al entrar en el vestidor y estrenar uno de los vestidos que dos días atrás me había comprado con mi hermana. Elegí el que era un poco más largo, sin escote, como si inconscientemente mi mente se negase a repetir el juego de provocación que había iniciado en la sala de reuniones, aunque dejando la puerta abierta a la sensualidad, siendo ajustado a cada una de mis bellas formas como una segunda piel, pero con la elegancia de la insinuación en lugar de la provocación directa.

Ya en el hospital, consulté en recepción la planta y habitación en la que Antonio Sánchez Castilla se encontraba y, respirando profundamente, fui al encuentro de mi antiguo yo. Caminando por el pasillo de la décima planta, a escasos metros de la habitación indicada, el corazón me dio un vuelco cuando la puerta se abrió y por ella salieron mis padres. «¡Mis padres!».

En mi afán por aceptar mi cambio de identidad y afrontar mi nueva vida, prácticamente les había desterrado de mis pensamientos para evitar el dolor y la tristeza. Y ahí me los encontré. Pasaron a mi lado sin reconocerme, y vi la tristeza en sus rostros. Me quedé paralizado, observando cómo se alejaban de mí sin saber que aquella mujer del pasillo era su hijo atrapado en un cuerpo y una vida que no eran suyos… y las lágrimas se me saltaron de los ojos. Lloré desconsoladamente, cuanto no había llorado hasta entonces, y toda persona que por allí pasó pudo ver a una mujer rota por la pérdida de un ser querido. Y así era, puesto que yo había perdido a dos: mis padres. Tuve que ir al baño, y allí terminé de desahogarme, soltando hasta la última lágrima hasta entonces reprimida. Cuando el dolor volvió a hacerse soportable, y pude recomponerme frente al espejo, volví a dirigirme hacia mi objetivo.

La habitación estaba libre, salvo por el cuerpo que yacía reposando en la cama, conectado a los aparatos que lo mantenían con vida. Ahí estaba mi verdadero cuerpo, plácidamente dormido, una carcasa vacía… La contemplación de mí mismo desde esa perspectiva, fue aún más surrealista que cuando descubrí que me había convertido en Lucía. Me sentí mareado y tuve que sentarme.

Durante una hora, me dediqué únicamente a refrescar en mi memoria aquellos rasgos que antes veía cada mañana en el espejo y que, en ese momento, me resultaban familiares pero ajenos. Hasta que una idea que ya había tenido en otro momento, acudió a mí:

— Lucía —le dije en voz alta a aquel joven dormido—, ¿estás ahí?, ¿puedes oírme?.

Por supuesto, no obtuve respuesta alguna, ni tan siquiera un indicio que alentase una mínima esperanza. Volví a hablarle:

— Lucía, ¿estás ahí dentro?. Soy… Antonio. Si es así, despierta, por favor…

Sólo el sonido de las máquinas de soporte vital interrumpían el silencio.

— Tras el accidente me desperté dentro de tu cuerpo… Siendo tú…

Seguí sin obtener respuesta o un atisbo de reacción, pero el hecho de confesar en voz alta lo que me había ocurrido, fue un desahogo que alivió parte de la carga que llevaba dentro. Y seguí hablando, relatando como si aquel cuerpo pudiese escucharme, cuanto me había ocurrido desde que desperté en una habitación de ese mismo hospital, y aquello me hizo sentir mejor.

Salí del hospital y comencé a dar vueltas por la ciudad con el coche. En mi cabeza no podía dejar de pensar en cuanto había sucedido ese día: el trabajo, mi jefe, la reunión con los Jefes de Sección, ver a mis padres, encontrar mi verdadero cuerpo sumido en un profundo sueño… Demasiadas emociones para un solo día. No quería volver a casa y seguir pensando en todo aquello, así que, puesto que aún eran las siete de la tarde y era viernes, decidí aparcar junto a un elegante pub cuya fachada me llamó la atención. Tomaría una cerveza para aplacar la sed y el calor, y me distraería observando a la clientela.

A esas horas no había mucha gente, así que pude elegir sentarme en una mesa que me permitía observar todo el local. Al momento, un camarero que aparentaba treinta y pocos años, se acercó para tomarme nota:

— Buenas tardes, señorita —dijo con una cautivadora sonrisa —, ¿qué desea tomar?.

Le observé de la cabeza a los pies, tenía buena planta, lo suficientemente buena para que mis hormonas femeninas se me dispararan gritándome que me gustaba lo que veía. Traté de rechazar su llamada.

Sonreí al camarero, y aunque mi idea inicial era la de tomarme una cerveza, de pronto cambié de opinión, me apetecía algo más fuerte, y sobre todo más dulce:

— Un ron añejo con cola, por favor.

El hombre volvió a sonreírme, estaba claro que a él también le gustaba lo que veía, y asintiendo con la cabeza se dirigió a la barra. Mientras preparaba la copa, no me quitó el ojo de encima, así que para no alentarle, me hice la distraída jugueteando con el móvil. Me trajo la copa y un pequeño cuenco con gominolas que dejó sobre la mesa.

— Cortesía de la casa —dijo, guiñándome un ojo.

— Gracias —contesté, buscando la cartera en el bolso—, y me cobras, por favor —añadí, dándole un billete. No tenía intención de hacer más que una consumición.

El camarero recogió el billete y percibí en él que había adivinado mi intención de marcharme pronto, por lo que se mostró algo contrariado. Al traerme la vuelta, no pudo reprimir su impulso de volver a hablarme:

— Gracias, preciosa —dijo esta vez con un cálido tono de voz y perdiendo totalmente la formalidad que debía mantener con una clienta—. Si deseas algo más, aquí me tienes para servirte…

Sin duda, no se refería únicamente a servirme una bebida.

— Está bien, gracias —le contesté sin apartar la vista de la pantalla de mi móvil.

Yo nunca habría sido tan cortante, habría contestado con la misma familiaridad que él había utilizado, pero realmente mis hormonas femeninas estaban en pie de guerra, y me estaba costando un mundo sobreponerme a ellas para negar que aquel hombre me atraía.

El primer trago de la copa me resultó de lo más refrescante, estaba muerto de sed, y el dulce sabor del ron envejecido con la cola hizo las delicias de mi paladar. Antonio nunca habría pedido ese combinado, se habría tomado una cerveza, o un whisky con cola en el caso de querer algo más fuerte, pero yo ya no era Antonio, era Lucía, y estaba descubriendo que lo que me había ocurrido conllevaba cambios más profundos que lo meramente físico.

Se estaba a gusto en aquel pub, había poca gente y la música ambiental era bastante agradable, así que dando sorbos de la copa, saqué cualquier preocupación de mis pensamientos observando a la clientela mientras buscaba en eBay artículos para darme algún capricho, ya que mi nuevo sueldo me lo permitía con holgura.

Estaba tan sediento, que apuré la bebida casi sin darme cuenta, así que le hice un gesto al camarero, al cual se le iluminó el rostro cuando entendió que quería otra consumición. Me puso la copa con una amplia sonrisa, y con su cálido tono de voz me dijo:

— A esta te invito yo.

— Gracias —le dije, devolviéndole la sonrisa. El alcohol había conseguido relajarme y no veía la necesidad de mostrarme antipática—, pero no es necesario…

— Gracias a ti por alegrarme la tarde. Ya sabes, para lo que necesites… —añadió guiñándome el ojo y haciéndome sentir un cosquilleo interno.

La segunda copa me duró algo más, y entre trago y trago compré en eBay algunas chucherías que se me antojaron aunque luego resultaran inútiles. Cuando terminé la copa, consulté el reloj, y vi que ya era hora de marcharse, así que me levanté sintiéndome mareada. «¡Uf!», los efectos de la bebida eran más patentes de lo que habría imaginado. Estaba claro que mi tolerancia al alcohol se había visto muy mermada al convertirme en Lucía, y no sólo me había afectado al equilibrio, sino que sentía esa sensación de euforia y bienestar propia de un principio de borrachera que me envalentonó para acercarme a la barra, y decirle unas últimas palabras a aquel atractivo camarero que me observaba con atención. Manteniendo con dificultad el equilibrio sobre los tacones, traté de caminar con toda la elegancia de la que fui capaz, y pensé: «Estos zapatos son preciosos, y estoy divina con ellos, pero van a conseguir que me mate. Si una semana atrás me hubiesen dicho que yo era capaz de tener un pensamiento así, habría matado a quien lo hubiera dicho».

Con pasos algo más vacilantes de lo que me habría gustado, llegué hasta la barra acercándome a aquel que me sonreía ampliamente. Estaba saboreando el que fuese hacia él, disfrutando de cada uno de mis pasos mientras sus ojos marrones seguían el contoneo de mis caderas. Puse el bolso sobre la barra, y rebuscando en él, saqué la llave del coche y la cartera.

— Déjame que te pague la ssssegunda copa —dije denotando en mi habla los efectos del alcohol—, no me conocesssh de nada…

El camarero me miró fijamente, y puso una mano sobre la mía para evitar que abriese la cartera. El contacto me produjo un cosquilleo.

— Ha sido una invitación personal, preciosa —dijo.

Y, mirando la llave del coche, con su cálido tono de voz añadió:

— ¿No pensarás coger el coche ahora, verdad?.

No supe contestar, realmente estaba mareado y me costaba enlazar pensamientos.

— Deberías esperar un rato a que se te bajen las copas —prosiguió—. Yo puedo salir ahora mismo y quedarme contigo hasta que estés preparada para conducir.

— Gracias —contesté, sintiendo cómo el cosquilleo de mi interior se acrecentaba.

En aquel momento, mi juicio estaba tan nublado, que cualquier palabra amable era bien recibida. Estaba realmente borracha, y no sólo de alcohol…

Una nueva sonrisa, esta vez de satisfacción, se dibujó en su atractivo rostro. Intercambió unas palabras con un compañero, que me miró de arriba abajo resoplando, y salió de la barra para cogerme de un brazo e invitarme a salir.

— Vivo aquí al lado —me dijo cuando salimos al calor de la calle—. Tengo aire acondicionado y, si quieres, te invito a un café para que te ayude a despejarte.

Aquello me pareció una buena idea. En otro momento me habría opuesto diametralmente a aquella proposición. Habría pedido un taxi y me habría marchado. Pero me costaba razonar, y en mi interior deseaba quedarme con ese hombre, me sentía irremediablemente atraída hacia él y no podía resistirme a ese sentimiento.

Realmente vivía en el portal de al lado del pub en el que trabajaba, y antes de darme cuenta, ya estaba sentada en el sofá de su salón con un café con hielo entre mis manos. Me dijo su nombre, el cual olvidé casi al instante y, tras un breve titubeo, yo le dije que me llamaba Lucía. Charlamos de cosas triviales entre sorbo y sorbo de café bien cargado, y así descubrí que no era un simple camarero del pub, sino que realmente era el dueño y que había decidido servirme a mí personalmente.

Poco a poco mi embotado cerebro se fue despejando, pero no podía evitar que mis ojos le estudiasen con detenimiento. Me gustaba mucho lo que veía, y la sensación de cosquilleo de mi interior se había convertido en una profunda sensación de vacío que me obligaba a mantenerme en tensión. Él me observaba con fascinación, con sus brillantes ojos siguiendo cada línea de mi anatomía,  me deseaba desde que entré por la puerta de su local.

Por fin, me despejé lo suficiente para tener la fuerza de voluntad de acabar con esa situación, por lo que me puse en pie ante él y le dije:

— Ya me encuentro bien… y… tengo que marcharme…

Mi subconsciente me traicionó, y aquello sonó mucho más dubitativo de lo que yo hubiera querido expresar. Ante mi vacilación, en lugar de expresar decepción por mis palabras, su cara denotó cuánto le excitaba, devorándome con la mirada y relamiéndose como quien está ante un manjar, y eso hizo que la sensación de vacío de mi interior fuese aún más apremiante. Me excité, sentí humedad entre mis piernas, y los pezones se me pusieron tan duros que se marcaron por debajo del ajustado vestido que llevaba. Como un acto reflejo, mis manos fueron hacia mis muslos, tirando hacia abajo de la falda que, con un balanceo de caderas, estiré para que quedase perfecta delineando mi silueta.

Ese gesto inconsciente a él le animó aún más, y observé cómo en su entrepierna se marcaba un protuberante paquete que aceleró mi lubricación y provocó que el rubor subiese hasta mis mejillas. Se levantó, y poniendo sus manos sobre mis caderas, las recorrió hasta cogerme de la cintura. Aquella caricia me dejó sin aliento.

— No te vayas… —me susurró.

Sobreponiéndose a todas las señales de mi cuerpo, mi mente masculina hizo un último alarde por tomar el control de mis actos:

— El que me hayas invitado a una copa y un café no quiere decir que me vaya a abrir de piernas para ti —le dije, tratando de mantenerme firme.

— No —contestó él con su cautivadora sonrisa—. Pero el que no me hayas quitado el ojo de encima desde que entraste en el pub, sí —añadió acariciando eróticamente mi cintura.

Me quedé totalmente desarmado. En ese momento fui consciente de que tenía razón. A pesar de haber querido negarlo, y tratar de evitarlo, durante el tiempo que había pasado sentado en la mesa del pub, mis miradas habían ido una y otra vez hacia él. Sentí la boca seca, y humedecí mis labios instintivamente en un claro gesto que denotaba mi propia excitación, por lo que, de repente, sentí el contacto de sus masculinos labios en los míos y su lengua penetrando en mi boca a través de ellos. Un terremoto sacudió mi interior, entré en combustión y mi cuerpo se tensó como la cuerda de un violín. Aquellos labios apremiantes y esa lengua audaz sacudieron los pilares de mis convicciones y me volvieron loca de excitación. Me entregué a ese beso, enredando mi lengua con la suya, presionando mis jugosos labios contra los suyos, dejando que explorase mi boca mientras mis brazos rodeaban su cuello para que todo mi cuerpo se apretase contra el suyo.

Estaba duro, y su dureza me gustaba. Sentía su erección como una lanza presionándome el pubis, y eso me hacía vibrar. Sus manos se deslizaron por mi cintura y cogieron mi culo con fuerza, apretándome los glúteos y haciendo que su pértiga me punzase en la pelvis. Estaba tan excitada, que cualquier vestigio de masculinidad desapareció completamente de mí. Deseaba a ese hombre con todos mis sentidos, deseaba ver su cuerpo desnudo, oír su respiración excitada, inhalar su aroma, acariciar su dureza, saborear su piel…

El camarero invadió toda mi boca con su lengua, haciéndome sentir que lo quería dentro de mí. Recorrió mi cuerpo con sus grandes manos, acariciando la abertura del vestido en mi espalda, subiendo hasta mis poderosos pechos para presionarlos con las palmas de sus manos, con mis pezones restregándose contra la suave tela interior del sujetador. Me estaba derritiendo en sus manos, en ese momento era suya y yo quería que me poseyera.

Mis manos recorrieron su pecho y espalda, acariciando con las yemas de mis dedos sus formas. Agarré su culo con fuerza, como él había agarrado el mío, y empujé con mis caderas para que su abultadísima entrepierna se clavase contra mi vulva. Había pasado casi todo el día pensando en duros penes, y en ese momento tenía para mí una marmórea polla que anhelaba tocar e introducir dentro de mí.

Con una habilidad que me sorprendió, desabroché su pantalón haciéndolo caer mientras él se desembarazaba de los zapatos, e introduje mis manos por la cintura de su calzoncillo. «¡Oooohhhh!», ahí estaba el objeto de mi deseo. Con su lengua haciendo diabluras en mi boca, yo cogí aquella polla con mis suaves manos. La recorrí arriba y abajo, explorando su longitud, grosor y dureza, y me encantó. Había desterrado totalmente de mí a Antonio, era como si nunca hubiese sido él y nunca hubiese tenido mi propio órgano masculino. Ahora era Lucía, y estaba descubriendo cómo a Lucía le fascinaba tener un falo entre sus manos para acariciarlo.

El dueño del pub bajó sus manos de mis pechos y me subió la falda que tan coquetamente yo me había recolocado. Mi reacción fue inmediata: mis manos soltaron su verga y me sujeté de sus hombros para que una de mis piernas abrazase su cadera atrayendo su sexo hacia el mío. Mi tanguita humedeció su calzoncillo, y su glande me presionó a través de ambas prendas, estimulándome el clítoris y haciéndome jadear.

— Te estás abriendo de piernas para mí, preciosa —me susurró al oído.

— Ni siquiera me has quitado la ropa aún —le dije invitándole, borracha de lujuria.

Tiró de mi vestido hacia arriba y, dándolo la vuelta según lo subía por mi anatomía, me lo sacó por la cabeza. Sin esperar a que se desabrochase los botones, yo hice lo mismo con su camisa, quedándonos ambos en ropa interior.

— ¡Pero qué polvazo tienes, Lucía! —me dijo, comiéndome con la mirada.

— Y tú me lo vas a quitar…

La sensación de vacío en mi interior era tan apremiante, que era mi vagina quien hablaba en mi nombre. Necesitaba sentirme llena, quería tener esa polla dentro de mí, y la excitación y el deseo eran tan grandes que era lo único en lo que podía pensar.

— Date la vuelta. Quiero memorizar lo buena que estás y disfrutar ese culito prieto que me ha vuelto loco en cuanto ha entrado meneándose en el pub.

Su apelación a mi narcisismo dio justamente en la diana. Yo sabía perfectamente lo buena que estaba, tanto como para masturbarme con mi imagen en los espejos de mi vestidor, por lo que me sentí encantada de darme la vuelta para mostrarle la redondez de mi culito.

— Precioso —dijo—, el mejor culo que he tenido aquí.

— ¿Acaso los has tenido mejores en otro sitio? —le pregunté indignada.

— Puede ser… —contestó desabrochándome el sujetador—, pero nunca he tenido en mis manos unos melones tan ricos como estos —añadió cogiéndomelos desde atrás y apretándomelos con fuerza—. Tienes la mejores tetas que he visto y acariciado nunca.

La fuerza del masaje en mis pechos me hizo jadear, y sus palabras me hicieron suspirar para mojar aún más mi tanga. Apreté mi cuerpo al suyo, y sentí la longitud de su erección con mis nalgas, me cautivó sentir su excitación con esa parte de mi anatomía; quise más, y él también quería más. Se bajó el calzoncillo y sentí su duro órgano entre mis glúteos, piel con piel, y me encantó. Sus manos bajaron de mis pechos delineando mi silueta para colarse bajo la humedad de mi tanga, y acariciarme el chorreante coño.

—  Ummmm —gemí gustosa.

Acarició mi vulva, impregnándose de mis cálidos fluidos, masajeándome el clítoris mientras su glande trataba de abrirse paso entre mis nalgas y chocaba contra la tira del tanga. Me tenía tan excitada, que no dudé en ponerme completamente a su merced bajándome la ropa interior mientras él extendía mis jugos hacia mi suave entrada trasera. Empujó con la cabeza de aquella polla que yo tanto ansiaba tener dentro de mí, pero no con la suficiente fuerza como para vencer la natural resistencia de mi estrecho agujerito. Sólo estaba tanteando si yo aceptaría ser dada por el culo, calentándome más y más… Yo ya no podía soportar tanta excitación, necesitaba ser penetrada ya, fuese por donde fuese, así que me agaché para soltar las trabillas de mis zapatos y bajarme de los tacones, ofreciéndole mi culo en todo su esplendor.

— ¡Joder, métemela ya! —me sorprendí pidiéndole sin incorporarme.

— Definitivamente, sí es el mejor culo que he tenido nunca —contestó.

Y arremetió con fuerza con su ariete, haciéndome sentir cómo su glande se abría paso entre mis glúteos para incidir contra mi ano. «¡Iba a ser follada por el culo porque yo lo había pedido!». Pero, «¡oh, sorpresa!», mi ojal no estaba resuelto a dejarse vencer por tan grueso invasor, así que la lubricación aplicada en la zona hizo que la punta de la verga de aquel hombre se deslizase por toda la raja hasta que finalmente encontró una abertura ansiosa por devorarla, y esta fue la entrada de mi coño, que engulló el duro miembro hasta que la pelvis de aquel macho chocó contra mi culo.

— Aaaaaahhhmm —gemí satisfecha.

— Oooooohh —gimió él.

Desde que era Lucía, mi sexo sólo había sido explorado por mis propios dedos, los de Raquel y su experta lengua, y ninguno de ellos había profundizado hasta ese nivel. Era, justamente, la sensación que mi cuerpo había estado buscando desde que sintió la polla dura de mi jefe contra él, y era una auténtica gozada que ansiaba seguir experimentando.

El camarero me dio un par de envites más, deleitándome con la dureza de su lanza abriéndome por dentro. Pero a pesar de tenerme sujeta por las caderas, puesto que yo no tenía ningún otro punto de apoyo, no conseguía penetrarme con la profundidad que a ambos nos gustaría, así que manejándome como si fuese una muñeca, con una fuerza que me resultó aún más excitante, me sacó el falo y me tumbó sobre el sofá para rápidamente ponerse encima y, ahora sí, meterme su verga a fondo, cuanto nuestro cuerpos permitieron.

— ¡¡¡Aaaaaahh!!! —me hizo gritar.

Las sensaciones eran tan intensas, que no podía evitar emitir sonoras muestras de placer, los mismos sonidos que siempre me había excitado oír cuando era un hombre. No podía controlarlo, simplemente gemía de gusto.

Mi amante repitió su movimiento, retirándose para volver a clavármela a fondo, taladrándome el coño y golpeándome el clítoris con su pelvis, haciéndome ver las estrellas. Me aferré a su pétreo culo con las manos y apreté mis muslos contra sus caderas. Ahora que sabía lo que era ser follada por un hombre, quería experimentarlo con la máxima intensidad, que su virilidad se clavase tan dentro de mí que me hiciera sentir llena de ella.

Mirándome fijamente, aquel hombre siguió penetrándome una y otra vez con movimientos de cadera lentos pero firmes. Mi vagina envolvía su falo succionándolo como si quisiera tragárselo, con unas maravillosas y electrizantes contracciones que me hacían jadear y acompañar sus movimientos para que ese potente músculo alcanzase lo más profundo de mi ardiente gruta. El placer era incomparable, y la sensación de una pétrea polla abriéndome por dentro era indescriptible. Sus dedos se colaron en mi boca abierta, y los chupé con deleite saboreando en ellos el salado gusto de mi coñito mientras él seguía dándome empujones que consumían su leño en la hoguera de mi placer.

Mis manos recorrían su fuerte espalda atrayéndolo hacia mí para que su boca atrapase uno de mis bamboleantes pechos y succionase el erizado pezón para hacerme gritar de gusto. Estaba llegando al momento culminante, y la cabeza me daba vueltas, no ya por los efectos del alcohol, sino por las continuas embestidas de aquel macho follándome sin compasión.

El dueño del pub aceleró el ritmo, gruñendo con cada empellón, golpeando mi clítoris con su pelvis para que este vibrase con cada profunda penetración. Sacó los dedos de mi boca, soltó mi pecho, y clavando sus ojos en los míos me sujetó por los hombros para acelerar aún más el ritmo y volverme totalmente loca en un torbellino de gemidos mientras su verga latía dentro de mi licuado coñito.

Había fuego en sus ojos y, de pronto, apretó los dientes con una salvaje embestida de su cadera que me dejó sin aliento. Un gruñido animal escapó de entre sus dientes, y una abrasadora explosión inundó mis entrañas escaldándome por dentro. La violencia de su arremetida, la incrustación de su glande en las profundidades de mi vagina, el golpe seco en mi clítoris, y la ardiente sensación de su esperma derramándose dentro de mí, me hicieron llegar a la cúspide del placer. Me corrí con él, sintiendo que el mundo giraba a mi alrededor, descargando toda la tensión sexual acumulada durante el día, con mi cuerpo elevándose del sofá en un espasmo que hizo vibrar cada fibra de mi ser, y al decaer mi orgasmo y relajarme, me sentí una verdadera mujer.

Aquel que sin saberlo había dado la vuelta a todos mis prejuicios, salió de mí y se levantó para admirar mi cuerpo desnudo y sudoroso sobre el sofá. En su rostro se mostraba satisfacción, pero, aunque no lo verbalizó, en él pude leer que la satisfacción no era total. Sus ojos me revelaron que físicamente sí debía ser la mujer más atractiva que se había follado, pero el polvo que acababa de echarme no había sido, ni de lejos, el mejor de su vida.

Lo que en él percibí, me dejó una agridulce sensación. Aunque para mí la experiencia había sido increíble, sentía la necesidad de que para él también lo fuese. No por él, sino por mí, como satisfacción personal. En mi fuero interno reconocí que mi papel no había sido demasiado activo, simplemente me había dejado llevar por la situación, y esa no era mi forma de ser. Estaba segura de que aquel tipo pensaba: “Acabo de follarme a la típica tía buena, espectacular a la vista, pero sosa en la cama”.

— Necesito una ducha —dijo, confirmándome mis sospechas—, si ya estás bien para conducir y quieres marcharte, lo entenderé.

Sin más, me dejó allí y se fue al cuarto de baño. Yo no podía dejar así las cosas, acababa de descubrir lo que era ser follada por un hombre, y quería más, mucho más. Ese macho había despertado en mí a la hembra salvaje que llevaba dentro, y se lo iba a demostrar.

 

4

Allí estaba, en el salón de un hombre que había conseguido llevarme a su casa para destruir mi mente masculina follándome tal y como yo, inconscientemente, había buscado. Y ahora estaba dándose una ducha, seguro de que aquella mujer que acababa de beneficiarse, ya había conseguido lo que quería y se marcharía. Pero yo era esa mujer, y ahora que había descubierto cuánto me podía atraer un hombre y el placer que podía darme, estaba dispuesta a seguir descubriendo hasta dónde podía llegar siendo Lucía. Estaba sedienta de sexo, y aquel tipo iba a gozar de mi sed mucho más de lo que acababa de disfrutar con mi cuerpo dejándose llevar.

Cogí mi ajustado vestido, poniéndomelo de nuevo, aunque no me puse la ropa interior. Quería estar lo más sexy posible para que ese camarero que me había seducido deseara follarme más que cualquier otra cosa en el mundo. Fui al dormitorio, y frente a un espejo de pie, me calcé y terminé de colocarme la prenda para que se ajustase a mis femeninas formas como una segunda piel. Acondicioné mi melena y me observé. Estaba súper sexy con aquel ceñido vestido y altos tacones; mostrándome excitada con mis pezones erizados marcándose en la tela.

La ducha seguía sonando, se lo estaba tomando con calma, seguro de que yo ya no estaría allí. Dejé la ropa interior pulcramente doblada sobre una cómoda, donde vi un paquete de tabaco rubio, un mechero y un cenicero; me apeteció encenderme un cigarrillo. Me senté en los pies de la cama y, exhalando el humo suavemente a través de mis labios, esperé.

El sonido de la ducha cesó, y por fin apareció aquel que yo deseaba, desnudo, y con su piel aún húmeda.

— ¡Aún estás aquí! —exclamó, sorprendido—, pensé que ya habías tenido lo que habías ido a buscar cuando entraste en mi pub.

— ¿Te refieres a un polvo rápido?. Quiero más…—le dije con un tono de voz tan sugerente que a mí misma me sorprendió.     

El camarero se acercó a mí, y me embebí de su cuerpo desnudo recorriéndolo completamente con mis azules ojos. Estaba realmente bueno, por eso me había atraído tanto desde el primer instante. Era un auténtico moja—bragas acostumbrado a picar de flor en flor, justo lo que yo necesitaba para iniciarme en el sexo con hombres.

— No te importará que te haya cogido un cigarrillo, ¿verdad? —pregunté, soplando suavemente el humo hacia él.

— Joder, nena —me contestó—. ¡Estás súper sexy!. —añadió, observando con fascinación cómo el aromático humo salía como una fina columna blanca a través de mis rosados labios—. Haces que quiera volver a follarte… pero necesito algo más de tiempo para recuperarme….

Le sonreí. Sabía lo frustrante que podía ser el querer practicar sexo inmediatamente pero no estar aún físicamente preparado para ello. La edad se notaba en ese aspecto, y aunque yo, como Antonio, sólo había llegado hasta los veintiséis años, también había sentido en alguna ocasión sus efectos, por lo que entendía a la perfección la sensación de aquel hombre que ya había pasado los treinta y cinco.

Se acercó más a mí, y pude comprobar cómo, a escasos centímetros de mi cara, su pene colgaba inánime. Lo miré fascinada, como si nunca hubiese visto uno, a pesar de haber sido un hombre, y de conservar la imagen de varios de ellos entre los recuerdos de Lucía. Ante mis ojos de mujer, sus genitales se mostraban increíblemente atractivos, y no pude reprimir el que mi mano izquierda fuese a tocar sus testículos para acariciarlos.

Él sonrió, mostrándome que eso le gustaba. Sopesé sus pelotas en la palma de mi mano con delicadeza, mientras le daba una nueva calada a mi cigarrillo y las envolvía con el cálido humo. Subí y acaricié su flácido miembro con suavidad, recorriendo la rugosa piel con delicadeza.

— Eso puede ayudar —me dijo, mirándome desde las alturas.

Asentí, y seguí acariciando la longitud de ese pedazo de carne colgante, retirando la piel para ver su suave glande. Sentí el impulso de besarlo, y alzándolo con la mano posé mis labios sobre la delicada piel para darle un pequeño beso. El camarero emitió una breve risa y su pene reaccionó con un leve engrosamiento.

— Parece que esto despierta —le dije con una sonrisa.

— Si sigues así, te aseguro que hará más que despertar…

Di una nueva calada al cigarrillo, y eché el cálido humo sobre su miembro produciéndole un cosquilleo que aumentó su engrosamiento. La punta ya asomaba por sí sola a través del prepucio, y el tamaño había aumentado hasta dejar de estar completamente flácido. Lo sujeté por la base, poniendo la palma de mi mano sobre su pelvis y rodeando su principio de erección con los dedos pulgar e índice. Ahora que se estaba desperezando, me entraron ganas de comerme esa polla, de tenerla en mi boca y hacerla crecer hasta que me la llenase…

Había dejado atrás todos mis prejuicios de hombre, y ya había aceptado que ahora, como mujer, me gustaban los tíos y sus duras pollas. En ese momento, mi vida anterior me parecía un fugaz sueño, y entre los recuerdos de ese sueño, estaban los de alguna mujer practicándome una felación y el cómo me había gustado que me la hiciera. También tenía los recuerdos de Lucía, quien había practicado ese arte en algunas ocasiones, así que contaba con la doble experiencia para saber bien qué podría volver loco a ese hombre cuya verga tenía en mi mano. ¡Cómo me apetecía comerme esa polla!.

Volví a depositar un beso en la punta, más intenso que el anterior, y mi lengua salió de entre mis labios para acariciarla rodeando su contorno. Como respuesta, obtuve un leve gemido masculino y una elongación del miembro que descubrió completamente su cabeza. Aún no era capaz de alzarse por sí solo, así que lo levanté tirando de él con la mano y recorrí con la lengua su longitud hasta llegar a los huevos. Un suspiro me hizo saber que iba por buen camino.

Di una última calada al cigarrillo, y lo dejé en el cenicero para que terminase de consumirse solo. Para lo que a continuación iba a hacer, necesitaba que mis labios estuviesen húmedos y que sólo se concentrasen en el vicio que tenía delante.

Me relamí, cogí la polla colocando la punta sobre mi labio inferior y acerqué lentamente mi cabeza hacia el pubis del camarero para que su verga se deslizase entre mis labios penetrando en mi boca.

— Uuufffff —oí que el hombre suspiraba, mirando cómo su miembro iba desapareciendo engullido.

A pesar de no estar aún en todo su esplendor, aquel falo no cabía en toda su longitud dentro de mi cavidad bucal. Lo envolví, presionándolo entre la lengua y el paladar, sintiendo cómo su tamaño aumentaba dentro de mi boca, y eso me excitó; me excitó mucho más de lo que habría imaginado. Echándome hacia atrás, dejé que se deslizase lentamente por mi lengua y labios para salir de mi boca completamente recubierto de saliva. Al sacarlo, comprobé que ya se mantenía él solo a media altura, apuntando hacia mis labios. Ahora tenía un aspecto más apetecible, y deseaba volver a sentirlo crecer dentro de mi boca.

El dueño del pub aún seguía mirándome, disfrutando visualmente de cada uno de mis movimientos. Acaricié su pelvis, masajeé con suavidad sus testículos, y sujetándolo con la mano izquierda por la cadera, y con la derecha del pene, volví a colocar su glande en mis labios para succionarlo con ellos de tal forma que su polla penetrase de nuevo en mi boca. Oí un gruñido de macho complacido, y entre mi lengua y paladar sentí cómo su miembro aumentaba aún más de tamaño, engrosándose y poniéndose tan duro como el acero, lo cual hizo que mis pezones me doliesen de excitación y mi coñito mojase con cálido fluido la cara interna de mis muslos.

Sin dejar de succionar, recorrí la extensión de esa dura barra a la inversa, hasta que la punta se liberó de mis labios manteniéndose completamente erecta, y volví a contemplarla. Se mostraba erguida, orgullosa con su redonda cabeza de suave piel rosada, con el tronco grueso, surcado por algunas venas, y toda recubierta con mi saliva… No era la polla más grande que Antonio o Lucía habían visto, pero desde esa perspectiva que yo nunca antes había tenido, ante mis azules ojos, me pareció enorme, hermosa, apetitosa… y quise devorarla, engullirla completamente.

La gula y la excitación me hicieron descruzar mis piernas para poder agarrar a ese hombre de su bonito culo, y atraerlo aún más hacia mí con su verga abriéndose paso violentamente entre mis labios para que la punta chocase con mi garganta, provocándome una arcada que logré reprimir. Él gimió con fuerza y, poniéndome las manos sobre los hombros, echó la cabeza hacia atrás, apretó los glúteos y se entregó completamente a mi mamada. Desincrusté su glande de mi garganta y lo retiré hasta colocarlo a medio camino. Lo rodeé con la lengua varias veces, y junto al sabor de su piel y el del gel de ducha, percibí el salado y ligeramente amargo gusto de unas gotas preseminales. Me agradó aquel sabor, y me excitó aún más; ya tenía mojada la parte de la falda sobre la que estaba sentada. Succioné volviéndome a introducir la polla hasta casi tocar mi garganta, presionándola con la lengua y hundiendo los carrillos para que mis suaves labios la estrangularan cuanto pudieran, y así comencé a comérmela, metiéndola y sacándola de mi boca unos cuantos centímetros, los suficientes para que su redondo glande tocase mis labios para volver a introducirse.

Si la situación hubiera sido distinta, y yo aún fuera Antonio con Lucía chupándome así la polla, me habría corrido ya en su boca para llenársela de mi leche. Pero aquel tipo, aquel moja-bragas, tenía una gran resistencia, seguramente debida a su mayor edad y, sobre todo, a su amplia experiencia.

Seguí chupando, succionando terriblemente excitada, acariciando el frenillo con mi lengua, degustando su sabor y disfrutando de la experiencia, pero mi excitación ya era tal, que no me conformaba únicamente con tener su verga en mi boca, la necesitaba dentro de mi coño para saciar su hambre implacable. Me la saqué de la boca succionando violentamente, puesto que me costaba dejarla, pero la otra parte de mi anatomía la pedía derramando lágrimas por ella.

— Quiero follarte en condiciones —le dije al camarero—, eso es lo que he venido a buscar.

Me puse en pie, y haciéndole girar, le hice caer sobre la cama. Estaba completamente desnudo para mí, con la polla dura y embadurnada con mi saliva, pero yo estaba más mojada aún, y aunque estaba vestida con mi sexy vestido y calzada con mis divinos tacones, no perdí tiempo en deshacerme de ellos. Subiéndome un poco la falda, me coloqué a horcajadas sobre él, iba a mostrarle a la hembra salvaje que había despertado.

Subiendo sus manos por mis tersos muslos, el camarero me subió aún más la falda hasta descubrirme de cintura para abajo y poder ver que no había vuelto a ponerme el tanguita.

— Joooder, nena… —me dijo resoplando.

Agarré su mástil, apunté con él, y balanceando mis caderas situé la punta en la entrada de mi chorreante coño para ir bajando poco a poco. Mi cuerpo sabía perfectamente cómo hacerlo, y sentí cómo la punta de aquella lanza se abría paso entre mis pliegues, separando labios mayores y menores para penetrar suavemente en mi lubricada vagina, provocándome un maravilloso cosquilleo. Me fui autopenetrando con aquel maravilloso músculo que acababa de saborear, descubriendo el placer que cada milímetro introducido me proporcionaba, hasta que no pude soportar más la expectativa y terminé por dejarme caer empalándome.

— ¡¡¡Oooooohh!!! —gemí de pura satisfacción.

El falo se me clavó más profundamente de lo que había hecho durante el polvo anterior, por lo que el gustazo también fue mayor. El afortunado que me tenía empalada me agarró del culo desnudo, y lo apretó con fuerza obligándome a mover mis caderas hacia delante y nuevamente atrás, lo que acondicionó su polla en mi interior proporcionándome una placentera sensación, que se vio aumentada por el frotamiento del clítoris sobre su pubis. No necesitaba que aquel tipo me arrease como a una yegua apretándome el culo, era yo quien le montaba a él. Yo era la amazona y él mi satisfactoria montura, por lo que quien tenía el poder del placer de ambos era yo.

Apoyando mis manos sobre su fuerte pecho, seguí balanceando mis caderas de atrás hacia delante, incrustándome su pértiga con mi clítoris restregándose en su pubis para transmitirme deliciosas descargas eléctricas que me incitaban a continuar con la suave cabalgada. Él acarició la redondez de mi culo y subió sus manos sujetándome por la cintura, mientras las contracciones de mi vagina masajeaban su miembro. Mis pechos, a pesar de estar retenidos por el ceñido vestido, se movían al ritmo de mis caderas, en un baile que tenía hipnotizado a mi amante, y que me proporcionaba un agradable roce de mis estimulados pezones con la tela. Sus manos subieron para atrapar aquellas dos exuberancias cuyos pitones le señalaban. No podían abarcarlas en su totalidad, pero me las apretó de tal manera que el placer y el dolor se mezclaron haciéndome gemir: “Aaauuuuumm…”

Prolongué las idas y venidas de mis caderas, permitiendo que su polla hiciese más recorrido en mi interior entrando y saliendo, estimulando con su gruesa cabeza las paredes que lo envolvían, dándome tal placer, que inconscientemente me mordía el labio reprimiendo los gemidos.

Sus manos abandonaron mis pechos, quería liberarlos y disfrutar de la vista de mi cuerpo desnudo, por lo que bajaron hasta mis caderas y tiraron del vestido hacia arriba tratando de sacármelo, pero tal y como yo estaba, no pudo más que dejármelo recogido por encima de la cintura, así que decidí ayudarle. Me incorporé, y al hacerlo su estaca se me clavó con tal profundidad que los dos gemimos al unísono. ¡Cómo me gustó aquello!. Ahora sí que tenía toda su polla dentro de mí, sintiendo sus huevos en mi vulva, con mi culito sobre sus muslos; completamente abierta de piernas, pero cómodamente sentada y exquisitamente empalada.

Con los ojos incendiados de deseo y lujuria, mi macho observó cómo yo terminaba de subir la ajustada prenda como quien se quita un guante de látex, para sacármela por la cabeza y así liberar mis pechos. Con sus manos sobre mis muslos, el camarero me observó disfrutando del esplendor de mi cuerpo desnudo.

— ¡Qué tetazas tienes! —expresó, devorándomelas con la mirada.

— ¿Te refieres a esto? —le pregunté, cogiéndolas con mis manos, elevándolas y apretándolas con un autocomplaciente masaje.

— Joooodeeeeeerrrr… —obtuve como respuesta.

Sentí su polla latir dentro de mí, y elevó su cadera taladrándome tan profundamente, que aquella sensación me provocó un pequeño orgasmo. Aunque muy placentero, ese orgasmo fue de mucha menor intensidad que aquellos que hasta el momento había tenido, de tal modo que me hizo morderme el labio inferior y apretarme los senos con un gemido: “Mmmmmm…”, pero me dejó con ganas de llegar aún más lejos. Por suerte, aquel tío sólo había tenido una preeyaculación; estaba a punto de correrse, pero aún podía aguantarme un poco más.

— ¡Qué pedazo de cabrón! —pensé en el declive del miniorgasmo—. A cuantas tías se habrá follado… Pero ninguna como yo… Se va a enterar…

Solté mis pechos y me agarré a sus manos que atenazaban mis muslos; me levanté hasta dejar únicamente dentro de mí su glande, casi a punto de salirse. Tras comprobar orgullosa la cara de sorpresa y expectación de mi montura, me dejé caer de golpe, ensartándome con su lanza hasta que los huesos de nuestras pelvis chocaron.

— ¡Aaaaaahh! —gritamos al unísono.

Aquella maniobra había sido tan salvajemente placentera, que la repetí deleitándome con la sublime sensación de ese potente músculo abriéndose paso violentamente por mi vagina y latiendo dentro de mí. Mi semental apretó los dientes, con un gruñido me hizo saber que aquello iba a acabar con él, y yo quería domarle corriéndome con él.

Me elevé, y me dejé caer; subí y bajé; arriba y abajo, deslizándome por su falo repetidas veces, cada vez más rápido, sintiendo cómo mis grandes pechos botaban con cada ensarte. Me volví loca en una frenética cabalgada de lujuriosos saltos que hizo que mi espalda se arquease y mis manos se soltasen, obligándome a apoyarlas sobre las piernas estiradas de aquel hombre para no caerme de espaldas cada vez que me elevaba antes de dejarme caer tragándome la polla de mi montura con el coño.

Cada profunda penetración era un corto y seco grito por mi parte, y un gruñido por la suya. En cada subida, mi vagina succionaba aquel falo queriendo devorarlo de nuevo; en cada bajada, lo engullía estrangulándolo con sus potentes músculos, buscando extraer hasta la última gota de su zumo, y no tardó en conseguirlo. De pronto, mi semental se puso completamente rígido, me agarró del culo apretándome contra su pelvis, y su cadera se elevó clavándome la verga en mis entrañas; con un: “¡¡¡Dioooossss!!!”, sentí la hirviente erupción de su corrida derramándose dentro de mí. Aquello desembocó en mi apoteósico orgasmo, que con un grito arrancó de mi garganta hasta el último aliento. Mi cuerpo se tensó hasta tal punto que formó una “D” invertida mientras mi cabeza daba vueltas en un tornado de sensaciones de puro placer que me hicieron perder toda noción de la realidad. Y por fin, increíblemente satisfecha, sintiéndome más mujer y plena de lo que, hasta entonces, me había sentido, me relajé por completo dejándome caer sobre el pecho de aquel hombre.

Tras unos instantes que necesité para recobrar el aliento, lo descabalgué y me levanté de la cama dándome cuenta de que aún llevaba los tacones puestos.

— Parezco una actriz de peli porno —pensé con una sonrisa.

Recogí la ropa interior que había dejado sobre la cómoda. Mientras, con las manos detrás de la cabeza y su ya flácido pene ladeado, el dueño del pub se recreó observando cómo me ponía el tanga, el sujetador y el vestido.

— Ha sido un polvazo, nena —me dijo.

— Así soy yo  —dije orgullosa, tanto para él como para mí misma—. Aunque no pensé que fueras a aguantar tanto tiempo...

— Jejeje, tengo que confesarte que es porque esta mañana ya tuve mi pequeña ración diaria…

— ¿Ah, sí? —pregunté—. «¡Qué cabrón!», pensé.

— Tengo una camarera en el primer turno, una muñeca rusa de dieciocho años llamada Irina a la que le encanta hacerme una mamada todas las mañanas. Es adicta a desayunar mi leche calentita... Jejeje, ya sabes…

— Ya sé… —le contesté con una irónica media sonrisa—. Eres un cabrón moja-bragas —le espeté acomodándome el vestido.

— Y tú una zorra revienta-braguetas... Tal vez estemos hechos el uno para el otro…

— Ahora sí que me marcho —le dije tras domar mi alborotada melena ante el espejo.

— Sabes dónde trabajo y dónde vivo… Me gustaría echarte otro polvazo… ¿Cuándo vendrás a por ello? —me preguntó con autosuficiencia.

Saliendo de la habitación, y dirigiéndome por el pasillo hacia el salón, sabiendo que sus ojos seguían el balanceo de mis caderas sin perder detalle de mi culito, le contesté desde la distancia algo que ninguna mujer había podido decirle hasta entonces:

— ¡Nunca!.

Recogí mi bolso y me marché de allí.

Llegué a casa agotada, aquel había sido el día más largo y lleno de emociones desde que era Lucía y, probablemente, de toda mi vida. También estaba hambrienta, no había comido más que una ensalada desde el mediodía y picoteado un par de gominolas en el pub. Además, tenía algo de resaca de alcohol y, sobre todo, de sexo. Me preparé un bol de leche fría con cereales de chocolate, realmente ahora me apasionaba el dulce, y aunque sabía que debía moderar su consumo para mantener mi equilibrada línea, esa tarde me lo había ganado a base de intenso ejercicio físico.

Después de cenar, me regalé un relajante baño en el hidromasaje, conectando las burbujas para que me hicieran cosquillas en todo el cuerpo mientras mi mente rememoraba el día completo.

Había empezado el día con nervios por la “reincorporación” al trabajo, siendo un hombre atrapado en el cuerpo de una mujer, y lo había terminado totalmente relajada, siendo una mujer con recuerdos de haber sido un hombre. En el proceso, había conseguido afianzarme en el trabajo ganándome al jefe y mis inmediatos subordinados; había descubierto mis armas de mujer para la seducción y la provocación; había visto a mis padres y me había desahogado llorando como una magdalena; había visto mi anterior cuerpo y ante él me había confesado relatándole cuanto me había sucedido; había aceptado el atractivo que los hombres tenían para mí; me había “desvirgado” acostándome con un tío…

Este último pensamiento me hizo sonreír. Había descubierto lo increíblemente satisfactorio que era el sexo siendo una mujer, y no había hecho más que vislumbrar cuáles eran las cotas de placer que podía obtener con un hombre. Ahora que lo había probado, no podía renunciar a ello, era demasiado bueno y tentador. “Zorra revienta-braguetas”, me había llamado aquel tío… me gustaba cómo sonaba, me divertiría haciendo honor a ese apelativo…

El sábado desperté tarde. Los cambios producidos en mí se hicieron patentes desde el primer momento: no tomé la pastilla anticonceptiva como algo mecánico que Lucía habría hecho cada mañana, sino como una decisión propia para evitar sorpresas inesperadas. Yo era Lucía, una mujer independiente que tomaba decisiones propias y con necesidades que estaba dispuesta a cubrir.

Desayuné y dediqué parte de la mañana al culto al cuerpo, ejercitándome en mi gimnasio particular para estar a gusto conmigo misma y obtener el gratificante cansancio de la actividad realizada.  Al salir de la ducha, recibí una llamada de mi hermana. Ángel, su marido, tenía un cursillo de formación del trabajo durante todo el fin de semana, por lo que me propuso ir a pasar la tarde con ella y mis sobrinos en la piscina de su urbanización. Puesto que no tenía ningún otro plan, me pareció una gran idea. Así podría conocer mejor a mi nueva hermana y amiga, y disfrutaría de una relajada tarde bronceando mi piel y mitigando el calor dándome un baño.

Después de comer, me puse uno de los bikinis guardados en un cajón del vestidor, comprobando ante los espejos, que me quedaba espectacular, parecía salida del calendario anual de una famosa revista deportiva. Me cubrí con un cómodo vestido playero, y tras meter en una mochila la toalla, crema para el sol, unas chanclas y la copia de la llave de la casa de mi hermana, cogí el coche rumbo para allá.

La tarde en la piscina fue divertida, realmente me encontraba muy a gusto y en confianza con mi hermana, como si lo hubiera sido desde toda la vida. Charlamos de todo un poco, del trabajo, sus niños, viajes, ropa, hombres… Por supuesto, en este último tema yo escuché más que hablé, y descubrí que a pesar de estar casada, María era propensa a fijarse en otros tíos, además de en su marido. Era fiel por naturaleza, pero eso no le impedía disfrutar de la contemplación de las cualidades físicas de otros hombres, y de fantasear con ellos. Mientras mis sobrinos jugaban en el agua, nos dedicamos a hacer un repaso de todos los tíos que había aquella tarde en la piscina, haciéndome descubrir que, tras mis últimas experiencias y el análisis de la mercancía que estábamos haciendo, estaba desarrollando un marcado gusto por las formas y virtudes físicas masculinas; resultando coincidente, en la mayoría de los casos, con los gustos de mi hermana. Así que pasamos un rato divertido con comentarios como: “Mira qué culo más rico tiene ese”, “¿y el barrigón del de rojo?”, “aquel chico tiene las piernas como si llevarse un caballo debajo”, “¡vaya abdominales tiene ese!”, “a aquel me lo comía enterito…”. Y también nos divertimos observando cómo cada vez que yo me levantaba de la toalla para bañarme o cualquier otra cosa, atraía todas las miradas, algunas disimuladas y otras no tanto, de cuanto varón se encontraba en las instalaciones.

— Eres un imán para los tíos —me dijo María—, deberías aprovecharlo más y echarte novio, que seguro que puedes elegir a cualquiera.

— Eso no me interesa —contesté, tratando de eludir el tema.

— Centrada en el trabajo, como siempre. Deberías disfrutar más de tu vida, querida. Deberías abrirte más.

— Sí, sí —le contesté para sincerarme algo con ella—. Tras el accidente, he decidido hacer un cambio en mi vida. Voy a intentar abrirme más, ser más sociable, conectar con la gente…

— Eso es, cariño, ya es hora de que salgas del caparazón ese que te has creado alrededor. Relaciónate más, habla con la gente, y aprovecha las virtudes que tienes. Conoce a hombres, disfruta con ellos y dale unas cuantas alegrías a ese cuerpazo, y tarde o temprano encontrarás aquel con el que te quieras quedar.

— Claro, claro. A eso me refería, aunque por ahora lo de quedarme con uno…

«Sí, claro», pensé, «y ahora me voy a echar novio… ¡Lo que me faltaba!».

—  …prefiero probar y probar —le dije a ella con una sonrisa maliciosa.

— ¡Qué pícara! —exclamó mi hermana con una carcajada—, ¡eso es lo más divertido!.

Pasé el resto de la tarde entre risas con María y chapuzones con mis sobrinos, fue realmente genial, aunque a eso de las siete de la tarde decidí que ya era hora de marcharme, con la promesa de volver al día siguiente. Mi hermana se quedaría un buen rato más en la piscina, no habría forma de sacar a los chiquillos del agua hasta la hora de la cena.

— Si no te importa —le dije— me gustaría darme una ducha en tu casa para quitarme el cloro antes de irme.

— Por supuesto, usa tu llave y cierra cuando te marches. Llevas el bikini mojado —observó—. Habrás traído ropa interior seca, ¿no? —le salió la madre que llevaba dentro.

— La verdad es que no —contesté comprobando la mochila.

— Que ni se te ocurra irte con la ropa mojada. Coge algo de ropa interior limpia del primer cajón de la cómoda de mi habitación. Así, a ojo, las bragas te quedarán grandes, pero te servirán para llegar a casa. Y el sujetador… ¿Qué talla usas, una cien?.

— Noventa y cinco “D” —contesté, hallando el dato entre los recuerdos de Lucía y sonrojándome.

— Mis sujetadores son todos de la ciento cinco “B”, te sobrarán en la espalda y las copas te quedarán bastante pequeñas, pero hasta llegar a tu casa, lo aguantarás.

— Creo que podré aguantar sin la parte de arriba —contesté, visualizando mis pechos doloridos, apretados y rebosando de las copas del sostén.

— ¡Qué suerte tienes de que la fuerza de la gravedad aún no te haya vencido!.

Me despedí de ella y los chicos hasta el día siguiente. En el cajón de ropa interior de María encontré unas bragas blancas (de monjita, me parecieron), un poco más pequeñas que el resto, aunque seguro que me quedarían bastante grandes. Al terminar de ducharme, vi junto al lavabo un bote de aceite corporal para hidratar la piel después de la ducha. Como sentía la piel algo tirante por efecto del sol y el cloro, y puesto que realmente no tenía ninguna prisa, decidí usarlo poniéndome ante el amplio espejo del lavabo. Seguro que a María no le importaba que gastase un poco.

Me lo di por brazos y hombros, para continuar con mis pechos. En ellos extendí un generoso chorro, acariciándolos y disfrutando la sensación de que su volumen se deslizase entre mis manos y, casi sin darme cuenta, la caricia extendiéndome el aceite se convirtió en un placentero masaje. Me miré en el espejo, y pude ver a la preciosa Lucía apretándose las tetas con los erizados pezones escurriéndose entre sus dedos. Un resquicio de mi anterior mente masculina se excitó ante la visión de esa preciosa mujer acariciándose la brillante piel, mientras mi nueva mente femenina se excitaba con el masaje y comenzaba a rememorar el sexo del día anterior.

Seguí acariciándome, sintiendo cómo mis pechos resbalaban entre mis manos proporcionándome un placer que humedeció mi entrepierna. La sensual hembra que veía en el espejo, se estaba acariciando para el reducto de masculinidad que en mí quedaba, y estaba disfrutando del espectáculo. A mi mente acudían incesantemente los recuerdos de cómo me había follado a aquel camarero y cómo había estrujado mis tetas… Mi excitación estaba alcanzando un punto de no retorno.

Echando más aceite en las palmas de mis manos, lo extendí acariciando mi vientre, cintura y caderas, contoneándome con la exquisita sensación en mi piel. Recordaba cómo mis caderas habían bailado y saltado sobre la polla de ese hombre, haciéndome gozar… Ya estaba completamente cachonda.

Estaba disfrutando tanto de mi autocomplacencia, que quería dejar lo mejor para el final, por lo que unté bien con el aceite mis muslos, y lo extendí por toda la longitud de mis piernas. Subir por la sensible cara interna de los muslos me hizo recordar las caderas de aquel moja-bragas entre ellos, y noté cómo una gota de fluido vaginal resbalaba por mi piel hasta llegar a mi mano. Mi coñito ya estaba llorando de excitación, y debía atender a su súplica…

Subí, y acaricié mi vulva extendiendo sobre ella el aceite. El recuerdo de la verga del camarero abriéndose paso a través de mis pliegues casi consigue que me metiera los dedos para aplacar el deseo, pero conseguí mantenerme firme para terminar de darme el aceite en la única zona a la que aún no había llegado.

Unté mis nalgas, masajeando su redondez y recorriéndolas para que finalmente mis dedos extendieran el aceite separando los glúteos. Al sentir algo duro colándose por la raja de mi culito, el recuerdo del fallido intento de penetración anal vino a mí para atormentarme con más excitación si eso era posible. Me gustaba la sensación de tener algo entre mis nalgas, y mis dedos continuaron con la exploración hasta llegar a la suave piel de mi entrada trasera. El contacto me produjo un agradable cosquilleo, y el recuerdo de un glande empujando mi ano se me hizo tan insoportable, que  mi dedo corazón continuó con el recorrido hasta introducir suavemente una falange untada de aceite.

— Mmmmmm….

La sensación fue exquisitamente placentera, y dejé que mi dedo penetrase con más profundidad.

«Uuuufffff, ¡qué rico!».

Lucía no había permitido nunca que ningún tío le diera por el culo, pero sí que había llegado hasta sentir una polla contra su ano, y la sensación le había excitado tanto, que en la soledad de su dormitorio sí que había experimentado metiéndose un par de dedos…Yo quería seguir descubriendo mi propio placer, y puesto que el intento del día anterior había derivado en una rica penetración vaginal, ahora quería experimentar la delicia de mi culito profanado.

Saqué el dedo, y la sensación al hacerlo también me gustó, pero quería más, por lo que echándome más aceite y untando bien mi ojal, volví a meter el dedo hasta el final, sintiendo un cosquilleo en mis entrañas y cómo mi agujerito apretaba aquello que se alojaba en él. Comencé con un lento y satisfactorio mete-saca, alternando con movimientos circulares que dilataron la estrechez de la entrada para que mi escurridizo dedo índice se uniera al corazón penetrándome con ambos. «¡Qué delicia!».

Apoyándome con la mano libre en el lavabo, observé en el espejo cómo la exuberante morena de ojos azules estaba ligeramente doblada hacia delante, con sus generosos pechos medio colgando, y con un erótico gesto de placer dibujándose en su rostro de sonrojadas mejillas y labios entreabiertos expresando un mudo: “Oooooohh”.

De pronto, y para mi sorpresa, la puerta del baño se abrió y entró Ángel, mi cuñado, completamente desnudo y sin esperar encontrarme allí. Había vuelto de su cursillo y yo, concentrada en mi autosatisfacción, no le había oído. Iba a darse una ducha, y en plena masturbación me encontró.

Por unos instantes ambos nos quedamos paralizados, mirándonos fijamente. Hasta que mis ojos, guiados por mi recalentada mente, descendieron por la anatomía de mi cuñado estudiando su cuerpo hasta que se posaron en su sexo, el cual comenzaba a llenarse internamente de sangre para que aquel pedazo de carne se alzase ante mi atenta mirada.

— ¡Joder, Lucía! —fue todo lo que dijo, con la verga ya completamente dura.

Ante el sonido de su voz, desperté de mi erótica ensoñación, sacándome los dedos aceitados y girándome para encararle, aunque sin poder apartar la vista de su inhiesto músculo.

— Joooodeeeeer, Lucííííííaaaaa…

Como un gran felino que da caza a su presa, mi cuñado se abalanzó sobre mí sin darme tiempo a reaccionar. Me giró, volviendo a ponerme de cara al espejo y me inmovilizó rodeándome con su largo brazo a la altura del pecho, pegando su cuerpo al mío. Me tenía atrapada. Sentí su durísimo falo en el culo, y viendo su rostro de perversión en el espejo, noté cómo con su mano libre agarraba su miembro situándolo entre mis nalgas.

— Ángel, ¡NO! —grité.

Mi cuñado estaba completamente ensordecido por la lujuria, era un animal que debía obedecer a sus instintos.

Sentí cómo su glande se abrió paso entre mis glúteos, para llegar hasta mi agujerito y vencer su resistencia dilatándolo y penetrándolo sin compasión. El envite de su cadera fue tan violento y preciso, que toda su polla taladró mi culo, alojándose en mi recto hasta que su pubis chocó con fuerza contra mis nalgas, aplastándolas con el empuje.

— ¡Ah! —un escueto grito escapó de mi garganta.

La penetración había sido suave gracias al aceite corporal, que permitió que su músculo se deslizase por mi interior con facilidad. Pero su grueso miembro dilató tan repentinamente la entrada y estrecho conducto, que me hizo sentir dolor.

Estaba completamente ensartada, con una dura verga, más gruesa y larga que los dos dedos que momentos antes me habían explorado, abriendo mis entrañas, y me dolía. Sentía cómo mi culo estrangulaba su polla intentando hacerla salir, acostumbrándose a su grosor y longitud. Y gracias a mi estimulación previa, casi sin darme cuenta, el dolor desapareció, convirtiéndose en una agradable sensación de calor que me hizo jadear.

Ángel aflojó su abrazo, ya me tenía sometida. Su ariete se deslizó por mi interior hacia atrás dejándome una placentera sensación de alivio, pero justo antes de volver a salir, un nuevo empujón de cadera que me postró obligándome a apoyar mis manos en el lavabo, me dio el sorprendente gustazo de su polla follándome el culo hasta hundírmela entera con un golpe seco de su pubis en mis glúteos.

— ¡Uuuumm! —gemí.

Por mucho que tratase de negarlo, la sensación era muy placentera. Sentía ese pétreo y palpitante pedazo de carne dentro de mí como un delicioso invasor que me abría hasta llegar a lo más profundo de mi ser. Y estaba tan excitada, que ese sentimiento hacía que de mi coñito manase cálido flujo que resbalaba por la cara interna de mis muslos. Era una auténtica perra cachonda…

Mi cuñado, viendo que ya no podía oponer verdadera resistencia, teniéndome completamente a su merced, agarró mis tetas y las estrujó con fiereza para sacar su falo y volver a encularme a fondo. Gruñó como un salvaje, y en el espejo vi su rostro en tensión, con su mirada incendiada, entregado a sus instintos de domar a esa hembra a base de pollazos.

Aunque traté de evitarlo, volví a gemir de gusto. No quería demostrarle que estaba terriblemente excitada, aquello estaba ocurriendo en contra de mi voluntad, pero…

— ¡Oh! —otra embestida, seca y dura, deliciosa…

Y otra más, y otra, y otra… Ya no podía pensar, tan sólo sentir y gozar…

Aquella bestia sexual me incrustó su polla en el culo unas cuantas veces más, aumentando mi placer hasta hacerme vislumbrar el orgasmo, pero de pronto, sus manos soltaron mis pechos y me sujetaron con firmeza de las caderas para darme una última y brutal embestida, con la que sentí su ardiente leche derramándose en mi recto; dejándome, frustrantemente, al borde del precipicio.

Apoyó su barbilla en mi hombro derecho, respirando con dificultad, y a través del espejo vi la relajación en su rostro. Su mirada había vuelto a ser la que reconocí entre los recuerdos de Lucía, era la verdadera mirada de Ángel, la mirada de mi cuñado.

— ¡Sal de aquí! —le dije imperativamente, frustrada e indignada.

Salió de mí y, mostrándome un atisbo de culpabilidad en sus ojos, salió rápidamente del baño.

Furiosa, me limpié, me vestí, y salí de aquella casa sin mirar atrás.

 

5

Ya en casa, mi cerebro era un auténtico pandemónium. Estaba increíblemente confusa, no sabía cómo tomarme lo ocurrido. Había sido forzada, dada por culo en contra de mi voluntad, y encima por mi propio cuñado: ¡era denigrante!. Pero también había disfrutado con ello. El ser sometida salvajemente, penetrada con dureza y pasión, desvirgada analmente, y además por mi cariñoso cuñado: ¡era hiperexcitante!. Me había sentido débil y humillada, y a la vez, poderosa y triunfal: ¡era tan contradictorio!.

Ángel había forzado mi cuerpo y voluntad, pero…

«Tú lo has provocado», dijo el reducto de mente masculina que me quedaba. «No puedes echarle toda la culpa a él».

«Pero le dije que “no”», contestó mi ya dominante mente femenina.

«Pilló a un pibón metiéndose los dedos en el culo, masturbándose. Y encima te quedaste mirándole la polla con cara de zorra viciosa, ¿qué querías?. Estabas pidiendo a gritos que pasara lo que ha pasado».

«Pero… es mi cuñado…»

«¿Crees que eso se le pasó en algún momento por la cabeza?. Sólo respondió a sus instintos, tú habrías hecho lo mismo…»

Acabé con mi debate interno porque sabía que todo aquello era cierto. No podía negar el hecho de que había sido violada, pero tampoco podía negar el que yo lo hubiera propiciado y que, seguramente, habría podido oponer más resistencia. Y además, me había gustado… Tal vez, la razón de mi indignación no era el hecho de haber sido forzada, sino el haber estado a punto de correrme y no haberlo conseguido.

¿Debería contarle a mi hermana lo que me había hecho su marido?. Rotundamente, no. Aquello destruiría su matrimonio y su vida, y yo había sido cómplice del delito.

Tenía el culo y los pechos doloridos, así que, al igual que hice el día anterior, me di un relajante baño de burbujas con el que traté de dejar mi mente en blanco. Cuando me metí en la cama, no pude evitar que lo ocurrido se repitiera una y otra vez en mi cerebro, me dormí con las braguitas húmedas.

Al día siguiente, había tomado la determinación de llamar a María para decirle que, aunque se lo había prometido, no iría por la tarde a la piscina con ella y los niños. Pondría cualquier excusa para no volver al lugar de los hechos, y me iría al hospital. Necesitaba desahogarme contándole la experiencia a alguien, y el cuerpo dormido de Antonio era el interlocutor perfecto para liberar mi carga.

Justo al coger el móvil, recibí un mensaje. Era de Ángel, mi cuñado. Sentí cómo se me aceleraba el corazón:

Lucía, lo siento muchísimo —ponía.

— Siento lo que te hice ayer —leí en un inmediato segundo mensaje—. Por favor, no le digas nada a María.

Antes de darme cuenta, mis dedos ya estaban escribiendo y mandando una respuesta:

Ángel, me violaste.

Joder, no lo digas así —contestó.

Me forzaste, si así lo prefieres.

Lo sé, Lucía, estabas tan… no pude controlarme... Por favor, no le digas nada a María.

Seguro que había pasado la noche torturándose, angustiado por la culpabilidad y las posibles repercusiones, por lo que decidí tranquilizarle:

Tranquilo, no le voy a decir nada a mi hermana…

Gracias, gracias, mil gracias. De verdad que lo siento. Lo que hice no tiene excusa… No quería hacerte daño

¿No querías hacerme daño?. Ángel, me diste por culo…

Enseguida me di cuenta de que esa afirmación podría machacarle, así que envié otro mensaje inmediatamente:

Aunque sólo me dolió el primero…

¿Solo te dolió el primero?, ¿eso qué significa?.

Que sólo me dolió el primer empujón cuando me la metiste —le contesté dejándoselo meridianamente claro—. Luego me gustó… — me sorprendí a mí misma confesándole.

Mi cerebro se estaba recalentando, la contestación se me había ido de las manos. Rememorarlo me estaba excitando.

¿Te gustó?, ¿lo dices en serio?.

En serio. Me gustó mucho… seguro que te diste cuenta —ya puse todas mis cartas bocarriba.

Joder, Lucía… Tengo tus gemidos grabados a fuego, y creía que sólo eran una fantasía para no sentirme tan culpable…

Ya… puede que alguno se me escapase.

A mí también me gustó mucho. Me encanta tu culo.

Él ya había pasado del sentimiento de culpabilidad al morbo, convirtiéndose la conversación en algo muy distinto a como se había iniciado. Los dos estábamos excitados, y nos íbamos a dejar llevar por nuestros instintos.

Ya sentí cómo te gustaba — le escribí—, bien profundo.

¡Uf! Lucía, me estás poniendo malo, y estoy en un cursillo.

Más mala me pusiste tú a mí. ¡Me dejaste a medias!.

¿Cómo?????.

Pues eso, ¡que quería que me dieses más!.

Joder, como te pille te vas a enterar…

¿Ah, sí?. A ver si es verdad. Esta tarde voy a ir a la piscina, y volveré a estar en tu casa a la misma hora de ayer…

Se me había ido completamente de las manos. Estaba ciega de hormonas femeninas, hambrienta de sexo. El haberme quedado el día anterior a las puertas del orgasmo sin alcanzarlo, me había trastornado más de lo que jamás habría imaginado. Deseaba repetir la experiencia, había sido súper excitante ser forzada y follada por el culo por mi propio cuñado. Aunque sólo era tal desde hacía unos días, sentía como si lo hubiera sido desde hacía años, y eso lo hacía todavía más morboso, con el aliciente de que aquel episodio había ocurrido en su casa, convirtiendo el peligro de ser descubiertos en un poderoso afrodisíaco. Sin duda, destruir aquel tabú me resultaba irresistiblemente tentador, tan erótico y salvaje, que necesitaba volver a vivirlo y disfrutarlo plenamente.

Allí estaré —contestó Ángel—. Te voy a dar por ese divino culo que tienes hasta que te corras.

«Zorra revienta-braguetas», resonó en mi cabeza.

Veremos si lo consigues… —le contesté.

Y así terminó el intercambio de mensajes. Dejé el móvil, ya no iba a llamar a María. Acudiría a mi cita con ella para, después, ponerle una cornamenta de campeonato. No me podía creer que yo hubiese provocado eso y lo deseara, pero así era. Y no es que mi cuñado fuera un tío bueno o especialmente atractivo, a sus cuarenta y tres años apenas llegaba al título de “madurito interesante”, pero todas las circunstancias que le rodeaban me daban tanto morbo…

La tarde en la piscina con mi hermana y sobrinos transcurrió como la anterior, relajante y divertida, aunque no podía evitar que mis ojos fuesen una y otra vez hacia el reloj para comprobar la hora, hasta que por fin llegó el tan ansiado momento fijado para subir a darme una ducha. Me despedí de los tres. Por suerte, los niños eran niños, aún tardarían casi dos horas en querer subir a cenar, y su madre los vigilaría dándose algún que otro baño y charlando con alguna vecina. Tenía vía libre para mi plan.

La casa estaba vacía, Ángel aún no había llegado, y tal vez no aparecería. La duda se apoderó de mí. Había tenido un calentón al encontrarse a su cuñada desnuda en el baño dándose placer, y eso era muy distinto a querer repetirlo con premeditación poniendo en juego su matrimonio y su vida…

«¡Mierda!», pensé. «¡No va a venir!. ¿Pero en qué estaba yo pensando?. No va a jugárselo todo por echarme un polvo… Y tampoco yo quiero que lo haga…»

Aparte de por los recuerdos que conservaba, había desarrollado un gran afecto por María y mis sobrinos, no podía hacerles eso, ahora eran la única familia que tenía. Sentí una increíble bajada de ánimos que me hizo descender desde mi nube de eróticas fantasías hasta el suelo de la cruda realidad. Lo mejor sería que realmente me diese una ducha, y me marchase a casa.

Me duché rápidamente, lo justo para quitarme el incómodo cloro de la piscina. Al terminar, cogí la toalla que mi atenta hermana me había dejado junto al lavabo, cuando, de repente, se abrió la puerta del baño y apareció Ángel. Al igual que el día anterior, estaba completamente desnudo, pero en esta ocasión ya venía preparado para encontrarme allí. Su polla estaba erecta y dura, apuntándome como un grueso dedo acusador.

Ya no esperaba que apareciese. Pensé, que al igual que yo, mi cuñado habría recapacitado, por lo que me sorprendí tanto que la toalla se me cayó al suelo.

— ¡Pero qué buena estás! —me dijo acercándose a mí y llenándose los ojos con mi cuerpo mojado y desnudo.

— Pensé que no vendrías —conseguí contestarle.

— Llevo todo el día pensando en lo que me has escrito esta mañana… Te voy a follar el culo hasta que te corras…

— No, Ángel, estaba excitada y no sabía lo que escribía… —dije sobreponiéndome a la calentura que me produjeron sus palabras y ante la vista de su inhiesto miembro listo para cumplirlo—. ¿Qué hay de María y los niños?.

— No me jodas con eso, Lucía… No puedes ponerme así y después negarte… Sé lo que quieres y te lo voy a dar…

«¡Zorra revienta-braguetas!», volvió a resonar en mi cabeza.

Cogiéndome por las caderas me dio la vuelta con facilidad, poniéndome, como el día anterior, ante el lavabo. Era fuerte y yo tampoco opuse mucha resistencia. Sentí su verga rozándome el culo, y una eléctrica sensación subió por mi espina dorsal haciéndome arquear la espalda, ¡cómo me ponía aquello!.

— Ángel, no… —dije sin ninguna convicción.

Su glande ya estaba situado entre mis nalgas, presionándolas para meterse entre ellas con una ligera fricción en mi piel que me produjo una cálida y agradable sensación. Tenía la piel húmeda por la ducha, pero no era suficiente lubricación. Mi cuñado lo percibió y pasó su mano por mi coño, que ya estaba secretando jugos de pura excitación que se hicieron más abundantes con la caricia, embadurnándole la mano, y no pude reprimir un gemido.

— ¿Lo ves? —dijo—, esto es lo que quieres…

Extendió mi cálido flujo hasta mi entrada trasera, y el cosquilleo entre mis glúteos y la sensible piel de mi ano, volvió a hacerme gemir.

— Ángel… uummm… no sigassss...

Su dura carne se abrió camino entre mis redondeces, deslizándose sin dificultad, haciéndome desearla dentro de mí.

— Ayer fue rápido —me dijo—, demasiados años deseándolo para tenerlo de repente. Pero hoy… he tenido que salir del curso esta mañana para hacerme una paja pensando en ti…

— Por favor, no lo hagas. No me des por culo… —dije realmente deseándolo y avivando con mis propias palabras las brasas de nuestra lujuria.

Me moví un poco, tratando de liberarme sin verdadera intención, lo que me produjo una deliciosa sensación teniendo ese ariete entre mis glúteos presionando mi agujerito, el cual se relajaba con mi excitación, preparándose para ser invadido.

Al sentir mi movimiento, y creyendo que realmente quería escapar, mi cuñado sujetó fuertemente mis caderas, exacerbando mi excitación. Y, súbitamente, dio un salvaje y poderoso empujón de su cadera que venció la resistencia de mi agujerito, abriéndome totalmente para que su miembro penetrase en él ensanchándolo y haciéndome sentir cada milímetro de su polla como una barra de hierro al rojo vivo ensartándome. Grité de dolor, y me quedé paralizada sintiendo su aguda punzada hasta que mis entrañas soportaron al grueso invasor.

Con su polla metida en mi culo, Ángel recorrió mis caderas con sus manos, acarició mi cintura y subió hasta mis pechos para masajearlos con las palmas realizando unos deliciosos movimientos circulares que ayudaron a mitigar el dolor de la violenta enculada.

— Pero qué buena estás, cuñada… —me susurró al oído.

Sentía su verga dentro de mí, estrangulada por mi cuerpo, palpitando con la presión de mis paredes internas tratando de hacerla salir, y esa sensación comenzó a ser agradable para imponerse sobre el dolor inicial.

Siguió acariciándome, masajeando mis pechos, amasándolos como si fueran dos panes, hipersensibilizando mis pezones… Mi cuerpo comenzó a responder a sus manos, saliendo de la parálisis para contonearse con sus caricias, haciéndome sentir su empalador músculo como un agradable invitado en mi culito.

— Te gusta, ¿verdad? —volvió a susurrarme bajando una de sus manos hasta mi coñito para acariciar mi húmedo clítoris y arrancarme un gemido.

— Uumm, noooo —conseguí contestar, mordiéndome el labio—. Mme dueleeee… Sacammelaaaa…

— Ya veo cómo te duele —contestó, metiéndome dos dedos en mi encharcada vagina para hacerme gemir con más fuerza, aumentando mi disfrute—. Esta mañana me dijiste que ayer te quedaste a medias… Te gusta que te den duro por el culo, ¿verdad?.

— Noooo, mme esssstássss matando… No quieroooo…

— Lo que quieres es más.

Su polla se deslizó por mis entrañas aliviando la tensión al retirarse y haciéndome suspirar. Pero aunque mi boca decía que no, mi cuerpo le daba la razón a él: me excitaba sentirme forzada y ser dominada, me gustaba cómo doblaba mi voluntad a base de placer. El día anterior había vislumbrado las excelencias de la penetración anal, y ahora que tenía una polla en el culo, deseaba que me la clavase sin compasión.

Sin llegar a salir, aquel ariete volvió a abrirse paso por mi interior con violencia, invadiendo mi cuerpo hasta que el pubis de mi cuñado golpeó mis nalgas, lo que me obligó a inclinarme más para gritar de auténtico placer:

— ¡¡¡Oooooohh!!!.

Él gruñó incrustándome su falo a fondo y atenazando mis caderas como si quisiera clavarme los dedos hasta el hueso. Fue brutal, brutalmente placentero.

— ¡Joder, qué bueno! —dije en voz alta, sin querer.

—  Así es como te gusta, ¿eh? —dijo él, apretando los dientes y mirándome con lascivia a través del espejo del lavabo—. ¡Qué ganas que tenía de montarte así! —añadió, dándome otra violenta y maravillosa embestida.

Sentí su durísima polla en mi culo dilatándome, abriéndome, dándome calor, vibrando, haciéndome gozar… y volví a gritar de placer. Era demasiado para contenerlo en mi garganta. Me parecía increíble la capacidad que tenía para disfrutar del falo de un hombre. Todo mi cuerpo estaba creado para ello, para dar y recibir placer, y me sentí afortunada de haberme convertido en Lucía.

Con su verga completamente engullida por mi culito, Ángel siguió manoseándome todo el cuerpo, haciendo arder toda mi piel, aprovechando el tenerme sometida y dominada para darse el festín que sus manos siempre habían soñado, y me encantó. Apreté mis glúteos, y mis músculos internos se contrajeron estrujando el miembro que tanto placer les daba. Él gruñó, y mis caderas se balancearon para sentir esa polla deslizándose por mis entrañas en toda su longitud. En el reducido espacio que me quedaba entre el lavabo y el cuerpo de Ángel, inconscientemente, comencé a culear autopenetrándome repetidas veces para sentir su glande empujándome por dentro. La pértiga apenas se movía un par de centímetros adelante y atrás dentro de mí, pero su grosor en mis profundidades y el continuo repiqueteo de las caderas del macho en mis nalgas, lo hacía delicioso:

— Ah, ah, ah, ah… —jadeaba.

Él se agarró a mis tetas con fuerza, estaba claro que le encantaban, y durante unos instantes se limitó a dejar que me autoempalase en su mástil mientras moldeaba mis senos como si fuera un alfarero.

— Joder, Lucía —me dijo entre dientes—, cómo me ponesss…. Me encanta follarte por el culo…

Sus palabras me ponían más y más cachonda. Me encantaba que me dijera cuánto le gustaba y que verbalizara explícitamente lo que estábamos haciendo, por lo que le animé a ello:

— Te gusta dar por el culo, ¿verdad?. ¿A mi hermana se lo follas mucho?.

— Ummmm, me encanta darte por culo a ti… A ella nunca… No quiere…

— Entonces aprovéchate de mí, clávamela —sentencié realizando un contoneo con el que sentí todo el perímetro de esa polla dilatándome.

— Te voy a montar como te mereces… Como la jaca que siempre he querido montar…

La rudeza volvió, y sentí cómo mi cálido juguito resbalaba por mis muslos cuando soltó mis pechos, me sujetó con fuerza por un hombro, y tiró de mi melena hacia atrás haciéndome levantar la cabeza y arquear la espalda para que su polla se me clavase con tanta fuerza, que volví a sentir una exquisita mezcla de dolor y placer que me hizo gritar de nuevo:

—   ¡¡¡Aaaaaahh!!!

Soltó mi cabello y colocó su mano sobre mis lumbares, manteniéndome con la espalda arqueada y mi culito totalmente levantado, todo para él, una diana en la que hacer blanco una y otra vez. Y así comenzó a bombear con fuerza, arremetiendo contra mi culo sin compasión, azotándomelo con golpes de cadera, perforándomelo pollazo a pollazo, haciéndome gozar en un frenesí que me dejaba sin aliento. Sentía su verga con tanta intensidad, que me parecía enorme, gruesa, larga, tan dentro de mí que podría atravesarme hasta sacármela por la boca… y era glorioso. Mi agujerito era tan estrecho para ese invasor y lo apretaba con tal fuerza, que Ángel gruñía como un demonio mientras me hacía descubrir el cielo pasando por el abrasador fuego del infierno.

En el espejo me veía postrada, sujetándome con las manos al lavabo para no romperme la nariz contra él con cada fiera embestida que recibía. Tenía la boca abierta en un continuo jadeo, con los labios húmedos, más rojos y voluminosos por la excitación; las mejillas coloreadas, y una ardiente mirada en mis penetrantes ojos azules… Estaba más bella de lo que nunca antes me había visto. Mis pechos se balanceaban de atrás hacia delante con cada empujón, realizando un hipnótico baile como dos enormes flanes listos para ser devorados, transmitiéndome placenteras sensaciones producidas por la agitación, como si estuvieran siendo masajeados por unas manos invisibles.

Tras de mí, podía ver cómo aquel hombre mayor que yo, había rejuvenecido. Su fiero gesto, entregado a follar mi culo con devoción, le quitaba quince años de encima, y se estaba comportando como un semental. Su espada entraba y salía de mí envainándose con mi cuerpo a golpe de certeras estocadas, una y otra vez, dejando un delicioso rastro de calor en cada centímetro penetrado de mis entrañas. El incesante golpeteo de su pubis en mis nalgas, era un placentero castigo azotando la redondez de mi culito para hacerlo bailar con su ritmo. Su glande, expandía mis entrañas en cada acometida, dilatándolas para que todo su mástil me empalara como una exquisita tortura medieval.

Me folló a conciencia, haciéndose mi dueño, consiguiendo que gozara de ser usada y dada por el culo, haciéndome desear que nunca parara de hacerlo; metiéndomela hasta el fondo y resistiendo como una fiera la voracidad de mi culito exprimiendo su miembro. Hasta que necesitó tomarse un respiro.

Me la metió entera y se detuvo obligándome a incorporar para apoyar su barbilla sobre mi hombro, para así tomar aliento estrujando mis pechos y pellizcando mis pezones. Estaba a punto de correrse, yo podía sentir cómo su polla palpitaba dentro de mí, pero su masturbación mañanera y la extrema presión de mi recto, ano y glúteos, estaban reteniendo su eyaculación para mi deleite.

— Nunca habría imaginado que fueras tan ardiente —me dijo.

— Ni yo que mi cuñado quisiera follarme… —contesté.

Su mano derecha bajó a mi coñito, y masajeó mi clítoris, haciéndome gemir de nuevo. Yo también estaba a punto de correrme.

— Te deseo desde que eras una adolescente. Lucía, siempre has sido tan excitante… Pero a la vez tan fría…

Sus dedos abandonaron mi clítoris y se abrieron paso entre labios mayores y menores para colarse en mi vagina y acariciar su calor y humedad por dentro.

— Uuummm… He cambiado…

Su polla latiendo dentro de mi culo, y sus dedos follándome el coño, eran demasiado placer para mí. Estaba a punto de correrme, necesitaba explotar, y lo necesitaba ya. Le empujé hacia atrás, haciéndole perder el equilibrio, por lo que tuvo que sacarme los dedos y sujetarse a mis caderas para no caer. Su duro músculo se salió de mí, dejándome una momentánea sensación de vacío que me obligó a pedirle que me la volviera a meter. Pero él no necesitaba que se lo pidiera. Al liberarse del estrangulamiento al que mi culito había tenido sometido a su verga, ésta empezó a tener los espasmos previos a la corrida, por lo que me arremetió con furia. Su glande halló con facilidad mi entrada trasera, y cuando esa gruesa cabeza penetró el elástico agujerito, el orgasmo me sobrevino como la erupción de un volcán, intensificándose con el tronco de su polla deslizándose entre las estrechas paredes hasta incrustarse en lo más profundo de mí. Cuando pensé que no podía experimentar más placer, sentí su eyaculación inundando mis entrañas con el cálido elixir, y aquello ensalzó mi éxtasis de hembra plena hasta que las piernas me flaquearon y mi cuñado tuvo que rodear mi cintura con sus brazos para evitar que cayese al suelo.

Salió de mí, dejándome nuevamente una sensación de vacío, pero ahora ya no sentía la imperiosa necesidad de llenarla. Recuperé las fuerzas y pude mantenerme en pie por mí misma. Me giré y encaré a mi cuñado, que con satisfacción me contemplaba embebiéndose de mi cuerpo desnudo.

— Eres increíble… —dijo, intentando besarme.

— No —le rechacé apartando mis labios de su trayectoria—. Nada de besos… Acabas de darme por culo —en realidad, ahora que estaba satisfecha, no me atraía nada la idea de que ese hombre me besara.

— Porque tú querías…

— Me he negado, y aún así, me has tomado. Somos cuñados, y esto no debería haber pasado…

— Pero los dos hemos disfrutado, y sabía que en el fondo era lo que querías. Lucía… Nunca le había sido infiel a María, pero eres superior a mis fuerzas… Te deseo… Y ahora que tu culito ha sido mío, quiero el resto…

— Un desliz no me convierte en tu amante, y nunca lo seré. Me he dejado llevar por un calentón, pero quiero a mi hermana y no se merece esto. Hasta aquí hemos llegado —me puse tensa, quería zanjar el asunto, ya se me había escapado demasiado de las manos—. Y ahora debería marcharme, no vaya a ser que nuestra familia nos encuentre así y arruinemos nuestras vidas…

Sin el ingrediente de la excitación mis palabras surtieron efecto. Ángel estaba más que satisfecho habiendo podido hacer realidad su principal fantasía; la fiera salvaje de su interior había sido aplacada. Bajó la vista, y salió del baño despidiéndose con un: “Hasta la vista, cuñada”.

 

6

Comencé la semana completamente segura de mí misma, convencida de mi nueva identidad y condición, conocedora de mis defectos y virtudes, así como de mis armas para alcanzar mis objetivos.

En el terreno laboral descubrí que con palabras amables, y trato menos severo que el que la antigua Lucía solía dispensar, también se podían conseguir las cosas; explicando, cuando fuese necesario, cada decisión tomada con sólidos argumentos que podían ayudar a mis subordinados a entender cada una de mis decisiones para, finalmente, compartirlas e implicarse con ellas. En el caso de los hombres, esto era más fácil, un ligero coqueteo o una simple mirada mantenida un poco más de lo normal, y acababan dándome la razón en cualquier cosa totalmente convencidos de ello. En el caso de las mujeres, no tenía ninguna bajo mi mando directo, pero quise acercarme más a todos los entresijos del trabajo, por lo que empecé a relacionarme con gente de escalas inferiores, entre las que había mujeres algo mayores que yo, y alguna de mi edad bastante simpáticas, con las que empecé a quedar todos los días para el café de media mañana en la cafetería de la planta baja.

Desde la pequeña reunión del viernes anterior, los tres jefes de sección me trataban con más familiaridad, y se esforzaban por agradarme. Sabía que me desnudaban con la mirada, y la verdad es que eso me encantaba. Me excitaba la idea de ser la protagonista de sus fantasías, por lo que, de vez en cuando, les regalaba alguna vista de mi escote o meneo de culito. Era un “inocente” juego que me divertía, porque sabía que ni ellos ni yo haríamos nada más.

Con quien tenía que tener cierto cuidado era con Gerardo, el Director General. Debía perpetuar el perfecto equilibrio que Lucía siempre había logrado mantener. Cualquier gesto fuera de la relación profesional podía ser interpretado por él como un signo de aceptación de sus insinuaciones, y aunque reconozco que no me desagradaba en absoluto, es más, le encontraba cierto atractivo, no podía poner en riesgo mi trabajo, carrera y futuro, por lo que seguí manteniéndole a raya con amabilidad.

El martes, después de la jornada laboral, decidí volver al hospital. Tenía mucho que contar sobre lo vivido y los cambios en mi interior, y puesto que no podía sincerarme con nadie sin que quisiera ponerme una camisa de fuerza, el durmiente cuerpo de Antonio me serviría para desahogarme con la sensación de que había alguien escuchándome.

Cuando llegué a la habitación, mi plan de sinceridad quedó completamente desbaratado. Antonio tenía visita, un jovencito de 19 años al que conocía perfectamente.

— Hola —le saludé, sintiendo un vuelco en el corazón.

— Hola —contestó el chico, levantándose de su asiento ante mi entrada.

Se trataba de Pedro, un querido amigo de mi vida anterior al accidente. El chico era hijo de una amiga de mi madre, una amiga que tuvo a Pedro siendo muy joven y que se quedó sola con el niño cuando el padre se lavó las manos y desapareció del mapa. Alicia, así se llamaba ella, había pasado mucho tiempo en mi casa, y a pesar de que Pedro era siete años menor que yo, entablamos amistad desde el primer momento. No en vano, en la práctica, nos habíamos criado juntos y éramos casi como hermanos.

Sentí una pequeña punzada de dolor nostálgico al encontrarle allí, pero pude disimular el sentimiento esbozando una amplia sonrisa, y el dolor se suavizó ante el pensamiento de que mi amigo no me había abandonado.

— ¿Vienes a ver a Antonio? —me preguntó, mirándome de arriba abajo con el descaro de la juventud—. Nunca te había visto por aquí.

— Sí, claro —contesté—. Soy Lucía… compañera del trabajo.

— Encantado, Lucía —me dijo, dándome dos besos que le correspondí con cortesía—. Yo soy Pedro, un amigo.

Al acercarse a mí, mis sentidos de mujer se agudizaron. Percibí su fresca fragancia mezclada con su propio olor, y me resultó muy agradable. Mis ojos lo contemplaron como si fuera la primera vez, y ante mi nueva perspectiva, vi en él un atractivo que como hombre jamás habría percibido, pero que ahora me resultaba muy marcado. Se parecía mucho a su madre, y ante mis ojos de mujer se presentaba tan sexy como ante mis anteriores ojos de hombre se había presentado su madre. Y es que, en esa atracción, se basaba el mayor secreto de mi vida anterior: con dieciocho años me había desvirgado con la amiga de mi madre, Alicia, la madre de mi amigo.

El estreno de mi vida sexual no fue algo premeditado, surgió una tarde en la que fui a buscar a Pedro a su casa para llevarle al cine como habría hecho con un hermano menor. Pero no estaba, se había ido con sus abuelos a pasar la tarde en la finca de estos. En su lugar, estaba Alicia, su madre, una bella mujer de treinta y dos años que estaba sola y aburrida. De aquello ya habían pasado ocho años, pero lo recordaba como si fuera ayer.

Me invitó a un refresco para que le hiciese compañía durante un rato, y charlamos, pero yo tenía las hormonas revolucionadas, y Alicia era una guapa mujer de cabello castaño y ojos color miel, con un bonito cuerpo y unos sensuales labios que no podía dejar de mirar, así que mi erección se hizo tan evidente que la madre de Pedro reparó en ella. En mi memoria se grabó a fuego el cómo se relamió al ver mi abultado pantalón y, con un simple “Me apetece un caramelo”, se arrodilló ante mí, me bajó los pantalones y calzoncillos y me hizo la mejor mamada que me hicieron jamás. Degustó mi verga como si realmente fuese un caramelo, y cuando me corrí dentro de su boca animado por ella misma, bebió mi leche como si fuera el más delicioso elixir.

Después, se desnudó ante mí, mostrándome la belleza de un cuerpo femenino “en directo” por primera vez. Mi juventud, su sensualidad y el morbo de desvirgarme con una amiga de mi madre, no permitieron que mi erección declinase por completo, por lo que me montó hasta que consiguió que mi polla volviese a estar completamente dura dentro de ella para alcanzar un orgasmo en el que la acompañé llenándola nuevamente con mi leche.

Y así me desvirgué, corriéndome en la boca de la amiga de mi madre y follándome a la madre de mi amigo, y aunque aquello jamás se repitió, el erótico recuerdo fue imborrable, y la sensación de traición a Pedro, también.

— ¿Habías venido ya a ver a Antonio? —me preguntó Pedro, sacándome de mis recuerdos.

— Sí —contesté, sonriéndole—. Antonio… también es mi amigo.

Y así comenzamos una distendida charla que consiguió hacerme olvidar el verdadero motivo por el que había ido al hospital. Pedro me contó historias vividas con su amigo, historias vividas conmigo, pero que contadas por él resultaban más graciosas y enternecedoras, mostrándome que realmente sentía a Antonio como si fuera su hermano mayor. Me sentí muy cómoda, y aunque ahora la diferencia de edad entre nosotros se había incrementado hasta los once años (ya que Lucía tenía treinta), y teóricamente nos acabábamos de conocer, realmente conocía a aquel chico desde toda la vida, y él cogió confianza conmigo enseguida. Tal fue así, que le di mi número de teléfono para que me avisara si se enteraba de algún cambio en la situación de Antonio.

Salimos juntos del hospital, y me ofrecí para llevarle a casa en coche, a lo que él aceptó encantado por ir conmigo y por ahorrarse más de una hora de transporte público.

— Tienes un coche de tía buena —me dijo al ver el Mini Cooper de color crema.

— ¿Ah, sí? —pregunté, cogida por sorpresa.

— Por supuesto. Tengo la teoría de que las dueñas o conductoras de este modelo de coche son todo tías buenas.

— Curiosa teoría —le contesté, sintiendo un cosquilleo.

— Y tú la acabas de confirmar —me espetó con una encandiladora sonrisa y el descaro de su juventud.

Su desparpajo y el inesperado piropo me hicieron sonreír.

De camino a su casa se me ocurrió una idea, ahora tenía la oportunidad de dedicarles unas palabras a mis padres sin tener que pasar por el trago de enfrentarme a ellos. Le pedí un favor, que me acompañase un momento a mi casa para que les diese a los padres de Antonio una carta de mi parte. Pedro era buena persona, y accedió a hacerme el favor, además, su casa quedaba a tan sólo una parada de metro de la mía.

En casa le ofrecí un refresco y le pedí que me esperase en el salón mientras buscaba la carta, aunque en realidad tenía que escribirla. Encendí el aire acondicionado, dejé la chaqueta del traje sobre una silla, y allí le dejé esperando mientras me encerraba en el despacho.

Enfrentarme al papel en blanco fue horroroso, había tanto que quería decir, pero que no podía… Tras unos momentos de duda, finalmente me di cuenta de que sólo podía decirles que les quería sin revelarles que era su hijo quien realmente lo había escrito:

Estimados señores,

Mi nombre es Lucía,  Subdirectora de Operaciones de la empresa en la que trabaja Antonio. Querría expresarles el más profundo mensaje de apoyo en estos difíciles momentos en nombre de la empresa, pero no me limitaré a eso.

Sé que mis palabras, de poco consuelo pueden servirles, y aunque podría transmitirles el valor que su hijo tiene para la empresa, siendo un gran profesional altamente cualificado, responsable y comprometido con su trabajo, he tenido la fortuna de conocerle personalmente y entablar amistad con él, por lo que creo que es mejor que les transmita los sentimientos que, en confianza, Antonio me ha revelado.

Se siente muy orgulloso de su origen y de sus padres. No hay palabras para describir el agradecimiento que siente por la educación recibida y los valores que sus padres le han aportado. Si fuera él quien escribiera estas líneas, tal y como le conozco, estoy segura de que les diría que les quiere y les echa de menos…

Al llegar a este punto, los ojos se me llenaron de lágrimas, y no pude continuar. Dejé pasar unos momentos para recomponerme, pero cuando ya estaba lista para continuar escribiendo, me di cuenta de que no tenía más que decir; sólo quería decirles cuánto les quería y echaba de menos, y sobre todo, decirles que estaba bien y que había empezado una nueva vida… aunque esto era inviable. Por mucho que fuese yo quien escribiera, mis padres sólo leerían la carta como las palabras de una extraña; incluso la letra que ahora salía de mi puño no se parecía a la de su hijo…

Decidí desechar la carta. Para mis padres no tendría ningún sentido, así que la tiré a la papelera, aunque sí que sirvió como cierto desahogo para mí.

De pronto recordé que tenía a Pedro esperándome en el salón, sería un poco embarazoso decirle que no tenía ninguna carta para que le entregase a los padres de Antonio, así que decidí que le diría que había estado buscando la carta por todo el despacho y que incluso la había buscado en mi ordenador personal, pero que estaba claro que me la había dejado en el trabajo. Sería extraño, pero Pedro era un buen chico y seguramente no se molestaría; además, le había ahorrado más de una hora de metro con varios transbordos.

Salí del despacho y encontré a Pedro sentado en el sofá frente a mí. Me acerqué a él percibiendo el claqueteo de mis tacones sobre la tarima del suelo marcándole un ritmo cadencioso a mis caderas, un vaivén del que el joven no perdió detalle:

— Perdona por haberte hecho esperar —le dije.

— No importa, algo me dice que va a merecer la pena —me dijo, mirándome de arriba abajo con descaro.

— ¿Cómo? —le pregunté sorprendida.

— No traes ninguna carta en las manos…

Sentí cómo me ruborizaba, y entonces me percaté del imponente abultamiento en su entrepierna. ¿Qué locas fantasías se había imaginado?.

«Con una burda excusa», contestó el reducto de masculinidad que quedaba en mí, «te has llevado a casa a un chico once años más joven que tú y le has hecho esperar. ¿Crees que es una loca fantasía?, ¿qué habrías pensado tú en su lugar?».

La patente erección que adivinaba bajo su pantalón despertó mi libido. Las hormonas femeninas agudizaron mis sentidos, haciendo que a pesar de la distancia que nos separaba, la fresca fragancia que desprendía mi amigo se me hiciera irresistiblemente atrayente. Mis ojos percibieron con mayor claridad su atractivo físico, estudiando sus agraciadas facciones y escaneando las proporciones de su cuerpo. Sentí cómo se me endurecían los pezones bajo la blusa y el suave sujetador, el calor y la humedad se hicieron patentes en mi sexo, y los labios se me quedaron tan secos que tuve que humedecerlos con la punta de mi lengua. Le deseé, le deseé tanto que quería comérmelo enterito, como el dulce bollito que era ante mi perspectiva.

— No, no es una carta lo que voy a darte —le dije, respondiendo más a mis deseos que a él mismo.

Entonces vinieron a mí los recuerdos de aquella tarde de ocho años atrás, cuando había vivido una situación parecida, sólo que en aquella ocasión yo era un chico, y la madre de aquel que yo ahora deseaba me había regalado un recuerdo imborrable para toda la vida. El destino había hecho una extraña jugada, y ahora se me presentaba la oportunidad de saldar la “deuda” que tenía con Pedro. En ese momento era yo la sexy mujer madura, y mi amigo, el inexperto jovencito, aunque no tanto como yo lo había sido en aquel entonces, puesto que él ya había tenido un par de breves encuentros.

Aquel paquete de su entrepierna era como un imán para mí. Me parecía increíble el gusto que había adquirido por esa parte de la anatomía masculina, teniendo en cuenta que yo misma había sido un hombre en una vida anterior, aunque en ese momento, esa vida se me antojaba tan lejana como la prehistoria. Me arrodillé ante él y, situándome entre sus piernas, acaricié esa protuberancia que despertaba la insaciable hembra que latía en mi interior; él suspiró.

Desabroché el pantalón corto que llevaba y, con su ayuda, tiré de él y del calzoncillo para dejarle desnudo de cintura para abajo. Su polla se presentó ante mí erecta, apuntando hacia el techo, con una cabeza gruesa y rosada y un tronco largo y grueso también, surcado de venas que lo adornaban. Era una polla joven, desafiante y vigorosa, una deliciosa tentación que estaba dispuesta a degustar. La sostuve con una mano y me acerqué a ella para que mi cálido aliento incidiese sobre la sensible piel de su glande.

— Uuuffff —suspiró Pedro.

Le miré a los ojos, y en ellos vi el reflejo de su excitación y expectación, incluso percibí incredulidad. A pesar de haberse imaginado esa situación mientras me esperaba, realmente no tenía esperanzas de que tuviese lugar. Acababa de conocer a una, en sus propias palabras, “tía buena” mayor que él, y ésta se le había llevado a su casa para que descubriese lo que era echar un polvo con una mujer de verdad, no como el par de chiquillas medio borrachas con las que hasta el momento se había acostado para terminar con sendas corridas rápidas.

Mis jugosos labios se posaron sobre su glande, y lo envolvieron como si fuera un delicioso caramelo. Volví a oírle suspirar, y tocando la punta con la lengua, percibí el salado gusto de una gota de lubricación. Succioné y bajé mi cabeza lentamente introduciéndome su polla en la boca, recorriendo todo su tronco hasta que tocó mi garganta. Aún me quedaba una porción por engullir, pero mi cavidad bucal no daba para más. Pedro suspiraba con fuerza, le gustaba cómo me había tragado su falo, así que hice un poco más de fuerza de succión, envolviendo el duro músculo con mis carrillos paladar y lengua, teniéndolo completamente aprisionado.

Tener una verga en la boca y oír gemir al macho, tenía en mí un efecto que jamás habría imaginado. Me sentía poderosa, dueña de aquel duro músculo y del hombre que lo portaba, pudiendo hacer o deshacer a mi voluntad, teniéndolo dominado por el placer que era capaz de proporcionarle. Era una sensación grandiosa y terriblemente excitante, se me hacía el coñito agua. Hasta el momento, sólo había disfrutado de la experiencia de hacer una mamada en una ocasión, descubriendo que la práctica me gustaba, y ahora no sólo había corroborado que me gustaba, ¡sino que me encantaba!. El hecho de que fuese la polla de mi antiguo amigo le daba un especial morbo, pero el ingrediente fundamental que aderezaba mi lujuria de mujer consistía en que se tratara de un apetecible jovencito recién salido de la adolescencia, al que le quedaría un recuerdo imborrable de Lucía, como a mí me había quedado el recuerdo de Alicia, su madre.

Paladeé el gusto de su sensible piel, y pude sentir cómo ese joven músculo latía dentro de mi boca. Lo deslicé entre mis labios chupándolo con la satisfacción de oír cómo Pedro gruñía mientras los latidos de su miembro se aceleraban al igual que su respiración. Me lo saqué dejando únicamente la redonda cabeza dentro de mi boca para darle unas chupaditas con las que sentir su forma y suavidad entre mis labios, ¡cómo me gustaba!. En aquel momento, mis carnosos labios me parecieron creados para esa función, para proporcionar placer con ellos. Los deslicé con suaves y cortas caricias por su glande, como si comiese un helado, haciendo que la gruesa cabeza entrase en mi boca mientras los labios rodeaban su cuello para volver a deslizarse entre ellos y llegar a besar la puntita. Después, volvía a empujarla hacia dentro y mi lengua la recibía acariciándole el frenillo para sentir su leve rugosidad. En agradecimiento, mi golosina me regaló un par de gotas más de elixir que impregnaron con su salado sabor mi lengua.

Apenas había empezado con mi trabajito oral, y ya tenía el tanga empapado de pura excitación, mi coño pedía follárselo, pero estaba disfrutando tanto del manjar que quise apurarlo un poco más.

Hice que el tronco de esa joven verga siguiese al glande invadiendo mi boca y estirando su piel con mis labios. Cuando todo cuanto me cabía estuvo dentro, succioné con fuerza levantando la cabeza para tirar de ella con la succión mientras salía lentamente. La glotonería se estaba apoderando de mí, y en cuanto me la sacase por completo, cedería a ella y me comería esa polla con voracidad aumentando el ritmo.

Pero Pedro fue más rápido que yo. La verdadera mamada estaba comenzando, sólo le había dado lo que a mí me parecían unas leves chupaditas, pero, al parecer, la cosa se me daba muy bien, el chico era joven y le tenía hiperexcitado, de tal modo que cuando la verga estaba a mitad de recorrido saliendo de mi boca, la sentí palpitar con violencia. El chico gruñó, y no tuve tiempo más que para sentir cómo un chorro de líquido caliente me llenaba la boca al chocar a presión contra mi paladar. El sabor a semen me inundó, sintiendo incluso su aroma en lo más recóndito de mi olfato. Era un sabor salado, agridulce, con reminiscencias metálicas, que me agradó. Pero no pude contenerlo para recrearme en su sabor y textura, porque un segundo chorro de hirviente leche me saturó la cavidad bucal, obligándome a tragar la primera oleada casi al instante. El esperma se deslizó por mi garganta, arrastrando consigo su sabor. Era denso, y tuve la sensación de estar tragando una ostra, salvo que cuando se traga una ostra, ésta pasa y ya está. Sin embargo, tragar ese íntimo fluido sirvió para que mi boca volviese a estar llena del sabor de la segunda eyaculación, y me supo deliciosa.

La polla siguió latiendo con pequeños espasmos que me obligaron a seguir tragando la cálida leche hasta que, finalmente, cesaron y pude sacármela de la boca sin perder una sola gota del exquisito manjar que acababa de descubrir. Tragué los restos que quedaban en mi lengua, degustando el dulce néctar obtenido como premio al placer que había dado a aquel chico que me miraba con satisfacción e incredulidad.

Entre los recuerdos de Lucía no encontré nada semejante, nunca había probado lo que yo acababa de probar. Por supuesto que había practicado el sexo oral, pero nunca había llegado hasta el límite de hacer una felación completa, y mucho menos se había dejado sorprender con una corrida repentina en su boca. A pesar de haber sido un hombre, yo había pecado de inexperiencia e ingenuidad. Pensé que un chico tan atractivo como Pedro ya habría tenido bastantes experiencias con chicas de su edad, pero no había sido así, y su juventud y mi efecto sobre él le habían provocado una eyaculación bastante precoz. Pero yo no me arrepentía en absoluto. Me había encantado e hiperexcitado el que se corriera dentro de mi boca, la sensación de cómo entraba en erupción dentro de ella… Y a la nueva Lucía le había gustado el sabor y textura del orgasmo masculino más de lo que podría confesar.

Con los dedos limpié los restos de semen diluidos con mi saliva que habían quedado en las comisuras de mis labios, y me incorporé mirando a Pedro, cuyo enrojecido y brillante miembro había mermado algo en volumen, pero manteniéndose aún erguido.

«Rápida corrida y rápida recuperación», pensé esbozando una sonrisa. «¡Qué loca juventud!».

Mi conejito quería ahora su zanahoria, y ésta ya estaba casi a punto para volver a ser devorada.

— Joder, siento haberme corrido sin avisar —me dijo atropelladamente—. Pero es que eres… Y nunca me habían… ¡Uf, ha sido increíble!.

— No ha pasado nada que no quisiera que ocurriese —le contesté—. Quítate la camiseta —terminé ordenándole.

Obedeció sin rechistar, y se quedó observando cómo yo me quitaba los zapatos y me desnudaba lentamente ante él, recreándome en su cara de fascinación al contemplar mi cuerpo desnudo. Su verga recuperó el vigor inmediatamente:

— Eres una diosa —me dijo.

Me encantó el piropo, pero ya no podía reprimir más mi deseo.

La historia se repetía, e igual que hizo su madre conmigo ocho años atrás, me coloqué a horcajadas sobre él sujetando su polla con una mano, y ésta se embadurnó con mi zumo de mujer. Pedro no se había visto nunca en una situación parecida, y se dejó hacer asumiendo mi mayor edad y experiencia.

Me fui sentando lentamente sobre sus muslos, dejando que su mástil se abriera paso entre los jugosos pliegues de mi coño, sintiendo el agradable cosquilleo de su piel deslizándose por la estrecha abertura, dilatándola para acoplarse a su grosor hasta que estuvo bien sujeta y pude soltarla con la mano. Probé mi sabor llevándome los dedos a la boca y contemplé cómo Pedro apretaba los dientes mientras mi cuerpo envainaba su estoque. Seguí dejándome caer, hasta que toda su polla estuvo dentro de mí y su punta presionó mis profundidades produciéndome un cálido placer que me hizo gemir:

— Uuuuumm…

Por fin me había ensartado. La mamada con delicioso final que le había hecho me había puesto tan cachonda, que a pesar de que su polla era bastante gruesa, se deslizó por mi vagina con facilidad haciéndome sentir llena de hombre.

Mi joven montura apenas se podía mover, pero respondió a sus instintos cogiéndome por el culo para apretármelo mientras su cara se hundía entre mis pechos para ahogar un “Oooooohh” de satisfacción, aumentando mi placer.

Comencé con un suave movimiento de caderas atrás y adelante, disfrutando de la dureza del músculo que me llenaba, sintiendo cómo presionaba mi abdomen por dentro mientras mi clítoris se friccionaba con su vello púbico y mi culito se restregaba contra sus muslos con sus manos apretando mis nalgas.

— Mmmmm… —gemía de gusto.

Llevado por la placentera cabalgada que le estaba dando, Pedro subió por mis glúteos, caderas y cintura con sus manos, recorriendo mis curvas como si fuese un objeto sagrado que reverenciar, produciéndome descargas eléctricas de placer que me obligaban a arquear la espalda y apretar mis muslos atenazando sus caderas. Atrapó uno de mis pechos con la boca, llenándosela con su voluptuosidad para mamar vorazmente de él, comiéndoselo con el innato instinto que hizo arder mi pezón arrancándome un grito:

— ¡Aaaauuuumm!.

El chico se sorprendió, y pensando que me había hecho daño soltó el pecho y me miró azorado.

— ¡Lo siento! —dijo, casi sin aliento—, me he dejado llevar…

Clavé mis rodillas en el sofá y me levanté sacándome casi toda su polla del coño. Miré su rostro sonrojado por la excitación y la vergüenza, con su boca abierta por la sorpresa, y por un instante tuve un extraño sentimiento que aún no había experimentado: me pareció tan joven, tan inocente y tierno, tan completamente a mi merced, que me embargó un desconcertante sentimiento maternal.

Seguro que pensaba que había metido la pata y que su fantasía ya había concluido; que me levantaría y le dejaría con el calentón y la vergüenza. Pero nada más lejos de la realidad. Me había encantado cómo había mamado de mi teta, y el grito que su inexperiencia había interpretado de dolor, realmente lo era, pero de un doloroso y exquisito placer, así que la ardiente hembra que llevaba dentro le dio un codazo a ese fugaz sentimiento maternal. Cogí su atractivo rostro entre mis manos y me lancé hacia aquella boca abierta para acoplar en ella mis labios e invadirla con la lengua hasta casi tocar su campanilla.

Pedro recibió el inesperado beso respondiendo con una suave lengua que se enredó con la mía en un excitante primer beso. A pesar de haberle realizado una felación con la que me había “obligado” a tragarme su leche, y de haber empezado a echar un polvo, era la primera vez que nos besábamos, y la pasión nos envolvió a ambos.

Me dejé caer sobre su inhiesta verga con todo mi peso, y ésta me penetró con tal contundencia que ambos gemimos al unísono en la boca del otro. Ya no me bastaba con sentir su dureza dentro de mí estimulando mis entrañas, necesitaba follármelo con violencia, empalarme en él, clavarme su verga hasta hacerme perder la consciencia...

Sentía mis paredes internas palpitando y estrujando casi con crueldad su miembro, pidiéndome que volviera a medir su longitud obligándole a recorrer cada milímetro de mi gruta, desde la entrada hasta el cálido y profundo interior. Volví a levantar las caderas haciendo que se deslizase estimulando los músculos de mi vagina con su grosor, y cuando estaba a punto de salirse, me ensarté a fondo hasta que me clítoris vibró golpeando su pubis, y su glande se incrustó contra mis profundidades, haciéndome ver las estrellas con un grito que me obligó a despegar mi boca de la suya y arquear la espalda.

Mis pechos quedaron nuevamente al alcance de su boca y, tratando de abarcarlos con las manos, Pedro los estrujó para hundir su cara en ellos y comérselos como dos melones maduros. Succionó mis puntiagudos pezones transmitiendo descargas eléctricas que se propagaron por todo mi cuerpo hasta alcanzar mi clítoris con un maravilloso cosquilleo. Volví a levantarme, liberando mis senos de su boca para volver a ofrecérselos con una profunda penetración que me volvió loca. Y mamó, mamó con glotonería, como si quisiera obtener de mí la maternal leche que yo no podía ofrecerle, arrancándome nuevos gritos de dolor y placer que licuaban mi coño convirtiéndolo en una cueva inundada. Y subí, y bajé, y gemí, y grité.

Me follé a aquel muchacho sabiendo que yo era su dueña y que siempre me recordaría como su primer polvo con una mujer de verdad, porque en eso me había convertido, en una ardiente y lujuriosa mujer que disfrutaba del sexo en toda su extensión. Se me había brindado la oportunidad de tener un envidiable físico capaz de incendiar los deseos de cuantos me rodearan, y lo estaba aprovechando para mi deleite y el de mis parejas.

Seguí clavándome esa joven polla, disfrutando de cada penetración con las placenteras sensaciones que me causaba entrando y saliendo de mí con rítmicos empellones, enloqueciendo con la forma en que mi examigo se comía mis tetazas cada vez que su glande me taladraba presionándome las entrañas, hasta que noté que él ya no podía soportar más mi cabalgada y le permití darse el gusto de marcarme el ritmo.

Me agarró del culo con fuerza, y me apretó contra sus caderas empujando con ellas. Era algo torpe por su inexperiencia, puesto que la única postura que hasta ese momento había practicado había sido estando él encima de la chica, pero yo ya estaba tan a punto, y el morbo de follármelo era tal, que el placer siguió aumentando en mí con los cortos empujones que fusionaban nuestras pelvis. Hasta que con un último apretón con el que su glande me presionó tanto que casi me saca el estómago por la boca, sentí cómo se derramaba dentro de mí ese cálido y denso fluido que antes había atravesado mi garganta. La sensación de su corrida abrasándome por dentro fue muy placentera, pero no consiguió desembocar en mi orgasmo, por lo que volví a tomar la iniciativa y yo misma intensifiqué la sensación saltando rápidamente sobre su polla hasta conseguir que me corriera justo después de que su verga diera el último estertor antes de empezar a languidecer.

Finalmente, aunque en un principio no me lo había propuesto, conseguí alcanzar todos mis objetivos: por un lado me había follado a un atractivo jovencito que se me había antojado como un caramelo; por otro lado, había disfrutado de la novedosa experiencia de tener una polla llenándome la boca con su leche; por otro, también había satisfecho el morbo de echar un polvo con alguien que ya había conocido siendo Antonio y, por último, di por saldada la deuda que sentía hacia Pedro por haber tenido sexo con su madre; sin olvidar que había disfrutado como una hembra en celo de todo el proceso para llegar a un ansiado orgasmo.

Estaba muy satisfecha conmigo misma. En aquel momento, me habría tirado sobre el sofá para fumarme un relajante cigarrillo, pero ni tenía el cigarrillo por no ser fumadora salvo en ocasiones puntuales, ni la compañía de mi eventual pareja debía prolongarse por más tiempo, por lo que me vestí pidiéndole a Pedro que hiciera lo mismo, y amablemente le pedí que me dejara a solas recordándole que me llamara si sabía de algún cambio en la situación de Antonio.

Cuando mi última conquista se marchó, a falta del cigarrillo que me apetecía, cogí un trozo de chocolate de la cocina y me tumbé sobre el sofá para degustarlo recordando con una sonrisa la inesperada y excitante sorpresa que mi paladar había descubierto. En sólo una semana como mujer, distintos hombres y de distintas edades se habían derretido en todos y cada uno de mis agujeros como aquel trozo de chocolate se derretía en mi boca… Era tan satisfactorio, que llegué a la conclusión de que me encantaba ser mujer.

 

7

Mi nueva vida estaba resultando de lo más satisfactoria. En sólo una semana ya había tomado completamente las riendas, y aunque mi nueva condición había propiciado algunos cambios en mí, seguía siendo la misma persona, sólo que con algunos objetivos y gustos diferentes debidos a las circunstancias.

Pasé un par de días tranquilos en los que me centré en hacer bien mi trabajo, aportando nuevas ideas que mi jefe, Gerardo, alabó por resultarle refrescantes y cuya puesta en práctica obtuvo su visto bueno. Eso sí, en ningún momento omitió los piropos no centrados únicamente en mi ingenio. Acepté sus zalameras palabras alabando mi belleza con una sonrisa y dando capotazos como los que Lucía siempre había dado utilizando respuestas como: “Qué cosas dices”, “Tú que me miras con buenos ojos”, etc. Respuestas tontas y prefabricadas con las que dar el asunto por zanjado para cambiar inmediatamente de tema encauzándole nuevamente en la faceta profesional.

Con el paso de los días, las “compañeras” con las que tomaba el café de media mañana, fueron mostrándose menos reticentes conmigo. Poco a poco conseguí que dejasen de verme únicamente como “La jefa”, para empezar a verme como una más de ellas. Esto se convirtió en algo realmente importante para mí, puesto que debido a la ajetreada vida laboral, no tenía más tiempo para relacionarme con otras mujeres. A María, mi hermana, era casi imposible verla entre semana, y Raquel, mi única amiga, estaba a cientos de kilómetros y aún faltaba una semana para que volviese a la ciudad.

Necesitaba hacer nuevas amigas porque, aunque ya me sentía una mujer con sensaciones y gustos propios, tenía mucho que aprender sobre la forma de sentir y pensar de las mujeres, a pesar de que ya tenía todos los recuerdos vividos por la Lucía original.

Aunque mi masculinidad había sido recluida a un profundo rincón de mi interior, aún seguía pensando como un hombre en muchos aspectos, lo que a la larga podría causarme conflictos con mi entorno, por lo que el hacer nuevas amigas en las que reflejarme podría ser una cuestión de supervivencia.

Sabía que la mayoría de mujeres de la empresa me consideraban asquerosamente perfecta: joven, guapa, inteligente y con éxito, pero no podía culparlas por ello, porque era la impresión que Lucía siempre había dado. Tenía que esforzarme para suavizar esa percepción que tenían de mí y que fuesen más tolerantes para conocerme como persona.

El jueves al salir de trabajar, volví a acercarme al hospital. Esa vez sí que pude estar a solas con Antonio, y aunque realmente ya no tenía angustiosos sentimientos que necesitara exteriorizar, resultó gratificante contarle todas mis experiencias a aquella persona tumbada en la cama cuya interlocución era inexistente. El hecho de confesarle a alguien la pequeña aventura con mi cuñado, me sirvió para relativizar el sentimiento de traición a mi hermana. Como le dije al yacente cuerpo de Antonio, al fin y al cabo sólo había sido sexo, esporádico e instintivo, sin sentimiento alguno, por lo que no habría que darle mayor importancia y no debería considerarse una traición hacia María.

Una vez liberada por completo del sentimiento de culpa, no dudé en relatar los detalles de lo ocurrido, haciendo especial énfasis en las maravillosas sensaciones experimentadas, recordándolo todo con una sonrisa en los labios y una humedad en mi tanguita que me obligó a quitarme la chaqueta por el calentón.

También le relaté lo vivido con “nuestro” antiguo amigo el mismo día que nos encontramos en ese mismo lugar, consiguiendo que los recuerdos aumentasen mi excitación hasta el punto de que, cuando quise darme cuenta, ya estaba acariciando mi entrepierna por encima del ligero pantalón de traje que llevaba. Tuve que contenerme para no meterme en el cuarto de baño y masturbarme a gusto, a lo que ayudó la súbita entrada de una enfermera para cambiar la bolsa de suero. Al volver a salir, vi su media sonrisa al darse cuenta de cómo mis pezones se marcaban en mi blusa, y el sentimiento de vergüenza consiguió apagar definitivamente mi fuego.

Más sosegada, seguí hablándole al inmóvil cuerpo, cambiando completamente de tema para explicarle mis sensaciones en el trabajo y mis impresiones con el puesto que ahora desempeñaba. Incluso, una vez cogida carrerilla, le relaté las pequeñas cosas del día a día que iba descubriendo en mi proceso de aprendizaje siendo Lucía. Fue una tarde genial para mi salud mental.

Al día siguiente, durante la pausa del café, dos de las compañeras con las que ya asiduamente bajaba a la cafetería, empezaron a hablar de salir esa noche, puesto que era viernes. Eran las dos más jóvenes del grupito, rondarían ambas en torno a los veintiocho-treinta años. Me apeteció muchísimo la idea de salir de copas y a bailar (acababa de descubrir que me gustaba bailar) con mujeres de mi edad. La experiencia sería muy enriquecedora, además de divertida, y tampoco tenía ningún otro plan.

Estuve tentada de auto-invitarme, pero lo pensé mejor. Estaban empezando a conocerme, pero yo aún seguía siendo su jefa y ciertas reticencias son difíciles de disipar, y si ellas no me lo proponían, debería darles más tiempo para ganarme su confianza y que ellas mismas tuvieran ganas de quedar conmigo fuera del entorno laboral.

Al volver a encerrarme en mi despacho, el sentimiento de soledad me abrumó, era el mismo sentimiento que encontré en los recuerdos Lucía, una soledad que en mi vida anterior nunca había sentido. La imagen de una persona no se podía cambiar de un día para otro, por lo que debía ser paciente y ya conseguiría hacer amigas destruyendo el cascarón en el que mi antecesora se había encerrado.

Un mensaje en mi móvil me sacó de mis pensamientos. No tenía almacenado el número en la agenda, aunque me era conocido:

Hola, Lucía, soy Pedro. Supongo que te acordarás de mí, porque yo sí que me acuerdo mucho de ti.

Hola, Pedro. ¿Hay novedades sobre Antonio? —le contesté inmediatamente, sintiendo un vuelco en el corazón.

Tranquila, no hay nada nuevo. Te escribo por si te gustaría quedar esta noche.

Era de esperar, el chico aún estaba en una nube por lo que había pasado entre nosotros. Él era un caramelito para mí pero, dejando a un lado falsas modestias, yo era un auténtico festival de alta repostería para él, y su valentía natural y las hormonas le habían lanzado a intentar la quimera de tenerme una segunda vez.

Pedro, eres un encanto, pero no te di mi número para esto —le contesté—. Comprenderás que entre tú y yo hay una gran distancia en casi todo, y hay cosas que sólo pasan una vez en la vida.

Ya, ya, cuento con ello. En realidad, como tenemos un amigo en común, y charlamos tan a gusto el otro día, quería proponerte venir a pasar un rato conmigo y mis amigos y echarnos unas risas…

Sentí curiosidad, la verdad es que me había quedado con ganas de hacer algo de vida social para aquella noche, y puesto que había dejado para más adelante la opción de quedar con las compañeras del café, tal vez tendría la oportunidad de relacionarme con otras personas, aunque sólo fuera un rato para no sentirme tan sola. Pedro me caía muy bien, y el crear una nueva amistad con él siendo Lucía, me podría servir para no desconectarme completamente de mi vida anterior. A través de él podría saber sobre mis padres sin tener que fingir ante ellos.

Explícate —escribí.

Alicia (mi madre) no estará este fin de semana, así que he quedado con dos colegas para que se vengan a tomar algo tranquilamente a mi casa. Sé que podemos parecerte unos críos, y seguro que tendrás otros planes, pero si quisieras venirte, seguro que lo pasas bien.

Ya veo…

Venga, Lucía, di que sí. Me encantaría conocer mejor a una amiga de Antonio, y seguro que les caes genial a mis colegas y ellos te caerán bien.

Me estaba convenciendo, aunque la compañía de unos chicos casi adolescentes no era precisamente la que buscaba, podría ser divertido. Sin embargo, una duda asaltó mi cabeza:

No les habrás contado nada del otro día, ¿no? —le pregunté.

— No, no, claro que no. Eso es para mí, y ya me has dejado claro que en eso se quedará. Sólo les he dicho que conocí a la amiga de un amigo y que me gustaría invitarte. Por ellos, encantados, y además también se vendrá la novia de uno.

Sabía que Pedro era un chico sincero, así que no dudé de su palabra. Finalmente acepté su invitación, y tras darme la dirección de su casa, que por supuesto yo conocía perfectamente, quedamos para las diez de la noche.

Al salir del trabajo pasé por una tienda, no podía presentarme en casa de Pedro con las manos vacías, y puesto que sabía perfectamente que la velada consistiría en tomar copas en su casa, decidí comprar una botella de buen whisky de malta para los chicos (estaba casi segura de que beberían whisky barato igual que yo había hecho a su edad), y una botella de un buen y dulce ron añejo para poder tomarme yo una copa sin que me destrozase el estómago.

Tras una hora de ejercicio en mi gimnasio particular y una rápida cena, me duché y arreglé para acudir a casa de Pedro. Al abrir el armario de los vestidos de verano, el primero que vi era uno de los que me había comprado con María, el que no había estrenado, y me pareció una buena ocasión para hacerlo. Al ponérmelo, no recordaba que fuera tan ajustado, era como una segunda piel de color negro que envolvía mi silueta desde mis pechos, con un generoso escote recto, hasta casi la mitad de mis muslos. Tuve, incluso, que cambiarme la ropa interior, puesto que las dos prendas se marcaban en la tela dando una fea impresión.

Uno de los cambios en mi forma de pensar desde que era Lucía se me hizo patente en aquel momento: como hombre, nunca me habría dado cuenta de ese detalle, sin embargo, ahora me parecía importantísimo el estar siempre perfecta, fuese cual fuese la ocasión; por lo que me puse un mínimo tanga negro y preferí prescindir del uso de sujetador.

El vestido proporcionaba la sujeción justa para que mis pechos se mantuvieran en su sitio formando  un bonito y generoso busto sin parecer que rebosaba por encima de la tela. Me calcé un par de zapatos con un buen tacón y miré el resultado en el espejo. Me vi, simplemente, espectacular. Demasiado espectacular para el plan que tenía por delante, pero lo cierto es que me apetecía estrenar el vestido y no tenía ninguna otra ocasión en mente para hacerlo. Estaba increíblemente sexy, con mis curvas envueltas en la fina tela para dibujar con precisión mi silueta. El escote formaba un balcón al que cualquiera querría asomarse, con un bonito canalillo entre ambos pechos. Mis glúteos se veían firmes, redondeados y duros, y la corta falda junto con los tacones me hacían unas piernas kilométricas. El negro del vestido y los zapatos contrastaba con mi piel, y al ser mi cabello del mismo color, hacía que mis azules ojos destacasen confiriéndome una penetrante y felina mirada. A pesar de la explosividad de la prenda elegida, y su sensualidad, esta me quedaba elegante, no haciéndome parecer una puta mostrando carnaza. Mostraba, pero sugería más que mostrar, y en parte por eso me había costado el dineral que había pagado por él.

A pesar de que la casa de Pedro sólo estaba a una parada de metro de mi casa, pedí un taxi. Aunque mi intención era la de quedarme allí sólo el tiempo de tomarme una copa, preferí no coger el coche, y para volver pediría otro taxi, puesto que no era aconsejable que una mujer como yo tomase el metro sola a partir de ciertas horas.

Pedro me abrió la puerta de su casa con una sonrisa de oreja a oreja. Me dio dos besos y no trató de ocultar cómo me miraba de arriba abajo con un resoplido:

— Estás de infarto —me dijo.

— Gracias. He traído un par de cosas —le contesté, cambiando de tema.

— Genial, pasa, ya han llegado los demás —dijo, cogiendo las dos botellas.

Al entrar en aquella casa los recuerdos de mi vida anterior invadieron mi mente. Recuerdos de juegos de niños, de películas, de partidas de videojuegos, de explicaciones de matemáticas…. Pero sobre todos ellos, el recuerdo de Alicia, aquella guapa madre soltera que me había dado el mayor regalo de mi vida.

Cuando entramos en el salón, los dos chicos que estaban allí sentados se levantaron como un resorte, y en sus rostros vi el reflejo de la impresión que les produje, se quedaron ojipláticos. Tenían la misma edad que Pedro, y no esperaban encontrarse con una mujer como yo más que en las fotografías que solían mirar en sus ordenadores. Mi amigo me los presentó como Luis y Carlos, compañeros suyos en el primer curso de la universidad.

— ¿No iba a venir una chica también? —pregunté al ver que la única presencia femenina era la mía.

— Sí —contestó Carlos—, mi novia. Pero al final le ha tocado ir a trabajar esta noche.

— Vaya, ¿en qué trabaja?.

— Es camarera, y aunque tiene turno de mañana, algunas noches de fin de semana le toca hacer unas horas.

— Pues ya lo siento, me hubiese gustado conocerla a ella también.

Luis y Carlos ocuparon los sillones, y yo me senté en el sofá junto a Pedro y frente a ellos, de tal modo que tuve que cruzar pudorosamente las piernas dándoles una buena vista del firme muslo que quedaba por encima. Qué recuerdos me traía ese sofá…

Mi amigo les enseñó las botellas que había llevado, y con una ovación hacia mí, dejaron las copas que acababan de servirse para ponerse “mi” whisky mientras Pedro me servía galantemente el ron tras preguntarme qué me apetecía.

Como era de esperar por la novedad, fui el centro de la conversación, de tal modo que relaté cómo había conocido a Pedro y la historia de nuestro amigo común. Percibí cómo escuchaban cada una de mis palabras como si estuviese entonando una bella melodía, extasiados contemplando y siguiendo cada uno de mis gestos como si quisieran memorizar cada detalle de mí. Estaba empezando a acostumbrarme a producir ese comportamiento en cuantos hombres me rodeaban, pero en aquellos chicos, debido a su juventud, era especialmente marcado.

Supe que eran compañeros de clase estudiando la misma carrera que yo había hecho (Pedro había decidido estudiar la carrera aconsejado por mí), por lo que la conversación fue muy fluida con continuas preguntas sobre mi trabajo que no me importó contestar. Entre trago y trago, la timidez inicial se fue disipando, y poco a poco la conversación fue tornándose más amena con bromas y anécdotas que me hicieron reír. También supe algo más sobre aquellos chicos, como que Luis era una especie de genio informático (aunque estuviese estudiando otra cosa), y que Carlos, a pesar de llevar tan sólo un mes saliendo con su novia, estaba totalmente colado por ella.

La verdad es que me sentí cómoda con aquellos chicos. Con una copa delante, apenas se notaba la diferencia de edad, y yo conocía perfectamente su forma de pensar y sus inquietudes, pues eran las mismas que yo había tenido cuando era un chico de su edad. Pero cuando terminé mi copa, decidí que era el momento de marcharme. Ya había hecho la suficiente vida social, había afianzado un principio de amistad con Pedro, y me había divertido.

— Venga, quédate un rato más, Lucía —me dijo mi amigo cuando me levanté—. Es muy pronto y lo estamos pasando bien.

— No te vayas —dijeron los otros dos a coro.

— Podríamos jugar a “Yo nunca” —añadió Luis, iluminándosele el rostro.

— ¿”Yo nunca”? —pregunté, picándome la curiosidad.

— ¡Buena idea! —exclamó Pedro.

Me explicó que se trataba de un juego para beber, y sobre todo, para conocer mejor a quienes participaban. La dinámica era sencilla: todos teníamos nuestra bebida, pero no se nos permitía beber hasta que el juego dictase que debíamos hacerlo. Para beber, y por turnos, cada uno debía hacer una afirmación real que empezase con “Yo nunca…”. Si el resto de participantes sí que habían realizado esa acción, debían beber. El juego se basaba en la sinceridad, en las ganas de ingerir alcohol, y en tratar de averiguar cosas sobre los compañeros.

Me pareció divertido, y puesto que viviendo como Lucía sólo tenía algo más de una semana de experiencias, pensé que saldría airosa consiguiendo emborrachar a esos tres muchachos para marcharme serena a casa habiéndome reído con ellos. Me senté y Pedro me sirvió otra copa.

— Empiezo yo con algo suave —dijo Carlos—: Yo nunca he montado en globo.

Luis fue el único que levantó su copa y dio un trago.

— Suave, pero ya has ido a pillar —le dijo a su compañero—. Los dos sabíais que el verano pasado me regalaron un viaje. Me toca: Yo nunca he matado un pájaro con el coche.

— ¡Qué cabrón eres! —exclamó sonriendo Carlos mientras levantaba su copa.

— Yo nunca he trabajado en una oficina —dijo Pedro, guiñándome un ojo.

— Has ido a tiro fijo, ¿eh? —le dije sonriéndole para dar un trago.

Era mi turno. Por un momento estuve tentada de decir algo que sabía de él, pero como se suponía que no podía conocerlo, preferí lanzar una afirmación que pudiese implicarles a los tres y que fuera real teniendo sólo en cuenta mi nueva vida:

— Yo nunca he jugado con la Play Station.

Los tres bebieron de sus copas, y me reí un rato mientras trataban de convencerme que debía probarlo.

El juego prosiguió, turno por turno, lanzándose pequeñas puyas entre ellos hasta que Luis se dio cuenta de que yo no había vuelto a beber más que con la afirmación de la oficina.

— Yo nunca he tenido un coche propio —dijo, tanteándome.

Fui la única que bebió, y los chicos intercambiaron miradas con las que acordaron sin palabras ir a por mí. Con afirmaciones sobre el piso, el trabajo, o incluso prendas femeninas, consiguieron hacerme beber todas las veces. Empecé a sentir los efectos del alcohol, había olvidado por completo que mi resistencia a la bebida se había mermado considerablemente desde que era Lucía, y entré en un estado de alegría desinhibida con el que me uní a las carcajadas del resto cuando Carlos bebió ante la afirmación: “Yo nunca me he puesto unas bragas”, lo que tuvo que explicar contándonos la loca historia de cómo cuando era pequeño su madre le puso un día unas braguitas de su hermana como castigo por haber estado escondiendo los calzoncillos usados en un cajón.

Al ver que llevaba varios turnos sin dejar de beber, se “apiadaron” de mí, y el tema de la ropa interior acabó derivando en el terreno sexual.

— Yo nunca me he hecho una paja pensando en la novia de un colega —dijo Carlos.

Los otros dos bebieron, y ante la mirada inquisitiva de Carlos, ambos se encogieron de hombros. El atisbo de tensión desapareció cuando Pedro afirmó: “Tío, tu novia está buena”, con lo que acabamos riéndonos los cuatro.

— Yo nunca me he hecho una paja pensando en una profesora —afirmó Luis.

Pedro y Carlos bebieron y explicaron que en sus respectivos institutos habían tenido alguna profesora que, a pesar de no ser especialmente atractiva, les había puesto hasta llegar a ese punto.

— Yo nunca me he hecho una paja pensando en la madre de un colega —prosiguió Pedro con el juego.

Luis y Carlos se miraron, y ambos bebieron.

— ¡Joder, lo sabía! —exclamó Pedro con indignación—. Sois unos cabrones.

Los aludidos se encogieron de hombros y con un: “Tío, tu madre está buena”, que soltó Carlos imitándole, acabamos riéndonos los cuatro nuevamente.

— Si vosotros supierais —pensé moviendo el culito sobre el mismo asiento en el que ocho años atrás Antonio había probado los encantos de Alicia.

Tal vez fuera por el efecto del alcohol, o por tanto mencionar sus masturbaciones, o por la evocación al recuerdo de mi estreno con la madre de Pedro, pero empecé a sentirme excitada.

— Así que os gustan las mujeres mayores, ¿eh? —les dije.

— Joder, es que si son como la madre de Pedro… —contestó Carlos.

— Dejemos ya el tema de Alicia —dijo el aludido, contrariado.

En aquel momento me resultó curioso que Pedro se refiriese a su madre por su nombre, en lugar de por “mamá” o “madre”, pero entonces recordé que desde que el chico entró en la adolescencia, siempre la había llamado así, supuse que era una especie de acto de rebeldía que había mantenido en el tiempo.

— O mejor —intervino Luis—, si esas mujeres mayores son como tú, ya ni te cuento —añadió mirándome.

Los otros dos resoplaron al unísono sonriéndome, y entonces me di cuenta de que a los tres se les marcaba ligeramente la entrepierna. Ellos también estaban excitados, y no era por hablar de masturbaciones o de Alicia, era por mí y yo lo sabía. ¡Cómo me gustaba provocar eso!.

— Sois encantadores —les dije con una sonrisa haciendo un cambio de postura y cruce de piernas del que no perdió detalle ninguno de los tres.

Me sentí tan bien siendo el centro de sus deseos, que quise seguir jugando con ellos.

— Yo nunca he follado con una chica borracha —les solté.

Los tres levantaron sus copas y bebieron.

— ¡Vaya! —dije—, ¿es que las chicas de vuestra edad no saben mantener las piernas cerradas cuando beben?.

Los cuatro nos reímos, y acabaron confesándome que los tres se habían estrenado así en fiestas de pueblos. Pensé que tenían un curioso denominador común, y así fue como me enteré de que Pedro sólo había tenido dos precipitadas experiencias antes de conocerme a mí.

— Tendré que tener cuidado de no emborracharme… —dejé caer, mirándoles seductoramente.

Los tres rieron con nerviosismo, sabía que eso les había terminado de poner las pollas como barras de acero, y ese pensamiento consiguió acalorarme.

— Yo nunca le he comido el coño a una tía —continuó Carlos el juego, tratando de sacarles información a sus amigos.

Fui la única que bebió, y los tres chicos se quedaron atónitos mirándome.

— Bueno —dije entre risas—, hay que probar de todo en esta vida…

En aquel momento, los paquetes en las entrepiernas de los tres se me hicieron tan evidentes, que sentí cómo mis pezones se endurecían en respuesta.

— Joder, Lucía —dijo Carlos—, ¡eres la bomba!.

Le sonreí, le guiñé un ojo y le pregunté:

— ¿Y tú no se lo has comido a tu novia?, ¡pobrecita!.

Los otros dos se partieron de risa.

— Bueno, es que aún no he tenido la oportunidad… —contestó avergonzado y arrepintiéndose de haber sacado el tema llevado por la euforia etílica.

Luis acudió en su rescate, y para que su amigo no se sintiera tan mal, afirmó de repente:

— Yo nunca he tenido la polla dentro de la boca de una tía.

Pedro fue el único que bebió de su copa mirándome de reojo, lo que los otros no percibieron exclamando un: “¡Qué cabrón!” al unísono. En cuanto a mí, esa evocación aumentó mi excitación, haciéndome sentir los pezones tan duros como para atravesar mi bonito vestido mientras mi tanguita se humedecía. Sabía que en ese momento estaba marcando pezones y que los tres chicos se estaban dando un festín mirándome las tetas, lo cual aceleraba mis pulsaciones.

— ¿Tampoco te la ha chupado tu novia? —le pregunté nuevamente a Carlos con sorpresa.

— Es que… —contestó, volviéndole la vergüenza— Sólo llevamos un mes… Aún no hemos hecho nada más que enrollarnos… y no quiero presionarla…

— Es que está buena y no quiere que se le escape —intervino Luis, entre risas.

— Él también está bueno —contesté yo, confesando sin querer mis pensamientos—. Seguro que ella también lo está deseando… Yo lo desearía…

En ese momento me di cuenta de que me estaba dejando llevar por el alcohol y la excitación. Ninguno de los tres chicos estaba nada mal, siendo Pedro el más atractivo. Aun así, en cualquier otra circunstancia me habrían parecido unos pre-adultos sin más, en los que no habría centrado mi atención; sin embargo, en aquel momento de ligera embriaguez, las duras pollas que adivinaba bajo sus pantalones me estaban incendiando.

— A lo mejor tendría que tener yo una charla con tu novia —le dije a Carlos, catapultada por los efectos del alcohol—. ¿Cómo se llama?, ¿en qué bar trabaja?,

— Se llama Irina —me contestó, atropellado por mi ímpetu.

— ¿Irina? —le pregunté, resultándome familiar tan particular nombre.

— Sí, es que es rusa. Trabaja en un pub del centro llamado “El Dandy”.

¡No me lo podía creer!, aquello era el colmo de la casualidad. “El Dandy” era el pub de aquel tipo que había conocido y con el que había tenido mi primera experiencia sexual con un hombre desde que era Lucía. Al instante supe por qué me resultaba familiar el nombre de la novia de Carlos:

«Tengo una camarera en el primer turno, una muñeca rusa de dieciocho años llamada Irina a la que le encanta hacerme una mamada todas las mañanas. Es adicta a desayunar mi leche calentita... Jejeje, ya sabes…», resonó en mi cabeza la voz del dueño del pub.

Parecía que el destino hubiese cerrado otro círculo entorno a mí, y lo tomé como una especie de señal. Sentí lástima de Carlos, llevaba un mes saliendo con una chica que le gustaba de verdad y aún no había tenido sexo con ella por no querer forzar la marcha, y resultaba que yo sabía que esa chica tenía la afición de practicarle una felación a su jefe todos los días. De hecho, sospeché que aquella noche la “famosa” Irina no estaba trabajando en el pub, sino más bien estaba trabajándose a su jefe, lo que avivó aún más la hoguera de mi lujuria.

— Ya que Irina está trabajando —le dije a Carlos, poniéndome en pie ante él—, a lo mejor necesitas liberarte un poco.

El chico me miró de arriba abajo con los ojos como platos y la entrepierna a punto de reventarle el pantalón. Los otros dos estaban igual.

— ¿A qué te refieres? —preguntó, casi en un susurro.

Le sonreí, y me mordí instintivamente el labio como si quisiera refrenar mi deseo, pero este ya era irrefrenable. Estaba cachonda, y me sentía justiciera. Me apetecía comerme la polla de ese chico, como su novia hacía cada mañana con su jefe, y darle la satisfacción de engañarla como ella hacía con él.

Me arrodillé ante él, y acaricié sus piernas y el duro paquete que yo había provocado.

— Joder, Lucía —me dijo, resoplando—, no juegues conmigo…

— No estoy jugando —le susurré—, quiero comerme tu polla… —añadí desabrochándole el pantalón.

Oí cómo los otros dos resoplaban. Pedro sabía lo que era encontrarse en esa situación, y ahora no perdía detalle. Luis, en el sillón contiguo al de Carlos, tenía una privilegiada vista de cuanto ocurría, y sonreía incrédulo sujetándose la entrepierna. Yo le devolví la sonrisa guiñándole uno de mis azules ojos, y por la expresión de su cara, vi que casi consigo que se corra.

Bajé un poco el pantalón de Carlos y el calzoncillo, lo justo para ver la rosada cabeza de su verga y parte del tronco. Se veía tan apetitosa, que me relamí los labios y la besé suavemente.

— Por favor, Lucía —suplicó el muchacho—. Tengo novia… no quiero ponerle los cuernos… — añadió poniéndome las manos sobre los hombros.

— ¿No quieres que te la chupe un poquito? —le pregunté en tono meloso.

— Me pones malísimo… pero no puedo…

— Joder, Carlos —le dijo Luis, poniéndose en pie indignado—. Tienes a la tía más buena que he visto nunca dispuesta a hacerte una mamada… ¿y lo vas a rechazar?. Ojalá yo tuviera tu suerte…

Vi el rostro de Carlos enrojecido de excitación y vergüenza, y aunque sabía que su novia se la estaba dando con queso, yo no era quién para decírselo. Y tampoco le iba a forzar a hacer algo de lo que pudiera arrepentirse, por lo que me eché un poco hacia atrás dispuesta a levantarme. Pero al girar mi cara hacia la izquierda, me encontré con el exagerado paquete de Luis ante mí. Tenía otra joven verga a mi alcance, para mí sola, y tenía tanta hambre de degustar una, que no dudé en girarme sobre las rodillas, y desabrochar ese otro pantalón para tirar de él y de la ropa interior dejándoselo en los tobillos. El falo de Luis se presentó ante mí como una estaca, tieso y duro, con su punta humedecida por la excitación. No era especialmente impresionante en tamaño, pero su aspecto era tan apetecible que me la metí en la boca deslizándola por mis húmedos labios hasta que llegó a mi garganta.

— ¡Oooohh! —gimió Luis, sin salir de su asombro.

Sentí cómo el músculo latía contra mi lengua, y me di cuenta de que el chico estaba tan excitado que los latidos se estaban convirtiendo en espasmos. La calidez, humedad y suavidad de mi boca le impresionaron tanto, que la joven próstata se disparó como un arma cargada sin seguro. Apenas tuve tiempo de retirar el glande de mi garganta cuando se corrió. Invadió el fondo de mi boca con ardiente y densa leche que tuve que tragar inmediatamente para no ahogarme. Conseguí sacármela un poco más para ponerla sobre mi lengua, y siguió eyaculando borbotones de semen que me llenaron con su sabor. Luis gruñía, y su polla seguía vaciándose en mi boca. Era una corrida abundante y espesa, deliciosamente abundante y espesa. Su gusto, aunque muy parecido al que dos días antes había paladeado de Pedro, era ligeramente distinto, y también me gustaba. Tragué cuanto pude, pero fue inevitable que parte rezumara por la comisura de mis labios y resbalase hasta mi barbilla. Aquel muchacho se estaba corriendo como un caballo, y en sus últimos espasmos pude disfrutar de su elixir durante unos segundos antes de tragarlo.

Le solté, y limpiándome los labios y la barbilla con los dedos para relamerlos deleitándome con el sabor y la textura de ese exclusivo néctar, vi cómo el chico se desplomaba sobre el sillón.

— Eres más rápido que el rayo —le dije con una pícara sonrisa.

— Yo… —dijo, avergonzado pero resoplando de satisfacción—. Tu boca… Ha sido lo mejor de mi vida…

Sentí mi tanguita empapado con mis jugos. Estaba claro que me excitaba sobremanera el que se me corrieran en la boca. Así que miré a Carlos con cara de zorra hambrienta. Este tenía los ojos fuera de las órbitas. Su glande, desnudo por mí, ahora brillaba húmedo por la excitación de lo que acababa de presenciar.

— Ahora sí que quieres, ¿verdad? —le dije, girándome nuevamente hacia él.

No pudo articular palabra, sólo asentir con la cabeza. Agarré su duro músculo para liberarlo de la presión de la ropa, y lo succioné hasta la mitad. Ya tenía suficiente experiencia como para saber que los tentadores jovencitos apenas aguantaban unas pocas chupaditas antes de explotar. Y así fue, que tras un par de succiones arriba y abajo con mis labios deslizándose por su tronco, sentí cómo Carlos se derramaba sobre mi lengua. Su semen también tenía un último y sutil gusto distinto al del anterior, con lo que descubrí que cada hombre tenía un sabor característico, tal vez debido a la alimentación. Pero el sabor predominante era el agridulce y salado sabor a leche de hombre al que estaba empezando a hacerme tan adicta como parecía serlo Irina, la novia rusa de aquel chico. Con la boca nuevamente llena de polla y candente y denso esperma, saboreé sin poder evitar que una de mis manos se colara bajo mi falda para acariciarme el húmedo tanga.

Me tragué toda la corrida dando más chupadas con las que obtuve cálidos chorros del delicioso elixir de aquel chico, mamando de la verga para extraer la última gota, momento en el que sentí cómo una mano acariciaba mi culo. Dejé mi golosina con su dueño extasiado, y al girar la cabeza vi que la mano que acariciaba mi culo era la de Pedro.

— ¿Te has olvidado de mí? —me dijo, sonriéndome.

—¿Tú también quieres correrte en mi boquita? —le pregunté, poniendo cara inocente situando el dedo índice sobre mi labio inferior.

— Si no estás llena ya…

— Aún tengo hambre, y he dejado el postre para el final —le contesté, agarrando su paquete.

Se quitó todas las prendas inferiores, y me ofreció ese magnífico músculo que ya había probado dos días atrás. Tenía la esperanza de que esta vez me durase un poco más el caramelo, así que preferí tener una postura más cómoda para realizar la felación a conciencia. Le pedí a Carlos que se levantara, y este me dejó su sitio para que me sentase en el sillón mientras Pedro se situaba delante de mí poniendo nuevamente su mástil a la altura de mi boca.

Luis y Carlos observaron cómo el rosado glande de su amigo se posaba en mis labios y estos lo recibían acogiéndolo y haciéndolo entrar entre ellos.

— Esto es mejor que ver a una actriz porno en una peli —oí que decía Luis.

— Lucía está más buena y es mucho más elegante que esas actrices —le contestó Carlos.

Oír aquello me encantó, y quise darles un buen espectáculo a ambos haciéndole una mamada a Pedro que resultase muy visual, para lo cual succioné lentamente la polla tirando de ella hacia mi boca y hasta que tocó mi garganta. Mi amigo suspiró, y por el tono supe que esta vez sí que iba a aguantar un poco más. Me la saqué lentamente, chupando con suavidad hasta que la punta apareció nuevamente de entre mis labios.

— Jooodeeeeer… —dijeron los tres chicos al unísono, alimentando mi lascivia.

Tomé nuevamente el glande, y le propicié unas chupadas cortas utilizando únicamente los labios, haciéndolo entrar y salir repetidamente entre ellos para que su punta incidiese contra mi lengua con suaves toquecitos que acariciaban la rosada piel, como si estuviese probando un polo de hielo demasiado frío para comerlo entero. Después, hice que aquella herramienta de placer penetrase en mi boca absorbiendo cuanta longitud de duro músculo cupo en mí. Lo envolví con mi paladar, lengua y carrillos, y lo succioné mientras me lo sacaba dejándolo impregnado de mi saliva.

— Lucía —me dijo Pedro, resoplando—, si lo haces así vas a hacer que me corra tan rápido como estos dos…

— Quiero que tu leche me llene la boca como ya lo ha hecho la suya —le contesté, viendo por el rabillo del ojo cómo los otros dos no perdían detalle con sus miembros nuevamente erectos.

Volví a comerme el duro rabo de Pedro, y sabiendo que los otros dos miraban con atención, ladeé ligeramente la cabeza, coloqué mi negro cabello tras la oreja para despejarme el rostro, y empecé a chupar haciendo que el glande incidiese contra el interior de mi carrillo derecho; de tal modo que los tres chicos podían ver cómo cada vez que esa lanza perforaba mis labios, su punta se adivinaba en mi perfil mientras mi azulada mirada se clavaba en los ojos de los dos espectadores. Se me hacía la boca agua, y puesto que así no podía tragar mi propia saliva, esta salía de entre mis labios, embadurnando el ariete que los penetraba y produciendo un característico sonido: “Slurp, slurp, slurp…”

Estaba tan cachonda, que ya iba a por todas. Mientras chupaba la dureza de Pedro, mi mente no dejaba de darle vueltas a la idea de que ya no tenía suficiente con hacerles una mamada a cada uno. Tenía a tres apetecibles jovencitos con sus instrumentos tiesos por mí y para mí, y quería follármelos, necesitaba follármelos.

El ver a los otros dos chicos observándome con sus inhiestas vergas, no hacía más que hacer más apremiante el deseo. Así que volví a la posición de engullir, y succioné esa rica polla con fuerza, oprimiéndola con mi boca, penetrándome hasta casi tocar la garganta, mamando con movimientos de mi cabeza hacia delante y hacia atrás como si me fuera la vida en ello, ejerciendo toda la presión de la que mis carnosos labios eran capaces, imprimiendo una velocidad que me convirtió en la más voraz de las felatrices.

— Aaah, Lucía, aaaah, aaaahh, aaaaaahhh, Lucíaaaaaahhh… —gimió el beneficiario de mi glotonería.

Sentí las palpitaciones, ya le tenía a punto, pero no me detuve.

— También se va a correr dentro —oí que decía Luis.

— Esta tía es increíble —comentó Carlos.

— ¡¡¡Y se lo va a tragar todoooooohh!!! —gritó Pedro, explotando.

Mi boca volvió a inundarse de leche hirviendo, el delicioso semen de Pedro que se estrelló contra mi paladar mientras su glande lo empujaba hacia mi garganta. Tragué la primera y más generosa eyaculación, y seguí autofollándome la boca con esa pétrea polla mientras convulsionaba escupiendo lechazos dentro de la cavidad, sintiendo cómo el denso y cálido fluido estimulaba mis papilas gustativas resbalando por mi lengua para, finalmente, verterse a través de mi garganta.

Fue la menos abundante de las tres corridas que acababa de tomarme (seguramente ese mismo día se había pajeado pensando en mí), pero me resultó la más deliciosa siendo la de sabor más dulce de las que había probado. Decidí dejarles un imborrable recuerdo a los tres sacándome la verga de la boca para que su último estertor y eyaculación fuese sobre mis enrojecidos labios recibiendo el esperma con un beso. El blanco néctar se derramó sobre mis labios, impregnándolos con su brillo, recorrió el carnoso labio inferior, y fluyó por las comisuras de mi boca. Me separé de la fuente del lechoso manjar, y miré a los tres chicos que me contemplaban maravillados. Me relamí la corrida con la punta de la lengua, y me llevé hacia la boca con un dedo lo que había resbalado hasta mi barbilla:

— Uuummm —gemí degustando.

— Uuuufffff —resoplaron los tres.

Me puse en pie, y con una sonrisa miré a los tres chicos con sus prendas inferiores en los tobillos. Las pollas de Luis y Carlos me apuntaban, mientras la de Pedro languidecía. No dejaban de estar cómicos, pero mi lujuria de incontrolables hormonas femeninas recorriendo mis venas, no me permitía más que verlos como objetos de deseo.

Estaba sedienta, así que le di un último trago a mi copa, y poniéndome con las manos sobre las caderas, dije:

— Bueno, chicos, ahora ya no podéis decir: “Yo nunca he tenido la polla en la boca de una tía”… ¿Ahora qué queréis hacer?.

«Zorra revienta-braguetas», dijo en mi cabeza el vestigio masculino que me quedaba. «Y lo que me gusta serlo», le contesté.

— Podríamos ir a la cama de Alicia… —sugirió Pedro, con Luis asintiendo con la cabeza.

Estaba en plena combustión interna, empapada, con los pezones como pitones de morlaco, con tres yogurines para mí sola, el regusto de sus corridas en mi paladar, y el morbo de utilizar la cama de aquella que me había desvirgado cuando yo era un chico como aquellos tres… Estaba dispuesta a todo cuanto surgiese.

 

8

— Desnudaos —les ordené.

Después de cuanto acababa de ocurrir, los chicos habían perdido cualquier rastro de vergüenza o timidez. Pedro y Luis se deshicieron de sus prendas, y el primero nos guio a ambos al dormitorio de su madre. Los dos entraron, pero yo me quedé a la puerta al ver que Carlos no nos seguía.

— ¿Tú no vienes? —le pregunté—. Cuento contigo —le dije utilizando un tono meloso que ni yo misma sabía que podía tener.

Sabía que con Luis y Pedro ya tendría suficiente. Aunque su juventud e inexperiencia les hiciera correrse con rapidez, su capacidad de recuperación (precisamente por su juventud casi adolescente) era casi igual de rápida. Y aunque ya me hubiese tragado una corrida de cada uno, sabía con certeza (porque yo también había sido un chico de diecinueve años), que serían capaces de darme unas cuantas más turnándose para regalarme algún orgasmo que aplacara mi fogosidad. Pero este otro chico también me gustaba, y quería saber qué cantidad de placer sería capaz de proporcionarme. Tres mejor que dos, pensaba en aquellos momentos.

— Tengo novia. Irina… —me contestó Carlos, subiéndose la ropa y tratando de vestir su desafiante erección.

Me acerqué a él, y viendo que aunque lo deseaba con todo su cuerpo, el chico no quería llegar más allá por un sentimiento de fidelidad. Estuve tentada de contarle la verdad, pero estaba segura de que tarde o temprano la descubriría por sí mismo, y su reticencia me estaba incendiando más de lo que podía soportar. Le deseaba como se desea una fruta prohibida, y tenía que ser mío.

— Te has corrido en mi boca —le susurré eróticamente en el oído—. ¿Ahora no te gustaría follarme? —añadí, pegando mi cuerpo al suyo para sentir la dureza de su falo.

— Jodeeerrrr —resopló, cogiéndome de la cintura.

Con la punta de mi lengua acaricié sus labios y mis manos volvieron a soltar el único botón de sus pantalones que había abrochado, para hacerlos caer hasta los tobillos.

— Ella no está —seguí susurrándole—, pero yo sí, y estoy deseando que me folles….

Ya no respondió, era completamente mío. Me tomó con violencia y metió su lengua en mi boca hasta la campanilla, dándome un beso apasionado y visceral. Tiré de su ropa interior, y le ayudé a quitarse la camiseta. Se deshizo del calzado y se dejó guiar de mi mano al dormitorio, donde los otros dos esperaban sentados en el borde de la cama. Le dejé tras de mí, acercándome a él para que volviese a cogerme por la cintura mientras mi culito se apoyaba en la dureza de su asta de bandera.

— Ahora sí que os tengo a los tres… —les dije—. ¿Por dónde queréis empezar? —añadí levantando mis brazos para ofrecerles todo mi cuerpo.

A Luis se le había bajado un poco la erección por la espera, pero con esa invitación, se le puso la verga otra vez como una pértiga. Pedro, que había sido el último en darme su leche, ya se había recuperado, y su reacción fue exactamente la misma que la de su amigo.

«Divina juventud», pensé.

Sentí cómo las manos de Carlos recorrían mi cintura desde atrás, mientras apretaba su dureza contra mis nalgas. Sin girarme, yo le cogí por la nuca, y le ofrecí mi sensible cuello para que depositara en él unos besos que me produjeron escalofríos. En esa posición mi culito se restregaba contra su verga, haciéndome sentir toda su longitud y contundencia. Con mis brazos en alto sujetándole la cabeza, mis pechos se mostraban alzados, aún más prominentes de lo que ya eran, y con sus duros pezones marcándose en mi precioso vestido como el colofón de dos magníficas montañas.

Pedro se levantó, y se acercó a mí para poner sus manos sobre mis tetazas y recorrerlas como si fuera una escultura. Luis se le unió, y poniéndose a mi lado derecho, recorrió mi silueta de perfil metiendo una de sus manos entre la cadera de Carlos y mi culito para agarrarme con fuerza de una nalga.

Me sentí en el paraíso del tacto. Seis manos recorrían mi anatomía acariciando todas mis formas para transmitirme una mezcla de agradables  y electrizantes sensaciones. Esos chicos me trataban como a una diosa a la que reverenciar, y yo estaba dispuesta a ser su afrodita para que derramasen en mí el néctar y ambrosía que su mortal juventud podía ofrecerme, volviéndome terrenal con el poder de sus pasiones desatadas.

Mientras sus manos acariciaban todas mis curvas memorizando cada una de mis femeninas formas, sus voces alimentaban mi vanidad regalando mis oídos con toda clase de apreciaciones: “Pero qué buena estás”, “qué pedazo de tetas tienes”, “eres preciosa”, “tienes un culito riquísimo”, y un largo etcétera de piropos de chiquillos excitados ensalzando mi anatomía.

Estaba flotando en un cielo de suaves caricias, pero en mi interior me estaba consumiendo en un infierno de rugientes hogueras de lujuria. A pesar de haber mancillado mi boca y garganta con sus orgásmicos fluidos, parecía como si ninguno de los tres jóvenes se atreviera a dar el siguiente paso, como si me fuera a desvanecer siendo tan sólo un sueño que se esfuma cuando trata de alcanzarse. Por lo que tuve que tomar la iniciativa y tirar del borde de la falda de mi vestido para sacármelo por la cabeza. Me quité también el empapado tanguita, pero no me saqué los zapatos, ya que los tres eran más altos que yo y los tacones me propiciaban la altura perfecta para ser más fácilmente accesible. Cogiéndome de una mano, Pedro, que ya había disfrutado de la visión de mi cuerpo desnudo dos días atrás, me hizo dar un giro de trescientos sesenta grados para que sus amigos se embebiesen de mi desnudez.

Mi coñito estaba tan lubricado que, sin el tanga, mi zumo de mujer excitada corrió por la cara interna de mis muslos, inundando el dormitorio con su aroma. El inconfundible perfume de hembra excitada pareció sacar de su ensoñación a los tres jóvenes, haciéndoles ver que era muy real, lo que provocó que me atacasen los tres a la vez como si fueran lobos que rodean a su presa.

Pedro me atacó desde el lado izquierdo, punzando con su lanza mi cadera mientras con una mano me cogía de una nalga, y con la otra se llevaba mi pecho izquierdo a la boca.

Luis me abordó por el lado derecho, me hizo gemir cuando sentí que dos de sus dedos penetraban en mi vulva y exploraban la humedad de mi entrada vaginal mientras su otra mano me sujetaba del hombro, y su boca atrapaba con voracidad el pecho libre.

Carlos me atacó por detrás, sujetándome con una mano por la cintura y atenazando la nalga libre con la otra. Se pegó a mí, y colocó la cabeza de su polla entre mis glúteos, empujando para presionarme con ella, abriéndose paso por la raja que tanto la mano de Pedro, como la suya, abrían estrujando mis redondas posaderas.

Estaba totalmente inmovilizada, y no podía más que disfrutar de las múltiples y excitantes sensaciones que estaba experimentando, dejándome hacer. La boca y mano de Pedro exprimían mi pecho izquierdo, y su forma de mamar de él con gula, llenándose la boca con cuanto volumen podía succionar, conseguían hacer que el sensible pezón ardiese y vibrase cada vez que su lengua lo lamía. Como ya ocurriera la vez anterior que había tenido mis pechos a su alcance, el chico mamó como si quisiera extraer de mí la leche maternal. Su fijación por comerse así mis tetas me hizo pensar que tal vez le recordasen a los bonitos pechos de su madre, Alicia, transformando el innato instinto de ser amamantado en un fetichismo sexual que debía satisfacer.

Luis chupaba mi otro pecho con más suavidad, rodeando el pezón con sus labios y lamiendo la erizada cúspide, dándome unas deliciosas y húmedas caricias, Su mano derecha exploraba mi coño, acariciándome la vulva, masajeándome el clítoris y metiéndome la primera falange de un par de dedos a través de mi abertura. Me hacía gemir con sus íntimas caricias, y a la vez me hacía desear con mayor intensidad el ser penetrada con más profundidad, manteniéndome en un placentero limbo.

Carlos me sujetaba por la cintura mientras su otra mano masajeaba mi glúteo derecho. El izquierdo era propiedad de Pedro, quien me lo acariciaba concentrado en saciar su apetito por mis tetas. La verga de Carlos empujaba con su cabeza la raja entre mis nalgas, alojándose entre ellas para darme la magnífica impresión de tener algo duro introduciéndose por mi trasero, lo cual se había convertido en una de mis sensaciones favoritas, especialmente desde la experiencia con mi cuñado.

Los dedos de Luis en la parte delantera me hacían moverme con el placer que me proporcionaban, pero ese atrevido ariete que se friccionaba entre mis carnes, era el que me hacía empujar con mi cadera hacia atrás para que su punta incidiese sobre mi angosta entrada. Deseaba que esa polla me empalase por el culo, pero la ausencia de lubricación lo hacía casi imposible, por lo que disfruté de las continuas presiones sobre mi ano mientras mis manos tiraban de su nuca tratando de atraerlo más hacia mí.

Luis abandonó mi pecho dejándome el pezón listo para rayar cristal, sacó los dedos de mi lubricada cueva de placer, y descendió por mi anatomía acariciando mis muslos con sus manos, mientras su legua recorría el valle de mi vientre tomando rumbo sur.

— Essso essss —susurré—. Que no puedas volver a beber con: “Yo nunca le he comido el coño a una tía”.

Se puso de rodillas en posición de samurái, y yo abrí mis piernas ligeramente, franqueándole el acceso. Sus labios se acoplaron a mis labios mayores besándolos y haciéndome estremecer, y cuando la punta de su lengua se introdujo entre ellos, suspiré de gozo:

— Uuuuuuffffffff…

Se llenó la boca acariciando mi vulva con sus labios mientras su lengua exploraba la entrada produciéndome un delicioso cosquilleo. Lamió la raja arriba y abajo con algo de torpeza (sólo tenía como referencia la exquisita comida que me había hecho mi amiga Raquel), pero al agradarle mi sabor se aventuró a introducirme su escurridizo músculo cuanto pudo, arrancándome un gemido. Su suave lengua cobró vida propia, y empezó a retorcerse en la antesala de mi vagina, con lo que esta le obsequió manando su zumo en respuesta. El chico aprendía rápido.

Carlos recorrió toda mi espalda con sus manos, provocándome un escalofrío que me obligó a arquear la columna incrustándome la punta de su barrena con tanta fuerza, que ésta venció levemente la resistencia de mi pequeño orificio dilatándomelo para asomarse a su interior. Me ardió el ano, y sentí un calambre que me dejó sin respiración por un segundo.

— ¡Joder! —se me escapó, y ante su reacción retirándose asustado, suavicé el tono—. Así no...

— ¡Lo siento! —contestó—, tienes un culito tan rico que no podía pensar más que en follármelo…

— Uuuuumm —gemí antes de poder contestar.

Luis seguía mejorando su técnica lingual en mi coñito, y Pedro se estaba dando un festín con mis tetazas, moldeándolas con manos de alfarero y alternando succiones y leves mordiscos de un pezón a otro.

— Dessspuéeeesss —dije, entre jadeos—. Uuuuufffff, lubricaaaah…

Los otros dos me estaban consumiendo de gusto y, para mi sorpresa, Carlos se tomó mi sugerencia/orden al pie de la letra. Se arrodilló tras de mí y sentí eróticos mordiscos en mis sensibles nalgas. Sus manos abrieron el camino y su rostro se situó entre mis redondeces para que la punta de su lengua alcanzase a acariciar la suave piel de mi ojal.

— ¿Ummm? —gemí con sorpresa.

Esa lengua en tan recóndito lugar me brindó unas maravillosas cosquillas afanándose en lamer la estrecha entrada, embadurnándola de saliva, y estimulándola de tal modo, que toda mi piel se puso de gallina con mi espalda arqueándose para ofrecerle a Carlos todo mi culito.

Aquellas tres bocas comiéndome como un manjar de dioses me estaban transportando hacia el nirvana. Mi piel respondía febrilmente a las caricias de aquellas escurridizas lenguas y el incesante masaje en mis pechos, acelerándose mi respiración. Cerré los ojos dejándome llevar por las sensaciones, y agradecí al cielo el haberme convertido en una sensual mujer y brindarme la oportunidad de experimentar aquello. El placer recorría cada una de las fibras de mi ser, hasta que se hizo tan insoportable, que alcancé el clímax en el instante en que la inquieta lengua de Luis dio con mi clítoris haciéndolo vibrar con un lametazo.

— ¡¡¡Ooooooohh!!! —grité orgásmicamente, descargando la tensión sexual que llevaba toda la noche acumulando.

Inundé la boca del cunilingüista con mis cálidos fluidos y agarré a Pedro de la cabeza para separarle de mis pechos, y unir mis labios a los suyos con el irrefrenable deseo de besar y ser besada. Carlos se levantó, y me abrazó desde atrás cogiendo mis liberados pechos mientras su verga se apretaba contra mi culo haciéndome sentir toda su longitud.

Luis abandonó mi vulva y, succionando el labio inferior de Pedro, aparté a éste con dulzura para tomar a Luis y poder degustar de su boca el intenso sabor de hembra orgásmica, satisfaciendo así a lo poco de hombre que quedaba en mí.

— Eres la cosa más deliciosa que he probado jamás —me dijo tras compartir mis propios jugos conmigo.

— ¿Te has corrido? —preguntó Carlos, dándome sensuales besos en el cuello.

— Mmmm, sí —le contesté—. Me habéis puesto malísima entre los tres… aprendéis rápido. Ahora sí que me alegro de haberme quedado.

— ¿Entonces, hasta aquí hemos llegado? —preguntó Pedro, mostrando decepción.— Yo quiero follarte…

Su decepción me pareció totalmente injusta, puesto que no sólo había podido disfrutar  toqueteándome o comiéndome a placer, sino que también había gozado del sexo oral igual que los otros dos. Es más, él ya me había tenido montada sobre él dos días atrás, por lo que ya había obtenido mucho más de lo que jamás habría imaginado. Sin duda, yo no tenía ninguna intención de dejarlo en ese punto. Una vez que me había lanzado, estaba dispuesta a llegar hasta donde pudiese para descubrir mis propios límites, puesto que cada nueva experiencia no hacía más que abrirme puertas hacia nuevos mundos llenos de placeres. Tenía a tres chicos para mí sola, dispuestos a darme cuanto gustase, y era una oportunidad que no debía desperdiciar.

Su ansia por volver a tenerme, por un lado me resultaba halagadora y estimulante, pero por otro, me indignaba el que pudiese pensar que podía disponer de mí cuando quisiera. Aunque yo hubiera fomentado la impresión de que estaba allí para satisfacer sus deseos y los de sus amigos, la realidad era que quien tenía el control era yo. Esos tres yogurines estaban allí para satisfacer mis propios deseos, por lo que tomé la determinación de dejárselo claro.

— Ni mucho menos hemos terminado. Pero tal vez tú seas el menos indicado para exigir nada —le contesté con el autoritario tono de Lucía “La jefa”.

Pedro se sonrojó como un niño al que han echado una reprimenda, y los otros dos le miraron sin entender nada. Su reacción fue exactamente la que esperaba, su rubor me indicó que seguía respetándome.

— Ahora me voy a follar a Luis —continué, cogiendo la dura polla de éste—, y Carlos podrá tocarme… pero tú no.

A Luis se le dibujó una enorme sonrisa en los labios, y Carlos asintió apretándome levemente los pechos. El tono rojizo del rostro de Pedro se hizo más patente.

— Y después voy a follar con Carlos —proseguí—, y Luis podrá tocarme… pero tú no.

Luis se relamió y Carlos me dio un excitante y succionante beso en la sensible zona de mi clavícula derecha.

— Sólo podrás mirar —continué—. Y no podrás masturbarte, porque si cumples estas sencillas órdenes, podrás follarme. ¿Entendido?.

— Sí, señora —respondió, dando un paso hacia atrás.

Ejercer ese dominio sobre él me resultó de lo más gratificante. Una cosa era que me comportara como una puta, y otra muy distinta que lo fuera. Yo era dueña de mí y de mis actos, y lo que quería hacer era por mi propia voluntad, aunque me dejase llevar por las circunstancias.

— Vamos, lengua juguetona —le dije a Luis—. Quiero montarte —sentencié, empujándole sobre la cama.

Se quedó tumbado boca arriba, con las piernas colgando de la cama y la polla erecta esperándome. Me despegué del cuerpo de Carlos y le hice soltar mis pechos cogiéndole la mano para invitarle a seguirme. Subí a la cama colocándome a horcajadas sobre Luis, y cogí su duro miembro para que apuntase hacia mi húmedo coñito. Carlos, desde atrás, se tomó la molestia de quitarme los zapatos para que estuviera más cómoda, lo que le agradecí agarrándole la cabeza para que mis jugosos labios tomasen los suyos dándole un tórrido beso. Y poco a poco me fui dejando caer, viendo la cara de salido que en ese momento tenía el chico que tenía debajo, y sintiendo cómo el que tenía tras de mí me cogía de la cintura para ayudarme a bajar lentamente. La redonda cabeza rosada que me había hecho tragar más leche que ninguna, fue abriéndose paso entre mis pliegues y penetrándome con suavidad para que mi conejito engullera pausadamente la zanahoria, hasta que se la tragó entera.

— Uuuuufffff —suspiré de gusto con Luis haciéndome el coro.

Me quedé sentada sobre él, completamente ensartada, disfrutando de esa sensación, y volví a agradecer al cielo el haberme convertido en una mujer.

— No te imaginas la cantidad de pajas que me he hecho imaginándome que una mujer como tú me montaba así —me dijo.

— ¿Ah, sí? —le pregunté, levantando los brazos para echar hacia atrás mi melena— ¿Y qué te parece la realidad?.

— Ufffff… ¡Mucho mejor!. Estás tan caliente y mojada… Y las vistas desde aquí son espectaculares… ¡Joder, es que no me puedo creer lo buena que estás!.

— Gracias —le contesté con una sonrisa—. Pero ahora es cuando empieza lo bueno…

Moví las caderas de atrás hacia delante, recreándome en el gustazo de tener una dura polla dentro de mí. El chico gruñó, y mis potentes músculos vaginales se contrajeron apretando esa dureza que les estimulaba. Comencé un suave vaivén hacia atrás y hacia delante, disfrutando del movimiento de esa verga deslizándose en mi interior como una anguila en una gruta, con mis labios mayores frotándose sobre su suave vello púbico.

— Uummm —gemí mordiéndome el labio.

— Joooodeeeerr, Lucíaaaa… —verbalizó el muchacho, atenazando mis muslos.

De pronto sentí cómo unas manos recorrían mi cintura desde atrás, acariciaban mi región lumbar, y proseguían descendiendo para masajear mi culo en suave movimiento. Con la satisfacción de ser penetrada, me había olvidado por completo de Carlos, que permanecía a un paso de la cama.

— No te cortessss, mmmm… —le susurré, girando la cabeza hacia él mientras me clavaba la estaca de Luis en lo más profundo—…acércate.

Se acercó aún más quedándose al borde de la cama, y pude sentir el contacto de su glande en mi espalda. Se agachó un poco, y cogiéndome las tetas me metió la lengua en la boca para enredarla con la mía y devorar mis suaves labios con los suyos. Ese chico besaba realmente bien. Sus besos eran eróticos y apasionados, unos besos que aceleraron el ritmo de mis caderas y que saboreé follándome a su amigo. Sus manos acariciaban mis pechos, recorriendo su contorno, sopesándolos, apretándolos, masajeándolos y estimulando mis pezones con sus dedos.

Las manos de Luis recorrieron mis muslos y caderas para, finalmente, cogerme de las nalgas y tirar de mí consiguiendo que el extremo de su falo me punzase en la máxima profundidad.

Mis gemidos se ahogaban en la boca de Carlos, y este liberó mi lengua y labios para oírlos con claridad:

— Ummm, mmmm, ummmm…

Miré hacia mi izquierda, y me di cuenta que, concentrada en mi gozo de follarme a un jovencito mientras el otro le complementaba con caricias y besos, me había olvidado de Pedro. Mi amigo se había sentado en una silla, y contemplaba la escena haciendo un auténtico esfuerzo por no agarrarse el obelisco con el que me apuntaba.

— Muy bien —le dije—. Sigue aguantando y tendrás tu premio.

— Eres mala —contestó—. Verte follar es el mejor espectáculo que he tenido jamás delante… pero no poder hacer nada…

— ¡Oh! —exclamé de gusto al sentir cómo Luis elevaba su cadera taladrándome con su pértiga— . A este ya le queda poco, sé paciente…

Efectivamente, Luis me apretaba del culo con fuerza. Ya no podía soportar la lenta cabalgada con la que yo me estaba deleitando mientras mis músculos exprimían su miembro, y su cuerpo empezó a pedir más intensidad dándome golpes de cadera con los que me hizo botar sobre él.

— Ah, ah, ah, ah —expresé mi placer con interjecciones.

— Lucía, Lucía, Lucía… —apelaba mi empalador.

Su polla me presionaba una y otra vez con un delicioso repiqueteo en el fondo de mi coño, consiguiendo que la sintiese más intensamente para mi propio disfrute. Aunque para mí era demasiado pronto para llegar al orgasmo, él ya estaba a punto.

Carlos seguía aferrándome los pechos, que ahora botaban en sus manos, y comenzó a susurrarme al oído:

— Haz que se corra, haz que se corra, haz que se corra…

Me hizo saber cuánto deseaba follarme apretando su rabo contra mi espalda, aumentando mi deseo de querer follármelo a él también, así que le aparté las manos de mis pechos y se las entrelacé tras su nuca junto a las mías, de tal modo que me estiré completamente arqueando un poco la espalda para apoyar mi cabeza sobre su pecho. Mis tetas se alzaron y botaron libres subiendo y bajando. Aquello fue lo máximo para Luis, mientras mi coño estrangulaba con crueldad la dura barra de carne que se movía en su interior, los ojos del muchacho se llenaron con la contemplación de mi cuerpo respondiendo a su pasión, grabándosele a fuego en el cerebro la imagen y las sensaciones para explotar en una gloriosa corrida.

— ¡¡¡Lucíaaaaaaahh…!!! —gritó.

Sentí un estallido de calor en mis entrañas, y el placer de su leche escaldándome por dentro fue tal, que a punto estuve de irme con él. Pero el polvo en sí había sido corto, y aún necesitaba más para llegar al clímax.

— Cabrón con suerte… —oí que comentaba Pedro desde su silla.

Mi montura bajó la cadera y todo su cuerpo se relajó mientras resoplaba. Me separé de Carlos y me tumbé sobre Luis para darle un dulce beso en los labios.

— Muy bien, tigre —le susurré al oído—. Ahora deja sitio al siguiente.

Me levanté poniéndome a cuatro patas sobre la cama para que el chico saliera de mí. Obedeciendo mi orden, se deslizó hacia el cabecero de la cama pasando todo su cuerpo ante mis ojos. Cuando sus caderas estuvieron a la altura de mis manos, el aroma procedente de su verga llegó a mi olfato estimulándolo. Olía deliciosamente a sexo, y cuando siguió subiendo la vi aparecer, aún erecta y recubierta de mis fluidos y los suyos; no me pude reprimir, y me sorprendí a mí misma acercando mi boca a ella para envolverla con mis labios y succionarla.

— ¡Diosssssss! —exclamó Luis, sintiendo la succión como un placer cercano al dolor.

Me saqué la polla de la boca dejándosela limpia y degustando su corrida mezclada con mi jugo. Una delicatesen que satisfizo a mis papilas gustativas.

— ¡Qué tía! —oí exclamar a Pedro.

Carlos esperaba su turno, pero la impaciencia empezaba a adueñarse de él, así que sentí como me tomaba por las caderas y su glande comenzaba a abrirse camino entre mis glúteos. ¡Cómo me gustaba esa sensación!.

Luis por fin salió de debajo de mí y fue junto a Pedro.

— Ha sido la hostia… —le dijo —. Me voy a pasar toda la vida agradeciéndote el que me hayas invitado hoy a tu casa y me hayas presentado a Lucía. ¡Es una diosa!.

— Lo sé… Pero cállate, que ya estoy sufriendo bastante con sólo mirar…

La lanza de Carlos abrió mis nalgas y su punta alcanzó mi ano. Le resultó fácil, aún tenía la rajita húmeda por su saliva, y cuando sentí que presionaba para perforarme el agujerito, me gustó tanto, que tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para reprimirme y no ayudarle yo misma empujando hacia atrás con mi culo para que me lo penetrase salvajemente. Estaba lubricada por su trabajito lingual de antes, y mi ojal estaba relajado por la cabalgada que le acababa de dar a Luis, por lo que me encontraba preparada para una rica enculada, pero mi coñito se había quedado a medias y pedía más polla que le llenase, así que miré hacia atrás y dije:

— Por el culo aún no... Si quieres cabalgar, antes tendrás que aprender a montar…

— ¡Apunta más bajo, chaval! —le dijo Pedro con envidia e impaciencia.

Carlos no dijo nada, es cierto que tenía mi culito a punto y dispuesto, y a pesar de mi negativa podría habérmelo perforado y yo lo habría aceptado con gusto, pero aunque me tenía a cuatro patas, a su entera disposición, su voluntad se doblegó a la mía.

Sentí cómo su glande se deslizaba hacia abajo y encontraba mis abultados labios mayores. Penetró suavemente a través de ellos, y estos lo envolvieron invitándole a continuar con su avance.

— Uuuuffff —suspiró, sintiendo la humedad y el roce en su suave piel.

Su cadera sucumbió a la placentera sensación y, con un espasmo reflejo, arremetió repentinamente haciendo que todo el tronco de su dura verga me invadiese, clavándomela entera con un delicioso azote de su pubis en mis nalgas: “¡Plas!”.

— Uuummmm —gemí de puro gusto, acompañado de un gruñido suyo —. Eso essss, móntame.

El chico de la novia rusa no necesitaba más indicaciones. Sacó lentamente su sable de la vaina que era mi cuerpo, arrastrando por mi interior su longitud y estimulando con su gruesa punta una rugosa región de mi vagina desconocida para mí, proporcionándome tal placer, que llegué al borde del orgasmo. Los brazos me flaquearon y tuve que apoyar mi cabeza sobre la cama, quedando todo mi coñito expuesto a él para su deleite y el de los dos espectadores que observaban con muda fascinación. Resoplé por la fuerte impresión de esa sobreexcitación tan repentina, y sentí cómo las manos de Carlos subían de mis caderas a la parte más elevada de mi culo en pompa, agarrándome de las nalgas como si fueran unas riendas a las que aferrarse antes de incitar al galope…

Y me arreó. Me dio una embestida con tal violencia que su polla me penetró salvajemente hasta que se clavó en mis profundidades y su pelvis me golpeó el culito, empujándome para que mi cara quedase pegada al colchón mirando hacia los otros dos chicos.

— ¡Aaaaaah!h! —grité, extasiada.

— Joder, ¡qué bestia! —exclamó Luis, mirándome alucinado, con Pedro a su lado mordiéndose los labios y haciendo un sobrehumano esfuerzo por no masturbarse a conciencia.

No tuve tiempo de reponerme, porque Carlos me cogió con ganas y empezó a bombearme el coño repetidamente, a un ritmo tan frenético que me hizo jadear mientras me tenía postrada con mi rostro hundido en la cama, sintiendo cómo su ariete entraba y salía de mi chorreante coñito en endiablado frenesí.

El cabrón follaba como un conejo, y me estaba matando. Mis pechos rebotaban como locos sobre la cama, su cadera golpeteaba mis nalgas mientras sus manos casi me clavaban las uñas en ellas, y su glande repercutía insistentemente en mis adentros, haciendo que mi goce fuera in crescendo hasta hacerme explotar en un brutal orgasmo con el que aullé como una loba en celo en noche de luna llena. El clímax alcanzó unas cotas a las que aún no había llegado, siendo increíblemente intenso, pero a la vez, extremadamente corto.

— Qué pedazo de cabrón —comentó Luis—, ha hecho que Lucía se corra. Claro, como ya se la había dejado yo a punto…

— Calla —le contestó Pedro—, que al final veo que no llego a mi turno. Y yo sí que voy a hacer que se corra…

Carlos no me dio tregua, y siguió follándome al mismo ritmo, reiniciando mi ciclo de placer para ir entonándome nuevamente.

Conseguí hacer fuerza con las palmas de mis manos sobre la cama y pude estirar los brazos para incorporarme y quedarme nuevamente a cuatro patas, guiñándole un ojo a Pedro, con lo cual casi se me derrite. Al levantarme, mis músculos vaginales estrangularon con tanta crueldad la barra de carne que los abría, que mi particular conejito de pilas alcalinas no pudo soportarlo, y se corrió dentro de mí llenándome con su cálido semen en una última embestida que me obligó a esforzarme para no volver a dar con mi cara contra el colchón.

Al sacarme la polla, tuve la sensación de vacío que me indicaba que seguía excitada y necesitaba más para estar completamente satisfecha. El chico se había portado bien, y aunque, al igual que su predecesor, se había corrido bastante rápido, me había provocado un intensísimo aunque breve orgasmo, por lo que ya estaba lista para más, y Pedro estaba mordiéndose las uñas esperando su turno para dármelo. Sin duda, el poder disponer de esos tres casi adolescentes para satisfacerme y complementarse, era un auténtico lujo que debía aprovechar.

Me giré poniéndome de cara a mi jinete, que resollaba mirándome con su instrumento aún erecto a mi alcance, recubierto por nuestros fluidos mezclados. Así que, como ya hiciera con su amigo Luis, no pude reprimirme en degustar esa selecta mezcla de sabores en mi paladar, por lo que me metí toda su verga en la boca haciéndole gruñir mientras se la chupaba, dejándosela totalmente limpia.

Me puse en pie para dirigirme al que me faltaba, mi postre tras un ligero entrante y un buen segundo plato. Al recuperar la verticalidad, sentí cómo el néctar que acababa de paladear sobre la piruleta de Carlos, rebosaba de mi coñito y resbalaba por mis muslos. Tomé al jovencito de la cabeza, y tirando de él hacia abajo le susurré: “Cómetelo”. Obedeció sin dudar, arrodillándose para lamer la cara interna de mis muslos produciéndome un maravilloso escalofrío que se transmitió por toda mi columna vertebral. Recorriendo el rastro dejado por la mezcla de zumos de fruta de la pasión, subió hasta mi carnosa vulva besándola e introduciendo su lengua entre sus pliegues para libar de ella.

— Mmmmmm —gemí.

Tuve que sujetar su cabeza y obligarle a detener su trabajito oral tirando de él hacia arriba, podría hacer que me corriese en su boca, y tenía una dura polla esperando con impaciencia para penetrarme. Se levantó obedeciendo mis deseos.

— Sería un buen esclavo —pensé—, si yo quisiera ser su ama…

La imagen de una explosiva Lucía dominatrix ataviada con sugerentes prendas de cuero negro se materializó en mi mente, y como consecuencia, el resquicio masculino que en ella quedaba, confinado en un oscuro y distante rincón de mi ser, se corrió con sólo contemplarla.

Mis labios fueron al encuentro de los de Carlos, y nuestros sabores se fusionaron en un tórrido beso. Qué bien sabían nuestros orgasmos en su boca, cómo me ponía su forma de besar…

— Lucía —oí la voz de Pedro a mi derecha—. No puedo más, levántame el castigo…

Aparté suavemente a Carlos a un lado, e invité a Pedro a acercarse a mí para ocupar su lugar. Agarré su tremenda erección con una mano, y le susurré al oído para que los otros no lo escuchasen:

— El otro día te follé yo a ti... Ahora quiero que seas tú quien me folle a mí.

— Es lo único que quiero desde que te conocí —me contestó, agarrándome del culo con firmeza.

Me atacó con fiereza, atrapando mis suaves labios entre los suyos para devorarlos y meterme la lengua hasta casi tocarme la campanilla. Rodeé su cuello dejándome llevar por su ímpetu, y su cuerpo se pegó al mío hasta aplastar mis pechos contra su pecho e incrustar su asta en mi abdomen haciéndome sentir toda la extensión de su empalmada. Mientras nos besábamos, me restregué contra su mástil, posicionándolo y sintiendo su dureza en mi vulva, hasta que él directamente lo agarró y apuntó con la gruesa cabeza para acariciarme el clítoris con ella y recorrer toda mi entrada embadurnándose con mi jugo. Esa agradable sensación me hacía pedir más de él, aunque no me fue necesario decírselo. Me tomó de un muslo obligándome a levantar la pierna y ponerla sobre su cadera mientras esta empujaba para que su glande penetrase entre mis labios vaginales, alojándose entre ellos. Intentó metérmela entera así, pero la postura lo impedía, así que tiró de mi otro muslo para que me subiese sobre él.

Me colgué de su cuello y él me alzó del suelo abriéndome de piernas y colocándomelas alrededor de su cintura. Aguantó mi peso flexionando ligeramente las rodillas y poco a poco me fue dejando caer para que me deslizase sobre su barra de carne clavándome en ella. Suspiré sintiendo cómo el grosor de su polla expandía las paredes de mi coño, y una carcajada de satisfacción se me escapó al corroborar con mis propias carnes que Pedro tenía una verga más gruesa que la de los otros dos.

— ¿De qué te ríes? —me dijo con el esfuerzo de seguir aguantándome en vilo.

— De lo que me gusta tu gorda polla —le susurré al oído—. ¡Clávamela! —grité para que también lo oyeran los otros dos.

Me dejó caer más y estiró sus piernas para, por fin, ensartarme completamente.

— Uuuummm —gemí mordiéndome el labio.

— Joder, tío, se la ha metido de pie —le comentó Luis a Carlos.

— Y mira cómo goza ella —le contestó éste—. Qué cara de gusto…

— A mí ya se me empieza a levantar con sólo ver cómo se muerde el labio… —concluyó Luis.

Me quedé mirando fijamente a los ojos de Pedro, y éste me hizo dar un pequeño salto sobre su lanza, dejándome sin respiración. Él jadeó e intentó repetir el movimiento, pero atenazando mis piernas a sus caderas se lo impedí.

— Me encanta —le dije—. Pero si no nos apoyamos en ningún lado acabarás haciéndote daño en la espalda. Túmbame en la cama y fóllame a gusto.

Sin que saliera de mí, bajé mis piernas por las suyas, pero no pude llegar al suelo, pues era unos diez centímetros más alto que yo, así que seguí colgada de su cuello hasta que, de pronto, me hizo caer sobre la cama y terminé arrastrándole conmigo.

— Aaaaaauuuuhh —aullé de gusto.

Sentí todo el peso de su cuerpo sobre el mío aplastándome, pero lo que me hizo aullar fue el magnífico gustazo de su pértiga dando con el fondo de mi gruta. Nos acomodamos, levantándose él con los brazos para dejarme respirar, y empezó a empujarme suavemente con las caderas.

Me encantaba cómo su polla me dilataba y se movía dentro de mí estimulando mi cueva para que ésta acogiese al invasor estrangulando su longitud. Su pelvis me masajeaba el clítoris con cada empujón, proporcionándome destellos de placer que me hacían aferrarme a sus caderas con mis piernas para sentirlo con más intensidad.

Agarré su joven y duro culo, y clavé mis uñas en él, incitándole a que me empujara con más fuerza, que me incrustase su verga más adentro, que me hiciera sentir toda su longitud sacándola casi entera de mí para volver a metérmela a fondo, invitándole a compartir conmigo la deliciosa sensación de toda esa pétrea carne deslizándose por mi cálido interior como una anaconda en su húmedo refugio. Y así le marqué el ritmo de un pausado sube y baja de sus caderas con el que me deleitó haciendo que la gruesa punta de su taladro apareciese de entre mis rosados labios vaginales para volver a perforarme con ella, recorriendo el túnel y frotándose por su paredes hasta tocar fondo y presionarlo.

— Uuuuuumm, aaah, uuuumm, aaah… —me hacía gemir y jadear con cada entrada y salida.

Con mis uñas marcándose en la piel de sus glúteos en cada bajada, y relajándose en la subida, le di la pauta que debía seguir para follarme lentamente y que el placer se acumulara en nuestros cuerpos experimentándolo en su máxima extensión. Tras dos polvos más o menos apresurados, quería recrearme en el hecho de ser penetrada, quería sentir claramente la forma del glande entre mis labios y cómo iba entrando lentamente, con mis músculos recibiéndole en una oleada de placenteras contracciones mientras toda la longitud de esa gruesa polla era acogida en mi interior para llenarme.

Pedro estaba demostrando tener más aguante que sus compañeros para poder proporcionarme lo que en ese momento necesitaba. No es que fuera más diestro en el sexo o superior físicamente a los otros, era prácticamente igual de inexperto e impetuosamente joven, pero yo ya tenía claro que ese día se había dado un homenaje manual pensando en mí, y eso estaba propiciando el que pudiera regalarme varias penetraciones tan lentas y profundas, que yo podía disfrutar cada una de ellas individualmente.

Luis y Carlos nos observaban en silencio, sabiendo que el severo castigo al que yo había sometido a Pedro, acatándolo este estoicamente, le concedía el privilegio de tenerme para él solo en ese momento.

Tras un glorioso tiempo de pausado y profundo mete-saca, los dos ya necesitábamos aumentar el ritmo de las penetraciones para empezar a descargar la adrenalina que se había ido acumulando en nuestros cuerpos con ese relajado sube y baja de caderas. El chico se incorporó sentándose sobre sus talones mientras me sujetaba firmemente de las caderas, tirando de ellas sin sacar su miembro de mí. Esto hizo que su músculo hiciera de palanca en mi interior, presionándome en mis más recónditas profundidades con tal intensidad, que me dejó sin aliento por la impresión y el increíble placer que me proporcionó. Estuve nuevamente el borde del abismo, aunque sólo fue un atisbo fugaz.

— Te ha molado, ¿eh? —me preguntó desde las alturas al ver mi cara de sorpresa y gusto.

— ¡Uuuuufffff!, me ha encantado… Por un momento he pensado que podías levantarme con la polla. Ha sido increíble…

— Eres la tía más cachonda que he conocido nunca … ¡Cómo me gusta follarte, Lucía!. Quiero matarte a polvos…

— Pues hazlo —sentencié, mordiéndome el labio.

Sujetándome por las caderas, comenzó a manejar mi cuerpo para que su palpitante verga me penetrase una y otra vez, haciendo que nuestros pubis se fusionaran atrayéndome hacia él. La postura hacía que sintiese el golpeteo constante en mi vulva mientras su glande me perforaba hasta el abdomen, por lo que no podía parar de jadear con cada embestida como si estuviese corriendo en una maratón. Era un juguete en su poder, un instrumento que utilizaba para darse satisfacción marcando él el ritmo de las embestidas que a ambos nos hacían vibrar.

Mi culito estaba sobre sus muslos, frotándose adelante y atrás, y mi espalda arqueada de tal modo, que sólo mis brazos, hombros y cabeza permanecían apoyados sobre la cama. Sentía mis pechos bailar como dos grandes masas de gelatina coronadas con puntiagudos pezones que, desde mi perspectiva, se asemejaban a las cumbres del Himalaya apuntando hacia el cielo. Cogí las dos bamboleantes masas, y me las acaricié y masajeé descubriendo que eso exacerbaba el placer y lo extendía por cada fibra de mi cuerpo.

— Joder, cómo me mola cuando las tías se soban así las tetas —oí que comentaba Luis.

Pedro estaba aumentando el ritmo de sus acometidas, atrayéndome hacia él con una violencia y velocidad que me estaban haciendo enloquecer en un maremágnum de gemidos, jadeos e incluso pequeños gritos. Mis manos se afanaban estrujando frenéticamente mis pechos, y las contracciones de mi vagina se sucedían tan rápidamente, que todo mi coño ardía extendiéndose su calor por cada milímetro cuadrado de mi piel en febril delirio. Estaba a punto, estaba tan a punto, que ya necesitaba liberarme de la carga de placer que saturaba todos mis sentidos. El mundo giraba en torno a mí y sentía que me despegaba de la realidad, hasta que, de pronto, Pedro detuvo su vertiginoso ritmo, me dio tres violentas y profundas estocadas, y gritó:

— ¡¡¡Dioooooossss, Lucíaaaaaaa!!!.

Su corrida escaldó mis profundidades, y actuó como un perfecto catalizador para desencadenar la reacción que me elevó hasta los campos elíseos del orgasmo femenino. Sin voz, en mudo grito de satisfacción, mi columna vertebral se contorsionó, y me corrí por tercera vez aquella noche.

Me relajé apoyando toda mi espalda sobre el lecho, y Pedro salió de mí dejándome tumbada. A cuatro patas subió por mi cuerpo, y cuando su polla, aún dura, llegó a la altura de mi rostro, bajó la cadera, me colocó la brillante punta sobre los labios, y me penetró la boca sin contemplación. Degusté la mezcla de fluidos sobre su piel, y al succionar mientras me la sacaba de entre los labios, me obsequió con un leve lechazo que regó mi lengua para alimentar mi recientemente descubierto vicio.

Estaba haciendo realidad las fantasías que como hombre había deseado cumplir con una mujer. Ahora yo era esa mujer, y mi nueva realidad estaba superando con creces a cualquier fantasía.

 

9

Me senté sobre la cama y acomodé mi melena echándola hacia atrás, pasándome por ella los dedos mientras mis tres mosqueteros me observaban expectantes. Me sentía profundamente bien, relajada, completa y satisfecha, aunque me moría de sed por tanto gemido y jadeo.

— ¿Quién me prepara una copa? —les pregunté—. Me habéis dejado seca.

Luis se ofreció al instante, y salió hacia la cocina para coger hielos y preparar un combinado con la bebida que había quedado en el salón.

— Uf —suspiré—, y lo que daría por poder fumarme ahora un cigarrillo…

— Alicia siempre tiene una reserva en su mesilla de noche —contestó inmediatamente Pedro mientras abría el cajón para sacar un paquete de tabaco, un mechero y un cenicero.

Me ofreció un cigarrillo rubio, y cortésmente me dio fuego. La calada del cálido y aromático humo me resultó de lo más satisfactoria y relajante al exhalarla a través de mis labios.

Luis volvió trayéndome un ron-cola que apagó la sed de mi garganta, y en cuanto el hielo de la copa rozó mis sensibles labios, un escalofrío recorrió todo mi cuerpo haciendo que mis pezones volvieran a erizarse por la fría sensación. Mi particular camarero se quedó delante de mí mirándome fijamente, y mientras me llevaba nuevamente el cigarrillo a los labios para contrarrestar el cambio de temperatura, observé cómo su miembro respondía a mí volviendo a llenarse de sangre para engrosarse como una magnífica pieza de embutido. ¡Cómo me gustaba provocar eso!.

Pedro y Carlos salieron del dormitorio para recoger su ropa interior y servirse unas copas, dejándome a solas con aquel que se había quedado plantado ante mí.

— Chico —le dije tras exhalar el humo suavemente hacia él—, se te está poniendo dura otra vez, y yo no he hecho nada…

— Joder, Lucía, es que estás tan buena… —a aquellos chicos les encantaba alimentar mi ego con ese tipo de comentarios, como si el hecho de verbalizar cuánto les gustaba me convirtiese en algo real y no una simple fantasía casi adolescente—. Y tengo que confesar que tengo cierto fetichismo con el que me estás poniendo malísimo ahora mismo…

— ¿Ah, sí? —le pregunté con verdadero interés, llevándome el cigarrillo a los labios— ¿y cuál es ese fetichismo?.

Su polla crecía por momentos, y empezó a alzarse para apuntarme directamente a la cara, a escasos veinte centímetros de ella. Sonreí al comprobar que realmente se estaba excitando más, y mis rosados labios soplaron el blanquecino humo hacia su descarada erección.

— Precisamente eso que estás haciendo. Me excita muchísimo ver a una mujer fumando, y más a una mujer como tú, y encima desnuda… —se agarró la tiesa verga y comenzó a acariciársela—. Eres mi fantasía hecha realidad…

Me quedé observando cómo se acariciaba el erecto miembro, contemplando con fascinación cómo se deslizaba en su mano con la punta apareciendo y desapareciendo de su puño y clavando en mí su mirada de un solo ojo. Siendo Antonio, cientos de veces me había masturbado de aquella manera, aferrando mi propia polla con la mano para darme placer como algo completamente natural. Pero ahora, ante mi nueva perspectiva de mujer, bajo la mirada de los azules ojos de Lucía, aquel acto me resultaba hipnótico, cautivador y erótico.

Escuchando cómo Pedro y Carlos parecían haberse enredado en una conversación con sus copas en la mano, me recreé en fumarme mi cigarrillo contemplando cómo Luis se masturbaba ante mi cara, excitándose más y más con cada uno de los besos que le daba a la boquilla del malsano vicio para exhalar suavemente el blanquecino humo, envolviendo la dureza empuñada de aquel jovencito en una cálida bruma.

— ¡Diossss, cómo me ponessss! —susurraba entre dientes, aumentando la intensidad de las sacudidas en su polla—. Eres tan sexy…

Apagué el cigarrillo casi consumido, y vi un asomo de decepción en el rostro del muchacho.

— ¿Quieres que me fume otro para ti? —le pregunté sugerentemente, cogiendo el paquete que Pedro había dejado a mi lado.

— Ufffff, si lo haces podría correrme en tu cara…

Con una mirada y sonrisa de picardía encendí otro cigarrillo, soplé el humo hacia el glande que asomaba del puño de Luis y me incliné para besárselo dulcemente.

— Jodeeeeerrrr… —gruñó.

Alterné mis labios entre el cigarrillo y la verga de Luis, combinando caladas con succiones de glande, hasta que el chico apretó los dientes cuando el humo salió de entre mis labios por última vez:

— Me corro en tu caraaaahh…

Un chorro de espesa leche salió disparado de su polla para estrellarse contra mi rostro, cruzándomelo con un reguero blanco. A pesar de su aviso, ocurrió tan rápido que no tuve más opción que cerrar instantáneamente los ojos para sentir cómo el denso fluido caía en mi rostro, surcándolo desde la mejilla izquierda hasta regar mis labios. Como había visto hacer a las actrices de ciertas películas, abrí mi boca y la situé bajo su glande para que cayeran sobre mi lengua las últimas gotas de una exigua corrida, puesto que casi todo había salido en la eyaculación que adornaba mi rostro. Di una última succión a la rosada cabeza, y apuré la última calada del cigarrillo casi consumido.

— Eres una diosa… —me susurró Luis, sentándose complacido a mi lado.

— Descansa, fetichista —le contesté con una sonrisa mientras me limpiaba la cara—, tienes que estar seco… Voy a ver qué hacen los otros dos en el salón…

Le dejé allí sentado, aún resoplando, y fui al salón donde encontré a Pedro y Carlos debatiendo. Ambos se habían puesto la ropa interior, y estaban tan enfrascados en su conversación, que no se habían enterado de lo ocurrido en la habitación contigua.  Ni tan siquiera se dieron cuenta de mi irrupción en el salón, por lo que aproveché para recoger mi vestido del suelo y ponérmelo, aunque no encontré el tanga. Pedro se dio cuenta de mi presencia al hacer un aspaviento y girarse, momento en el que me encontró ajustando la prenda a mis curvas.

— Lucía, por favor, ayúdame —me dijo, casi como una súplica—. Tú tienes más experiencia…

— ¿Me estás llamando vieja? —le aseveré, poniéndome en jarras y taladrándole con la mirada.

— No, no, por favor, no quería decir eso… —contestó azorado como el chiquillo que realmente era, a pesar de haberme follado como un semental—. Quería decir que tú tienes más experiencia, seguro, en cosas de pareja… Éste —señaló a Carlos—, está rayadísimo con que ha puesto los cuernos a su novia… ¡y sólo llevan un mes saliendo!.

— Era broma —le contesté, suavizando mi gesto. Dejando a un lado el sexo, la diferencia de edad y madurez era muy palpable.

— ¿Qué te pasa, Carlos? —le pregunté, sentándome junto al chico que apoyaba sus codos sobre los muslos sujetándose la cabeza, visiblemente atormentado.

Carlos estaba sufriendo una especie de depresión postcoito, autoculpándose por haber tenido sexo conmigo, un sexo que ni siquiera había llegado a tener aún con su novia. Yo traté de hacerle entrar en razón para quitarse el peso de la culpabilidad de encima, tal y como llevaba un rato intentando hacer Pedro, pero el joven no quería razonar, y no hacía más que repetir: “Me voy a buscar a Irina, me voy a buscar a Irina”.

Justo cuando Luis se unió a nosotros volviendo del dormitorio con una amplia sonrisa y su inquieta verga ya enfundada en los calzoncillos, mi paciencia llegó a su límite. Ya no podía aguantar más ver a ese muchacho tan dulce, con el que había disfrutado, tan hundido por vivir engañado, así que, de improviso, le solté lo que sabía:

— Deja de culparte por ponerle los cuernos a tu novia. Ella te los pone a ti sin miramientos. No la conozco directamente, pero, créeme, conozco a su jefe, y es un auténtico cabrón al que tu querida Irina le da cuanto aún no has catado tú.

Carlos lo negó, diciendo que era imposible, que me lo estaba inventando para hacerle sentir mejor, pero yo le di datos sobre el jefe de su novia y el pub que le hicieron dudar.

— Y es más —añadí, echando más leña al fuego—, dudo que Irina esté ahora mismo trabajando. Más bien se está trabajando a su jefe…

— No puede ser… —contestó con la duda ya en su interior.

— Eso te lo puedo confirmar yo —intervino Luis por primera vez—. ¿Tiene Smartphone?, ¿qué modelo?. Dame su número, y, Pedro, déjame tu ordenador portátil…

Luis era un auténtico pirata informático, y nos explicó que, desde su ordenador, con ciertos programas, podía colarse en el teléfono de cualquiera si conocía el número, el modelo y el nombre y apellidos del titular. Siempre tenía su ordenador encendido, bajándose cosas de internet, y era capaz de acceder remotamente a él desde el ordenador de Pedro.

Asombrados, vimos cómo el pirata por afición entraba en su propio ordenador desde el portátil de Pedro y, partiendo de los tres datos iniciales que Carlos le facilitó, rápidamente fue averiguando más datos del teléfono de Irina, saltando de un programa a otro, hasta que, finalmente, obtuvo las claves precisas que a través de un programa creado por él mismo, le dieron acceso al teléfono de la rusa para tomar el control. ¡Era fascinante!.

Conectó la red GPS del teléfono, y en unos instantes obtuvo las coordenadas de su posición. Las introdujo en una popular web de mapas, y todos pudimos comprobar que señalaban el pub donde la chica trabajaba.

—¿Veis? —dijo Carlos con triunfalismo—. Está en el pub, trabajando.

— Bueno —observó Pedro—, no señala exactamente el pub… Indica un poco más alejado de donde está el local…

— Los GPS no son exactos —intervino Luis—, todos tienen un rango de error de unos pocos metros… Yo diría que sí está en el pub.

— Pues claro —contestó Carlos.

— La verdad es que sí lo parece… —dije yo. Aunque enseguida recordé un dato fundamental—. Pero… Sé bien dónde vive su jefe: en el portal de al lado, y es justo donde señalan las coordenadas…

— ¡Qué interesante se pone esto! —exclamó Luis—. Voy a activar la cámara, a ver qué vemos…

— Pero la pantalla se encenderá, y si lo tiene delante se dará cuenta de que pasa algo raro —dijo Carlos apurado—. Seguro que está trabajando, dejémoslo ya…

— Que no, que no —contestó Luis, trasteando con el ordenador—. No se va a enterar de nada. Puedo controlar cualquier cosa del teléfono sin que se enciendan la pantalla o el auricular… Tú no te preocupes…

En la pantalla del portátil de Pedro se abrió una ventana de vídeo, aunque estaba en negro.

— ¡Vaya! —expresó Luis con frustración—. El objetivo debe estar tapado… A ver qué se ve con la cámara frontal…

Cerró la ventana y abrió una nueva. Sólo se veía lo que parecía ser un techo uniéndose con una pared.

— Ale, ya está —dijo Carlos—, no hay nada que ver, seguro que lo tiene encima de una cámara de bebidas del pub...

— A mí me parece que hay mucha luz para ser un pub a estas horas —observó Pedro.

Yo no quise decir nada por el momento, sabía que Pedro tenía razón y, además, recordaba que el color de la pared del pub era mucho más oscuro que el de la pared que estábamos viendo en el ordenador. Pero no me hizo falta verbalizar mis pensamientos, en un abrir y cerrar de ojos, Luis ya había activado el micrófono.

— A ver qué escuchamos… —dijo.

Nada, no se oía nada. Luis subió al máximo el volumen de los altavoces del portátil, y los cuatro aguantamos la respiración sabiendo que, si el teléfono estaba en el pub, tendría que oírse música. Sólo se oía el ruido ambiente que un micrófono de esas características no podía filtrar.

— Se acabó el espiar a mi novia —dijo Carlos—. Seguro que ha dejado el teléfono en el almacén…

No había terminado la frase cuando de pronto oímos algo. Sonó lejano, pero era un claro y breve gemido de tono grave, un gemido masculino.

Carlos me miró a los ojos con la boca abierta, y en ellos vi que la incredulidad había desaparecido para pasar a la expectación.

— Mmmm… —escuchamos nuevamente.

La mano de Carlos fue inconscientemente a mi muslo derecho, y lo aferró con fuerza. Aquello me produjo una electrizante sensación que, unida a lo excitante que estaba siendo pillar in fraganti a la “famosa” Irina, hizo que mis pezones se pusieran duros para marcarse claramente en la fina tela de mi divino vestido.

— ¡Uuffffff! —oímos a través del ordenador—, para ya, que vas a hacer que me corra…

No había duda, era la voz del primer tío con el que tuve sexo siendo Lucía.

Pedro y Luis esbozaron una media sonrisa, y Carlos atenazó con más fuerza aún mi muslo. Noté humedad en mi entrepierna…

— ¡Joder! —sonó en los altavoces—. ¿Serás loba?. Si no te la saco yo eres capaz de succionarme hasta la vida…Te he dicho que sólo hasta que se me pusiera otra vez dura…

— Mi gusta polla —oímos por primera vez la voz de Irina, con su marcado acento ruso—. ¿Jefe no da más leche a Irina…?

Observé cómo las vergas de Pedro y Carlos despertaban de su merecido descanso y abultaban con descaro la ropa interior de sus respectivos dueños. Para Luis aún era pronto, pero en sus ojos vi cómo le había excitado escuchar aquello.

— ¿Todavía quieres más? —se escuchó al jefe de la rusa—. Anda, ponte a cuatro patas… Te voy a dar como a la loba siberiana que estás hecha…

Yo ya estaba cachondísima, tanto como mis compañeros de espionaje. Escuchamos con atención los ruidos de movimiento que llegaban a través de los altavoces.

— ¿Así quiere culo de Irina, jefe? —preguntó la chica, pudiendo apreciarse su voz mucho más cerca del micro del teléfono.

— Ufffff, qué culazo tienes, lobita… Te voy a hacer aullar…

— ¡¡¡Aaaaaaaaahh!!! —se saturaron los altavoces con la aguda voz de la novia de Carlos en pleno grito de dolor-placer, indicándonos que su culo acaba de ser brutalmente penetrado.

El cornudo cerró la tapa del ordenador, no necesitaba escuchar más. Y yo tampoco, estaba como una perra en celo y sólo podía pensar en aullar como acababa de oír a la rusa, así que, recogiéndome el vestido, me puse a horcajadas sobre Carlos situando mi húmeda vulva sobre la dureza de su paquete. Él, preso del despecho, la excitación y mi lujuria, me tomó por las caderas y me metió la lengua hasta el esófago. Luis se apartó llevándose el ordenador para apagarlo y observarnos cómodamente desde el sillón situado frente a nosotros. Sin embargo, Pedro, con su erección a punto de reventar el calzoncillo, se puso en pie tras de mí y, apartándome la negra cabellera, comenzó a mordisquearme el cuello tratando de abarcar, desde atrás, mis pechos con sus manos, incendiando aún más mi deseo.

Haciendo diabluras con su lengua en mi boca, a pesar de estar sentado, Carlos elevaba su cadera para hacerme sentir su potente erección presionando mi monte de venus. Su mano izquierda recorrió mi culito para terminar de descubrirlo, y llevó la derecha hasta mi boca haciéndome chuparle los dedos. Yo sabía lo que él quería, lo que deseaba desde el momento en que sucumbió a mis encantos y que, hasta ese momento, le había negado… Y tras escuchar a su sodomizada novia, yo ya estaba dispuesta a dárselo. Embadurné sus dedos con mi saliva, y suspiré con el exquisito placer de sentir cómo uno de ellos entraba suavemente por mi estrecho orificio trasero.

Pedro tiró de mi vestido sacándomelo por la cabeza para dejarme, de nuevo, completamente desnuda. Pude sentir la calidez de sus manos sobre mis pezones mientras apretaba mis generosos senos con pasión y sus labios succionaban el lóbulo de mi oreja derecha. Complementaba a la perfección las acciones de su amigo, que ya se había aventurado a introducirme todo el dedo corazón en mi culito y lo movía dentro y fuera, dibujando espirales, dejándomelo bien impregnado de mi propia saliva y haciéndome gemir en su boca mientras devoraba la mía. Tener dos bocas y cuatro manos para darme placer era una experiencia sublime que me incendiaba y me hacía desear llegar más lejos.

Mi coñito se restregaba sobre el duro paquete de Carlos, empapando su calzoncillo y poniéndole más bruto aún, animándole a penetrarme por detrás con otro dedo para arrancarme una especie de gruñido de la garganta cuando se instaló en mi agujerito dilatándolo, haciéndome incorporar y estirar la espalda hasta el punto de escapar del alcance de sus labios, momento que Pedro aprovechó para apretarme desde atrás los pechos, cuyas cúspides apuntaban hacia el techo, e invadir por sorpresa mi boca abierta con su lengua… Casi me corro.

Me atrajo hacia sí, e izándome con la fuerza de su juventud, me obligó a ponerme en pie y girarme para tenerme toda para él. Carlos, cuyos dedos se habían visto obligados a salir del conducto que estaban explorando, no estaba dispuesto a cederme con tanta facilidad, así que también se puso en pie tras de mí, y mientras Pedro devoraba mi boca y apretaba su paquete contra mi cuerpo, sentí cómo sus manos agarraban mis posaderas y su virilidad, retenida por su ropa interior, se colocaba entre ellas, ¡Como me excitaba sentir esa pétrea longitud instalándose en el cañón formado por mis redondas formas!.  Bajé el calzoncillo de Pedro, y pude sentir el tacto desnudo de su dureza contra mi vulva y bajo vientre.

Carlos había vuelto a perder su ventaja, pero enseguida la recuperó. Él también se quitó el calzoncillo y, ya libre de la represión, me hizo sentir su varonil potencia entre mis nalgas, atrapando mi cuerpo entre el de su amigo y el suyo, haciéndome suspirar al sentirme como el relleno de un sándwich, con dos marmóreas pollas  a las puertas de mis entradas delantera y trasera.

El joven de mi retaguardia estaba ansioso, el haber oído en el ordenador cómo enculaban a su querida novia, le había hecho perder la calma con la que una hora antes me había deleitado. La vez anterior que me tuvo, se quedó con las ganas de darme por detrás, pero en ese momento ya no podía resistirse más. Cogiéndome por las caderas, consiguió separarme del cuerpo de Pedro y acomodar su polla entre mis prietos glúteos, abriéndose paso entre ellos hasta hacerme sentir el grosor de su glande dilatando la entrada trasera de mi cuerpo. Me mordí el labio inferior gimiendo por la característica mezcla de dolor y placer que eso me causaba, y estaba tan cachonda, que antes de ser totalmente consciente, me descubrí a mí misma empujando con mi culito hacia atrás.

— ¡¡¡Aaaaahh!!! —grité extasiada cuando toda la verga de Carlos invadió la estrechez de mis entrañas.

— ¡Jooooder! —oí que exclamaba Luis desde su sillón de privilegiado espectador—. Le has taladrado el culo…

Ante mí, a dos escasos palmos de distancia, vi cómo Pedro me observaba boquiabierto con la polla tiesa, lo cual me hizo esbozar una sonrisa.

— Eres alucinante —me susurró.

— Diossss… cómo aprietas… —oí que me decía Carlos desde atrás—. Me encantaaaa…

A mí sí que me encantaba sentir toda su erección dentro de mí, y ya estaba anhelando el delicioso mete—saca y continuo azote de su pubis en mis nalgas. No tuve que pedírselo. Puso una mano en mi espalda y me obligó a reclinarme hasta que apoyé mi rostro sobre el pecho de Pedro. Éste me recibió dejando que me apoyase, y aprovechando la ocasión para agarrarme de mis  pechos y masajearlos aumentando mi gozo.

— Uuuummm… —gemí contra el torso de mi amigo al sentir la polla de Carlos liberando la tensión de mis entrañas, retirándose para volver a invadirlas deliciosamente con un golpe de su cadera en mis posaderas.

El empuje me obligó a sujetarme agarrándome a las caderas de Pedro, y al mirar hacia abajo, sólo pude ver su redondeado glande apuntándome hacia la cara. Se veía hinchado, rosado y suave, tan apetecible…

Otro envite por detrás me arrancó otro gemido con el placer de la verga de Carlos abriéndome las carnes mientras su pelvis presionaba mi culito profanado. La sentí tan dentro, que mi cuerpo se flexionó un poco más hasta que mi rostro quedó apoyado sobre los abdominales de Pedro. Su punta de lanza estaba a apenas un palmo de mi alcance, y mi calenturienta mente empezó a plantearse la idea de bajar un poco más para saborearla.

No daba crédito a los pensamientos que en ese momento se agolpaban en mi cerebro. Apenas unos pocos días atrás, la sola idea de contemplar el sexo de otro tío me habría repugnado… Pero en ese momento, me parecía la cosa más atrayente del mundo, un instrumento para proporcionarme placeres que jamás habría imaginado que existiesen, capaz de deleitarme introduciéndose en cada uno de mis agujeros para extasiarme con su sabor, suavidad, dureza, grosor, longitud, esencia…

Tenía una de esas herramientas explorándome por dentro, dándome un gusto tan profundo y prohibido, que mi propio sexo vibraba haciéndome estremecer, pero la idea de tener otra dentro…

Había descubierto que me excitaba sobremanera chupar una polla, mi coño se hacía agua con ella en la boca, y la sola idea de comerme una mientras otra me penetraba…

Mi mente femenina se incendiaba con la posibilidad de tener dos pollas dentro de mí, se desquiciaba con el deseo de ser doblemente penetrada por los polos opuestos… Quería hacerlo, quería responder a ese anhelo femenino, y aquellos dos descarados yogurines me iban a dar exactamente lo que necesitaba.

Para encularme más a gusto, Carlos puso una de sus manos sobre mi espalda:

— Baja —me dijo entre dientes—. Te voy a dar como el cabrón ese le está dando a mi novia…

Presionó con la mano para ponerme perpendicular a él, y gruñó de gusto con la constricción que ejercieron mis entrañas y mi culito en su ariete mientras bajaba. Mi rostro bajó por el abdomen de Pedro, y oí cómo suspiraba ante la perspectiva de lo que ya era inevitable. Soltó mis tetas, que colgaron libres, y me sujetó por los hombros. Yo deslicé mis manos de sus caderas a su joven culito, y lo encontré tenso y duro por la excitación. Su ansiedad dio respuesta a mis deseos, y antes de que terminase de bajar, se puso de puntillas para que su glande incidiese contra mis húmedos labios. La mano de Carlos ya no necesitaba empujarme la espalda para que yo bajase. Mi coñito se hizo agua sintiendo cómo, con una polla metida en el culo, otra se deslizaba entre mis labios y me llenaba la boca de carne.

— Un puente precioso —oí que decía Luis a nuestro lado.

No podía verle por la postura y por tener los ojos cerrados concentrada en las dos estacas que ocupaban dos de mis tres agujeros follables, pero me imaginaba que estaba contemplándonos con la verga nuevamente engordando en su entrepierna, y me encantó la idea de sentirme admirada en semejante circunstancia.

«¿Pero en qué clase de puta te has convertido?», preguntó desde algún oscuro rincón mi olvidado ser masculino.

«En la que a ti te gustaría tener…», le contestó mi voz femenina dentro de mi cabeza.

Carlos cogió un lento ritmo de caderas, haciéndome sentir su falo dentro de mí en toda su extensión, abriéndome el culo y golpeándome los cachetes con su pelvis una y otra vez. Con cada una de sus embestidas engullía la polla de Pedro, degustándola cuanto podía, disfrutando de lo excitante que me resultaba tener ese duro músculo palpitando en mi paladar mientras su dueño gemía de aprobación.

Tan brutal era el placer que Carlos estaba dándome al sodomizarme, y tan excitante el comerme otra verga a la vez, que no tardé en alcanzar un orgasmo que me hizo  sacarme la polla de la boca y aullar como una loba esteparia mientras mi cálido zumo de hembra corría por la cara interna de mis muslos.

En ese instante, Luis nos sorprendió a los tres uniéndose a la fiesta. Se metió entre mis piernas y, regalándome un delicioso cosquilleo, lamió el fluido que discurría por mis muslos, hasta que llegó a la fuente de la que manaba para beber directamente de ella, sin importarle que los testículos de su amigo Carlos rozasen su barbilla mientras seguía empalándome por el culo con pequeños empujones. Entre los dos, prolongaron mi orgásmica agonía hasta dejarme sin aliento.

Cuando mi clímax declinó, aparté a Luis de mi entrepierna, y obligué a Carlos a salir de mí para incorporarme y tomar aire. Las piernas apenas me sostenían, temblaban con los ecos del placer que había recorrido cada fibra de mi cuerpo.

— Chicos —les dije—, necesito descansar… Me habéis hecho correrme otra vez, y ni me sostengo en pie.

— Tranquila —me dijo Pedro, sujetándome entre sus brazos —. Ponte en el sofá.

Manejándome fácilmente con su juvenil  fuerza, me instaló en el sofá, pero en lugar de sentarme o tumbarme, me puso de rodillas sobre el asiento y me colocó los brazos sobre el respaldo, situándose detrás de mí.

— Antes me castigaste, y obedecí sin rechistar —me recordó—. Ahora eres tú la que tiene que obedecer… —añadió con tono autoritario

— ¿Mmmm? —gemí. Aquello me calentó de una forma que no era capaz de comprender.

— Te has pasado la noche dándonos instrucciones, pero ya somos mayorcitos y ahora somos los dueños de tu placer.

— ¿Ah, sí?, ¿y qué vais a hacer? —ese nuevo tono me estaba metiendo nuevamente en situación, haciéndome olvidar el cansancio.

— Ahora estás a nuestra disposición. Y harás cuanto te digamos…

— ¡Sí! —corearon los otros dos.

— Yo también quiero follarte por el culo —añadió dándome un cachete que avivó más mi deseo.

— Auummmm… —contesté con voz de gata en celo.

Había perdido el control de la situación, y estaba completamente a merced de aquellos tres muchachos con sus miembros rígidos por mí. Sentí cómo me ardían los pezones y mi sexo volvía a lubricar… Esa situación era tan excitante…

Pedro me sujetó de las caderas, y colocándome la cabeza de su ariete entre las nalgas, me perforó el culo hasta que sentí toda su polla dilatándome por dentro y presionándome las entrañas con el golpe de su cadera en mis glúteos. Me postró contra el respaldo del sofá, con mis pechos rebotando sobre él, aplastándose y produciéndome una descarga eléctrica que recorrió toda mi espalda hasta encontrarse con el placer de haber sido penetrada. Sentí que me partía en dos de puro gusto, y grité:

— ¡¡¡Aaaaaaahh!!!.

La penetración había sido suave, gracias a que mi saliva embadurnaba su taladro y que el agujero de entrada ya había sido abierto por su amigo, pero la tenía más gruesa que este, y mi culo la estrangulaba con unas contracciones que me hacían jadear en plena gloria.

— ¡¡¡Jodeeeerrrr!!! —exclamó mi empalador—. ¡Esto es la hostia…!

Y empezó a bombearme sin compasión, penetrándome a buen ritmo y haciéndome desear que tan exquisito placer no parase nunca. Los azotes de su pelvis en mis glúteos se repetían con mis pechos sobre el respaldo del sofá, y su polla dentro de mí se abría camino dilatando y relajando mis entrañas con un calor que me consumía por dentro. Me parecía increíble que el sexo anal pudiera ser tan satisfactorio o incluso más que el vaginal, y lo estaba disfrutando en toda su extensión.

Pero los otros dos no estaban dispuestos a mirar únicamente cómo su amigo daba por el culo a la tórrida madurita que para ellos yo era, masturbándose sin más participación. También querían su parte de mí. Carlos, movió uno de los sillones para colocarlo tras el sofá, pegado al respaldo. Entonces, se puso de pie sobre él, y acercó su congestionado miembro hacia mí. ¡Qué irresistible me resultaba tener una polla erecta ante mí!. Aproveché uno de los empujones de Pedro para que esa verga me penetrase entre los labios y me follase la boca mientras yo me deleitaba chupándola con la satisfacción de volver a tener dos duros falos profanando el templo de mi cuerpo.

Luis ya había recuperado todo su vigor, y pidió a Pedro el turno para probar mi culito. Cuando Pedro se detuvo sacándome todo su miembro de mis entrañas, sentí que me podría derramar sobre él al relajarse todo mi cuerpo. Pero eso no ocurrió, y la sensación de placer y alivio por el breve descanso embriagó mi cerebro.

Tras una profunda succión a la sabrosa polla de Carlos que le hizo emitir un gruñido, giré la cabeza y le dije a Luis:

— ¿Pero ya estás listo otra vez?. ¡Pero si no hace nada que te has corrido en mi boca!.

Estaba realmente sorprendida, aquel muchacho había disfrutado conmigo una vez más que sus compañeros, y ya estaba preparado para darme más. Me había dejado claro que yo le excitaba muchísimo, y me encantaba sentirme deseada así, pero ni en el momento álgido de testosterona de mi adolescencia siendo Antonio, yo habría sido capaz de alzar la bandera tantas veces en tan poco tiempo.

— Me pones tanto —contestó él—, que aún tengo leche calentita que darte…

Sin ningún miramiento, me cogió del culo, pero en lugar de penetrar mi agujerito trasero, introdujo su polla suavemente entre mis labios vaginales y me la metió hasta el fondo.

 — Mmmmmm —gemí de gusto, gratamente sorprendida por la novedad del cambio.

— Estás chorreando —me dijo, denotando el placer en su voz—. ¡Uffff!, y muy caliente… A ver qué tal por este culazo…

Me la sacó haciéndome suspirar, y con un delicioso cosquilleo y calor, me la introdujo entre las nalgas hasta apretármelas bien con su cadera y hacérmela sentir toda dentro de mí. El paso ya franqueado por sus dos predecesores, y mis propios jugos embadurnando su taladro, me permitieron disfrutar de esa exquisita tortura de ser sodomizada desde que la punta se asomó a mi ojal, hasta que sus colgantes pelotas chocaron contra mi húmeda vulva, y fui nuevamente postrada contra el respaldo del sofá, donde la verga de Carlos me esperaba para llenarme la boca aprovechando el empujón.

Luis me montó como a una jaca salvaje, con precisos y poderosos envites de su cadera para incrustarme su polla en mis entrañas y sentir cómo estas le comprimían haciéndole jadear. Y aunque su ariete era menos grueso que el de Pedro, la estrechez de mi entrada y la ferocidad de sus envites, me hacían sentirlo como una barra de acero al rojo que me rompía por dentro, una auténtica delicia. Sin duda, era el mejor de los tres en esa disciplina, sólo comparable con la fogosidad de mi cuñado, quien en la segunda ocasión en que tomó mi culo me hizo ver las estrellas entregándome la pasión reprimida de años deseando a Lucía.

Estaba a punto de correrme otra vez, y eso me hacía comerme el dulce plátano de Carlos con tanta glotonería que, a pesar de que su aguante había aumentado considerablemente por las anteriores experiencias, tuvo que sacarme la polla de la boca resoplando.

— Joder, Lucía, la chupas tan bien que estoy a punto de correrme… Pero quiero darte más por el culo…

— Venga, cambiamos —dijo Luis, arrastrando su falo por mi recto para sacármelo—. Yo creo que esta vez puedo aguantar la mamada bastante más tiempo…

— Pero… —intenté protestar para que fuese Luis quien continuase dándole duro a mi retaguardia.

— Te recuerdo que ahora ya no mandas tú, preciosa —me interrumpió Pedro, sentándose a mi lado en el sofá con su dura verga apuntando al techo—. Vamos a hacer que te corras hasta que no te tengas en pie…

Y dicho esto, me cogió de la cadera y una pierna, y me hizo sentarme a horcajadas sobre su miembro. Su glande encontró mis labios vaginales y penetró a través de ellos hasta que quedé ensartada sobre su regazo.

— Mmmmm —gemí extasiada.

Pero su maniobra no había concluido, y se fue dejando caer hacia un lado hasta que quedó tumbado en el sofá, conmigo encima y mis pechos aplastándose contra el suyo.

— ¿Se la metes ahora? —le preguntó a Carlos.

El aludido ni respondió, saltó del sillón y al instante lo tuve en el sofá, de rodillas tras de mí.

— ¿Pero estáis locos? —pregunté asustada—. ¿No creéis que habéis visto demasiado porno?.

Pedro sonrió y alzó ligeramente su cadera para hacerme recordar con gusto que su polla seguía dentro de mí.

— Mmmmm —gemí, y el miedo inicial se convirtió en una tentadora perspectiva.

Siendo Antonio, había visto en varias escenas porno cómo dos tíos se habían trabajado a la vez a una chica por delante y por detrás mientras ella gemía como loca. Pero aunque verlo me había resultado excitante, mi mente me decía que aquello no era real, sólo una ficción. Sin embargo, en ese momento en el que estaba, siendo una mujer, el rememorar esas escenas me puso a mil. El ser yo la protagonista de esa doble penetración, habiendo conocido ya por separado los placeres individuales de tener una polla dura en mi vagina o en mi culito, se convirtió en deseo por probarlo, aunque tenía mis dudas de si eso era posible.

— Joder, chicos, que no lo veo posible… —dije verbalizando mis dudas—. Me podéis hacer daño…

— Si no se intenta, no se sabe —contestó Luis, mirándonos a los tres con una amplia sonrisa.

Sentí cómo Carlos se posicionaba sujetándome por las caderas mientras su glande se colaba entre mis glúteos.

— Uuuufffff —suspiré.

— Necesito metértela por el culo ya —me dijo al oído.

Su glande volvió a dilatar mi ano y empezó a penetrarlo lentamente. Apenas podía entrar, por la postura y la presión que ya ejercía en mis entrañas la verga de Pedro alojada en mi vagina.

— Aummm, no entra, aummm, no entra… —conseguí decir entre gemidos de placer al sentir una gran presión dentro de mí.

Pedro elevó sus caderas un poco más, consiguiendo que mi culo quedase más en pompa, y Carlos aprovechó para empujar con más ahínco.

— Joderrrrrrr… —proclamé mordiéndome el labio inferior.

Aquella polla entraba justísima, pero entraba, y ya debía de tener dentro la mitad, porque sentía mi interior como si fuese a explotar, pero no una explosión de dolor, sino una explosión de puro placer, aún mayor que el de una simple penetración anal, porque a la vez que mi culo estrujaba la polla de Carlos, mis músculos vaginales se contraían exprimiendo la de Pedro sintiendo cómo se clavaba en el fondo de mí.

— Aahh, aahh, aahh, aaaaahh…

Cada milímetro de duro y ardiente músculo deslizándose por mi interior sin tener apenas espacio para ello, era una oleada de calor y disfrute que hacía que mi cabeza diese vueltas.

— Diosssss, ¡qué apretada estásss! —dijo Carlos entre dientes.

Y de pronto, me dio un empujón tan potente, que me la metió entera de golpe, dilatándome las entrañas salvajemente y empujándome con las caderas para clavarme aún más en la verga de su amigo.

Grité, grité de sorpresa y de puro placer. No sentí dolor alguno, como había temido unos instantes antes. Estaba bien lubricada y dilatada por tres pollas distintas que habían hecho sus trabajos de profunda prospección con ahínco, por lo que sólo un placer intenso y vibrante dominaba todo mi ser. Me sentía abierta en canal, llena a punto de rebosar, extasiada de cálidas sensaciones expandiéndose por mis entrañas… Y mojada, muy mojada, como si me estuviese licuando ensartada es esas dos lanzas de acero que incrustaban sus puntas en las raíces de mi lujuria.

No podía moverme, atrapada entre los dos cuerpos de aquellos dos deliciosos jovencitos que habían tenido el descaro de hacerme gozar de esa maravillosa doble penetración.

Carlos se afianzó agarrándome por las caderas y posicionando bien las rodillas, y se echó un poco hacia atrás deleitándome con el arrastre de su taladro por mi estrecho conducto, produciéndome una grata sensación de alivio al liberarse algo de tensión. Esto también me permitió incorporarme un poco y separar mi cuerpo del de Pedro, y la sensación se hizo aún más deliciosa cuando Pedro colaboró sujetándome de los muslos y me elevó para que su inhiesta barrena se moviera dentro de mi vagina para su disfrute y el mío.

— Uuuuuufff —suspiré.

Pero no tuve más tiempo para el relax porque, inmediatamente, Carlos me dio otra profunda enculada con la que me metió su polla a fondo y me clavó sobre la de Pedro haciendo que mi cabeza diese vueltas en puro delirio de sentirme invadida con tal intensidad. Y Carlos empezó a sentirse cómodo con la postura, gruñéndome al oído con cada golpe de su pelvis en mis posaderas mientras la gruesa anaconda penetraba entre ellas. A la vez, sentía la estaca de Pedro incrustándose una y otra vez dentro de mí, como si quisiera llegar hasta clavarse en mi corazón de lujuriosa vampiresa abriéndose camino a través de mi vagina. Ambos estoques mantenían un titánico duelo de esgrima dentro de mí, haciendo la experiencia tan intensa, que ni siquiera era capaz de abrir los ojos mientras mi boca jadeaba.

No podía soportarlo, era demasiado placer para ser contenido, y exploté en un increíble orgasmo con el que todos mis músculos se contrajeron hasta hacerme pensar que podría partirme en dos. Mis dos amantes rugieron sintiendo la fuerza de mi clímax, pero no se dejaron ir con él, resistiendo mi constricción a duras penas, por lo que siguieron prolongando mi agonía dándome más y más, manteniendo mi orgasmo en vilo con cada penetración en uno de mis agujeros seguido de un inmediato empuje en el otro. Habían cogido un buen ritmo combinando sus embestidas, y ya no tenían ningún miramiento. Me perforaban con rabia animal, haciéndome perder la cabeza sumida en un orgasmo que se prolongaba hasta el infinito, transformando mi cuerpo en un festival de sensaciones que convertían cada fibra de mi ser en una señal de puro placer que destellaba en mi cerebro como un millón de luces de colores dando fogonazos todas a la vez. Y cuando parecía que aquello declinaba, un potente envite de Carlos contra mi culo me hizo sentir su polla entrando en erupción dentro de mí con una descarga de cálido semen que inundó mis entrañas deliciosamente.

Salió de mí, y me sentí liberada para levantarme yo también y tomar un respiro sacándome la verga de Pedro de mi chorreante coñito. Me puse en pie y respiré profundamente, pero ya tenía ante mí a Luis con la polla alzada y una sonrisa de oreja a oreja. La capacidad de ese chico me tenía perpleja.

— Todavía no es momento de descansar —me dijo—.  Quiero volver a follarme tu culito, preciosa.

— Y yo estoy a punto —añadió Pedro desde el sofá—. Tendrás que terminármelo.

Antes siquiera de ser consciente de ello, Luis ya me había vuelto a colocar sobre el sofá, a cuatro patas en la postura del perrito, con mi cabeza a la altura de la cintura de Pedro, cuya verga brillante, embadurnada de mis propios fluidos, me pedía a gritos ser devorada. Y así lo hice, bajé mi cuerpo, sujeté el inhiesto pedazo de carne y lo introduje entre mis labios hasta que llenó mi boca para satisfacer mi insaciable apetito.

Dejé que el intenso sabor de mis propios fluidos sobre su piel inundara mi boca y lubricase mis labios para que ese joven y delicioso falo se deslizase entre ellos mientras lo succionaba y acariciaba con la lengua. Me deleité con el auténtico e indescriptible sabor de puro sexo, degustando el exquisito manjar de zumo de hembra aderezado con unas gotas de líquido preseminal sobre suave piel de pétreo miembro viril.

Agachada como estaba, mi culo era una accesible diana, por lo que sentí cómo Luis me tomaba por la cintura para hacer un blanco perfecto con su glande penetrando entre mis glúteos e invadiendo mi ano para arrancarme un gemido con la boca llena de polla:

— Mmmmppffff…

Volvía a estar doblemente penetrada, ¡y cómo me gustaba aquello!, pero esa situación ya no pudo prolongarse más que unas cuantas embestidas de Luis, porque Pedro no era capaz de soportar por más tiempo mis profundas succiones. Sentí su músculo palpitar en mi paladar anunciándome la inminente corrida:

— ¡Joder, Lucía!,¡ joooder, Lucía!, ¡¡¡joooooderrrrr!!!!.

La leche del muchacho se derramó en mi boca, y un magnífico envite de Luis en mi trasero hizo que el glande de su amigo se introdujese hasta mi garganta haciéndome tragar la corrida casi al instante. Tuve que sacarme la verga de la boca para poder respirar y no atragantarme a pesar de que la eyaculación no era abundante. Apenas tuve tiempo de paladear su dulzor deslizándose por mi garganta, y para terminar, los últimos estertores del orgasmo del muchacho regaron mi cara con pequeñas gotas del blanco elixir.

En aquel instante me sentí dominada, utilizada y humillada, pero eso hizo saltar un “click” en mi cabeza que lo convirtió en algo tan excitante, que tuve la sensación de reiniciarme como una máquina, recobrándome para disfrutar plenamente del excelente sexo anal que Luis me estaba proporcionando.

Ese pirata informático por afición era realmente bueno en la disciplina trasera. A pesar de no tener el grosor o longitud de la polla que acababa de mancillar mi garganta y rostro (tampoco es que Pedro fuese un superdotado, aunque sí estaba ligeramente por encima de la media), Luis manejaba su miembro en mi retaguardia con salvaje maestría, haciéndome sentirlo grande y potente, más placentero en mi culito que cualquiera que hasta entonces había probado. Experimenté con gozo cada penetración del inhiesto músculo a través de mi ano, dilatándolo y expandiendo mis entrañas hasta que la pelvis del chico alcanzaba a azotar mis nalgas, haciéndome desearlo más y más, hasta el punto de que volví a sentirme lo suficientemente fuerte como para retomar las riendas de la situación, desempeñando el papel de la ardiente y autoritaria madurita que se impone sobre el jovencito para aumentar su propio placer.

Tras tanto sexo, necesitaría sensaciones muy fuertes si quería acabar la noche con otro glorioso orgasmo, por lo que ordené a Luis que se sentara. El chico obedeció expectante, con su polla enrojecida y tiesa apuntando al techo.

Mi hermoso nuevo cuerpo me pedía sentirme completamente empalada, por lo que me puse de espaldas al chico y, sujetando su miembro con una mano, volví a colocarlo entre mis redondeces para sentarme repentinamente sobre él y ensartármelo hasta hacerlo desaparecer completamente dentro de mí.

— ¡Ooooohh! —gritamos al unísono mientras sus dos compañeros nos observaban, sirviéndose unas bebidas.

Él agarró mis tetazas desde atrás estrujándomelas, y comencé a hacer sentadillas sobre él, saltando sobre su pértiga para clavármela a fondo bote tras bote. ¡Qué sensación tan intensa!, ¡qué maravilla de sexo duro y salvaje!. Sin duda, en una primera sesión jamás habría podido realizar esa práctica, pero estaba tan lubricada y dilatada, que la polla de Luis perforaba mi ojal sin ninguna dificultad, haciéndome sentir el fuego de un volcán en mis entrañas que estrangulaban aquel músculo cada vez que me sentaba por completo. Gracias a las corridas anteriores, los dos aguantamos el brutal polvo bastante más de lo que habríamos podido imaginar, y les dimos un magnífico espectáculo a Pedro y Carlos mientras terminaban de emborracharse mirándonos.

Subiendo y bajando, ya estaba a punto, sentía que me iba a correr pero no podía. Hasta que de pronto, Luis me sujetó del hombro tirando de mí hacia abajo y obligándome a clavarme al máximo su polla en mi culo. Sentí su corrida vertiéndose como incandescente lava en mi interior, y mientras él gruñía, noté cómo su otra mano se colocaba en mi coñito y dos dedos como garras lo penetraban con fuerza para hacerme estallar en un repentino e increíble orgasmo doble que casi me deja sin conocimiento.

Cuando conseguí levantarme, vi que mis otros dos amantes habían sucumbido al cansancio y la embriaguez, y dormitaban habiéndose perdido el apoteósico final. Luis se quedó sentado, sin mover un músculo y deleitándose con lo vivido y la contemplación de mi sudoroso cuerpo desnudo.

— Ahora sí que me apetece otro cigarrillo —le dije.

Cogí el tabaco de la madre de Pedro y me fumé un relajante cigarrillo ante el joven que me había confesado que aquello era su fetiche. Con una sonrisa en los labios, él también se quedó dormido.

Aprovechando que los tres habían quedado fuera de combate para un buen rato, me di una refrescante ducha fría en el cuarto de baño de la madre de mi amigo, llamé a un taxi, y me marché a mi casa dejando a los tres sementales dormidos como unos benditos, se lo habían ganado.

Al meterme en mi cama, mientras el cansancio y el sueño me convertían en su presa, un pensamiento afloró en mi cerebro: «Aunque sólo fuera por lo experimentado esta noche, merece la pena ser Lucía».

 

10

Al día siguiente de mi aventura en casa de Pedro, desperté sintiendo en mis propias carnes los efectos de los excesos de la noche anterior. A parte de un poco de resaca alcohólica, tenía los pechos más sensibles de lo normal,  sentía algo doloridas las ingles por haber pasado demasiado tiempo abierta de piernas, y mi coñito también estaba hipersensible, sin llegar al dolor, pero resentido tras el delicioso homenaje que se había dado alternando entre tres jóvenes pollas.

Lo que sí era más notable, era el dolor de mi culito. Tampoco es que fuera insoportable, y si fuera necesario lo podría sobrellevar estoicamente pero, por suerte, era sábado y no tenía por qué esforzarme en estar cien por cien operativa, así que iba a limitar cualquier actividad para ese día. Había gozado con él más de la cuenta, y aunque el sexo por mi entrada trasera había sido increíblemente satisfactorio, todo debe hacerse con cierta mesura, y yo no había sido nada comedida, para mi propio disfrute y el de mis tres jóvenes amantes.

Así que, un poco hecha polvo, por los polvos echados, decidí tomarme un día de vagancia total, algo que no encontré entre los recuerdos de la antigua Lucía, quien nunca se permitió relajarse y siempre había necesitado estar ocupada en algo.

Pasé el día en casa, con el aire acondicionado bien regulado, en cómoda ropa interior, comiendo helado de chocolate y viendo varias de las películas de la colección en Blu-ray de clásicos del cine que la Lucía original había comprado, pero que ni siquiera había llegado a abrir. Gracias a este día, descubrí cómo mis gustos cinéfilos se habían refinado, pues mi nueva condición me aportaba una sensibilidad especial con la que era capaz de apreciar más matices en las historias que las películas narraban y, a pesar de que seguían gustándome las películas de acción, estas ya no eran mis favoritas, necesitaba argumentos más elaborados, incluso, más centrados en la naturaleza humana y los sentimientos.

Mi día de asueto sólo fue interrumpido por una llamada de María, mi hermana, quien al igual que el fin de semana anterior, quería invitarme a pasar la tarde con ella y los niños en la piscina. Aludiendo a una dura semana de trabajo y que lo único que me apetecía era estar en casa, conseguí declinar su invitación. Pero María era insistente y algo mandona, no en vano había medio criado ella a Lucía, así que tuve que aceptar ir al día siguiente a comer a su casa para después pasar la tarde del domingo en la piscina haciendo vida familiar.

La perspectiva del inevitable reencuentro con Ángel, mi cuñado, se me hizo cuesta arriba. La última vez que nos vimos acabé corriéndome con su polla metida en mi culo, pero dimos el tema por zanjado acordando que aquello jamás se repetiría. No sabía cómo podría mirarle a la cara, o cómo él podría mirarme a mí. La situación podría ser muy tensa…

Llegué a casa de mi hermana justo a la hora de comer, cargada con mi bolsa de deporte con todo lo necesario para una tarde de piscina. El encuentro con mi cuñado fue, como esperaba, inicialmente tenso, pero con el alboroto de mis sobrinos echándoseme encima, y la energía de mi hermana ordenándonos a todos sentarnos a la mesa, la tensión se difuminó y la situación se normalizó.

María había hecho paella, y nos sentamos en la mesa redonda de modo que a un lado tenía a mi sobrino mayor, y al otro a mi cuñado. Las dotes culinarias de mi hermana hicieron las delicias de nuestros paladares, y pasamos una comida distendida riéndonos con las ocurrencias de los pequeños. Ya en los postres, un escalofrío recorrió mi espalda cuando sentí una cálida mano sobre mi rodilla derecha. Miré a Ángel esbozando una sonrisa de disimulo, y éste, en lugar de apartar su mano, la subió por la cara interna de mi muslo aventurándose bajo mi ligera falda veraniega. Los pezones se me pusieron como puntas de flecha, apenas disimulados por el sujetador y el top, y una oleada de calor recorrió mi cuerpo haciéndome suspirar.

— ¿Estás bien? —me preguntó María.

— Sí, sí —contesté avergonzada—, es que…

— Estas natillas te han quedado tan ricas —se adelantó Ángel, contestando por mí—, que quitan el aliento.

Me sonrió, y su mano continuó acariciándome el muslo sin que yo pudiera hacer nada para evitarlo. No podía meter la mano con la que sostenía la cuchara debajo de la mesa para apartar la de mi cuñado sin levantar sospechas, por lo que él continuó acariciando mi sensible piel, excitándome mucho más de lo que podría confesar, hasta que todos terminamos el postre.

Al terminar de comer y, siguiendo las indicaciones de María, recogimos la mesa, puesto que íbamos a bajar a la piscina, todos menos Ángel, que por suerte para mí, ya había quedado con sus amigos para ir a jugar a cartas en su bar favorito. Mi hermana y los niños ya tenían puestos los bañadores, por lo que, en cuanto yo me pusiera el bikini bajaríamos, nosotros a la piscina, y mi cuñado al garaje para coger el coche.

Justo cuando me metía en el dormitorio de matrimonio para cambiarme, sonó mi móvil.

— Es Raquel —le dije a María.

— Habla tranquila, cariño. Yo voy bajando con estas fieras y te espero tomando el sol.

— Hasta luego, Lucía —me dijo Ángel con una amplia sonrisa.

Asentí y descolgué el teléfono metiéndome en el dormitorio para tener intimidad, aunque enseguida me quedé sola en la casa.

Raquel, con su habitual “¡Hola, preciosa!”, sonaba especialmente contenta al otro lado de la línea. Me contó que, finalmente, no volvería a la ciudad hasta el siguiente fin de semana. La razón era que había conocido a un hombre “I-N-C-R-E-Í-B-L-E”, en sus propias palabras. Estaba muy ilusionada, “enamorada como una colegiala”, me dijo, así que quería pasar más tiempo con él para asegurarse de que “este sea el bueno”; por lo que prolongaría unos días su trabajo en la ciudad donde él vivía. Me alegré profundamente por ella, y obvié que teníamos una conversación pendiente. Por mi parte, tras los acontecimientos de los últimos días, ya no tenía mucho sentido, puesto que había descubierto que me gustaban los hombres, ¡y mucho!, dejando totalmente de lado mi atracción por las mujeres. Y por su parte, tenía menos sentido aún, puesto que si estaba comenzando una relación, lo único que necesitaría de mí sería una buena amiga, y yo estaba dispuesta a serlo.

Felicité a Raquel por su dicha, y como amiga, le recomendé precaución con el chico para que no se precipitara. Le pedí que volviera a llamarme en un par de días para mantenerme informada de los progresos y darme más detalles sobre su Don Juan. Con la promesa de que así lo haría, nos despedimos mandándonos besos.

Me puse el sencillo bikini negro que había escogido para no llamar la atención, y comprobé en el espejo que había a los pies de la cama, que a pesar de su sencillez y no ser de tanga, me quedaba “de muerte”.

— Estás para comerte entera —oí.

Asustada, me giré y vi a Ángel a la puerta del dormitorio. Había vuelto sin que le oyera, y me miraba embebiéndose de mi anatomía, marcando paquete en su pantalón corto.

—¿Pero tú no te habías ido a jugar a las cartas? —le dije, sintiendo una oleada de calor.

— Sí —contestó, acercándose hasta llegar a un palmo de mí—, pero al ver que tú te quedabas aquí, he vuelto para echarte un último vistazo.

— Ángel, dejé muy claro cómo quedaban las cosas entre nosotros —le dije, poniendo mis manos sobre las caderas para mostrar una pose decidida—. Y lo que has hecho durante la comida ha estado mal, muy mal…

— Lo sé —dijo, acortando aún más la distancia entre nosotros para tomarme por la cintura—, pero es que eres tan irresistible… Y he notado cómo a ti te excitaba…

El contacto de sus manos sobre la piel de mi cintura hizo que mis pezones volvieran a ponerse tan erectos como durante la comida, lo que la suave tela del bikini no pudo disimular.

— Yo… —apenas pude decir.

Estaba completamente desarmada. Me había pillado de improviso, y mi piel respondía al contacto con aquel hombre de modo que me impedía pensar. El hecho de que fuera mi cuñado, y como tal lo sintiera a través de los recuerdos que conservaba de la antigua Lucía, aumentaba mi excitación mucho más allá de lo que podría excitarme cualquier otro cuarentón como él. No me parecía especialmente atractivo, sino del montón, ¡pero cómo me ponía!. Para mí representaba el deseo de la fruta prohibida, y el recuerdo de cómo me había poseído en las dos ocasiones anteriores, no hacía sino avivar las llamas de mi lujuria.

Recorrió mi cintura con sus manos, y yo, inconscientemente, le dejé hacer.

— Estás tan rica… —me dijo— que no puedo conformarme sólo con mirarte…

— No… —conseguí decir, humedeciendo mis labios—, no podemos…

Sus labios se posaron en mi cuello y succionaron provocando la humedad de la parte baja de mi bikini. Toda la piel se me puso de gallina, y esto le animó para recorrerme la yugular con los labios hasta la clavícula, y apretar mi cuerpo al suyo para hacerme sentir su tremenda erección presionándome el bajo vientre.

— No sigas… —le dije, sin convicción alguna. Esos íntimos besos en tan erógena zona me estaban derritiendo.

— Eres deliciosa…

Sus labios bajaron por mi esternón, y sus manos subieron por mi cintura hasta agarrarme los pechos y apretarlos alzándolos a la vez que su boca atrapaba uno de ellos y lo succionaba a pesar de la tela del bikini.

— Uuuummm… —gemí—. No sigasss…

— Lucía, quiero comerte…

Sus manos bajaron hasta mi culo y lo agarraron con ganas, presionándome los glúteos mientras su cabeza seguía descendiendo con la lengua acariciándome el abdomen con rumbo sur, obligándole a clavar una rodilla en el suelo.

— Angel, no sigasss…

Tenía la parte baja del bikini totalmente empapada, y mi voz sonaba carente de autoridad.

— Cuñadita, voy a comerte…

—  Uuuuffff… —suspiré con la afirmación, sintiendo cómo su boca besaba la húmeda tela que cubría mi vulva—. No sigaaaaasss…

Sus manos bajaron mi prenda inferior acariciando mi culito y muslos al hacerlo y, al desnudar mi coñito, su lengua lo lamió recorriendo de abajo a arriba la grieta formada por mis hinchados labios vaginales.

— Uuuuuummm… No sigaaaaasss… —repetí, sintiendo cómo me licuaba.

Me hizo sentarme a los pies de la cama, y separando mis muslos con sus manos, metió su cabeza entre mis piernas. Me eché hacia atrás, apoyando mis manos sobre el lecho y facilitándole el acceso. Me ardía toda la piel, y sentía mis pezones capaces de agujerear el bikini. Me estaba dejando llevar, me estaba haciendo suya, y anhelaba que cumpliese sus palabras, pero aun así, todavía conseguí decir:

— No sigas… María me está esperando…

Oí la voz de Ángel surgiendo de entre mis muslos, respondiéndome:

— No voy a tardar…

Y acto seguido sentí su lengua colándose entre mis labios mayores y menores, penetrándome hasta que los labios de mi cuñado se adaptaron a mi vulva y la succionaron.

— ¡Ooooooohh…!

La lengua de Ángel se volvió vivaracha dentro de mí, retorciéndose como la cola de una lagartija hasta donde su longitud le permitía penetrar en mi vagina. Besó mi coñito como si los labios de éste fueran los de mi boca y su lengua se estuviera enredando con la mía, estimulando mis sensibles paredes internas con un delicioso y húmedo cosquilleo que me hizo jadear.

— Uuuuumm, Ángel. Uuuummmm, me matasss…

Su destreza y la  dedicación que puso en comerme, sin duda, eran fruto de los años que llevaba deseando a Lucía en secreto, y su inquieto músculo me lamía tan bien que, efectivamente, no tardaría en provocarme un orgasmo.

Veía cómo su cabeza se movía entre mis piernas, y eso acrecentaba aún más mi placer, hasta el punto de no poder mantenerme mirándolo y sentir cómo mi espalda se arqueaba obligándome a mirar hacia el techo con la boca abierta para tomar profundas bocanadas de aire, me estaba dejando sin aliento.

Se estaba bebiendo mi lubricación como si fuera un manjar de dioses, recorriendo cada milímetro de mi gruta de placer para no dejarse nada sin explorar, y eso me encantaba. Sacó la lengua del agujero y lamió entre mis labios hasta alcanzar mi duro clítoris. En cuanto la punta contactó con él, sentí que ya estaba a punto de derramarme.

— Uuuuuuuummm…

El húmedo apéndice acarició con la punta mi botón de placer, provocándome descargas eléctricas que recorrieron mi espina dorsal para que toda mie espalda se arquease hasta el límite de sus posibilidades. Lamió mi perla, arriba y abajo, primero lenta y suavemente, y después con dureza y velocidad.

— Ah, ah, ah, ah, ah, ah…

Trazó círculos linguales alrededor de mi clítoris, y lo atrapó entre sus labios para succionarlo. Lo succionó y succionó con fuerza, haciéndolo vibrar mientras un aventurado dedo se introducía en mi vagina para entrar y salir de ella follándome sin tregua.

— Joderrr, jooooder, jodeeeer —susurraba, apretando los dientes, enajenada de gusto.

Sin detener las poderosas succiones y duros lametazos en mi botoncito, el dedo salió de mí, y fue sustituido por otro más corto y grueso que, en lugar de proseguir con el mete—saca, empezó a realizar unos maravillosos movimientos circulares que me encantaron.

Esa exquisita doble estimulación me llevó en volandas al borde del precipicio, haciéndome desear que nunca acabara y, a la vez, anhelando lanzarme al vacío del orgasmo. Cuando, de pronto, percibí cómo el húmedo y largo dedo que antes me había follado, irrumpía con decisión entre mis glúteos, encontraba mi suave y estrecha entrada trasera, y la franqueaba sin dificultad para penetrarme en toda su longitud por sorpresa.

Aquello fue demasiado para mí. Sentí el terremoto sacudiendo mis entrañas, las hogueras ardiendo en mi sexo y el placer explotando para recorrer cada fibra de mi ser en un orgasmo con el que habría gritado en pleno éxtasis, pero me vi obligada a morderme con fuerza el labio inferior para no alertar y escandalizar a los vecinos.

Ángel sacó su pulgar de mi vagina permitiendo a su dedo corazón perforarme el culito con mayor profundidad, y acopló toda su boca a mi sexo acariciando con la lengua su interior para devorarme y beber todo mi zumo de hembra; prolongando mi orgásmica agonía hasta que todo el placer abandonó mi cuerpo culminando mi clímax.

Cuando recuperé la cordura, pude recomponerme y echar hacia atrás la cabeza de mi cuñado indicándole que ya había terminado de correrme Él sacó su dedo de mi retaguardia, se levantó limpiándose la barbilla, y se quedó en pie ante mí mientras yo me subía y recolocaba la prenda inferior del bikini, quedándome sentada en la cama.

Mis ojos no podían apartarse de la tremenda erección que se adivinaba bajo su pantalón corto, y la deseé. De sobra se había ganado que yo le correspondiera, y me sentía generosa.

— Quiero tu polla —le espeté como única respuesta.

Le cogí de la mano para que diese un paso hacia mí y se situase nuevamente entre mis piernas abiertas. Ya a mi alcance, acaricié su abultadísimo paquete sintiendo su dureza y forma con la palma de mi mano, y el suspiró.

— Uuuufffff, es toda tuya.

Bajé la cremallera, e introduciendo la mano por la bragueta, agarré su verga apartando el calzoncillo para liberarla y que asomase por la abertura del pantalón. Estaba congestionada, con la punta húmeda y rosada, y su tronco surcado de gruesas venas, lista para ser devorada. Me resultó curiosamente atractivo el no quitarle las prendas, me gustó la imagen de tenerle así, con tan solo su polla desnuda saliendo por la bragueta, remarcando lo clandestino y prohibido de la situación.

Le miré a los ojos con mi azulada mirada de largas y negras pestañas, sabía que en ese momento mi expresión era de puro vicio. Él resopló, y vi cómo una gota transparente surgía de la ranura de su glande. Posé mis labios sobre él, y lamí la salada ofrenda de su excitación. Él gimió.

Con mis labios en forma de “o”, envolví el glande impregnándolo con saliva, dándole suaves y succionantes besos que lo hacían deslizarse entre ellos para que sintiese su jugosidad. Acaricié el frenillo con la punta de mi lengua, y le oí gemir de nuevo. Agarré la base del tronco, poniendo la palma de mi mano sobre la tela de su pantalón, y fui metiéndome la polla de mi cuñado en la boca poco a poco. Succionando lentamente para que fuese desapareciendo entre mis labios y llenando mi boca.

— Diooooosss… —evocó él.

Me penetré la boca hasta que sentí que alcanzaba mi garganta, con mi nariz pegando en su pantalón, y la dejé salir un poco antes de que me pudiera dar una arcada. Hasta ese momento, y en mis anteriores experiencias como felatriz, nunca había llegado tan profundo por iniciativa propia.

Succioné toda la longitud y grosor de la verga haciéndola salir, con mis carrillos hundidos por la fuerza de succión, y a mitad de recorrido, la sentí palpitar. Ya le tenía casi a punto. Sin duda, él había disfrutado mucho comiéndome, le había sobreexcitado, y yo ya sabía a ciencia cierta que se me daba especialmente bien practicar el sexo oral. El que yo misma hubiera sido un hombre para saber a la perfección qué les hacía derretirse, y lo excitante que me resultaba hacerlo disfrutando de ello, me estaban convirtiendo en una auténtica experta comedora de pollas.

— Uuuuufff, Lucía, vas a hacer que me corra enseguida…

— De eso se trata, cuñado —le dije, sacándomela de la boca.

Le dejé respirar un poco, tampoco quería que se me corriese nada más empezar como ya me había pasado con alguno de los muchachos de dos días atrás. Cuando vi que era capaz de controlarse (él ya no era ningún chiquillo), volví a chupársela metiéndome toda su herramienta en mi boca para degustarla haciéndola salir lentamente, y así deleitarme con sus palpitaciones en mi paladar.

Hice una nueva pausa, y ante el suspiro que me indicó que volvía a serenarse, volví a la carga. Esa técnica estaba funcionando para que a los dos nos diese tiempo a disfrutar de la mamada en toda su extensión, sin una corrida precipitada, así que continué con ella: Engullido profundo-succión intensa-pausa… Engullido profundo-succión intensa-pausa… Engullido profundo-succión intensa-pausa…

Cuando mi cuñado llegase al orgasmo, su corrida iba a ser gloriosa, así que me relamí mentalmente pensando en cómo explotaría en mi boca llenándomela de leche, mientras él gemía con cada nuevo sondeo de mi garganta.

Engullido profundo-succión intensa-pausa… Engullido profundo-succión intensa-pausa… Engullido profundo-succión intensa-pausa… Engullido profundo…

— ¡Pero qué bonito!, ¡mi marido con la polla dentro de la boca de mi hermana! —oímos repentinamente.

Me quedé de piedra. Solté la verga y miré hacia la puerta del dormitorio. Allí estaba María, con los brazos cruzados y una expresión de sorpresa y enfado de la que no encontré comparación en ninguno de los recuerdos de Lucía que atesoraba.

— ¡María! —exclamó su marido—. Yo… nosotros…

Yo me había quedado completamente muda, sintiendo cómo la nueva vida de la que había tomado las riendas, comenzaba a derrumbarse como un castillo de naipes.

— ¡Cállate, cabrón! —le dijo—. ¡Venga, no os cortéis porque esté yo aquí!. Continuad con lo que estabais haciendo, no quisiera cortaros el rollo…

— Pero… ¿qué dices, María? —consiguió preguntar Ángel.

— ¡Que te calles! —le espetó—. Venga, vuelve a meterle la polla en la boca a mi hermana…

— María… —conseguí decir, con un hilo de voz.

— ¡A ti no te consiento que me digas nada! —su rugiente tono me intimidó, y a mí acudieron los recuerdos de la autoritaria pero cariñosa hermana mayor que había cuidado de Lucía cuando ésta era pequeña.

— ¡Vamos! —me incitó—,  termina de comerte la polla de mi marido… No querrás que acabe con dolor de huevos, ¿verdad?.

Ángel y yo intercambiamos miradas de desconcierto. Aquella era la situación más surrealista que ambos habíamos vivido. «Bueno, no, yo no…»

— ¡Que sigáis o aquí se va a montar la de Dios es Cristo! —nos gritó— ¡Terminadlo!.

Intimidados, Ángel y yo volvimos a intercambiar miradas, y asentimos con los ojos. Mi cuñado volvió a girarse hacia mí, ofreciéndome nuevamente su pene, que por la impresión, colgaba medio flácido de la bragueta del pantalón. Lo sujeté con una mano y lo icé para metérmelo en la boca mirando de reojo a mi hermana. Ella asintió:

— Eso es —dijo con desprecio—. Acabad lo que habéis empezado mientras yo pienso qué voy a hacer con vosotros… Luego hablaremos.

Pero en lugar de salir del dormitorio, se quedó esperando, clavando su furiosa mirada en nosotros, atenta a que se cumpliesen sus órdenes.

El pene de Ángel estaba blando en mi boca, y su tamaño había mermado considerablemente, no me resultaba nada erótico. Así que viendo cómo María no perdía detalle, me aferré al atisbo de excitación que me producía el ser observada practicando sexo para chupar la carne de mi cuñado con algo de convicción. Enseguida, el miembro viril comenzó a responder a la calidez, suavidad y humedad de mi boca y pude sentir en ella cómo se iba hinchando. Esa sensación avivó mi llama, y sin perder de vista a mi hermana, chupé con más ganas.

Escuché un gemido ahogado de Ángel, y su polla continuó dilatándose en mi boca, poniéndose dura y llenándomela por completo. ¡Eso sí que me excitaba!. Comencé a succionar con más fuerza, y aquel falo adquirió todo su esplendor llenándome la cavidad bucal de pétrea carne de hombre. Me la saqué para tomar aire y vi que estaba completamente tiesa y congestionada, embadurnada con mi saliva. Miré a María, y ésta volvió a asentir con una irónica sonrisa. Miré a mi cuñado a la cara, y le vi ruborizado apretando los dientes.

— Acabemos con esto —le susurré.

Él sonrió denotando cierta amargura, pero movió su cadera hacia delante y su glande penetró mis labios hasta que alcanzó mi garganta. Succioné con fuerza, subiendo y bajando por el venoso tronco, acariciando el frenillo con la lengua, engullendo sin compasión la zanahoria, sintiendo cómo su dureza latía sobre mi lengua.

Ángel reprimía sus gruñidos a duras penas, y sentí los espasmos de su miembro. Con un último gruñido que no pudo retener, explotó dentro de mi boca. El semen inundó mi cavidad, deliciosamente hirviente, exquisitamente denso, y el sabor a leche de hombre deleitó mis papilas gustativas y saturó mi olfato con su retrogusto al deslizarse por mi garganta. Tragué y tragué, con media polla metida en mi boca regando mi lengua una y otra vez. Era una magnífica corrida, concentrada y abundante por la pausada mamada anterior a la irrupción de María, intensificada por el brusco parón, poderosa por la excitación acumulada. Y yo me la bebí toda, disfrutando de su generosidad, calidez, textura y sabor, recibiendo cada impetuoso lechazo en mi paladar como un regalo para mi glotonería hasta que, finalmente, mi cuñado concluyó su orgasmo con una última y ya escasa eyaculación en mi lengua. Me lo tragué todo, y al sacarme la polla de la boca, me limpié con los dedos  los dos regueros que habían rezumado por la comisura de mis labios.

— ¿Ya está? —preguntó María—. Sí que debes ser buena —añadió, acercándose para sentarse a mi lado en la cama—, se ha corrido enseguida.

Con un rastro de timidez, asentí chupándome los últimos restos de néctar de macho de mis dedos.

— María, lo siento… —dijo Ángel, guardando su miembro en el pantalón.

— ¿Ahora lo sientes? —contestó, visiblemente más calmada que momentos antes—. Si te digo la verdad, en cierto modo, me esperaba esto de ti…

— Yo…

— ¿Acaso crees que no me había dado cuenta de cómo miras siempre a mi hermana?. Sabía que la deseabas, y no te culpo por ello… ¡Joder!, es un bombón… pero…

— María —intervine—, yo sí que lo siento…

— De quien no podía esperarme esto era de ti —me dijo, profundamente decepcionada—. Con la de tíos que matarían porque les comieras la polla, y tienes que comerte la de mi marido…

— Es que… —intenté buscar en vano una excusa.

— Cuando tuviste el accidente me dijiste que cambiarías, pero jamás imaginé que sería así… Lucía, no te reconozco…

Sentí una losa cayendo sobre mí.

— No le eches a ella toda la culpa —salió sorprendentemente en mi defensa Ángel—. Además, ha sido la primera vez… —mintió como un bellaco.

Aunque técnicamente aquello no era del todo falso, sí era la primera vez que le practicaba sexo oral.

— Es verdad —me sorprendí a mí misma diciendo, con una fugaz mirada a mi cuñado.

Ante la perspectiva de que mi nueva vida se convirtiera en un auténtico infierno y acabase ahogada por la culpabilidad, preferí obviar las dos veces que su marido me había dado por el culo y la magnífica comida de coño que acababa de hacerme.

— Bueno, una mamada no es para tanto… —contestó mi hermana—. Y casi se podría decir que he sido yo la que os ha obligado a consumarla…

— Eso es, cariño —intervino mi cuñado viendo un resquicio de salida.

— Pero no soy tonta —una amarga sonrisa se dibujó en los labios de María—, sé que esto no iba a quedar así. Tú siempre la has deseado…

— No, no, esto se acabó. Lo siento, cariño… Yo te quiero y no ha sido más que un calentón…

— Eso es —añadí yo, cogiendo su mano—. Yo también te quiero, eres mi hermana…

— Yo sé que los dos me queréis, estoy segura de ello. Pero también sé que hay cosas inevitables… Y están los niños…

María se quedó pensativa,

— ¡Eso!, ¡los niños!, ¿dónde están? —preguntó Ángel cayendo en ese momento en la cuenta.

— En la piscina con los vecinos —contestó mi hermana, distraídamente—, están jugando bien vigilados… Yo había subido a por una botella de agua… Y os encuentro así…

— Pero no volverá a ocurrir, ¡te lo juro! —le dije.

— Él te desea, siempre ha sido así, y lo seguirá siendo… A no ser…

Una luz pareció encenderse en su cabeza, y su tono de abatimiento cambió radicalmente por uno claramente autoritario.

— No voy a dejar que destrocéis esta familia. Esto hay que arrancarlo de raíz, y la única forma que veo es que él cumpla su fantasía.

— ¿¿Cómo?? —preguntamos Ángel y yo al unísono.

— Que vas a cumplir tu deseo de tirarte a mi hermana —le dijo a él—, así daremos este asunto por zanjado. Haces realidad tu fantasía y todos la olvidamos por completo.

— ¿Pero qué dices? —preguntó mi cuñado, desconcertado—. Cariño… No sabes lo que estás diciendo, estás en estado de shock.

— Sé perfectamente lo que digo —contestó María, más autoritaria aún—. Te follas a mi hermana y se acabó para siempre. Los tres olvidaremos este asunto y jamás volveremos a mencionarlo.

— Pero María… —intervine.

— ¡A ti ni se te ocurra rechistar! —me soltó con tal severidad que me acobardó.

Para mí, a través de los recuerdos de Lucía, ella siempre sería mi hermana mayor, casi como mi madre, y le tenía mucho respeto e incluso temor a su enfado. En aquel momento me hizo sentir como una chiquilla.

— Después de lo que has hecho me vas a obedecer sin dudar —continuó—. Y es más, lo vais a hacer ahora mismo, ¡y delante de mí!.

— ¿Pero estás loca? —le dijo Ángel.

— Ni se te ocurra llamarme loca. Por mi salud mental y la de esta familia, si de verdad me queréis, haréis lo que yo diga. Así que, venga, ¡a ver cómo mi marido se folla a mi hermana!.

Angel y yo nos miramos perplejos, lo sórdido de aquella situación era de un nivel estratosférico.

Me sentí triste por mi hermana, confusa por lo acontecido, perpleja por la extraña reacción y… excitada, curiosamente excitada y expectante. Aún tenía el sabor de la leche de Ángel grabado en mis papilas gustativas, los ecos en mi cerebro de su polla engordando, endureciéndose y explotando en mi boca; mi hermana me estaba ordenando follar con mi cuñado, y la nueva Lucía en la que me había convertido era una perra cachonda… Así que sí, estaba excitada, y lo sentí con mis pezones poniéndose duros.

María tiró de mi mano y me hizo ponerme en pie ante su marido.

— Desnúdate —le ordenó.

Viendo que parecía haber una salida a aquella situación, y además, especialmente satisfactoria para él, Ángel obedeció sin rechistar.

¡Realmente lo íbamos a hacer!, ¡íbamos a echar un polvo delante de mi hermana!. Volví a sentirme húmeda.

—¡Vaya! —le dijo mi hermana a su marido, observando su entrepierna—, ¿ahora no se te levanta?.

Ángel se puso más colorado que un tomate ante tal evidencia, y aunque yo no era capaz de creer lo que estaba ocurriendo, y la desnudez de mi cuñado tampoco es que fuera impresionante (menos aún con su miembro colgando), yo sí que sentía cómo la excitación seguía creciendo en mi interior.

— Es que… —dijo azorado— …esto es tan extraño…

— Ya, claro —contestó María—, y que hace nada que te has corrido en la boca de mi hermana, ¿no? —aseveró con una irónica sonrisa.

— Yo…

— Mejor no digas nada… Sólo piensa en que por fin te la vas a tirar, pedazo de cabrón…

Aquello pareció surtir cierto efecto en él. María extendió su brazo y tomó los testículos de su marido, sopesándolos y acariciándolos para después coger el falo y acariciarlo con la misma delicadeza, provocando un principio de reacción.

— Eso es —le dijo, soltándole—. Y ahora mira a Lucía… Es guapa, ¿verdad?.

Ángel asintió mirándome a mí a los ojos.

— Y tiene un cuerpazo, ¿no? —continuó.

Mi cuñado volvió a asentir recorriendo toda mi anatomía con su mirada mientras su verga se iba desperezando. Mi respiración comenzaba a acelerarse.

Mi hermana se colocó tras de mí y, para mi sorpresa, sus manos pasaron bajo mis brazos y agarraron mis pechos apretándomelos.

— María… —intenté decir, impresionada por la sensación.

— Shhhhhh —me susurró al oído—, sólo obedece…

Mis pezones ya estaban como pitones de morlaco, y sentí cómo María se afanaba en masajear mis grandes senos recreándose en pellizcar mis durezas por encima del bikini. Parecía que le estaba gustando tocar unos pechos que no fuesen los suyos, poniéndome a mí aún más caliente. Esas manos de mujer, manos de hermana, estimulando mis tetas, despertaban en mí oscuros y antinaturales sentimientos que me provocaban una electrizante sensación de auténtica lujuria.

— Tiene unas buenas tetas, ¿verdad? —le dijo a su marido—. Tan grandes, turgentes y bonitas…

Ángel volvió a asentir, esta vez con sus ojos brillantes y su falo alzándose.

Las manos de María descendieron por mi anatomía, recorriendo las curvas de mi cintura y caderas, provocándome un escalofrío e inconsciente contoneo de todo mi cuerpo, que fue correspondido por la polla de Ángel poniéndose dura y altiva.

— Eso está mejor —le dijo mi hermana, acariciándome todo el cuerpo, poniéndome malísima.

Desató la lazada de la parte superior de mi bikini, liberando mis pechos para presentárselos a su marido sin saber que éste ya los había visto y estrujado con ganas en dos ocasiones. Volvió a descender, y deslizó la prenda inferior por mis muslos hasta que cayó al suelo por su propio y húmedo peso. Los tres percibimos el aroma de mi excitación.

— Parece que tú también deseas follarte a mi marido, ¿eh, zorrita? —me dijo.

— Yo… —dije con la respiración entrecortada— …es que…

— Ya, ya, con haberte comido su polla no es suficiente… Por eso quiero que consuméis vuestro deseo y esto acabe aquí y ahora…

Me dio un azote en el culo obligándome a pegarme a mi cuñado hasta que la punta de su asta presionó mi abdomen, y se apartó para dejarnos piel con piel. Los dos la miramos.

— ¡Venga! —nos incitó—, ¡a follar!, no querréis que os haga también de mamporrera, ¿no?.

Ángel me agarró del culo, y sus labios buscaron el beso que en una ocasión anterior yo le había negado. Acepté su lengua en mi boca, pero enseguida me quedó claro que el sentirse observado por su mujer no tenía en él el mismo efecto que para mí, estaba muy cohibido. Mi lengua se enredó con la suya, y sólo así conseguí que se dejase llevar devorando mi boca.

— Eso está mejor —oí que María susurraba.

El sentirme observada por ella, y el que el hombre cuya pértiga se me clavaba en el bajo vientre fuese mi cuñado, a mí me incendiaba, así que tomé completamente la iniciativa, rodeando su cuello con mis brazos, subiendo una de mis piernas a su cadera, y frotando mi húmedo sexo contra el suyo.

Sus besos se volvieron más apasionados, y sus manos apretaron mi culo como si quisieran fusionarse con él. Una de ellas subió hasta mi mandíbula y echó hacia atrás mi cabeza para besarme la garganta y descender hasta mis pechos. Besó ambos, y me hizo retroceder hasta que topé con los pies de la cama. Caí sobre ella arrastrándole conmigo, con su cabeza contra mi pecho sujetando un puntiagudo pezón con sus labios, haciéndome suspirar. Se colocó entre mis piernas, y acomodó mis posaderas para que nuestros sexos se enfrentasen cara a cara.

— Te la tengo que meter, Lucía —me susurró.

Yo ya no deseaba otra cosa.

— Métemela, cuñado.

Ambos miramos a aquella que nos observaba apoyada en la pared con los brazos cruzados, con una mirada que combinaba ira y excitación, y asintió con la cabeza.

Sentí cómo la polla de Ángel se abría paso por mi coñito penetrándolo para alojarse completamente en su húmeda calidez.

— Uuuuummm —gemí.

— Te gusta, ¿eh? —me dijo María.

Asentí mordiéndome el labio inferior. Casi más placentero y excitante que la propia penetración, era saber que la polla que estaba dentro de mí era la de mi cuñado follándome mientras mi hermana nos miraba.

Ángel se retiró para volver a profundizar con ganas, provocándome otro gemido de gusto.

— ¡Vaya con mi hermana!. ¡Si encima es escandalosa…! ¿A ti te está gustando? —le preguntó a él.

— Uufffffff —fue lo único capaz de decir el aludido.

— Ya veo… Pues más vale que lo aproveches, porque vas a estar a palo seco muuuuuuuuuuuucho tiempo…

Aquello le cohibió completamente dejándole paralizado, pero yo estaba revolucionada, y necesitaba más, así que clavé mis uñas en su trasero y le espoleé como si fuera un potro, aunque la que estaba siendo montada era yo. Empezó un continuo mete-saca que hizo mis delicias mientras, en lugar de mirarle a él, no podía evitar mirar el severo rostro de mi hermana, quien observaba con enfado, fascinación y excitación cómo su marido me follaba. Nuestra conexión visual fue tan intensa en ese momento, que pude percibir que ella estaba disfrutando en secreto al contemplar mi cara de puro placer y escuchar mis gemidos.

Ángel trataba de darme con todas sus ganas, tal y como había hecho las dos veces que había gozado de mi cuerpo en el baño, pero estaba especialmente torpe. No era capaz de sentir ni transmitir la pasión de aquellas ocasiones, realmente le coartaba mucho la presencia de María, y parecía que aquello iba a surtir el efecto que mi hermana esperaba: jamás volvería a desearme como hasta entonces me había deseado.

Aunque físicamente aquel no estuviera siendo el polvo de mi vida, mi pervertida mente lo estaba elevando a la categoría de polvazo. Sentía la polla de mi cuñado dura y gorda moviéndose torpemente dentro de mí, su pelvis golpeando rítmicamente mi clítoris, mis tetazas bailando al ritmo de las embestidas, y lo que ensalzaba todo para hacerlo increíblemente excitante: la mirada de mi hermana clavándose en mí. Estaba empezando a llegar al punto de no retorno, al estado en el que sabía que cualquier pequeño aliciente podría hacer que me corriese.

A mi mente acudían con recurrencia los momentos vividos poco antes: la magnífica comida de coño que mi cuñado me había hecho, y cómo su polla había explotado brutalmente en mi boca… Y mientras tanto, la sentía dentro de mí, entrando y saliendo, estimulando mis paredes vaginales que la succionaban guiándola para que me follase mejor… Pero su ritmo de caderas empezó a flojear, y tras un tiempo prolongando mi disfrute, Ángel empezó a desfallecer alejándonos a ambos del clímax. Las penetraciones se volvieron menos intensas, más espaciadas, hasta que finalmente se detuvieron dejándome con su verga dentro de mí, mientras mis desesperados músculos vaginales la estrujaban pidiéndole más.

— ¿Ya está? —preguntó María—. ¿Ya os habéis corrido?. ¡Qué decepcionante!.

Yo negué con la cabeza.

— Cariño —contestó Ángel, resoplando—, yo no puedo más… Esto es tan extraño que no termino de entrar en situación…

— ¡Vaya!, con lo bien que me lo estaba yo pasando viéndoos… —dijo mi hermana con sarcasmo.

Aunque tratase de ser sarcástica, yo sabía que, irónicamente, María sí que estaba disfrutando de su voyerismo. Había detectado la oscura fascinación en su mirada.

— ¿No pensarás quedarte a medias? —preguntó—. Para que esto funcione tienes que correrte con mi hermana, es tu premio y castigo… Mírala, ella también lo necesita. ¿Verdad, cariño? —se dirigió a mí.

Sin atreverme a abrir la boca, asentí.

— Pero…—añadió mi cuñado— …yo no puedo más…

Mi hermana se quedó un momento pensativa, y vi la duda en su rostro. Parecía que, finalmente, esa rocambolesca situación iba a terminar dejándome con un tremendo calentón. Pero, repentinamente, María recuperó la determinación.

— Lucía, ¡móntale!.

Era como si hubiese leído mis pensamientos.

— Como tú digas —me atreví a contestar servicialmente.

Con una amarga sonrisa, Ángel salió de mí y se quedó tumbado boca arriba. Pude comprobar con mis propios ojos por qué ya no podía más: ¡su erección se estaba bajando!. Su mente estaba siendo más poderosa que su cuerpo, diciéndole que todo aquello era un disparate.

Me coloqué a horcajadas sobre él y vi cómo él estudiaba mi cuerpo desde su privilegiada perspectiva, pero a pesar de que noté reacción en su miembro, aún le faltaba consistencia para volver a estar listo para la acción.

— No puedo montarle —le dije a mi hermana—, no la tiene suficientemente dura.

— De verdad, Lucía, ¡tan puta hace un momento y tan chiquilla ahora! —me contestó, haciéndome ruborizar—. ¡Esto es increíble!, al final voy a tener que hacer de mamporrera…

Se acercó a la cama y, sentándose al borde, nos dejó alucinados al agarrar la polla de su esposo impregnada de mis fluidos, agacharse y metérsela en la boca.

Él gruño de placer, y yo, viéndolo desde las alturas, sentí cómo el calor volvía a recorrer cada fibra de mi ser.

María chupó con ganas la verga de su marido, haciéndola engordar y endurecerse en su boca mientras paladeaba mi sabor de hembra sobre ella. Cuando sintió que ya la tenía en su punto, se la sacó, me tomó por la cintura, me situó sobre ella, y apuntando con la mano que sostenía el mástil, me hizo ensartarme en él.

— ¡¡¡Ooooooohh!!! —gemimos Ángel y yo al unísono.

— Venga —nos dijo, apartándose pero sin levantarse de la cama— ya no me necesitáis. Lucía, sé una buena putita y móntale hasta que se corra, es una orden.

No necesitaba que me lo ordenara, en aquel momento era lo que más deseaba, así que sin perder el contacto visual con ella, comencé a cabalgar suavemente, moviendo mis caderas hacia delante y detrás para que mis músculos oprimiesen con fervor la dura polla de mi cuñado.

Gozando del intenso masaje al que mi vagina le sometía, y observando cómo todo mi cuerpo se contoneaba cabalgándole, Ángel entró en situación dejando a un lado sus escrúpulos por la presencia de María, no en vano había sido ella misma la que le había vuelto a poner a tono.

La postura era de lo más cómoda para ambos. Yo podía controlar el ritmo y profundidad de las penetraciones, y al estar completamente perpendicular a él, Ángel podía disfrutar visualmente de mi cuerpo desnudo retorciéndose de placer sobre él, con sus manos libres para empezar a recorrer mis muslos e ir subiendo hasta acariciar mis pechos, que bailaban al ritmo de mis caderas con una cadencia que a mi montura le resultaba hipnótica. Y yo comencé nuevamente a gemir, pues en ese momento su polla sí que estaba proporcionándome auténtico placer.

Mantuve el contacto visual con mi hermana, quien a nuestro lado miraba en silencio. Su rostro ya no se mostraba severo, y aunque jamás lo reconocería, yo sabía a ciencia cierta que le estaba gustando mucho lo que estaba viendo, y eso a mí me ponía aún más. La excitación se adivinaba en sus ojos, y su mano derecha se movía indudablemente bajo el vestido piscinero, acariciando lenta e inexorablemente su entrepierna.

Me follé a mi cuñado sin prisa, recreándome en la situación, aprovechando que él había necesitado reiniciarse y aún podría hacerme pasar un buen rato con su polla moviéndose dentro, con mis caderas acomodándola en mi interior para que su punta me golpease una y otra vez profundamente mientras su grosor hacía las delicias de mis paredes internas dilatándolas.

Mi montura empezó a gruñir rítmicamente acompañando mis gemidos, y el masaje de sus manos en mis pechos se volvió más agresivo, apretándolos para proporcionarme una deliciosa sensación que bajaba por mi espina dorsal para obligarme a acelerar el ritmo de mis caderas.

— Así mejor —me dijo María, sonriéndome—. Le gusta con más fuerza…

—¿Ah, sí? —pregunté entre jadeos y viendo cómo Ángel asentía.

— Claro, está acostumbrado a follar conmigo casi todos los días, por lo que tiene que darme duro para que los dos lo disfrutemos plenamente…

— Mmmmm… —gemí.

Entonces entendí la pasión que mi cuñado había puesto cuando me medio forzó el culito. No sólo era porque me deseara con toda su alma, lo cual era cierto, sino que era su forma de follar tras quince años de sexo conyugal con mi hermana.

— Así que para conseguir que se corra —prosiguió—, y más, después de haberle hecho ya una mamada, tendrás que dejar de hacerte la princesita remilgada, Lucía…

— Uuuuuummm, sí… —secundó Ángel, bajando sus manos para agarrarme el culo con fiereza.

Por si la situación no era suficientemente sórdida, un poco más de surrealismo: mi hermana me estaba indicando cómo debía follarme a su marido para que se corriera dentro de mí. «¡Demencial!, y… excitante, ¡muy excitante!».

Dejé el vaivén de caderas, y empecé un sube y baja por el falo de mi cuñado ayudada por sus manos levantándome el culo. Era una auténtica exquisitez sentir el contorno de su glande recorriendo mi gruta desde la entrada hasta el fondo.

— Uuummmm, ¿aaasssí? —conseguí preguntar.

— Eso es —contestó María, clavando su mirada en nuestros sexos—, ahora puedo verla entrando y saliendo… Venga, sé más puta, fóllatelo bien…

Aceleré el sube y baja, sintiendo cómo el aire escapaba de mi garganta con una interjección cada vez que llegaba abajo con un golpe seco, y mis tetas botaban como balones de voleibol:

—¡Ah!… ¡ah!… ¡ah!… ¡ah!… ¡ah!… ¡ah!… ¡ah!… ¡ah!…

Los gruñidos de Ángel también eran más intensos, y el placer que me estaba dando era tal, que ya perdí el contacto visual con mi hermana. Necesitaba experimentar aquella delicia en toda su extensión, por lo que mis ojos se cerraron y me entregué al conjunto de sensaciones que se estaban dando en mi coñito, extendiéndose por todo mi cuerpo.

Ángel comenzó a marcarme el compás tirando de mis glúteos con sus manos. Me subía y bajaba por su palpitante tronco acelerándome aún más, estableciendo un ritmo rápido pero controlado, deleitándome con su experiencia, puesto que era capaz de mantener la velocidad sin que su polla se me saliera del todo cada vez que subía.

—¡Ah!… ¡ah!… ¡ah!… ¡ah!… ¡ah!… ¡ah!… ¡ah!… ¡ah!…

La fogosidad juvenil de los chicos de dos días atrás, jamás habría podido conseguir eso. Cuando Luis me taladró el culo por última vez, fui yo quien controló el ritmo haciendo sentadillas sobre su verga, teniendo que esforzarme para que no se me saliese. Pero con mi cuñado, yo no tenía que preocuparme por esa eventualidad, sabía perfectamente hasta dónde debía subirme para volver a dejarme caer. Y era tan placentero, tan exquisito, tan glorioso, que me sentí transportada en volandas hasta las cumbres del orgasmo.

—¡Ah!… ¡aah!… ¡aaah!… ¡aaaah!… ¡aaaaaaahh!…

Todo mi cuerpo se convulsionó en un poderoso clímax con el que yo misma atrapé mis tetazas, y las estrujé con mis manos consiguiendo ensalzar aún más mi propio goce. Ángel no se detuvo, y siguió dándome y dándome, haciéndome agonizar de placer sobre él, hasta que, por fin, con la última contracción de mis entrañas indicando el final de mi orgasmo, sentí la cálida corrida de mi cuñado vertiéndose dentro de mí.

—¡Y ya está! —dijo inmediatamente María, sabiendo que su marido también había terminado—. Vestíos y asunto zanjado.

Descabalgué y me puse el bikini aún resoplando y sintiendo cómo mis piernas temblaban. Ángel también se vistió.

— Esto no ha pasado nunca —nos advirtió María a ambos—. Jamás hablaremos de ello, y seguiremos con nuestras vidas normalmente. Os habéis quitado el calentón para siempre, así que, ¡cada uno a lo suyo!.

Los dos asentimos, y así se cumpliría.

Ángel se marchó a jugar su partida de cartas, con un retraso de casi hora y media en la que, para la posteridad, quedaría que se había estado echando la siesta.

Tras unos minutos en los que mi hermana me hizo esperarla en el salón mientras ella se quedaba a solas en el dormitorio, María y yo aparecimos en la piscina una hora después de que ella subiera a coger una botella de agua; para los niños y vecinos quedaría que ambas habíamos estado hablando por teléfono.

Pasamos el resto de la tarde en la piscina con total normalidad. No hubo un solo comentario sobre lo ocurrido, ni una sola mirada de reproche, ni un atisbo de vergüenza…Por supuesto, tampoco le comenté a mi hermana que, durante el tiempo que me había hecho esperar en el salón, había podido ver a través de la puerta entreabierta del dormitorio y el reflejo del espejo situado a los pies de la cama, cómo se había masturbado sin compasión para liberarse de la oscura excitación que le había producido contemplar a su esposo y hermana follando. Eso me lo guardaría para mí, junto con el recuerdo de la perversa excitación que me había causado eso mismo a mí.

 

11

Comencé la nueva semana experimentando un pequeño inconveniente de ser mujer: el periodo. Aunque me resultó incómodo, por fortuna no fue traumático para mí como hubiera podido ser la primera menstruación de una adolescente. Ya tenía la experiencia de la Lucía original en este tema, y el que tomase la píldora anticonceptiva lo hizo todo mucho más fácil porque, incomodidades aparte, supe exactamente cuándo me iba a llegar, y apenas tuve molestias como las que los recuerdos de Lucía me mostraban de su vida antes de tomar el medicamento que regulase sus ciclos. De hecho, aparte de por el sexo que con relativa frecuencia Lucía había practicado antes de ser yo ella, la razón principal de tomar ese método anticonceptivo había sido la prescripción médica para controlar unos ciclos irregulares y particularmente dolorosos. Por eso, aunque yo pensé que había empezado a tomarla para seguir las rutinas de mi jefa, en realidad había sido mi subconsciente el que me había empujado a ello, conocedor de los efectos que tendría interrumpir el tratamiento.

El trabajo comenzó a volverse, en cierto modo, rutinario. El estrés y las prisas eran el pan de cada día, y siempre tenía que convocar alguna reunión de urgencia para hacer frente a las continuas eventualidades y pulir cuantos aspectos fuesen necesarios.

Mis subordinados aceptaron con agrado mi cambio de actitud, encontrándome más dialogante y con trato más cercano, aunque finalmente mis decisiones y forma de trabajar tampoco distaban mucho de las de la antigua Lucía. Tal vez fuera una estirada exigente y autosuficiente, pero también había sido una gran profesional que había sido capaz de rayar la perfección en cuantos proyectos había abordado, por lo que en ese aspecto yo no podía aportar nada nuevo.

Tengo que confesar que en muchos momentos me sentí abrumada, y que llegué a creer que no sería capaz de soportar el cargo de Subdirectora de Operaciones como mi predecesora lo había soportado. En más de una ocasión tuve que admitirme a mí misma que yo no era tan brillante como ella lo había sido, pero por suerte, mi transformación en Lucía no había consistido en un mero cambio físico, y siempre podía echar mano de sus recuerdos, conocimientos y experiencia, los cuales sumados a los que yo ya tenía siendo Antonio, eran suficientes para cubrir las necesidades que el duro puesto requería.

El trabajo era tan exigente, que durante la semana apenas tenía tiempo más que para dedicarme a ello, hacer algo de ejercicio en mi gimnasio, y hacer algunas compras por internet. Había descubierto que me encantaba ir de compras, y a falta de tiempo, internet era mi aliado. Mi holgadísima situación económica me permitía cuantos caprichos se me antojasen, y sí, descubrí que ahora era un poco caprichosa.

El día a día de una mujer y las intensas experiencias vividas desde que era una, habían cambiado muchas cosas en mi propia personalidad. Apenas quedaba rastro del antiguo Antonio que había habitado en mi cabeza. Había sido ahogado en un río de hormonas femeninas cuyo caudal se había descontrolado cada vez que había tenido una nueva experiencia sexual, hasta el punto de convertirse en un mar impredecible en el que, por el momento, no era capaz de tomar el timón para controlar la navegación. Cuando algo me gustaba, me gustaba mucho, y tenía que tenerlo. Ya fueran cosas, dulces u hombres. Por eso siempre había cedido al deseo, porque aún no era capaz de controlarlo, era presa de las pasiones y estaba totalmente desinhibida para hacer cualquier cosa que se me pasase por la cabeza.

Afiancé un inicio de amistad con las chicas con las que tomaba el café de media mañana, especialmente con las dos que eran de mi misma edad. Con una de ellas, Eva, estaba haciendo muy buenas migas. Eva era una chica muy inteligente y bastante tímida, pero una vez que conseguí franquear la barrera de su timidez, empezó a mostrarme su verdadero carácter, cayéndome fenomenal. Supe que sentía cierta admiración por mí en el terreno profesional, y sospeché que también en otros aspectos. Ella era una chica bastante atractiva, pero su timidez le impedía sacarse todo el partido con el que sería capaz de deslumbrar, así que me propuse ayudarle en ese terreno, ya que desde que me había convertido en Lucía, había desarrollado un especial y fino gusto por estar siempre radiante. Mi intención podría parecer frívola, pero en absoluto lo era. Quería hacerme amiga de Eva y ayudarle en lo que estuviera a mi alcance, y un cambio de look y actitud podría ser un comienzo.

Volví a hablar con mi amiga Raquel por teléfono, quien me contó que la relación con su nuevo novio iba viento en popa, disfrutando de la pasión y el descubrimiento mutuo. También me dijo que habían decidido ir a verme, estaba deseando presentarme a Sergio, como se llamaba su chico, aunque eso ya sería para un par de semanas después de aquella conversación, así que quedamos en que ya me avisaría de cuándo podrían visitarme.

También recibí algunos mensajes de Pedro, y tuvimos algunas conversaciones a través de ellos, pero siempre decliné sus invitaciones para quedar. No es que no me apeteciese quedar con él y charlar, pero sabía lo que él realmente deseaba, y la verdad es que yo también, por lo que sabía que si nos encontrábamos no podría reprimirme, en cuanto viera su paquete abultado por mí, dejaría que me follara sin compasión, Y eso no podía ser, tenía que pasar página y dejar aquello como un placentero capítulo pasado de mi vida, puesto que no podía llegar a nada más.

El jueves fui al hospital a ver a Antonio. Yo ya había asumido completamente que era Lucía, y así sería para siempre, pero me reconfortaba encontrarle allí tumbado y poder contarle mis experiencias como a un silencioso amigo que siempre me apoyara.

Cuando iba a marcharme, apareció allí Pedro, y no venía solo, le acompañaba su madre. Me dio un vuelco el corazón cuando vi a ambos. Alicia, su madre, estaba tan guapa como la recordaba, y por un momento despertó al resquicio de hombre que quedaba en mi interior clamando por aquella bella mujer que le había desvirgado. Ya rozaba la cuarentena, pero los amigos de Pedro tenían razón: estaba buena, y fui capaz de apreciarlo tanto desde mi ahogada masculinidad, como desde mi nueva y desbordante feminidad.

Pedro me la presentó como “Alicia”, recordándome lo curioso que me resultaba que siempre la llamase por su nombre; tal vez algún día le preguntaría la razón. Sentí una descarga eléctrica recorriéndome cuando su madre y yo nos dimos dos besos. Ella no pareció sentir lo mismo, tan sólo me observó de la cabeza a los pies sin ningún pudor, haciéndome un completo escáner con el que me clasificó y catalogó, aunque no mostró emoción alguna que me indicase cual era el resultado de esa catalogación.

«Si supieras lo que he hecho con tu hijo…», pensé. «Y… si tu hijo supiera lo que tú hiciste con Antonio…»

Al final, Pedro me convenció para que me quedase un poco con ellos. Le explicó a su madre que yo era jefa de Antonio, y que nos habíamos conocido allí, en el hospital. También le contó que yo había estudiado la misma carrera que Antonio y que él estaba estudiando, y que le había dicho que tenía futuro. Así que de repente, tuvo una idea feliz:

— Lucía podría darme clases particulares de las asignaturas que me resultan difíciles —soltó repentinamente con una sonrisa—. ¿Qué te parece, Alicia?.

— ¿Ah, sí? —dijo su madre—. La verdad es que te vendría bien, te han quedado tres para Septiembre…

— En dos de ellas me podría ayudar mucho...

— Bueno, no, yo no… —contesté buscando una excusa.

— ¡Sí, sí! —exclamó Pedro, visiblemente excitado—. Alicia, convéncela, por favor…

— Si es por el dinero, no hay problema, podemos pagarlas —añadió ella—. Tal vez un par de horas a la semana por asignatura…

— ¡Eso es! —volvió a exclamar Pedro con brillo en sus ojos ante tal perspectiva.

— No, de verdad —contesté—. No es por el dinero, ni mucho menos, no podría cobrarle siendo amigo de Antonio… Es que no sé si soy buena profesora…

— Que sí —dijo Pedro—, eres buena profesora, ¡seguro!.

Ante el incontenible entusiasmo de su hijo, Alicia volvió a mirarme de arriba abajo, y ya sospechó.

— Bueno, cariño —le dijo—, si no quiere no insistas.

— No es que no quiera —traté de suavizar—, es que estoy fatal de tiempo por el trabajo…— traté de excusarme.

— Venga —insistió el chico—. Además, si uno solo te parece poco, se lo puedo decir también a mis amigos Carlos y Luis, seguro que ellos también quieren formar un grupo.

«¡Será cabrón!», pensé. Mis hormonas se dispararon al instante. La posibilidad de repetir la experiencia con aquellos tres jovencitos calentó mi mente presentándome esa oportunidad como algo muy apetecible. Pero pude sobreponerme a ello, y tras tragar saliva, volví a negarme:

— No, no podría…

— Pedro —le inquirió Alicia con severidad—, deja de ponerla en un compromiso, ¿vale?. Si ya te ha dicho que no, es que no.

Volvió a estudiarme, y ante la insistencia de su hijo, llegó a la conclusión de que lo mejor sería dejar el tema.

Pedro agachó las orejas, y aunque se trataban de igual a igual, guardó un respetuoso silencio ante el toque de atención de su madre.

— Bueno, yo tengo que marcharme —dije, rompiendo el incómodo silencio y poniéndome en pie.

— Te acompaño hasta abajo —me dijo Alicia—, voy a fumarme un cigarro. Ahora subo, cariño —le dijo a su hijo, guiñándole un ojo con complicidad para suavizar la pequeña tensión que había surgido entre ambos.

Él sonrió asintiendo, estaba claro que sentía adoración por su madre. De hecho, el ponerse a estudiar una carrera, aparte de por el consejo de Antonio, había sido por hacerle feliz a ella.

Le di dos besos de despedida al chico, y salí de la habitación acompañada por su madre.

— Perdona por la insistencia de Pedro —me dijo cuando llegamos a la salida del hospital.

— No te preocupes —le contesté resuelta—. Los chicos de su edad son muy impetuosos.

— Precisamente por eso…

Salimos a la calle, encendió un cigarrillo y me ofreció a mí otro. Por un momento dudé, pero finalmente lo acepté. Llevaba casi una semana sin probar uno, desde aquella noche, y no me apetecía especialmente, pero sí que me apetecía prolongar la compañía de Alicia, me resultaba agradable, así que dejé que me encendiera el cigarrillo ofrecido.

— ¿A qué te refieres con lo de precisamente por eso? —le pregunté con curiosidad.

— ¿Puedo serte totalmente sincera? —me preguntó, exhalando suavemente el humo del cigarrillo hacia arriba.

— Claro…

— Si hubieras sido un hombre, Pedro no habría puesto tanto entusiasmo en unas clases particulares.

— Ya…

Aunque no tenía ni idea de la historia entre su hijo y yo, Alicia era una mujer observadora. No sospechaba que hubiera habido nada entre nosotros, pero el comportamiento del chico había sido bastante evidente.

— A su edad, los chicos son un saco de hormonas —le dije—, pero bueno, a mí me ha parecido que Pedro estaba realmente interesado en que le diera esas clases para mejorar…

— Sí, sí —contestó Alicia—. Es muy buen chico, y no dudo de su verdadero interés por las clases, pero de verdad que te agradezco que finalmente hayas rechazado el dárselas.

— ¿Ah, sí?, ¿y eso por qué?.

— Si me permites seguir siendo sincera… Eres demasiado atractiva para darle clases… No creo que consiguieras centrarle en los estudios, y no quisiera pagar para que mi Pedro se pase el tiempo desnudándote con la mirada…

Aquello hirió mi orgullo más allá de lo que jamás hubiera podido imaginar. Lucía había pasado toda su vida luchando por no ser juzgada únicamente por su físico, y yo había asumido esos sentimientos haciéndolos míos. La nueva Lucía también era más que una cara y cuerpo bonitos, y estaba dispuesta a demostrarlo; así que ocultando el haberme sentido ofendida, cambié de opinión contestando con amabilidad:

— Gracias por el cumplido, pero no tienes que preocuparte por el tema económico… No me hace falta el dinero, y seguro que puedo sacar algún hueco para darle las clases a tu chico…

— De verdad, no hace falta que te molestes —me contestó, sorprendida por mi cambio de opinión.

— No es molestia, lo haré encantada por vosotros. Sois amigos de Antonio, y me gustaría hacer algo por él, aunque sea ayudando a su amigo…

Alicia se quedó totalmente desarmada, y no pudo rechazar el generoso ofrecimiento. No estaban económicamente sobrados, y el que su hijo recibiese clases de apoyo gratuitas para aprobar las asignaturas que se le habían atragantado, ayudaría a rebajar la factura de matrícula en la universidad para el siguiente curso.

— Tranquila —concluí, apagando el cigarrillo—, conseguiré que se concentre en los estudios.

No tenía nada que perder, y sí mucho que ganar, así que finalmente Alicia aceptó de buen grado, por lo que quedamos para la tarde del día siguiente en su casa con el objetivo de ver junto a Pedro las asignaturas en las que necesitaba ayuda, con vistas a empezar las verdaderas clases la siguiente semana.

Por la noche, recibí un entusiasta mensaje de Pedro:

¡Me vas a dar clases!. No sabes las ganas que tengo de volver a estar a solas contigo… ¡Eres mi diosa!.

Sí, te voy a dar clases —le contesté—, y nada más. Tu madre estará en casa también, y me aseguraré de que aprovechas las clases para aprobar los exámenes.

Seguro que las aprovecharé. El aliciente de verte me hará aplicarme. Gracias, Lucía.

Realmente Pedro era un buen chico, y la experiencia de darle clases también podría ser enriquecedora para mí. Me demostraría a mí misma que podía hacerlo y, por supuesto, también se lo demostraría a Alicia, quien a pesar de haberme ofendido por unos momentos, seguía cayéndome bien.

El viernes lo pasé en el trabajo de reunión en reunión, con un par de clientes importantes y, finalmente, con los Jefes de Sección para hacer un balance del trabajo semanal. Esta última reunión, de la última hora del día, del último día de la semana, la hice mucho más distendida, lo cual mis subordinados agradecieron. Discutimos de forma amable los pormenores de la semana, y me permití la frivolidad de coquetear un poco con aquellos tres hombres. Me encantaba sentirme deseada, y alenté los deseos de aquellos tres hombres para que acabaran la reunión regalándome la vista de sus entrepiernas abultadas al desfilar ante mí mientras les invitaba a salir de la sala de reuniones.

Puesto que mi jefe y el Subdirector Económico no habían estado ese día en la oficina, habíamos tenido la planta entera para nosotros solos, y he de confesar que, si en lugar de Rafael, Julio y Andrés, dos sexagenarios y un cincuentón, en aquella reunión hubiera tenido a tres hombres más jóvenes en la misma situación, les habría brindado todos mis agujeritos para que me los llenasen con sus duras y gordas vergas. La experiencia disfrutada con los tres jovencitos el fin de semana anterior, había dejado huella en mí, y cada vez que mi mente la evocaba, las hogueras rugían en mi interior. En el transcurso de  la reunión, entre aleteos de pestañas, jugueteos de bolígrafo en mis labios, y algún que otro reclinado sobre la mesa mostrando abertura de camisa, mi mente recordó una y otra vez la sensación de sentirse poseída por tres hombres, así que yo también salí de aquella sala con un buen calentón.

Tras comer en casa, me di un satisfactorio baño en el hidromasaje, disfrutando de los cálidos chorros de agua incidiendo en mi piel mientras mis manos la acariciaban y mi mente fantaseaba con tres atractivos hombres tomándome vigorosamente en la sala de reuniones. Con dos dedos de una mano metidos en el coñito, y el corazón de la otra metido por detrás, alcancé un breve pero relajante orgasmo tras el que me quedé medio dormida, parcialmente sumergida en agua caliente.

Al salir de mi ensoñación, me di cuenta de que se me había pasado el tiempo sin enterarme. Había quedado con Alicia y Pedro en su casa, y ya que finalmente había sido yo quien había insistido en el asunto de las clases, no quedaría bien si llegaba tarde.

Me presenté en su casa vestida de forma más casual de lo que iría cuando realmente empezara a darle las clases al chico, ya que, cuando saliera de trabajar, comería algo rápido e iría directamente a su casa, ataviada con alguno de los trajes de trabajo que ayudarían a recalcar sobre Pedro mi figura de profesora, y no de amiga.

Alicia me recibió con dos sonoros besos. A pesar de su inicial reticencia en aquel asunto, pensando en que su hijo pondría más atención a mis tetas que a mis explicaciones, me dejó entrever que le había caído bien el día anterior, como ella a mí, aunque yo jugaba con la ventaja de haberla conocido siendo Antonio. Incluso, mi anfitriona comentó que le gustaba mi top veraniego y lo bien que me quedaba.

Su hijo me recibió en el salón con una sonrisa de oreja a oreja, y tras darme dos efusivos besos, no pudo evitar hacerme un escáner completo, tan exhaustivo como el que me había hecho su madre al abrirme la puerta. Así como su madre se había fijado en mis ajustados y caros pantalones vaqueros, y había alabado la colorida prenda superior que llevaba, la mirada del hijo no reparó en la ropa, sólo tenía ojos para la figura que ésta envolvía.

Nos sentamos los tres en el sofá, quedando yo en medio. ¡Qué recuerdos me traía ese sofá!. Tuve que apartarlos inmediatamente de mi mente.

Pedro me explicó en qué asignaturas necesitaba ayuda para aprobar en Septiembre. Como a casi todos los alumnos de primer año, se le había atragantado una asignatura de Física aplicada a la ingeniería, y una de Cálculo Integral. Juntos, bajo la atenta mirada de Alicia, que no entendía nada, echamos un rápido vistazo a sus apuntes y separatas sacadas de libros. Yo necesitaría recordar algunas cosas que no utilizaba en mi día a día profesional, pero en general, no tendría ningún problema para explicarle al chico cualquiera de las dos asignaturas. No en vano, Antonio había sido un alumno aplicado, y Lucía, directamente, había sido brillante. Entre los tres acordamos que le daría cuatro horas semanales de clase, dos de Física los Martes y dos de Cálculo los Jueves. Alicia volvió a insistirme con lo de pagarme, pero amablemente rechacé la oferta alegando un principio de amistad.

Como era viernes, Pedro había quedado con sus amigos, así que se disculpó ante mí por marcharse, dejándome sus apuntes para que pudiese hojearlos tranquilamente en casa y, dándome dos besos, se despidió de mí expresándome las ganas que tenía de comenzar las clases. Le dio un beso a su madre y, sorprendentemente, me dejó a solas con Alicia. Supuse que el chico estaba ansioso por ir a contar a los dos amigos que ya conocía quién sería su profesora particular.

— Yo también debería marcharme ya —le dije a la madre del joven.

— ¿Tienes algún plan? —me preguntó, encendiéndose un cigarrillo y ofreciéndome otro—. Al menos podrías dejarme que te invite a tomar algo, yo no tengo ningún plan.

— Bueno, en realidad no tengo nada —le contesté, dudando si coger el cigarrillo para finalmente aceptarlo.

— ¡Pues perfecto!. ¿Te apetece una cerveza o eres más de copas?. Ahora que Pedro se ha marchado podemos tomar algo aquí tranquilamente y conocernos más.

Me gustó la idea, me caía realmente bien, y ya que iba a pasar muchas tardes en su casa, me encantaría conocerla mejor, especialmente desde mi nueva perspectiva tratando con ella de mujer a mujer.

— Pues si tienes —le contesté—, me tomaría un ron-cola.

— Tú eres de las mías —me dijo, guiñándome un ojo y levantándose para ir a la cocina.

Tomándonos una copa cada una, entablamos conversación. Con ella era muy fácil, era una persona extrovertida y vitalista. Le conté sobre mi trabajo, y ella me habló del suyo como jefa de tienda de una franquicia de moda. Le hablé de mi familia (la de Lucía, por supuesto), y ella me habló de la suya y de cómo había tenido que criar sola a Pedro. Conectamos enseguida, y comprobamos que nos íbamos a entender muy bien. Salvando ciertas distancias, coincidíamos bastante en forma de pensar y gustos, y la conversación fluía incesantemente, entre tragos y cigarrillos, pasando de la música a la cocina, del cine al arte, del deporte en gimnasio a la moda…

— La verdad es que esos vaqueros te quedan divinos —me dijo, dando un trago de su segunda copa cuando yo volvía del servicio.

— ¿Ah, sí? —le dije, girando sobre mí misma presumidamente para que los viera bien, y comprobando que el alcohol ya afectaba un poco a mi equilibrio—. Son los primeros que he pillado del armario…

— ¡Uf!, pues debes tener un armario bien surtido, porque esos cuestan una pasta… ¡Menudo culazo te hacen!.

Alicia también sentía ya los efectos del alcohol, y sumándolos a la complicidad que habíamos asentado entre ambas, estaba muy desinhibida.

— ¿Me hacen el culo gordo? —le pregunté, poniéndome en jarras, simulando enfado.

— ¡Qué gamberra! —exclamó entre risas—, sabes que me refiero a que te hacen un culo precioso.

— Gracias, guapa, seguro que a ti también te quedarían genial.

— Uy, no creo, ojalá volviera a tener tu edad, entonces sí que hubiera podido ponérmelos, pero ahora… no me entrarían...

— ¡Venga ya! —le dije, obligándola a ponerse en pie para poder observarla bien—, ¡si somos casi de la misma edad!. ¿A qué edad tuviste a Pedro?, ¿a los quince?.

Sabía que no era así, pero si realmente la hubiera conocido el día anterior, aquello sería lo que habría pensado.

— ¡Jajajaja!, ¡qué encanto eres!. A Pedro lo tuve a los veintiuno, así que imagínate… En un mes cumplo los cuarenta… ¡Menudo palo!.

— ¡Vaya, pues quién lo diría!. Parece que los que cumplirás serán treinta, ¡estás tremenda!.

— Gracias —me contestó con una amplia sonrisa—. Sí que es verdad que nadie acierta con mi edad, todo el mundo me cree mucho más joven. Será porque trato de cuidarme —me guiñó un ojo indicándome el paquete de tabaco y la copa sobre la mesa.

Me reí a carcajadas.

— Ahora en serio —me dijo—. Sí que me cuido con la alimentación, salgo a correr, voy al gimnasio… Ya sabes. Y siempre intento estar bien arreglada.

Alicia llevaba un vestido de color rosa palo, con tirantes y media falda con vuelo. Le quedaba perfecto. En su cuarentena conservaba un precioso cuerpo trabajado en el gimnasio, prieto pero no musculado, y era evidente que se había arreglado para estar guapa ante mi visita. Tal vez no fuera explosiva, pero era una mujer muy atractiva a la que seguramente muchas jovencitas envidiarían.

Observando su bien proporcionado cuerpo, sus grandes ojos color miel, su sedoso cabello castaño recogido con esmero para ensalzar su cuello y hombros, y sus sensuales labios, el hombre recluido en lo más profundo de mi ser se despertó para aclamar su belleza.

— Ojalá llegue yo a tu edad estando así de buena —añadí, guiñándole un ojo.

Las dos nos reímos y volvimos a sentarnos para dar sendos tragos a nuestras copas. Nos sentíamos cómodas juntas, entablando una prometedora amistad que la Lucía original jamás habría logrado.

— Bueno —me dijo entre risas—, he de reconocer que sigo teniendo mi puntito. Pretendientes no me faltan…

— Cuenta, cuenta… —le pedí animada.

—¡Jeje!. Bueno, tengo mis cosillas por ahí, para darme algún homenaje esporádico, pero nada serio. Estoy muy desengañada de los tíos y no necesito ninguna relación estable. ¿Y tú tienes novio?.

— No, no, ¡qué va! —contesté, resoplando—. Ahora mismo no me siento preparada para ningún romance… Sólo tomo lo que va surgiendo.

— Eso está bien, disfruta cuanto puedas, aún eres joven y no tienes por qué arruinar tus mejores años, como me pasó a mí. Soy feliz, pero si hubiese podido elegir, mi vida habría sido diferente…

— ¿No habrías tenido a Pedro? —le pregunté con interés.

— Bueno, sí, seguramente, pero no siendo tan joven. Habría tenido un hijo con un tío que realmente mereciera la pena, no con aquel cobarde que me dejó tirada para desaparecer de la faz de la tierra.

— Entiendo… Tienes un chico estupendo, y muy guapo… Se parece a ti.

— Gracias, la verdad es que estoy muy orgullosa de él. Nuestra vida no ha sido fácil, pero creo que he conseguido criar a un buen chico que se está convirtiendo en un auténtico hombre… Y sí, es muy guapo —añadió con un suspiro.

En aquel momento, me pareció percibir en ella que algo se cruzaba por su mente.

— Buen chico, guapo, y con un futuro prometedor por delante —le dije—. Y yo me aseguraré de que apruebe esas asignaturas que se le han atragantado para sentar las bases de ese futuro.

— Eres un encanto… —me contestó, encendiéndose otro cigarrillo—. Aunque cuidado con él, está saliendo de la adolescencia y no piensa más que en lo único…

— Lo sé, lo sé… «Y no te imaginas cuánto», pensé.

— Confío en que sepas centrarle en los estudios… Me he dado cuenta de cómo te mira…Y le gustas mucho, lo cual no me extraña…

Su gesto se había tornado serio, y me pareció ver un atisbo de celos en su mirada que se disipó al darle un último trago a su segunda copa. Se sirvió otra, ofreciéndome a mí también, pero yo apenas había empezado esa segunda.

— Tranquila —le dije con una sonrisa—. Podré manejarlo… Tu niño está a salvo conmigo…

— Precisamente porque ya no es un niño te prevengo. Sé por propia experiencia lo tentadores que pueden ser estos yogurines…

— ¿Ah, sí? —pregunté inocentemente, sabiendo a la perfección de qué hablaba.

— Sí, y sé muy bien lo que es caer en la tentación…

La conexión que se había establecido entre nosotras, y la velocidad con la que Alicia consumía su bebida, le estaban proporcionando una sinceridad apabullante.

— ¡No me digas! —exclamé, tratando de expresar sorpresa—. ¿Y cómo le conociste?. Y fue… ¿bien?.

— Era el hijo de una amiga… —contestó, tras dudar unos instantes.

En aquel momento supuse que su duda se debía a que se había dado cuenta de que yo conocía a aquel jovencito al que se refería, de hecho, era la causa de que nos hubiésemos conocido, por lo que no quería revelarme su identidad.

— Digamos que fue  un calentón…  —prosiguió rememorando—. Tampoco es que fuera un polvazo, el chico era virgen y se notó, pero cumplió bien. Pero lo mejor de todo es que una experiencia así te da un auténtico subidón de autoestima.

Le dio otro trago a su bebida, y el hombre oculto en lo más profundo de mi mente comenzó a dar saltos de alegría ante tal revelación.

— Me alegro por ti —le dije con sinceridad—. A veces hay que soltarse la melena para disfrutar de la vida, pero no te preocupes, que yo no lo voy a hacer con Pedro, por muy tentador que pueda llegar a parecerme. Se ve que eres una madraza y le quieres mucho, es normal que quieras proteger a tu chico…

«Si supieras la verdad…», pensé. «Pero no volverá a pasar».

— Sí, es mi chico —dijo Alicia, pensando en voz alta—. Y ya es todo un hombre… Y eso se nota en que nuestra relación ya ni siquiera parece de madre e hijo, más bien somos muy buenos amigos.

— Entiendo. Él, prácticamente, es un adulto, y tú aún eres joven. Os queréis mucho, y como la diferencia de edad no es tan grande, es normal que hayáis evolucionado así.

— Sí, supongo que sí —contestó, manteniendo el aire pensativo y dándole  un nuevo trago a su copa—. Es cierto que nos queremos muchísimo, siempre nos estamos dando muestras de cariño, tomamos decisiones juntos y tenemos nuestras peleas…  En realidad, si lo piensas detenidamente, ahora somos más como una pareja de novios… solo que no follamos. —concluyó con una sonrisa en la que adiviné cierta ironía.

Estaba descubriendo algo en Alicia, algo que empezaba a intuir en sus palabras y señales, aunque me parecía increíble. Así que, envalentonada por el alcohol ingerido y su arranque de sinceridad, favorecido por la mayor cantidad de alcohol que ella había consumido, me atreví a pregunta:

— ¿Pero a ti te gustaría?.

El silencio que se hizo por unos momentos fue revelador, y vi cómo un oscuro y profundo deseo prohibido se reflejaba por unos instantes en su mirada. Alicia apuró su copa de un trago.

Me quedé de piedra. Aquella bella mujer, a la que durante toda mi adolescencia masculina me había pasado admirando y deseando, tenía un lado muy oscuro. No sólo había sido capaz de desvirgar al mejor amigo de su hijo (Antonio, yo en aquel entonces), sino que ahora deseaba secretamente a su propio hijo… Mi fascinación por Alicia aumentó exponencialmente, y corroboré que, desde que me había convertido en Lucía, tenía la capacidad de hacer aflorar los más profundos deseos de cuantos me rodeaban.

— Y aquel yogurín que te comiste —traté de reencauzar el tema para que no se sintiese violenta—, ¿volverías a hacerlo?.

— No, claro que no —contestó aliviada, viendo que yo había obviado su velada respuesta—. Primero porque es imposible…

«Claro», pensé yo, «está en coma».

— …y segundo porque es hijo de una amiga, y más de una vez acabaría con malas consecuencias… Aparte de que han pasado los años y ya no es tan yogurín —añadió con una carcajada.

Reí con ella.

— Creo que tengo un alto impacto en los chavalitos —añadió entre risas—. Ahora hay un par de compañeros de Pedro que vienen de vez en cuando por aquí, que noto que me comen con la mirada.

— ¡Jaja!. Seguro que para ellos eres una “Madre Que Me Follaría”.

Alicia rio a carcajadas conmigo. De verdad que parecíamos amigas de toda la vida, y nos lo estábamos pasando en grande.

— Eso me temo, ¡jaja!. Sobre todo para uno de ellos, Luis, ese directamente me desnuda con los ojos, ¡jajaja!.

— ¡Le conozco! —exclamé.

«Y tampoco imaginas cuánto», pensé.

— Es monillo ese chico, ¿no? —solté, casi sin querer.

— Sí, no está mal… Pero lo que de verdad me pone “on fire” es su forma de mirarme. A veces tiene una expresión de salido que, no sé por qué, me pone burrísima.

— Sí, tienes razón. A mí también me pone mucho esa expresión de pervertido. Tal vez, si se me pusiera a tiro, sí que me comería ese yogurín.

«Otra vez», dije para mis adentros.

— La verdad es que si se dieran las condiciones, creo que yo también caería —afirmó mi nueva amiga, apagando su cigarrillo—. No sé, supongo que esa cara de salido que se le pone, y su forma de desnudarme con la mirada, me dan para pensar que haría conmigo toda clase de guarradas…

— Mmmm, entiendo a qué te refieres —afirmé, recordando mi experiencia con él—. Y si te pregunto qué guarradas le dejarías hacerte, ¿me contestarías?.

— Pues claro que sí, chica, no seas tan políticamente correcta. Ahora somos amigas, y creo que vamos a ser grandes amigas… Pues te contestaría que le dejaría follarme de todas las formas posibles…

La lengua de Alicia estaba totalmente desatada,  ya no sentía ninguna necesidad de moderar su lenguaje, estábamos en confianza, y el alcohol nos permitía, sobre todo a ella por las tres copas que ya se había tomado por una y media que me había tomado yo, hablar sin ningún tipo de tapujo, expresando las cosas tal y como nos venían a la cabeza. Estábamos realmente cómodas las dos en compañía de la otra.

— ¡Ufff! —suspiré yo—. Eso suena de lo más excitante… ¡Al final va a resultar que eres una perra cachonda!.

Las dos nos partimos de risa.

— ¡Uy!, ¡y tanto!, ¡jajaja!. He estado casi veinte años criando a un niño yo sola,  sin tiempo para mí misma, por lo que ahora que empiezo a tener tiempo para mí, me gustaría hacer cuanto no pude en su momento. Sí, soy una perra cachonda, y si pudiera pillar al “pervertido” de Luis…

— Te lo follabas sin compasión, de todas las formas posibles —le dije entre risas y continuando su lenguaje desinhibido—. No te ibas a dejar ningún agujerito sin explorar…

Esa última frase me recordó que precisamente eso era lo que yo había hecho en ese mismo sofá, y lo que esa misma tarde había fantaseado con hacer en la sala de reuniones… Me sentí excitada, muy excitada.

— ¡Exacto! —dijo Alicia, casi tan excitada como yo.

Su respiración estaba acelerada, los pezones se le marcaban en el vestido subiendo y bajando al ritmo de su pecho, y arrastraba las palabras por su lengua saboreándolas como si al pronunciarlas pudieran hacerse reales.

— Me has preguntado qué guarradas le dejaría hacerme —me dijo, bajando el tono de voz e indicándome con el dedo que me acercase para poder escucharle bien—, y ahora te lo voy a decir sin cortarme, porque veo que tú eres como yo…

Salvé la escasa distancia entre ambas, y coloqué mi rostro mejilla con mejilla, sintiendo la suavidad de su cutis sobre el mío.

— Soy toda oídos —le susurré, sintiendo una ebullición en mi entrepierna al contactar sus duros pezones con la dureza de los míos.

Con delicadeza, apartó mi negro cabello de mi oreja, y su aliento se coló en mi oído produciéndome un exquisito cosquilleo:

— Le comería la polla hasta conseguir que se corriera en mi boca… Y le dejaría explotar dentro de ella para que me la llenase con su pervertida leche… ¿A ti te gusta eso?.

— Mmmm, a mí me encanta…

— Sabía que tú eras de las mías… Y después de sentir su corrida repentina dentro de mi boca, me lo tragaría todo mientras sigue follándomela hasta quedarse seco…

— Uffff…me calienta muchísimo que me llenen la boca de leche y me la hagan tragar…

— Y luego le dejaría comerme el coño, que me lo explorase con la lengua, y me pusiera el clítoris en carne viva…

Yo ya sentía la braguita mojada, y percibí que nuestros cuerpos, inconscientemente, se pegaban más el uno al otro. Nuestros pechos se aplastaban sobre los de la otra, y podía sentir cómo nuestras respiraciones se sincronizaban, subiendo y bajando a la vez nuestros femeninos atributos.

— …después dejaría que me pasara su dura polla por todo el cuerpo, se la cogería entre mis tetas, y le haría una paja con ellas…

— Ummm, creo que eso no lo he probado nunca —le susurré, dubitativa.

— Yo tampoco, pero suena muy divertido. Recuerdo que hace años una amiga me contó que se lo había hecho a su chico…

— ¡No me digas!, ¿y qué tal fue?.

— Pues a ella no demasiado bien, ¡jaja!. La pobre no tiene mucho con lo que coger así una polla…

— ¡Jajaja!. Bueno, tú no tendrías ese problema, tienes un buen par de tetas —le dije, sintiéndolas contra las mías—. Seguro que sí sería divertido.

— ¡Jaja!. Y tú tampoco tendrías ese problema con este par de melones que tienes —me contestó presionándome aún más los pechos con los suyos.

Las dos reímos.

— Sí, seguro que sería muy divertido cogerle la polla con mis tetas y ver el capullo aparecer y desaparecer por el canalillo —prosiguió—, viendo su cara de gusto mientras le estrujo el rabo con ellas…

«¡Me encantaría que me lo hiciera a mí!», gritó mi oculto macho interior.

— …y le pajearía y pajearía con las tetas, y le miraría a los ojos con cara de zorra para hacerle correrse otra vez. Dejaría que Luis, con lo pervertido que parece, se corriera en mi cara para que disfrutara disparando su semen sobre mi rostro, tratando de hacer diana en mi boca desde mis lolas…

— Joder, sí que le dejarías hacerte guarradas.

— Ya te lo he dicho… ¿Pero a que a ti también te gustaría?.

— Uuuufffff… —suspiré— Sí, creo que sí… Ahora mismo estoy cachondísima escuchándote e imaginándolo.

— Uuufffff, yo tengo el coñito hecho agua —confesó Alicia—. Pero espera, que aún hay más.  —añadió rodeándome la cintura con uno de sus brazos para impedir que me separase de ella.

Yo no tenía ninguna intención de separarme y perderme esa íntima y excitante confesión-relato.

— Cuenta, cuenta, e imaginemos que no necesita descansar entre corridas. ¿Qué más dejarías que te hiciera ese chavalito salido?.

— Le dejaría frotarme el clítoris con la punta de la polla, para que me lo hiciera vibrar, y luego le dejaría que me la metiese salvajemente hasta clavármela entera en el coño.

— Uuuuuffff… cómo me gusta que me den caña…

Yo también le tomé a ella por la cintura, estaba tan excitada que necesitaba agarrarme a algo para que la cabeza no se me fuese, y hallé la bien delineada cintura de mi nueva amiga.

— Eso es, le dejaría darme caña sin parar, y le dejaría correrse dentro de mí para que me abrasase por dentro.

— Alicia, me estás matando…

— Después, volvería a comerle la polla, embadurnada de mis jugos y su leche, pero en lugar de correrse en mi boca, esta vez le dejaría que se corriese sobre mis tetas. Me encanta cómo quema la leche de hombre sobre la piel según cae…

— Y a ellos les encanta correrse sobre nosotras —completé su frase—. Eso también tendré que probarlo...

— A mí se me corrieron encima una vez, por accidente, y fue una sensación deliciosa…

— Alicia, estoy demasiado cachonda…

— Yo también…

Sin ser realmente consciente de ello, mi mano libre se deslizó entre los muslos de Alicia. Su piel estaba febril, y avanzando bajo su falda, llegué hasta sus húmedas braguitas.

— Mmmmm —gimió.

Correspondió mi gesto llevando su mano libre a la bragueta de mi pantalón vaquero. Con habilidad metió sus dedos entre los botones y los desabrochó para tocar con la punta de sus dedos mis también mojadas braguitas. Gemí como ella.

— No me van las tías —me susurró, suspirando con mis caricias en su íntima prenda—. Pero estoy tan cachonda…

— Creo que a mí tampoco —le susurré, suspirando yo también con sus caricias. «¡A mí sí!», gritó mi resquicio de masculinidad—. Pero me estás poniendo tanto con lo que me estás diciendo…

Nuestras mejillas se frotaron, hasta que nuestros labios se encontraron. Una descarga eléctrica recorrió nuestras espinas dorsales, esa característica descarga que se produce cuando algo que parece prohibido se prueba. Sus labios eran suaves y carnosos, y acariciaron los míos con la misma dulzura con la que los míos rozaron los suyos, una delicia de tenue y tímido encuentro. Recorrimos con los labios nuestros rostros, y volviendo a estar mejilla con mejilla, su voz se coló por mi oído con un cosquilleo:

— Qué labios tan suaves tienes… me gustan…

— A mí me gustan los tuyos —le contesté en el mismo tono—, son tan jugosos… Sigue contándome qué más guarradas dejarías que te hiciera el amigo de tu hijo.

— Después de correrse sobre mí —prosiguió manteniendo sus caricias en mi braguita como yo en la suya—, le tumbaría y le montaría con ganas. Dejaría que me estrujase las tetas hasta llegar al límite del dolor, y dejaría que me apretara el culo con sus manos para ensartarme su polla hasta el fondo…

— Uuuuffff, te gusta tan duro como a mí.

Mis dedos se colaron por un lateral de su ropa interior, y palparon los mojados y abultados labios vaginales de mi narradora.

— Ooooohh —gimió.

Sus dedos, tomando mi ejemplo, se abrieron paso por mi encharcado coñito, y dos de ellos lo penetraron arrancándome un gemido que coreó al suyo. Nuestras mejillas volvieron a frotarse, y nuestros labios se reencontraron en suaves caricias. La punta de mi lengua delineó su carnoso labio inferior, y la punta de la suya recorrió mi labio superior. Nuestras lenguas apenas llegaron a rozarse, tan sólo un efímero avance de lo que podría ser después. Aquellos besos de mujer eran un exquisito manjar prohibido, que postergaban el encuentro final prolongándolo y haciendo desearlo aún más.

— Le cabalgaría con fuerza, ensartándome más y más en su polla —continuó susurrándome al oído tras el beso—, y dejaría que me metiera un dedo por el culo mientras me lo follo…

Nuestros dedos ya estaban bien alojados en el coñito de la otra, y nos derretíamos mutuamente metiéndolos y sacándolos sin ningún pudor, entregadas a la satisfacción que mutuamente nos estábamos dando mientras nuestras imaginaciones volaban con el relato de Alicia.

— Vas a hacer que me corra en cualquier momento —le confesé.

— Y tú a mí…

— No pares, por favor —le supliqué—, esto me está gustando demasiado.

— Y a mí también —contestó entre jadeos—. Esto no significa que ahora nos gusten las mujeres…

— No, claro que no —le respondí, alcanzando su duro clítoris con mis dedos para acariciarlo arriba y abajo—. Sólo somos dos amigas pasándolo bien mientras fantasean con una polla…

— Sí, eso es. Dos amigas que disfrutan de su nueva amistad…

Nuestros labios fueron nuevamente al encuentro, y nuestras lenguas dejaron de lado su timidez para acariciarse húmedamente la una a la otra, mientras nuestros pétalos de rosa seguían buscándose para acariciarse.

— ¿Dejarías que el chico se te corriera otra vez dentro? —le pregunté cuando volvimos a estar mejilla con mejilla.

— Uuuum, sí, dejaría que se corriera dentro de mí con su abundante y ardiente semen llenándome todo el coño mientras su dedito se me clava por el culo…

— Es una sensación increíbleeeeeee —dije prolongando la palabra al sentir sus dedos jugueteando hábilmente con mi clítoris.

— Sí, y después me tumbaría y le dejaría que me follase la boca haciéndome saborear su leche y mi flujo mezclados, sin darme casi tiempo a respirar, siendo él quien me la metiese y sacase penetrándome los labios y obligándome a comérmela entera a base de golpes de cadera. Hasta que me la llenase de repente otra vez de semen, obligando a tragármelo todo. Así de guarra soy…

— Yo también soy así de guarra, me encanta sentir cómo se corren en mi boca, aunque tan violento no lo he llegado a hacer… ¡Ufffff!, suena salvaje…

— Así de salvaje tampoco me lo han hecho nunca, pero… uuuummm… —gimió,  interrumpiéndose al disfrutar con mis dedos acariciando la rugosidad interna de su encharcado coño.

— Aún te falta un agujero por ser follado… —le dije con una carcajada de satisfacción al sentir sus dedos haciendo lo mismo dentro de mí.

— Por supuesto, es que me lo reservo para el final. Antes de que me follase ese agujerito, me pondría a cuatro patas, y dejaría que me comiera todo el culo…

— Mmmmm…

— …dejaría que me metiese la lengua y me lamiese el agujerito haciéndome cosquillas. Luego permitiría que su lengua entrase húmeda y jugosa dentro de él, cuanto pudiera metérmela…

Sus dedos salieron de mí y volvieron a penetrarme con decisión, arrancándome un gemido que ella coreó cuando mis dedos la perforaron del mismo modo.

— …y después dejaría que su gorda polla se metiera entre mis nalgas y me perforase el culito hasta taladrármelo…

Nuestros pechos se restregaban contra la voluptuosidad de los de la otra. Apretándose nuestras turgencias, mientras nuestros erizados pezones se rozaban a través de las finas prendas veraniegas.

— Me daría por el culo sin compasión, muy duro y profundo, porque es un  pervertido. Y yo le apretaría tanto esa polla que me parte en dos, que se correría otra vez, sacándomela para colocarla en lo alto de mi culito y descargar su hirviente semen sobre mi espalda, haciendo que se me doble por la sensación…

—¡Guau!, ¡qué guarro y excitante suena eso!. ¿Te lo han hecho alguna vez?.

— No, siempre me han acabado dentro, y con condón, así que me encantaría que me lo hicieran. Seguro que a Luis le gustan esas guarradas…

— Seguro… Creo que a mí también me gustaría que me lo hicieran. Somos tan pervertidas o más que él…

Las dos nos reímos, y nuestras carcajadas hicieron que nuestros pechos se presionasen con mayor fuerza y nuestros dedos alojados dentro de la otra fueran estrujados por nuestros potentes músculos vaginales. ¡Qué delicia de mutua masturbación!.

— Me encanta tu forma de pensar —me contestó Alicia, dándome un beso en la mejilla y recorriéndola para que nuestros labios y lenguas pudieran encontrarse de nuevo.

Sus jugosos labios acariciaron la suavidad de los míos, la punta de mi lengua jugueteó con la suya sintiendo la calidez de su aliento. La atrapó entre sus labios, y la succionó invitándola a entrar en su boca, donde su húmedo músculo la recibió trazando círculos sobre ella. Nuestros pétalos de rosa se acoplaron, y nuestras bocas se fusionaron. Nos fundimos en un tórrido beso con el que exploramos cada rincón de la voracidad de la amiga que nos masturbaba y era masturbada.

— Alicia, mmmmm —le dije al oído entre jadeos, tras dejar un reguero de saliva mezclada en su rostro—, estoy a punto de correrme…

— Uuuuffff, yo también…

— Termina de contarme tu fantasía, y corrámonos juntas, uuuufffff….

— Para terminar, como nunca me han follado el culo sin condón, dejaría que me la clavara entera, a pelo y salvaje, que me montase poniéndome a cuatro patas, cogiéndome del culo y empujándome con tanta fuerza que me hundiría la cara en el colchón… Dejaría que me diese unos azotes en las nalgas mientras su polla se me clava en las entrañas, y finalmente le dejaría que me llenase las tripas con una corrida brutal que me dejase empotrada en el colchón, quemándome por dentro mientras yo me corro una y otra vez…

Su boca buscó la mía y me besó con urgencia. Nos devoramos mutuamente. Mis dedos entraban y salían de su chorreante coñito a toda y velocidad, y los suyos perforaban el mío cuanto podían profundizar.

— Mmmmmm, mmmmm, mmmmm… —gemía Alicia con su lengua en mi boca—. Oooh, ooooh, ooooohh… —emitió separándose de mis labios para poder respirar.

— Aaaah, aaaah, aaaaahh… —jadeé yo.

El aire entre ambas olía poderosamente a hembra y, gimiéndonos la una a la otra cara a cara, sincronizamos nuestros orgasmos embadurnando nuestras manos con los cálidos fluidos del placer alcanzado. Alicia me dio un tierno beso en los labios.

— Uuuuuffff, hacía años que no me masturbaba con una amiga —me dijo.

— Ha sido genial —le contesté, recuperando la respiración normal—. Esto es empezar bien una amistad y lo demás son tonterías.

Las dos nos reímos a carcajadas.

—¡Y todo por fantasear con un chavalito que probablemente no sea ni la mitad de pervertido de lo que creemos! —exclamó Alicia entre risas.

Ambas nos recompusimos y adecentamos en el baño. Al volver al salón, el olor a sexo de hembra mezclado con el aroma del tabaco era tan evidente, que Alicia tuvo que abrir la ventana para que la estancia se ventilara.

— Ya te quedarás a cenar, ¿no? —me preguntó.

— Ahora mismo no estaría más a gusto en ningún otro lugar —le contesté.

Ayudé a Alicia a preparar una buena ensalada, y cenamos tranquilamente, hablando y riendo sin parar. Mi nueva amiga era tan golosa como yo, con especial preferencia por el chocolate, mi mayor debilidad, por lo que de postre disfrutamos juntas de un delicioso helado de chocolate que Alicia sirvió generosamente para ambas.

Nos despedimos con dos cariñosos besos, quedando en que volveríamos a vernos el martes siguiente, el primer día que le daría clases a su hijo.

Ya metida en mi cama, rememoré cada minuto del día. Me sentía llena de vida, encantada por todo lo vivido. Iba a poder ayudar a Pedro con sus estudios y eso me daría una gran satisfacción personal. Su madre me había fascinado, pasando de ser el amor platónico de mi masculina adolescencia, a lo que prometía ser una verdadera amiga en mi joven madurez femenina. Me dormí feliz.

 

12

Mi vida social estaba empezando a ser mucho más intensa de lo que la antigua Lucía jamás habría imaginado. Trabajaba tanto como había trabajado ella, pero en poco tiempo había conseguido cultivar más amistades que las que sus recuerdos me mostraban que ella había tenido en años.

Omitiéndolo para siempre como si nunca hubiera pasado, el incidente con mi cuñado y mi hermana había quedado como un excitante y extraño episodio en mis recuerdos. Hablaba a diario por teléfono con ella, y María volvía a ser la hermana cariñosa que siempre había sido con Lucía; estaba encantada de poder hablar todos los días conmigo, lo cual antes era algo esporádico. Yo la quería como si realmente siempre hubiera sido mi hermana.

Con las chicas del café en el trabajo, ya era una más. Definitivamente había dejado de ser  “La jefaza”, era, simplemente Lucía. Entablé amistad con Eva, la compañera de mi edad con la que mejores migas había hecho, hasta el punto de quedar con ella fuera del trabajo para ir juntas de compras y asesorarle en el cambio de look que definitivamente ambas habíamos acordado que necesitaba. Incluso, un día, con la excusa de que quería conocer mi ropero, se vino a cenar a casa y pasamos un rato de lo más agradable conociéndonos mejor.

Empecé a darle las clases particulares a Pedro, y aunque la primera semana me resultó difícil centrarle únicamente en los estudios, poco a poco lo fui consiguiendo. Mis rotundas evasivas y negativas a sus continuas insinuaciones, fueron surtiendo efecto, hasta el punto de que acabó asumiendo que sólo seríamos profesora y alumno, y a pesar de que alguna vez noté que me desnudaba con la mirada, comprobé que se tomaba las clases muy en serio.

Alicia, su madre, solía llegar a casa tras la primera hora de clase, pero sólo nos interrumpía un momento para saludarnos y luego nos dejaba con la tranquilidad necesaria para continuar. Cuando la clase terminaba, Pedro solía marcharse a disfrutar del resto de la tarde veraniega con sus amigos, y yo aún me quedaba un par de horas más charlando con mi nueva amiga, hablando y riendo sin parar, afianzando una amistad que se estaba haciendo inquebrantable. Nos tomábamos una cerveza, y entre ambas arreglábamos el mundo. Me encantaba su forma de ver las cosas.

Un jueves, justo antes de empezar mi clase con Pedro, recibí una llamada de mi “vieja” amiga Raquel. Por fin iba a volver a la ciudad, y se iba a traer a su novio para que nos conociésemos, así que quedamos en que al día siguiente, cuando llegasen, irían a visitarme a casa. Empecé la clase con el joven, ilusionada por volver a ver a mi amiga, y con ganas de que llegase el viernes para conocer a ese chico que le hacía tan feliz. De hecho, la primera hora de clase se me pasó volando, y sólo fui consciente del tiempo transcurrido cuando Alicia llamó a la puerta de la habitación de Pedro y asomó la cabeza para saludarnos. Y la segunda hora habría transcurrido igual, pero ocurrió un pequeño incidente que se grabó en mi memoria.

A los diez minutos, Pedro se disculpó para ir al servicio, pero tras un rato de solitaria espera en su cuarto, me extrañé al percibir, en medio del silencio, el sonido de la ducha.

«¡No puede ser!», pensé. «¿Se está duchando ahora?, ¡pero si aún nos queda casi una hora para acabar!».

Me levanté y, al acercarme a la puerta, pude escuchar el sonido de la ducha con mayor claridad.

«¡A este chico se le ha ido la pinza!», dije para mis adentros.

Me asomé al pasillo, y ahí le encontré, de espaldas a mí junto a la puerta del baño. No era él quien estaba en la ducha.

«¡Pero bueno!», pensé—. «En vez de volver a la clase para aprovechar el tiempo en lo que su madre termina de ducharse, ¡se queda ahí esperando!».

Iba a llamarle la atención cuando me di cuenta de un importante detalle: la puerta del cuarto de baño estaba entreabierta, ¡y él estaba mirando a través de ella!. Perpleja, me metí nuevamente en la habitación.

A los dos minutos volvió el chico, y al instante reparé en lo abultado de su entrepierna, aunque a él no se lo hice notar. Durante el resto de la clase, no pude dejar de darle vueltas, tratando de decirme a mí misma que no había visto lo que creía haber visto, y que seguro que esa erección que había notado no era más que un vestigio de la atracción que el chico sentía por mí. Pero incluso después de la clase, mientras me divertía charlando con Alicia, no podía dejar de pensar en ello. Así que disculpándome ante mi amiga, le dije que necesitaba ir al servicio. Me puse en la misma posición en que había estado Pedro junto al baño, y entreabrí la puerta. A través de ella, justo enfrente, vi el enorme espejo del lavabo, y reflejada en él, la ducha de mampara transparente.

«¡Joder!», pensé. «Ahora sé por qué siempre se refiere a ella por su nombre en lugar de llamarle mamá o madre…»

Me guardé aquello para mí, y tras hacer uso del váter mirando la ducha atontada, volví con Alicia para decirle que ya debía marcharme, despidiéndome de ella hasta el siguiente día de clase.

Por fin llegó el viernes, y tras la clásica reunión de situación con los jefes de sección, pude salir antes de trabajar para comprar unas bebidas que poder ofrecer a Raquel y su novio cuando llegasen a casa.

A media tarde llegó Raquel, y al abrir la puerta se me abalanzó encima para darme dos efusivos besos y un emotivo abrazo que correspondí con ganas.

— Pasa, Sergio —dijo tras de sí— ¿no irás a quedarte en el portal?.

Me quedé de piedra al ver a Sergio. Era un treintañero de más de metro noventa,  cuerpo atlético y… negro, negro como el chocolate puro.

— Lucía —dijo Raquel, riéndose al ver mi sorpresa— Te presento a Sergio, mi chico.

Poniéndome de puntillas, y acalorada de vergüenza por mi evidente sorpresa, le di dos besos e invité a ambos a pasar.

Tomando una copa, ya que yo la necesitaba para reponerme de la primera impresión, Raquel me contó que no me había dicho nada del físico de Sergio para poder reírse conmigo, como así había sido. Mi sorpresa había sido lógica, una pareja interracial era algo muy exótico en mi ambiente habitual, pero yo no tenía ningún prejuicio al respecto y, de hecho, el chico me pareció muy atractivo. Me disculpé por no haber sabido reaccionar, y alabé el gusto de mi amiga, con lo que ambos se partieron de risa.

Sergio me contó que su verdadero nombre era Senghor, y que procedía de Senegal, pero como llevaba viviendo en nuestro país desde que era un niño, por similitud, al final todo el mundo empezó a llamarle Sergio. Era médico, y la pareja se había conocido en urgencias al sufrir mi amiga una torcedura de tobillo y ser él quien la atendió.

— Fue amor a primera vista —dijo Raquel con entusiasmo.

Nos pusimos al día sobre nuestras vidas, y mi amiga, con su habitual desparpajo, me contó lo enamorados que estaban y cómo no podían separarse el uno del otro.

— Por eso no he vuelto antes a la ciudad —confesó—. Necesitábamos que él tuviese un fin de semana libre de guardias.

— Claro, claro —contesté, feliz por ella—. Se os ve muy bien juntos, en este rato os he visto súper compenetrados…

— Y tanto —me dijo ella—. ¡Apenas salimos de la cama cuando estamos juntos!.

Los dos se rieron a carcajadas, y vi cómo la mano de Raquel se aferraba al muslo de su novio.

— Aunque esta mañana no nos ha dado tiempo a nada… —añadió Sergio entre risas, rodeando la cintura de ella con su largo brazo.

— Es cierto —confirmó riendo mi amiga—. ¡Hemos salido tan corriendo que no hemos podido echar ni medio polvo!

—¡Casi veinticuatro horas sin follar! —exclamó él con el mismo desparpajo que su novia—, eso sólo nos pasa cuando tengo guardia…

— Sois tal para cual —añadí riendo con ellos, sin dejar de observar cómo la mano de ella recorría el muslo de él, mientras la de Sergio bajaba por la corta falda de mi amiga para agarrarle del culo.

Hablamos y reímos durante un buen rato, y Sergio me cayó genial. Realmente eran tal para cual, nunca había visto a una pareja reciente tan compenetrada. Parecía que llevasen juntos muchísimos años, salvo por la pasión que ambos me mostraron que les costaba reprimir. No dejaban de toquetearse mutuamente, él con su mano ya metida bajo el culo de ella sin dejar de moverla, y ella recorriendo arriba y abajo la cara interna del muslo derecho de él. Me hicieron sentir acalorada, y la sensación se me hizo insoportable cuando reparé en que lo que Raquel acariciaba no era el muslo propiamente dicho.

— ¿Por qué no salimos por ahí a tomar algo? —pregunté, tratando de salir de aquella situación.

— ¡Uy, Lucía! —exclamó mi amiga—. ¡Sí que estás cambiada!. Creo que es la primera vez que eres tú la que propone salir de copas…

— Aprovechemos que ya ha caído el calor —contesté obviando el comentario sobre mi cambio—. Me doy una ducha rápida, y nos vamos de marcha.

— ¡Genial!, aquí te esperamos.

Me di una ducha con agua bien fría que rebajó mi acaloramiento, y me vestí para la ocasión con un fresco vestido de tirantes y falda corta con vuelo, y unos buenos tacones tan altos como los que llevaba mi amiga para compensar la diferencia de estatura con su novio.

Al volver al salón, por encima del respaldo del sofá, vi a Sergio sentado solo. No se había dado cuenta de mi regreso por estar de espaldas a mí, e imaginé que Raquel habría bajado al coche a buscar alguna cosa. Decidí volver a mi dormitorio y hacer tiempo para que volviese mi amiga. Sentada en la butaca que tenía junto a la ventana de mi habitación, eché en falta no tener un cigarrillo para entretenerme.

«No seas tonta», me dije mentalmente, «estás haciendo lo que habría hecho la otra Lucía. Es un tío muy majo, vuelve al salón y siéntate a hablar con él».

Mi conciencia tenía razón, así que cambié de opinión y volví al salón rodeando el sofá con la intención de sentarme junto a mi invitado, pero...  «¡oh!», Sergio no estaba sentado solo. A su lado, recostada, estaba Raquel con su cabeza subiendo y bajando lentamente sobre la entrepierna de su chico.

Él sonrió al verme paralizada ante ambos.

— Cariño —le dijo a la melena rubia que subía y bajaba sobre su regazo—, tu amiga ha tardado menos de lo que esperábamos… Estás espectacular, Lucía… —añadió, mirándome de arriba abajo.

Raquel se incorporó permitiéndome ver cómo empuñaba una gruesa polla negra, brillante de saliva, asomando por la bragueta del pantalón de Sergio. Tuve que desviar la vista para evitar quedarme mirándola embobada.

— Um, perdona —me dijo—. No te había oído…

Nos quedamos mirando fijamente y por un momento se hizo el silencio. Sus ojos brillaban, al igual que sus labios, más sonrosados de lo habitual. Mis pezones estaban en punta, y ella reparó en lo evidentes que eran en mis voluptuosos pechos cubiertos de finas prendas veraniegas.

— ¿Quieres probar? —me dijo, indicándome con la cabeza aquello que aún empuñaba.

No pude evitar que mis ojos siguiesen su gesto, y entonces sí que vi bien la dura polla de Sergio saliendo por la arrugada bragueta del pantalón. La mano de mi amiga la empuñaba casi sin poder abarcarla por su buen grosor, pero lo más impresionante era que, por encima de su puño, asomaba una buena porción de venoso tronco y el redondo glande. Me quedé alucinada.

— ¿Qué? —conseguí reaccionar.

— Que si quieres probar la polla de chocolate de Sergio…

— Pero, pero, pero… —sólo conseguí decir, sintiendo cómo el calor recorría todo mi cuerpo y la humedad se hacía presente en mi zona baja.

— Te aseguro que nunca has probado nada igual —siguió incitándome Raquel—. Cariño, enséñale a mi amiga por qué no me puedo resistir en cuanto hay oportunidad —añadió soltando la verga.

Sergio asintió, y cuando su imponente estatura se irguió al levantarse del sofá, me quedé estupefacta con el pedazo de polla que salía por aquella bragueta. Tuve que sentarme en el sillón tras de mí al sentir que me flojeaban las piernas.

— ¡Madre mía! —exclamé, resoplando.

— ¿A qué es impresionante? —me preguntó mi amiga.

Asentí con la boca abierta y ella se sentó a mi lado sobre el reposabrazos de mi sillón.

— Espera —intervino Sergio, dando un paso hacia mí—. Si te gusta, tendrás que verla mejor.

Se desabrochó el botón del pantalón y se lo bajó junto al calzoncillo para mostrarme con orgullo su imponente miembro.

— ¡Joder! —exclamé.

La bragueta del pantalón aún había mantenido oculta una buena porción de aquel rabo, que se presentó ante mí como la polla más larga que jamás había visto en mis dos vidas. Sí, era gruesa, pero ya había visto y probado pollas con ese grosor, pero de esa longitud… Parecía una auténtica anaconda capaz de llenar de carne una tubería. Además, para deleite de mi vista, tenía la pelvis perfectamente depilada para ensalzar su longitud, y sus dos colgantes testículos acompañaban el conjunto con un tamaño superior al habitual. Sergio era un auténtico superdotado.

— Preciosa, ¿verdad? —dijo Raquel—. Anda, no te cortes —añadió, tomando mi mano para ponérmela sobre aquel instrumento.

La agarré de la base empuñándola, maravillándome al comprobar que aunque la hubiese tomado con ambas manos, aún no la cubriría entera. Raquel siguió guiándome, y me “obligó” a recorrer su increíble longitud haciéndome desear tenerla para mí. Inconscientemente me relamí los labios.

— Cariño —le dijo mi amiga a su chico—, creo que Lucía está deseando comerte la polla, ¿quieres dársela?.

— Claro —contestó é,l con una sonrisa de oreja a oreja—.Tu amiga es aún más guapa de lo que me habías dicho... Me encantaría llenarle la boca…

Con medio paso se acercó aún más a mí, poniendo aquella redonda cabeza negra a escasos milímetros de mi alcance.

— Venga, toma chocolate —dijo él con arrogancia, poniendo su mano sobre mi cabeza para empujármela suavemente y meter su glande entre mis sensibles labios.

En cuanto mis labios se amoldaron al grosor de la redonda cabeza de aquel falo, mi instinto y excitación hicieron el resto. Succioné tirando de él, haciendo que penetrase más en mi boca, llenándomela de carne mientras acariciaba su suavidad con mi lengua.

— Uuummm —gimió Sergio—. Eres golosa, Lucía…

Me sentía como borracha, me encantaba aquella enorme polla, me sobreexcitaba su longitud y su exotismo, ansiaba comérmela en toda su extensión… Degusté su carne, envolviéndola y girando sobre ella para que ocupase cada rincón de mi boca,  y la medí tragándomela hasta sentir que podía producirme una arcada. Tocó mi garganta, y mis labios aún no habían hecho contacto con mi puño. Apenas pude llegar a engullir poco más de un tercio de aquel oscuro pepino, y esa constatación hizo volar mi imaginación con la posibilidad de que aquella anaconda se introdujese por otros orificios de mi cuerpo. Casi me corro de sólo pensarlo.

— Dan ganas de tragársela entera, ¿verdad? —me dijo Raquel.

Chupando con fuerza, hundiendo mis carrillos, me la saqué para poder contestar.

— Uuuufff, sí, pero no llego ni a la mitad. Nunca había chupado una polla así.

— Ahora entiendes por qué me tiene tan salida, ¿verdad?.

Asentí con la cabeza.

— Es cuestión de práctica —intervino Sergio—. La chupas muy bien Lucía, pero Raquel ya es toda una experta, ¿se lo enseñas, nena?.

Mi amiga asintió, agarró el trabuco para agacharse sobre él, y se lo metió en la boca con ganas hasta hacer desaparecer dentro de ella una porción similar a la que yo me había comido. Me resultó especialmente atractivo el contraste de la oscura piel de Sergio con los rosados labios y pálido cutis de mi amiga. Pero no se quedó ahí. Se acomodó para coger el ángulo correcto, y lentamente siguió engullendo haciendo pasar el glande de Sergio a través de su garganta para seguir entrando como la espada de un tragasables. Alucinada, escandalizada y terriblemente excitada asistí al espectáculo de aquella linda rubia de aspecto delicado tragándose un súper rabo negro hasta que su nariz topó con la pelvis del superdotado.

— Uuuummm —gruñó Sergio—, cada vez la tragas mejor nena, uummm…

Raquel se retiró despacio, para acabar succionando con ganas el último tramo de verga dándole un último beso en la punta. Con lágrimas en los ojos por el esfuerzo de dilatación de su garganta, me sonrió.

— Eres increíble —le dije—. Yo no puedo hacer eso…

— Como te ha dicho Sergio —me contestó con la voz quebrada—, es cuestión de práctica, y de desear hacerlo, claro. Yo antes tampoco podía, pero teniendo esto —dijo volviendo a ofrecerme el duro miembro de su novio— en estas semanas he practicado bastante…

Me guiñó un ojo y me colocó la polla entre los labios.

— Come cuanto quieras… —añadió.

— Eso es morena —dijo su imponente novio, quitándose la camiseta para mostrarme un torso fibroso, perfectamente esculpido—, haz caso a la rubia, que tengo de sobra para las dos…

Aquel dios de ébano estaba tan seguro de sí mismo, que cogió mi cabeza con sus manazas y empujó con su cadera metiéndome la polla en la boca hasta que sintió que hacía tope contra el fondo de mi paladar, justo antes de poder provocarme una arcada. Entonces se movió hacia atrás sacándomela hasta dejarme sólo el grueso glande dentro de la cálida y húmeda cavidad, e inmediatamente volvió empujar con su pelvis mientras sujetaba mi cabeza para follarme a gusto la boca durante un largo minuto, en el que no pude más que tragar mi propia saliva mientras esa tremenda invasora me llenaba la boca deslizándose entre mis labios, arrastrándose sobre mi lengua para incidir repetidamente contra el fondo de mi paladar, hasta que finalmente me la sacó del todo para volver a ofrecérsela a su chica.

— Joder —le dije, ya libre de esa casi violación bucal que había hecho chorrear mi coñito—. Quiero comérmela, no hace falta que me la metas así…

— Perdona… uuuuuummmm… —se interrumpió al sentir que Raquel se la succionaba ahora repetidamente—… Es que eres tan guapa… uummmm… Esos ojazos… uuuummmm… Esos labios… uummmm… Tenía que follarte… oooooohhhhh…

Mi amiga volvía a exhibir su profunda habilidad maravillándome y haciéndome sentir envidia de ella. Envidia por ser capaz de hacer algo tan “guarro” y excitante de ver, pero sobre todo envidia por ese novio que había conseguido, idealizado protagonista de los húmedos sueños de muchas mujeres por sus magníficos atributos. No pude resistirme y tomé sus colgantes pelotas con mi mano mientras Raquel se sacaba todo el sable.

— También son grandes, ¿a qué sí? —me dijo, volviendo a pasarme la pértiga de ébano—. Mi chico es un auténtico semental…

Me metí la pollaza en la boca, y la chupé con ganas, siendo yo, en esa ocasión, quien controlaba el ritmo de la mamada. La degusté cuanto me cabía, rodeándola con la lengua, succionándola una y otra vez hacia dentro y hacia fuera, y aprovechando su generosa longitud para acompañar los movimientos de mis labios con mi puño masajeando el pedazo de tronco que no podía meterme, escuchando los gruñidos de aquel hombre disfrutando de mi destreza.

— Uuuuufffff —resopló— qué bien se te da comérmela, Lucía… Te gusta el chocolate, ¿eh?.

— Me encanta el chocolate —le respondí, pasándosela a su novia.

Raquel se la comió al instante con auténtico ansia, succionando como yo acababa de hacer y metiéndosela entera en la garganta antes de volver a pasármela a mí.

Yo no podía igualar su arte, no estaba físicamente preparada, pero puse empeño en disfrutar aquel manjar demostrándole que, a pesar de ello, era capaza de hacer que su novio viera las estrellas con mi combinación de intensas succiones y pajeo.

Así fuimos alternándonos la magnífica dotación de una boca a otra, viendo cómo aquel poderoso macho disfrutaba de tener a dos golosas hembras para darle placer.

— Joderrrrr, guapa… Vas a conseguir el chocolate con leche… —me dijo tras una potente succión con la que su glande salió de entre mis labios con un “¡flock!”.

— ¿Te vas a correr en mi boca? —le dije, poniendo cara de fingida inocencia—. No sé qué opinará de eso tu novia —añadí pasándole a ella el cetro.

— A mí no me importa —contestó ella, dándole un lengüetazo a la transparente gota que asomaba de la punta—. Si a ti te gusta…

— Me encantaría probar el chocolate con leche… —contesté, sonriendo con picardía.

— Es mi postre favorito y no puedo renunciar a él… Pero tranquila, habrá para las dos —añadió al ver mi cara de decepción—. Ya te he dicho que Sergio es un semental…

Y se metió la verga en la boca para chuparla con fuerza y devorarla varias veces hasta su base. Dejándome atónita con su voracidad y haciéndome desear que llegase mi turno.

Sergio gruñía de gusto, y parecía estar a punto de correrse, pero aún aguantaba. Así que, viendo que su  novia había caído en la glotonería con egoísmo, aprovechó su aguante para ser él quien se la sacase de la boca y meterla en la mía volviendo a sujetarme la cabeza con ambas manos. Me folló los labios sin compasión a golpe de cadera mientras yo succionaba su carne tratando de seguir el ritmo de su pelvis. Los golpes de su glande en mi paladar derramaban gotas preseminales que alimentaban con su sabor mi retrogusto, y me sentí como un instrumento de placer utilizado sin remedio, hasta que la sentí palpitar.

Estaba preparada para recibir su corrida, deseosa de sentirla explotando en mi boca, pero para mi sorpresa, me sacó la polla y se la metió a Raquel para, del mismo modo, follarle la boca durante unos segundos. Hasta que con un “¡Ooooohh!”, se detuvo y vi cómo los carrillos de mi amiga se hinchaban hasta que tragó. Y él se retiró hacia atrás deslizando la negra anaconda entre los rosados labios para volver a empujarla hacia dentro con otro “¡Oooohh!” que volvió a saturar la boca de mi amiga obligándole nuevamente a tragar. Él repitió el vaivén de cadera, y un nuevo “¡Oooooohhh!” hizo rebosar el blanco semen de aquellos labios, chorreando por el venoso tronco que los perforaba.

Me quedé embobada observando con la boca abierta, fascinada y envidiosa viendo que, finalmente, sería todo para Raquel. Pero, ¿qué iba a hacer?, a pesar de estar en mi casa, en esa situación la invitada era yo, y no le iba a decir a mi amiga que quería que su novio se corriera en mi boca en lugar de en la suya…

Sergio se retiró otra vez hacia atrás y fue Raquel quien, cogiendo la verga con la mano, se la sacó de la boca y la puso rápidamente en la mía. El largo taladro horadó mis labios con un empuje de cadera y, escuchando un “¡Oooooohhh!, sentí el músculo palpitar en mi lengua y una cálida explosión de sabor a hombre inundó mi boca pillándome por sorpresa. Tan inesperada fue esa corrida, que sentí cómo todo mi ser vibraba con un pequeño y rápido orgasmo, mientras tragaba el denso elixir de aquel hombre succionando hasta la última gota. Sergio deslizó su rígido miembro por mi lengua sacándolo hasta sólo dejarme dentro la gruesa cabeza y, “¡Oooooohhh!” una nueva eyaculación chocó contra mi paladar llenándome la cavidad bucal de nuevo con hirviente esperma. Su sabor saturó mis papilas gustativas, era el más intenso que jamás había probado, y su polla me lo empujó hacia la garganta haciéndomelo tragar.

Abrí los ojos incrédula ante lo que estaba sintiendo, y mientras tragaba vi la dura barra de carne negra brillante saliendo completamente de mi boca. La pálida mano izquierda de Raquel, sujetaba y acariciaba los huevos de su hombre, mientras la derecha masajeaba el tronco, y volvía a dirigir la punta para colocarla nuevamente entre mis carnosos labios.

— ¡Ooooooohhh…!

Otro cálido chorro embadurnó mis labios y entró a presión en mi boca enlechándomela nuevamente. Viendo que aquello parecía no tener fin, me tragué la corrida y succioné esa deliciosa polla para estrangularla con mi paladar y lengua.

— Eso es —me susurró Raquel— traga, que llega el final…

Palpitando dentro, con vida propia, la verga aún dio dos potentes espasmos con sendos gruñidos de su dueño que me obligaron a seguir tragando mientras parte de la varonil esencia escapaba de entre mis labios mientras mis carrillos permanecían hinchados como los de una trompetista. Esos dos últimos estertores, aunque más seguidos, eran igual de abundantes que sus predecesores, así que mi amiga me sacó la polla de su chico de la boca para evitar que me ahogase. El denso líquido blanco rebosó de mi boca abierta resbalando por mi barbilla y garganta, y también goteó directamente sobre la plataforma de mis generosos pechos, acumulándose en el canalillo para colarse lentamente entre mis dos apretadas tetazas, provocándome un escalofrío.

— Pero qué guapa eresss…—dijo entre dientes Sergio, con su mirada fija en mí.

Su polla, aún ante mi rostro, eyaculó un último borbotón sobre mis labios, y Raquel tomó mi cara entre sus manos acoplando sus labios a los míos, metiéndome su lengua para volver a degustar el orgasmo de su macho de mí. Nuestras lenguas se enredaron compartiendo el intenso sabor del denso líquido que las lubricaba, y devoramos nuestros labios tragando el exquisito elixir.

Sergio dio un par de pasos atrás y se sentó en el sofá observando cómo su chica chupaba mi barbilla y bajaba por mi garganta lamiendo los regueros del licor rebosado. Raquel besó mi escote poniéndome la piel de gallina, y succionó la pequeña laguna blanca que se había formado sobre mi canalillo. Apartó los tirantes del vestido de mis hombros y me lo bajó para besarme los pechos con pasión, dejándomelos limpios de todo rastro de semen salvo por la húmeda mancha que había quedado en la parte media de mi sujetador. Subió y volvió a besarme, quedándose con su frente y nariz pegadas a la mía, mirando en la profundidad de mis azules ojos.

— Delicioso, ¿a que sí? —me dijo.

— Increíble —contesté yo—. ¿Es siempre así de… intenso y abundante?.

— En cuanto tiene unas horas para reponerse, sí. Tiene polla de caballo, cojones de caballo, y se corre como un caballo… ¡Me tiene loca!.

— Joder, no me extraña…

La mano derecha de Raquel se agarró a mi pecho izquierdo, y me lo masajeó con fuerza mientras sus delicados labios volvían a tomar los míos succionándomelos con suaves besos de mujer. La agarré por su estrecho culo y, palpando bajo su corta falda, lo recorrí hasta llegar a su tanga, tan empapado como el mío. Su lengua se enzarzó en combate con la mía, y aprovechando que la tenía bien sujeta por el culo, desabrochó mi sujetador liberando mis senos para ella. Abandonó mi boca y se comió mis tetazas como si se estuviera amamantando de ellas, haciéndome gemir de gusto. Mis manos tiraron de su prenda interior bajándosela por los muslos hasta que se la sacó y tuve paso libre para acariciar su empapada vulva, haciéndole suspirar mientras mordisqueaba mis pezones.

Sergio se había deshecho de las prendas que habían quedado en sus tobillos, y nos contemplaba, desnudo, con una amplia sonrisa. Y mientras su novia me comía las tetas con mis dedos explorando su jugosa almeja, yo no podía dejar de admirar su cuerpazo de dios ancestral, recreándome la vista con cómo acariciaba con suavidad su relajado miembro llegándole hasta casi medio muslo en total reposo. Era impresionante, y él lo sabía, por eso había mostrado tanta iniciativa y confianza en sí mismo follándome la boca de aquella manera. Sabía que sus superdotados atributos podían asustar o podían hacer enloquecer a las mujeres con sus instintos más primarios, y en mi ausencia de prejuicios y rápida aceptación, enseguida había comprobado que yo pertenecía al segundo grupo.

Raquel tiró de mi vestido hacia abajo, y me lo sacó por los pies junto con el tanga para dejarme completamente desnuda, salvo por los taconazos que me había calzado para salir de marcha. Me quedé a su merced, sentada en el sofá con las piernas abiertas mostrando mi mojado coñito de abultados labios. Mi amiga no me hizo esperar y, poniéndose en cuclillas, me agarró del culo y metió su cabeza entre mis muslos para lamer mi concha.

— Uuuummm —gemí al sentir el contacto de su suave lengua.

Me lamió suavemente, abajo y arriba, permitiéndome ver únicamente sus bucles rubios entre mis piernas. Su escurridizo músculo penetró en mi vulva, con sus labios presionándola mientras entraba en mi calidez retorciéndose dentro de mí.

— Aaaaahhh, Raquel, me mataasss —dije, agarrándome los pechos y masajeándomelos.

Su apéndice sabía perfectamente cómo moverse en mi sexo para deleitarme con un cosquilleo que provocaba que mi espalda se arquease, entrando y saliendo, retorciéndose dentro, lamiéndome la raja mientras su boca me la succionaba…  La punta de su lengua alcanzó mi erecto clítoris y lo acarició trazando círculos en él, haciéndolo vibrar mientras un par de dedos se metían en mi humedad profundizando en ella.

— Uuuuummm…

Sus experimentadas falanges estimularon mi rugosa zona interior, y elevó mi placer a un nuevo nivel que me obligó a apretarme las tetas con más pasión, mientras observaba cómo aquel que nos contemplaba se ponía en pie con su imponente virilidad completamente dura apuntando hacia nosotras.

— Levántate un momento —le dijo a su chica, agarrándola del culito para sentarse entre sus piernas, quedando de espaldas a ella.

Raquel se levantó y me besó dándome a probar de sus labios y lengua el característico sabor de mi propia excitación. Con las grandes manos de su hombre tirando de sus caderas, volvió a ponerse en cuclillas sujetando con una mano la larga pértiga del macho, hasta colocarla en su coñito y bajar suavemente ensartándose en ella.

— Aaaaaaahhhh… ¡oh! —exclamó cuando sintió la gruesa cabeza haciendo tope en su interior.

— Eso es, nena —le dijo él—. Tú cómete bien a tu amiga, que yo controlo la profundidad.

La melena rubia volvió a colocarse entre mis muslos, y sus labios succionaron mi clítoris mientras sus dedos volvían a penetrarme el coñito con decisión, arrancándome un nuevo gemido profundo. Sergio la mantenía en cuclillas, sujetando su peso con sus fuertes brazos, haciéndola deslizarse arriba y abajo por su polla, obligándola a gemir de gusto con mi clítoris en su boca mientras un palmo de negra carne le taladraba hasta el fondo.

Experimentando la deliciosa comida de coño que mi amiga me estaba regalando, observé la cara de placer de Sergio, controlando en cada bajada la profundidad con que se follaba a su novia. Y aunque no podía meterle todo su instrumento, quedándosele fuera una buena parte, se veía que él estaba disfrutando tanto como nosotras dos.

Enseguida percibí cómo Raquel gozaba de aquella verga llenándole las entrañas y golpeándole en lo más profundo de su cueva. No paraba de gemir, haciéndose su comida más lujuriosa y apremiante, devorándome el clítoris con ansia, estimulándolo con rápidas y fuertes lamidas arriba y abajo y poderosas succiones que me arrastraban al borde del orgasmo. Sus dedos, cubiertos de mi flujo, salieron de mí y se colaron en mi culo sin encontrar resistencia. Primero uno, perforando mi agujerito con suavidad a través de mi relajado esfínter, y luego el otro, acompañándole para abrirme el culito y follármelo con ambos, entrando y saliendo, trazando círculos en mi ya acostumbrada entrada trasera para hacerme temblar de puro placer.

Mis gemidos se hicieron tan intensos como los suyos, aunque ella los ahogó metiéndome nuevamente la lengua en la vagina, follándomela con tal pasión y devorándomela con tal intensidad, que me corrí gritando enloquecida por aquella comida y penetración anal, con mi espalda despegándose del respaldo del sillón y mis manos comprimiendo mis tetazas en pleno éxtasis.

Raquel devoró mi orgasmo, y justo cuando éste llegaba a su zenit, ella misma se incorporó sacándome los dedos del culo para agarrarse sus pechos y disfrutar de su propio orgasmo con la polla de Sergio dilatándole las entrañas.

Contemplé cómo mi amiga se retorcía de gusto sobre aquel falo, empalada por él, ensartada en aquella lanza de la que yo aún podía ver medio palmo embadurnado de zumo de hembra, y deseé tenerlo para mí. Deseé que aquella pollaza también me hiciese retorcerme de gusto clavada en ella.

Cuando su chica terminó de correrse, Sergio la ayudó a levantarse deslizándose hacia arriba por aquella estaca. Cuando el conejo liberó la zanahoria, ésta se agitó de un lado a otro cubierta del fluido femenino que aún conectaba ambos sexos  con un fino y transparente hilo brillante. Me quedé hipnotizada con aquella visión.

Viendo cómo no perdía detalle, aquel portento de la naturaleza se puso en pie, y agarrando su miembro con una mano se acercó a mí para tomarme de la barbilla y metérmelo en la boca.

— Toma más chocolate, golosa, que lo estás deseando —me dijo.

No me esperaba aquello, pero había adivinado mis deseos, así que degusté los fluidos de Raquel en aquel rígido músculo que volvía a follarme los labios con un suave balanceo de caderas.

— Tu amiga es una cachonda —le dijo a su novia mientras su verga invadía mi cavidad bucal.

— Ha estado reprimiéndose muchos años —le contestó Raquel.

— Joder, pues qué pena, ¿no?. Con lo guapa que es y lo buena que está… Y, ¡uf!, sabe comérmela bien y con ganas…

Yo sólo podía escuchar, sin opción a intervenir, silenciada por aquel manjar que saciaba mi hambre con pétrea carne.

— Bueno, cariño, normal que te la coma con ganas, con esa talla que gastas…A mí me has convertido en garganta profunda por las ganas de comérmela entera…

— Y eres la mejor —contestó sacándome su miembro de mi boca para besar con pasión a su novia.

Yo me quedé inmóvil, paladeando aún el sabor de mujer que aquel macho me había obligado a degustar de su verga respondiendo a mis pensamientos. Y volví a desear tener aquella polla para mí, que me follase como se había follado a mi amiga. Me lo había ganado mamándosela y tragándome la mitad de su leche… Pero no me hizo falta decir nada, ya habían decidido por mí.

 

13

— No puedes dejarla así —le susurró Raquel a Sergio, como si yo no pudiera oírles—,  ¿no te gustaría follártela?.

— Tiene más que un polvazo —contestó él—, me encantaría, nena, pero… ¿A ti no te importa?.

— Pues claro que no, ¡tonto!. Si yo tuviera polla también querría metérsela… Anda,  fóllala bien follada, que se lo merece.

Se besaron con pasión, y Sergio volvió a girarse hacia mí.

— ¿Tú quieres que te folle? —me preguntó.

Asentí con la cabeza sin poder apartar la vista de la poderosa estaca que me apuntaba. La perspectiva de tener esa larga polla dentro de mí volvió a hacer que mi coñito se licuase. Me levanté, constatando que a pesar de llevar aún puestos los tacones de vértigo que me había calzado con la intención de salir, la estatura de aquel dios de ébano todavía quedaba lejos de mi alcance. Estaba tan excitada, que no dudé en coger su miembro y acariciarlo para asegurarme de que no estaba viviendo un húmedo sueño.

— Creo que deberíais poneros cómodos —dijo Raquel a nuestro lado—. Si no, puede hacerte daño.

Su novio me cogió en brazos exhibiendo su fuerza, y me llevó al dormitorio para tumbarme en mi amplio lecho, dejándome con las piernas abiertas. Me manejó con destreza, como si fuera una muñeca, y eso acrecentó mi lujuria. Se puso de rodillas entre mis muslos, y se sentó sobre sus talones.

— Creo que yo también me pondré más cómoda —dijo mi amiga quitándose el top, el sujetador y la falda para quedarse en las mismas condiciones que yo.

Abrazó a su hombre por la espalda, y recreó mi vista con sus blancas manos recorriendo el oscuro y fuerte torso de Sergio. Me gustaba el contraste que hacían sus pieles, me resultaba erótico y fascinante, más aún cuando los dorados bucles de ella se posaron sobre el hombro de él mientras le besaba el cuello.

Con una de sus grandes manos, el novio de Raquel me tomó de las caderas haciéndome levantar el culo de la cama y rodear su cintura con mis piernas. Raquel, desde atrás, cogió su potente ariete con las suyas y situó el grueso glande entre mis labios vaginales.

— Uuufffff… —resoplé.

Sergio tiró de mis caderas empujando con las suyas con suavidad, hasta que la punta de su verga franqueó la entrada de mi coñito introduciéndose en mi humedad hasta llegar a la primera mano de su novia. Los tres resoplamos. Mi amiga quitó su mano y él siguió empujando lentamente, haciéndome sentir cómo dilataba mis paredes internas con el grosor de su miembro, hasta que llegó a la segunda mano de su chica.

— Hasta aquí llego yo —dijo Raquel, apartándola.

— Uuuummm… Estoy llena —contesté.

— Pero aún te cabe un poco más… — añadió él, volviendo a empujar.

Un par de centímetros más de anaconda arrastrándose por mi gruta, y «¡Oh!», me quedé sin respiración sintiendo cómo el grueso glande se incrustaba en lo más profundo de mí, presionándome el útero.

— Eres profunda —me dijo él, apretando los dientes al sentir cómo mis potentes músculos vaginales se contraían estrangulando su polla—. Pero hasta aquí hemos llegado, preciosa.

— Jodeeeer —contesté—, la siento muchísimo… la siento toda dentro… Me encanta…

— Jajajajaja —rio Raquel—. Lucía, ha podido meterte un poco más que a mí, pero aún le quedan tres dedos fuera…

— ¡Diosssss…! —proferí, loca de excitación y gusto—, ¡métemela toda!.

— Ya me gustaría a mí —contestó él—, pero no voy a poder. Si hago fuerza para metértela entera, te reventaría por dentro. Ahora que te he medido, puedo follarte sin hacerte daño, ahora vas a ver.

El grueso invasor se deslizó hacia atrás relajando mis paredes internas, y con un medido golpe de cadera, volvió a llenarme golpeando mis profundidades para dejarme nuevamente sin aliento: “¡Ah!”. Repitiendo la operación para empezar a marcar el ritmo de un medido mete-saca que hizo mis delicias.

Mi amiga volvía a estar abrazada a la espalda de su novio, abarcando su pecho con sus manos, observando cómo me penetraba con la barbilla sobre su hombro.

Mis muslos se atenazaban a las caderas de aquel macho, y cada vez que su verga profundizaba golpeándome en lo más hondo, me dejaba sin respiración haciéndome jadear.

— Ah, ah, ah, ah, ah, ah, ah, ah,…

Él parecía concentrado, manejándome con precisión, pero a la vez disfrutando de mi fuego interno, del húmedo deslizamiento y del potente masaje al que mi coñito sometía su gruesa polla tratando de engullirla entera. Con sus embestidas, me movía adelante y atrás haciendo que mis dos montañas bailasen con un delicioso vaivén que tenía a la pareja absorta en su movimiento.

— Cuánto me han gustado siempre esas tetazas —dijo Raquel—. Cuánto las he envidiado y cuánto las he deseado…

Rodeó a su chico y se recostó a mi lado para agacharse sobre uno de mis pechos, cogiéndomelo con una mano y comiéndoselo a boca llena. Succionando su volumen como si se amamantara, acariciando el erizado pezón con su lengua y apretándolo con su mano, me llevó al delirio mientras su novio tiraba una y otra vez de mis caderas taladrándome sin descanso.

— Ah… ummm… ah… ummm,,, ah… ummmm… —me hacían gemir y jadear.

La superdotada longitud de aquel macho me hacía sentir tan llena de polla, que por un momento pensé que jamás podría conformarme con menos. El cuerpo de Lucía, mi cuerpo, era un regalo divino para ser disfrutado tanto por mí como por mis amantes, y me estaba proporcionando muchas más experiencias y satisfacciones de las que jamás habría imaginado tener siendo un hombre. Gozar de aquel enorme pedazo de carne dentro de mí, me pareció lo más sublime del mundo, haciéndome sentir eufórica.

Pero, de pronto, en medio de mi embriaguez de sensaciones y disfrute, descubrí que el placer que me proporcionaba Sergio no era completo. En realidad estaba experimentando más una excitación mental, abrumada por la fascinación que me producían sus atributos, que una auténtica satisfacción física por las sensaciones que me producía.

Precisamente, la mayor virtud de aquel poderoso macho, también era su mayor debilidad. Su largo miembro le obligaba a contenerse todo el tiempo para no reventarme por dentro desgarrando el fondo de mi coño, por lo que su pasión era contenida, y en aquel momento de mi nueva vida en que yo ya había adquirido experiencia con distintos hombres, ese detalle se me hizo muy notable. La fogosidad con la que me habían follado todos mis amantes había caracterizado cada uno de mis encuentros, ensalzando cada uno de mis orgasmos hasta convertirlos en gloriosos, pero con Sergio no podía percibir ese arrebato, me estaba echando un polvo controlado.

Sin embargo, había otro detalle fundamental que hacía que el novio de mi amiga no me proporcionase tanto placer físico como otros me habían dado: su glande golpeteaba y presionaba mi profundidad maravillosamente, y su corona y tronco estimulaban todo mi conducto exquisitamente, pero no podía sentir sus caderas golpeando contra las mías, su pelvis chocando contra mi vulva, mi clítoris frotándose contra él… Todas aquellas excelsas sensaciones que me hacían enloquecer, con Sergio quedaban a tres dedos de distancia.

A pesar de esos detalles, estaba disfrutando de la oportunidad única de tener a semejante semental llenándome por dentro, y no podía dejar de jadear gozando de los continuos pollazos que me estaba dando en mis profundidades.

Raquel me comía tan bien, con tanta dedicación y pasión mis danzantes pechos, que su glotonería era el complemento perfecto a las penetraciones de su novio. Con una de mis manos pude acariciar su culito y tersos muslos hasta que, colándola entre ellos, alcancé su mojada almeja para meterle dos dedos. Mi amiga gimió, y sin dejar de amasar mis pechos con su mano, sus labios fueron al encuentro de los míos.

— Mmmmm… Eso es, chicas —dijo Sergio desde las alturas—. No hay nada más sexy que dos bellas mujeres besándose.

Yo tenía la boca abierta para poder coger aire entre penetración y penetración, y mientras mis dedos entraban y salían de su coñito, Raquel acariciaba mis labios con los suyos eróticamente. Apenas los rozaba, con delicadeza, produciéndome un delicioso cosquilleo mientras recorría su contorno. Después depositaba dulces besos en ellos, apenas succionándolos, y la punta de su lengua los delineaba para colarse en mi boca y rozar levemente la puntita de la mía, haciéndome desear más. Pero ella volvía al leve roce de labios para reiniciar el proceso gimiendo con el placer que mis dedos le proporcionaban explorando su coñito.

Su novio, encantado al contemplar a las dos hembras que tenía a su disposición disfrutando también entre ellas, se recreó en reducir la velocidad con la que me bombeaba para prolongar el recorrido de su verga dentro de mí. Arrastrándola hacia atrás hasta llegar al límite de casi salirse y volviendo a empujar hasta presionar la boca de mi útero. Aquello me encantó. Podía sentir la corona de su grueso glande penetrando en mi interior lentamente, y cómo me iba dilatando desde la entrada hasta la máxima profundidad haciendo que mis músculos lo acogieran contrayéndose para exprimirlo.

Esa manera de follarme me permitió recuperar el aliento y experimentar su mayor virtud en toda su extensión. Así sí que gozaba bien de su largo miembro, y me permitía responder a los suaves besos de Raquel besándola yo del mismo modo. Aunque yo estaba un peldaño por encima de ella en excitación, así que no pude reprimir mi pasión, y cuando la punta de su lengua se coló entre mis labios, la cogí con ellos y la chupé haciéndola entrar y salir en mi boca mientras mi dedo pulgar se unía a la fiesta en su coñito para masajear su clítoris mientras los otros dos dedos seguían penetrándola.

Mi doble maniobra la incendió, y mi amiga abrió más su boca para abarcar mis labios con los suyos y permitirme succionar su lengua entrando y saliendo entre mis suaves pétalos. Su mano soltó mis tetas y se deslizó por mi abdomen hasta alcanzar mi monte de venus. Con la palma abierta, lo acarició junto al ariete que entraba y salía de mi vulva y, partiendo de la barra de carne que la perforaba, subió entre mis labios vaginales hasta que halló mi húmeda perla para hacerla vibrar con rápidas caricias de su dedo corazón.

Me volví loca, aquello era lo que me faltaba para que aquel polvo fuese sublime. Mis dedos aceleraron las penetraciones en la cueva de Raquel, profundizando más en ella mientras mi pulgar le frotaba el clítoris con más ahínco. Mi boca, con gemidos ahogados, chupó con pasión su lengua y la enredé con la mía mientras nuestros labios se comían mutuamente. Mis muslos apretaron las caderas del macho, espoleándole para que acelerase su ritmo, y este respondió a mi requerimiento metiéndome su polla con más fuerza, incrustándose en mis profundidades a una velocidad de vértigo.

Mi cabeza comenzó a dar vueltas, empecé a sentirme mareada, como si flotara entre las nubes de una tormenta de sensaciones y puro placer, hasta que me sentí propulsada por encima de esa tormenta con un rayo que recorrió mi espina dorsal, elevándome  por encima de las nubes para ver el brillante sol de un potente orgasmo que me hizo convulsionar.

Raquel liberó mi boca permitiéndome gritar mi gozo:

— ¡¡¡Aaaaaaaahhh!!!.

Mi mano se contrajo con fuerza en su coñito, incrustándosele mis dedos en forma de garra de águila.

— ¡Joder! —dijo—, ¡¡¡yo también me corrooooohh!!!.

Sin dejar de darme dura carne entrando y saliendo de mí, Sergio contempló el espectáculo de tenernos a ambas en pleno éxtasis, observando nuestros femeninos rostros envueltos en gestos de placer y lujuria. Y cuando las dos ya nos relajamos, anunció:

— Nenasss, yo tammbién mme voy a correeeeer…

— ¡Córrete dentro de mí! —exclamó de inmediato su chica.

Con la velocidad del rayo, Raquel se puso sobre mí a cuatro patas, quedando su rostro a la altura del mío.

— Lo siento, preciosa —me susurró—. Me gusta compartir, pero sigue siendo mío… —añadió guiñándome un ojo.

Sentí como la verga salía de mí y Sergio me soltaba permitiendo que mi culo se apoyase en la cama. Mis piernas soltaron la tenaza que habían hecho alrededor de su cintura, y él cogió a su novia por sus caderas, atrayéndola hacia sí, para apuntar con su lanza hacia la jugosa almeja. Mi amiga apoyó los codos en el lecho, ofreciéndose sometida,  y quedando sus pechos aplastados sobre las míos, con nuestros rostros casi tocándose.

— Uuuuuuhhh —aulló cuando su chico metió en su chorreante coño su potente polla bañada con mi orgasmo.

Él la sacudió adelante y atrás con varias envites rápidos que le hicieron gemir con sus pechos restregándose contra los míos, hasta que cerró los ojos y le escuché a él:

— ¡¡¡Ooooohh!!!... ¡Ooooohh!... ¡Ooooooohh!...

Esa característica corrida de caballo estaba escaldando las profundidades de Raquel, inundándola del hirviente semen de su hombre, y eso le hizo corear los gemidos de su chico con su propio grito triunfal ante mi rostro por un nuevo orgasmo:

— ¡¡¡Aaaaaaaahh!!!.

— ¡Oooooohh!... ¡Oooohhh!... ¡Oooohh!... —terminaba de descargar él.

Al sacarle la verga, sentí un par de cálidas gotas cayendo sobre mi propio sexo.

— Cariño —dijo, aún resoplando—, no seas egoísta. Ya que no he podido correrme en tu amiga, por lo menos déjale que sacie su apetito…

— ¡Um, claro! —contestó ella gateando para situar su coñito sobre mi rostro.

Una gota de blanco y denso líquido cayó sobre mis labios y, sin siquiera pensarlo, la relamí. Raquel bajó sus caderas haciéndome llegar el penetrante olor de su encharcado sexo hasta que lo situó en mi boca. Cogí su culito y abrí mis labios para meterle la lengua a través de su vulva degustando su sabor de mujer. Acoplé mis labios a los suyos, y metiéndole más la lengua entre los suaves y calientes pliegues de su piel, succioné. Identifiqué el sabor y textura del denso y cálido elixir de macho arrastrándose por mi lengua y bajando por mi garganta, mezclado con fluido de hembra en una exclusiva combinación de los orgasmos de aquella pareja. Retorcí mi lengua en el coñito de mi amiga, y ella, con carcajadas de satisfacción, contrajo sus músculos ayudándome a exprimir todo el zumo de su fruta para llenarme la boca con la abundante corrida de su hombre, que le había llenado  las entrañas de su leche logrando que volviera a correrse con él. Me sacié del néctar de ambos.

— Mmmmm, Lucía —dijo Raquel, levantando su culito—, si sigues así me reinicias, y entonces no podremos parar… Estoy sedienta, ¿qué tal si tomamos algo?.

— A mí me vendría muy bien —contestó Sergio—. Me habéis dejado seco.

Era una buena idea. Los acontecimientos se habían precipitado de forma vertiginosa y completamente inesperada. Hacía poco más de una hora que había estado preparada para salir a tomar unas copas con mi amiga y su novio, pero en lugar de eso, ambos me habían tomado a mí para hacerme partícipe de la pasión en la que se encontraban envueltos.

Nos vestimos y serví unas nuevas copas en el salón. Con Raquel y Sergio la naturalidad fluía sin ningún obstáculo. Aquel episodio no tenía mayor trascendencia para ellos, no le daban más importancia que la de una excitante experiencia compartida para ponerle un poco más de picante a su relación. Yo alucinaba con ellos, y ante mi asombro por  haber hecho un trío con tanta facilidad, mi amiga me confesó que era la primera vez que metían a una tercera persona en sus relaciones sexuales.

— ¡Joder!, si es que apenas lleváis un mes juntos —le dije.

— Un mes muy intenso —contestó Sergio—, y Raquel ya me había hablado mucho y muy bien de ti… Tenía muchas ganas de conocerte.

— Claro —añadió mi amiga—. Esto ha pasado por ser tú, ¡a ver si te crees que vamos por ahí follando con cualquiera!.

Los tres reímos a carcajadas, y entre tragos seguimos bromeando. Me encontraba tan cómoda con mi amiga y su chico, eran tan abiertos, liberales y desenfadados, que cualquier juicio o consideración moral quedaba en agua de borrajas con ellos. En mi vida como Lucía, y a base de buen sexo, ya había derribado varios muros de prejuicios, trastocándose mi escala de valores hasta hacerse infinitamente más laxa de lo que había sido cuando era un hombre, lo cual me resultó irónico, pues antes me había considerado una persona muy liberal.

Enseguida me habitué a su total ausencia de decoro en sus mutuas muestras de afecto. Antes de sucumbir tan fácilmente a ellos, me había sorprendido  ver cómo no dejaban de  toquetearse mientras charlábamos, pero en ese momento, me parecía lo más normal del mundo observar cómo Sergio se chupaba un dedo y colocaba la mano bajo el culo de su chica para que ésta se sentase sobre él introduciéndoselo con un gemido, mientras ella acariciaba el miembro de su hombre marcándose escandalosamente en la pernera de su pantalón. Aquello me hizo morderme el labio de puro deseo.

— Ven —dijo Sergio al ver mi gesto—, tengo otra mano para ti —añadió, chupándose un dedo.

Ni por un momento lo dudé. Me había convertido en una hembra lujuriosa, y cualquier pequeña chispa servía para incendiar mi lascivia, así que me acerqué a él, y apartando la tira de mi tanga me senté sobre su dedo para que entrase suavemente por mi culito haciéndome suspirar. Yo también acaricié su tremenda tercera pierna, y los labios de su novia fueron al encuentro de los míos para besarnos mientras aquellas falanges hacían las delicias de nuestras entradas traseras.

— Me gusta tu culo, Lucía… —dijo él—. Tan redondo y firme…Parece profundo…

— Yo creo que lo es —añadió su chica—. Antes le metí dos dedos sin ningún esfuerzo.

— Bueno —contesté—, lo que tú has estado entrenando con la garganta —le dije a ella—, yo lo he estado entrenando con el culito.

— Te gusta que te den por detrás, ¿eh? —preguntó Sergio, trazando círculos con su dedo.

— Ummmm… Me encanta…

— Raquel lo tiene pequeñito y muy apretado, aún no he podido meterle más que la puntita…

— ¡Vaya! —contesté—, con lo rico que es que te metan una buena polla por detrás… Lo siento por ti, Raquel.

Mi amiga me contó que lo habían intentado varias veces, pero su agujerito era estrecho, y el miedo al dolor ante el pollón de su chico le impedía relajarse, por lo que siempre habían desistido para acabar esmerándose en la garganta profunda.

— Yo no podré tragármela entera —le dije—, pero a lo mejor tu chico sí que puede metérmela toda por el culo… Me encantaría…

— Cariño —le dijo Sergio—. Tengo que probarlo. No todos los días se tiene a un pibón pidiéndote que se la metas entera por el culo…

— Lo sé… Y si yo tuviera polla también querría hacerlo… Date el capricho, aunque necesitaréis un poco de lubricación.

Sin necesidad de hablar más, Sergio y yo volvimos a desnudarnos. Él se quedó sentado con su tiesa e impresionante verga invitándome a lubricarla, y yo, encantada, acepté su invitación poniéndome a cuatro patas para meterme en la boca cuanta longitud de dura carne me cabía. Mientras chupaba con devoción embadurnando aquel negro cetro con mi saliva, sentí cómo Raquel separaba mis nalgas e introducía su lengüita entre ellas para acariciarme el ojal. El húmedo músculo me produjo un satisfactorio cosquilleo que me hizo succionar la polla de su novio con más ganas aún.

— Sí que te gusta el chocolate, sí… —me decía él, acariciando mis colgantes pechos.

Mi agujerito ya estaba preparado, apenas necesitaba ser estimulado para permitir el paso de cuanto quisiera penetrarlo, así que la punta de la lengua de Raquel pudo mojarlo bien hasta donde su longitud le permitió, y fue ayudada primero por un dedo, y luego por otro, que se introdujeron cubiertos de saliva por mi orificio para dilatarlo con profundos movimientos circulares. Aquello me gustaba tanto, que me hacía perder todo control sobre mí misma, provocando que le comiese la polla a aquel hombre con auténtico ansia.

— Joder —dijo él, gruñendo—, si sigues así no voy a llegar a metértela por el culo…

Raquel dejó de trabajarme el trasero, y yo solté la pollaza de su novio. Me puse sobre él, dándole la espalda, hasta que sentí su grueso glande entre mis glúteos. Sergio me sujetó por la cadera con una mano, y su chica me sujetó por la otra para ayudarnos.

— Eres una valiente —me susurró—, a ver hasta dónde llegas…

— Mmmmm… Si vamos despacio —contesté, sintiendo el glande abriendo mi ano—, quiero que me la meta entera…

Raquel me besó y, haciendo que mis caderas bajasen, ayudó a que el ariete terminase de franquear mi entrada con su cabeza, haciéndome gemir con la exquisita sensación de su grosor dilatándome. Lentamente fui bajando y sintiendo cómo mis entrañas eran ocupadas por aquella pitón que se deslizaba hacia mis profundidades obligándome a realizar pausadas y largas respiraciones para que mi cuerpo aceptase a la invasora.

Con media verga metida en mi culo, Sergio dejó de apuntar sujetando su miembro con la mano, y puesto que su novia me sujetaba por las caderas dándome suaves lengüetazos en los labios, me agarró con fuerza de los senos elevando mi sensación de empalamiento hasta la gloria.

Levanté mi culito deslizándome por la dura pértiga, deleitándome con la maravillosa sensación de mis entrañas destensándose, pero sólo para volver a bajarlo ganando algunos centímetros más que me hicieron gritar de placer al sentir cómo me expandía por dentro llegando al máximo que sólo otro había alcanzado.

— Uuumm… aaaahh… ¿me la has metido ya toda? —conseguí preguntar.

— Uffffff… aún no… aprietas muchísimo… me encanta… tengo que follarte…

Con sus manazas estrujándome las tetas, tiró de mí hacia arriba, y luego hacia abajo, hacia arriba, y hacia abajo… Metiéndome su negra verga por el culo para hacerme ver las estrellas con una profundidad que me hacía sentir completamente invadida.

Raquel tuvo que apartarse para permitir que su novio me follara en continuo sube y baja, y se quedó ante mí para desnudarse y ofrecerme su coñito situándomelo ante la boca. Con torpes lengüetazos, debido al movimiento, y casi ahogada por la falta de aliento que me dejaba la profunda sodomización, acaricié el húmedo clítoris de mi amiga, que me lo ofrecía separando sus labios con los dedos.

Con cada bajada, experimentaba cómo la pitón ganaba algún milímetro en el sondeo de mis entrañas, haciéndome enloquecer con la sensación de esa polla alcanzando profundidades que jamás habían sido exploradas. Mi cuerpo se posicionaba cada vez más oblicuamente al de aquel dios de ébano, y eso me permitía alcanzar mejor el coñito de su diosa de dorados bucles, quien jadeaba sintiendo cómo mi lengua acariciaba su botón y libaba el néctar de su flor.

El macho gruñía de placer, oprimiéndome los pechos con tanta fuerza, que me mantenía en la tenue frontera entre el placer y el dolor, mientras su taladro, sin encontrar una firme resistencia que impidiera su profundización, me penetraba más y más ensartándome hasta que mi inclinación hizo que sus manos bajasen por mi cintura y me sujetasen por las caderas. Tras varios sube y baja de mi pelvis, cada vez más prolongados por la mayor longitud que horadaba mi cuerpo en cada descenso, sentí cómo la sensible piel de mis nalgas chocaba contra el pubis de mi empalador.

— ¡¡¡Aaaaaaaahh…!!! —grité extasiada con toda esa larga verga alojada en mi cuerpo y mis glúteos aplastados.

El orgasmo sacudió mi espalda y me hizo abandonar la almeja de Raquel para incorporarme gritando de puro placer, sintiendo toda esa dura carne invadiendo mis entrañas, expandiéndolas con una exquisita tensión que me obligaba a contraer todos mis músculos. Sentía el grueso glande tan dentro, que tenía la sensación de que llenaba todo mi abdomen y alcanzaba mis costillas… Era una sensación sublime que se magnificaba aún más al sentir mi culo apretado contra su pelvis, confirmándome que aquel superdotado macho había podido meter toda su larga virilidad dentro de mí. Estaba ensartada, empalada, atravesada, invadida y tan extasiada por tan excepcional penetración, que mi orgasmo se prolongó durante unos momentos en los que mi placentero torturador sólo pudo gruñir sintiendo cómo todo mi cuerpo estrangulaba su estaca en toda su extensión.

— ¡Joooodeeeeer! —exclamó entre dientes al declinar mi orgasmo—, nunca la había metido entera… cómo aprietasssss, Luciaaaaaaahhhh… Tengo que darte duroooo…

— ¡Uf! —exclamó Raquel—. Cómo me gustaría estar en la piel de cualquiera de los dos… Aprovecha, nene.

Sin sacármela más que tres o cuatro dedos, y haciéndome jadear como una perra en celo al moverse dentro de mí, Sergio me manejó a su antojo para colocarme a cuatro patas sobre el chaise longe del sofá, con mis rodillas al borde del asiento y quedando él en pie. Me sujetó por las caderas, y me embistió golpeándome las nalgas con su pelvis al desaparecer su negro rabo entre mis cachetes. Grité de placer al volver a sentirme como la vaina de una larga espada medieval, disfrutando de ese azote que me encantaba sentir cuando me daban por el culo, gozando de esa fogosidad casi violenta que anteriormente había echado de menos.

— ¡¡¡Aaaasssííííí…!!!, ¡sigue dándome así…!

— ¡Uuufdf! —resopló él—. ¡Esto es lo mejor!. Nunca he podido dar como a mí me gustaría… Lucía, voy a romperte este bonito culo que tienes…

No tuve tiempo de contestar, sólo pude resoplar al sentir cómo toda su anaconda se deslizaba por mis entrañas relajándolas para volver a invadirlas con una potente embestida que hizo que mis brazos se doblaran para acabar con mi rostro sobre un cojín.

— Así, con el culo en alto es aún mejor… —dijo.

Y empezó a darme un prolongado mete y saca que se iniciaba lentamente, con salida casi total de mí para volver a penetrarme lentamente hasta la profundidad que hasta ese día yo había creído máxima. Entonces, con un poderoso empujón, me metía el resto de su polla haciendo que mis pechos rebotasen contra mi barbilla al golpear sus caderas contra mi culo, con sus enormes pelotas estrellándose contra mi chorreante vulva.

Cómo me gustaba esa salvaje pasión y que me castigaran de aquella forma. Sergio me daba un placer extremo, haciéndome sentir que ardía por dentro y que podría estallar nuevamente en un glorioso orgasmo en cualquier momento, enajenada por sus largas penetraciones traseras y brutales empotramientos finales.

Y así me folló a placer, disfrutando la magnífica sensación, que hasta entonces se le había negado, de darle toda su potencia a una mujer castigando con su pelvis las generosas redondeces de sus posaderas.

Sergio se detuvo, y sentí que me quitaban el cojín de debajo de la cara. Percibí el penetrante aroma de la excitación femenina, y al abrir los ojos, vi cómo Raquel se sentaba ante mí abierta de piernas, colocando su sexo bajo mi rostro. Puso su mano sobre mi cabeza, y me hizo bajar.

— Ahora sí que cómeme bien, preciosa —me dijo—. Que me lo he ganado dejándote a mi novio para que te meta toda su polla por el culo.

Su chico volvió al ritmo de largo saca-mete, consiguiendo que con el último empujón me comiese la concha de su novia con gusto para los tres. Mantuvo la cadencia durante un rato, abrasando mis entrañas mientras el coñito de la rubia se licuaba en mi boca con las caricias de mi lengua y los besos de mis labios. Él gruñía, ella jadeaba y yo ahogaba mis gemidos en zumo de hembra.

— Joder, cómo me aprietas , Lucía… —le oí decir al macho—. Tengo que darte aún más duro…

Las largas penetraciones se hicieron más cortas y rápidas, repitiéndose más seguidamente los azotes en mis nalgas, haciéndome vibrar de gusto para comerme el sexo de mi amiga con más ansia. Ésta aceleró el ritmo de sus jadeaos, y comenzaron a convertirse en grititos hasta que, con un largo grito final, se corrió en mi boca. Sin embargo, su chico no podía dejar de darme más y más, metiendo y sacando con ganas, golpeando mis glúteos con decisión.

Me incorporé para permitir a Raquel echarse a un lado y contemplar cómo su novio me montaba con furia haciendo mis pechos bailar frenéticamente, escuchando nuestros gemidos y el continuo golpeteo de pelvis y culo, que seguía acelerándose más y más.

Sentía los dedos de Sergio atenazando mis caderas con tanta intensidad, que si no fuera por el placer que me estaba dando por detrás, me habrían causado dolor. Pero mi cuerpo estaba tan inmerso en la brutal enculada que me estaba dando, que sólo era capaz de percibir el gozo de mis entrañas perforadas y mi culito castigado. Todo el cuerpo de él estaba en tensión, y me movía adelante y atrás con frenesí. Yo sabía que estaba a punto de correrse, lo notaba, pero seguía y seguí dándome sin compasión y sin terminar de liberarse. En la febril piel de mis nalgas y curvatura de la espalda, sentía las gotas de sudor de él cayendo como helados copos de nieve, erizando mis pezones hasta hacérmelos sentir como incandescentes tizones. Y no pude más, me corrí como una loca, con mi grito de satisfacción entrecortado por sus rápidas y continuas arremetidas, sintiendo cómo se follaba todo mi ser a través de mi redondo culo para que mi profundo orgasmo se prolongara como si no pudiera tener fin.

— Me encanta, me encanta, me encanta… —decía él entre dientes mientras yo me corría.

Sentía mi cálido flujo vaginal corriendo por la cara interna de mis muslos, y el ano me ardía de la continua fricción. Mis entrañas se contraían y relajaban en un terremoto de sacudidas que me hacían sentir en el centro de una explosión pirotécnica.

— Necesito correrme, necesito correrme, necesito estallaaaaaar… —repetía aquel que me estaba reventando por dentro.

— Córrete dentro, nene —le dijo Raquel—. Lucía se lo ha ganado de sobra.

— ¡No puedo!. Estoy tan justo dentro de ella, ¡me aprieta tanto que soy incapaz de correrme!.

— ¡Pues dale más fuerte!.

— ¡No! —exclamé con mi orgasmo finalizado. Pero no pude añadir más.

Sergio empezó a darme con tanta fuerza que sentí que realmente me desgarraría por dentro. No me dolía, mi cuerpo ya se había acostumbrado a esa profundidad y grosor, pero tras dos intensos orgasmos con aquel pedazo de polla dentro de mí, ya no era capaz de experimentar placer. Mis brazos volvieron a flaquear y acabé postrada con mi rostro apoyado en el chaise longue, sintiendo las violentas embestidas del semental como un martillo de demolición contra mis nalgas.

— ¡Joder, no puedoooooooooo…!.

— ¡Sácamela, que me revientas! —le grité yo.

Mi jinete, viendo que no podía soportar más estar a punto de estallar sin lograrlo, me sacó la polla y gritó en pleno orgasmo cuando su verga liberada empezó a soltar hirvientes borbotones de semen sobre mi culo en pompa, escurriendo por mi espalda y provocándome un escalofrío que se grabó en mi cerebro como una inesperada y curiosa experiencia placentera. Aquella corrida no fue tan abundante como las anteriores, pero sí lo suficiente como para que toda mi ano y espina dorsal brillasen cubiertos de leche de hombre.

—¡Cómo la has puesto! —dijo Raquel.

Y para mi sorpresa, cogió mi culo y lamió el elixir de macho de mi ano, proporcionándome una refrescante sensación de alivio en mi escaldado ojal. Y después lamió mi columna vertebral, provocándome otro escalofrío con el que acabé por quedarme tumbada boca abajo.

— Estoy muerta —conseguí decir—. Ha sido brutal…

— Está claro que tendremos que practicar mucho más para lograr algo así —añadió Raquel—. Lucía, ¡me has dejado el listón muy alto!.

Los dos rieron, y provocaron mi risa.

Dolorida por los excesos, tras un rato de descanso, despedí a la pareja afirmando que estaba realmente rota y necesitaba un baño. Raquel y Sergio se despidieron prometiéndome que volverían a visitarme en cuanto pudieran y, entre risas, aseguraron que la próxima vez sí que saldríamos a tomar unas copas.

Tuve molestias traseras durante tres días, y me prometí a mí misma que jamás volvería a practicar el sexo anal, pero al igual que ocurre con las borracheras en las que dices que jamás volverás a probar el alcohol cuando sientes la resaca, no tardé mucho en romper mi propia promesa. De hecho, unas semanas después de aquello, recibí una foto de Raquel. Se veía su bonito culito blanco con forma de corazón, con la negra verga de Sergio entre sus redondeces presionando con el glande su agujerito. Al momento recibí otra foto: el negro glande había desaparecido introduciéndose en el pálido culito. Otra foto: el corazón blanco había engullido la mitad de la gruesa barra de carne que lo perforaba. Y por último, una foto con la cadera del chico presionando las nalgas de Raquel con todo su falo dentro de ella. Esta última foto tenía un mensaje: “¡Conseguido!. ¡Gracias, preciosa!”.

Aquellas fotos incendiaron mi lujuria, y deseé volver a sentir algo así.

 

14

Aquella mañana de mediados de Septiembre estaba trabajando, enfrascada en administrar la ingente cantidad de emails que a diario recibía, cuando en mi móvil recibí un entusiasta mensaje de Pedro, al que llevaba casi dos semanas sin ver tras concluir las clases particulares que le había dado antes de sus exámenes.

Lucía. ¡¡¡He aprobado las dos asignaturas!!!. Gracias, ¡¡¡sin ti no lo habría conseguido!!!

— ¡Enhorabuena! —le contesté—. Te lo mereces. Aunque te costó un poco centrarte, luego te has aplicado mucho. El mérito es tuyo. Me alegro muchísimo por ti y por tu madre.

Eres la mejor profe del mundo, ¡¡¡además de la más sexy y guapa!!!. Alicia también está súper contenta, y eso me da más subidón aún. Nunca podré agradecértelo lo suficiente, no sé cómo podría pagártelo…—añadió un emoticono de guiño acompañando sus palabras.

Gracias. Con saber que los dos estáis contentos, y con haber conseguido el objetivo, tengo suficiente,  no necesito más satisfacción personal…

Con lo bien que lo pasaríamos dándonos satisfacción mutua

Ahora que nuestra relación profesora-alumno había concluido definitivamente, Pedro volvía a la carga buscando que yo cayera en la tentación para tenerme de nuevo. No puedo negar que, efectivamente, me resultaba muy tentadora la idea de volver a tirarme a aquel atractivo jovencito, pero sabía que debía dejar ese capítulo completamente cerrado, y más teniendo en cuenta que su madre y yo nos habíamos hecho verdaderas amigas. Ambos debíamos seguir con nuestras vidas, y él también debería pasar página y conocer a alguna chica… De pronto, una idea se iluminó en mi cabeza, y poco a poco empezó a tomar forma.

Seguro que lo pasaríamos bien… La verdad es que te mereces un premio por aprobar… —le contesté.

En cinco minutos estoy en tu casa.

No corras, mejor con tranquilidad… ¿Qué te parece si quedamos para el viernes?. —un plan se estaba trazando en mi mente—. El sábado no tengo que madrugar y tendremos toda la noche por delante…

— ¡Uf, Lucía! De aquí al viernes no voy a poder pegar ojo, sólo podré soñar contigo…

Tras varios mensajes tratando de contener su ímpetu, al final conseguí quedar con él para el viernes a las nueve y media en mi casa, pidiéndole máxima puntualidad para poder llevar a cabo los planes que mi calenturienta y analítica mente ya había estructurado mientras me mensajeaba con el chico.

El resto de la semana pasó volando, y aquel viernes, con puntualidad británica, Pedro apareció en mi casa con una sonrisa de oreja a oreja. Venía muy guapo, vestido con unos ceñidos pantalones vaqueros que insinuaban un buen paquete y que también le marcaban un delicioso culito, y como prenda superior una entallada camisa blanca bajo la que se adivinaba su bien formado torso. Por un momento estuve seriamente tentada de dar al traste con mis planes y darle precisamente lo que había ido a buscar. Pero conseguí ser fuerte pensando en lo divertido que sería lo que tenía preparado.

Le llevé al dormitorio, y ante mi cama, le pedí que se desnudase.

— ¡Qué ganas tengo de volver a follar contigo! —me dijo sacándose la camisa.

— No vas a follar conmigo —le respondí desabrochando su pantalón y palpando la tremenda erección que ya me dedicaba.

— ¿Entonces? —preguntó sorprendido pero ayudándome a bajarle el pantalón.

— Tengo una sorpresa para ti —le contesté deshaciéndome de su ropa interior para liberar esa potente verga que en un par de ocasiones anteriores había hecho mis delicias.

— ¿Me la vas a chupar hasta dejarme seco?.

Me reí a carcajadas.

— Eso no estaría nada mal —le contesté, pasando suavemente la punta de mi lengua por mi labio superior—, pero la sorpresa que te he preparado es que te vas a follar a una amiga mía.

El chico se quedó de piedra, y entonces le expliqué el juego que había preparado:

En quince minutos llegaría una amiga mía para follar con él, pero ninguno de los dos conocería al otro, puesto que les había preparado un encuentro totalmente anónimo para que ambos disfrutaran al máximo sin prejuicios. Al principio, les privaría de cuatro de sus cinco sentidos, dejándoles únicamente el tacto para elevarlo a su máxima expresión, y poco a poco les iría devolviendo los sentidos, pero siempre conservando el anonimato.

— ¿Entonces, es que tu amiga es fea o tiene algún problema? —me preguntó con el ímpetu de su juventud.

— En absoluto, creo que te va a gustar... Sólo es tímida, y con esto quiero ayudarla a vencer su timidez y que tú disfrutes de una experiencia nueva con otra persona. Creo que los dos lo pasaréis muy bien —le contesté sacando de una bolsa los accesorios que había comprado expresamente para el juego.

— Pero yo te deseo a ti…

— Si después de esto, aún quieres tenerme, me tendrás —le contesté, segura de que disfrutaría tanto que se olvidaría de mí—. Sólo tienes que cumplir mis órdenes al pie de la letra y dejarte guiar para gozar de lo que va a pasar, es mi regalo por haber aprobado…

A regañadientes, pero muy excitado, Pedro se dejó llevar prometiendo que haría cuanto le dijese. Se tumbó en la cama y se colocó la máscara de carnaval veneciano que le ofrecí, cubriendo completamente su rostro.

— Me siento raro con esto —me dijo con su voz sonando extraña a través de la máscara.

— Enseguida te acostumbrarás —le contesté—, y casi ni te darás cuenta de que la llevas puesta salvo por el olor a plástico que aislará tu olfato de cualquier otro olor.

El chico asintió, y me dejó ponerle una venda sobre la máscara.

— ¡Joder! —exclamó, privado de la vista—, ahora me da hasta miedo.

— Confía en mí —le susurré al oído, dándole una suave caricia en su rígido músculo—. Sólo tienes que dejarte llevar.

Le dije que sería la última vez que escucharía mi voz durante un buen rato, ya que iba a colocarle unos auriculares con música a un volumen lo suficientemente alto como para que no oyese nada más. A partir de ese momento, sólo debía seguir mis instrucciones. Cuando yo le permitiera oírme, me referiría a él como “Adán”, y no podría cuestionar ninguna orden, debería cumplirlas a rajatabla.

Justo antes de colocarle los cascos, volvió a expresarme cuánto me deseaba, y acabó  confesándome que se había masturbado esa misma tarde pensando en mí.

— Perfecto —le susurré—, así aguantarás más…

Y le dejé completamente aislado, desnudo sobre la cama con su polla aún tiesa pero bajando ante la incertidumbre. Estaba tan rico, tan indefenso, tan follable…

“¡Riiiiiiiiiing!”, sonó el timbre de la puerta. Mi amiga había llegado.

Le di dos besos y le felicité por su cumpleaños, que era ese mismo día, tal y como había previsto cuando se me ocurrió aquel plan. Sin preámbulos, le dije que tenía para ella un regalo cumpleañero, una sorpresa:

— Tengo a un tío bueno en mi dormitorio todo para ti, para que te des un buen homenaje.

— ¿Pero qué dices, Lucía?, ¿estás loca? —me preguntó, desconcertada.

— Nena, necesitas echar un buen polvo, sé que hace mucho que estás a palo seco y necesitas desmelenarte… Así que mi regalo para ti es un polvo que no olvidarás jamás.

— Estás de broma, ¿no?.

— Compruébalo por ti misma —le dije, haciendo que se asomase fugazmente al dormitorio.

— ¡Joder!, ¿me has regalado un puto? —casi gritó, vislumbrando al chico enmascarado y desnudo sobre mi cama.

— No, mujer, es un amigo mío. Y vais a poder follaros sin llegar a conoceros. Sin ninguna timidez, sin miedo a volver a encontraros y reconoceros, sin remordimientos, sólo disfrutando de follar con un completo desconocido sin más consecuencias que el puro placer.

Mi amiga era reacia, mucho más de lo que había sido Pedro. Así que tuve que trabajarme su voluntad, convenciéndola poco a poco, tentándola con la excitación de lo misterioso, removiendo su conciencia con el amparo del anonimato, alentando su imaginación con la experiencia de la privación de los sentidos… Y tras explicarle las mismas reglas que le había explicado a Pedro, aceptó, aunque poniéndome la condición de poder dejar todo aquello si decía la palabra “Basta”.

— Te aseguro que no vas a querer dejarlo —le dije—. Sólo tienes que dejarte llevar siendo la Eva que ese Adán está esperando. Yo seré la tentación que guiará vuestros actos.

A pesar de sus lógicas reservas, noté a mi amiga visiblemente excitada. En ella había visto lujuria contenida, de lo contrario jamás se me habría ocurrido organizar aquello, y le estaba poniendo todos los medios para que soltase a la hembra salvaje que yo sabía que llevaba dentro. Siguiendo mis órdenes, se desnudó y sonreí pensando en cuánto le iba a gustar a Adán el cuerpo de Eva. Se puso la máscara veneciana que le ofrecí, y le vendé los ojos.

— ¡Ufffff!, estoy totalmente a tu merced —me dijo con su voz enmascarada y sus pezones totalmente erizados.

— Tranquila, todo lo que pasará te va a gustar, confía en mí.

— Por cierto, ¿usas algún método anticonceptivo?. Tengo condones, pero puedo poner la mano en el fuego por ambos sobre vuestra salud, así que si usas algún otro método para evitar sorpresas, mejor, la experiencia será aún más intensa.

— Tomo un tratamiento hormonal para controlar la regla que es anticonceptivo…

— Perfecto, así podremos prescindir de la gomita y será mucho mejor… ¿Confías en mí?.

— Llegadas hasta este punto —me dijo con la respiración acelerada—, desnuda y con la cara y los ojos tapados… La confianza en ti es lo único que evita que diga “Basta”…

— Entonces sigue confiando en mí y gozarás como nunca.

— Ahora, incluso, dejarás de escuchar mi voz —añadí antes de colocarle los cascos—. Déjate guiar y disfruta con el tacto en toda su extensión.

Con los auriculares puestos, la llevé de la mano al dormitorio, situándola ante la cama. Me acerqué a Pedro, y levantándole uno de los auriculares momentáneamente, le susurré:

— Tu Eva está aquí, empieza tu regalo.

Ayudé a mi amiga a subir a la cama, colocándola de rodillas entre las piernas del chico. Cuando las piernas de ambos se rozaron, los dos suspiraron ante la sensación de contacto en medio de su aislamiento. La verga de él respondió, saliendo lentamente del letargo en que se había sumergido durante la espera, y la excitación de ella llegó hasta mi olfato evidenciando su estado. Coloqué las manos de Eva sobre el torso de Adán, y le conduje en caricias que ella continuó sin necesidad de que yo le guiase. Él resopló, y su virilidad completó su despertar poniéndose erecta y regalándome la vista con su esplendor.

Mi amiga recorrió todo el torso del chico, acariciándolo y descubriendo sus formas, asintiendo con la cabeza con un “Uuummm” que indicaba claramente que le gustaba lo que sus dedos intuían. Acarició y presionó levemente con las palmas de las manos para sentir la consistencia de los pectorales de su Adán, y acarició sus erectos pezones recreándose en ellos, para empezar a aventurarse más abajo, recorriendo el vientre del chico y sintiendo cómo se le marcaban levemente los abdominales. Ambos suspiraron al unísono, aunque la única que podía escucharles era yo.

Eva había cogido carrerilla, le estaba gustando la experiencia y lo que adivinaba, y cuando quise darme cuenta, ya tenía las manos en las caderas del joven para meterlas bajo él y agarrarle del culo apretándoselo. Él río.

— Uuuumm, qué durito… —dijo ella, aunque sabía que sólo yo podía escucharle.

Sin duda, y a pesar de que el juego acababa de comenzar, ella ya estaba superando mis expectativas. El experimento prometía mucho, y tuve que detenerla al ver que sus manos ya iban directas a explorar el sexo del joven. Obediente, se detuvo, y me dejó sentarla erguida sobre sus talones. Tomé las manos de Pedro, e incitándole a incorporarse, se las conduje hasta el cuello de mi amiga. Recorrió su garganta con la punta de los dedos, delineó los hombros y bajó desde ellos con las manos abiertas hasta posarlas sobre los redondos pechos.

— Joder, ¡qué tetas…! —dijo.

Movió las manos como si sintonizase una radio antigua, girando y palpando todo el volumen de ese buen par de senos.

— Uuuuffff, son de las que más me gustan…

Mi amiga también suspiró con el masaje.

El joven amasó los pechos con ganas, los sopesó y acarició los durísimos y rosados pezones una y otra vez. Estrujó las tetas de Eva entre sus manos, y su dedicación fue tal, que me recordó la especial atención que había dedicado a las mías cuando había podido tenerlas al alcance. Por un momento temí que, por esa fijación, se quedara ahí y tuviera que corregirle, pero no fue necesario. Su instinto de macho y la confianza adquirida al sentir que le gustaba mucho lo que tocaba, le hicieron recorrer la sinuosa cintura y cadera de la enmascarada que disfrutaba de sus caricias.

— ¡Qué peligro de curvas! —exclamó justo antes de llegar al trasero.

Recorrió la suave piel del culito de mi amiga, y esta vez fue ella la que rio. Pedro se lo cogió con fuerza, y empezó a explorar el camino entre las nalgas consiguiendo que mi amiga dejase de estar sentada para quedarse de rodillas con las piernas abiertas.

— Uummm, qué culito más rico… —dijo él, pensando en voz alta.

Siguió explorando la separación entre los glúteos, recorriéndola desde arriba hacia abajo y apretando los firmes cachetes de su Eva, cuya respiración denotaba cuánto estaba disfrutando de esas caricias.

Dejándose llevar por el suave y agradable tacto de las atractivas formas que estaba descubriendo, Adán se puso también de rodillas y se acercó aún más a Eva para poder explorar toda su anatomía. Ella colocó sus manos rodeándole el cuello, entregándose a sus caricias y facilitándole que pudiera recorrerla por completo.

Puesto que mi papel era el de directora y espectadora, y ambos se habían metido tan de lleno en el juego haciendo innecesaria mi guía por el  momento, saqué un paquete de tabaco rubio que me había comprado para la ocasión y me encendí un cigarrillo cuyo humo exhalé relajadamente, observando con atención a la pareja.

Adán subió por el culito de Eva, tomó su cintura y la recorrió hacia arriba con sus manos, hasta volver a posarlas sobre las montañas que se habían alzado al levantar ella los brazos. Mi amiga se estremeció encantada. Él volvió a amasar esas tetas, oprimiéndolas, calibrando su volumen y riendo de satisfacción al comprobar que casi no le cabían en las manos.

Con los pechos mejor sujetos y más oprimidos que por cualquier wonderbra, Eva bajó sus manos recorriendo los brazos de su Adán, para ir directamente a sus caderas. Acarició el joven y duro culo masculino, y rodeó toda la pelvis hasta que sus manos confluyeron en el músculo que la apuntaba, aunque ella no pudiera verlo. Acarició con delicadeza los órganos colgantes, arrancándole una carcajada, y subió hasta agarrar la base de la verga con una mano, descubriendo su grosor, y cuando empezó a subir muy lentamente recorriendo todo el tronco hasta alcanzar el glande y coronarlo, expresó su agrado:

— Joder, ¡qué maravilla!, uuuumm…

Él abandonó sus pechos y bajó nuevamente al trasero y, acariciando la redondez de los glúteos de mi amiga, las puntas de sus dedos se aventuraron aún más abajo para llegar desde atrás a la entrepierna y acariciarla suavemente con una mano mientras la otra atenazaba un muslo. Ella suspiró al sentir el roce en su vulva, y aquella atrevida mano desapareció de mi ángulo de visión al situarse entre los muslos de Eva para introducir sus dedos en el húmedo coñito desde atrás. El suspiro femenino se convirtió en gemido, y correspondió a Adán agarrando con firmeza su falo para recorrerlo arriba y abajo, sacudiéndolo lentamente mientras él metía aún más sus dedos en la cálida gruta.

Les di unos instantes de satisfacción manual mientras terminaba mi cigarrillo, y viendo que aquello empezaba a ser ya una auténtica masturbación más que un descubrimiento mutuo, decidí intervenir. Les hice parar, cogiéndoles por el brazo, y ambos obedecieron sin rechistar, habían asumido sumisamente sus papeles y el mío.

Le quité los cascos a Eva, y ayudándole para que no se cayera, le pedí que se pusiera en pie junto a la cama. Hice lo mismo con él, dejándolos enfrente el uno del otro.

— Y ahora, Adán y Eva —les dije—, puesto que ya tenéis una imagen mental de vuestra pareja en este juego, es el momento de que comprobéis si vuestro sentido del tacto ha acertado con lo que ahora podréis ver con vuestros ojos. ¡Quitaos las vendas!.

Ambos deshicieron el sencillo nudo que les había hecho, y por primera vez pudieron ver al enmascarado cuyo cuerpo habían recorrido con las manos. Los dos resoplaron, y eso me hizo sonreír con satisfacción, sabía que se iban a gustar. Hice que mi amiga girase sobre sí misma para mostrarle a él la belleza de su cuerpo desnudo.

— Adán, ¿te gusta Eva? —le pregunté—. ¿Es así como tus manos te habían dicho que era?.

— Uf, ¡me gusta mucho!. Está aún más buena de lo que había imaginado… Y esas tetas… ¡madre mía!..

No pude evitar una carcajada ante el comentario, e hice que él también girase para que ella pudiera dar su juicio.

— Eva, ¿y a ti te gusta Adán?, ¿lo habías imaginado así?.

— Mmmmm… Está muy rico, tal y como había formado su imagen en mi cabeza… Me gusta ese culito duro… Y me encanta esa… —mi amiga se mordió el labio.

— No te cortes —le dije—, llama a las cosas por su nombre.

— Polla —contestó, pronunciando la palabra que había reprimido—, me encanta su preciosa polla.

— Perfecto, entonces continuaremos con el juego. Voy a volver a anularos vista y oído para que os centréis en el placer de sentir.

Vendé nuevamente los ojos de Adán, y le coloqué los cascos. Cuando fui a vendar los ojos de Eva, viendo que él ya no nos podía escuchar, me dijo:

— Lucía, quiero pedirte una cosa…

— No irás a echarte ahora atrás, ¿no? —pregunté, temiéndome lo peor—.  Acabas de decir que te gusta.

— No, no, precisamente por eso. Me gusta muchísimo… Me encanta su polla… ¿Sabes cuánto hace que no me como una?. Quiero probarla, eso me pone a mil, me encantaría comérmela…

—¡Jejeje!. Te entiendo perfectamente… No estaba en el guion —añadí, pensativa—, pero siendo tu regalo de cumpleaños… Supongo que podremos hacer una variación… Siéntate y quítate la máscara.

Mi amiga obedeció sentándose en la cama y quitándose el accesorio. La excitación había hecho que el rubor subiese a sus mejillas, sus ojos brillasen y sus labios apareciesen sonrosados, carnosos y jugosos, estaba bellísima.

— Si quieres comerle la polla, será toda tuya —le dije—, pero si vas a utilizar el sentido del gusto, tendré que privarte de los otros. Volveré a vendarte los ojos, y no podrás tocarle con las manos, deberás mantenerlas a la espalda y, por supuesto, tampoco oirás nada. Tan sólo sabrás cómo va él por medio de tu gusto, así que tú verás hasta dónde quieres llegar…

— Uuuuuffff, lo que tú digas —contestó, aún más excitada.

Le coloqué la venda y los cascos, y ella misma entrelazó sus manos tras su espalda, quedando a la espera con su boca entreabierta y la respiración acelerada. Tomándole por las caderas, coloqué a Adán, que había esperado pacientemente, y haciéndole dar un paso hacia delante conseguí que la punta de su erecto miembro tocase el labio inferior de la anhelante hembra. Agarrando con firmeza uno de los duros glúteos del joven, le empujé suavemente la cadera hacia delante.

Eva, al sentir la presión sobre sus dos labios, entreabrió un poco más la boca y se irguió acomodándose para coger el ángulo correcto. El glande pasó suavemente entre aquellos pétalos de rosa, y fue penetrando en la humedad y calidez de la boca con el lento empuje de mi mano.

— ¡Ooooooohhhh! —exclamó el chico—. Se la estoy metiendo en la bocaaaaa…

Le solté, ya no necesitaban de mi ayuda. Ella succionó la verga moviendo su cabeza, haciéndole gemir, y engulló un buen pedazo de carne. Por un instante sentí envidia, me habría gustado estar en su lugar, pero aquel no era mi momento, sino el suyo, y yo seguía manteniendo el firme propósito de no volver a tener sexo con mi amigo.

Observé con entusiasmo cómo Eva chupaba esa gruesa verga arriba y abajo, haciéndome sentir húmeda. El plátano entraba y salía una y otra vez de su boca, cubierto de saliva, y ella lo succionaba con dedicación golosa, era fascinante.

Adán gemía de gusto mientras ella hacía un característico ruido de succión. Se la veía disfrutando de la felación casi tanto como a él, y había cogido un suave ritmo de mamada con el que sus carrillos se hundían al succionar la polla haciéndola entrar hasta casi la garganta, para luego sacársela sujetando el glande entre los labios, una y otra vez, una y otra vez, sin prisa pero sin pausa.

— Joderrrr, joderrrr, joderrrrr… —gruñía él.

La sensación debía ser intensísima, aumentada por tener el resto de los sentidos  limitados, y Eva parecía ser buena en la práctica, porque los gruñidos masculinos comenzaban a acelerarse sin remedio.

A pesar de que me había confesado haberse masturbado esa misma tarde, sabía que al chico le faltaba muy poco para llegar al orgasmo, y mi amiga no tenía pinta de querer dejarlo en ningún momento. Eva seguía concentrada en chupar y chupar, lenta, profunda y constantemente, sin escuchar los cada vez más intensos gruñidos del macho, sin palpar la tensión de sus músculos, disfrutando de ese manjar mientras su coñito derramaba lágrimas de excitación sobre mis sábanas.

—¡Oooooh, joderrr!, ¡oooohhhh, jodeeeerrrrrr! —repetía Adán, cada vez más rápido—. Me mata, me mata, me está matandooooo…

El orgasmo era inminente, pero la felatriz no parecía percatarse, seguía con el mismo ritmo e intensidad de succión. Sin ninguna señal más que lo que sintiese con su lengua al arrastrarse la verga por ella, mi amiga no tenía ninguna referencia como preaviso, y yo sabía bien que, para cuando quisiera percibir el músculo palpitando en su boca, ya no habría margen para la retirada.

— Joderrrrr, joderrrrr, joderrrrrrrr… —repetía el chico, apretando los dientes.

Estaba sufriendo, sufriendo de puro gusto, haciéndosele insoportable. Como ya se había librado de la precipitación de la primera vez, y ella seguía sin aumentar la velocidad para hacerle estallar, le estaba manteniendo al borde de la locura en exquisita tortura. Hasta que por fin, y repentinamente, explotó:

— ¡¡¡Ooooohhh!, ¡oh!, ¡oh!, ¡oooooohhh, ¡oh!, ¡oooooooohh!!!.

Vi cómo los carrillos de Eva se llenaban de pronto y el denso líquido blanco rezumaba de sus labios y la barra de carne que los penetraba. Contemplé cómo mi amiga tragaba y tragaba mientras el chico descargaba su esencia en su boca, y volví a envidiarla.

Cuando terminó de correrse, volví a tomar a Adán por las caderas y le dejé tumbarse en la cama para reponerse de su poderoso alivio.

Mi amiga permaneció inmóvil, con sus manos aún entrelazadas tras su espalda, y la boca entreabierta. Sus rosados labios se veían jugosos, con dos finos regueros brillantes partiendo de sus comisuras para confluir en su barbilla en una gota perlada. Estaba tan sexy, que el hombre sumergido en las abisales profundidades de mi mente clamó por ella. Me agaché, y a punto estuve de ceder a su clamor besando aquellos jugosos y apetecibles labios, pero en el último instante, conseguí desviarme para sólo recoger con la punta de mi lengua la muestra de néctar de macho de su barbilla. Eva sintió el roce de mi lengua, y sonrió con picardía.

Le quité los auriculares y le pedí ponerse en pie.

— Buen homenaje te has dado —le dije.

— Delicioso —me contestó con su pícara sonrisa—, ¿no crees?.

— Ya me imagino —contesté relamiéndome sabiendo que no podía verme—. Ahora él debería devolverte el favor, ¿quieres que te coma el coño?.

— Uf, me encantaría, estoy tan mojada…

Le quité la venda para recolocarle  la máscara, y volví a privarle de la vista y oído. Me acerqué a Adán y le quité todo el atrezzo. Tenía una sonrisa de oreja a oreja.

— Lucía, ¡ha sido brutal! —exclamó—. Tu amiga es increíble… No me esperaba que me hiciera una mamada, ¡y qué mamada!.

— Ya lo he visto… Ahora tendrás que devolverle el “favor”, tendrás que comerle el coño a Eva.

— Me la comería entera…

— Por ahora, con que le comas el coñito sin utilizar más que la boca, será suficiente.

Mientras le vendaba los ojos, le expliqué las mismas reglas que anteriormente le había explicado a mi amiga. Volví a aislarle acústicamente, y le dejé tumbado esperando para probar la jugosa fruta que le iba a ofrecer.

Ayudé a Eva a subir a la cama y colocarse de rodillas, con las piernas abiertas sobre la cara de su Adán. Le coloqué a él una almohada para alzar su cabeza, e hice que ella descendiese hasta que emitió un “Uuuuumm” que me indicó que la boca del chico ya había contactado con su húmedo sexo. Él estaba atrapado entre sus firmes muslos, con los cascos encajándose entre las piernas para no permitirle más movimiento de cabeza que abrir y cerrar la boca besando la vulva que se apretaba contra él.

Eva empezó a suspirar, y a mover suavemente sus caderas atrás y adelante, ofreciéndole toda su ardiente almeja para que él la devorase con devoción.

— Joderrrrr, qué lengüita… —dijo, haciéndome saber que aquél juguetón músculo la había penetrado—,.. Así, así, assssí…

Observé con deleite cómo su sensual cuerpo respondía a lo que Adán le hacía, con su cadera contoneándose suavemente y sus bellos pechos en alto mientras se revolvía el cabello con los dedos. Parecía una amazona.

Mi amigo le estaba haciendo una comida lenta, como ella había hecho con él, bebiéndose su zumo de hembra, explorando la calidez de aquella cueva de placer con su lengua, penetrándola una y otra vez, lamiéndola entera. Y se veía que él también disfrutaba del manjar, embriagado por su aroma mientras su virilidad empezaba a cobrar nueva vida engrosándose.

Sin ser consciente de cómo había llegado ahí, me descubrí sentada en la butaca con la mano bajo la falda y el tanga apartado hacia un lado para que mis dedos me penetrasen al ritmo del movimiento de caderas de Eva. Su sensualidad era tan arrolladora, que yo disfrutaba del espectáculo de su cuerpo desnudo en pleno goce, pero mi feminidad empezó a imponerse autoritariamente para que mis ojos contemplasen con fascinación cómo la verga de Adán se movía aumentando de tamaño, y eso produjo que mis propios dedos se metieran en mi coñito con mayor profundidad.

— Así, así, así… —decía mi amiga entre jadeos—. ¡Oh!, ahí, sí, uuuumm, ahí… —continuó, revelándome que la lengua de su devorador ahora le lamía el clítoris.

Mis dedos hicieron lo propio, y atacaron mi dura perla de placer para masajearla al mismo ritmo. Yo también jadeaba.

La polla de Adán ya se alzaba erecta, totalmente recuperada y dispuesta, hermosa alegrándome la vista con su rigidez y grosor, y eso me hizo acelerarme. Y no fui la única, puesto que el contoneo de caderas de Eva también aumentó el ritmo al sentir mayor velocidad en las caricias linguales de aquel que le comía el coño.

— Ufff, joder, uffffff… —resoplaba ella.

Sus manos bajaron de su cabeza, y atenazaron sus balanceantes senos para apretarlos y estrujarlos con furia. Eva estaba a punto de correrse, y yo también.

Se masajeó los pechos con fruición, incluso se pellizcó los pezones mientras sus caderas se movían y apretaban sobre la boca que la devoraba, casi ahogando al joven que tenía bajo ella. Y gimió profundamente, hasta que su gemido se convirtió en un grito triunfal:

— ¡¡¡Aaaaaaahh…!!!.

Alcanzó el clímax derramándose en la boca que bebía de ella, emborrachando a su Adán con el cálido licor de hembra, y provocando que yo también alcanzase mi éxtasis torturándome el clítoris con los dedos mientras contemplaba su brutal orgasmo.

Me recompuse como pude, chupándome los dedos embadurnados de mis propios fluidos y recolocándome la empapada prenda interior, mientras mi amiga se levantaba y tumbaba al lado de su amante para recobrar el aliento. A pesar de estar uno junto al otro, ambos mantuvieron la disciplina, y ni tan siquiera hicieron amago de tocarse si no era por orden mía.

Adán tenía la cara mojada, y se la limpiaba con la mano para lamer hasta la última gota de jugo de mujer, con su polla bien erecta y dura preparada para ser usada en cuanto yo diese la orden.

Me acerqué a él, y le quité momentáneamente los cascos y la venda para recolocarle la máscara y volver a dejarle a oscuras.

— Te has portado bien —le dije—. Eva ha tardado poco en correrse.

— Es que está muy rica, me ha encantado comérmela…

— Pues ahora el juego mejora —le contesté con una sonrisa, aunque él no pudiera verla.

Le quité también los cascos a mi amiga, y les hablé a ambos:

— Os habéis portado muy bien los dos, habéis superado mis expectativas, así que os devuelvo el oído.

— Adán —le dije al chico—, tienes a tu lado a Eva con el coño empapado, ponte encima y fóllatela. Métele la polla hasta el fondo…

Mi amiga suspiró emocionada, y él apenas tuvo tiempo para, a tientas, colocarse sobre ella abriéndola de piernas. Eva agarró con gusto la dureza de Adán y lo guio hacia su humedad para que él, con un vigoroso empuje de cadera, se la metiera entera, con el consiguiente gemido conjunto de placer que regaló sus oídos y los míos.

Recuperé mi sitio en mi privilegiada butaca y, encendiéndome un cigarrillo, observé cómo mi amiga se abrazaba a su amante, entregándose a él.

El joven se retiró un poco, y volvió a empujar con decisión.

— Uuuummmm —gimió ella.

— ¿Te gusta? —le preguntó él, denotando placer en su voz a pesar de que esta sonase extraña.

— Me encanta… no pares…

Eva acompañó sus palabras bajando sus manos hasta las caderas de Adán para tirar de él hacia sí, y sentirle más profundamente. Él empujó aún más, presionando su pelvis contra la de ella mientras su polla la horadaba hasta lo mayor profundidad que podía alcanzar. La imagen de ese atractivo y joven culo masculino, contraído y duro por el empuje, en una perspectiva que hasta el momento no había tenido, me resultó exquisita.

Y empezaron a follar cara a cara, o más bien, máscara a máscara; sin verse, olerse o degustarse, disfrutando únicamente de las sensaciones del tacto y los gemidos en su oscuridad.

Adán empezó a marcar un ritmo lento pero de poderoso empuje, y Eva le agarró del duro culito disfrutando de las vigorosas embestidas mientras sus manos se recreaban con el tacto de esos pétreos glúteos que yo sólo podía admirar en aquella ocasión.

Tras unos minutos de tranquilo pero intenso mete-saca, aquello empezó a resultarme algo monótono. Aunque se veía que ellos lo estaban disfrutando, decidí volver a intervenir para dar un nuevo paso en aquel experimento.  Consumí mi cigarrillo, y elevando el tono de voz por encima de sus gemidos y suspiros, dije:

— Adán y Eva, ahora tenéis que parar.

Pedro detuvo el bombeo, y ambos se quedaron inmóviles escuchando mi voz.

— Ahora que ya conocéis la experiencia de follar a ciegas, os habéis ganado el derecho de tener otro de vuestros sentidos disponible. Seguro que os gustaría poder ver el cuerpo del otro mientras disfrutáis con él.

— Sí —respondieron ambos al unísono.

Me acerqué a ellos y les quité las vendas que cubrían los orificios oculares de sus respectivas máscaras.

— Eva —dije— creo que ya es hora de que montes a Adán, así podréis disfrutar mejor del tacto y la vista de vuestros cuerpos desnudos.

— Mmmm, sí— respondió mi amiga, encantada con la idea—, y así podré clavarme bien a fondo la deliciosa polla de Adán.

Ambos giraron, y cuando Eva se colocó a horcajadas sobre Adán, este se aferró a sus pechos.

— Joder, ¡qué preciosidad de tetas tienes!, me encantan… Te voy a clavar la polla hasta el fondo…

— Clávamela entera —contestó ella.

Le agarró de la verga y, bajando la pelvis, situó el glande entre sus chorreantes labios vaginales. Apretándole los pechos, Adán se elevó y le metió su grueso y duro miembro hasta que los pubis de ambos se fusionaron.

— ¡¡¡Uuuumm!!! —gimieron los dos al unísono, dejándose caer sobre el lecho, con todo el peso de mi amiga haciendo que la penetración fuese tan profunda que a ella le dejó, por un instante, sin respiración.

— Eso es —dije yo, apartándome para volver a mi butaca de espectadora—. Disfrutad vuestro regalo.

Eva se incorporó quedando perpendicular a él, y comenzó a mover sus caderas sobre el chico, suavemente, contoneándose para sentir el rígido músculo que invadía sus carnes en toda su extensión. Adán masajeaba y estrujaba sus generosos pechos, y emitía leves gruñidos indicativos de que ella sabía moverse.

Por segunda vez me descubrí a mí misma con los dedos jugueteando en la humedad de mi coñito. Apartando la ropa interior para que el índice y el corazón me penetrasen con gusto y acariciasen con entradas y salidas la pequeña porción rugosa de mi interior para hacerme jadear.

Vi cómo mi amigo liberaba los pechos dejando que se bamboleasen de forma natural con los movimientos de la amazona, y agarrándola del culo con firmeza, empezó a elevar sus caderas rítmicamente para follarla a fondo, haciéndola botar sobre él.

A ella se le escapó una carcajada, y acompañó sus movimientos sujetando con sus manos aquellas que le atenazaban los glúteos.

¡Qué precioso y excitante espectáculo me estaban dando!. Aunque mi amiga me había confesado que hacía mucho que no practicaba el sexo, estaba claro que no se le había olvidado cómo hacerlo para disfrutar y hacer disfrutar, era una auténtica loba vestida con piel de cordero. Entre los dos estaban consiguiendo que yo no pudiera dejar de masturbarme acariciando con precisión mi clítoris mientras mi otra mano me masajeaba los pechos y pellizcaba los pezones por encima del sujetador y la blusa.

El ritmo fue aumentando, así como el tono de los gemidos. Eva se movía hacia detrás y adelante con fuertes movimientos de sus poderosas caderas, estrujando al semental que cabalgaba mientras este, con todos sus músculos en tensión, aguantaba el ritmo que ella marcaba dándole toda su potencia varonil, perforándola hasta el fondo con su barrena, extasiándola con su grosor abriendo sus entrañas, elevándola en húmeda pasión con su lanza…

Su ardor y entrega, la belleza de sus cuerpos, los gemidos, el aroma a sexo y mis diligentes dedos, me hicieron alcanzar el orgasmo envolviendo con cálidos fluidos mi mano y mordiéndome el labio inferior para no delatarme ante la pareja.

Ellos estaban en pleno auge, disfrutando de un intenso polvo, con sus gemidos haciéndome notar que en cualquier momento podrían correrse, lo cual yo no podía permitir, aún quedaba una parte de aquel juego…

Fui hacia ellos, y les hice detenerse con Eva ensartada en la verga de Adán. Los dos resoplaban, y apenas pude contenerles para que no continuaran hasta alcanzar el orgasmo, pero ambos obedecieron ante la evidencia de que todas mis instrucciones habían sido para llevar aquel encuentro a un nuevo y placentero nivel.

— Ahora, que estáis a punto de correros— les dije—, voy a volver a quitaros la vista y el oído, así sólo os centraréis en vuestro propio orgasmo cuando lo alcancéis. Os va a encantar…

Los dos asintieron con sumisión, así que Adán vio tumbado cómo le vendaba los ojos y le ponía los auriculares a la Eva cuyo sexo mantenía aprisionada su erección horneándola con su calor. Después me dirigí a él, y aprovechando que mi amiga no nos oía, le dije:

— Te está gustando mi regalo, ¿verdad?. Esto no te va a hacer falta —añadí retirándole la máscara—, y así podrás respirar mejor.

— Joder, Lucía, es el mejor regalo que me han hecho nunca...

—¿Te gusta Eva?.

— Uf, ¡me encanta!. Está buenísima y, ¡joder, con qué ganas folla!. Y aunque ahora esté quietecita, no deja de estrangularme la polla… uuuuummmmm…

— Sabía que te gustaría, así que disfruta, porque ahora viene lo mejor. No te muevas y espera mis instrucciones.

Le vendé los ojos y le puse los cascos, dejándole para volver a dirigirme a mi amiga. Le quité los auriculares. Tanto quita y pon era un poco engorroso, pero formaba parte del juego, y sin ello no habría funcionado igual de bien. El misterio era un poderoso excitante.

— Él ya no puede verte ni oírte —le dije—. ¿Quieres disfrutar a tope de tu regalo de cumpleaños?.

— Lucía, estoy disfrutando más de lo que he disfrutado en muchísimo tiempo… ¿Qué más hay?.

— ¿Quieres ver la cara de tu Adán sin que él lo sepa?.

— ¡Uf!, ¡qué morbazo!. A poco guapo que sea, con lo bueno que está y lo bien que folla… Tengo curiosidad…

— Voy a quitarte la venda, y cuando te lo indique, podrás quitarte tú misma la máscara y abrir los ojos.

Mi amiga asintió. Le quité la venda y me aparté de ella para sentarme en la cama junto al chico y poder verla de frente.

— Quítate la máscara y abre los ojos—le ordené.

Se quitó la máscara y tomó una bocanada de aire respirando con cierto alivio al sentirse liberada de esa incomodidad. Abrió los ojos y me miró, esbozando una sonrisa de complicidad, y miró al chico:

—¡Pedro! —exclamó—, ¡es Pedro!. ¡Oooohh!, ¡jodeeeeerr!...

Alicia se volvió loca de pura excitación. Efectivamente, Eva era un nombre tan falso como el de Adán, y aquella Eva era en realidad Alicia, la madre de Pedro, y yo le había regalado satisfacer su más oscuro deseo.

Me deleité viendo su cara inicial de sorpresa, el rubor en sus mejillas, el brillo en sus ojos, cómo se relamía los labios, y sonreí satisfecha al contemplar cómo la excitación impulsaba todo el bello cuerpo de Alicia para volver a cabalgar a Pedro con auténtica lujuria, clavándose más y más, con furia, la polla de su hijo secretamente deseado.

— ¡Pedrooooo!, ¡oooohh!, ¡Pedroooooo!. Mmme voy a correeeerr, ¡¡¡oooooooooohhhh!!!....

Alcanzó el orgasmo con tal intensidad, que sus ojos se cerraron en plena catarsis. Pedro, con su cuerpo a punto de explotar también, la sujetaba por el culo alzando su cadera para empalarla bien, así que aproveché para quitarle a él los auriculares y la venda con un tirón.

— ¡Alicia! —gruñó entre dientes al reconocer a su madre corriéndose sobre él—. ¡Joderrrrrr, Aliciaaaaa!, ¡Aliciaaaaahhh!, ¡Aliciaaaahhh!...  ¡¡¡Me corrooooohh!!!...

El orgasmo de ella declinaba en aquel momento, y al oír su nombre en la voz de su hijo, abrió los ojos para encontrarse con él mirándola fijamente en pleno éxtasis. La cálida corrida del apetitoso joven invadió las entrañas de Alicia, y un nuevo orgasmo le sobrevino, como un huracán, haciéndole correrse nuevamente con él.

Observé cómo, en la cima del placer más absoluto, sus miradas se mantenían, creando un mágico momento en el que los húmedos sueños de ambos se convirtieron en realidad. Y confirmé que, a pesar de que aquello sería abominable para muchos, para mí representaba el orgullo de haber satisfecho los deseos de dos personas que habían alcanzado la felicidad de tenerse el uno al otro.

Cuando el orgasmo compartido llegó a su zenit, Alicia se derrumbó sobre el pecho de Pedro, y este la abrazó con fuerza. Ya no sólo eran madre e hijo, ahora eran los amantes que ambos habían deseado en secreto.

Salí del dormitorio para recoger la ropa de Alicia del salón y dejársela discretamente sobre la cómoda de mi habitación. Seguían abrazados, susurrándose al oído, por lo que decidí dejarles un poco de intimidad para irme al vestidor y cambiar mi mojada ropa interior.

 

15

Durante unos días no volví a tener ningún contacto con Alicia o Pedro. Después de su encuentro, ambos me dieron las gracias por haberles preparado aquella aventura y se marcharon precipitadamente de mi casa, tenían mucho que asimilar y hablar.

El perder contacto con Pedro era una decisión que yo misma había tomado para mi futuro. Por todas las circunstancias que rodeaban nuestra amistad, y puesto que ya no me necesitaba como profesora, era mejor que cada uno siguiese su camino y yo sólo quedase en su vida como una amiga de su madre.

Sin embargo, necesitaba saber algo de Alicia. Se había convertido en alguien muy importante para mí, una amiga del alma, y el no tener noticias de ella me hacía temer que lo que yo había hecho pensando que era lo que ambos querían, en realidad había destruido sus vidas.

Finalmente, conseguí quedar con mi amiga para tomar un café en una terraza tras varios días de incertidumbre. Cuando volví a verla la encontré radiante, estaba guapísima, alegre y juvenil, mis temores se disiparon al instante. Tras pedirle los cafés a la camarera que nos atendió en la mesa, me invitó a un cigarrillo, se disculpó por no haber dado señales de vida en varios días, y enseguida comenzó a contarme cómo había cambiado su vida en tan poco tempo.

— Pedro es un cielo— me dijo, exhalando el humo de su cigarrillo con satisfacción—, aún más de lo que ya era…

— ¿Ah, sí?.¿Entonces las cosas no se han enrarecido entre vosotros?

— ¡Ni mucho menos, Lucía!, ¡están mejor que nunca!. Estamos juntos en todos los sentidos, y por eso no he tenido tiempo ni para llamarte.

— Entonces no quedó la cosa en esa noche…

— Pues claro que no, y tú ya te lo imaginabas. Aquella noche no hablamos cuando llegamos a casa, sólo nos dejamos llevar por lo que habíamos estado tanto tiempo reprimiendo, y mi chico es mucho chico…

— Ya me imagino —contesté con una sonrisa, viendo que ella seguía sin saber que yo ya lo había catado antes.

— Total, que hablamos al día siguiente y decidimos probar a continuar con ello. Nos queremos, nos deseamos y ambos los sabemos. Así que vamos a seguir con esta aventura hasta donde llegue…

— Y viendo lo feliz que estás, no hay duda de que está yendo bien, pero eso de “hasta donde llegue”…

— Lucía, no soy tonta. Soy consciente de mi edad y de la de Pedro, y sé que un día conocerá a alguna chica y esto tendrá que acabarse. Es tan joven que tiene toda la vida por delante, y no se la puede pasar conmigo… Pero mientras tanto, vamos a disfrutar del momento.

— Veo que lo tienes muy claro.

— Le he dado muchas vueltas a la cabeza y he llegado a la conclusión de que, cuando llegue el momento, tendré que dejarle ir, e incluso, incitarle a ello. Su felicidad es lo más importante para mí y no puedo negar que nuestra relación se podría tachar de enfermiza, pero es que… Es un cielo, me tiene enamorada como una colegiala. Es amable, cariñoso, atento, encantador…

— Y guapo… —añadí entre risas, siguiendo la conversación como si ambas fuésemos adolescentes.

— ¡Guapísimo! —contestó, siguiendo el tono de forma natural—. Y está tan bueno… Y es tan apasionado…

Su tono de voz cambió, pasando del de una adolescente enamorada al de una mujer en plena liberación sexual:

— Parece que sólo piensa en poseerme, ¡y me encanta!. Me hace sentir más viva que nunca.

— ¡Pues claro que sí, mujer!. Tienes que vivir el ahora. Eres preciosa, estás estupenda y te mereces disfrutar…

— Y es lo que estoy haciendo. No dormimos juntos, cada uno sigue teniendo su espacio, pero, ¿sabes?, no me da un respiro, cada mañana me lleva el desayuno a la cama…

—¿Ah, sí?. ¡Qué romántico!.

— Bueno, no es romanticismo exactamente —contestó con una pícara sonrisa—. Ya te he dicho que parece que sólo piensa en poseerme… Así que el desayuno que me trae cada mañana es una buena ración de leche calentita…

—¡Uf!, ¡no me digas!. Cuenta, cuenta…

— Me despierta cada mañana presentándose en mi habitación desnudo, con la polla más tiesa que he visto nunca, y claro, no me puedo reprimir, me la como con ganas hasta que me termino el biberón —contestó entre risas.

— Joder, Alicia, qué morbazo…

—¡Uf!, ¡y tanto!, porque luego me corresponde con una comidita de escándalo, y así todas las mañanas. Te juro que nunca había ido tan contenta y relajada a trabajar…

— Jajajaja, ¡no me extraña!.

— Y lo mejor es que es un no parar. Ahora viene todos los días a comer a casa, y en cuanto entra por la puerta, me echa un polvazo.

— Vaya, veo que lo habéis cogido con ganas —contesté, sintiéndome excitada—. Si es que los chicos de su edad es lo único que tienen en la cabeza.

— Ni te imaginas, no había estado tan satisfecha en toda mi vida. Mi chico es una máquina de darme placer, y en cuanto hay ocasión, me lo da. Ahora también me espera a que llegue de trabajar por las tardes, y casi no me da tiempo ni a dejar el bolso, se me echa encima en cuanto cierro la puerta y me desnuda en el mismo pasillo.

— Sí que estáis calientes, sí…

— Jajajaja, demasiado tiempo reprimiendo nuestros deseos. Cuando quiero darme cuenta, ya me tiene a cuatro patas y me monta hasta que no podemos más.

—¡De solo imaginarlo me estoy poniendo malísima!.

Mi amiga rio con ganas, y echó una mirada hacia el pub al que pertenecía la terraza en la que estábamos.

— Pues creo que, si quieres, puedes aliviarte. El camarero que está en la barra está muy bueno, y no nos ha quitado el ojo de encima…

Giré ligeramente la cabeza y miré en la dirección que Alicia me indicaba. Hasta ese momento, no me había dado cuenta del truco que había realizado mi subconsciente al quedar con mi amiga en aquella terraza, ¡era el pub de aquel moja—bragas!. Al ver que le miraba, esbozó una amplia sonrisa, y cayendo en lo cautivadora que era, se la devolví.

— ¡Vaya chulazo, nena! —dijo Alicia—. No es mi tipo, pero creo que es exactamente el tuyo. Voy a pagarte parte del enorme favor que te debo…

Y para mi asombro, Alicia se levantó y fue hacia la barra dejándome sola para observar cómo hablaban mirándome. Al poco volvió con una sonrisa de oreja a oreja.

— ¡Resulta que te conoce!. Dice que ahora no puede salir de la barra, pero que si vas para allá, estará encantado de darte lo que quieras.

— ¿Estás loca?, ¿pero qué le has dicho? —pregunté atónita.

— Que mi amiga estaba muy caliente y deseando echar un polvo… Te está esperando.

— Joder, Alicia, se te ha ido de las manos… Ya tuve un “encuentro” con ese tío, y es un moja-bragas prepotente…

— Bueno, tampoco tienes que hablar mucho con él. Anda, ve y quítate el calentón, que está bien bueno.

— No me lo puedo creer, Alicia… Voy a ir, pero para decirle cuatro palabras bien dichas a ese prepotente.

— Tranquila, tómate el tiempo que necesites, yo te espero aquí, no tengo prisa…

Fui hacia aquel que me esperaba en la barra del pub con una sexy sonrisa.

— Irina, guapa —le dijo a la camarera que nos había servido en la mesa—, controla esto y deja la terraza en autoservicio, que tengo que hacer un negocio —añadió, saliendo de la barra antes de que yo llegara a él.

Me fijé en la camarera a la que anteriormente no había prestado ninguna atención, la famosa Irina, la novia de Carlos, ¿habrían cortado?. Era una jovencita muy atractiva, de rasgos eslavos y mirada felina, cabello dorado y más bien bajita, pero muy bien proporcionada, una muñeca rusa. Al instante vino a mí el recuerdo de aquella frase dicha por aquel a quien me dirigía: “Tengo una camarera en el primer turno, una muñeca  rusa de 18 años llamada Irina a la que le encanta hacerme una mamada todas las mañanas”, y justo después acudió a mi mente el sonido de sus gemidos a través de los altavoces del ordenador de Pedro. Me calenté aún más, hasta el punto de sentir mis braguitas húmedas.

El dueño del pub me recibió abriéndome la puerta de la oficina con un arrogante: “Sabía que volverías”. En ese momento tuve ganas de darle un tortazo y soltarle cuatro verdades sobre su chulería y prepotencia, para marcharme dejándole con un palmo de narices, pero en cuanto la puerta se cerró tras nosotros, su innegable atractivo se grabó en mi retina y me descubrí mirando hacia su paquete. Una versión resumida de su frase se repitió en mi mente: «…a la que le encanta hacerme una mamada todas las mañanas», y acto seguido rememoré unas palabras de Alicia: «…y claro, no me puedo reprimir, me la como con ganas hasta que me termino el biberón». Sentí el coñito encharcado, y los labios secos.

— Quiero comerme tu polla —me sorprendí diciendo mientras me relamía.

— Toda tuya, preciosa —me contestó, desabrochándose el pantalón.

En contra de mí misma y mis principios, cediendo a la excitación y dejándome llevar por mi auténtico vicio, me puse sumisamente de rodillas y rodeé la rosada cabeza de aquella verga que aún no había tenido tiempo de alcanzar todo su esplendor. La succioné hacia el cálido interior de mi húmeda cavidad, y la degusté acariciándola con toda mi lengua mientras se endurecía y crecía dentro de mi boca. Me encantaba esa sensación, y el haber sucumbido al deseo ante aquel hombre cuya actitud despreciaba, me confirmaba como una verdadera adicta.

Chupé la polla con ganas, recreándome en sentir su dureza y longitud con mis labios recorriéndola de dentro a fuera, saboreando su piel y succionando glotonamente con mis carrillos hundidos para envolverla por completo mientras él gemía de gusto, haciéndome sentir poderosa, pues yo era la dueña de su placer. Quería comérmela más y más, degustarla entera, llevar a aquel moja-bragas al límite y hacerle explotar en mi boca regalándome el premio a mi destreza y dedicación, hasta dejarle seco.

Me entregué a hacerle la mejor mamada de su vida, con la que jamás me olvidaría entre sus múltiples conquistas, la mamada a partir de la cual el resto le parecerían insuficientes, pero cuando ya estaba casi a punto de correrse para mi deleite, su fanfarronería le condenó.

— ¡Joder, cómo la chupas!. Te vas a ganar mi mejor corrida… Uuuufffffff… Y  luego te vas a traer a esa amiguita tan rica, que creo que se ha quedado con las ganas, y os voy a dar bien a las dos…

Aquello me despertó de mi irracional vicio, y me sobrepuse a él detestando tanta soberbia. Hice una profunda y poderosa succión con la que casi hago que se corra, pero calculada para que faltase rematar, y me saqué la polla de la boca para ponerme en pie y mirarle directamente a su boquiabierto rostro.

— ¡Ni dos, ni una, cabronazo!. Esto te lo terminas tú solito pensando en mí.

Y sin darle tiempo a  reaccionar, abrí la puerta de la oficina de par en par y salí de allí con la cabeza bien alta, permitiendo a todos los clientes que en aquel momento estaban dentro del pub, ver al dueño con los pantalones bajados, la verga tiesa, y cara de gilipollas.

— ¡Qué rápido! —dijo Alicia al verme aparecer.

— Vámonos —le contesté—, estamos invitadas. Ahora te cuento…

Mi amiga me entendió perfectamente tras contarle toda la historia con sus precedentes, aunque omití que la camarera era la novia de un amigo de su hijo, y confirmó y aplaudió mis actos con un “Bien, hecho. Ese tipo de tíos se merecen una lección”.

Aquella noche, aunque inicialmente avergonzada por haber caído arrodillada ante aquel tipo, me sentí orgullosa de mí misma por haberme levantado y haberle dejado plantado sobreponiéndome a un vicio que parecía superior a mí. En adelante tendría que controlar mis impulsos sexuales, por muy atractivo que me pareciera el tío, no debía sucumbir siempre a mi cóctel hormonal, tenía que ser capaz de dominarme a mí misma para no perder las riendas de mi propia vida. Y si necesitaba desahogarme, un poco de autosatisfacción de vez en cuando podía ser muy relajante, por lo que antes de acostarme, me di un buen homenaje yo solita metida en mi jacuzzi.

Unos días después, en mi cada vez menos periódica visita al hospital para ver y hablar con Antonio, coincidí allí con Pedro. Al igual que su madre, me expresó su agradecimiento por aquella treta con la que había urdido que ambos satisficieran sus ocultos deseos, e igual que ella, me expresó lo feliz que era. Pero ahí quedó la cosa. Su antiguo deseo por mí estaba totalmente apaciguado, sin duda, dejaba toda su joven fogosidad en casa, y aunque en su lenguaje corporal descifré que seguía resultándole atractiva, ya no sentía la necesidad de tenerme. Era completamente fiel a su madre.

Se marchó pronto, dejándome a solas con Antonio. Para mí, aquel cuerpo tumbado ya no representaba la evidencia física de mi anterior vida. Ya nada tenía que ver con él, salvo las visitas que le hacía, y que lo habían convertido en un fiel amigo que siempre escuchaba, el único al que podía contarle todos y cada uno de mis secretos, con la confidencialidad que puede suponer el escribir en un diario. Tras cuatro meses descubriendo a Lucía, mi versión de Lucía, de una forma tan intensa, no quedaba nada de aquel veinteañero en mí.

La verdad es que era feliz con la vida que ahora tenía. En el trabajo me iba bien, era eficiente y resolutiva, ya no necesitaba echar mano de recuerdos ajenos, pues todo cuanto necesitaba podía obtenerlo por mí misma. Y era capaz de tener contento a Gerardo, el Director General de la empresa, a pesar de tener que darle continuamente capotazos ante sus insinuaciones para acostarme con él.

Y en el terreno personal mi felicidad era aún mayor. Tenía una nueva familia, con la que había superado una dura prueba sin más daños colaterales que unos buenos y excitantes recuerdos. Podía verles todas las semanas, sin necesidad de forzar nada, y aprender de mi hermana, que era como una madre para mí.

Tenía a Raquel, con quien sólo hablaba por teléfono, pero que seguía siendo una maravillosa amiga con la que bromeaba sobre cómo dejaríamos seco a su chico entre ambas cuando volvieran a visitarme.

También estaba Eva, con la que confraternizaba en las pausas del trabajo y con quien, de vez en cuando, quedaba para ir juntas de compras.

Y por encima de todos, estaba Alicia, quien se había convertido en una auténtica amiga del alma, aquella con la que podía hablar de lo que fuese y con quien compartía opinión sobre todas las cosas importantes de la vida. Teníamos nuestras diferencias, por supuesto, pero eso también enriquecía nuestra amistad, y el que fuera mayor que yo, y la gran madurez que su vida le había hecho adquirir, la convirtieron en una imprescindible consejera. Y lo mejor de todo, nos reíamos muchísimo juntas, nos divertíamos y nuestra complicidad parecía no tener límites. Y como muestra de ello, lo que me preparó una tarde de sábado:

Me llamó para que fuese urgentemente s su casa, diciéndome que tenía una sorpresa para mí. Cuando llegué, me dijo que Pedro se había ido de fin de semana con unos amigos, y que enseguida llegaría mi sorpresa. Yo no pude reprimir mi curiosidad, y finalmente tuvo que confesarme lo que me había preparado. Había llamado a Luis, el amigo de Pedro con el que ambas habíamos fantaseado una vez, para que fuese a su casa con la burda excusa de que le instalase unos programas en el ordenador.

— Yo ya estoy cumpliendo mis fantasías con Pedro, y no necesito nada más —me dijo—, así que es el momento de que tú realices aquella que imaginamos juntas con el protagonista de la misma, el yogurín salido.

— ¡Venga ya! —le dije— me estás tomando el pelo…

En ese momento sonó el telefonillo del portal, y antes de dirigirse a abrir, me indicó:

— Métete en la cocina y deja la puerta entreabierta. Tú podrás vernos pero nosotros a ti no. En aquella ocasión te dije que ese chico me desnuda con la mirada, así que déjame disfrutar un rato calentándole para ti antes de que te muestres.

— Pero, Alicia —le repliqué—. ¡Es que no me apetece nada!.

Y era cierto, el plan de mi amiga habría sido magnífico si no hubiera habido ya unos precedentes que ella no conocía. La experiencia con Luis, Carlos, y por supuesto, Pedro, había sido muy satisfactoria, pero no tenía ninguna gana de repetir con ninguno de ellos con el fin de que aquella pequeña orgía quedase como un gran recuerdo en mi memoria. Y me había propuesto el firme propósito de no ceder siempre a mis poderosos impulsos sexuales.

— ¡Pero, Lucía! —dijo mi amiga poniendo gesto contrariado—, si es un regalo para ti, lo tengo todo previsto… —añadió descolgando el telefonillo para pulsar el botón de apertura.

Luis ya subía por las escaleras, lo que me obligó a confesar de forma precipitada.

— Es que ya me lo tiré una vez, y no necesito complicaciones con un crío.

— ¡Qué zorra!, y no me lo habías contado…

— Lo siento, ocurrió antes de conocernos tú y yo, y es complicado…

— Bueno, tú sabrás… ¿y ahora qué hago con él?. Lucía, estoy a tope, pero yo no puedo…

Sonó el timbre de la puerta.

— Pues o le echas o le dejas pasar, y preferiría que no me viera —contesté.

— Métete en la cocina como te he dicho, improvisaré algo…

Fue a abrir la puerta y yo, aún sorprendida y  apenada por desbaratar los planes que mi amiga había preparado para mí con toda su buena intención, me metí en la cocina dejando la puerta tal y como me había dicho.

Al momento, entró Alicia en el salón caminando delante de Luis, y mi privilegiada perspectiva me permitió ver cómo este le miraba el culo sin perder detalle.

— Siéntate y tómate algo conmigo, no hay prisa —le dijo ante el evidente nerviosismo del joven.

Me dio la impresión de que Alicia quería ganar tiempo.

— Un café estará bien —dijo él.

— Espérame, que lo preparo.

Mi amiga vino a la cocina y cerró la puerta tras de sí.

— Ahora que le tengo ahí sentado —me dijo susurrando mientras preparaba el café—, no puedo dejar de darle vueltas a aquella fantasía. Lucía, estoy excitada, y creo que voy a jugar un poco con él…

— Tú verás lo que haces… —le contesté, también susurrando—. Pero ten en cuenta que quien juega con fuego se acaba quemando...

— No te preocupes, lo tengo todo bajo control. Ahora debo volver con mi invitado.

Se desabrochó dos botones de la blusa guiñándome un ojo y evidenciando un más que generoso escote, y con una deslumbrante sonrisa, Alicia salió de la cocina llevándose la bandeja con los cafés, dejando la puerta entreabierta para que yo pudiera mirar sin ser vista.

Colocó la bandeja sobre la mesa y le ofreció a Luis una de las tazas reclinándose hacia él. Al chico sólo le faltó meter la cabeza por la abertura de la blusa, con los ojos abiertos de par en par observando el buen par de tetas que aquel escote le mostraba. Mi amiga se tomó su tiempo sirviéndole el café de la jarra, la leche, e incluso el azúcar para permitir al joven regalarse la vista con sus encantos, y observé cómo Luis se relamía con su mirada perdida en aquel balcón.

Después, mi amiga se giró de forma algo exagerada, ya que realmente no le hacía falta, para servirse su café igualmente reclinada y arqueando ligeramente la espalda, de tal modo que le ofreció una privilegiada panorámica de su culito mientras repetía el pausado proceso de servir todos los ingredientes. Cuando al fin se sentó, pude volver a ver a Luis con auténtica cara de pervertido y un evidente abultamiento en su entrepierna.

Alicia sabía perfectamente cómo provocar a un hombre y, por supuesto, su postura al sentarse fue de lo más sensual. Cruzó la pierna más alejada del chico sobre la otra para mostrar el terso muslo a través de la raja de su falda, y giró su torso hacia él pasando un brazo por encima del sofá para que sus pechos se alzasen. Bebió de su taza llevándosela suavemente a la boca, y contemplé cómo el chico no perdía detalle de sus labios, indagaba en su pronunciado escote, y recorría el muslo desnudo con su mirada. La potente erección que Alicia le había provocado marcaba un llamativo paquete que mi amiga también miró sonriéndole.

— ¿Qué tal Pedro en la playa? —preguntó el chico casi sin voz, tratando de desviar la atención.

— He hablado con él por teléfono. Está encantado. Supongo que te dará pena no haber podido irte con ellos…

— Pues sí, pero es que ando un poquillo justo de pasta, y quiero comprarme un nuevo disco duro portátil.

— Entiendo. Lo bueno es que eso ha permitido que estés aquí conmigo… A solas…

Luis sonrió con nerviosismo, y Alicia se encendió un cigarrillo exhalando sensualmente su humo hacia el muchacho.

«Con eso le vas a matar, nena», dije para mis adentros. «Ese es el mayor fetiche de ese chico»

— No te molesta que fume, ¿verdad? —le dijo mi amiga con una seductora caída de pestañas.

— No, no, todo lo contrario. En realidad… me fascina.

— Ya veo… —contestó Alicia, recreándose al exhalar el humo en una fina columna blanca—. No eres el primer tío que conozco con esa… predilección.

Luis no perdía detalle de cómo la madre de su amigo se llevaba, con un grácil movimiento de mano, el cigarrillo a sus bonitos labios para darle una calada hundiendo sus carrillos y después soplar el blanquecino humo suavemente, poniendo “morritos”. Se la estaba comiendo con la mirada.

— ¿Quieres uno? —le ofreció ella indicándole el cigarrillo.

— No, gracias, no fumo— contestó él con una sonrisa—. No es nada sano…

— Lo sé, es un mal vicio, y yo debería dejarlo… Pero no quiero, debe ser que soy muy viciosa.

El chico resopló tirando inconscientemente de la cintura de su pantalón, como si quisiera aflojarlo.

— ¿Estás bien? —le preguntó Alicia, captando el gesto y mirando con descaro el abultado paquete del chico—. Creo que no estás muy cómodo.

— Sí, sí… estoy cómodo…

— Pues a mí no me lo parece —dijo ella, soplando el aromático humo hacia él— . Parece que te aprieta el pantalón… —añadió con una sonrisa de picardía—. ¿Puedes ponerte un momento en pie?.

— Yo… —dijo él, poniéndose colorado.

— Por favor… —añadió Alicia con un tono de voz de lo más sugerente.

El chico se puso en pie ante ella, tratando de disimular inútilmente su patente erección que, al levantarse del asiento, se evidenciaba delineando la forma de su miembro hinchado prolongándose hacia su pierna derecha ante la imposibilidad de alzarse por la opresión de la ropa.

— Mmmmm… Eso está mejor. Veo que realmente esos pantalones te aprietan mucho, ¿no? —le dijo acariciándose el cuello.

— Uf, Alicia…

— Y supongo que lo que ahí guardas —continuó— no es una pistola, aunque parece que está bien cargada…

Reclinándose hacia delante hasta que su cara casi topa con la entrepierna de Luis, apagó su cigarrillo sin ninguna prisa, dándole a él tiempo para que su imaginación volase viéndola en esa posición, y después volvió a echarse hacia atrás hasta apoyarse en el respaldo del sofá subiendo ambos brazos por encima del respaldo. Sus pechos se elevaron ensalzándose aún más, y la blusa se abrió mostrando un precioso y excitante busto.

Él, ante la evidencia de que mi amiga no estaba en absoluto escandalizada, se quitó la inicial vergüenza de encima y dio un paso lateral para quedarse justo ante ella. Ya estaba seguro de que aquella situación había sido buscada intencionadamente por la ardiente y sexy madurita que tenía ante él, la madre de su amigo a la que ya sólo le faltaba descruzar las piernas para sellar la invitación a que la tomara allí mismo.

— ¿Te refieres a esto, Alicia? —le dijo, recorriéndose la longitud de su abultamiento con la palma de la mano.

— Exactamente a eso. Pobrecito, si hasta te tiene que doler.

Mi amiga estaba yendo muy lejos, hasta yo me sentía seducida humedeciéndose mis braguitas. Estiró la pierna que tenía cruzada sobre la otra, y la puntera de su zapato de tacón alcanzó con suavidad el paquete del chico para recorrer la forma cilíndrica que se marcaba en el pantalón.

— Joder —dijo el joven— me estás poniendo cardiaco.

Alicia se mordió el labio inferior con un gesto de deseo contenido, y metió su pie entre las piernas del excitado chico hasta llegar a su culo y tirar de él, obligándole a quedarse pegado al sofá con las piernas abiertas, y entre ellas, las rodillas de mi amiga.

— Creo que deberías liberar esa presión y dejarme ver lo cardiaco que te estoy poniendo —le indicó, encendiéndose otro cigarrillo.

A Luis le faltó tiempo para cumplir con la sugerencia.

— Por supuesto, me va a reventar el pantalón por ti —contestó el muchacho, desabrochándoselo y bajándose el calzoncillo para que su polla dura y congestionada saltara como un resorte.

— Mmmmm… —dijo Alicia, dándole una profunda calada a su cigarrillo y soplando el cálido humo blanco hacia el trabuco que le apuntaba—. Esto está mucho mejor… Veo que el pantalón te ha provocado una hinchazón —añadió con sonrisa pícara.

— Uffff… —resopló él—. Esta hinchazón me la has provocado tú, que tienes un polvazo.

— No me digas… ¿Tengo un polvazo?.

Alicia recorrió su sensual cuerpo con la mano libre, partiendo de la rodilla que mostraba desnuda, subiendo por su abdomen, colándola por la abertura de la blusa acariciándose, y llegando hasta sus labios.

—¿Y tú quieres echarme ese polvazo?.

— Joder, Alicia… —contestó él con las manos en las caderas—. Mira cómo me tienes, quiero follarte salvajemente, empezando por meterte la polla entre esos labios que me están torturando…

— ¿Quieres que te la bese? —preguntó ella, pasándose la lengua por los labios— Tienes la punta húmeda…

— Uuufffff… Claro que sí, me vuelven loco tus labios… Ahora no puedo pensar en más que en follármelos…

— ¿Entonces quieres meterme la polla en la boca?. Mmmmmm… —gimió, besando la boquilla de su cigarrillo—. Lo que quieres es que te haga una mamada —sentenció, soplando el humo hacia él.

— Dios, lo estoy deseando, me duelen los huevos ya…

— Pobrecito… Y con lo que me gusta comerme cosas bien duras… Creo que los dos queremos lo mismo. Te voy a mamar la polla hasta que te corras en mi boca. Quiero que me la llenes con tu leche para que me la trague toda.

— Diossssss… —contestó el muchacho, apretando los dientes.

Alicia volvió a llevarse la boquilla del cigarrillo a los labios y dio una profunda calada con la que sus carrillos se hundieron de forma evocadora;  lo apagó en el cenicero que había dejado a su lado, y exhaló reclinándose hacia delante, envolviendo aquella estaca en neblina mientras sus labios se acercaban lentamente a ella formando una “o”.

«¡Se la va a comer!», pensé. «¡Ha jugado tanto que al final ha caído en su propio juego!»

A escasos centímetros de alcanzar el húmedo glande que le esperaba, mi amiga se detuvo un instante para mirar a los ojos al joven, colocándose un mechón de cabello tras la oreja para que Luis pudiese ver su expresión de puro vicio, y reanudó su avance manteniendo la mirada.

— ¡¡¡Ooooohh!!! —gimió el chico.

Un borbotón de espeso líquido blanco salió disparado de la punta de su polla y se estrelló contra los rosados labios de Alicia, quien en lugar de mostrar sorpresa, cerró la boca para recibir el resto de eyaculación sobre sus labios, cuello y escote hasta que el muchacho terminó de correrse.

«¡Vaya con la experta en yogurines!», pensé. «¡Es mi heroína!».

Alicia había sido capaz de calentar tanto a Luis, que había conseguido que se corriera sin tocarle más que con un ligero roce de zapato. Le había llevado hasta tal punto, que le había provocado un orgasmo espontáneo y en el preciso instante que ella había querido. Había cumplido la fantasía de que Luis se corriera sobre ella sin que él llegase a tocarla ni a masturbarse, y lo había conseguido con su capacidad de seducción y provocación, hasta culminar con una última y magistral maniobra. Admiré a mi amiga más aún de lo que ya la admiraba, y reí para mis adentros pensando en que ese chico debería convertirse en actor porno, dado su historial de correrse en la cara de sus parejas.

— Joder, Alicia… —dijo Luis cuando concluyó  su polución, con la punta de su verga aún goteando.

Mi amiga se relamió los labios, y se echó hacia atrás con un gesto de sorpresa e indignación.

— Chico, ¡te me has corrido en la cara antes de que pudiera hacerte nada!.

— Yo… es que… Me has puesto a mil…

— Ya, ya lo he notado bien. ¡Mira cómo me has puesto! —contestó Alicia, mostrando los regueros de semen de su barbilla, cuello y escote—. Pues hasta aquí hemos llegado.

Levantándose desairada, mi amiga se fue ante el aparador donde guardaba la cristalería, justo al lado de la puerta de la cocina. Miró su reflejo en los cristales de la vitrina, y le vi sonreír demostrándome que aquello era puro teatro.

— Será mejor que te marches —le dijo, cruzando los brazos de espaldas a él.

— Pero… esto no puede quedar así…

El miembro del chico aún seguía tremendamente erecto, y por experiencia propia, yo sabía que aún tenía mucho más que ofrecer. Para él eso sólo había sido un precipitado prólogo.

Sin darse la vuelta para mirarle, marcando cadera ladeándola, y tratando de aparentar auténtico enfado a pesar de apenas poder ocultar su sonrisa, Alicia le espetó:

— ¿Te parece poco haberte corrido en la cara de la madre de tu amigo?. Enfunda, pistolero, y márchate. Ya no puedes follar conmigo, Billy El Niño...

Vi cómo el muchacho cogía sus calzoncillos para subírselos, pero las palabras de Alicia le hicieron mella y levantó la cabeza para mirarla. Observé cómo le brillaron los ojos al contemplar la marcada curva de su cintura y cadera, y en lugar de subirse la ropa, se la bajó del todo deshaciéndose de ella con su mirada fija en el redondo culo de la madre de su amigo. Con dos rápidas y largas zancadas alcanzó a Alicia para tomarla por las caderas apretando su inhiesto miembro contra sus nalgas. Ahora estaba tan cerca de mí, que incluso podía escuchar su excitada respiración.

— No voy a marcharme, mira cómo me tienes —le susurró a mi amiga—. Todavía tengo mucho para ti

Alicia fue cogida por sorpresa, y tuve la impresión de que aquello no entraba en sus planes. Yo pensé que, tras correrse de forma tan impetuosa y tras el rechazo de mi amiga, el chico se marcharía avergonzado. Pero no era así, sentía su orgullo herido, quería más y ya estaba preparado para obtenerlo.

— Luis… —dijo ella, tomando sus manos y moviendo sus caderas para liberarse.

Pero fue en vano, el chico la tenía bien sujeta, y lo único que consiguió fue restregar su trasero contra la dura polla del muchacho. Vi cómo se mordía el labio y un gemido inconsciente se le escapaba. Mi amiga estaba excitada, tanto como él, y su fachada estaba a punto de desmoronarse.

— No deberías hacer esto… —añadió, moviéndose y sintiendo aquella pértiga aún más.

— Tú no deberías haberme puesto así… —contestó él subiéndole la falda para agarrarle con fuerza el culo desnudo—. Con que Billy El Niño, ¿eh?. Ahora te vas a enterar…

— No, Luis, por favor… Soy la madre de tu amigo… y… tengo pareja…

La verga de Luis presionaba la tira del tanga entre sus glúteos, y vi cómo eso derretía a mi amiga, que apretaba con más fuerza las manos del chico, pero no para apartarlas, sino para que volviese a sujetarla por las caderas. Estaba teniendo la misma lucha interna que yo había tenido en una ocasión, la lucha entre hacer lo correcto o ceder al deseo.

— Que tengas novio y que seas la madre de Pedro me pone más bruto aún —contestó él, bajándole el tanga—. ¡Te voy a follar ahora mismo!.

— ¡No, suéltame! —exclamó ella.

— ¡Te la voy a clavar!.

Aquello fue más que suficiente para mí, Alicia iba a ser forzada y yo no lo podía permitir. Di un paso saliendo de la cocina, preparada para abalanzarme sobre el joven, pero mi amiga me vio, y negó con la cabeza.

— ¡No lo hagas! —exclamó, guiñándome un ojo.

Apoyó sus manos sobre el aparador y se reclinó lo suficiente como para facilitarle la maniobra a aquel que la tenía sujeta por detrás. Yo retrocedí sorprendida, entrando nuevamente en la cocina, y saliendo de su ángulo visual.

— Tu boca dice una cosa y tu cuerpo la contraria —contestó Luis, empujando con su pelvis.

— Uuuumm —gimió mi amiga cuando el glande del chico se deslizó entres sus glúteos, llegando hasta su húmedo coñito—. No me metas toda la polla… ¡Aaaahh! —gritó de placer cuando esa redonda cabeza se coló entre sus labios vaginales y penetró en su cueva de las delicias.

Escuchando cómo ella había disfrutado de la penetración, Luis se afianzó tirando de sus caderas para metérsela a fondo, y gruñó triunfalmente con ella.

— ¡Diossssss, qué caliente estás! —le dijo subiendo sus manos, recorriendo las femeninas curvas para llegar a los pechos y estrujarlos—. Te voy a follar como nunca te han follado.

Le abrió la blusa haciendo saltar los botones que quedaban abrochados, y Alicia, completamente entregada, se la sacó. Luis se echó un poco hacia atrás, y volvió a empujar con fuerza, arrancándole un exquisito gemido a su sometida. Le desabrochó el sujetador, y ella se deshizo de él para que Luis pudiera sujetarla de los pechos desnudos, apretándoselos mientras, golpe a golpe, le metía su joven polla a aquella seductora madurita.

Alicia gemía disfrutando del ímpetu del chico. Era más que evidente que estaba tan excitada que en cualquier momento alcanzaría el orgasmo, aquel muchacho le ponía tanto como ella a él. Mi amiga le había llevado tan al límite, que a pesar de acabar de correrse sobre ella, Luis había permanecido tan excitado como para sentir el impulso irrefrenable de tomarla de inmediato.

Escuchando sus gemidos y viendo cómo gozaba de la forma en que el joven la estaba poseyendo, tuve una revelación. Alicia no había sido cogida por sorpresa, ella esperaba esa reacción porque ella la había provocado. No se había marchado rápidamente para limpiarse, se había quedado mirando el reflejo en la cristalera del aparador, pero no el suyo, sino el de Luis para vigilar sus reacciones, dándole la espalda en una postura que subrayase sus formas para que este no pudiera dejar de desearla. Y la forma en que le había dicho que se marchara, no había sido más que otra provocación.

Mi amiga era más manipuladora de lo que yo había imaginado, y no es que él hubiera ido a forzarla y ella acabase rindiéndose, sino que esa había sido su intención desde el primer momento, había jugado con su juventud y excitación para obtener exactamente lo que quería.

Y entonces tuve una revelación aún mayor: lo que a Alicia realmente le gustaba era seducir y gozar con jovencitos, ser su musa. Todas las piezas encajaron en mi mente.

Recordé cómo me había desvirgado cuando yo aún era un adolescente llamado Antonio, y entonces me di cuenta de que aquel encuentro no había sido fortuito, ella lo había preparado. Y entonces estuve casi segura de que la historia con su hijo Pedro no había surgido por casualidad. Ella le había moldeado y seducido desde que había alcanzado la pubertad para convertirse en su fantasía adolescente, y el chico había sido presa fácil para sus encantos. Sólo había necesitado un detonante para tenerle sin remordimientos por dar el último paso, y ese detonante había sido yo.

Ahora, añadía una nueva conquista a su currículo, Luis. Llegué a la conclusión de que su historial con jovencitos no acababa en los tres que yo sabía; había descubierto la verdadera inclinación de mi amiga, y cuando en su día me dijo que pretendientes no le faltaban, y que tenía “cosillas por ahí”, se refería a algunos cuasi-adolescentes a los que había desvirgado, o por lo menos, dado un buen repaso.

Por un momento me sentí utilizada por Alicia como una pieza más en su juego por conseguir tirarse al jovencito que vivía con ella, su propio hijo, y como una excusa para conseguir, también, al jovencito con el que en aquel momento se estaba desfogando. Pero enseguida dejé aparcado ese sentimiento, centrándome en la maravillosa amistad que me había unido a ella. Esa amistad era verdadera e inquebrantable, aunque cada una tuviese sus propios secretos, a cada cual más turbio. Y si su preferencia era acostarse con jovencitos inmaduros, yo no podía juzgarle por hacer todo lo posible por conseguirlo sin sentirse culpable. Hasta donde yo sabía, sus conquistas siempre habían superado los dieciocho años, por lo que era muy libre de hacer lo que quisiera con ellos. Así que me deleité observando cómo obtenía lo que había buscado.

Con las manos sobre el aparador, seguía aguantando los envites de Luis, que empujaba una y otra vez sin dejar de estrujarle los pechos. Los jadeos femeninos iban aumentando de intensidad, y pronto comenzaron a convertirse en aullidos de placer, hasta que con uno de esos aullidos, más largo y profundo, mi amiga nos hizo saber a su amante y a mí que había alcanzado el orgasmo.

— ¿Lo ves? —le dijo él, deteniendo sus acometidas—. Tanto negarte y lo estabas deseando, te has corrido enseguida.

— Eres un cabrón —le contestó ella, mirando aún hacia arriba y recuperando el aliento, aunque yo le vi sonreír—. Me has obligado… Y seguro que no te conformarás con que me haya corrido una vez…

Me quedé fascinada con la facilidad con que ella le manipulaba.

—¡Pues claro que no!. Yo aún tengo para rato, y no pienso parar de follarte hasta llenarte con mi lefa…

Luis la obligó a agacharse aún más y, sujetándole firmemente las caderas, siguió metiéndole la polla más y más, mientras en la cara de mi amiga se dibujaba una sonrisa de satisfacción.

El polvo se volvió más intenso. El chico montó a mi amiga como si fuera un yegua salvaje, embistiéndola desde atrás mientras ella misma se movía ensartándose en el pétreo miembro del joven, con sus pechos colgando y bailando al ritmo de sus caderas. El constante golpeteo de la pelvis masculina en el culito de mi amiga se convirtió en un redoble de tambor por su fiereza y velocidad, siendo acompañado por los gruñidos de placer y esfuerzo del macho, y los gemidos y aullidos de la hembra.

Como una perra en celo por lo que veía y escuchaba, miré desesperada a mi alrededor. Necesitaba liberar mi propia tensión sexual, y ansiaba tanto el ser penetrada, que mis dedos no me parecían suficientes.

Sobre la encimera de la cocina vi un frutero de decoración, con piezas de cristal macizo. Sin dudarlo, cogí un evocador plátano y me lo llevé a la boca para comprobar su posible utilidad. Lo chupé sintiendo la frialdad del cristal, pero también su suavidad. No pude aguantar más, y me lo introduje en mi encharcado coñito para masturbarme con él, siguiendo el hipnótico ritmo del balanceo de la pareja y el compás de sus gemidos, gruñidos y choque pelvis-culo.

Aunque un poco frío al principio, el traslúcido plátano enseguida cogió temperatura con mi calor interno, y el suave tacto de su pulida superficie lo hacía deslizarse dentro de mí sin ninguna dificultad. Aunque su grosor no era cuanto me hubiese gustado, sí era el suficiente como para estimular mis paredes internas y que estas se contrajesen apretando el duro material, lo cual, añadido a la suficiente longitud como para meterme un buen trozo sin dejar de sujetarlo, y la ligera curvatura de su forma, lo convirtieron en el juguete casi perfecto.

Luis había bajado la velocidad de sus envites, y recorriendo la sinuosa cintura de Alicia con sus manos, le obligó a incorporarse para volver a estrujarle las tetas mientras ella marcaba un nuevo ritmo de penetración más pausado y profundo, reculando y disfrutando del masaje en sus pechos.

— Qué maravilla de tetas tienes —oí que el chico le decía—. Llevo mirándotelas y deseándolas desde secundaria, nunca pensé que podría tenerlas en mis manos… Todo el mundo debería tener un amigo con una madre como tú…

— No hay madres como yo…

Desde mi perspectiva, podía ver cómo una mojada porción de la polla del chico aparecía y desaparecía en la entrepierna de mi amiga, y volvía a acelerarse haciendo que mi propia mano cobrase más velocidad para que el plátano de cristal me hiciese jadear en silencio. Ver toda la tensión en el cuerpo del muchacho, y el goce de Alicia, me hicieron desear alcanzar el orgasmo para mi propia relajación, así que me saqué el improvisado juguete del coño y me lo metí suavemente por el culo, provocándome un repentino orgasmo que me hizo gemir sin poder evitarlo.

Tuve suerte, Luis no pudo oírme, porque en ese preciso instante él se corrió de forma explosiva derramando su cálida esencia en el interior de Alicia, gruñendo como un animal, y eso provocó un nuevo clímax de mi amiga que le hizo aullar hasta quedarse sin aliento. Entre ambos ensordecieron mi propio éxtasis.

Me saqué el plátano y lo dejé en el fregadero, ya le explicaría a mi amiga la maravillosa utilidad que le había encontrado. Mientras, la pareja se separó y,  por fin, mi amiga se dio la vuelta para darle un tórrido beso al jovencito que acababa de poseerla salvajemente.

— Este será nuestro secreto —le susurró—. Si lo guardas bien, tal vez podamos repetir…

— Ufffff, Alicia —resopló—. Nada me gustaría más…

— Ahora sí que tienes que marcharte.

Mi amiga recompuso su ropa como pudo, quedándose con la blusa abierta, y él se vistió y se marchó cumpliendo sus deseos.

— Se te ha ido un poco de las manos, ¿no? —dije, saliendo de la cocina—. Sólo ibas a calentarle un poco y jugar con él…

— Sí —contestó ella entre risas—, pero es que estos yogurines son mi debilidad… Están tan ricos, y tan salidos… Se corren enseguida, pero si sabes manejarlos, son unos amantes incansables… De esto, ni “mú” a Pedro —me advirtió.

— Pues claro que no, somos amigas —le contesté con una amplia sonrisa y aceptando el cigarrillo que me ofrecía—. Por cierto, tengo que decirte algo de la fruta de adorno que tienes en la cocina…

Durante un buen rato charlamos y reímos juntas sobre lo que acababa de ocurrir y mi encerramiento en la cocina. Le expresé a mi amiga mi admiración por cómo había sido capaz de provocar al chico hasta conseguir lo que había conseguido, y ella no le dio ninguna importancia argumentando que los chicos que apenas llegaban a los veinte eran muy fáciles.

Omití que había descubierto su marcada preferencia en cuanto a sus parejas, puesto que sospechaba que era el resultado de haber sido abandonada tan joven por un chico de esa edad, y haber visto hipotecada su juventud haciéndose cargo del hijo de ambos. Y, por supuesto, por el bien de la amistad con la que tan a gusto me encontraba, no le dije que había llegado a la conclusión de que en realidad había moldeado a su hijo desde su despertar a la sexualidad para que deseara a su propia madre. Aquello me lo quedaría para mí como nota mental.

No quise juzgarle, y opté por apoyarle, puesto que ambos eran felices. La confianza y complicidad entre mi amiga y yo, a partir de aquel día, alcanzó su grado máximo.

Fruto del descubrimiento de los verdaderos deseos de Alicia, empecé a pensar que mi transformación en Lucía no había sido únicamente para cambiar drásticamente mi vida y darme la oportunidad de ser feliz con una completamente distinta, sino que, si cuanto había ocurrido tenía algún sentido trascendental, ese sería el hacer feliz a las personas con las que me encontrase en mi camino, actuando como catalizador para provocar una reacción en cadena que les llevase a cumplir sus deseos, al menos en el terreno sexual, uno de los pilares de la vida.

 

16

Aunque llevaba una vida personal rica y variada, infinitamente más rica y variada de lo que había sido la de la Lucía original, el trabajo ocupaba una gran parte de mi tiempo.

Sé que podría dar una impresión equivocada, por sólo relatar mis recuerdos más extraños o más gratificantes pero, en realidad, la mayor parte de mi nueva vida la pasaba inmersa en el trabajo, con agotadoras jornadas desde las ocho de la mañana que fácilmente se prolongaban hasta las ocho de la tarde, con apenas una hora para comer y veinte minutos para el café matutino.

Me pasaba la mayoría de mañanas de reunión en reunión o enganchada al teléfono, por lo que tenía que emplear las tardes en revisar la ingente cantidad de correos electrónicos diarios, planificar el trabajo y las estrategias a seguir, y preparar las reuniones del día siguiente.

Todo eso era increíblemente estresante, pero ya me había acostumbrado, gracias, sobre todo, a mi capacidad para olvidarme del trabajo en cuanto tenía tiempo de asueto, y para ello, todas mis experiencias sexuales habían resultado de lo más efectivas, despejando mi mente y haciendo desaparecer el estrés gozando de mi nueva condición. Tal vez eso fuera lo que le había faltado a Lucía antes de convertirme yo en ella, no había conseguido abstraerse del trabajo, siempre pensando en él. Sin duda, tendría que haber follado más y con más intensidad.

Pero lo de evadirme del trabajo me fue imposible durante una temporada, puesto que como estrategia de ampliación de negocio y expansión hacia nuevos mercados, la junta directiva de la empresa, yo incluida, decidió abrir una sucursal en China, concretamente en Shanghái. Todo estaba preparado, con el personal  chino seleccionado y entrenado por nuestro departamento de formación, con algunos de nuestros mandos intermedios habiendo pasado allí estancias, y con su propio equipo directivo ya estructurado para comenzar a funcionar. Y sólo faltaba un detalle, mi estancia en China para supervisar, durante algo más de mes y medio, los inicios de la aventura empresarial.

Me trasladé a Shanghái para vivir en un buen hotel durante las siete semanas que tenía por delante aunque, prácticamente, sólo lo pisaría para dormir, pues debía aprovechar al máximo mi presencia en la nueva sucursal, de tal modo que, a posteriori, no hiciera falta más que alguna visita puntual.

Ya instalada e incorporada al equipo chino, cuando llegaba al hotel, antes de meterme en la cama, tan sólo tenía tiempo de pedir algo para cenar y escribir mensajes con el móvil a mi hermana y amigas, puesto que la diferencia horaria hacía difícil hablar directamente con ellas. Incluso, los fines de semana que tenía para pasar allí, ya los tenía programados para visitar a clientes y potenciales clientes, tanto del país, como de Corea del Sur y Japón.

La primera semana fue muy dura, trabajando codo con codo con mis colegas chinos, asesorándoles en la política de la empresa y las estrategias comerciales de la misma para conseguir una posición en China y otros países de la región. Y el fin de semana fue agotador, con una visita relámpago a Tokio para afianzar los contactos que durante meses habíamos establecido con futuros clientes japoneses. Y cuando, al fin, regresé a mi hotel el domingo por la noche, al conectar mi móvil a internet, entre los mensajes de mi hermana, Alicia y Raquel, encontré uno de Pedro que me puso los pelos de punta:

— Hola, Lucía. Ya me ha dicho Alicia que estás de viaje, pero me dijiste que si había alguna novedad te avisara. ¡Antonio ha despertado!.

Aún tienen que hacerle pruebas, pero parece que está bien, un poco desorientado y débil por haber estado casi cinco meses en coma, pero bien.

No me han dejado entrar a verle, solo les han permitido el paso a sus padres, pero mañana ya podré visitarle.

Besos.

El móvil me tembló en la mano y me sentí mareada. No podía creer lo que estaba leyendo, ¿cómo era posible?. Mi primer impulso fue llamar a Pedro, pero enseguida me di cuenta de que no sabría qué decir. Me quedé bloqueada ante la apabullante cantidad de preguntas que se agolparon en mi mente, aunque una de ellas destacaba por encima del resto: «¿quién es el Antonio que ha despertado?».

Sabía la respuesta de antemano: «si yo ahora soy Lucía, entonces él…». Ni me atrevía a materializar el pensamiento, como si el hacerlo lo convirtiera en real y el eludirlo pudiera servir para descartarlo, pero sabía que era la única posibilidad lógica dentro de la locura que era todo cuanto había ocurrido.

Con las manos temblorosas, conseguí escribirle un mensaje a Pedro agradeciéndole el aviso, y le pedí que, cuando supiera algo más, me escribiese.

Para que no se preocupasen por la falta de respuesta, escribí a mi hermana y amigas diciéndoles que estaba de vuelta en Shanghái, que estaba agotada del viaje y que ya les contestaría con más tranquilidad.

Aquella noche no habría podido pegar ojo por el bullicio de preguntas y temores en mi cabeza, pero el cansancio acumulado por el intenso fin de semana fue mi aliado, sumiéndome en un profundo sueño para que pudiera afrontar la noticia con un nuevo amanecer.

El día se me hizo eterno, ocupada con el trabajo pero con la cabeza a miles de kilómetros de donde físicamente me encontraba. Para evitar distraerme aún más, había dejado intencionadamente el móvil personal en el hotel, pero no veía el momento de que la jornada acabase para volver a mi habitación y encenderlo ansiando nuevas noticias.

Apenas tuve tiempo de quitarme los zapatos y dejar el maletín de trabajo tirado en el sofá de la confortable habitación. Encendí el móvil, y en cuanto cogió la red del hotel, los mensajes de Pedro lo hicieron sonar:

Hola, Lucía. Hoy he podido ver a Pedro. Los médicos le están haciendo pruebas mentales para ver si el accidente o el coma le han dejado secuelas, aunque todo parece indicar que no. Yo le he visto muy bien,  sólo tiene las típicas lagunas por haber estado tanto tiempo ausente, así que le han dicho que se lo tome con calma.

Si todo está tan bien como parece, en un par de días le darán el alta, aunque aún tendrá que ir mucho al hospital para hacer rehabilitación intensiva.

No sé quién se lo habrá dicho, pero sabe que nos conocimos y me ha preguntado por ti. Le he dicho que vas a estar fuera bastante tiempo. Está deseando hablar contigo.

Besos.

Lo que leí, lejos de calmarme, me puso aún más nerviosa. Si Antonio le había preguntado a su amigo por mí, no había ninguna duda: Antonio era la persona cuyo cuerpo y vida yo había ocupado. Él era la antigua Lucía como yo era el antiguo Antonio. Mis peliculeras sospechas se habían confirmado, ¡nos habíamos intercambiado!.

Tenía que volver a casa, tenía que hablar imperiosamente con ella/él. Estaría tan confusa/o como yo lo estuve al principio, hasta que fui asimilando mi nueva identidad para hacerla completamente mía. Tomé la decisión de quedarme un par de días en Shanghái para dejar todo lo más atado posible, y volver a casa argumentando una circunstancia personal de máxima gravedad.

Contesté a Pedro agradeciéndole la información, y le pedí que le dijese a Antonio que iba a anticipar mi regreso a casa para llegar en tres días y poder ir a verle cuanto antes.

Al día siguiente, a primera hora, le comuniqué por mail a Gerardo que debía volver a casa por un asunto ineludible, y también se lo expliqué a mis colegas chinos, quienes mostraron su desconcierto y decepción. Gerardo no tardó en llamarme para pedirme más explicaciones, la empresa se estaba jugando mucho, y sólo mi presencia en China le tranquilizaba a él y a los inversores. Tuve que inventarme una historia de grave enfermedad de un amigo, con pronóstico mortal, y tuve que prometer que, en cuanto acabase todo, volvería a Shanghái para continuar con mi trabajo.

Por la noche, al encender el móvil personal, tuve nuevos mensajes de Pedro:

Hola, Lucía. Esta mañana he vuelto a ver a Antonio, y me ha pedido que te diga que no te juegues tu carrera por volver a casa antes de tiempo, que ya tendréis tiempo para hablar y que prefiere que por el momento no os veáis. También me ha dicho que, en cuanto pueda, te escribirá él mismo.

No lo entiendo, Lucía, ¿pero qué hay entre vosotros?. Él no me lo ha querido decir. ¿Estabais juntos en secreto?.

Me quedé perpleja, aunque pensándolo con más frialdad, llegué a la conclusión de que Antonio tenía razón. No debía jugarme mi futuro ni el de la empresa, y la distancia y el tiempo nos ayudarían a los dos a pensar antes de enfrentarnos cara a cara, lo cual podría ser un auténtico shock. Es cierto que yo ya le había visto muchas veces en el hospital, pero siempre le había visto como a una carcasa vacía, y ahora la realidad era muy diferente, algo sobrenatural para lo que tendríamos que estar preparados mentalmente, especialmente ella/él, que llevaba varios meses de desventaja. Y si quería tener contacto conmigo a través de mensajes, tal vez sirviera para preparar el terreno ante el inevitable encuentro que tendríamos que tener.

Volví a agradecer a Pedro su ayuda y le pedí disculpas por haberle utilizado de mensajero. Y, obviando sus preguntas, le pedí que cuidase de su madre y siguiera haciéndola feliz, lo cual ya sabía que hacía por los mensajes que mi amiga me mandaba.

Los chinos alucinaron al anunciarles que, definitivamente, me quedaría con ellos como había estado previsto. Se sintieron aliviados, en especial mi equivalente en la sucursal. Pero quien respiró mucho más tranquilo fue Gerardo, cuando se lo dije directamente por teléfono. Al Director General tuve que contarle el extraño caso de cómo mi amigo había sido mal diagnosticado por un garrafal error médico, y que con tratamiento se repondría.

Pasé tres días enfrascada en el trabajo sin tener más noticias de Antonio cuando llegaba al hotel, por lo que mi nerviosismo iba en aumento y varias veces estuve a punto de reservar un billete de avión. Hasta que, al cuarto día, al encender un momento el teléfono por la mañana antes de ir a trabajar, recibí varios mensajes de un número que no tenía almacenado en la memoria de mi móvil, pero que conocía perfectamente, era el número de mi anterior móvil, el que ahora pertenecía a Antonio.

Hola. La verdad es que no sé cómo dirigirme a ti… Sé que estás a miles de kilómetros de aquí, y tal vez eso facilite este trago.

Hoy me han dado el alta en el hospital, y aunque llevo tres días haciendo rehabilitación, aún necesito ayuda para moverme. Tus padres… Mis padres son encantadores, y me están ayudando mucho.

Tengo todo el cuerpo dolorido, un cuerpo que aún no entiendo, aunque no lo estoy llevando del todo mal porque creo que es un pequeño precio por haber vuelto a nacer.  Porque eso es lo que ha pasado, ¿no?. Tú y yo hemos vuelto a nacer. Tenemos tanto de qué hablar…

Espero tu respuesta.

Las lágrimas se agolparon en mis azules ojos, rebosando hasta resbalar por mis mejillas. Eran lágrimas de dolor por el recordatorio de la familia que había dejado atrás, pero también eran lágrimas de miedo, por la incertidumbre de lo que podría pasar; lágrimas de culpabilidad, por haber usurpado la vida de aquella que ahora me escribía como hombre., y también eran lágrimas de alegría, porque ella/él aparentaba más entereza de la que yo había tenido cuando desperté en su situación, no parecía guardarme rencor.

Reponiéndome del cúmulo de sensaciones, y tras respirar hondo, le contesté, imaginando que no vería mi respuesta hasta la hora de levantarse en España.

Hola. Imagino el shock que habrá sido despertar y encontrarte así, porque yo pasé por lo mismo.

Sin duda,  ambos hemos vuelto a nacer, aunque yo ya he tenido tiempo de digerirlo. Supongo que tendrás un millón de preguntas, y yo no podré contestarte a casi ninguna. No sé cómo ni por qué ha pasado esto, lo único que sé es que estoy viviendo la que era tu vida, y he hecho cambios… Y tú tendrás que vivir la que yo dejé en aquel hospital.

Ahora yo soy Lucía, y tú Antonio, y no hay vuelta atrás.

Espero que no estés sufriendo.

Me fui a trabajar, y tuve que ser disciplinada para centrarme en lo que estaba haciendo. Por suerte, el tener que comunicarme en inglés me obligaba a esforzarme, y eso hacía más sencillo apartar mis pensamientos personales para dar cabida solo a los profesionales. Y más teniendo en cuenta que para ese día tenía que realizar un par de presentaciones.

Al concluir la jornada, me despedí de mi homólogo chino, quien era el único que quedaba en la oficina, pero cuando ya estaba en la calle, a punto de tomar un taxi, me di cuenta de que las prisas por llegar al hotel para mirar el móvil me habían hecho olvidar el maletín, por lo que volví por él. Al llegar nuevamente a la última planta del edificio, vi que el subdirector chino estaba sentado en la sala de reuniones viendo un vídeo reproducido por el proyector en la pantalla gigante. Con curiosidad, me acerqué a la puerta, y comprobé que era el vídeo que habían grabado de mi última presentación.

«¡Cómo es esta gente!», pensé. «Realmente viven para trabajar».

Mi homólogo parecía seguir la presentación con gran interés, aunque le noté inquieto. Así que decidí acercarme a él para preguntarle si le había quedado alguna duda o había algo que no le parecía adecuado para aplicarlo en su país. Para no asustarle por mi irrupción desde atrás, directamente le rodeé para saludarle mostrándome ante él, y entonces descubrí la causa de su inquietud. Aquel chino cuarentón tenía los pantalones y los calzoncillos por las rodillas, y empuñaba con fruición su polla, pajeándose con mi imagen proyectada en la pantalla gigante.

— ¡Lucíaaaaahh…! —exclamó, corriéndose en aquel preciso instante.

El denso líquido blanco embadurnó su mano, y en su rostro se dibujó un gesto mezcla de satisfacción y vergüenza. No pude evitarlo, me partí de risa. La risa más sincera que tuve durante toda mi estancia en aquel país, y que me sirvió para descargarme de gran cantidad de la tensión acumulada.

— Veo que te ha gustado mucho mi presentación —le dije entre risas—. Espero que las próximas te resulten tan satisfactorias…

A pesar de la vergüenza, él también se echó a reír, y todo quedó en aquella anécdota. Aquel hombre estaba felizmente casado, y además no me atraía nada, por lo que aquella fue mi única experiencia sexual en China. Nunca lo mencionamos, y actuamos como si nunca hubiera pasado, aunque reconozco que me gustó sentirme deseada incluso en aquellas latitudes.

Ya en el hotel con mi maletín, enseguida encendí el móvil. Tenía mensajes de Alicia y mi hermana, pero los dejé para después, los que más me interesaban eran los de Antonio, a quien ya había incluido en mi agenda de contactos.

Lucía (aún se me hace un poco extraño referirme a ti por mi antiguo nombre), la verdad es que no ha sido ningún shock el despertarme y verme así.

Me quedé atónita, y seguí leyendo.

Durante el tiempo que he estado en coma, he saltado de sueño en sueño, a cada cual más peculiar. Pero lo más extraño es que, de vez en cuando, estaba consciente, aunque no pudiera dar ninguna señal de ello. Y en esos momentos de consciencia escuchaba mi voz, tu voz, contándome cada experiencia que habías vivido, cada sentimiento, cada sensación… Y después, un torrente de recuerdos de tu anterior ser, mi nuevo ser, acudía a mi mente hasta desbordarla y sumirme nuevamente en un profundo sueño.

Te aseguro que cuando desperté, sabía perfectamente cuál era mi nueva realidad, y para nada estoy sufriendo. Es más, afronto mi nueva vida como un reto, y con ilusión, así que no tienes que preocuparte por lo que hayas hecho o dejado de hacer, porque como tú has dicho: ahora tú eres Lucía, y yo soy Antonio, y no hay vuelta atrás.

Seguiremos hablando.

Leí y releí los mensajes, como si en ellos pudiera encontrar algo que se me hubiese escapado. Y tras cada lectura, siempre llegué a la misma conclusión: la antigua Lucía ya no existía, se había convertido en Antonio y ya lo tenía perfectamente asumido, y además lo sabía todo de mí.

Tras un largo día de agotador trabajo, incluyendo la curiosa anécdota con el subdirector chino, no me sentía preparada para contestar. Mi cerebro ya había sido sometido a demasiado esfuerzo, e incluso ya había tenido mi dosis de surrealismo, por lo que necesitaba dormir para poder contestar con la mente clara.

Al día siguiente me levanté un poco antes de lo habitual para poder escribir a Antonio con tranquilidad, y así iniciamos una conversación que se prolongó durante toda mi estancia en Shanghái, en la que ambos tuvimos tiempo de sobra para pensar nuestras palabras, puesto que los dos empleábamos la primera hora de nuestras respectivas mañanas para contestar.

— No sabía que podías escucharme estando allí tumbado. Ni siquiera quise pensar que tú estuvieras allí. Me serviste como anclaje a la realidad, y a la vez como desahogo. Lo sabes todo de mí.

Me alucina que hayas asimilado tan bien tu nueva situación, ahora eres un tío, y tampoco es que mi vida anterior fuera espectacular… Creo que has salido perdiendo…

Sí, lo sé todo de ti —me contestó—, tanto por tus recuerdos que conservo hasta el día del accidente, como por todo lo que me contaste después. Pero no te preocupes, no te juzgo (aunque hayas sido un poco díscola), es más, te admiro. Parece que eres mejor Lucía de lo que yo fui jamás, tú has sabido vivir…

Si te soy sincero, lo único que echo de menos de verdad es a mi hermana, pero habiéndote escuchado a ti, supongo que eso también pasará, puesto que tengo una nueva familia.

Mensaje a mensaje, nos fuimos sincerando el uno con el otro, estableciendo una extraña amistad separados por la distancia y el cambio horario.

Antonio me confesó que cuando aún era Lucía se había sentido atrapada en su vida, y que no había sido capaz de encontrar la forma de reconducirla. Necesitaba un cambio drástico y muchas veces había soñado con él, aunque nunca había imaginado que supusiese un milagroso intercambio de cuerpo. Ahora que era un hombre, con toda una vida por delante, quería partir de cero entretejiendo los mimbres que yo le había dejado para reinventarse a sí mismo, tal y como yo había hecho. Y a pesar de los sinsabores de una dura rehabilitación física, estaba disfrutando de la experiencia de ser un hombre, con sus ventajas e inconvenientes, con sus nuevos sentimientos y gustos, tal y como a mí me había ocurrido.

El nuevo Antonio era más ambicioso de lo que el antiguo había sido, pero no iba a dejarse llevar por esa ambición. Prefería llevar una vida más sencilla y relajada, y abrirse más al mundo para disfrutar de las cosas buenas de la vida.

Habiendo cogido confianza ya, con largas ristras de mensajes diarios y buenas parrafadas, tanto trascendentes, como triviales, la confianza se hizo mutua, puesto que aquel secreto que ambos compartíamos era solamente nuestro, y ni siquiera nuestras familias o mejores amistades lo sabrían jamás.

Ya bromeábamos entre nosotros, y nos contábamos nuestro día a día como a un buen amigo, pues por medio de los recuerdos que compartíamos, nadie nos conocía tan bien como él conocía a la nueva Lucía y yo conocía al nuevo Antonio. Yo le contaba mis progresos en China, y él sus progresos con la rehabilitación, y así fue transcurriendo el tiempo hasta que él ya estaba preparado para incorporarse a una vida normal, y yo debía volver a casa con mi misión cumplida en la sucursal asiática.

Al regreso a España, informé de primera mano a Gerardo de cuanto se había avanzado con la nueva aventura empresarial, aunque ya le había adelantado casi todo por medio de mails diarios. Él se alegró de que todo hubiera ido bien, y su entrepierna me hizo sentir cuánto se alegraba de tenerme de vuelta cuando me abrazó. Como siempre, tuve que rechazar elegantemente su invitación para celebrar mi regreso a solas.

Decidí tomarme una semana de vacaciones para descansar mentalmente de mi periplo asiático y retomar la vida normal poco a poco. Aunque mi verdadero motivo era disponer de tiempo para pasarlo con Antonio y ayudarle en lo que fuese necesario durante su adaptación. Aunque por lo que sabía por medio de sus mensajes, estaba siendo menos traumática que la mía, ya que durante sus momentos de “consciencia” durante el coma, ya se había preparado mentalmente.

El primer día de mis vacaciones ya quedé con él. Aunque, en cierto modo, temía el encuentro, también estaba ansiosa. Tras meses guardando el increíble secreto en el que consistía mi existencia, por fin podía hablarlo abiertamente con alguien, y ese alguien ya no solo escucharía, sino que podría interactuar conmigo y, tal vez, juntos, entender el porqué de todo aquello.

Mi primera idea fue acudir al encuentro lo más cómoda posible, ya tenía seleccionados unos vaqueros, una camiseta y un jersey de algodón, todo muy casual. Pero cambié de opinión al mirarme en los espejos del vestidor para acabar poniéndome un discreto pero bonito vestido y unas botas altas. Quería darle a Antonio una buena impresión mostrándome femenina, para que no pensara que me había abandonado transformándome en un marimacho.

Cuando me abrió la puerta de su (mi antiguo) pequeño piso, nos quedamos los dos mirándonos paralizados. Tuve una sensación de vacío en el estómago, incluso vértigo. El Antonio que tenía ante mí era la imagen que había tenido de mí misma durante años, el mismo que había permanecido dormido en aquella cama de hospital. Pero había algo distinto en él que no supe explicarme, algo que me hizo mirarle como si fuera la primera vez que lo viera, y percibí que a él le ocurría lo mismo.

— Lucía… —dijo, rompiendo el tenso silencio.

— Antonio… —contesté, dando un paso hacia él.

Nos dimos dos besos, y en cuanto mi mejilla rozó la suya, sentí una descarga eléctrica recorriendo mi espina dorsal.

— Estás… —dijo tomándose su tiempo para respirar hondo— …muy guapa.

— Gracias —le contesté, sintiendo cómo el rubor subía a mis mejillas.

Otros hombres me habían halagado con adjetivos más efusivos, elaborados y explícitos, pero el de Antonio me había afectado infinitamente más. Tal vez fuera porque, en el fondo, buscaba su aprobación.

— Tú también estás bien —añadí, volviendo a estudiarle de arriba a abajo.

Vestía con unos sencillos vaqueros y un polo, pero noté el duro entrenamiento al que se había sometido en el último mes y medio para rehabilitarse, llenaba más la ropa y le quedaba especialmente bien.

Me invitó a entrar y sirvió café para los dos. El pequeño y modesto piso me llenó de recuerdos de mi vida pasada, aunque se notaba la mano del nuevo Antonio. Muchas de las que habían sido mis cosas habían desaparecido y habían sido sustituidas por otras. Parecía que él había sido más radical de lo que yo fui al adaptarme a mi nueva vida.

Al principio, la conversación fue tensa, con preguntas de cortesía como qué tal había sido mi vuelo o como cuándo tenía él intención de reincorporarse al trabajo.

— Vaya, ¡ya actúas como mi jefa! —exclamó—. ¡Espero que seas menos cabrona de lo que yo era! —y se echó a reír.

Aquello provocó también mi risa, y por fin el hielo se rompió para iniciar una charla abierta, como la que habíamos mantenido durante tanto tiempo a través de mensajes de móvil.

— La verdad es que ya tengo ganas de incorporarme al trabajo —me dijo—. Ahora que ya me encuentro bien, empiezo a aburrirme. Necesito algo con lo que entretener mi mente.

— Te entiendo, siempre fuiste una persona muy ocupada, y aunque quieras tomártelo con más calma, seguro que necesitas algo que te estimule —le dije.

— Eso es. Ahora tengo ante mí todo un mundo de retos, pero no pienso dejarme absorber por ellos, no estoy dispuesto a cometer errores pasados. Se me ha dado la oportunidad de empezar de nuevo y ser mucho más feliz de lo que era. Porque… ¿tú eres feliz con quién eres ahora? —me preguntó, clavando sus intensos ojos marrón oscuro en los míos.

— Si me hubieras hecho esa pregunta al principio de todo esto —le contesté, manteniendo su mirada—, te habría dicho que no. Me sentí desbordada por ser una mujer, tantas cosas distintas, tantas sensaciones nuevas, tantos nuevos sentimientos, tanto desconcierto… Y tu vida, era tan ordenada, metódica y pulcra, que me sentí intimidada por no estar a la altura.

— Ya…

— Pero ahora sí que soy feliz, más feliz de lo que era antes. He conseguido encauzar mis sentimientos y energías para conseguir lo que quiero y ser capaz de afrontar cada reto. Antes me había estancado, dejándome llevar por la costumbre, y no hacía nada por alcanzar las metas que tenía. Pero desde que soy Lucía, me he obligado a superarme a mí misma, y puedo estar orgullosa de ser una persona de éxito, tanto en lo profesional como en lo personal.

— Me alegro mucho —me contestó con total sinceridad—. Realmente creo que eres mejor Lucía de lo que yo nunca fui, y eso me hace ilusionarme más por querer ser mejor Antonio de lo que fuiste tú. Voy a canalizar todas mis energías para conseguirlo, que por cierto, desde que soy un hombre son muchas y aún no las domino.

Me reí con ganas.

— No te rías, lo digo en serio —dijo él, aunque sonriendo—. Una vez recuperado para ser capaz de valerme por mí solo, empecé a sentir un hambre brutal, y tenía que comer a todas horas…

Me reí a carcajadas.

— Y claro, como comía tanto, me sentía lleno de energía y con la necesidad de consumirla haciendo algo, así que empecé a doblar y triplicar los ejercicios de rehabilitación, con lo que después volvía a tener más hambre. ¡Ahora entiendo por qué los tíos son unos tragones!.

Se me saltaron las lágrimas de la risa. Realmente, el poder hablar con Antonio de nuestras sórdidas experiencias, era lo mejor que me podía pasar.

— Y se nota que has entrenado duro —le dije, poniendo inconscientemente la mano sobre uno de sus pectorales.

Los dos sentimos nuevamente la descarga recorriendo nuestras espinas dorsales, y mi sensación de vértigo volvió a hacerse patente. Enseguida aparté la mano. Él sonrió y noté cómo sus ojos, inconscientemente, me miraban de arriba abajo dilatándose sus pupilas. El rubor volvió a mis mejillas.

— Cuéntame más cosas —le pedí—. Te servirá como desahogo, e incluso podrás reírte de ellas. Si podías oírme en el hospital, tú ya conoces mis sensaciones con ese tipo de detalles.

— ¿Quieres que te cuente cosas como lo de afeitarme o hacer pis? —preguntó riendo.

— Sí, lo segundo parece divertido —asentí riendo con él—. Pero dicho así no suena muy masculino, mejor di “mear”.

— ¡Perfecto, “Mear”!. Con este tipo de detalles quería que me ayudases.

— Lo de mear de pie ha sido toda una experiencia para mí. ¡Qué comodidad!. Fácil y rápido, aunque la primera vez puse el váter perdido.

— ¡No me lo creo! —exclamé con las lágrimas saltándoseme nuevamente por la risa.

— Es cierto, no veas cómo me costó apuntar, hasta que me di cuenta que no debía pensar en ello, que mi cuerpo sabía cómo hacerlo él solito…

— ¿Entonces ya apuntas bien con la manguera? —le pregunté sin poder dejar de reír.

— Pues claro que sí —contestó riendo conmigo—. Ser un hombre es muy fácil, es todo muy básico. Rutinas básicas, necesidades básicas, gustos básicos… La única dificultad se me plantea algunas mañanas, que me levanto con la cosa como una estaca…

Instintivamente mi mirada fue a posarse en su entrepierna, y él captó mi gesto. Enseguida volví mis ojos hacia su rostro, y le vi ligeramente colorado. Involuntariamente, mi mirada volvió a su entrepierna, y esta vez encontré que comenzaba a marcar paquete. Sentí cómo me mordía el labio, y al volver a levantar la vista me encontré con sus penetrantes ojos fijos en mis sonrosados pétalos de rosa. Un hormigueo me recorrió por dentro y le sonreí.

— Claro —dije—, entonces sí que hay que apuntar bien…

— Bueno, eso con la práctica se consigue —contestó, devolviéndome una cálida sonrisa—. ¡Pero es que es como si tuviera vida propia!. Me resulta dificilísimo que se me baje o evitar que se me levante cada dos por tres.

— Como ahora —repliqué sin poder evitar que mis ojos volvieran a posarse sobre su ya descarado abultamiento.

— Como ahora…

Sentí cómo mis pezones se ponían duros, y a pesar del sujetador y el vestido, supe a ciencia cierta que se me marcaban, pues la mirada de Antonio fue a ellos y vi el brillo en sus ojos.

— Eso es que estás hasta las cejas de testosterona —le dije, sacándole de su ensoñación con mis pechos—. ¿No haces nada para que se te pase? —le pregunté con una sonrisa pícara.

— Bueno… —contestó avergonzado—, me pongo a entrenar hasta que se me baja…

Me reí sin poder evitarlo.

— Ya veo…. —dije, observando cómo él no podía evitar que su mirada bajase una y otra vez a mis pechos—. ¿Y te funciona?.

— Más o menos, porque enseguida se me vuelve a poner dura. Y si te soy sincero, creo que debo tener algo mal.

— ¿Algo mal, por qué? —pregunté, sorprendida.

— Pues porque a veces también me duelen mucho los testículos. Como ahora, que me están matando…

No pude contener una nueva carcajada.

—¿Te ríes de mí? —preguntó, ofendido—. Esto es serio, y pensé que tal vez tú podrías ayudarme y decirme qué es lo que me pasa.

— Lo siento, no me río de ti… Es que eres tan novato… —añadí, poniendo distraídamente mi mano sobre su pierna y disfrutando de la electrizante sensación.

—¿Lo ves?. Ahora es incluso peor, siento que me duele por dentro hasta la parte de atrás, como si tuviese algo inflamado.

— Déjame ver —le indiqué, con mi mirada apuntando a su entrepierna.

—¡¿Qué dices?!, ¿quieres que me saque la… polla?.

— Quieres que te ayude, ¿no?. Pues tendré que ver cuál es el problema. Tranquilo, ahí no hay nada que no haya visto ya.

Antonio dudó por un momento, pero vi que estaba realmente preocupado y no sabía identificar las sensaciones que me describía.

— Está bien —dijo, poniéndose en pie ante mí—, tienes toda la razón. Tampoco tengo a nadie más a quien contarle esto... Mira.

Se desabrochó el pantalón y se lo bajó hasta las rodillas junto a la ropa interior. Su verga, aquella que había sido mía, se mostró vigorosamente erecta, congestionada y surcada de gruesas venas recorriendo su tronco mientras su circuncidado glande se veía suave y rosado, con humedad en su punta. Era la polla que en mi anterior vida siempre había visto, la que había acariciado y empuñado, con la que me había estrenado con Alicia siendo un adolescente… Pero ante mis azules ojos de mujer, se presentó como si fuera la primera vez que la viera. Me pareció hermosa, poderosa y excitante.

—¿Y bien? —preguntó, impaciente.

— Yo no veo nada que esté mal —le contesté, acercándome a su inhiesto miembro para examinarlo de cerca—. De hecho, lo veo bien, lo veo muuuuy bien… —añadí con tono meloso.

Los impulsos que llevaba tiempo reprimiendo se me hicieron más apremiantes que nunca. En Shanghái, mis compañeros asiáticos no me habían atraído nada y me había resultado fácil, pero en aquella situación…

— ¿Entonces qué me pasa?, ¿por qué me duele todo tanto?.

— Nene, estás muy excitado y necesitas descargar, eso es lo único que te pasa. En cuanto te descargues, te sentirás aliviado.

— ¿Te refieres a que me haga una paja?. Nunca pensé que fuera una verdadera necesidad física, sino más bien puro vicio.

— Es un poco de las dos cosas, ya lo verás. Yo puedo ayudarte…

— Uuffff, Lucía —resopló él—. Creo que eso sería muy raro… Tú… Yo…

— Pues yo creo que no —contesté modulando aún más mi voz—. Creo que ahora mismo yo soy la causante de tu… sufrimiento —añadí, mirándole directamente a los ojos.

— Ahora mismo no puedo negarlo —me sonrió, sonrojándose—, pero sigo pensando que es raro.

— Tenemos muchísimo más en común que con cualquier persona que conozcamos o vayamos a conocer jamás. Quieres abrirte más al mundo, ¿no?. Pues ahora tienes una nueva amiga, y está dispuesta a ayudarte… Estaré encantada de ayudarte…

— ¡Buf!. Siento hasta palpitaciones en mi interior… Creo que lo necesito ya…  ¿Me ayudarás haciéndome una paja?.

— Te ayudaré haciendo algo mejor, mucho mejor —contesté, humedeciéndome los labios—. Tú disfruta.

Con mi mano derecha tomé suavemente su congestionado falo, y la sensación que recorrió todo mi cuerpo hizo que me ardiesen los pezones. Antonio tuvo la misma sensación y arqueó ligeramente la espalda acercando aún más su lanza a mi rostro. Mis labios se posaron sobre su glande, y se fueron abriendo rodeando su grosor mientras pasaba deslizándose entre ellos.

— Uuuuffff… —resopló él profundamente—. Qué labios tan suavessssss…

Fui reclinándome hacia delante, sintiendo cómo la gruesa cabeza de aquel cetro penetraba en mi boca y se deslizaba por mi lengua.

— Diosssss, está tan mojada… —le oí decir.

Para Antonio era su primera experiencia como hombre, y no podía reprimir la necesidad de exteriorizar lo que estaba sintiendo.

Succioné lentamente su polla hacia el interior de mi boca, envolviéndola con toda ella hasta que alcanzó mi límite al fondo del paladar. Ahora que tenía referencias, supe que no estaba nada mal dotado.

— Oooooohh —gimió—. Qué caliente y húmeda tienes la boca... Me encantaaaahh….

Sabía que no aguantaría mucho. Si hasta ese momento no se había masturbado, no tardaría nada en correrse, a no ser que hubiese tenido alguna polución nocturna reciente, lo cual sabía que no había sucedido por el agudo dolor al que se había referido. Así que decidí hacerle una mamada suave y pausada, para que tuviera tiempo de disfrutarla antes de liberarse.

Con cuanta dura carne me cabía en la boca, realicé pequeñas succiones apenas sacándola un dedo de mí, acariciándosela con la lengua y degustando el salado sabor de su piel.

— Uuufff… ¡Qué gusto da eso!. No me extraña que todos los tíos estén obsesionados con que se la chupen… Uuuffff…

Succioné con un poco más de fuerza recorriendo todo el grueso tronco moviéndome hacia atrás, e imprimí más fuerza aún hundiendo mis carrillos para que, sin dejar de echarme hacia atrás, su glande saliera con dificultad friccionándose con mis labios hasta salir de pronto con un sonoro beso.

— ¡Diosssss, qué delicia!. Haces que me palpite hasta la raíz…

Le había dejado la redonda cabeza colorada, haciéndomela ver más irresistible aún. Pero antes de volver a atacar, sabiendo que con ello le remataría, me divertí contemplando su cara de gusto con los ojos cerrados y las mandíbulas en tensión. Ni se atrevía a mirarme.

Besé el frenillo, y con la punta de mi lengua se lo acaricié lentamente.

— Joder, joder, joderrrrrrrr… Esassss cosquillassss…

Mi lengua guio su glande hasta mis labios, para que estos, suaves y engrosados de excitación, lo envolvieran y succionaran nuevamente hacia el interior de mi boca permitiendo que toda ella fuese invadida por la virilidad de Antonio.

— Uuuuumm…

Realicé el recorrido inverso chupando aún más fuerte que antes, y sentí su músculo palpitar contra mi lengua.

— Es demasiadooohh, no puedo máaaaaass, siento que voy a explotaaaaar…

Esa vez me detuve en la corona del glande, y chupé, y chupé con movimientos cortos sin llegar a sacármelo, succionando, acariciando con la lengua y oprimiendo con los labios.

— Lucía, Lucíaaaa, Lucíaaaaa, Lucíaaaaaahhh…

Su polla entró en erupción como un potente volcán, llenándome la boca con la hirviente eyaculación de su semen, inundándome con su sabor, el sabor de leche de macho más delicioso que había probado nunca; el más dulce y exquisito que había tenido en mi boca. Un auténtico manjar del que, tal vez, otra mujer no habría tenido la misma percepción, pero que para mí fue sublime. La repentina sensación de la cálida explosión dentro de mi boca fue tan excitante, que estuve a punto de correrme de forma espontánea.

Seguí mamando, chupando, y chupando para que aquel néctar no dejase de manar de la verga de Antonio, chocando con violencia su candente elixir contra mi paladar para hacerme sentir glotona tragando la esencia de aquel que no podía dejar de repetir mi nombre entre gruñidos de placer.

Su orgasmo fue intenso y prolongado, deleitándome con su generosidad para calmar mi sed de hombre hasta dejarme saciada con la última gota de su catarsis.

Con una última succión, me saqué la polla de la boca y limpié la saliva de mis labios contemplando cómo Antonio resoplaba reponiéndose de su intensa experiencia.

— ¿Aliviado? —le pregunté con una sonrisa.

— Uuuuffff, totalmente —contestó guardando su decadente virilidad y recolocándose la ropa—. El dolor ha desaparecido, y ha sido… increíble. Gracias.

— No tienes por qué dármelas. Ha sido un placer ayudarte, y me alegra que te haya gustado.

— Era un poco ignorante en temas de hombres, ahora entiendo todo mucho mejor. Me siento más vivo que nunca.

La conversación fue interrumpida por su móvil. Antonio lo cogió y se quedó mirando la pantalla sin descolgar hasta que dejó de sonar.

— Debo devolver la llamada —me dijo con fastidio—. Son mis padres. Me dijeron que me llamarían para venir a verme. Lo siento…

— No te preocupes —le contesté contrariada y sintiendo nostalgia al ser mencionados—. Ahora son tu familia… Debo marcharme.

— ¿Nos veremos mañana?.

— Sí, claro, si quieres… —contesté, sintiéndome sorprendentemente ilusionada.

— Pues a última hora de la tarde me paso por tu casa. Creo que me sé bien la dirección, jajaja…

Al llegar a casa, tras rememorar durante todo el camino cada palabra, cada gesto, cada sentimiento de aquella extraña tarde, me sentí feliz por cómo había transcurrido. Había ido infinitamente mejor de lo que pude imaginar, y el final había sido deliciosamente demencial. ¡Había disfrutado dándole placer a quien ocupaba el cuerpo que yo había dejado atrás con mi antigua vida!. ¿Se le podría llamar a eso una rocambolesca masturbación?. Me reí con mi propia idea, y suspiré volviendo a recordar cómo cada vez que había tocado a Antonio, todo mi cuerpo se había visto sacudido por una energía que jamás había sentido. Desde el primer momento del reencuentro, no le había visto como a mi anterior yo; le había visto como a alguien completamente nuevo y luminoso para mí, haciéndome sentir irremediablemente atraída por él.

Rememorando cómo había tenido su sexo en mi boca y, sobre todo, la excitación de sentir cómo se había corrido dentro de ella, pareciéndome su orgasmo el más exquisito manjar de dioses, me masturbé tranquilamente ante los espejos de mi lujoso vestidor, gozando de mis propias caricias imaginando que eran las manos de Antonio. Disfruté contemplando mi propio reflejo desde distintos ángulos, en lo que habría parecido un canto al narcisismo, pero que en realidad era la comprobación de que la belleza que los espejos reflejaban, aún era capaz de alimentar los deseos del hombre que, en silencio, sobrevivía en lo más profundo de mi alma, sepultado bajo toneladas de feminidad.

Alcancé un relajante orgasmo observando mis propios gestos de placer, gestos que deseé que Antonio pudiera ver siendo él quien me los provocase. No podía creer que mi encuentro con él me hubiera afectado tanto, ni de aquella manera. Ya estaba impaciente por su visita.

 

17

Pasé el día con nerviosismo y ansiedad ante la visita de Antonio. Mi estado era absolutamente irracional, me sentía como una adolescente ante su primera cita. ¿Acaso era eso lo que estaba esperando?, ¿una cita?. Solo pensar en él hacía que me ruborizase, y no podía más que pensar en él. En ninguna de mis dos vidas había sentido algo tan intenso, y no era capaz de explicármelo a mí misma.

Traté de controlar mi estado con una larga sesión en mi gimnasio y un posterior baño en el jacuzzi. Pero no fue suficiente, así que decidí visitar a Alicia en su trabajo para reconfortarme con su amistad y distraer mi mente.

Hacía más de mes y medio que no veía a mi amiga. Tras mi regreso de Shanghái, aún no había tenido tiempo de quedar con ella, por lo que, al volver a encontrarnos, nos abrazamos dándonos dos cariñosos besos. Durante mi viaje, ambas nos habíamos echado de menos, y aprovechando la ausencia de clientes en la tienda de moda, nos pusimos al día. Ella, tal y como me había dicho por mensajes, me habló de lo a gusto que estaba con Pedro, y de cómo su pasión, lejos de verse disminuida, iba en aumento.

— Nos pasamos los fines de semana encerrados en casa —me dijo—. Él se siente culpable por haberse marchado aquel fin de semana a la playa dejándome sola en casa. Y yo, en secreto, me siento culpable por haber aprovechado esa circunstancia para tirarme a su amigo. Así que, nos pasamos los sábados y domingos follando sin parar, jajajajaja.

— ¡Qué suerte tienes! —le dije con sinceridad—. Debe ser increíble tener a alguien a quien quieres y deseas tanto que no puedes despegarte de él.

— Lo sé, es maravilloso, y todo es gracias a ti… Jamás volveré a tener un desliz con otro mientras esté con él, estoy realmente enamorada, y no necesito a nadie más. Me tiene satisfecha más allá de lo que jamás pensé que pudiera estarlo, y cumple todos mis deseos y fantasías sin necesidad de que se lo pida, porque también son los suyos.

— No me digas, eso parece un ideal —comenté, pensando en voz alta.

— ¿Recuerdas todas las guarradas que te dije que me gustaría que me hiciera su amigo salido?. Pues Pedro me las hace, y más…

— Uf, Alicia, eso suena pervertido y excitante.

— Y lo es… Sobre todo, los fines de semana. Si los de CSI me pasaran una luz ultravioleta de esas, ¡me iluminaría como el cartel de un puticlub!.

Las dos nos reímos a carcajadas.

Por las mañanas mi amiga no tenía dependientas a su cargo, y como seguía sin haber clientes, ya que la mayoría acudían por las tardes, Alicia me ofreció salir a la puerta para fumarse un cigarrillo e invitarme a mí a otro. No lo había vuelto a probar desde la última vez que estuve con ella, pero lo acepté pensando que ayudaría a calmar mis aún presentes nervios. Le conté mis vivencias en Asia, aunque realmente, apenas tenía nada que contar más que trabajo, salvo la anécdota con el subdirector pajillero que a ambas nos hizo reír de nuevo.

— ¿Y ya has visto a Antonio? —me preguntó, sondeándome con la mirada—. Pedro me había dicho que se estaba recuperando bien, pero no lo comprobé hasta hace unos días, cuando visité a su madre y me lo encontré allí, en su casa.

Sentí cómo se me hacía un nudo en el estómago y los nervios volvían a dominarme.

— Sí, le vi ayer —contesté, pidiéndole otro cigarrillo con la mano—. Está muy bien.

— ¡Y que lo digas, nena!. Parece mentira por lo que ha pasado, no solo está muy bien, sino que está mejor que antes —dijo, mordiéndose el labio.

— ¿Tú también te has dado cuenta? —pregunté con curiosidad.

— Por supuesto, le conozco desde que era un crío… Ahora parece distinto, no sé, más… misterioso, tal vez. Y no hay duda de que se ha machacado bien con la rehabilitación, se ha puesto más buenorro —contestó, guiñándome el ojo.

El nudo de mi estómago se tensó aún más. Aquella conversación no me estaba ayudando nada.

— Sí… —dije, escapándoseme un suspiro.

— Venga, nena, dime qué hay entre vosotros. Hasta Pedro me ha preguntado si yo sabía algo.

— Bueno… Soy su jefa en el trabajo, y… Somos buenos amigos. Hoy he vuelto a quedar con él, va a venir a mi casa —noté cómo se subía el rubor a mis mejillas.

— Ya veo, ya… —comentó Alicia, soplando el humo de su cigarrillo hacia mí—. No hace falta que me digas más. Anda, vamos a entrar y elegir un vestido con el que hagas que se le caiga la baba.

La tarde se me hizo eterna. Intenté ver una película, pero no le presté ninguna atención. Intenté leer un libro, pero no hacía más que pasar una y otra vez por el mismo párrafo. Me preparé un sándwich para merendar, ya que apenas había podido comer, pero no le di más que un bocado. Hasta que decidí arreglarme.

Casi nunca me maquillaba, y no porque no supiera, los recuerdos de la antigua Lucía me habían ayudado en eso, sino porque en realidad no me hacía falta. Miré mi reflejo en el espejo del baño, y simplemente adorné mi belleza natural con barra de labios roja, y rímel en las pestañas, haciendo mi azul mirada aún más intensa.

Me puse lencería negra, ligera, casi etérea, y medias del mismo color. Me enfundé con el vestido de suave y flexible cuero rojo que Alicia me había ayudado a elegir, ajustado para delinear todas mis generosas formas femeninas desde el cuello hasta las rodillas, siendo la falda algo más ancha para resultar más cómodo. Puesto que era invierno, encima me puse una chaqueta negra entallada, también comprada en la tienda de Alicia, cuyos botones se cerraban hasta arriba dando la impresión de que el vestido fuese una falda.

— No debes mostrar todas tus cartas en la primera jugada —me había aconsejado mi amiga al probármelo—. Que le guste lo que vea, pero que le haga desear ver más. Mejor empezar insinuando, y que luego vea lo despampanante que estás.

Para rematar, unos fabulosos zapatos negros, finos y elegantes, con un buen tacón que realzaba la longitud de mis piernas y redondez de mi culito, y un par de gotas de mi exclusivo perfume. Estaba lista, sólo a falta de cepillar mi sedoso y largo cabello azabache, lo cual hice con dedicación, mientras las dudas me asaltaban.

¿No estaría llevando aquello demasiado lejos?. Me había preparado para recibir a Antonio como si aquello fuera una cita. ¡Pero no lo era!. Él no era cualquier tío al que yo quisiera seducir, ¡era la antigua Lucía atrapada en mi antiguo cuerpo!. ¡Menuda locura!. ¿Cómo podía atraerme tanto?, ¿por qué había sentido aquella extraña energía al tocarle?. ¿Y si él no sentía lo mismo?. Tal vez él se había dejado llevar por su nueva condición y sólo estaba explorando su masculinidad como yo misma había hecho explorando mi feminidad. Tal vez la atracción que en él había sentido el día anterior sólo era fruto de no ser capaz de controlar su nueva naturaleza y sentimientos. Yo ya había madurado como mujer, pero él no había tenido tiempo de madurar como hombre.

El sonido del telefonillo me sacó de mis pensamientos.

— Buenas tardes, señorita Lucía —oí la voz del portero del edificio al descolgar— . Un caballero pregunta por usted.

— Dígale que suba —contesté—. Gracias, Arturo.

Respiré hondo y conseguí controlar mis nervios diciéndome a mí misma que no debía mostrarme así, que siempre había tenido el control de la situación, y que esa ocasión no debía ser distinta.

Abrí la puerta cuando oí el timbre, y la primera buena señal no se hizo esperar. Antonio se había arreglado para mí, vistiendo una bonita chaqueta azul  entallada bajo la cual se veía una camisa blanca con finas raya también azules, y unos pantalones color crema claro bien ajustados a sus piernas. No reconocí ninguna de aquellas prendas, eran nuevas, y le quedaban muy bien.

Segunda buena señal: Noté cómo me escaneaba de arriba abajo del mismo modo que yo hacía con él, y percibí el brillo en sus ojos y la bonita sonrisa que se le dibujó.

Tercera, cuarta y quinta buenas señales: Dio un paso hacia mí para darme dos besos, pero su mano, en lugar de ir a mi hombro o brazo, fue directa a tomarme por la cintura para atraerme hacia él. En cuanto entramos en contacto, sentí la característica descarga recorriendo mi espina dorsal, y en su mirada supe que él también la sentía. Y, por último, no se limitó a poner su cara contra la mía lanzando dos besos al aire, me dio los dos besos con suavidad en las mejillas, acariciándolas con sus labios.

Por un instante, sin respiración, nos quedamos los dos mirándonos fijamente. Me perdí en la intensidad de sus oscuros ojos mientras él nadaba en la profundidad de los míos.

— Pasa —le dije rompiendo el onírico momento—, estás… en tu casa.

A los dos se nos escapó una carcajada y entramos riendo al salón. Le ofrecí algo para beber, pero él rechazó la invitación, así que se sentó en el sofá y yo en el sillón ante él, observándonos mutuamente.

— Estás muy guapa —me dijo—. Veo que has desarrollado un buen gusto para la ropa.

— Gracias —contesté, sintiéndome ruborizada porque se hubiese fijado—. Tú también estás guapo… No recuerdo que tuviera esa ropa que llevas.

— Bueno, creo que antes no destacabas por tu gusto por la moda. Tenías un armario bastante escaso, así que he comprado algunas cosillas.

— Reconozco que antes la ropa me importaba un pimiento —le dije, observando cómo sus penetrantes ojos estudiaban cada uno de mis gestos—, pero ahora me encanta, como otras cosas que jamás pensé que podrían gustarme.

Inconscientemente, mi mirada fue a observar cómo los pantalones de Antonio envolvían sus muslos y marcaban paquete, lo cual no pasó desapercibido para él. Sentí cómo me estaba analizando, y aquello resultaba algo inquietante. Sin duda, en el interior del hombre que tenía frente a mí se encontraba la antigua Lucía, quien analizaba todo cuanto le rodeaba, incluyendo a las personas. Aparté la vista y él sonrió.

— Ya veo que realmente han cambiado tus gustos —dijo él—. A mí me ha pasado lo mismo…

En ese momento fue su mirada la que se detuvo en mis piernas, y percibí cómo sus ojos se abrían más indicándome que le gustaba lo que veía. Para mí fue la señal que necesitaba para sacar toda mi artillería y ponerle a prueba.

— Yo sí que voy a tomar algo —le dije poniéndome en pie—. El calor de la calefacción me da sed.

Desabroché lentamente los botones de mi chaqueta y observé cómo Antonio arqueaba una ceja. La abrí y, sacando pecho, me la saqué por los hombros dejando al descubierto mi vestido y cómo se ajustaba a mi figura quedándome como un guante.

A él se le escapó un resoplido y se quedó mirándome fijamente sin poder evitarlo, recorriendo mis curvas con sus inquisitivos ojos, llenándoselos con mis formas y recreándose con el contorno y volumen de mis pechos. Se quedó extasiado contemplándome, y tuve la satisfacción de ver cómo su paquete reaccionaba a lo que veía abultándose escandalosamente.

— Parece que ahora sí que necesitas tomar algo —le dije con una sonrisa.

— Sí —contestó poniéndose en pie—, necesito tomarte a ti.

— ¿Cómo? —pregunté poniéndome en jarras, marcando cadera.

— ¿Para qué dar más rodeos? —añadió acercándose a mí—. Siempre fui una persona directa. Lucía, desde ayer no puedo pensar más que en ti…

— ¿Ah, sí?. Supongo que la cura que te hice ha tenido efectos secundarios… —dije sin perder de vista la fálica forma que su pantalón marcaba.

— No es solo por eso —sus manos me tomaron por la cintura provocándonos a ambos esa maravillosa descarga de energía—. Te deseo desde el primer instante en que te vi. No puedo explicármelo, porque eres quien yo era, pero me atraes como la miel a una mosca…

Su cuerpo se pegó al mío haciéndome sentir la dureza de su entrepierna en mi zona pélvica. Mis pezones se erizaron hasta casi dolerme y me sentí mojada. Pasé mis brazos por sus hombros y permití que estrechara su abrazo en torno a mi cintura para sentir aún más su lanza y que mis pechos se aplastasen sobre el suyo.

— Yo tampoco puedo explicármelo —contesté, con mis labios a escasos dos centímetros de los suyos—, pero también te deseo… Y cada vez que me tocas siento que necesito más…

Sus labios alcanzaron los míos y la electrizante sensación recorrió cada fibra de mi cuerpo haciéndome estremecer. Su lengua invadió mi boca yendo al encuentro de la mía, enredándose con ella en un jugoso baile, devorándome con el más excitante y pasional beso que jamás había sentido.

Nuestros cuerpos se oprimían el uno contra el otro,  y sentí con satisfacción cómo, a pesar de ser su primera vez como hombre, los instintos de macho dominaban a Antonio con sus manos recorriendo la curva de mi cintura, agarrando mis caderas para fusionarme más a él, y tomándome con fuerza del culo, acariciando su redondez y apretándolo para que mi ropa interior terminase de empaparse.

Mis manos acariciaron su nuca, recorrieron sus hombros y espalda, y se colaron bajo sus brazos para agarrarle de la cintura y alcanzar su trasero deleitándome con su dureza.

Nuestras lenguas se acariciaban en nuestras bocas y nuestros labios se presionaban y succionaban con gula, prolongando el tórrido beso mientras nuestros cuerpos se frotaban mutuamente al compás del excitante ósculo al que ambos nos entregamos sin reservas.

Sus manos subieron por mi anatomía y tomaron mis grandes senos haciéndome gemir en su boca. Sus labios bajaron por mi barbilla y besaron mi cuello proporcionándome un placentero escalofrío mientras sus manos trataban de abarcar mis pechos. Me entregué a sus caricias girando sobre mí misma, sintiendo cómo su polla se restregaba con mi cadera y llegaba hasta aplastarse contra mi culo, escapándoseme una carcajada de satisfacción al sentirla dura y gruesa presionándome las nalgas mientras manoseaba mis tetazas a través del suave y fino cuero que las cubría.

— Me pones cachondísima —le dije, casi sin aliento.

— Y tú a mí. ¿Lo sientes? —contestó, empujando con su cadera.

— Uuuumm…sí —su verga se incrustaba en mis glúteos deliciosamente.

— Ahora entiendo por qué todos los tíos querían follarme… —me susurró, pensando en voz alta—. Lucía, eres la criatura más bella y excitante que he visto jamás… Ahora que tengo polla no puedo pensar más que en recorrer todo tu cuerpo y metértela por cada orificio para llenarte de mí…

— Y yo quiero que lo hagas… Desde que todo esto empezó nunca he deseado tanto a un hombre como te deseo a ti… Anoche me masturbé recordando cómo te corrías en mi boca… Necesito que me folles, Antonio.

Me hizo girar nuevamente sobre mí misma, e invadió mi boca con su lengua mientras sus manos volvían a agarrarme del culo con pasión. Abrumada por la excitación, tomé por un momento el control de mí misma para poner una mano sobre su pecho separándome de él succionando su labio inferior. Me di la vuelta y me encaminé al dormitorio, marcando sensualmente cada paso con mis caderas. Al llegar a la puerta le miré, y le vi parado con su potente erección a punto de reventarle el pantalón, disfrutando del espectáculo de mi culo contoneándose para él.

— ¿Todo bien? —le pregunté con sonrisa de picardía.

— Todo perfecto —aseguró viniendo tras de mí.

Antonio me alcanzó cuando llegaba a los pies de la cama, y me agarró el culo con salvaje pasión, haciéndome proferir un excitado “¡Auuumm!”.

— Me parece increíble que me guste tanto el culo de una tía —me susurró al oído mientras me lo masajeaba—, y más pensando que antes era mi propio culo…

— Y vuelve a ser tuyo —afirmé—, puedes hacer con él lo que quieras…

— Uuuuufffff… —resopló, soltándolo para volver a restregar su paquete contra él y aferrarse a mis pechos—. Nunca había deseado nada con tanta intensidad… ¿Es siempre así? —preguntó, amasando mis senos y empujándome con la cadera.

— Ahora eres un hombre —contesté, alzando mis brazos y cogiéndole por la nuca para ofrecerle mis gracias en todo su esplendor—. Ahora todo tu mundo girará en torno al deseo…

Sin separarse de mí, apretando su dureza contra mis glúteos, abandonó los pechos para hallar la cremallera del vestido en mi espalda y bajarla completamente hasta la zona lumbar. Yo reculé empujándole para que se despegara de mí, y me giré para mostrarle cómo me quitaba la prenda de cuero rojo, descubriéndome lentamente hasta sacarla por los pies. Me quedé ante él, con mi lencería negra casi transparente, las medias y los tacones, mordiéndome el labio inferior a la espera de su reacción.

— Diosssssss… Eres puro fuego… —susurró, escaneando cada milímetro de mi anatomía.

Parecía que fuese la primera vez que contemplaba mi cuerpo casi desnudo, y en realidad lo era, con su nueva perspectiva masculina. También él estaba descubriendo a Lucía. En sus oscuros ojos se reflejaba la fascinación, excitación y lujuria que el contemplarme le producía, y todo su ser clamaba por mí haciéndome sentir la mujer más deseada del mundo porque, para él, así lo era. Sin siquiera darse cuenta de lo que estaba haciendo, se quitó rápidamente toda su ropa, quedándose únicamente con el slip que envolvía sus atributos de forma increíblemente atractiva para mí, apenas dejando nada para la imaginación.

Contemplé su anatomía del mismo modo que él había contemplado la mía, sorprendiéndome y maravillándome con lo irresistiblemente atractivo que me resultaba aquel cuerpo que anteriormente había sido mío. Bajo mi azulada mirada, Antonio era el hombre más increíblemente sexy del mundo, un auténtico dios merecedor de mi adoración, el eje sobre el cual girarían todos mis deseos.

Nos fusionamos en un ardiente beso batallando por devorarnos mutuamente, sintiendo el calor de nuestros cuerpos pegados, disfrutando del tacto de nuestras febriles pieles. Las caricias de Antonio en mi espalda me hacían arquearla, y la presión de su palpitante músculo sobre mi braguita me sobrexcitaba haciéndome desear desesperadamente que todo él estuviera dentro de mí. Con magistral habilidad desabrochó mi sujetador, y tomó mis pechos con sus manos para acariciarlos mientras sus labios recorrían mi cuello bajando hasta la clavícula. Besó mis tetas, primero suavemente, después con pasión, succionándolas y comiéndoselas sin dejar de masajearlas con sus cálidas manos mientras mi pubis no podía dejar de frotarse contra la dureza que su slip envolvía.

Volvió a subir a mi boca, devolviéndome el aliento que sus caricias me arrancaban, mientras mis manos recorrían su fuerte torso memorizando el tacto de sus pectorales con la yema de mis dedos. Alcancé una de sus orejas con mis labios, y succioné el lóbulo dándole suaves mordiscos, a lo que él contestó con una carcajada de satisfacción. Mi húmeda lengua se coló en su oído y el cosquilleo le hizo apretarme en su abrazo aplastándome contra él.

— Voy comerte entero —le susurré al oído, provocándole un escalofrío.

Recorrí su cuello y pecho con mis labios, y fui bajando por su abdomen trazando una línea recta con mi lengua hasta llegar a su cintura. Besé el imponente abultamiento de su ropa interior, oyéndole suspirar y, colocándome sumisamente de rodillas, le bajé la única prenda que le quedaba para adorar la majestuosidad de su erecto miembro. Le miré fijamente a los ojos, y él me devolvió la mirada con el deseo y la excitación reflejados en su rostro. Jamás había experimentado una mirada tan íntima, me sentí perdida en ella mientras una de mis manos le sujetaba de su culo en tensión y la otra empuñaba su virilidad.

Sus ojos navegaron en la mar embravecida de los míos mientras mi mano recorría suavemente la longitud de su tronco y acariciaba sus sensibles testículos, tomándolos como a dos frutas maduras.

— Mmmmmmm… —gimió con una gota de transparente néctar brotando en la punta de su estaca.

Mis labios besaron aquella muestra de su extrema excitación y mi lengua degustó el salado sabor de su lubricación. Manteniendo aún su mirada, acaricié el rosado glande con la lengua y disfruté del suave tacto de su piel. Mis labios se posaron de nuevo en la punta y fui echándome hacia delante, aún perdida en sus profundos ojos, para que la cabeza de su cetro fuese penetrando entre mis pétalos con suavidad, hasta alcanzar mi lengua y comenzar a arrastrarse sobre ella llenándome la boca con su polla. El contacto visual se rompió, al echar él hacia atrás la cabeza con un profundo suspiro mientras yo me concentraba en engullir cuanta carne era capaz.

Succioné con todas mis fuerzas, presa de la lujuria y glotonería, mientras me sacaba la verga de la boca, haciéndole estremecer hasta dejar salir su potente músculo de entre mis labios con un poderoso chasquido.

— Uuuufffff… —resopló Antonio, volviendo a mirarme—. Eso ha sido brutal… He sentido que me absorbías hasta la vida…

Sonreí y volví a meterme la polla en la boca chupándosela con verdadera gula. No podía reprimir mis ganas de él, y eso provocó que empezase a mamársela intensamente, moviendo mi cabeza hacia delante y hacia atrás a un buen ritmo, succionando la dura carne que hacía las delicias de mi paladar. Toda mi húmeda y cálida cavidad envolvía su plátano, haciéndome el hambre hundir mis carrillos tirando de él mientras mis labios le regalaban su opresora suavidad.

— Oooh, oooh, ooooohh…

Mi saliva lubricaba toda la longitud de su potente músculo entrando y saliendo de mi boca, resultándome tan exquisita su forma de deslizarse dentro de ella, que noté cómo mis muslos se mojaban con mis propios fluidos. Había descubierto que me gustaba practicar el sexo oral hasta el punto de convertirse en un pequeño vicio para mí, pero la sensación que me producía comerme la polla de Antonio escuchando sus gruñidos de placer, era la más sublime de mis experiencias bucales.

Mis chupadas eran cada vez más intensas, más voraces, más profundas, y a pesar de que sentí cómo la verga palpitaba sobre mi lengua, y Antonio me anunciaba con desesperación que iba  a explotar, no pude dejar de succionar dentro y fuera sin disminuir la intensidad para prepararme ante la inminente corrida. Me agarré con ambas manos a sus prietos glúteos, y mis uñas se clavaron en su piel.

— ¡¡¡Aaaaaahh!!! —le oí gritar orgásmicamente.

Sentí el cálido chorro de leche de macho estrellándose contra mi paladar, llenándome la boca de espeso y dulce néctar de hombre. La repentina descarga me hizo temblar de puro placer al sentir aquella polla derritiéndose dentro de mí. La varonil esencia era incontenible, se deslizó por mi garganta mientras la polla latía sobre mi lengua con nuevos chorros que impetuosamente golpeaban el cielo de mi boca, hasta que su arrebato decayó regando mis papilas gustativas. No dejé de succionar en ningún momento, con la verga deslizándose entre mis labios lubricados con su semen, bebiendo de aquella fuente para intensificar el orgasmo de Antonio y prolongar su placer hasta que quedase completamente satisfecho regalándome todo su delicioso esperma.

— Uuufffffff… —resopló mirando cómo, sentada sobre mis talones, daba los últimos lametazos a su glande—. Ha sido brutal, incluso mejor que ayer… Aunque sólo fuera por esto, merece la pena ser un tío.

— ¡No me digas! —exclamé, mirándole fijamente y relamiendo los restos de semen de mis labios.

— Y la vista que ahora mismo tengo desde aquí —añadió, sonriéndome desde las alturas—, me encanta…

Noté cómo me sonrojaba, en parte de vergüenza, cosa que hasta ese momento no había sentido con un hombre, por mi sumisa actitud; en parte de satisfacción, por haberle complacido, y en parte de coquetería, por sentirme halagada. Alimenté mi vanidad con picardía para ofrecerle una mejor vista aún, arqueando mi espalda para que contemplase bien mi culito de forma acorazonada, y presionando mis pechos con mis brazos para que se elevasen y mostrasen sensualmente su exuberancia mientras mis labios le lanzaban un beso.

— Digna de los sueños húmedos de cualquier hombre —pensó en voz alta—. Estás para comerte entera… Quiero comerte entera…

Me levanté y mis labios fueron al encuentro de los suyos. Me besó recorriendo mis curvas con sus manos como un alfarero dándole forma a un jarrón. Sus besos fueron a mi cuello, regalándome un placentero cosquilleo mientras succionaba mi delicada piel. Bajó hasta mis pechos besándolos mientras yo echaba la cabeza hacia atrás dejándome hacer. Siguió bajando por mi vientre, colando su lengua en mi ombligo con un nuevo cosquilleo, y continuó descendiendo hasta besar la humedad de mi braguita y aspirar su aroma de hembra excitada. Con exquisita delicadeza acarició mis muslos y pantorrillas sacándome las medias y los zapatos, para, finalmente, tirar de mi más íntima prenda deslizándola por mis piernas hasta quitármela. De rodillas, observó por unos momentos mi jugosa y sonrosada vulva.

— ¡Qué preciosidad! —exclamó con un suspiro.

Me cogió por las caderas y acarició la redondez de mi culito, incitándome para que mi pierna derecha pasara por encima de su hombro y mi sexo se le ofreciese como una fruta madura recién abierta. Con su cabeza entre mis muslos, sentí cómo lamía mis abultados labios mayores provocándome un escalofrío que me hizo suspirar, y besó con dedicación la entrada a mis placeres provocando que me dolieran los pezones de pura excitación. Su lengua exploró los pliegues de mi piel, acariciándolos y lamiéndolos mientras penetraba a través de ellos para llegar al origen de mis aguas termales.

— Uuuuumm —gemí, sujetando su cabeza de cabellos castaños.

Apretando con sus dedos mis glúteos, acarició la suavidad y el calor de mi almeja, subiendo con su lengua por ella hasta encontrar la sensible perla que escondía. Sus labios la besaron provocándome un estremecimiento  y, haciéndome desear más, tiró de mi culito obligándome a sentarme sobre la cama.

— Túmbate y ponte cómoda —me susurró, levantándose.

Mordiéndome el labio, ansiosa porque aquello continuase, obedecí tumbándome y ofreciéndome a él con mis ojos fijos en el magnetismo de su mirada.

Con su barbilla brillante por mi lubricación, Antonio se colocó sobre mí dándome un profundo beso en el cuello, para volver a descender por la geografía de mi cuerpo deteniéndose en las montañas que todo alpinista querría escalar. Las cogió con sus manos apretándolas, oprimiendo su volumen para que sus erizadas cúspides quisieran rozar el cielo. Con toda su boca tomó una de ellas, y se amamantó provocando un terremoto que sacudió todo mi ser. Después pasó a la otra, y se la comió haciéndome gemir. Sus labios tomaron el rosado pezón y lo chuparon con su lengua lamiendo su dureza, provocándome exquisitas descargas eléctricas que me recorrían en una tormenta de placenteras sensaciones. Del mismo modo estimuló mi otro pezón, mientras la palma de su mano cubría el pecho abandonado amasándolo y masajeándolo.

Habiendo conquistado sus cumbres, mi amante franqueó el paso montañoso y planeó sobre el valle de mi abdomen soplando su aliento, regalándome unas maravillosas cosquillas en mi hipersensible piel hasta llegar a la cueva que pedía ser nuevamente explorada.

Me agarró de los muslos situando su cabeza entre ellos, alcanzando mi monte de venus para besarlo suavemente. Sentí cómo seguía bajando y abría su boca para que su lengua se presentase penetrando entre mis labios mayores y menores, poniéndose dura como una pequeña polla y enterrándose en mi coño hasta que toda su boca se acopló a él.

— Aaaaaahh… —grité, arqueándome sobre la cama.

Uno de los brazos de Antonio se estiró hasta que su mano alcanzó uno de mis senos, y lo agarró y acarició mientras su  húmedo y manejable músculo se retorcía dentro de mí provocando que todo mi cuerpo se retorciese con él.  Su lengua lamió todo mi coñito de abajo arriba una y otra vez, sin prisa pero sin pausa, alternando con besos que presionaban mi vulva mientras me penetraba con dureza alcanzando cuanta profundidad podía.

— ¡¡¡Ooooohh, Diosssss mmmíoooooo…!!! —me hizo gritar, fuera de mí.

No había duda de que Antonio sabía perfectamente cómo complacerme. Sabía por propia experiencia de su vida pasada, qué haría vibrar a mi cuerpo, qué me haría enloquecer. Y lo estaba llevando a cabo con destreza, disfrutando él mismo de mi excitación, degustándola con la calma con la que se saborea el más exquisito de los manjares.

Atacó mi clítoris con la punta de su lengua, acariciándolo suavemente, rodeándolo y besándolo mientras dos de sus dedos penetraban lentamente hacia mi lubricada vagina,

— Uuuuuumm… —gemí, mordiéndome el labio.

Las lamidas en mi botoncito aceleraron su ritmo, alternándose con succiones que me llevaban al borde del precipicio. Al mismo tiempo, los dos dedos exploraban mi calor interno, entrando y saliendo de él, dándome un exquisito placer que me hacía contonear mis caderas a con su ritmo.

Con la boca me comía el clítoris, con una mano acariciaba mis pechos, y con la otra me follaba lentamente. Era tanto el placer que me daba, que empezaba a sentir la necesidad de liberar toda la tensión sexual acumulada con un glorioso orgasmo. Pero mi devorador sabía cómo mantenerme en un delicado equilibrio para que, cuando pensaba que no podría más, él me hacía cruzar esa frontera sin descargarme, aumentando la intensidad de mi disfrute. Sin duda, aquella era la más exquisita de las torturas.

Sacó sus dedos de mí, y su boca atrapó toda mi vulva para que fuese su lengua la que me penetrase contorsionándose en mi interior. Sus dedos se encaminaron hacia abajo y recorrieron el gran cañón de mi culo abriéndose paso por él hasta hallar su puerta secreta.

— Aaah, aaahh, aaaaaahh… —jadeé, sintiendo su lengua follándome y sus dedos entre mis nalgas.

Uno de sus dedos presionó mi entrada trasera y, bien lubricado, no tuvo ninguna dificultad para franquearla suavemente arrancándome un grito por la impresión. Aquella era una de las cosas que más me enloquecían de sentir mi culito perforado, que la primera impresión siempre resultaba tan poderosa como para dejarme sin aliento. Ese dedo trazó círculos dentro de mí, intensificando aún más lo que su lengua hacía en la entrada principal, y enseguida comprobó que ya estaba preparada para que el otro dedo le acompañase penetrándome con los dos a la vez.

— ¡¡¡Diooooosssss…!!! —clamé.

El torrente de placer desbordó mis sentidos con una catarata de sensaciones que me llevaron hasta el delirio. Todo mi cuerpo se convulsionó y me corrí en la boca de Antonio, con él bebiendo del manantial de mi orgasmo, prolongándolo hasta el infinito con sus labios y lengua e intensificándolo al límite de mi locura con sus dedos dentro de mí.

Sintiendo aún los ecos del poderoso orgasmo recorriendo todo mi cuerpo, Antonio ascendió hasta llegar a mis labios e invadir mi boca con su deliciosa lengua. Sentí el calor de su piel sobre la mía, el peso de su cuerpo sobre mí, y la maravillosa sensación de cómo su glande se abría paso entre mis pliegues deslizándose a través de ellos para meterme toda su polla hasta el fondo.

— ¡¡¡Aaaaaaahhh…!!! —grité, sorprendida y complacida.

Una réplica del terremoto que acababa de sacudir mi cuerpo volvió a ponerme en tensión para hacerme alcanzar un nuevo orgasmo, aún más intenso que el que acababa de experimentar, exquisitamente inesperado y satisfactorio. Toda mi vagina se contrajo agasajando al repentino invasor, oprimiéndolo para sentir su dureza, grosor y longitud, haciéndome gritar en pleno éxtasis sintiendo cómo me llenaba por dentro mientras mis fluidos lo bañaban con su calor.

Sentí aquella verga como el instrumento de placer más sublime de cuantos había probado, y tuve la certeza de que aquella era la horma de mi zapato. Su tamaño era, simplemente, perfecto para mí, y su curvatura demencial para mis sentidos. La sentía toda dentro, acariciando y taladrándome en lo más profundo, dilatando mis paredes y estimulándolas para que la envolviesen como una funda hecha a medida. Sin duda, aquella polla existía para mí y mi coño para ella.  Me entraba entera, toda ella, permitiendo que el pubis de Antonio se incrustase en el mío, presionándome el clítoris mientras sus pelotas acariciaban mi perineo y culo convirtiendo la penetración en la más maravillosa y completa experiencia que jamás había tenido.

Con mi orgasmo en pleno declive tras la satisfactoria primera acometida, Antonio comenzó a moverse dentro de mí sin dejar de besarme acariciándome los labios. Le noté inicialmente torpe. Tenía tantas ganas de follarme, y hacerlo bien, que sus inexpertos movimientos y ansiedad me indicaron que se estaba dejando arrastrar por el nerviosismo de ser su primera vez como hombre.

— Ya has conseguido que me corra dos veces seguidas —le susurré—. Así que, tranquilo, deja de pensar cómo hacerlo para darme más placer. Déjate llevar por lo que sientes, disfruta y tu cuerpo sabrá cómo hacer el resto…

Le agarré del culo, abracé su cintura con mis piernas, y él respondió dándome un magnífico empujón con el que me clavó su sable hasta el fondo.

— Uuuuuumm… —gemí, embriagada por la profundidad de su vigorosa arremetida.

— ¿Así? —me preguntó, jadeando—. Estás tan preciosa cuando gimes…

— Uuuuufffff… Así… No pares…

Levantando sus caderas y haciéndome sentir toda su virilidad deslizándose dentro de mí, volvió a empujarme con fuerza, clavándomela entera y arrancándome un nuevo gemido. Ayudado por mis caricias en sus duros glúteos, arañándole cada vez que profundizaba, inició un ritmo de embestidas con el que me deleitó haciéndome sentir toda la potencia de su ariete abriendo y perforando mis entrañas, ensalzando la gloriosa sensación con el ímpetu de su pelvis golpeando rítmicamente mi vulva y haciendo vibrar el clítoris, avivando mi lujuria con el cosquilleo de sus testículos estrellándose contra el perineo y azotando mi culito.

Con su mirada encendida de pasión escrutando mi alma a través de mis ojos, nuestra unión trascendió más allá de nuestros cuerpos, fusionándonos por medio del placer en un solo ser que al fin se sentía completo.

Los dos gemíamos disfrutando de cada penetración, gozando de cómo nuestros cuerpos estaban hechos el uno para el otro sincronizándose en un fogoso baile que hacía hervir la sangre en nuestras venas, y acelerar nuestros corazones para redoblar como tambores de guerra.

Estaba disfrutando tanto de él, me excitaba tanto, le deseaba con tal intensidad, que anhelaba que me atravesase salvajemente con su polla, sentirle tan dentro que mi cuerpo combustionara, que me empalase convirtiéndome en una marioneta manejada por su verga… Le hice girar saliendo de mí y me coloqué sobre él.

— Quiero que me folles hasta hacerme desfallecer —le dije—, que me ensartes con tu polla y me mates de placer…

Sus manos me tomaron por la cintura y acompañaron mi movimiento de descenso mientras mi mano sujetaba su asta para clavarme en ella. Bajé metiéndomela entera hasta quedar totalmente ensartada con mi amante levantando sus caderas.

—¡Oooooohh! —grité.

Le sentí con mayor intensidad de lo que ya le había sentido, y el placer se hizo casi insoportable cuando me incorporé para quedar perpendicularmente a él, empalándome de tal modo que sentí cómo su lanza empujaba mis entrañas como si pudiera atravesarlas.

Antonio, con los dientes apretados sintiendo cómo mi vagina exprimía su pértiga tocando fondo, me contemplaba con fascinación, embebiéndose de cada uno de los rasgos de mi rostro y cada una de las formas de mi cuerpo; reflejándose en sus oscuros ojos que para él yo era la mayor obra de arte originada por la habilidad y genio del mejor de los escultores.

Desde que me convertí en Lucía me había sentido deseada por muchos hombres, pero nunca de aquel modo, no con esa magnitud. Era abrumador.

Sus manos acariciaron mi cintura, recorriendo su curva para bajar a las caderas y delinearlas hasta cogerme del culo y tirar de él hacia sí, apretándome las nalgas.

— Aaauuuumm… —gemí, quedándome sin respiración con su polla clavándose aún más en mí.

Moví las caderas hacia delante y hacia atrás, frotándome sobre su pelvis, disfrutando del calibre de su sexo llenando el mío, estrangulándolo con mis músculos internos y obligándome a morderme el labio para reprimir los escandalosos gemidos que hasta el portero del edificio podría escuchar.

— Uuuuufff… —gimió él—. Me encanta cómo me aprietassss…

Sentía mis pezones como puntas de flecha a punto de ser disparadas, y pareció que Antonio leyese mis pensamientos al subir sus manos para cubrírmelos y masajear la turgente generosidad de mis pechos. Sus caricias me volvieron loca, y me hicieron llevarme las manos a la cabeza para revolverme el cabello de forma inconsciente. Mi espalda se arqueó en respuesta a tanto placer, y no pude conformarme con contonear mis caderas ensartada en aquella deliciosa verga que me taladraba, tuve la necesidad de saltar sobre ella para que entrase y saliese de mí con golpes secos de su glande en la boca de mi útero y el choque de su pelvis con la mía. Aquello fue el apoteosis.

Antonio exprimió mis melones y acompañó mis botes sobre él subiendo y bajando la cadera, consiguiendo que las penetraciones fuesen más largas y potentes, logrando que todo mi cuerpo se retorciese sobre él como la cola de una lagartija.

Mis paredes internas devoraban su duro miembro con voracidad, tirando de él, masajeándolo y oprimiéndolo para sentir todo su grosor abriéndome por dentro, incitándole a profundizar más y más. El sube y baja por aquel mástil se hizo febril, perlando mi piel con sudor y ruborizando mis mejillas mientras mis dedos revolvían mi negra melena como si estuviese poseída. Y es que Antonio me estaba poseyendo hasta conseguir que en mi mundo no importase nada más que el placer que me estaba dando.

— Ah, ah, ah, ah, ah, ah… —jadeaba sin descanso.

— Ummm… Lucía… Uuuuumm… Lucía… —gemía él, apretando mis senos como si fuera la primera vez que lo hiciera.

Entramos en puro frenesí, y él bajó sus manos de nuevo a mi culo para sujetarme mejor y darme una y otra vez sin piedad, haciendo que cada golpe de su cadera y penetración en mi coño fuese un húmedo estallido de sensaciones que recorrían todo mi cuerpo en rugientes oleadas.

Antonio gruñía de placer y esfuerzo, con una fiera mirada que se embebía del espectáculo de mis tetas botando al ritmo de sus embestidas. Y en su expresión pude ver que estaba llegando al límite de su capacidad para retener la inevitable liberación, al igual que yo sentía cómo todo mi cuerpo se estremecía con el preludio de un glorioso orgasmo.

— ¡¡¡Aaaaaaaahh!!! —grité, logrando el éxtasis.

— ¡¡¡Oooooooohh!!! —gritó él con un rugido.

Alcancé el nirvana sintiendo cómo su cálida esencia irrumpía en mis entrañas como la lava de un volcán que entra en erupción con abundantes borbotones de incandescente magma. Nos corrimos a la vez, disfrutando de un sublime orgasmo que a ambos envolvió hasta hacernos perder la cabeza en un delirio de indescriptible placer que desbordó nuestros sentidos, haciéndonos despegar de la realidad.

Cuando volví al mundo terrenal, tras viajar por todo el universo de mis fantasías, fui consciente de que en realidad estaba despertando de un plácido sueño. Aquel increíble orgasmo compartido me había hecho entrar en un verdadero éxtasis, llegando a perder el conocimiento con él. Desperté sobre la cama experimentando una maravillosa sensación de paz y absoluta felicidad. Miré a mi izquierda, y vi a la preciosa Lucía dormida.

— ¡¡¡Lucía!!! —grité con voz varonil.

 

18

Lucía despertó de su sueño y me miró con sus preciosos ojos azules con la misma incredulidad con la que yo la miraba a ella.

— ¿Qué ha pasado? —preguntó, sorprendiéndose al escuchar su voz.

— No tengo ni idea —contesté, confuso y agobiado—, acabo de despertarme y me he encontrado con esto…

— ¡Vaya!. Se acabó esta locura… se acabó la magia…

Noté decepción y tristeza en su voz.

— Se acabó la magia… —repetí con la misma tristeza.

Ambos habíamos asumido el cambio de sexo y de vida hasta el punto de llegar a creer que era lo que habíamos necesitado para ser más felices. En el caso de Lucía porque, antes del accidente que había puesto nuestros mundos del revés, a pesar de ser una mujer de éxito, era completamente infeliz con el muro que se había construido alrededor. Y en mi caso porque, a mis veintiséis años, me había estancado en una vida relativamente cómoda, sin metas ni ambiciones, simplemente viviendo el día a día sin ningún reto por delante.

Nos quedamos en silencio, mirándonos mientras los interrogantes fustigaban nuestras mentes.

— No entiendo cómo ha pasado esto —dijo ella, pensando en voz alta—, pero creo que es una lección de la que debemos aprender.

— Creo que tienes razón —contesté en un susurro—. Yo he aprendido mucho… Ahora, después de lo vivido, será muy duro retomarlo todo desde donde lo dejé, pero tengo claro que no volveré a ser quien era.

— Al menos tú has tenido tiempo de descubrir y disfrutar, pero yo…

A Lucía se le quebró la voz y vi cómo sus bellos ojos se llenaban de lágrimas. Se giró dándome la espalda, y la oí sollozar.

— Lucía… Lo siento muchísimo… —le dije, poniéndole una mano en el hombro.

El tocar su piel volvió a transmitirme aquella poderosa sensación que había sentido en nuestros anteriores contactos, y supe que ella también la sintió porque se encogió con un escalofrío, haciéndose un ovillo. Toda la fortaleza que siempre había mostrado, la imagen de la dura y poderosa mujer capaz de aplastar a cualquiera con su dedo, se disolvió como un azucarillo en café recién hecho, haciéndome ver su verdadera vulnerabilidad, aquella que sólo yo conocía por haber atesorado sus recuerdos como propios. No pude contener mi impulso de abrazarla, y ella aceptó mi sincero abrazo tomando mis manos con las suyas para que la rodease sin reservas.

— Gracias —respondió, obligándome a estrechar aún más el abrazo, quedando nuestros cuerpos completamente pegados.

Sentí el calor de su piel en la mía, pues ambos seguíamos desnudos, y a pesar de la amargura del momento y la ternura del gesto, mi naturaleza involuntaria respondió con una sensación que hacía medio año que no tenía. Con un cosquilleo, noté cómo mi hombría crecía y se ponía dura, muy dura, hasta ser inevitable que contactara con las nalgas de Lucía.

— ¿Mmmmm…? —gimió ella levemente.

Mi corazón se aceleró. En el tiempo en que había sido una mujer, todos mis sentimientos masculinos habían ido quedando paulatinamente enterrados, y lo que en ese momento estaba experimentado había quedado tan atrás, que me parecía increíble volver a sentirlo tan rápidamente y en un momento tan poco apropiado.

— Lucía… —dije, suspirando sin poder evitar que todo mi cuerpo clamase por ella.

— Ya lo noto… —contestó, suspirando ella también—. Tranquilo, te entiendo perfectamente…

Se movió acomodándose, consiguiendo que mi verga quedase longitudinalmente encajada en la raja de su delicioso culo, excitándome aún más.

— La noche del accidente te deseaba, y ahora te deseo aún más… —susurró—. Vuelvo a ser yo misma, y mi cuerpo no hace más que pedirme sentirte…—añadió, aflojando la sujeción de mis manos mientras sus glúteos presionaban mi dureza.

Sin necesidad de pensar en ello, como un acto reflejo, mis manos se aferraron a sus magníficos pechos. Por fin pude deleitarme con su suave tacto, generosidad y turgencia con mis manos de hombre, por fin pude hacer realidad mi utopía de amasar los hermosos dones de mi jefa siendo yo mismo. Sin duda, eran las más excitantes tetas que había acariciado jamás.

— Me gustas tanto desde que te vi por primera vez —le dije al oído—, siempre me has parecido tan sexy e inalcanzable…

— Tú también me gustaste desde el primer momento —me contestó, dejándose hacer—. Por eso aquella noche quería parar en un hostal …

— Creo que es evidente que nos atraemos como imanes de polos opuestos, da igual que seamos hombre o mujer —le susurré, hincando mi polla entre sus nalgas.

— Uuuuumm… cómo me gusta sentir eso… —dijo meneando sus caderas—. Me parece increíble que hace tan sólo  un rato deseara meterte mi recién estrenada polla en este culo… Y ahora lo que deseo es que tú me metas esa misma polla a mí…

— Antes de que todo esto pasara esa era mi mayor fantasía —contesté, loco de excitación—. Deseaba dar por el culo a mi severa y sexy súper jefa, y ahora que lo tengo al alcance, lo deseo más que nunca...

— Nunca llegué a probarlo, pero sé que tú lo has gozado con mi cuerpo… Enséñame cómo es...

Moví mi pelvis frotando toda la longitud de mi pértiga en su redondo trasero. Con mi mano derecha, recorrí el sinuoso camino de su cintura y cadera sujetándola bien, y dejé que mi miembro llegase hasta su coñito, que ya estaba húmedo por mis caricias y la evidente excitación que nuestro contacto producía en Lucía. Sin ningún esfuerzo, y gracias a que ella tenía sus rodillas recogidas quedando en posición fetal, mi glande penetró entre sus labios y se introdujo en la calidez de su vagina haciéndonos a los dos suspirar.

— Voy a echar de menos lo que sé que estás sintiendo —le susurré, mordisqueándole la oreja—. Pero poder follarte, aunque sólo sea una vez, lo compensará…

— Eso essss… Yo apenas he tenido tiempo de disfrutar de tener polla, así que hazme disfrutar llenándome con la tuya…

Empujé con mi pelvis tirando de su cadera, y enterré todo mi duro músculo en su cuerpo comprobando que encajaba en él de forma maravillosamente placentera.

Lucía gimió, y con mi otra mano pellizqué su duro pezón arrancándole un agudo grito de pura excitación.

Me retiré sacándosela entera, embadurnada de su cálido fluido vaginal, y apunté para que la cabeza de mi ariete penetrase entre sus suaves y tersos glúteos hasta llegar a su ojal.

— Uuuuuuhh… —aulló ella, sintiendo la punta de mi polla presionando y dilatando su estrecha entrada trasera.

Su femenina lubricación envolviendo mi herramienta, su excitación y el entrenamiento al que yo había sometido aquella parte de su anatomía en los últimos meses, permitieron que mi glande se deslizase a través de la abertura ampliándola hasta que toda la gruesa cabeza estuvo dentro, haciéndome gruñir con la presión que su esfínter y músculos ejercían.

— ¡Diooosss! —gritó ella—. ¡Es brutaaaaal!

— Espera, que ahora va el resto —añadí, apretando los dientes.

La posición de su culo era magnífica para acceder a él, y ella encogió aún más las piernas sintiendo que la horadaba. Con un poco más de empuje, mi dura barra de carne fue invadiendo su recto.

— Uh, uh, uh, uh, uh —jadeaba Lucía por cada milímetro de sus entrañas que sentía abriéndose.

Sus nalgas contactaron con mi pubis, y mi mente se desquició de lujuria con esa sensación, obligando a mis caderas a empujar para apretar con fuerza esas bellas redondeces, empalando a Lucía hasta la máxima profundidad posible.

— ¡Uuuuuuuuhh! —volvió a aullar, quedándose sin aliento.

Con toda mi polla metida en su culo, se lo apreté una y otra vez con mi pelvis, rebotando contra sus carnes, sintiendo cómo su cuerpo estrangulaba mi virilidad. Oprimiéndola tanto, que me proporcionaba una gloriosa mezcla de placer y dolor que me obligaba a no dejar de empujar, como si pudiera atravesar completamente aquel precioso cuerpo femenino.

Lucía gemía y sollozaba de puro gusto, siendo incapaz de controlar las contradictorias sensaciones que le producía el sentir por primera vez una polla taladrándole el culo y abriéndola en canal.

Yo apenas podía moverme, limitado por estar los dos tumbados de costado, así que a pesar de que se la podía clavar a fondo, sentía la necesidad de deslizarme con más recorrido dentro de ella para experimentar las contracciones y relajaciones de su interior.

Se la saqué del todo, sintiendo cierto alivio al salir de aquella estrechez, pero a la vez deseando volver a sentir esa poderosa presión.

—¿Por qué me la sacas? —me preguntó girando su rostro hacia mí—. Me estaba gustando mucho, me arrepiento de no haberlo probado antes… Antonio, métemela otra vez…

— Ponte a cuatro patas, que te vas a enterar de lo que es bueno —le dije, verbalizando las palabras que tantas veces había repetido en mis ensoñaciones con mi jefa.

Lucía sonrió y obedeció deseando volver a sentir aquella intensa experiencia que acababa de descubrir. El ver en esa postura a aquella poderosa deidad dueña de mis fantasías, con su culito en forma de corazón ofreciéndoseme, se grabó a fuego en mi mente desquiciándola de lujuria.

— ¡Móntame! —ordenó con su tono de jefa y la cara de vicio más provocativa que había visto nunca.

No lo dudé ni por un segundo, agarré sus caderas y embestí su retaguardia para penetrarle el culo hasta el fondo con un potente empujón.

— ¡Aaaaaaaahh! —gritó, extasiada—. ¡Me ¡revientas!.

— ¡Dioooossss, Lucía! —grité yo, enajenado por la presión que sus entrañas ejercían en mí—. Tengo que reventarte…

Tirando de sus caderas para evitar que cayese de bruces por el ímpetu de mis embestidas de macho embravecido, empecé a bombear a la magnífica hembra haciendo que toda la longitud de mi polla se deslizase dentro de ella,  profundizando al máximo y sometiendo a  sus nalgas a un duro castigo a base de azotes de mi pubis.

Sus gritos de placer compusieron una lasciva sinfonía, nunca había sentido nada tan intenso, y yo me sumé a al concierto coreando su júbilo con alardes de barítono que convirtieron aquella cama en el escenario de La Scala de Milán.

La fuerza que las paredes internas de Lucía ejercían en mí era soberbia. Me apretaba de tal modo que, cuando yo empujaba, tenía que vencer la resistencia natural de su cuerpo a ser penetrado por aquella vía. Ese poderoso masaje y fricción en mi polla, me hacían sentirla palpitando atrapada en el estrecho conducto, más congestionada e hinchada que nunca, a punto de correrme pero sin poder hacerlo. Aquello me obligaba a darle con toda mi alma, follándola salvajemente, castigando sus nalgas con mi cuerpo para alcanzar la liberación de tanta tensión acumulada. Pero aun así, no podía alcanzar el orgasmo.

Lucía se dejaba hacer totalmente entregada a mí, permitiéndome mover su maravillosa anatomía a mi antojo, gozando de mi potencia explorándola por dentro, extasiándose de mi pasión azotando su culo a golpe de cadera, disfrutando al límite de cómo la estaba montando sin darle cuartel... Hasta que sus brazos flaquearon y su bello rostro acabó sobre la almohada. Ese cambio en su postura inclinando su cuerpo, tiró de mi pértiga dentro de ella, flexionándola  y estrangulándomela hasta hacerme sentir que reventaba con una furiosa corrida que noté cómo nacía palpitando en mi próstata, recorriendo en oleadas el interior de mi férreo miembro, hasta liberarse inyectándose en las profundidades de mi magnífica montura.

— ¡¡¡Oooooohh!!! —grité, sintiendo que descargaba en ella hasta la última gota de mi excitación, con mis glúteos apretados imprimiendo más ímpetu a la corrida.

Mi jefa estalló en una carcajada de satisfacción al sentir mi eyaculación en su interior, quedándose inmóvil para experimentar la exquisita sensación de mi espesa y cálida esencia derramándose en sus entrañas hasta morir con un último estertor que anunció el final de mi visceral orgasmo. Sintiéndose llena de mí,  Lucía empujó hacia atrás con su culo obligándome a sentarme sobre mis talones, empalándose con mi lanza para alcanzar su propia gloria.

— ¡¡Aaaaauuuuuumm!!! —aulló como una loba en noche de luna llena, quedándose sin aliento sentada sobre mí.

Su poderoso orgasmo me exprimió sin piedad, permitiéndome volver a agarrar sus exuberantes pechos para estrujarlos intensificando aún más el placentero delirio de mi aullante hembra.  Cuando toda su energía se consumió, sintiendo cómo mi miembro perdía consistencia y empezaba a ser vencido por las contracciones de su recto tratando de expulsarlo, levanté a la indómita loba cogiéndola por la cintura. Mi decadente músculo salió de ella y, tras él, el blanco líquido de mi orgasmo regando mi zona pélvica.

— Me has dejado como a una muñeca de trapo —me dijo, tumbándose con su cara aún colorada por el clímax alcanzado—. Me ha encantado…

— Y tú me has exprimido como a una naranja —le contesté, resoplando—. Es increíble la fuerza que tienes, por un momento he pensado que me arrancabas la polla.

Los dos nos reímos a carcajadas, hasta que se fijó en cómo había quedado mi entrepierna.

— Creo que deberías darte una ducha —me dijo—. Tienes toda la corrida encima.

— Sí —contesté, observando cómo mi esencia se había condensado alrededor de mi verga—. Ahora que esta vuelve a ser tu casa…  ¿Te importa si uso el jacuzzi?. Es que  me encanta.

— Pues claro que no. Si fueras otro tío y esto hubiese ocurrido antes del accidente, te habría pedido que te marcharas. Pero eres tú… Y a pesar de haber recuperado mi cuerpo, yo ya no soy la misma Lucía que era… Me has abierto las puertas hacia nuevos horizontes, me has hecho descubrir nuevas sensaciones… Siéntete en tu casa y disfruta de un buen baño. Yo voy a beber algo.

Me di una rápida ducha y me metí en el relajante baño de hidromasaje, disfrutando de aquel pequeño lujo sabiendo que, probablemente, sería la última vez que lo hiciera. Sentado y sumergido hasta la línea por debajo del pecho, pensé en que todo lo que había ocurrido en mi vida en el último medio año, había quedado atrás como un sueño. Tenía que volver a la realidad, a mi realidad, en la que seguía siendo Antonio, un chico de veintiséis años, con unos padres que le querían, con buenos amigos, con buenas aptitudes e ideas, una persona inteligente y con un futuro prometedor... Pero había conocido otra vida, otro mundo, otras experiencias, y atesoraría lo aprendido en ese extraño sueño que dejaba atrás para ser más feliz sacándole todo el jugo posible a mi existencia.

¿Y Lucía?, ¿cómo encajaría en mi vida?. Ella seguía siendo mi jefa en el trabajo, en un escalafón que en mi realidad actual quedaba lejos de mi alcance… aunque ahora había mucho más entre nosotros. Había llegado a conocerla mejor de lo que ella misma se conocía, y ella también me conocía a mí mejor que cualquier otra persona sobre la tierra. Ahora que sabía cómo era realmente tras la dura fachada que mostraba al mundo, y que estaba dispuesta a derribar, me sentía fascinado por ella. Además, era imposible negar que entre nosotros había algo realmente mágico que había desencadenado todo cuanto había ocurrido desde aquel accidente, y a pesar de haber vuelto ambos a la normalidad, seguíamos sintiéndonos irremediablemente atraídos el uno por el otro.

— ¿Qué vamos a hacer? —me pregunté en voz alta.

— Retomar nuestras vidas y reconducirlas —contestó Lucía, entrando en el cuarto de baño y quedándose ante mí con los brazos cruzados bajo sus hermosos pechos desnudos.

Con sólo verla, sentí cómo mi polla se movía sumergida bajo el agua caliente, como una anguila que buscase a su presa. A través del agua, la verdadera dueña de aquel jacuzzi observó mi reacción ante ella, y se mordió el labio. ¡Era tan increíblemente sexy!. Me llené los ojos grabando en mi cerebro su belleza: el brillante color de su sedosa y azabache melena, la profundidad de sus espectaculares ojazos azules, la sensualidad de sus rojos y carnosos labios, la generosidad y redondez de sus turgentes senos de erizados pezones, las maravillosas curvas  de su estrecha cintura, la anchura de sus poderosas caderas, el erotismo de su  vulva de hinchados y sonrosados labios, la longitud y tonicidad de sus firmes muslos… Mi verga terminó de erguirse bajo las aguas apuntándola con su ojo ciego.

— ¿Y entre nosotros? —pregunté con la garganta seca.

— Ahora vuelvo a ser tu jefa —contestó, metiendo un pie dentro de la amplia bañera—. Y deberás hacer cuanto te diga —añadió, metiendo el otro pie.

— Ya, pero no tratabas muy bien a tus subordinados —contesté, sintiendo cómo mi corazón volvía a acelerarse.

— Eso ahora va a cambiar, y tú no serás sólo mi subordinado…

Dando dos pasos dentro del agua se situó sobre mí con sus piernas abiertas. Percibí el penetrante aroma de su excitado sexo, que ya se humedecía por y para mí.

— Tú tendrás tus privilegios —me dijo, cogiéndome la cabeza para acercarla a su jugosa fruta.

Abrí mi boca y besé sus labios vaginales succionándolos con verdaderas ganas.

— Uuuummm —gimió—. Essso esssss…

Con la lengua me abrí camino entre ellos y degusté su ardiente coño, lamiendo suavemente el delicioso sabor de su zumo de hembra, haciéndola suspirar. Yo ya había probado el sabor de mi propia excitación cuando era Lucía, pero ahora, con mis papilas de hombre, aquel coñito me pareció el manantial del más exquisito néctar que jamás había probado.

Tanto tiempo había fantaseado con aquella diosa inalcanzable, y tanto había clamado por ella mi hombría sepultada en el rincón más oscuro de mi mente, que todo mi ser se entregó sin reservas a aquel cunnilingus. Me comí su almeja introduciendo mi lengua cuanto fui capaz, explorando con ella cada ínfimo detalle de aquella cueva celestial, apurando el cáliz de su cuerpo como si aquel fuera el último trago previo al cumplimiento de mi mortal destino.

Entre suspiros, Lucía revolvió mi cabello disfrutando de mi excelsa gula más allá de lo que tenía en mente. Se apretó contra mi boca gimiendo y, de pronto, tirándome inconscientemente del pelo, alcanzó un precipitado orgasmo que hizo las delicias de mi paladar saciando mi sed de ella.

— ¡Joder, cómo me pones! —me dijo, dejándome respirar—, esa no era mi intención…

— Pues a mí me ha encantado —le contesté con una amplia sonrisa—. Tenía tantas ganas de comerte entera… Estás tan deliciosa por dentro como por fuera.

Lucía rio con una cantarina carcajada, y yo volví a besar su vulva con pasión. Ella sujetó de nuevo mi cabeza y fue descendiendo para que mi lengua subiese por su vientre, mientras mis manos tomaban su redondo culito y le ayudaban a bajar poniéndose de rodillas sobre mí. Inclinándose y apoyando sus manos en el borde del jacuzzi, puso sus tetazas ante mi rostro, y me sentí como un hambriento ante el escaparate de una pastelería.

— Como te estaba diciendo hasta que me has hecho correrme —susurró con su tono más sugerente—, podrás reclamar tus privilegios siempre que quieras… ¡Reclámalos! —añadió imperativamente con su autoritario tono de jefa.

Mis manos recorrieron sus prietas nalgas y, ascendiendo por la curva de su espalda, la abracé mientras atrapaba con mi boca su seno izquierdo succionando su duro pezón. Lucía emitió un gemido de satisfacción.

Tomé sus encantos con ambas manos y los acaricié, presionándolos y disfrutando de cómo se amoldaban a mis manos; pellizcando suavemente los rosados pezones para después lamerlos y besarlos;  terminando con toda mi boca abierta para comerme cuanto era capaz de esos dulces melones.

— Uuuuuufffff… —resopló, bajando aún más para que mis besos le provocasen escalofríos recorriendo su cuello—. Así es como debes reclamar tus privilegios…Creo que tendré que llamarte muy a menudo a mi despacho…

Sus labios fueron al encuentro de los míos, y su cálido aliento se hizo mío en un beso pausado con el que nuestras bocas jugaron a atraparse la una a la otra. Su coñito alcanzó el extremo de mi erección bajo el agua y, acomodándose, fue tragándola poco a poco, haciéndome estremecer con la incomparable sensación de percibir su vagina más caliente que el agua del jacuzzi.

Lucía se metió mi polla entera, abriéndose de piernas hasta que su culo se apoyó sobre mis muslos y nos quedamos fusionados. Volví a maravillarme al comprobar cómo nuestros sexos encajaban a la perfección. Estaban hechos el uno para el otro, para que ambos pudiésemos gozar del más sublime de los placeres al unirnos. Jamás mi sable había sido enfundado con tal perfección, ni en  tan hermosa vaina.

— Uuuuumm —gemimos al unísono.

Mi amazona tomó las riendas pasando sus brazos alrededor de mi cuello, y yo le ayudé a colocarse bien sobre su montura sujetándola de su divino culo. Sin apenas esfuerzo por la flotación, la alcé deslizándola por mi pértiga, y  la solté para que suavemente se volviera a ensartar en ella hasta que sus caderas empujaron clavándosela bien a fondo.

— Qué ricoooohhh… —susurró—. Nunca había usado así el jacuzzi...

— Yo nunca lo había hecho en el agua —contesté con sinceridad—. Es tan cómodo… Aunque creo que podría follarte incluso metido en aceite hirviendo.

Una carcajada se le escapó, y todos sus músculos se contrajeron haciéndome gruñir de gusto.

Del mismo modo, con la misma suavidad, ayudé a mi diosa guerrera para que siguiera montándome, sintiendo cómo su ardiente vagina masajeaba mi verga tirando de ella mientras yo profundizaba en su interior hasta incrustarle mi glande es sus entrañas. Era una sensación maravillosa, y podíamos disfrutarla con tranquilidad, dejando que el placer se fuese acumulando lentamente en nuestros cuerpos sin la necesidad de precipitar el final por el exceso de excitación. La pasión arrebatada era genial, pero el pausado goce también lo era, y eso sólo se podía conseguir con la confianza que se había establecido entre ambos.

Habiendo detenido los chorros del hidromasaje, el oleaje era producido por nuestros movimientos, y el sonido del manso chapoteo acompañaba los gemidos de Lucía mientras la excitación seguía creciendo.

— Será sospechoso que llames a un subordinado de nivel tan bajo a tu despacho —le dije, sin parar de clavarla en mi polla— No soy más que uno de los muchos Jefes de Equipo.

— Ummm, puede ser… Entonces, tendré que proponerte para un ascenso.

— Eso sería genial, pero no quiero ganármelo sólo por follarme a la Subdirectora de Operaciones —le dije con total sinceridad.

—¿Ah, sí? —preguntó deteniéndose y haciendo fuerza con sus caderas y paredes internas, estrangulando mi músculo y engulléndolo hasta hacerme gruñir de gusto—. ¡Pero es que es la Subdirectora de Operaciones la que te folla a ti!..

— Uuuufffffff, sí, ahora mismo sí —contesté apretando los dientes, sucumbiendo a su poder.

Mis manos volvieron a subir para que ella llevase el ritmo, contoneando sus caderas sobre mí como si estuviese manejando el joystick de una antigua máquina de videojuegos. Cogí esos portentosos pechos que me fascinaban, y con los que tanto había disfrutado cuando eran míos, y se los apreté y amasé para su disfrute y el mío, estimulándoselos del mismo modo que a mí me había encantado que me hicieran.

— Aaah… Sabes que no propondría tu ascenso sólo por eso… uuummm —me dijo entre gemidos, sin parar de bailar con mi polla dentro de ella—. Tengo muy buenos informes sobre ti de tus mandos más directos… uuuuuummmm… Y es por eso que te llevé a aquella reunión… ah, ah, aaahhh… Aunque también me parecieras atractivo… uuuuffffff….

— Mmmm… Entonces aceptaré encantado ese ascenso… uuuumm —contesté entre gruñidos y gemidos yo también—. Ahora que conozco bien tu trabajo… uuuufff… podré ayudarte y aconsejarte si te dejasss…

Comencé a besar sus senos, con suavidad, aumentando paulatinamente la presión de mis labios en ellos. Lamí sus pezones, delineando lentamente su areola con la punta de mi lengua y haciendo vibrar su agudo ápice con ella. Los chupé y succioné, abriendo cada vez más la boca, y alternando de uno a otro mientras mis manos los estrujaban con verdadero entusiasmo.

— Aaaauuuumm… Por los nuevos que recuerdos que ahora tengo del tiempo que has estado en mi lugar —me dijo, cambiando su movimiento de caderas de atrás hacia delante—… uuuumm… Sé que has estado haciendo un buen trabajo… uuuuff… Me serás de mucha ayuda para quitarme estressss…

La intensidad de las sensaciones seguía en aumento. Toda mi polla era estimulada por el enérgico masaje de su cueva de placer, y el deslizarme por ella me proporcionaba un delicioso y potente cosquilleo en el glande que me hacía acompañar sus movimientos con mi propia cadera, sintiendo vigorosamente cómo mi ariete se incrustaba en su interior, dándonos a ambos una gran satisfacción.

— Estaré encantado de quitarte todo el estrés —dije, soltando sus pechos para volver a coger la redondez de sus nalgas y clavar mis dedos en ellas atrayéndola hacia mí.

Lucía jadeó con cada potente estoque en sus entrañas.

— Y esta es la mejor manera de quitar el estrés —añadí, metiéndole un dedo por el culito.

— ¡¡¡Uuuuuuuuhh!!!. Sin duda… Sé que es lo que has estado haciendo tú… (Diossss, esssse dedo por detráaaaasssss)… Follando sin parar... hasta a mi mejor amiga y mi cuñadoooohhh…

Me detuve sacándole el dedo, obligándole a detener su cabalgada. Clavé mis ojos en el océano de los suyos, y me disculpé sinceramente.

— Lo siento, Lucía. Pensé que mi situación era irreversible y… No era capaz de dominar mis impulsos y emociones… Quería descubrir mi nueva condición y… Era todo nuevo y excitante, y cuanto más descubría, más quería… Siento haber puesto tu vida patas arriba, creía que ya era mía.

— No tienes que disculparte —contestó tomando mi rostro entre sus manos con dulzura, una dulzura que sólo yo conocía—. Esos impulsos que dices que sentías, también los tengo yo, solo que yo tenía el interruptor apagado para ignorarlos. Tengo treinta años, y mi reloj biológico tiene la alarma puesta. Es normal que tú no supieras desconectarla y aprovechases cualquier oportunidad para hacer lo que mi cuerpo te pedía…

— Entonces, ¿no me guardarás rencor por lo que he hecho?.

— Pues claro que no, tonto. Lo hecho, hecho está, y mi vida necesitaba un revulsivo. Si ahora la retomo habiendo tenido cambios ya, mucho mejor. Y no dudes ni por un segundo que, si cuando yo tenía tu cuerpo hubiese tenido más tiempo tras la rehabilitación, también habría explorado mi sexualidad.

— Eres increíble, Lucía —le dije, totalmente deslumbrado por ella.

— Soy racional y práctica, demasiado racional, y eso va a cambiar… Me habría encantado continuar siendo un tío y poder experimentar como has hecho tú… Pero de nada sirve lamentarse, ahora estamos así y… ¡Joder, tengo tu polla dentro!, ¿y quién ha dicho que te pares?. ¡Venga, sigue follándome para que vuelva a correrme!.

Se me escapó una carcajada y Lucía se retorció de gusto sobre mí sintiendo mis espasmos, devolviéndome su placer para hacerlo también mío con una reacción en cadena.

Nuestras miradas volvieron a encontrarse. Vi fuego, deseo, pasión y lujuria en sus ojos de zafiro, lo mismo que yo sentía. La tomé por su sensual cintura, y levantándola hasta que sólo mi glande quedó dentro de ella, empecé a manejar su cuerpo clavándolo con salvaje lascivia en mi lanza. Horadando su vagina y apuñalando sus entrañas con mi bayoneta, obligándole a gritar:

— ¡¡¡Aaahhh, aaahhh, aaahhh, aaahhh, aaahhh, aaahhh, aaahhh…,!!!

Mi pasión desenfrenada y el agua del jacuzzi me permitieron hacerla saltar sobre mí con la habilidad con la que manejaría una almohada de plumas. El oleaje se convirtió en marejada, con la marejada llegó la tormenta, y la tormenta se convirtió en huracán.

Sentía mi propio órgano más poderoso que nunca, como una tuneladora taladrando el espectacular cuerpo de Lucía, dándome tanto placer que mantenía todos mis músculos en tensión, transmitiéndome cada fibra de mi cuerpo el goce que se originaba en mi falo. Mis ojos se deleitaban con la esplendorosa imagen del rostro de Lucía, ensalzándose su belleza con rubor en sus mejillas, auténtica luz en sus celestiales ojos, brillo en sus carnosos labios, y lujuria en su expresión. Al bajar la vista, por unos instantes, me embebí del excitante movimiento de sus pechos botando libres, haciéndome entrar en un estado de trance del que solo salí cuando oí que mi diosa me pedía un momento de tregua.

— Dame un segundo —me dijo, casi sin respiración, quedándose con toda mi verga dentro—. Necesito tomar aliento o creo que me desmayaré…

Así llegamos al ojo de la tormenta perfecta, recuperando la cordura de nuestras respiraciones.

— La Subdirectora de Operaciones soy yo —afirmó con su respiración más pausada—, así que volveré a ser yo quien dirija esta operación.

— Tú mandas —le contesté con una sonrisa.

Lucía se levantó y, haciéndome un guiño, se dio la vuelta para volver a bajar. Sujetando mi miembro sumergido con una mano, volvió a metérselo por su acogedor coñito hasta que todo el Nautilus llenó aquella cálida gruta subacuática, arrancándonos a ambos un suspiro. Con una privilegiada vista de sus divinas posaderas apretándose sobre mi cintura bajo el agua, disfruté de cómo comenzó a moverse suavemente sobre mi arpón con un vaivén de caderas de arriba abajo, mientras se sujetaba apoyándose en los bordes del jacuzzi.

— Uuummm, uuummm, uuummm… —gemí, sintiendo cómo su vagina me succionaba con voracidad.

Aquella forma de moverse hacía la penetración extremadamente placentera. El recorrido por su interior era corto, con mi sensible glande incidiendo continuamente en sus profundidades, pero tal y como me estaba follando Lucía, todo el placer se concentraba en la fuerza de sus músculos masajeando mi barra de carne, tirando de ella y apretándola como si pudieran aplastarla, era magnífico.

Escuchaba los gemidos de mi Afrodita, recorriendo su espalda y culo con mis manos para terminar rodeándola con mis brazos y aferrarme a sus pechos, estrujándolos como su coño estaba estrujando mi polla.

Nuestro goce seguía en aumento, y yo ya empezaba a sentir que no aguantaría mucho la gula con la que ese conejito se estaba comiendo mi zanahoria.

Bajé una de mis manos hasta su vulva y, metiendo mi dedo corazón entre sus labios mayores, hallé su clítoris justo por encima de mi carne devorada por su sexo. Lo acaricié y  froté, y los gemidos de Lucía se transformaron en una especie de sollozos suplicantes por el puro disfrute de sentirse doblemente estimulada. Incrementó la velocidad de sus movimientos pélvicos, acompasándolos con mi dedo frotando su perla, y las aguas volvieron a encresparse desatándose nuevamente la tormenta.

Yo ya no podía controlar mis actos, la excitación era tan extrema y el placer tan intenso, que tenía la necesidad de penetrar a Lucía con todas mis fuerzas, de empalarla sin compasión, de hacerle sentir toda la potencia de mi hombría. La tomé de la cintura levantándola y empecé a empujarle con ímpetu, subiendo y bajando mis caderas para que mi polla recorriese toda su gruta y se clavase con furia, una y otra vez, en sus entrañas.

— ¡Aaaaaaaahh…! —gritó de forma continuada mientras mi verga entraba y salía de ella con endiablado frenesí.

Mantuvimos el ritmo buscando el desfallecimiento de nuestra resistencia, arrastrándonos el tifón de la bañera hasta el borde de la locura. Nuestros corazones latían al galope, armonizados con el mismo trepidante tempo; mi polla palpitaba, a punto de estallar; su coño se contraía, al límite de sus fuerzas, y nuestras almas se elevaron hasta alcanzar el jardín de las delicias.

—¡¡¡Oooooohhh…!!! —gritamos al unísono.

Mi leche regó a presión sus profundidades, escaldándolas con furia mientras Lucía se contorsionaba sobre mí en pleno éxtasis. Llegamos al orgasmo en perfecta sincronía, alcanzando la sinergia de nuestras glorias compartidas para enaltecer nuestro placer en una dimensión desconocida. Nos fundimos en un único ser superior, corriéndonos con todos nuestros sentidos colapsados por tan increíble arrebato liberador, sintiendo en nuestros corazones que aquel era el momento de felicidad absoluta que daba sentido a nuestras vidas, haciéndonos desear que jamás tuviera fin.

Con toda mi esencia ya entregada para llenar a Lucía, prolongando su particular paraíso de sensaciones, sentí que me iba, que la oscuridad me envolvía y todo desaparecía a mi alrededor.

Desperté sintiendo frío, con los pezones duros como carámbanos de hielo. La temperatura del agua del jacuzzi había descendido considerablemente, y sólo el calor del cuerpo pegado al mío impedía que tiritara.

Apenas tuve un vago sentimiento de sorpresa al descubrir que estaba abrazada a Antonio y que, por lo tanto, yo volvía a ser Lucía. En la vorágine del más sublime de los orgasmos, había percibido cómo ambos habíamos alcanzado una mística unión en la que nuestras almas entraban en resonancia para intercambiar nuestras realidades.

Antonio me miró y, al verme abrazada a él observándole con mis claros ojos azules, un destello iluminó la oscura profundidad de los suyos. Sonrió encantado:

— Hola, preciosa, volvemos donde empezamos.

Y así descubrimos que la irresistible atracción que sentíamos el uno por el otro, y la mágica compenetración que experimentábamos cuando estábamos juntos, se expresaba en su máxima extensión en el momento en el que llegábamos juntos al orgasmo, alcanzando la gloria a la vez. En ese momento nos mezclábamos convirtiéndonos en un solo ser, y cuando el sobrenatural clímax se desvanecía, volvíamos a separarnos intercambiándonos los papeles.

Pasamos toda la semana de mis vacaciones indagando en esa fantástica posibilidad, follando apasionadamente, entregándonos el uno al otro sin reservas. Confirmando, orgasmo tras orgasmo, que aquella magia que nos envolvía provocaba que nuestro máximo placer casi siempre fuera alcanzado simultáneamente, haciéndonos dueños del cuerpo del otro. Y también aprendimos, conociendo nuestros cuerpos, a disfrutar del regalo de gozar de largas sesiones de sexo, siendo hombre o mujer, sin dejar que se produjese el cambio.

Tras aquella húmeda semana, tomamos conjuntamente la decisión de continuar con nuestras nuevas vidas recién iniciadas, siendo yo Lucía y él Antonio, dándonos total libertad para hacer con ellas lo que quisiéramos.

Durante los meses siguientes, le apoyé y aconsejé sobre su nueva condición, ayudándole a entender lo que significaba ser un hombre, con sus defectos y virtudes. Incluso, a pesar de que secretamente me hería, también le animé para que tuviera aventuras con otras mujeres,  con el fin de que explorase su nueva sexualidad más objetivamente, tal y como yo había hecho antes de que él despertara del coma.

En todo ese tiempo, ambos reprimimos nuestros impulsos por entregarnos al otro para asegurarnos de qué  era lo que realmente queríamos,  manteniendo únicamente una verdadera y sana amistad. Una amistad tan sana, que me vi obligada a saciar mis apetitos con el monitor de spinning de mi amiga Alicia, un par de ligues de discoteca, y las visitas de Raquel y su novio, mientras Antonio daba buena cuenta de mi amiga Eva del trabajo, algún ligue, y una de “sus” exnovias.

El día de nuestro cumpleaños, porque ambos cumplíamos el mismo día, los dos decidimos afrontar lo que era innegable: estábamos hechos el uno para el otro, sólo yo podía hacerle feliz a él, y sólo él podía hacerme feliz a mí. Antonio me confesó que estaba locamente enamorado de mí, y yo le correspondí declarándole mi amor incondicional. El sexo de aquel día fue apoteósico.

Desde entonces, vivimos juntos como una pareja normal a los ojos de cualquiera, aunque en la intimidad, seguimos disfrutando del sobrenatural privilegio de gozar de la cara y la cruz de la moneda del sexo.