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Cinco meses y cinco segundos

en Erotismo y Amor

Sentada en el banco, te veo acercarte por la acera. Bajas la calle pausadamente, tu mirada fija en la mía y por primera vez una sonrisa ilumina tu rostro. No hay nadie más: es a mí a quien sonríes de esa forma cálida.

Algo en tus ojos me dice que me quieres decir que te diga algo, y yo no sé qué decir.

***

Cuántos meses llevo mirándote y admirándote a lo lejos, deseando que tu mirada se cruce con la mía, imprimiendo en mi memoria cada uno de tus rasgos y de tus gestos, tus risas y tus silencios. Cuántos meses llevo adicta a la visión de tus labios. He perdido la cuenta; dicen que son cinco meses, pero me parece que llevo así toda la vida.

Llevo cinco meses, dicen, o toda la vida, digo yo, alimentándome de tu imagen. No sé si me duelen más las ansias de rozarte o la glacial decepción, día tras día, de que las palabras que brotan de mis ojos no obtengan respuesta alguna. Y entonces te miro, te aprendo, te asimilo, en los cinco segundo que tengo a disposición para empaparme de ti, y te llevo a casa impresa en mi alma.

Cinco meses, dicen. Cierro los ojos y siento la seda de tu cabello entre mis dedos y la miel de tus labios en los míos. Creo percibir tu perfume a jazmín y azahar, quién sabe por qué esas flores, si nunca he estado tan cerca de ti como para saber a qué hueles. Mi mente se arriesga a desnudarte despacio, asustada, como quien teme violar un altar sagrado.

Mis manos tiemblan incluso en mis fantasías.

Rozar tus curvas me estremece; tanto he soñado con ellas que hasta imaginándolas las siento reales, sé que las conozco, desde el origen de los tiempos. Tus más íntimos pliegues ya no tienen secretos para mí: tantas veces los he visto en sueños que sé que el día en que por fin seas mía reconoceré su aspecto y su sabor como los de toda la vida.

Es algo que siento desde el primer día que te vi: te conozco desde siempre. ¿Dónde habías estado hasta ahora? ¿Cuándo te darás cuenta tú también?

***

Sentada en el banco, te veo acercarte por la acera. Bajas la calle pausadamente, tu mirada fija en la mía y por primera vez una sonrisa ilumina tu rostro sólo para mí. No hay nadie más: sí, es a mí a quien sonríes de esa forma tan cálida.

Por primera vez, algo en tus ojos me dice que me quieres decir algo, que me vas a decir algo, que vienes directa hacia mí y que vamos a acabar por fin este absurdo juego de miradas y palabras reprimidas.

Y entonces agacho la cabeza. Miro al suelo, confundida, desbordada por las emociones, mientras pasas a un metro de mí sin proferir palabra, y te alejas.

Hasta mañana, amor.