miprimita.com

Bolas y bolos

en Sexo Oral

    Nada más entrar en la bolera siento un notable alivio térmico. Ni siquiera es verano todavía  pero el calor que azota las calles de Fuerte Castillo es ya inaudito. Cuando mi amiga me ha llamado antes, para invitarme a una partida de bolos, he pensado que sería una buena manera de refrescarme y es que en el interior de tan lúdicas instalaciones la temperatura  es realmente placentera.

   Te voy a contar algo sobre mí: me llamo Mateo y soy un hombre que acaba de cumplir los treinta y seis. A pesar de mi larga trayectoria vital he tenido pocos encuentros sexuales y eso me coloca en una posición de eterna deuda con mi miembro viril. Por si fuera poco, tengo una extrema devoción por las adolecentes que no alcanzan ni la mitad de mi edad y eso no me facilita las cosas precisamente.

    Nada más cerrarse las grandes puertas correderas de cristal, tras de nosotros, mi pervertido radar óptico ya empieza a escanear la estancia con cierto disimulo. Soy consciente de que este lugar es ideal para vislumbrar a nenas juguetonas.

    No tardo en marcar mi primer objetivo. Una chica de hermosa figura, con una actitud expectante, está frente a una de esas vitrinas llenas de artículos, susceptibles de ser pescados con un gancho mecánico. Sus pantalones son cortos pero razonables.

   Te diré que tengo una filia muy pronunciada con los shorts tan cortos que se llevan desde hace unos veranos. Yo siempre me había considerado más de tetas pero... Me traen loco las jovencitas que van enseñando parte de sus nalgas al caminar.

    Al principio me parecía inconcebible que esas niñas se pasearan de ese modo a tan tierna edad, con el consentimiento paternal, colegial, social... Hasta el punto que llegué a pensar que era solo cosa mía. Que mi lujuria se desbordaba únicamente por mi perversión desmedida. "¿Realmente estoy tan enfermo?". Ahora mismo, la teoría que más me ayuda a conciliar esa turbadora realidad, es la de que se junta el hambre con las ganas de comer. Es cierto que mis sofocos son mayormente por mi calenturienta peculiaridad, pero tampoco es normal lo que ocurre cada verano.

-No sé donde se habrá metido Carlo-   dice mi amiga Martina mientras mira el móvil.

-Estará aparcando-   contesta su novio mientras voltea la cabeza y pega un vistazo.

    Estamos esperando en la antesala de ese gran recinto habitado por una audiencia bastante discreta, en lo que se refiere a su cuantía. Puede que sea porque aún es pronto o porque solo estamos a jueves. Yo sigo guardando mi posición para no perder de vista a esa niña tan linda con la esperanza de que se dé la vuelta y pueda ver si su rostro está en consonancia con su figura.

    Un arrollador advenimiento ningunea por completo esa discreta curiosidad. La llegada de su amiga, mucho más atrevida que ella, me destartala el temple. Trae consigo las fichas, tickets, monedas o lo que sea que requieran para articular el gancho y sortear los artículos carentes de interés para alcanzar así el premio deseado. Esa nena no se anda con rodeos. No solo hablo de la brevedad de sus mini-shorts; se trata, sobre todo, de razones anatómicas. Y es que hay anomalías femeninas que parecen hechas con la más perversa de las maldades.

    La recién llegada tiene un culo y unos muslos impropios de una chica de tan tierna edad. No serían tan dramáticos si no fuera por el fino tipín que da continuidad a su silueta. Y yo no estaría al borde de un ataque de corazón si esa desvergonzada tuviera la decencia de vestirse de un modo más sensato.

-Hola Mateo ¿Como andas?-   me pregunta Gabriel nada más llegar.

-Aquí. Esperando a Carlo-   le contesto disimulando mis vergonzosas inquietudes.

-!Hola Mathew!-   dice Cristina mucho más chistosa.

-¿De verdad Cristina?-   le contesto   -¿De verdad tendrás aplomo para jugar? otra vez?

-He mejorado ¿vale? Eso espero-   mientras suelta una sonrisa de esperanza.

    Por fin llega Carlo, con su sonrisa protocolaria. Es vecino de Martina e Ignacio. Una de esas personas que nunca hubieran tenido la más mínima incidencia en mi vida si no fuera porque vienen de paquete con mis amigos. Sin duda, es el rival más duro que me tocará combatir hoy.

-¿Qué número tenéis de pie?-   decidida como siempre.

    Martina pide esos zapatos tan innecesarios para jugar en la pista. No es de las que suele perder el tiempo. Ha venido con muchas ganas de tumbar bolos aunque todos sabemos que no opta a la victoria. Es una vieja amiga mía; bajita y con grave sobrepeso pero con un carácter que le permite sobrellevar cualquier adversidad que se le presente en la vida.

    Ignacio, por el contrario, es alto y delgado. Son como el "punto" y la "i". Él se está ocupando de los asuntos financieros con el encargado de la recepción. No lo veo muy a menudo y también es cierto que yo no movería ni un dedo para andar con ese tipo si no viniera con el resto.

    A Gabriel y a Cristina los presenté yo hace unos años y aunque no son la pareja ideal, aún permanecen juntos después de tanto tiempo. Él es un poco soso y ni siquiera se anima a participar en esa partida múltiple que se está gestando al andén de las pistas.

    Estoy rezando para que nos toque una pista cercana a la ubicación de ese par de nenas tan golosas. Ahora mismo están jugando a los videojuegos. Me duele cada paso que doy para alejarme de ellas, de camino a la pista número seis.

   La partida da comienzo con multitud de matices: la torpeza de Cristina, las cómicas enrabietadas de Martina, la peculiar forma de tirar de Ignacio, el efectivo estilo de Carlo y, por supuesto, la arrolladora energía de mis tiros.

****

 

    He preferido no aburrirte con el transcurso de tan apasionante partida. Solo necesitas saber que, tras un inicio no demasiado lucido por mi parte, he conseguido remontar en las últimas tiradas y he encadenado tres strikes que me han dado la victoria. Le he dado una buen baño de humildad a esa gente.

    Ahora estoy solo en una de las mesitas. Ellos se han ido a cenar pero yo no puedo marcharme de aquí. Ahora no. Ha ocurrido algo mientras se sucedían los turnos y rodaban los bolos. No me preguntes cómo pero, a pesar de mis precavido disimulo, esas dos niñas se han dado cuenta de que las miraba con demasiada insistencia. Ni siquiera mis amigos se han percatado de mis lascivas miradas semipedofilas, pero de algún modo, ellas sí.  

   Creo que ha sido cuando se han acercado para jugar al billar. Nos separaban pocos metros y no he podido evitar poner en riesgo mi discreción en vista de tan excepcional espectáculo carnal. Ha sido la mona de cara; ella se ha chivado a su amiga nalgona y ahí ha empezado ese juego de miradas imprudentes. Temía que se sintieran incómodas por mi culpa pero, por el contrario, se ha establecido una complicidad oculta que me retiene sentado en esta mesa. Saboreando este frío refresco de limón.

    No sé si te ha ocurrido alguna vez: Ves la cara de una chica que no te parece demasiado guapa pero, en cuanto te percatas de que tiene unas tetas enormes, aprecias mucha más belleza en su rostro. Solo asociar ambos conceptos, su mirada, su armonía facial se dispara hasta estar a la altura de su potencial mamario. Creo que es algo parecido lo que me ocurre con esa culona.

    ¿Qué hago aquí? Solo conseguiré ponerme más malito.                              .    Espera... se están acercando. Vienen. Están aquí.

    Simulo normalidad sin esquivar las pocas miradas que me dedican mientras se postulan en la última máquina de juegos que les queda por probar. Se trata de una de esas mesas repletas de agujeritos que sueltan aire, por donde flotan unos pequeños discos. Me imagino que sabes a lo que me refiero. Cada una de las chicas se sitúa en un extremo de la cancha y tiene que defender su portería, en forma de ranura horizontal, y marcar gol en la de su adversaria.

    Son muy escasos los metros que me separan de ese lúdico armatoste. Mientras sorbo el contenido cítrico de mi pajita me siento afortunado, pues es la niña de vestimenta más desinhibida la que me da la espalda. Solo el hecho de agacharse para introducir la moneda y recoger los discos ya supone un notable gravamen en lo referente a la insolencia de sus redondeces anales. Estoy empezando a ponerme palote.

    Lo que está sucediendo ahora mismo es de difícil relato. Yo conocía este juego en la versión de un solo disco pero, bien sea por una máquina disfuncional o por una nueva versión de tal recreo, son varios los discos que permanecen sobre la mesa. Eso intensifica sensiblemente el trajín que se traen entre manos esas entregadas jugadoras. Un entusiasmado frenesí nutre sus movimientos entre gritos y risas. Esos estiramientos, ese reclinarse sobre la mesa, esas bruscas flexiones...

    Es una turbulenta coreografía que parece especialmente diseñada para estimular mis más bajos instintos. Los míos en especial; y es que cada uno de sus ingredientes toca una de las teclas de mi particular y vicioso piano depravado:  micro-shorts, adolescentes juguetonas, lugares públicos, voyerismo, erotismo prohibido e intergeneracional...

    La chica no deja de girarse para comprobar si la estoy mirando. Sus nalgas se asoman impunemente sometidas a tan bruscos movimientos. La consistencia de esas carnes no para de hacerse patente, fruto de tanta cinética, bajo la luz natural que aún la ilumina a través del gran ventanal que tengo a mi espalda. A duras penas tiene ocasiones para intentar restablecer la decencia de su indumentaria mientras me dedica sonrisas pícaras.

    !Dios mío! Esto ya está rozando la barbarie. Lo que ha empezado con una dudosa complicidad sorpresiva se está convirtiendo en una perniciosa exhibición que empieza a nublarme el pensamiento. Hasta hace un momento, las miradas enigmáticas de las niñas solo basaban el significado de su morbo en su reiteración pero la simpatía que derrocha esa nena cuando me mira empieza a tomar la forma de una invitación abierta.

    Tan aturdido estoy que la música dance que inunda la sala me parece sobredimensionada. Miro a mi alrededor. No puedo creer que nadie se haya percatado de lo que me está ocurriendo. ¿Es que no soy de este mundo? ¿Es que ese tremendo espectáculo no ha llamado la atención de nadie más?

-Jooh. Esta era la última Raquel. ¿No tienes más monedas?-   con cierta esperanza.

-Que va. Estoy arruinada petarda. Nos lo hemos pulido todo-   poniendo cara de pena.

-!Que rollo!. Tan bien que nos lo estábamos pasando...-   mientras suspira resignada.

    A pesar de mi timidez, la deriva de la situación tiene tanta inercia que ni siquiera me cuesta pronunciarme al respecto sin siquiera levantarme de mi mesita de espectador:

-Puedo invitaros a lo que queráis... si os apetece-

    Articulo estas palabras con un tono sobradamente audible para no correr el riesgo a ser ignorado. Con lenta pronuncia para que ningún tartamudeo pueda traicionar la seguridad que transmito. Raquel se da la vuelta por enésima vez, aunque ahora su seriedad alimenta mis dudas. Se aparta el pelo de la cara y...:

-No lo sé. Es que...-   indecisa mientras mira a su amiga.

   Lo veo claro. Solo jugaban con migo creyéndose protegidas por una invisible e infranqueable barrera de cristal que separa a los desconocidos. Puede que esté demasiado acostumbrada a la distancia que otorgan las pantallas de sus iPhones de última generación. Cuando empiezo a sentir el bochorno de aquel que ha meado fuera de tiesto percibo, de pronto, los sutiles gestos de aprobación de ese juvenil dúo tan femenino.

-Vale-   pronuncia tímidamente mientras usa sus índices para restablecer sus shorts.

-Podemos jugar a los bolos si queréis o no se... algo que podamos jugar los tres-

    Un inquietante silencio ejerce el máximo contraste con la jovial fiesta desenfrenada que, hace solo un momento, celebraban esas dos nenas ahora tan cortadas. No dejan de mirarse entre ellas en busca de sendas aprobaciones. Empiezo a considerar la posibilidad de ponerme en pie pero antes quiero asegurarme que mi menguante erección me lo permite.  

-Me llamo Mateo-   esperando una tardía respuesta.

-Yo soy Raquel y ella se llama Ingrid-  con un tono aún muy bajo.

-Elegid vosotras. Os invito a lo que queráis-   mientras me pongo por fin en pie.

   No soy especialmente solvente pero estoy tan motivado que ni me planteo mesurar mi gasto. La indecisión de ese par de mozas me legitimiza para tomar la iniciativa, pues no estoy dispuesto a que esa situación siga paralizada.

-¿Bolos?-   mientras abro explícitamente los brazos.

-Sí.si.si-   contesta Raquel apresurándose, consciente de lo sosas que se han vuelto.

-¿De acuerdo Ingrid?-   mientras tuerzo la cabeza para esquivar a Raquel.

    Ni siquiera pronuncia su respuesta, solo asiente con la cabeza.

-Voy a pedir los zapatos. ¿Qué número tenéis?-   las señalo.

-Yo no quiero ponerme esos zapatos-   contesta Raquel declarándose en rebeldía.

-Yo tampoco-   se suma Ingrid.

-Bueno. Aunque no os las pongáis tengo que pedirlos-   mientras me froto las manos.

    Cuando sé sus números y las bebidas que quieren me dirijo a la recepción. Mientras ando siento sus miradas a mi espalda y parece que se me olvida como caminar con normalidad. Una vez en el mostrador, a la espera de recibir atención, me doy la vuelta. Las chicas hablaban entre ellas mientras me miraban pero se han apresurado a cambiar su gesto con rapidez.

    Me imagino lo que dicen: "Vámonos tía, antes de que vuelva" o "¿Que estamos haciendo?" o "Este tío va muy salido... me da miedo"... La chica que me atiende parece estar juzgándome. No me extrañaría que hubiera seguido toda la trama. Me vienen algunos pensamientos: Sé que los padres de esas niñas se pondrían las manos en la cabeza si presenciaran esta escena, que incluso los amigos de su clase las tacharían de guarras puede, o a mí de acosador... Cuando regreso a su lado, ya con el calzado:

-He pedido la última pista para que no puedan vigilar si nos los ponemos o no-

-Ah. Qué bueno-   Raquel, con la primera sonrisa desde que hemos empezado a hablar.

-Voy a buscar las bebidas para que no se acerquen por aquí-

-Es que total. Si lleváramos tacones... pero solo son bambas. No estropearemos nada-

    Ingrid me ha sorprendido con el primer comentario no forzado desde que he entablado conversación con ellas. Parece que el hielo se está rompiendo por fin. Empiezo a sentirme cómodo con esta situación y encierro bajo llave la voz de mi conciencia que tanto se estaba esforzando para ridiculizar mis impulsos. 

    De un modo un tanto acrobático consigo cargar con todos los refrescos mientras me encamino a nuestra zona. Me noto temerario y decidido a echar el resto. Ya no siento el vértigo de la timidez gracias a la cancha que me están dando las chicas.

    Puede que creas que magnifico la situación pero, para alguien tan tímido como yo, que le tiene pavor al rechazo, que nunca le entra a las chicas, que hace años que siente la tortura de sentirse atraído por niñas demasiado jóvenes... Ahora mismo estoy pletórico.

    Solo ha hecho falta un turno para darme cuenta de que esta partida no será tan reñida como la anterior. A Raquel le ha entrado la risa y flojea con cada tiro; y su amiga no tiene fuerza.

    Ingrid parece muy relajada e incluso se permite sinuosas miradas hacia mí aunque la conversación no vaya con migo. Si no fuera por la arrebatadora presencia Raquel, me faltarían motivos para no enamorarme de ella. Es pequeñita y con la voz muy infantil. Tiene un rostro angelical encumbrado por una lisa melena negra que cae a su espalda. Su estilosa forma de vestir potencia la hermosura de un cuerpo delgado y muy bien proporcionado. Puede que ganara a su amiga en un concurso de belleza si los argumentos del jurado fueran puramente estéticos.

    Pero es que Raquel... Uf! Esta chica me trae loco. Despierta la bestia que hay en mí. Es mala y no tiene el más mínimo cuidado para mantener sus tremendas nalgas bien enfundadas en esos cortísimos pantalones. En cada tirada, su decoro resulta mal herido y cuando parece que por fin repasa, con sus dedos, los márgenes de esa pasmosa prenda, es solo para dejarla como está en una clara declaración de intenciones.

    Mis bóxers no son la prenda más indicada para contener mis tremendas erecciones, por lo cual, no es muy buena idea que siga repasándole el cuerpo con mis libidinosas miradas impuras pero es que no lo puedo evitar. Su culo es como un imán para mis depravados ojos. La tengo tan tiesa que no podré dar mi un paso sin que esas nenas, atentas a mis movimientos, estallen en una carcajada por culpa de mi vigorosa tienda de campaña.

    Solo se me ocurre una solución. Me iré al lavabo y me haré una paja. Solo así podré moderar mis bochornosas inquietudes fálicas. Es el único modo de salir airoso de este entuerto.

-Ahora vengo. Voy un momento aquí al lado, al lavabo-   digo atormentado.

-Vale. ¿Que sepas que haremos trampas eh?-   anuncia Ingrid con picardía.

-No serás capaz-   contesto de un modo sobreactuado.

    He llegado al wáter y mi rabo empieza a menguar. Aprovecho para echar un meo. Mi capullo está algo húmedo. Aunque soy muy pulcro, llevo demasiado tiempo alternando erecciones y alguna gotita de optimista avanzada se ha derramado. Como estoy solo, me acerco al grifo y me lavo bien el miembro. Me veo en el espejo y... sí. Me encuentro bastante guapo.       

    Aún no te he hablado de mi aspecto. Soy alto y fuerte. No especialmente delgado pero mis músculos definen más mi tipología que mi grasa relativa. No en vano y escudándome en las razones que me da tan caluroso día, me he vestido con una camiseta negra sin mangas que saca a relucir mis poderosos brazos. Pantalones grises pirata y bambas oscuras. Llevo el pelo muy corto y soy bastante pálido, ojos azules... no se...... nórdico.

    ¿Entonces qué hago? ¿Me la pelo o no me la pelo? ¿Porque me estoy limpiando si tengo que hacerme una gayola ahora?

    Suena la cadena de una de las letrinas desmintiendo mi pretendida soledad. Me la guardo y espero a ver quién sale, pero la puerta permanece cerrada. Una tos viejuna muy desagradable suena seguida de una profunda respiración. No entiendo muy bien que pasa ahí dentro pero no voy a quedarme para comprobarlo. Y no me voy a pajear con esa misteriosa compañía a solo un par de metros de mi. Estoy más sereno. Creo que puedo salir ahí fuera y controlar un poco mi falo...

¿En serio? ¿Lo creo?

    Una terrible ansiedad se apoderado de mi nada más salir. ¿Dónde están? ¿A dónde han ido?... Noooooh. !Por Dios!         Me siento en mi taburete derrotado, con la mirada perdida.       Que fallo tan grande ha sido dejarlas solas. Suspiro una y otra vez e intento relativizar la situación con pensamientos distintos. ¿Que esperaba? ¿De verdad aspiraba a follarme a Raquel?       ¿Se han divertido como han querido y cuando se han cansado de mi me han tirado a la cuneta sin siquiera tener que despedirse.

    Repaso mentalmente las conversaciones que hemos tenido, por si he dicho algo indebido. No he querido cansarte con el detalle de charlas un tanto insubstanciales: que si soy músico, que si vivo en la ciudad, que si todavía cursan la E.S.O., que si sacan buenas notas... que si no les da vergüenza estar tan buenas. Bueno ahí sí que me he pasado un poco pero lo he preguntado con un buen tono y se lo han tomado bien.

    !Diablos! !Qué desazón tan grande! !No! Espera. El bolsito blanco de Ingrid sigue en el sillón. A lo lejos escucho sus voces divertidas traspasando el umbral de la puerta del lavabo. Solo han seguido mis pasos. La mirada de Raquel a su regreso es un bálsamo total para mis tormentos.

-Te hemos copiado-   dice Ingrid a su espalda.

-Pues a ver si sois capaces también de copiar mis jugadas-   con tono fanfarrón.

-A ver si eres capaz tú de hacer esto-

    Ingrid apoya sus manos en el suelo y, tras hacer el pino, termina su acrobática voltereta. Me ha dejado pasmado.

-¿Tú también puedes hacer eso Raquel?-   aun boquiabierto.

-Yo puedo hacer cosas mejores-   me contesta aventajada y con sinuosa picardía.

-¿Cómo cuales?-   cono un interés creciente.

-Puede que algún día te las cuente, pero hoy no-   se hace la interesante.

    Niego con la cabeza a modo de disgusto mientras me preparo para realizar otro de mis intensos lanzamientos. La bola impacta con fuerza en el centro de la formación y derriba todos los bolos. Escenifico un micro baile de victoria espontaneo y con cierta gracia. Ahora le toca a Ingrid. Me siento para esperar mi turno.

    Volteo la cabeza para comprobar que solo hay una familia en la pista número dos. La pareja que había en la siete acaba de marcharse. Esas niñas se pavonean descaradamente ante mí. Siguen mirándome para recordarme mi destacado papel en esa obra. Yo sigo sin dar crédito a lo que me está pasando. Están tan, tan buenas. Mi polla no es ajena a esa realidad y vuelve a cobrar protagonismo, enriqueciéndose con mi sangre a cada latido.

    No puedo más. Raquel se ha puesto a bailar con la escusa de que está sonando su canción favorita. No consigo despegar mis ojos de ella. Sus contoneos me están matando. Esto es lo que me faltaba. Con lo que me ponen a mi esta clase de bailecitos. Ingrid se divierte observando mi estado al borde del colapso.

-Te toca Mateo-   sin dejar de sonreír.

-No puedo. Ingrid. No puedo levantarme. Tira tú por mí-   con dificultades en mi habla.

-¿Cómo va a tirar ella por ti? Si vas muy bien. Te hundirá la marca-   sin parar quieta.

-¿Pero porqué no te puedes levantar? ¿A caso te encuentras mal? ¿Estás malito?

    Dudo por unos momentos pero finalmente me alumbra un momento de lucidez. ¿De verdad estoy dispuesto a conformarme con una sugestiva partida antes de despedirme de ellas? No, no. Ha llegado la hora de darle un buen golpe de efecto a esta situación, de poner las cartas sobre la mesa, de dejar de ser tan comedido y formal. ¿Qué es lo que estamos haciendo aquí sino? Me pongo en pie, con decisión, obteniendo la máxima vertical, para que mi espeluznante protuberancia fálica alcance su mayor notoriedad. Incluso me pongo de lado para que dicho bulto sea más visible al tiempo que deforma el perfil de mis pantalones.

    Ingrid tapona una exclamativa inhalación con sus dos manos mientras Raquel queda paralizada y boquiabierta. Por fin ha detenido sus ondulados movimientos incandescentes. Parecen realmente impresionadas y es que mi destacable polla no es algo que pueda pasar desapercibido fácilmente.   

-Que esperabas Raquel-   mientras abro los brazos y niego con la cabeza.

-¿Pero que tienes ahí?-   pregunta Ingrid sin dar crédito.

-¿Tú qué crees?-   le contesto con desinhibido orgullo. 

-Eso no puede ser de verdad-   mientras su índice hace gestos de negación.   

-¿Qué pasa? ¿Tengo que sacármela?-

    Mi enfoque ocular hace zoom para comprobar que los padres de la familia que juega en la pista numero dos me están mirando con un alto grado de desaprobación. Rápidamente tomo asiento de nuevo. Revisando el entorno, diviso la llegada de un grupo de chicos chistosos que se apropian de la pista cuatro. Esto pondrá tierra de por medio a tan bochornosa censura.

-Te has puesto algo ahí, seguro-   insiste Ingrid.

-¿De verdad?-   sorprendido   -Puede que sea un bolo-

-El móvil o algo-   intenta adivinar Raquel.

-Perdona niña, pero yo la tengo bastante más grande que mi móvil-   indignado.

-Bueno. Es verdad. Puede que tu móvil sea pequeño-   continua Raquel.

-El móvil sí-   musicando mi frase, sin que me cueste hacer dicha concesión argumental.

    Creo que mi polla se ha cansado de bascular entre diferentes tamaños, o puede que tenga orejas y sepa que estamos hablando de ella, pero parece decidida a permanecer bien dura.

-Sácatela-   susurra Ingrid   -Sino no me lo creo-   ya con un tono normalizado.

-Sí. Anda. No se la va a sacar-   continua Raquel a modo de desafío.

   Miro a mi alrededor. Creo que esos críos han echado algún que otro vistazo a mis preciadas concubinas pero ahora parecen distraídos con el inicio de su propia partida. La familia de más al fondo parecen estar recogiendo sus bártulos par irse. El resto de la sala no está demasiado concurrida y nuestra ubicación está suficientemente arrinconada para conservar cierta intimidad. Después de realizar ciertos gestos de indecisión y de sospesar los pros y los contras, me decido:

-Ponte aquí Raquel, no. Un poco más... aha-   mientras la sitúo para cubrirme un poco.

-¿En serio?-   dice ella emocionada con los ojos muy abiertos.

    Me desabrocho el botón, me bajo la cremallera y desplazo la goma de mis calzones para que mi entrometida verga se revele como la verdadera protagonista del momento. Dotada de vida propia, ha aprovechado la liberación de tan opresivas vestimentas para asomarse, con todo su ímpetu, al foro público. Las dos han enmudecido, por unos instantes, focalizando sus espeluznadas miradas. Ingrid termina por pronunciarse:

-Vaya pedazo de... la hostia-   con urgentes susurros.

-¿Cómo? ¿Pero qué? ¿Tanto te pongo? te ponemos?-   sin salir de su asombro.

-No lo sabes tú bien Raquel. Me traes muuuh loco-

    Raquel se voltea para mirar a su alrededor e Ingrid la sigue mimetizando sus precavidos gestos. Nadie parece haber vislumbrado tan vergonzosa exhibición.

-¿Y ahora qué?-   susurra Raquel con intriga.

-Está muy claro lo que quiero. Mi trabuco ha hablado por mí. Solo necesito saber qué es lo que queréis vosotras-   aún con mi miembro expuesto y fingiendo serenidad.

    Un silencio nutrido de estupefacción paraliza a las chicas hasta que suena el teléfono de Raquel. Ella tarda un poco en romper su quietud pero de inmediato contesta.

+ Hola papá.        + Sí. No tardaremos mucho ya mmmm. Nos quedan pocas monedas.

+ Solo un poco más        + Vale. En diez minutos estamos abajo.        + Besitooooh

-Tenemos que irnos-   con una expresión suspendida.

-Has dicho diez minutos-   le reprocho.

    Una sorpresiva sensación me sobresalta. Ingrid me está tocando. Se ha apoderado de mis huevos y los aprieta firmemente. Sentada a mi lado se relame los labios libidinosamente y empieza a hablar:

-No podemos dejarle así ¿no? Eso sería muy cruel-   con perniciosa musicalidad.

-¿Y qué quieres hacer?-   pregunta Raquel con cierto desespero.

    !No me lo creo! Ingrid se acaba de meter mi polla en la boca. !Oooh! !Dios! Me ha parecido que vivía a cámara lenta cuando esa niña tan mona se ha inclinado sobre mí. Mi primer impulso ha sido el de agarrarle la cabeza pero he rectificado para dejarla a su antojo. Noto su cálido y húmedo aliento en mi nabo mojado. Esa niña no escatima en babas para realizar tan impulsiva tarea. Se la mente tan adentro como puede con sumo esfuerzo.

    Me siento malvado al mancillar una boquita tan angelical con mi lujuriosa polla venosa, tan roja como la piel de un demonio. Esa aberración cárnica contrasta con la suave piel de una carita tan infantil. No doy crédito. Precisamente ella que parecía mas recatada. Eso me da una idea. No puedo irme de aquí sin...

-Ven aquí Raquel. Acércate. Vamos-   le digo con cierta urgencia.

-¿Qué? ¿Por qué? ¿En serio?-   descolocada mientras mira a nuestro alrededor.

   Finalmente cede y camina hasta mi lado. No tardo en meterle mano. Le acaricio los muslos intensamente con la decidida intención de subir hacia sus redondeces más preciadas. Con bruscos movimientos ascendentes termino de liberar sus tremendas nalgas incomodándola sensiblemente. Raquel se da la vuelta para ocultar su glorioso trasero al resto de la sala y darme pleno acceso a mí. !Pero que culo tan sublime! Ella ya es una chica de piel pálida pero tan albinas cachas delatan una nula exposición solar. Su tersa piel adolescente define la perfección de unas esferas carnales tan precoces como sublimes.

    Mientras tanto, Ingrid no cesa en su empeño y sigue moviendo su cabeza para engullir toda mi virilidad. Su garganta empieza a emitir sonidos mientras se ve profanada por el procaz ímpetu de mi glande colapsado. Su libertino torrente salival ha descendido ya hasta mis bolas peludas, mojándolas por completo.

    Raquel pone el culo en pompa y, reclinándose sobre la mesita de los refrescos, me hace notar su indecente cooperación. Su postura proclama aún más enérgicamente la divinidad de unas generosas nalgas de infarto. Lo único que le da un poco de humanidad a esa virginal diosa sobrenatural son un par de pequeñas pecas que rompen la pulcritud de tan blanca piel.

    No puedo contradecir mis instintos más primarios y, sin siquiera plantearme lo que estoy haciendo, meto mis intrépidos dedos por debajo de los ya muy residuales límites de esa elástica prenda tejana. Si. Si. Quiero violar ese codiciado ojete. Raquel me sujeta la muñeca para impedir tan reprobable gesto pero yo no atiendo a razones. Hago uso de mi ventajosa postura y de mi fuerza para introducirle mi índice, firmemente y hasta el fondo. La chica emite un gemido contenido que apenas logro escuchar.

    El colchón musical nos arropa pero !Ojo! No basta con que no se nos oiga. Esos niños se han percatado de lo que ocurre y se avisan los unos a los otros. Raquel también se ha dado cuenta de esa indiscreción, pero no se decide a detener la deriva de tan desvergonzada escena. Intento ver más allá. Mi obnubilado juicio se juta con la paranoia para hacerme creer que todos y cada uno de los habitantes de la bolera están al tanto de lo que ocurre, pero es tarde ya para intentar remediar ese desmadre desatado.

    Ingrid, ajena al mundo que la rodea, sigue chupándome la polla con toda su avidez. Apenas usa sus manos. De haberlo hecho creo que me habría corrido hace rato. Su dulce e inocente lengua está perdiendo toda su pureza con cada uno de esos bochornosos lametazos. No. No voy a durar mucho más.

    Tengo que aprovechar hasta el último instante para gozar del culo de Raquel. La chica, pese al rechazo inicial, ahora está flexionando sus piernas para que su culo bascule, adelante y atrás, para dar continuidad a mis obscenos movimientos digitales. Estoy metiendo mi segundo dedo ya. El corazón. El más largo. La penetro tanto como puedo haciéndola gemir de un modo algo más desinhibido. ¿Se está tocando? Sí. Se ha desabrochado los pantalones y se toca por delante. Sus gozo descontrolado le quita control a su motricidad y derrama una de las bebidas de cola que aún permanecían sobre la mesita. 

    Quien me hubiera dicho, hace poco más de una hora, que sería bendecido con esta suerte infinita. Ya llega. No puedo más. Ya no hay vuelta atrás. Mi cuello mimetiza mis contracciones fálicas haciendo que mi cabeza se tambalee. Le he agarrado la cabeza a Ingrid para que no tenga la tentación de eludir su sucio cometido. La niña traga con todo sin apenas rechistar.

    Aún sin sacar mis dedos del culo de Raquel y, todavía viendo mil estrellitas en mi campo visual, me percato de que ella ha silenciado sus gemidos. Juta las piernas y expresa su propio orgasmo con unos temblores incontrolables y muy reveladores.

    Mis últimos centilitros de esperma terminan de llenar la boquita de Ingrid mientras mi miembro empieza a perder su vigor. Puede que sea el momento de soltarle la cabeza. Ella se retira dibujando una expresión de ofensa en un rostro del todo vicioso. Usa la muñeca para secarse sus morros empapados.

    Raquel da un paso al frente desenfundando mis tan bien acogidos dedos. Totalmente enrojecida se apresura a recolocarse los pantalones. Se sube la cremallera y se abrocha sin siquiera mirarme. Se la ve completamente avergonzada y ni si quiera alza la vista para comprobar quienes son los que se han percatado de tan ignominiosa actuación.

-Tenemos que irnos Ingrid-   susurra aún con la mirada perdida.

-¿No me vas a dar tu número?-   mientras me la guardo y me abrocho el pantalón.

-No-   contesta ella mirando al suelo y sin dar más explicaciones.

-¿Estás enfadada?-   le digo buscando sus ojos.

-Yo debería de estar enfadada. Me has hecho tragar con toda tu leche-   algo asqueada.

-Perdóname Ingrid. Era para no mancharte esta ropa tan chula que llevas-

    Intento justificarme pero no puedo evitar esgrimir una sutil sonrisa que delata mi mofa. Ella no está realmente enfadada, solo quiere un poco de atención. A pocos metros, esos nenes siguen boquiabiertos, traumatizados por tan sórdida función.

-Será mejor que te laves esos dedos. Ni se te ocurra tocarme-    también con enfado.

-Ahora iré al lavabo. No te preocupes-   con parsimonia.

-!No! !Ahora! No voy a seguir hablando contigo mientras sigas con tus dedos apestando a mi culo-   con las manos abiertas, hace el gesto de apartarlo todo.

    Me señala el baño de un modo imperativo. La verdad es que yo tampoco me siento muy cómodo con los dedos húmedos todavía, así que me apresuro a remediar esa circunstancia tan cochina. Una vez me estoy enjabonando las manos en el lavabo, el Mateo del espejo me mira y me habla. "¿Qué haces tonto?    ¿A caso te crees que estarán ahí fuera? esperándote?"-                         "!Tienes razón tronco!". Por más que me apresuro a salir, ellas ya no están. Mis prisas se han esfumado y mis pasos lentos me encaminan disgustados hasta mi mesa.

-Se acaban de marchar corriendo-   me comenta el más mequetrefe de los cuatro.

-No me digas-   le contesto con ironía.

    A lo lejos veo un par de empleados que me señalan. Uno de los dos llama por teléfono. Será mejor que salga cagando leches antes de que me atrapen las consecuencias de mi depravada actuación. !Maldita sea! ¿De verdad? ¿Porqué se han ido?         Te lo estoy preguntando a ti. Ya sé que solo conoces mi versión de la historia pero ¿a caso te ha parecido que lo pasaban mal?   Yo creo que no. Puede que haya abusado un poco pero me parece a mí que, dadas las circunstancias... !Esperaesperaespera!  ¿Qué es eso? Hay algo escrito en la mesa con la humedad de la coca-cola derramada. Un trozo de limón, un cubito residual y...

    Eso es un número de teléfono. Sí. Sísísísísísí. Me apresuro a anotarlo en mi propio móvil. ¿Eso es un seis? Espero que sí. Vaya. No está nada claro. Eso parece un cuatro. Espera. No hay tiempo para dudas. Le saco una foto y salgo corriendo, no sea que me detengan. Vete a tu a saber qué edad tenían ese par de nenas cachondas.

****

 

    Estoy andando por la calle. No podía quedarme allá. Espero que este asunto no me salpique con consecuencias penales. Seguro que alguna cámara nos ha captado pero... yo no he dado mi nombre completo. Ni siquiera en la segunda partida, la que he pagado en efectivo. No tengo antecedentes o sea que... No creo que me encuentren. A no ser que me relacionen con mis amigos pero... no. No. Ignacio también ha pagado en efectivo y... no sé.

    !Por Dios! pero que calor hace aquí a fuera. Y eso que el sol ya ha bajado bastante. Todavía me quedan algunos kilómetros para llegar a casa. Igual cojo el bus.

    Estoy mirando la foto de la mesa. Suerte que era blanca y la coca-cola oscura. Pero aún así... no está nada claro. No sé. Estos numeros... ¿Quieres que te avise si consigo contactar con ellas?