miprimita.com

CAPRICHO DE NIÑERA -2- juguemos al escondite

en Hetero: Infidelidad

    Felicia está de pie en la cocina, leyendo las calificaciones escolares de su hija. Le sorprende su propia apatía frente a unos resultados tan excelentes, pero es que una está tan bien acostumbrada que... Prácticamente, solo repara en el notable de educación física: su peor nota. Se dirige al comedor donde Mía lee uno de los primeros libros de su autor favorito, acomodada en el sofá, con la tele apagada:

F:    Eres un solete. Tus notas... Son las de siempre pero es que no se pueden mejorar.

M:  Bueno mamá. Podría subir en gimnasia pero es que... no tengo mucha fuerza.

F:    No hagas caso Mía. No puedes ser perfecta en todo. Tu fuerza está en tu interior.

M:  Eso díselo a papá. El quisiera que me apuntara al equipo de básquet.

F:   ¿Pero que dice ese tonto? Si eres un tapón. No tiene ni idea de cuál es tu valía.

M:  Vamos mamá. No empieces a meterte con él. Ya lo tienes lejos. Es lo que querías.

F:   Es mejor así... ... Estamos mejor. Ahora ya puede irse con esa fulana del partido.

M:  Eso son invenciones tuyas. Silvia solo es una amiga.

F:   Como si no conociera a tu padre. Tendría que ser como Carlo. Él sí que es un hombre respetable y comedido. El suyo es un matrimonio envidiable.

    A Mía se le escapa la risa por debajo de la nariz mientras observa como su madre se encamina otra vez hacia la cocina.

"Si tú supieras mamá..."

    Ya no podrá volver a concentrarse en su lectura. La impaciencia le puede. Ya solo le quedan un par de horas antes de volver a ver al autor del libro que tiene en sus manos, al autor de los mejores orgasmos de su corta vida; y es que la extinción de su virginidad lleva la firma de señor Carlo Velarte. El suyo es un amor platónico que ha dejado de ser tan platónico. Mía es una niñera que ha dejado de ser solo una niñera y Carlo es un vecino que ha dejado de ser solo un vecino.

    Hoy es martes. Han pasado ya un par de días desde que fueron perpetrados esos vergonzosos altercados sexuales en el interior del coche de su tan maduro amante, frente al mar. La chica se humedece solo de recordarlo:

                                                                                                       "-Deberíamos darnos prisa... ...                                                                                                                                                                                             Antes de que tu mujer te eche de menos...                                                                                     Todavía tienes que ir a comprar leche al badulake jaja-"

    Carlo estuvo muy callado el resto del viaje. Como si por una vez hubiera olvidado su impecable dominio de las palabras. Incluso la despedida, aunque cordial, fue un tanto fría, pues unos momentos de indecisión terminaron por descartar un beso que hubiera tenido connotaciones demasiado inciertas: mejilla, boca, largo, corto, lengua... Dada la poca intimidad de la que gozaban, en plena calle, no hubiera sido muy adecuado; pero es que después de todo lo que acababan de vivir... Es muy difícil sacar una conclusión pero más difícil es resignarse a saber tan poco.

****

 

-Hola señora Velarde-   Mía saluda alegre y amable, como siempre.

-Ya estás aquí. Justo a tiempo-   mientras termina de calzarse sus zapatos de tacón.

-Ya sabe que soy una chica muy puntual-   orgullosa de sí misma.

-Solo faltaría que viviendo solo a dos manzanas osaras llegar tarde-   con desprecio.

-No, claro que no. Tiene razón. No pretendía parecer...-   interrumpida.

-¿Es que no entiendes que para una mujer joven no hay peor insulto que la llamen de usted? Ya te lo advertí Mía. Vuélveme a tratar de usted y estás despedida.

-... ... ... De acuerdo... Beatriz-   inundada de estupor.

    Sin siquiera despedirse, la señora de la casa pone punto y final a esa conversación con un portazo notable. Mía no da crédito. Últimamente había notado un enfriamiento de esa relación que antaño había sido muy cariñosa, pero esta hostilidad tan evidente supera de largo cualquier ofensa previa. Escucha, proveniente del salón, el sobreactuado doblaje de una película de animación. Nada más entrar en escena, la chica recibe un caluroso recibimiento de mano de sus niñas preferidas:

KIARA:    Hola Míaaah.

ASTRID:  Miaaaaaaaaaah. Qué bien que has llegado. !Hemos hecho galletas!

MÍA:       ¿En serio? ¿Qué bien? ¿Queda alguna para mí?

KIARA:    !Xiiiiiiiii!

    Mía se acomoda en el confortable sofá. Adora ese trabajo. La paga no es portentosa pero la condiciones son inmejorables.

****

 

    Carlo conduce de camino a casa. Hoy ha tenido una importante reunión con el representante de su principal editorial. Ha sido un evento muy placentero. Cuando un escritor es tan cotizado tiene la paella por el mango en cualquier negociación. Su nuevo libro llegará a ser el más rentable de toda su obra y no hay editor que se resista a tan abultada tirada.

    Mientras aparca el coche frente a su casa, otra inquietud, algo más urgente, se apodera de su pensamiento. Nada más cruzar la puerta de su hogar va a encontrarse de nuevo con Mía. Será la primera vez que la ve desde esa enrevesada noche del sábado. Muchas son las implicaciones de esos sucesos tan inapropiados. Por de pronto: ha pensado demasiado en ella, ha soñado con la perpetuación de su adulterio e incluso se ha realizado tocamientos impuros con ese solo pensamiento.

-Hola señor Velarde-   saluda Mía con Kiara encima de ella.

-!Hola papá!-   pronuncian las niñas con una sincronización que parece ensayada.

-Hola pequeñas-   jocosamente, recibiendo un entusiasmado abrazo por partida doble.

    Mía no ha obtenido más respuesta, para su pomposa salutación, que una curiosa mueca, divertida a la vez que extrañada, por un trato tan poco pertinente.

M:  Qué pronto ha llegado a casa. A penas llevo dos horas aquí.

C:   Es que mis editores no me discuten nada. Me quieren a cualquier precio.

M:  ¿Cómo no?... No son los únicos.

    La picardía de la chica hace gala de una peligrosidad completamente estéril a los oídos de las niñas. Con sus respectivos tres y cinco años, Kiara y Astrid tienen una capacidad nula para captar indirectas e insinuaciones. No obstante, Carlo padece de cierto alarmismo; así lo expresa con otra expresión muda y teñida de urgencia.

M:  Estamos viendo Frozen. Les encanta. La han visto treinta veces.

C:   ¿En serio niñas? ¿No os cansáis?

A:   No, que va.

M:  Yo las entiendo. Cuando una cosa me gusta, quisiera repetirla una y otra vez.

    Carlo mantiene su cara de póker y ni siquiera mira a su niñera. Algunas de las dudas que arrastraba durante las últimas horas se han aclarado sin siquiera tener que pronunciarlas en voz alta. Mía quiere más, pero él no lo tiene nada claro. Es un personaje público y un escándalo sexual de esta índole podría empañar, por completo, su honorable estatus social. Se da cuenta de que esa amenaza no amedrenta su deseo, sino que lo alimenta morbosamente. El peligro de lo prohibido: uno de los temas más recurrentes en sus novelas.

Kristoff:  Por favor... es un palacio fabricado con hielo. El hielo es mi vida.

Olaf:       Hasta luego kristoff.

Anna:     Igual tu Olaf... ... solo dadnos un minuto.

 

****

 

    Beatriz intenta aparentar tranquilidad sentada elegantemente, con las piernas cruzadas y la espalda muy erguida. Solo unos sutiles gestos permitirían, a un atento observador, percibir su tensión interna: su modo de maltratar el bolígrafo, los tics nerviosos de su mano izquierda, el tembleque de su rodilla...     La discusión de los pesos pesados del partido parece no avanzar entorno a esa mesa redonda de madera negra y el obstinado silencio de la única mujer asistente no parece agilizar el proceso.

    Una sola idea ha rondado por su cabeza durante todo el día. Celos. Esta vez sí. Celos en mayúsculas. Carlo suele hablar en sueños y esta noche ha sido un buen ejemplo de ello. A veces menciona a personajes de sus libros, como si estuviera viviendo la trama que luego escribirá; pero hoy... Esta noche su tono era muy distinto. Jadeos extasiantes, sollozos de placer y un solo nombre de protagonista: Mía.

"Esa malnacida. Pero... ¿Cuántos años tendrá? !Si es una niña!"

    Quizás no le daría tanta importancia si no conociera tanto a su marido, si no supiera cómo le atraen las chicas jóvenes, si no hubiera sido ella, una vez, quien uso sus juveniles encantos para hacer añicos su anterior matrimonio. Carlo engañó durante meses a su ex-mujer mientras se acostaba con su alumna preferida. Son cosas que nunca se supieron y que en ningún caso aparecen ni aparecerán en biografías pasadas o futuras.

    Enajenada de la conversación a la que asiste mira por enésima vez su reloj. Son las siete pasadas.

"Esos dos ya se habrán visto. Puede que ella esté aún en casa"

 

****

 

    En circunstancias normales, Mía se hubiera marchado en cuanto llegara el padre de las niñas, pero hoy es un día distinto. A nadie le ha extrañado que la chica se quedara a terminar la película. La pequeña Kiara está sentada en la tupida alfombra blanca, a poca distancia de la descomunal pantalla panorámica. Astrid sigue la trama acomodada en el sofá más corto, el cual termina de dibujar la forma de "L" frente al televisor ecuánimemente inclinado. Mía y Carlo habitan el centro del sofá principal. Están demasiado cerca el uno del otro.

 * En este sitio no se admiten imágenes pero aquí debería de aparecer una captura de ptantalla, disponible en mi web, donde hablan Carlo y Beatriz.

-Le he dicho a mi mujer que ya te has ido-   susurra Carlo.

-¿Es que no puede parar de decir mentiras?-   en tono de burla.

-Dice... dice que aún tardará en volver-

-Entonces... ¿Puedo quedarme un rato? un ratito?-   a modo de súplica.

   Él se niega a pronunciar una respuesta pero su rostro le traiciona desatando una amplia sonrisa en su invitada. Mía se acomoda complacida como si se encontrara en su casa. Lleva un vestido de color blanco roto con amplias rallas grises que pronuncian aún más sus acentuadas curvas. Es una prenda de una sola pieza que deja sus hombros descubiertos. Su destacable busto tiene suficiente relevancia como para mantener ese escote a la altura correcta, pues esa tela tan fina no tiene demasiada elasticidad. La longitud de su falda es razonable pero, a raíz de su sugerente postura, los ojos de Carlo son obsequiados con unas espléndidas vistas. Sus sandalias minimalistas aguardan discretamente a un lado del sofá; y es que ese impoluto suelo de baldosas blancas pide a gritos ser pisado con pies descalzos.

    A la película le quedará un cuarto de hora aproximadamente. Ambos conocen su métrica después de haberla puesto tantas veces. A su término, lo más razonable sería que esa chica saliera escopeteada hacia su casa para no tentar a la suerte pero mientras tanto... Carlo y su traviesa niñera están jugando cariñosamente, andando de puntillas por el filo de la discreción.

    Mía rodea su cabeza con el brazo derecho mientras le come la oreja. Las manos de su medrado vecino se aventuran por zonas que deberían de permanecer inaccesibles.   

    La atención de las pequeñas está cautivada por las últimas escenas de ese film infantil y eso les da, a la furtiva pareja, cierto margen de maniobra. No obstante, es tal el atrevimiento de esa niña que llega a incomodar a su gozoso cautivo.

    Pasadas las escenas más tensas de la película, Astrid está cayendo ya presa de su propia somnolencia pero, aún así, un repentino vistazo le permitiría vislumbrar ciertas actitudes de difícil explicación. Kiara les da la espalda y eso les da mayor tiempo de reacción.

    Mía no espera a que las letras de crédito expulsen la atención de las nenas y decide actuar sobre ese edulcorado final resolutivo. Se encamina a la cocina y coge el mantel.

C:   Mía. Sabes que me encanta tu compañía pero no creo que debas estar aquí cuando regrese mi mujer; ya sabes. No deberías quedarte a cenar.

M:  Ya lo sé. Solo quiero dejar la mesa preparada antes de irme. Quiero que se siente.

    La mirada sinuosa que acompaña ese imperativo parece esconder un pecaminoso porvenir. Carlo sabe que debería de despachar ya mismo a esa chiquilla pero:

                                                            "Solo ha pasado un ratito desde que Bea me ha mandado el mensaje.                                                                                                                                                                Me ha dicho que cenemos si teníamos hambre,                                                                                                                                                                                              que seguramente se demoraría...                                                                                                            Quiero saber que se trae entre manos esta nena"       

    La calentura que ha engendrado por Mía, en el sofá, aún condiciona su sensatez; tal es así que se presta a darle unos minutos más de hospedaje y sigue su directriz: coge su Mac y, una vez que el mantel ya cubre la mesa, se acomoda en su silla.

    Por trigésimo primera vez, en la casa de los Velarde, termina esa tan reiterada cinta infantil. Astrid se ha quedado frita pero Kiara, aunque un poco cansada ya, todavía conserva parte de su vitalidad infantil:

K:   ¿Jugamoz Mía?

M:  No amor. Ya es tarde. ¿No has tenido suficiente ya?

C:   ¿A que jugáis cuando yo no estoy?

K:   Al ezcondite, pedo ziempde gana ella.

M:  Es que esta casa tiene muy buenos sitios para esconderse.

C:    Podríais echar una partida para que yo lo vea.

K:    Ziiiiiiii.

M:  Vale, pero intenta no despertar a tu hermana ¿Vale?

K:    Ziiiiiiiiiiiii.

    La pequeña susurra su última exclamación todavía con más entusiasmo que la primera mientras corre hacia la chimenea y empieza a hacer como que cuenta. Mía golpea, con su índice, uno de sus hinchados mofletes mientras eleva la mirada hacia el techo. Está imaginando el mejor cobijo. Tras comprobar la inopia ocular de Kiara y haciendo uso de todo su sigilo, se arrodilla y se abre paso, sorteando el declive del mantel, debajo de la mesa.

    Kiara, a sus tres años de edad, conoce muy pocos números, pero sus ansias de imitar a los mayores la empujan a fingir una caótica cuenta a tras para desempeñar su papel en el juego. Tras darse la vuelta parece sorprendida, como si esperara encontrar a su niñera al primer vistazo.

-¿Dónde está?-   pregunta Carlo fingiendo sorpresa.

-No lo zé-   contesta su pequeña con una divertida mueca de interrogación.

    Kiara se apresura a abandonar el salón ante la atónita mirada de su padre.

-¿Donde va?-   susurra Carlo extrañado.

-Toda la primera planta es terreno practicable-   contesta ella con un tono más bajo.

   La chica ha gateado hasta tener acceso a los pantalones del único espectador de tan peculiar partida. Desabrocha esa abotonada bragueta y, bajo la sorpresa de Carlo, sortea sus holgados bóxers. Empieza a manipular ese grueso pedazo de carne y se apodera de sus peludos huevos de un modo poco delicado. Astrid sigue dormida a pocos metros, en el sofá, y Kiara no parece acertar con la búsqueda de su huidiza contrincante. Una sorpresiva humedad falicobucal sobrecoge a ese cabeza de familia, poniendo sus ojos como platos.

    Mía nota como el flácido pene de su anfitrión va creciendo, con urgencia, dentro de su boca. Su lengua se siente ultrajada por esa agresiva invasión bocal y contraataca con entusiasmados lametazos ensalivados.

    En un gesto que podría parecer poco romántico, Carlo echa un vistazo a su ostentoso reloj de oro. Su gozo tiene una parte de sufrimiento: las agujas del minutero se le clavan a cada segundo que pasa.

    Kiara aparece en el comedor aún con toda su vitalidad.

-No la encuentdooooh-   con cierto desespero.

-NoOh... Mía se ha ido a casah. Como tardabas...-   mientras sujeta la mesa con fuerza.

-¿Mmmn se ha ido ya?-   reaparece Astrid soñolienta   -Joh. Me he quedado dormida-

-¿Pedo podqué? Zi no hemoz tedminado la padtida-   disgustada.

-Sí... oh... Mañana madruga y aún... uuh. Aún tiene que cenar con...-   interrumpido.

-!Hola mamá!-   exclama la más pequeña de repente.

-Hola cariño-   responde Beatriz tras su sigilosa aparición.

   El espanto se apodera bruscamente del torturado escritor que permanece completamente paralizado. Debajo de la mesa, esa niñera traviesa no cesa en su empeño e intenta engullir su nabo erecto cada vez más profundamente.

-Hoh. Hola vida-   pronuncia sin despegar la vista de la pantalla de su ordenador.

-No veas. Me tienen harta los del partido. Al final me he ido antes de tiempo.

-Mía ze ha ido a caza-   irrumpe Kiara acentuando el peligro.

-Claro que se ha ido pequeña. Hace rato. ¿Qué ha pasado con la reunión Bea?-

   Carlo intenta cambiar de tema rápidamente para que su hija pequeña no tenga la oportunidad de desvelar el tempo de los acontecimientos. Intenta mantener la calma pero las sandalias olvidadas de Mía terminan de disparar su pánico.  

B:  No me habléis más de esa cría. Su padre me tiene arto. Solo hace que llevarme la contraria. La ha tomado con migo desde que veté su nombramiento para portavoz. Parece que nadie de la sede me tome en serio. Por ser mujer, por ser más joven, por tener ideas más honestas y progresistas. No tengo ningún apoyo y ...

    La atención de ese asustado oyente se disipa a raíz de tan intensas sensaciones. Su verga parece alimentarse del miedo. Rebosa vigor en cada uno de los latidos de ese acelerado corazón. El libidinoso riego sanguíneo que colapsa su miembro parece haberse olvidado de su cerebro y su mente es ahora algo vago y difuso que a duras penas puede conservar una expresión facial encajada. Ese espeso pensamiento percibe el vértigo de la inminente extinción de su matrimonio, lametazo a lametazo.

    Beatriz no deja de pronunciar su ofendido discurso articulando sus extremidades con vehemencia. En un momento dado se inclina para desprenderse de sus incómodos zapatos de tacón. Mira la mesa y cambia su frente de batalla.

B:  ¿Este mantel lo has puesto tú?

C:  No. no, mh. Ha sido Mía.

B:  Esta niña no me hace caso nunca. Le dije que pusiera el otro. Este es demasiado grande para esta mesa. Estoy arrrta de que haga lo contrario de lo que le digo.

    Carlo sufre un fuerte agarrón de huevos en forma de réplica muda a tan gratuitos reproches. Callando su lamento, el sometido escritor tiene que limitarse a tragar saliva mientras aprieta los dientes. Su mujer sigue divagando enfurruñada:

B:  Por si fuera poco ahora quiere meter a su amiguita en el comité... a ver ¿Me estas escuchando?

C:  Sí, sí. Claro que te escucho.

B:  Te noto raro... Déjalo...  ... ¿Cómo te ha ido a ti la reunión con el editor?

C:  Bien. Roberto no... emh. Dice que... sí. La verdad es que... noh. Mmh.

    Beatriz observa a su marido sin entender el porqué de su poca elocuencia. Está muy lejos de sospechar que su joven niñera le está comiendo la polla mientras hablan, debajo del cobijo de ese inadecuado mantel. Carlo está a punto de correrse. Siente que ese lujurioso proceso ha sucumbido al caótico coctel de emociones alarmantes que nutren su química cerebral.

    Mía está muy cachonda. El peligro de tan arriesgada situación la pone a cien. Esta vez no se trata de la búsqueda primaria de su propio orgasmo. Un prisma mucho más femenino le permite disfrutar de un modo que ningún hombre llegaría a entender. Por fin empieza a beber el lechoso jugo que emana de la polla que, durante largos minutos, se ha estado comiendo. Esa caudalosa fuente de placer le premia con todo el flujo que merece su atrevida proeza.

    Carlo intenta recuperar el sentido de su mirada, pues sus ojos que se estaban poniendo en blanco por momentos. Se muerde la lengua y acalla tan descomunal estallido de placer, pero no  puede evitar emitir un suspiro de desahogo.

B:  En serio. ¿Te encuentras bien? ¿Quieres que llame a un médico?

N:  No, no, no. Est... oh. Estoy bien. Solo me he marehehado un poco.

B:  Esto no es normal cariño. ¿Te ha pasado otras veces?

    Carlo no pronuncia ninguna respuesta, pero niega con la cabeza, con la mirada perdida. Sigue sintiendo como esa nena succiona su pene, ya en declive. Su tamaño ha menguado dentro de la boca de la chica quien no ha derramado ni una sola gota de tan deshonrosa eyaculación.

B:  ... ... En fin. Si de verdad estas bien voy arriba a cambiarme.

    Mientras su mujer sube por las escaleras, Carlo empieza a restablecer la normalidad de su pensamiento. Aún ve estrellitas por todas partes, pero lo que de verdad le tranquiliza esperanzadoramente, es la luz al final del túnel. Astrid y Kiara están viendo la Patrulla Canina y Beatriz ha salido de escena. Sigilosamente, enfunda su babeado y flácido miembro, se levanta y se encamina hacia la puerta principal de la casa.

    Asomándose por la abertura del mantel y restregándose aún la muñeca por la boca, Mía ve como Carlo le hace silenciosas señas de carácter urgente, señalando esas peligrosas sandalias y guiándola hacia la salida. Ágilmente pero sin correr, la niña se hace con su calzado y se apresura a abandonar la estancia, sin dar ningún motivo a Kiara o a Astrid para despegar sus cautivados ojos de la pantalla.