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El Retrato Robot

en Textos educativos

Otros tutoriales que he hecho:

El guión largo (—) y los diálogos de los personajes

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Máquina automática de acotaciones

<https://www.todorelatos.com/relato/130688/>

Un penique por tus pensamientos: El uso de las Comillas («»)

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Contando orgasmos: Los Números

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Tras la mirilla del voyeur: El Narrador

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Poniéndole la cola al burro: La Tilde

<https://www.todorelatos.com/relato/138566/>

Si queréis echar un vistazo a otras cosas mías, consultad mis dos perfiles de autor:

<https://www.todorelatos.com/perfil/1426841/> [PeterSolomon]

<https://www.todorelatos.com/perfil/1456704/> [PeterSolomon2]

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EL RETRATO ROBOT: LAS DESCRIPCIONES DE LOS PERSONAJES

Probablemente en más de un relato os habéis encontrado con descripciones de este tipo:

[…]

Mi nombre es ###. Tengo ## años, no soy mal parecido, mido #,## cm, peso ## Kg y me mantengo en buena forma.

[…]

Suelen continuar hablando del color del pelo, ojos y otros detalles variopintos (incluyendo a veces sin preámbulos el tamaño y grosor de los genitales o las medidas de pecho, cintura y cadera en los personajes femeninos) enumerados seguidamente de una manera quizás demasiado precisa.

No me toméis a mal, a la hora de CREAR un personaje, saber todos los detalles y apuntarlos es una regla de oro de cualquier escritor, para mantener la coherencia. Sin embargo cuando estéis elaborando un relato, una descripción de este tipo, parecida a la que se suelen radiar en las emisoras de la policía cuando se busca a alguien, no queda bien dentro de una narración.

«¿Por qué?», os estaréis preguntando.

Hay una razón de peso por el que un retrato robot, conciso y esquemático, se utiliza en la radio de la policía. Permite crear rápidamente una imagen mental de una persona para localizarla, incluso si el mensaje se transmite de manera parcial por fallos en la cobertura. Pero esta imagen mental no dura mucho en la mente, es muy efímera, y por ello en una radio de la policía este tipo de descripciones suele repetirse varias veces. No sirve para una narración porque el medio por el que transmite el mensaje no es el mismo, ni tiene las mismas peculiaridades.

A un lector que vea una descripción llena de números en un único párrafo, quizá en el comienzo del relato, no le causará una fuerte impresión y apenas lo recordará al llegar a las mil palabras siguientes. No es que tenga mala memoria, es que la base de un texto narrativo es conectar con la imaginación de aquel que lo lee a través de las palabras.

Si pensáis que no estoy en lo cierto, echad un vistazo a cualquier libro (de los de verdad, de papel, escritos por autores que saben lo que hacen).

¿Veis una descripción a palo seco de un personaje?

Entonces, ¿cómo se debe de describir correctamente a un personaje?

No puedo decíroslo (sería demasiado presuntuoso por mi parte), porque no existe una única manera de hacerlo para cada autor. Y tampoco es algo que se pueda aplicar de manera general a toda clase de personajes.

No obstante, os haré un resumen de aquellos consejos que he ido descubriendo a base cometer fallos y las búsquedas que he hecho en la Wikipedia.

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En primer lugar existen dos tipos principales de descripciones de personajes: La proposografía y la etopeya (¡toma palabros!).

La PROSOPOGRAFÍA, viene del griego «prosop» que significa «aspecto», es la descripción de los rasgos físicos y perceptibles externamente de un personaje. Es decir, detalles por ejemplo como qué ropa lleva (en cuanto a la talla y copa de sujetador, es un verdadero lío cuando un autor lo incluye, porque en cada país existen muchas diferencias), su constitución física, su estado de ánimo o la actitud con la que se desenvuelve, su peinado, su perfume u otros objetos que lleva consigo.

Un ejemplo, extraído del libro La Huésped de Stephenie Meyer:

[…]

La oscuridad se lo llevó todo menos esto: un rostro.

Aquel semblante me resultaba tan desconcertante como extraños le habrían parecido a ese nuevo organismo mío la ausencia de facciones y los tentáculos serpentinos de mi último cuerpo anfitrión. Había visto ese tipo de rostro en las imágenes que me habían dado para prepararme para este mundo. Resultaba difícil distinguir unas de otras a juzgar por las escasas variaciones de color y forma, las únicas diferencias perceptibles entre un individuo y otro, ya que en conjunto todos se parecían mucho: narices centradas en la mitad de una esfera, con los ojos arriba y la boca abajo, con las orejas a ambos lados. Una variada colección de sentidos concentrados en un lugar, todos menos el tacto. La piel sobre los huesos, el pelo de la parte superior y dos extrañas líneas peludas encima de los ojos. Algunos tenían más pelo en la parte inferior de la mandíbula, pero ésos eran todos machos. Los colores se encontraban dentro de la escala de los marrones, desde un pálido color crema hasta el más oscuro, casi negro. Aparte de por estos rasgos, ¿cómo podía distinguirse a uno de otro?

Sin embargo, terminaría identificando ese rostro entre millones. Era una cara en forma de rectángulo, muy angulosa, con un contorno de huesos firme debajo de una tez clara, de un broncíneo dorado. El pelo era apenas unos cuantos tonos más oscuros que la piel, excepto donde algunos mechones del color del lino lo aclaraban; sólo cubría la cabeza y unas finas bandas estrechas encima de los ojos. Las pupilas circulares de los blancos globos oculares eran más oscuras que el pelo, pero al igual que éste estaban mechadas de un tono más claro.

Se dibujaban unas pequeñas líneas alrededor de los ojos y sus recuerdos me informaron de que esas líneas se debían a los gestos de sonreír y guiñar los ojos bajo la luz del sol.

No sabía nada de lo que se consideraba belleza entre estos extranjeros, pero el simple deseo de seguir contemplando ese rostro me bastó para comprender que era hermoso; desapareció en cuanto fui consciente de este hecho.

«Mío» decía aquel pensamiento alienígena que no debería existir.

[…]

La ETOPEYA, es la descripción de los rasgos psicológicos y/o morales del personaje. Su idiosincrasia, desde su comportamiento hasta su carácter, pasando por su personalidad, moralidad, la impresión que causa en los demás, etcétera. Dicho de otro modo, la etopeya describe la apariencia interna del personaje.

Un ejemplo, extraído del libro Millennium 1: Los hombres que no amaban a las mujeres de Stieg Larsson:

[…]

Dragan Armanskij se arrepintió en el mismo momento en que conoció a Lisbeth Salander. No sólo le parecía problemática; a ojos de Armanskij ella era la viva representación del término. No había conseguido el certificado escolar, jamás había pisado el instituto y carecía de cualquier tipo de formación superior.

Durante los primeros meses, Lisbeth trabajó a jornada completa; bueno, casi completa. Por lo menos aparecía de vez en cuando por su lugar de trabajo. Preparaba café, traía el correo y se encargaba de la fotocopiadora. Sin embargo, no se preocupaba en lo más mínimo del horario ni de las rutinas normales de la oficina.

En cambio, poseía un gran talento para sacar de quicio a los demás empleados. Se ganó el apodo de «la chica con dos neuronas»: una para respirar y otra para mantenerse en pie.

Nunca hablaba de sí misma. Los compañeros que intentaban conversar con ella raramente recibían respuesta y enseguida desistían. Los intentos de broma nunca caían en terreno abonado: o contemplaba al bromista con grandes ojos inexpresivos o reaccionaba con manifiesta irritación.

Además, tenía fama de cambiar de humor drásticamente si se le antojaba que alguien le estaba tomando el pelo, algo bastante habitual en aquel lugar de trabajo. Su actitud no invitaba ni a la confianza ni a la amistad, así que rápidamente se convirtió en un bicho raro que rondaba como un gato sin dueño por los pasillos de Milton. La dejaron por imposible: allí no había nada que hacer.

Al cabo de un mes de constantes problemas, Armanskij la llamó a su despacho con el firme propósito de despedirla. Cuando le dio cuenta de su comportamiento, ella lo escuchó impasible, sin nada que objetar y sin ni siquiera levantar una ceja. Nada más terminar de sermonearla sobre su «actitud incorrecta», y cuando ya estaba a punto de decirle que, sin duda, sería una buena idea que buscara trabajo en otra empresa que «pudiera aprovechar mejor sus cualidades», ella lo interrumpió en medio de una frase. Por primera vez hablaba enlazando más de dos palabras seguidas.

—Oye, si necesitas un conserje puedes ir a la oficina de empleo y contratar a cualquiera. Yo soy capaz de averiguar lo que sea de quien sea, y si no te sirvo más que para organizar las cartas del correo, es que eres un idiota.

[…]

En la práctica a la hora de realizar la descripción de un personaje (sobre todo si es un personaje principal) se suele combinar ambos tipos de descripción para darle forma por completo.

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Una descripción SIEMPRE ES SUBJETIVA, incluso cuando utilicéis un narrador omnisciente. Utilizad figuras literarias como las metáforas, símiles, alegorías o incluso sinestesias. Aprovechad y tened siempre en cuenta el punto de vista de los demás personajes al hacer una descripción.

Un ejemplo, extraído del libro El Nombre del viento de Patrick Rothfuss:

[…]

Ya nada se interponía entre el fuego y yo. Uno de los hombres dio una voltereta hacia atrás y se puso en pie, con la espada en la mano. Su movimiento me recordó al mercurio cayendo de una jarra sobre una mesa: ágil y fluido. La expresión de su cara era de concentración, pero su cuerpo estaba relajado, como si acabara de levantarse y desperezarse.

Su espada era pálida y elegante. Al moverse, hendía el aire produciendo un débil zumbido. Me recordó al silencio que reina en los días más fríos del invierno, cuando duele respirar y todo está en calma.

El individuo estaba a dos docenas de pasos de mí, pero yo lo veía perfectamente bajo la luz del ocaso. Lo recuerdo tan claramente como recuerdo a mi madre, y a veces mejor. Tenía la cara estrecha y afilada, con la belleza perfecta de la porcelana. Llevaba el pelo por los hombros, y los rizos sueltos, del color de la escarcha, enmarcaban su cara. Era un ser de una palidez invernal. Todo en él era frío, afilado y blanco.

Excepto sus ojos. Tenía los ojos negros como los de una cabra, pero sin iris. Sus ojos eran como su espada: no reflejaban la luz del fuego ni la del sol poniente.

Al verme, se relajó. Bajó la punta de la espada y sonrió mostrando unos dientes impecables. Tenía una expresión de pesadilla. Una punzada de sentimiento penetró en la confusión que me rodeaba como una gruesa manta protectora y a la que me aferraba. Algo metió ambas manos en mi pecho y me lo comprimió. Creo que fue la primera vez en mi vida que sentí verdadero miedo.

Junto al fuego, un hombre calvo con barba gris soltó una risotada.

—Por lo visto nos hemos dejado un conejito. Ten cuidado, Ceniza; podría tener los dientes afilados.

[…]

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Toda descripción DEBE DE SER CONSECUENTE Y LÓGICA con la narración, es decir ha de incluirse por alguna razón y estar en consonancia con lo que está escribiendo. No ha de tomarse por obligatorio describir extensamente a un personaje por el mero hecho de que acaba de ser introducido en el relato, ni tampoco añadir detalles inoportunos de un personaje en medio de una escena. Tejed un hilo conductor para cada elemento descriptivo que queráis meter, dosificad la información que vais dando y procurad imprimirle la importancia adecuada en el punto del relato que más se ajuste.

Un ejemplo, extraído del libro Cada día de David Levithan (particularmente interesante, lleno de descripciones realizadas de diferentes maneras):

[…]

Nada más despertar, pienso en el día de ayer. Recordarlo, me alegra. Saber que es otro día, me entristece.

No estoy allí. No estoy en la cama de Justin. Ni en el cuerpo de Justin. Hoy soy Leslie Wong. Me he quedado dormida y su madre está enfadadísima.

—¡Levanta! —grita mientras sacude mi nuevo cuerpo—. ¡Owen se marchará en veinte minutos!

—Vale, mamá —refunfuño.

—¿¡Mamá!? ¡Ni sé lo que diría tu madre si estuviera aquí!

Accedo rápidamente a la mente de Leslie. Es su abuela. Su madre ya se ha marchado a trabajar.

Mientras estoy en la ducha —consciente de que tiene que ser muy corta—, me dejo llevar por mis recuerdos de Rhiannon. Estoy seguro de que he soñado con ella. Me pregunto si en caso de haber empezado a soñar cuando aún estaba en el cuerpo de Justin, habrá continuado el sueño una vez que pasaba al cuerpo de Leslie. ¿Se habrá despertado él pensando en ella con cariño? ¿O solo lo he soñado yo?

—¡Leslie, vamos!

Salgo de la ducha, me seco y me visto rápidamente. Me doy cuenta de que Leslie no es una chica especialmente popular. Tiene pocas fotos con amigos y en ninguna parece que estén muy entusiasmados. Y la ropa que lleva parece la de una cría de trece años. Voy a la cocina y su abuela me mira.

—No olvides el clarinete —me recuerda.

—No —musito.

En la mesa hay un chico que me mira con mala cara. Imagino que es el hermano de Leslie. Accedo a sus recuerdos y, efectivamente, es su hermano: Owen, estudiante de último curso. Me va a llevar él. Me he dado cuenta de que la mañana es prácticamente igual en la mayoría de las casas. Sales de la cama atontado. Entras en la ducha atontado. Mientras desayunas hablas entre dientes. Y si los padres aún duermen, sales de puntillas de la casa. La única manera de que resulte interesante es fijarse en las diferencias.

En el caso de hoy, es Owen quien aporta dichas diferencias: enciende un porro en cuanto sube al coche. Asumo que es parte de la rutina matinal, así que no me hago el sorprendido, aunque lo estoy, y mucho.

—Ni se te ocurra decir nada —me espeta tres minutos después. Miro por la ventanilla. Dos minutos después, suelta—: Oye, a mí no me juzgues, ¿vale? —para ese momento ya ha acabado de fumar, pero eso no hace que me sienta mejor.

[…]

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En una descripción, mantener EL ORDEN, ES MUY IMPORTANTE. Si estáis relatando el rostro de un personaje, no saltéis de pronto a los juanetes que tiene en sus pies y luego estar de vuelta con el tono de cabello. Queda mal. En la jerga de los escritores, de una descripción desorganizada suele decirse que sufre del «Complejo de Frankenstein», por estar cosida, con partes inconexas, a la fuerza.

Un ejemplo, extraído del libro Harry Potter y El Caliz de Fuego de J. K. Rowling:

[…]

Pero en aquel momento se escuchó un trueno ensordecedor, y las puertas del Gran Comedor se abrieron de golpe.

En la puerta apareció un hombre que se apoyaba en un largo bastón y se cubría con una capa negra de viaje. Todas las cabezas en el Gran Comedor se volvieron para observar al extraño, repentinamente iluminado por el resplandor de un rayo que apareció en el techo. Se bajó la capucha, sacudió una larga melena en parte cana y en parte negra, y caminó hacia la mesa de los profesores.

Un sordo golpe repitió cada uno de sus pasos por el Gran Comedor. Llegó a un extremo de la mesa de los profesores, se volvió a la derecha y fue cojeando pesadamente hacia Dumbledore. El resplandor de otro rayo cruzó el techo. Hermione ahogó un grito.

Aquella luz había destacado el rostro del hombre, y era un rostro muy diferente de cuantos Harry había visto en su vida. Parecía como labrado en un trozo de madera desgastado por el tiempo y la lluvia, por alguien que no tenía la más leve idea de cómo eran los rostros humanos y que además no era nada habilidoso con el formón. Cada centímetro de la piel parecía una cicatriz. La boca era como un tajo en diagonal, y le faltaba un buen trozo de la nariz. Pero lo que lo hacía verdaderamente terrorífico eran los ojos.

Uno de ellos era pequeño, oscuro y brillante. El otro era grande, redondo como una moneda y de un azul vívido, eléctrico. El ojo azul se movía sin cesar, sin parpadear, girando para arriba y para abajo, a un lado y a otro, completamente independiente del ojo normal... y luego se quedaba en blanco, como si mirara al interior de la cabeza.

El extraño llegó hasta Dumbledore. Le tendió una mano tan toscamente formada como su cara, y Dumbledore la estrechó, murmurando palabras que Harry no consiguió oír. Parecía estar haciéndole preguntas al extraño, que negaba con la cabeza, sin sonreír, y contestaba en voz muy baja. Dumbledore asintió también con la cabeza, y le mostró al hombre el asiento vacío que había a su derecha.

El extraño se sentó y sacudió su melena para apartarse el pelo entrecano de la cara; se acercó un plato de salchichas, lo levantó hacia lo que le quedaba de nariz y lo olfateó. A continuación se sacó del bolsillo una pequeña navaja, pinchó una de las salchichas por un extremo y empezó a comérsela. Su ojo normal estaba fijo en la salchicha, pero el azul seguía yendo de un lado para otro sin descanso, moviéndose en su cuenca, fijándose tanto en el Gran Comedor como en los estudiantes.

—Os presento a nuestro nuevo profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras —dijo animadamente Dumbledore, ante el silencio de la sala—: el profesor Moody.

Lo normal era que los nuevos profesores fueran recibidos con saludos y aplausos, pero nadie aplaudió aquella vez, ni entre los profesores ni entre los alumnos, a excepción de Hagrid y Dumbledore. El sonido de las palmadas de ambos resonó tan tristemente en medio del silencio que enseguida dejaron de aplaudir. Todos los demás parecían demasiado impresionados por la extraña apariencia de Moody para hacer algo más que mirarlo.

[…]

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Y por último las descripciones que mejor funcionan en las novelas suelen ser CORTAS Y REITERATIVAS. No quiero decir que han de ser tan sucintas como un telegrama, pero lo normal es una descripción que ocupe un párrafo de unas pocas líneas y luego repetir a lo largo de la novela pequeños recordatorios de dicha descripción. Esto se hace por la misma razón, por la que durante un diálogo extenso y/o con numerosos interlocutores siempre se incluyen vocativos y aclaraciones dentro de los incisos. Ayuda a mantener el hilo narrativo y evitar que el lector se disperse.

Un ejemplo, extraído del libro 101 Razones para odiarte de Emma Mars:

[…]

A veces, cuando la miraba, Claudia no podía evitar preguntarse cómo una criatura de apariencia tal angelical como Olivia Simón, ojos verdes, piel salpicada en pecas y cabellos pelirrojos, podía llegar a ser tan histérica. Había pasado mucho tiempo y no lo recordaba con claridad, pero estaba casi segura de que ya era así de insufrible desde el parvulario, cuando Claudia la torturaba, ganándose las reprimendas de su madre.

—¿Pero es que no veis que el destino quiere que vuestras vidas estén conectadas? —solía decir la señora Martell, usando su flema más dramática—. Tenéis que aprender a convivir, bastantes quebraderos de cabeza nos habéis causado ya.

Después buscaba la mirada aprobatoria de la señora Simón, que casi siempre la apoyaba con enérgicos asentimientos.

El odio que se profesaban sus hijas era inversamente proporcional al cariño que se demostraban las madres. Estas chiquilladas, como las habían bautizado sus progenitoras, fueron, durante muchos años, un recurrente tema de preocupación para las dos mujeres.

[…]

A lo largo de la novela, el personaje de Claudia siempre menciona a Olivia como «la pelirroja».

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¡Hasta que nos leamos y más allá!