miprimita.com

Mis días siendo forzado: Capítulo 8 (2 de 6)

en Sadomaso

La serie de relatos comienza en el «Prólogo»:

<https://www.todorelatos.com/relato/134553/>

Si queréis echar un vistazo a otras cosas mías, consultad mis dos fichas de autor:

<https://www.todorelatos.com/perfil/1426841/> [PeterSolomon, ¿bloqueada por inactividad?]

<https://www.todorelatos.com/perfil/1456704/> [PeterSolomon2, mi cuenta actual]

- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -

Fe de erratas:

Tal y como me ha señalado un beta tester que conozco (¡Saludos, del foro de Fanfiction!) no existe el puesto de Inspector en el Departamento de Policía de Los Ángeles, sino el de Teniente.

También otra amiga me ha explicado un par de cosas sobre los títulos en inglés. Para empezar, los americanos los utilizan CON el punto (.), mientras que los británicos lo abrevian SIN el punto (.). En eso no me he equivocado. También me ha indicado que a Bledsoe le correspondería el título de «Ms.» (léase /Miz/) en lugar de «Mrs.» (léase /Mis-iz/) por su situación de divorciada que recupera el apellido de soltera.

Mientras que Linda puede emplear intencionadamente el título de «Mrs.» junto con su apellido familiar para indicar que está casada (es decir, NO-DISPONIBLE) en lugar de «Ms.» que es la versión en femenino de «Mr.» (léase /Mister/) y que se ve habitualmente en entornos laborales… ¡Sí, sé que todo esto es un lío!

La palabra «beige», cuyo equivalente castellanizado es «beis», no he querido alterarla. Así que como préstamo lingüístico del francés debo ponerla en cursiva.

A partir de este capítulo estarán corregidos estos errores.

Si advertís alguna errata similar me haríais un gran favor indicándomelo en un comentario para poder reeditarlo en el ebook que estoy realizando en formato PDF.

- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -

CAPÍTULO 8: Rules of engagement (2 de 6)

Podía percibir la avasalladora intensidad de su mirada taladrándole la nuca, instándola a que se diera la vuelta y le dirigiera la palabra al joven que estaba sentado en la otra esquina, comiéndosela todavía con sus ojos. Pero Bernice Bledsoe era una verdadera maestra en el arte del autocontrol y supo abstraerse, a pesar de que empezaba a sentir, una vez más, esa insistente quemazón surgiendo de entre sus piernas cruzadas.

«Ha sido una muy mala idea», meditó para su propio martirio. Por supuesto, no había sido la primera vez, Bernice Bledsoe ya había ingresado en el Mile-high club, a bordo de un jet privado, mucho antes de que le pusieran el aparato corrector de los dientes a ese galán de medio pelo que se había tirado en los angostos baños del Boeing 747.

Como un regalo caído del cielo, descubrió en lo más hondo del maletín un curriculum que había preferido olvidar y la lista de campañas en las cuales había estado al mando Eric Jenkins. Los dos portafolios habían acabado en sus manos por diferentes razones, pero verlos al mismo tiempo resultó inspirador.

Desde hacía varias semanas, llevaba dándole vueltas y más vueltas al mismo problema, sin encontrar una solución: James LaBelle había sido el director creativo durante mucho tiempo, más de lo que Bledsoe y él mismo habrían previsto. Sus planes para jubilarse se vieron truncados tras la reyerta entre Jenkins y Brewster, en la cual hubo acusaciones infundadas de plagio.

Después de aquel incidente, LaBelle aplazó su retiro final lo más que pudo, sin dar explicaciones. Y el que era favorito para su sucesión dentro de la agencia, Eric Jenkins, dejó de serlo de la noche a la mañana. A título personal, ella habría preferido ascender a otra mujer al mando del departamento en su lugar. Pero debía de admitir que parecía el idóneo para el puesto.

«O al menos eso es lo que había creído», recapacitó Bernice, enfriando sus ánimos de cintura para abajo. Para rematar posó los ojos en el otro documento, torciendo el gesto en una mueca de suspicacia al leer y recordar aquel nombre…

—Blake Lackey —exclamó una desconocida, tendiéndole la mano a modo de insolente presentación neoyorquina. Bledsoe estaba esperando, para compartir el brunch con Owen Hart, un antiguo conocido que trabajaba en la agencia de modelos IMG, sentada en uno de los agradables sofás del vestíbulo del Waldorf Astoria y tenía la mente atareada en media docena de más cosas. Así que respondió al saludo, más por la fuerza de la costumbre, que por una decisión plenamente consciente.

—Buenos días —respondió lo más cortés que pudo, y evitó dar un respingo cuando ella tomó asiento a su lado.

¡No podía creerse tanto descaro!

—Sé quién es usted, Ms. Bledsoe —espetó, con una sonrisa cínica prendida, la impertinente—. El mundo de la publicidad es enorme pero afortunadamente aun tengo un par de contactos en La Ciudad que me avisaron sobre esta oportunidad.

—¿Oportunidad?

«Ojalá hubiera reaccionado mejor», se arrepintió Bernice de la respuesta tan ridícula que dio. Pero, a toro pasado, era muy fácil tomar en consideración lo que se debía o no debía hacer.

—Quizás le interesaría lo que yo puedo ofrecerle —añadió guiñándole un ojo. Aquel gesto de Lackey sólo logró dejar más descolocada a Bledsoe, que apenas se fijó en el curriculum que le estaba entregando en mano, hasta que lo movió un poco—. Sé que lo usual es que lo enviara a su departamento de recursos humanos, pero he preferido saltarme un poco las normas.

«¿Y también la medicación?», se asustó la directora de E&C, mirando por encima del hombro de Blake Lackey y pensando de manera apresurada cómo salir de ese aprieto.

—En este momento, no creo que tenga un puesto vacante para usted —Hizo un leve movimiento como devolviéndole el portafolios, pero desistió al ver el impasible rostro que exhibía. Era la única respuesta que podía ofrecerle, una gentil negativa que podía malinterpretarse como una puerta abierta al futuro.

—Puede guardárselo para cuando acaben de remodelar sus oficinas de Wilshire, Ms. Bledsoe —propuso sin darle la mayor importancia—. O bien puede echarle un vistazo entre tanto.

—¿De veras? ¿Tengo alternativa? —Bernice había logrado recuperar la compostura y consiguió verter en su tono de voz toda la mordacidad que había estado cultivando y destilando.

—Usted, por supuesto que sí. Yo, sin embargo, me que he quedado sin muchas opciones —profirió, reacomodándose en el asiento con un leve gesto crispado que se disipó al instante.

Daba la imagen por excelencia de la profesionalidad, con su conjunto de chaqueta y pantalón de corte ejecutivo, ni demasiado sencillo, ni demasiado elegante. Y todo lo restante de su look: el imperceptible maquillaje, el pelo recogido en una coleta, así como su recta postura al sentarse, le era muy familiar.

«¿Me estaría imitando para engatusarme… o quizás no?», se preguntó Bernice sentada en el aeropuerto, mientras repasaba el grueso documento, una vez más, como en aquel recibidor el domingo anterior en New York, forzada por la presión social.

Intentó recordar la clase de preguntas que se hacían en una entrevista de trabajo típica, aunque sabía que aquel escenario era poco convencional: Cuáles eran sus expectativas de aquí a cinco años, sus puntos fuertes y defectos, qué estaría dispuesta a realizar, etcétera. Pero a medida que leía y leía más párrafos, comprendió que sería una pérdida de tiempo y de saliva. Tan sólo con que confirmase la mitad de lo que se atribuía, le daba mil vueltas a la plantilla de su pequeña agencia de publicidad.

—No entiendo porqué le puede interesar trabajar con nosotros —exclamó Bledsoe, observando los logros académicos y su dilatada carrera publicitaria detallados en ese curriculum—. Si quisiera, podría probar suerte en Omnicom o Interpublic…

—La pega es que ya he trabajado para uno de los grandes —dijo de manera un poco taciturna Lackey, desinflándose su altanería—. Espero que la próxima vez que nos veamos sea en mejores circunstancias, Ms. Bledsoe —exclamó, levantándose súbitamente de su asiento, y ofreciéndole la mano en señal de despedida, al ver que llegaba su cita por el ascensor.

Después de perderla de vista, cruzando con garbo la salida del Waldorf, se evaporó de sus pensamientos. La noticia que traía Hart acerca de una posible nueva delegación de IMG en Los Ángeles, le absorbió toda su atención. Si llegó a guardar el portafolio de Lackey fue por cuestión de seguridad personal.

No parecía muy peligrosa, en plan psicópata, pero los años que había estado trabajando con creativos había forjando una idea muy clara, en la mente de Bledsoe, sobre su falta de cordura. No se adaptaban a los convencionalismos sociales y no había modo de predecir sus conductas.

Perdió el hilo de la lectura cuando el estruendo del estadio estalló en los pequeños altavoces de la televisión, Kobe Bryant acababa de desmarcarse con un vertiginoso sprint, dejando el marcador en un apabullante 52-65. Sus miradas se volvieron a cruzar involuntariamente, como en el despegue, al hacer una señal al camarero para que bajara el volumen del partido.

«¿Aún sigue azotando a un caballo muerto?», pensó Bernice con una pizca de desabrida ironía. E inmediatamente volvió a concentrarse en el curriculum para alejar sus meditaciones de los látigos, varas, mordazas, cuerdas y esposas que escondía a buen recaudo en el viejo arcón de nogal de su casa de Malibú.

Leyó con los ojos abiertos de par en par el último epígrafe y comprendió porqué Blake Lackey estaba dispuesta a mudarse cinco mil kilómetros de todo cuanto conocía y agarrarse a un clavo ardiendo, hostigándola de esa poca ortodoxa manera.

—Podría ser la solución —musitó a voz en cuello, sin apenas ser consciente. Bledsoe consideró que era hora de convertir el espinoso tête à tête que sostenían Brewster y Jenkins en un ménage à trois, más ameno de contemplar.

—●—●—

«Deben ser imaginaciones mías», se repitió por tercera vez sosteniendo un botellín de cerveza por el gollete y el cigarrillo de Marlboro prendido en su boca como con pegamento, mirando la pantalla de televisión con una mueca de pasmo, que lindaba en lo histriónico, pintada en su rostro.

Había vuelto hacía menos de una hora de su trabajo (en el que se había presentado sin avisar el agente de la condicional) y tenía la televisión encendida mientras se cercioraba, una vez más, de que todo lo que tenía planeado estuviera a punto para el día siguiente. Pero había captado algo extraño, por el rabillo de los ojos, que atrapó sin remedio su interés en el partido.

Emergió de su estupor, cuando un rescoldo de más de dos centímetros de largo comenzó a escorarse de su colilla y amenazó con caer en el colchón del sofá cama, prendiéndolo. Posó el cigarrillo con un gesto nervioso en el cenicero, casi sin despegar la mirada del viejo televisor e ignorando el ruido de la puta de la vecina (pagándole el alquiler al casero en especie, como cada jodida semana) que atenuaba la retransmisión del encuentro deportivo con sus jadeos fingidos.

Damn it! —exclamó, dando un respingo cuando al fin lo distinguió entre los espectadores. ¡No era una puñetera alucinación! ¡«Mickey Mouse» Brewster estaba en la primera fila!

En un principio, pensó que se debía al cansancio y al hecho objetivo de llevar seis semanas consecutivas rodeado de negativos de Mickey y los demás follando como conejos. Incluso en ese momento, tenía tendidas encima de las sábanas varias de las imágenes descartadas y los periódicos de los que había sacado las letras recortadas. Pero el Mickey de la transmisión no tenía el pelo tan largo como en las fotografías en las que había quedado inmortalizado siendo, una y otra vez, sodomizado.

En un arranque de mal genio tiró el botellín con todas sus fuerzas a la pared y durante unos segundos se hizo el silencio. Aunque sólo fue un respiro momentáneo, inmediatamente se oyeron gritos y golpes en el tabique debido al coitus interruptus. La rabia que sentía le inundó, haciendo que lo viera todo con un siniestro velo rojo y palpitante. ¡Por culpa de Brewster aquellas fotos eran las pruebas de un depravado delito y no un recóndito recuerdo de las salvajes aventuras de su juventud!

Rosenberg, la novia de pega de Tommy, había regresado al día siguiente de llevar a Mickey a su casa diciendo que parecía comportarse de una manera muy rara en el coche de su padre: No recordaba nada de lo sucedido y estaba muy desorientado. Después, cuando regresó el lunes siguiente al instituto con un moretón preguntando por lo sucedido, quedó claro que no era una broma pesada. Van Horne perdió los nervios y estuvo a un tris de destruir el carrete delator, al saber de la noticia en el estudio de fotografía de la clase de la profesora Datzman.

«Quizás habría sido la mejor idea», pensó despanzurrándose en el sofá-cama y envolviendo su cabeza entre las palmas de las manos, mientras dejaba que la famélica rabia de su interior fuera devorándose a sí misma. Sus ojos se aventuraron entre los dedos para contemplar el grueso fajo de fotografías.

No había una toma en la que se viera a Mickey con el polvo de ángel, preparándolo por su propia voluntad. Por lo que si terminaban en manos de la policía, todos podían ser acusados por cargos de violación (o algo similar) y acabar inscritos en el registro de los agresores sexuales del que tanto se hablaba. En el mismo saco que los secuestradores, pederastas, violadores, exhibicionistas y maridos con la mano muy larga.

Sarah se hizo cargo inmediatamente de la situación y logró tranquilizar los ánimos del grupo. Muchos secretos podían salir a la luz si se tiraba de la manta y la vergüenza que sufrirían sería insoportable. El cabrón del entrenador ya sospechaba algo de lo Tommy y no quería a un «puto marica» en el equipo, por muy bien que recibiera los pases y corriera tan rápido como el rayo.

Así pues nadie habló. Nadie volvió a tocar el tema y Mickey permaneció en la ignorancia, para mantenerlos a salvo.

«¿Y si… y si se lo hubiéramos contado?», reflexionó repentinamente. Aquel pensamiento fue tan imprevisto que le izó del colchón como movido por un resorte. «¿Lo habría aceptado?», añadió volviendo a dar una calada rápida al cigarrillo.

Al fin y al cabo, todos estaban al tanto que «Mickey Mouse» estaba coladito por la animadora más zorra de décimo grado. Y Tommy había deseado follarse el culo de ese mequetrefe desde que acudiera a los entrenamientos para admirar a su vecina. La relación era sólo una actuación de cara al público. Lo más cerca que habían estado Sarah y su presuntamente novio al desnudo, fue esa fatídica noche con Brewster de por medio. Quizás si…

Una risa socarrona brotó desde lo más hondo de su vientre, con un gorgoteo in crescendo al imaginarse aquella posibilidad.

Tomó una de las fotografías al azar (una realizada por Emily, con un encuadre estupendo de la escena y el objetivo ajustado a la perfección) en el que se podía ver a Sarah practicándole una mamada a Mickey, mientras él estaba recibiendo por detrás los embates inmisericordes de Tommy, con la boca entreabierta en una mueca de arrobamiento.

Con la tea ardiente empezó a realizar un agujero en el rostro que parecía deleitarse con aquella experiencia, en vez de sufrir, para observar, a través de aquella improvisada abertura, el final del tercer cuarto de tiempo. En busca del familiar rostro que había vislumbrado anteriormente.

Llegó a una sencilla conclusión, al volver a atraparlo con la mirada: No había sido culpa de Mickey, y de su jodido ataque de amnesia, que su vida acabara arruinada en una espiral de la que no sabía cómo escapar.

Todo se había torcido a partir del incendio.

—●—●—

—Bueno, ¿qué opinas tú? —Duncan arrojó la pregunta al aire y esperó con inquietud. Parecía que se aguantaba las ganas de descruzarle los brazos a la defensiva que el teniente Fergusson había exhibido durante toda su argumentación.

Él exhaló una bocanada que había estado reteniendo en los pulmones y por fin habló:

—Opino que la próxima vez que vayas a un incendio en un fumadero de crack, no deberías de acercarte tanto a las brasas.

«¡Se lo he puesto a huevo!», rumió la teniente, poniendo los ojos en blanco y sacándose una pequeña goma elástica de uno de los bolsillos del blazer, para mantener las manos ocupadas.

Intentó a hacerse una cola de caballo, pero con su rebelde cabello motoso acabaría por asemejarse a un pompón metido en una secadora a plena potencia.

Continuará...

- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -

Notas de traducción y otras referencias:

Mile-high club: en inglés, se traduce como el Club de la milla de altura. Es un término para aquellos que han mantenido relaciones sexuales en aviones mientras están en vuelo.

Brunch: término en inglés que reúne las palabras breakfast (desayuno) y lunch (almuerzo). Consiste en una comida que se suele servir en un período de tiempo que va desde las 10 de la mañana hasta las 2 de la tarde, puede incluir buffet libre y bebidas alcohólicas.

Tête à tête: en francés, se traduce como Cabeza a cabeza. Es un término para una cena romántica a solas con una persona, en casa o fuera en un restaurante. También se puede referir a una competencia mental, uno contra uno.

Ménage à trois: en francés, se traduce como Hogar de tres.Es un término que describe un acuerdo doméstico de tres personas para mantener relaciones sexuales y convivir juntos. Su significado se ha extendido tanto que incluso puede ser entendido como cualquier relación de convivencia entre tres personas, ya sea que el sexo esté involucrado o que no lo esté.

Polvo de ángel: nombre con el que se conoce a la fenciclidina, o PCP de las siglas en inglés de PhenylCyclohexyl Piperidine.

La «Ley Megan» fue aprobada el 17 de mayo de 1996, por Bill Clinton.

- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -

Disclaimer: Ésta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, empresas, organizaciones, marcas registradas, lugares, acontecimientos o hechos que aparecen en la misma son producto de la imaginación del autor o bien se usan en el marco de la ficción. Cualquier parecido con personas (vivas o muertas) o hechos reales es pura coincidencia.

Aviso a los navegantes: No se ha obtenido beneficio (económico o de otros tipos) alguno a través de esta obra, ni se ha hecho publicidad alguna de ninguna editorial. Ésta es una obra amparada por una licencia Creative Commons completamente libre, desinteresada y, por supuesto, gratuita. Si estás pagando por descargarla o leerla deberías denunciarlo como corresponde.

Licencia Creative Commons – Reconocimiento – NoComercial – NoDerivadas (CC BY-NC-ND): No se permite un uso comercial de la obra original ni la generación de obras derivadas. Se permite la copia y distribución de la obra siempre que se reconozca la autoría. Prohibido su comercialización así como la creación de trabajos derivados de la misma.

- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -

¡Hasta que nos leamos y más allá!