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Exhibiendo a mi mujer

en Voyerismo

Esos eran nuestros planes de aniversario de casados: dejaríamos al niño con Ismael mi concuño y Rebe, la hermana de mi esposa: iríamos a cenar y luego a bailar. Días antes  le había pedido a mi mujer que fuera vestida de forma sugerente; sabía que no lo haría. Llevaba años tratando que se destapara más pero nunca lo hizo. Rebe también le había pedido que mostrara más pero mi esposa era tímida.

Pensé.

Al atardecer me encontré a una esposa vestida al límite de lo aceptado; una blusa escotada que dejaban ver la mitad de sus tetas y  el nacimiento de sus pezones; se había puesto un minifalda negra  corta y ajustada que nunca había visto, unas sandalias de tacón que estilizaban su figura y resaltaban su culo.

¿Y si algún conocido nos encontraba?

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Cambié de opinión cuando subiéndose la mini  me pidió que revisara su conchita: se había depilado toda. Mis bolas cosquillearon y mi pene se abultó. Subió una pierna a un sillón y me acerqué a revisar: moví sus labios  para un lado y otro revisando que no hubiese ningún vello; se veía como la de una quinceañera con un excitante aroma. Quise chuparla pero ella no lo permitió: que después tendría tiempo para explorar. Le pedí que se pusiera una tanga que me encanta, de cintas delgadas y por delante un triángulo pequeño.

Cuando se la colocó me preguntó si se le vería al sentarse. Le dije que no se veía nada: mentí, se veía a un kilómetro el triángulo de color blanco; luego bajó la pierna para ver si se veía. Tuve que tragar saliva, no solo se veía el triángulo, también ver sus labios separados por la cinta negra.

―No se ve nada, quédate tranquila.

Fue por su bolso y la miré: parecía puta. No importa si cara o barata puta al fin. Me senté esperándola para decirle que no, que se cambiara. Pero luego pensé: será por esta noche, si no lo hago me arrepentiré de por vida, es solo mi fantasía de exhibirla.

Hasta ese momento ella se veía muy segura,  llevando nuestra intimidad fuera de cuatro paredes y eso me tenía muy dudoso pero muy cachondo. El inseguro era yo.

Soy Salvador y mi mujer Elena: llevamos cuatro de casados. Ella 25 años y yo 27 y escribo este relato para mostrar como una fantasía puede cambiar tu vida.

Una vez en el auto no podía evitar mirar a mi esposa: su escote se veía increíble, ese par de tetas redonditas me tenían como toro en brama pero lo que me había vuelto loco era su entrepierna y no quise tocarla; estaba que no lo creía.

―Me pones nervioso –le confesé.

―¿Es lo que querías, no? Verme así… linda… dispuesta… Y sonrió.

―No linda, sexy; quiero presumirte. Miré lo corto de su falda, mis celos aparecieron  e hice una mueca de preocupación; no le sorprendió.

―No te preocupes; la falda es prestada así que ya no la verás otra vez.

―¿Prestada? ¿De quién?

―De mi hermana Rebe. A ella le queda bien, pero yo estoy más llenita, por eso se ve más corta.

Me imaginé a Rebe y recordé esa falda en una cena, pero de eso ya hacía años cuando Elena y yo aún éramos novios. No es tan nalgona como mi mujer pero tenía  una manera de mover el culo  y destacarlo con sus faldas que a más de uno se le antojaba, incluyéndome.  Rebe  dejó de usar las falditas después que nació nuestra sobrina; supuse que llevaba años guardada.

Estacionamos bajo un centro comercial. Caminando hacia el ascensor me fui unos pasos atrás, quería ver a mi esposa en todo su esplendor: sus piernas se veían espectaculares y su culito moviéndose de un lado para otro me tenía hipnotizado;  si se agachaba un poco se le verían las nalgas y probablemente su rajita.

Ya en la calle nos tomamos de la mano. Estábamos en la luz roja esperando cruzar cuando un taxista se detuvo frente a nosotros y se quedó mirando a mi esposa con cara morbosa, luego le tiró un beso muy sonoro y le gritó:

―¡Estás muy rica, mamacita!

Me miró retándome; se veía corpulento. Ella conociéndome por celoso, no por peleonero, me pidió que me calmara y yo quedé hecho una furia. Cruzando la avenida me dijo apretando mi mano que era solo mía y eso en lugar de calmarme me enojó más.  Entramos al restaurante y nos sentamos en un rincón alejados de otras parejas. Me volvió a pedir que me calmara, que al fin y al cabo fui yo el que pidió se vistiera así.

―Subí mi pantalón al auto―dijo tranquila―, por si quieres que me cambie.

Era nuestra noche y había que pasarla bien ―bájale de espuma a tu chocolate, me dije a mi mismo―. El lugar era agradable, no muy iluminado, con mesitas de mantelería roja y sillones de piel. Atendían meseros jóvenes; a nosotros nos tocó un muchacho de buena apariencia y muy servicial; nos ofreció la carta y nos dio algunas sugerencias. Pedimos menú para dos, un tequila  para ella y cerveza para mí.

Cuando el muchacho trajo la comida no quitaba la vista de las tetas de mi esposa, nos sonreía pero volvía su vista al escote. Ella lo notó.

―Es un muchacho curioso―me dijo ella cuando se fue- ¿Quieres que me cubra el escote con el brazo?

Supuse que ella me protegía de mis celos: me mima mucho.

―Quiero presumirte, perdona el altercado afuera. ¿Dejarías que el mesero te viera?

Al regreso, Elena le coqueteó con escote y mirada: eso me gustó; no era lo mismo que con el taxista, acá podía controlar la situación. ¿Temor? Sí, un poco.

Comimos a gusto. Luego dos tequilas más para ella y dos rones para mí nos besamos enroscando nuestras lenguas; mis manos estaban en la cintura de ella pero teniendo contacto con la parte baja de sus tetas.

Era nuestro cuarto aniversario y el deseo por ella seguía vivo... pero sentía que faltaba emoción en nuestra cama.

Sentía en punta de mi pene fluido pre seminal. Ahí estaba el mesero mirándonos de reojo, haciendo que limpiaba unas copas del bar. Seguí besándola pero tocando sus tetas con sigilo: su respiración decía que estaba cachonda.

―Parece que quieres darle  un show al mesero ―me dijo al oído.

―Lo tienes caliente, ¿ves cómo te mira? ¿Quieres seguir?

Le quite la servilleta de tela de las piernas y pedí que las  entreabriera para que viera su tanga y su pubis rasurado; despacio las separó: pude ver el color de la tanga y uno de sus labios asomado tímidamente. Llamé al muchacho para pedirle un postre; él anotó el pedido pero no se movió de allí, solo miraba la entrepierna de Elena. Acerqué mi mano, y le metí un dedo; eso la molestó y acercándose dijo que fui tosco y que estaba pasándome de la raya.

Yo me encontraba excitadísimo, en lo único que pensaba era en cogérmela donde fuera. Fue al baño a arreglarse y acomodar sus ropas mientras yo cancelé el postre, pedí la cuenta y le dejé una buena propina.

Una vez afuera  le pedí a mi esposa que caminara unos metros más adelante para mirarla: me suplicó que no le hiciera ninguna escena de celos. Me fui  metros detrás: el lugar estaba ahora con mucha más gente; algunas mujeres  se fijaban en mi esposa probablemente de cómo estaba vestida. Hombres jóvenes y otros no tanto se le quedaban mirando, otros se daban vuelta para mirarle el culo y  yo caliente con la escena.

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Cuando subimos al auto yo estaba que reventaba. Observé por el retrovisor, me saqué la verga y le dije que me la chupara, que no aguantaba más. Ella miró a todos lados y me pidió que le avisara si venía alguien; luego se agachó a darme una mamada bárbara.

Sentía que era la mejor chupada de mi vida: mi esposa estaba siendo muy  puta y convertía un estacionamiento en un sitio excitante. Se puso con las rodillas en su asiento, lo que dejaba su culo totalmente al aire: lo sobe, le di palmadas, acaricié la entrada de su chiquito y me excitó la idea de que nos vieran en el auto mientras me la chupaba.

Sentí que era inevitable soltar los chorros, le dije que fuera suave, que ya me venía. Miré por el retrovisor por si había gente y con un gemido ronco descargué semen en abundancia. Cuando acabé, le di una fuerte nalgada y le dije que era una puta chupa vergas.

―Si no hubieras sido tan tosco en el restaurante ―confesó―, habría dejado caer el tenedor y darte una chupada.

Cerré los ojos.

Mientras ella se limpiaba con un pañuelo yo pensaba a donde ir; aún era  temprano para bailar. Seguía caliente y muy seguramente mi esposa más.

―¿Ya nos vamos a bailar? ―preguntó.

―Es muy temprano aun; ¿qué te parece si vamos a un motel?

―Llévame a donde quieras; esta noche hare locuras, haré lo que me pidas.

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Pasé a una tienda 24 horas por cigarros y cuatro botellines de vino. En el camino turnaba mi mano al hacer los cambios del auto y tocar la concha de mi esposa que estaba muy mojada. Le pedí que se quitara la tanga y lo hizo de inmediato; después que asomara los pezones a través de su escote, a lo que también accedió; así recorrimos el camino al nuestro destino mientras ella me agarraba el paquete.

Llegando al motel  nos llevamos una sorpresa: había fila  de autos y mientras esperábamos nos terminamos la bebida.  En la entrada había dos hombres jóvenes y uno de ellos nos indicó que no había habitaciones disponibles, que si queríamos nos llevaría al estacionamiento en lo que alguna se desocupaba: mi mujer dijo que sí. Con linterna en mano nos condujo al estacionamiento del motel donde los vehículos estaban con los vidrios empañados y en algunos se veían siluetas moverse acompasadamente en su interior. Elena iba pegada al cristal y yo al ver que todos cogían me calenté más.

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Una vez estacionado nos besamos y manoseamos. Mi corazón latía acelerado, estaba nervioso pero excitado. Elena dijo que me detuviera pues en cualquier momento llegaría el cobrador.

―No importa, que vea lo sexy que es mi mujer.

Entre el manoseo a su pepa y  tetas miraba hacia atrás para ver si aparecía. Cuando chupaba y mordisqueaba sus pezones, alguien golpeó la puerta trasera del lado del copiloto. Mi esposa quiso taparse las tetas y juntar sus piernas pero con  voz suave le dije que no lo hiciera; ella bajó la ventanilla a la mitad y el tipo se acercó. Nosotros teníamos la luz interior apagada, por lo que supuse no se vería mucho desde fuera. El cobrador encendió su lámpara que iluminó el tablero del automóvil, las piernas, pubis y tetas de mi mujer; en ese orden.

―Señorita no hay habitaciones por lo menos en dos horas; si gustan pueden hacerlo aquí, en su automóvil. Les cobraré únicamente lo del estacionamiento.

―Nos quedamos ―dijo ella.

Encendí la luz interior y  todos los atributos de mi mujer salieron a la vista completos; ella colaboró enderezándose para que resaltaran ese par de tetas preciosas. Fui lento en sacar los billetes. Ella  lo miraba  pero lo mejor fue cuando sin que se lo pidiera entreabrió sus piernas; el tipo puso su mano en la puerta  y con la otra hizo ademán de tocarse el paquete. Extendí los billetes y dijo que ya volvía con el cambio.

―¿Qué quieres con esto? ―preguntó ella― Primero al mesero y ahora el cobrador.

―Me gusta que te vean; vamos a seguir con lo nuestro y si llega le vamos a dar un espectáculo que no olvidará.

Puse música y no apagué la luz; la besé para que no hablara. Nuestras manos se descontrolaron, bajé por fin a su monte y lamí suavemente sus labios hinchados y su pepa jugosa. Subí a sus tetas mientras ella luchaba por desabrochar mi pantalón; yo pasaba la lengua por sus pezones duros y paraditos. Sentimos que alguien golpeó la ventana trasera; no hicimos caso y seguimos en lo nuestro pero el tipo  se acercó carraspeando para hacerse escuchar. Cuando se puso junto a la ventana con una bandeja en las manos mi esposa lo miró; yo seguía con un pezón dentro de la boca y con la otra jugaba con la concha. El tipo emitió un bufido y nos miró  hasta que dejó la bandeja sobre el techo de auto y con una mano se empezó a tocar  el paquete. Elena seguía  el movimiento de su mano y parecía que en ese momento yo no existía para ella. El desconocido hizo el ademán de tocarle un pecho; quité la música.

―No amigo, mira sin tocar –le dije.

Me extrañó que  mi esposa no realizara algún gesto de rechazo a esa mano intrusa y empezó a masturbarme rápido.

―Te la voy a chupar ―me dijo.

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Hice el respaldo de mi asiento para atrás y ella se acomodó para darme placer; como estaba semi sentada, le pedí que parara el culo para que éste quedara frente al tipo. Ahora, desde mi nueva posición podía ver al desconocido: supongo escuchaba música con sus audífonos, aunque su cara no se veía muy bien y no dejaba de moverse. Con la panorámica del culo de Elena que estaba desnudo, parado, rasurado y su ano a la vista del tipo, éste se bajó el cierre y sacó su miembro.

Me llamó la atención su pene, ya que si bien se veía de tamaño normal, la cabeza era desproporcionada y muy blanca: comenzó a masturbarse y apagué la luz interior. Mi esposa que había estado en silencio chupándomela, se acarició las nalgas y a moverlas  como si la estuvieran cogiendo de a perrito: supuse que  ahora quería algo sólido dentro de su concha y tal vez dejaría que el tipo se la metiera. Pero esa idea no estaba en mis planes; solamente quería una cita de aniversario para exhibirla.

Ella se incorporó, se recostó de medio lado ofreciéndome su culito para que se la metiera; introduje mi pene de un empujón por su húmeda rendija. Afuera, el cobrador seguía en lo suyo pajeándose y blandiendo su cabezota.

―Quie…ro de-decirte algo ―dijo ella entre gimiendo y sofocándose―. La faldita que traigo es de Rebe pero ella no me la dió. Ayer que fui a buscarla no estaba; me abrió Ismael y como veía que estaba angustiada, me preguntó por qué y le dije que querías verme sexy y como yo no tengo ropa pero mi hermana sí, iba a pedirle algo. Tuvimos que buscar entre cajas hasta que la encontramos.

Yo casi no la escuchaba; seguía atento a cogérmela y a sus suspiros.

―Me pidió probármela por si no me quedaba y había que buscar más. Se me hizo lógico y fui al baño a cambiarme pero con zapatos de piso no lucía y tuve que pedirle que fuéramos a su recamara a buscar algunas zapatillas de Rebe. Yo sentía su mirada en mis pompas cuando subimos pero no me sentía incomoda… era como si fueras tú.

Allí deje de bombear rápido y casi me detuve; pero ella estaba muy excitada y se cogía sola; sus tetas brincaban, libres.

―Buscó las zapatillas y me ayudó a ponérmelas; yo de pie y él arrodillado. Sentía su aliento en mi conchita, así de cerca estaba y para que te lo niego... me excité. Tal vez mi aroma le llegó porque me dijo que si podía tomarme una foto con su teléfono; dije que no, que qué pensaría  Rebe y dijo que podía ser un secretito: me negué y ya no insistió. Cuando me despedí me pidió que por favor fuera yo sola a regresarle la falda y si quería quedármela, me la cambiaba por una foto, que le enviara una sin que se me viera el rostro. Así si Rebe la hallaba, no sabría que era yo.

Yo estaba sorprendido pero no mucho. Ismael era muy mujeriego y las peleas con Rebe eran por eso. Y mi mujer era más joven, aunque ambas se parecían mucho. Pero pedirle una foto… ¡que cabrón!

[caption id="attachment_319" align="aligncenter" width="800"]hechizo-del-zapato-4 (Copiar) Man Kissing a Womans Foot[/caption]

Me percaté que yo había regresado a las penetraciones intensas. Mientras bombeaba, vi que la cara de ella había quedado a la altura de la ventana frente al masturbador por lo que mientras yo se la metía y sacaba, ella gemía y mordía sus labios mirando ese miembro a poca distancia. Ella le tomó la mano y se la posó en el pecho derecho; esa escena fue tan caliente que mis bombeos fueron todavía más rápidos: me acerqué al hombro de mi esposa para ver mejor cómo le tocaba las tetas. Los dedos del hombre se fueron directo a masajear los pezones, mientras ella pedía que se los apretara.

Yo estaba sudando muchísimo y me sentía soñando, ¿hasta dónde podíamos llegar? Mis celos me guiñaron un ojo y mi mente regresó con Ismael.

―Ese cabrón,  ¿te propuso algo más?

―¿Qui... ahhhhhhhh… quién?

―Ismael.

―Nada, solamente la foto.

―Y… ¿se la vas a enviar? ―dije sudado y tembloroso.

―Noooooooooooo; es mi cuñado, el… aaahhh…. esposo de Rebe. ¿Sabes lo que pasaría si se entera que su marido me está seduciendo?

―¿Entonces si está interesado en ti, verdad? Dime, ¿qué ha pasado entre ustedes?

―Cógeme, no pares… ya sigo… aahhh... estoy a punto.

―Dime…

―Aaahhh...no ha pasado nada. Ismael no me interesa, es muy mujeriego; ese le tira a todo lo que lleve faldas.

―¿Ese? ¿Pues entonces quién si?

―Nadi… e…. cógeme.

El cobrador pellizcaba los pezones de mi mujer.

―¡Chúpale las tetas! ―le dije entre enfurecido y celoso― Elena bajó el resto de la ventanilla, él se acercó y la muy puta de mi mujer  se acomodó sin oponerse.

El tipo pareciera que no lamía unas tetas hacía tiempo; estaba desesperado. Ella le pedía suavidad, así de fuerte lo hacía. Luego de estar algunos minutos chupándoselas, se incorporó y masturbó frente a la cara de Elena; yo había bajado la intensidad de mis movimientos y la observaba: pensé si así de cerca Ismael estuvo de la concha de mi mujer.

El cobrador con voz temblorosa le pidió que se la “chupara por favor”. Dijo  que era limpio y que hace mucho tiempo que nadie se lo hacía. Elena ni siquiera me miró:

―Dámela ―le dijo abriendo su boca y sacando la lengua.

Mi esposa lo recibió con suaves lamidas en la cabeza, mientras él gemía. La cabeza apenas cabía, era grande semejante a un huevo y el orificio parecía que fuera a vomitar semen en cualquier momento. Ella  abrió la puerta del auto  para facilitar la mamada y el hombre aprovechó para masajear la concha. De vez en cuando yo sentía sus toscos dedos tocar mi resbaloso tronco. Ella sacaba el pene del tipo y lo miraba con mucha lujuria como si fuese un trofeo, para luego seguir chupando más fuerte y duro.

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―¿Se la has visto a Ismael? ―reanudé mi interrogatorio― Dime la verdad.

―Dos veces y por accidente: (chop, chop) en la playa cuando los dos se emborracharon y en una parrillada: ambas orinando.

―¿Se la chuparías así como lo estás haciendo?

―No lo sé, Salvador ―dijo molesta―, dame más fuerte.

Le di más duro y cuando suspiraba otra vez...

―Dime… ¿se la chuparías?

Casi paró sus movimientos.

―Eres odioso ―me dijo―; supongo que sí; no es feo, es muy caballeroso conmigo, es buen amigo tuyo. Si Rebe lo cela tanto, ha de ser por algo.

Nuestro improvisado compañero ya daba claras señales que no resistiría mucho más, sus brazos y piernas estaban tensos: muy pronto se vendría. Con mi verga aún dentro de ella me acomodé para ver el espectáculo. El cobrador sacó su  miembro de la boca de ella, se dio unas cuantas sacudidas enérgicas y  mi mujer  puso su lengua en posición de recibir leche.

Me parecía que el  glande había adquirido mayores proporciones y su gran ojete se había abierto aún más: al igual que si fuese una jeringa sin la aguja emitió violentos borbotones de blanquecina y espesa leche que iban a parar en la frente, nariz, boca y lengua de mi esposa: su pelo tampoco se salvó. Los chorros no paraban de salir, mientras que la muy puta le pedía que le diera todo.

Yo estaba que explotaba de celos y placer. Retiré mi pene, saqué el teléfono de mi mujer y le tomé una foto semidesnuda y toda batida. Busqué el número de Ismael y la adjunte en un mensaje normal. Rebe le revisaba el Whatsapp cada que podía.

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―Envíasela –le dije― Y le di el teléfono.

―¿Estás loco? ¿Sabes qué pasará si se la envió?

―¿Se la vas a chupar, no?

―¿Eso quieres? ¿Qué Ismael me coja?

―A estas alturas, ya no sé qué pensar; yo sentía que eras bien puta pero vaya que superaste todo. Y no es reproche, es halago.

La recosté en el asiento y de misionero me le subí: sentí el semen en mi camisa; no me dio asco, sino me excité más. Ella sostenía en su mano su teléfono y dejó de tensarse para recibir otra vez mi verga y sus embestidas. El mirón seguía escuchando música y viendo como me la cogía.

―Si se la envió, mañana voy a que me coja… ―me dijo al oído mi esposa.

―¿Para qué mañana? Ahorita que regresemos por nuestro hijo; yo entretengo a Rebe y que te coja aquí.

―Pero sería de rapidito… si quieres hoy.

Subió sus tacones a mi espalda, buscamos el botón de enviar y ambos lo presionamos. Comencé a tener el mejor orgasmo de mi vida; ella me abrazó fuerte y luego gritó.

Nos quedamos sin hablar 10 o 15 minutos rendidos y pensativos. Ni cuenta nos dimos cuando el cobrador se fue.

Cuando la calentura se me bajó, me horroricé. Tomé el teléfono de Elena y me quedé trabado, sin saber que hacer: ya no había marcha atrás.

―¿Tan pronto te arrepentiste? ―dijo al notar que apretujaba su teléfono―. No te preocupes, es una foto. Cuando llamé , porque lo va a hacer, le digo que fue una travesura pero que no habrá más. No creo cambié una aventura por su familia: sabe que mi hermana aparte de la pensión, se llevaría a la niña.

―Sabes Elena, no estoy arrepentido en el sentido de haber enviado el mensaje, sino en todo lo que eso cambiará nuestras vidas; no quiero perderte.

―Yo te sigo amando y lo seguiré haciendo. Estás tan enfrascado en Ismael que no me has reclamado la mamada del cobrador. ¡Quién lo viera! Casi explotas porque un taxista me dijo una idiotez, ni me manoseó ni me tocó, solamente ladró; y del cobrador no has dicho nada.

―El cobrador no me interesa; jamás lo veremos otra vez. A Ismael lo vemos casi cada fin de semana.

Elena se acomodó ropa y se retocó el maquillaje.

―Supongo que aquí acaba nuestra noche de aniversario ―dijo.  ¿O quieres entrar al motel?

―No, mejor vamos a bailar. No te arruinaré la noche.

Salimos del estacionamiento y pasamos a otra tienda 24 horas por un café para mí y otro  vinito de botellín para ella.  No quise que bajara, había varios muchachos de mal aspecto y para qué exponerla y exponerme. Cuando regresé al auto, hablaba en altavoz por teléfono con Ismael.

―¡Te ves divina! ―le decía― Rebe se ha vuelto un poco aburrida; dichoso tu marido que se viene en ti.

―Esa foto no tiene ni una hora que la tomamos ―dijo Elena.

―¡Guau! Dime... ¿Cogieron?

Elena me miró. Con mi mano la animé a que siguiera hablando con én sin que  Ismael supiera que lo oia.

―Me da pena hablar esto contigo Ismael; eres mi cuñado y ni mi marido ni mi hermana merecen una traición.

―¿Quién habla de traición? Yo quiero mucho al cabron de tu marido y no le haría una chingadera. A tu hermana, menos.  Reconozco que soy un perverso cachondo pero no le hago mal a nadie. Es una foto Elena, solo eso.

Elena no dijo nada, permanecía callada con su botellín en la mano.

―Ayer me di cuenta ―continuó Ismael― que eres una mujer cachonda; cuando te calcé las zapatillas y aprisione tus tobillos con mis manos cerraste los ojos y acercaste tu pubis hacia mi rostro.

―Pensé que tú fuiste el que se acercó.

―Y lo más excitante, cuando te sentaste en la orilla de la cama a descalzarte, yo seguía en la alfombra y me ofreciste una maravillosa vista de tu pubis depilado. Sabías que te veía porque mi mirada estaba fija allí y no hiciste nada por cerrar las piernas. Dime  Elena, ¿me sientes atractivo? Ah, por favor, si te sientes acosada por mis preguntas o por mi persona, dímelo y paro; no te conozco en esto así que no quiero dañarte porque te estimo y más por ser la esposa de...

―...Sí a tu primera pregunta ―lo interrumpió―; eres guapo, me haces sentir cómoda.  Y cuando yo sienta que tus palabras han pasado de la cachonderia a la ofensa, te lo diré.

―Entonces, ¿podemos conversar de lo que hiciste hace una hora con Salvador?

Tomé la mano de Elena y con mi cabeza asentí.

―Está bien...si, cogimos muy rico―confesó suspirando―; ha sido una tarde de orgasmos. Tal vez por eso me decidí a enviarte la foto.

―¡Ese es mi hermano! Macho Alfa, lomo plateado... tienes mi palabra que ni  Rebe ni mi brother verán la foto. Ya la escondí en una carpeta privada, encriptada y con contraseña.

―Te dejo, mi marido ya viene; iremos a bailar y después vamos por nuestro hijo.

―¡Uy, ya está durmiendo! Igual que mi hija; si gustas déjalo aquí y ya mañana vienen o le pido a Rebe que te lo lleve.

―No sé... más tarde le llamo a mi hermana.

―Oye... ¿Si vienes me dejarás verte así con falda y blusa? Solo eso, no te tocaré un pelo.

Me acerqué a la oreja de mi esposa:

―Dile que si nada más verte…

Mi mujer sonrió y le dió un trago largo a su vino.

―Mmm ¿Solo verme? Traigo la faldita  sin tanga y con la concha llena de leche de mi marido…. yo pensaba que llegando...

Sentí un cubetazo de agua fría en la espalda; le quité el teléfono y colgué.

―No sé si quiero que te coja ―le dije. No sé si estoy preparado para que mi mejor amigo te coja.

Elena me abrazó largo tiempo.

―Te amo ―me dijo―. Y tocó mi frente, mi pecho y mi pene sobre el pantalón. Soy tuya en pensamiento, corazón y cuerpo.

Manejé al antro y bailamos mucho; yo no quería pensar. Esa vez ni las miradas de lujuria a las nalgas de Elena por parte de los hombres me animaron. En la orilla de la pista de baile nos abrazamos y bailamos despacio, como si no existiera nada más.

―¿Ya nos vamos? ―pregunté.

―Claro, ya mañana vas por el niño o que Rebe lo lleve.

―Pensaba en que fuéramos ahorita por él.

Elena abrió sus hermosos ojos.

―¿A qué?

―Tu dime... ¿quieres estar con Ismael?

―No lo sé; en la cachonderia te dije que sí pero cuando te veo así... me arrepiento incluso de pensarlo.

―¿Así cómo?

―Indeciso... ¿porque no dejamos esto como una tontería y seguimos nuestra vida?

Me quité el saco y se lo di para cubrirse. Salimos  del antro y a pocas manzanas detuve el auto.

―Llama a Ismael y dile que vamos para allá ―le pedí.

Elena me miró, tomó su teléfono y llamó dos veces por altavoz. Supusimos ya estaba durmiendo.

―Lamento que la llamada se cortó ―se excusó mi mujer―, vamos para allá por nuestro hijo.

―Está bien ―respondió Ismael somnoliento.

Elena buscó la tecla de colgar y le quité el teléfono.

―Hazlo ―le dije pegado a su oreja.

Me miró y puso el teléfono en el tablero.

―Isma... ¿estás muy dormido?

―Muerto... ¿y ustedes siguen celebrando?

―Pues sí.... mmm... mira, vamos para tu casa... pensaba que en lo que mi marido sube por nuestro hijo, tu y yo hacemos algo de rápido.

― A ver... espera... ¡Aummmm! ¿Estas ebria o es en serio?

―Sobria.

―Ufffff, por mi lo que quieras.

―Estoy bañada en semen, por dentro y por fuera.  ¿Me cogerías así, llena de leche?

―Claro, es de mi hermano; sabes que lo quiero un montón, como a ti, en buen plan… esto es desmadre, ¿si lo sabes, no?  ¿Es neta? ¿Quieres coger aquí afuera de la casa en el carro de tu marido?

―Un rapidin… sí, sí quiero.

―Pues va. Rebe está dormida... veré que hago...  carajo, nada más de imaginarte... aquí te espero.

Pasé por otro café y lo bebí más por nervios que por disfrutarlo; la cafeína me dió un subidón brutal. Ella en cambió iba contenta retocándose el maquillaje; no dejé que se pusiera perfume.

―Si mi hermano se te sube ―preví― lo dejaras oliendo a tu perfume y Rebe sospechará.

―Juro que no sé qué pensar ―y cerró los ojos― Me desconciertas; eres un hombre muy celoso y ahorita bien diría que me estas ayudando a que me cojan. ―Y me tomó de la mano.

Tomé más café.

―¿Cómo sabré cuando ya te haya cogido  o te lo hayas cogido?

―Él no me cogerá; ni me lo cogeré; en esto estamos cogiendo todos, tú incluido. No salgas de la casa hasta que yo toque el claxon.

Cuando bajé y toqué el timbre de la casa yo ya tenía otra erección. Me abrió Ismael en bata y pantuflas.

―Sube, tu hijo está durmiendo y Rebe a su lado. ―dijo― Si me permites, voy a saludar a tu mujer.

―Claro, antes, ¿puedo pasar a tu baño? La comida no me sentó bien.

―Estás en tu casa, hermano.

―De leche, pensé.

Desde la ventana del baño vi como Elena abrió su puerta; él se sentó a su lado y mi mujer lo recibió con un beso intenso, brutal. Al minuto la montó en misionero; el auto se movía. A las dos de la mañana no había mirones, solo yo. Siete minutos cogieron y el claxon sonó: me apresuré a subir a despertar a Rebe pero estaba perdida; las tiras de su tanga asomaban sobre el pantalón de su pijama; tenía buen culo y le di una nalgada, algo que jamás había hecho. Para mi suerte no se despertó. Vi a mi hijo durmiendo, lo abrigué y en las escaleras me encontré a Ismael sonriente. Me dió una palmada en la espalda y ya no me acompaño a la puerta; se metió a su recamara. En el auto Elena seguía con su asiento recostado; di la vuelta dejando al niño en el asiento trasero. Elena me tocó el hombro y vi que tenía semen en el pecho y de su vulva salía más.

―¿Me quieres coger así? ―dijo abriéndose de piernas―Tu amigo me ha cogido con miedo que salieras y nos encontraras, aunque al final el deseo le ganó y me cogió muy rico. Pero ahora te necesito a ti.

--¿Te cogió sin condon? --le reclamé-- ¿Estás loca? ¿Sabes con cuantas ha cogido?

Elena me ignoró; busco su botellin de vino, le dio un trago y me entregó su telefono. En la pantalla estaba una copia digital de los análisis clínicos completos de Ismael fechados dos semanas antes.

Ver a mi mujer tan puta y descarada, o tan sensual y honesta me dejó en shock. Mi enojo desapareció y surgió el deseo y mi instinto me exigía cogerla. Me le monté y me convertí en un animal en competencia de esperma pues el semen  de Ismael me ayudo a entrar hasta el fondo. Le di tan duro que la hice llorar; no me importó; le di más duro hasta que me vine.

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Después de ese día nuestra vida sexual se volvió muy intensa, recobramos la pasión  y meses después entramos al swinger. Por otra parte Ismael jamás le llamó a mi esposa; ni acosos o visitas inesperadas cuando yo no estaba. Era un mujeriego puro, de esos que van de flor en flor y  mi mujer había sido una más. Para él yo seguía siendo su brother y la buena vibra entre ambos continuó; nunca me insinuó nada, ni en broma.

El swinger te cambia la mentalidad y lo que antes era impensable o pecaminoso ahora lo veíamos normal. Elena propuso devolverme el favor de su encuentro con Ismael con su hermana Rebe: por supuesto que me agradó la idea pero desistimos al sondearla  y comprobar la devoción y celos de Rebe por su marido. ¿Para qué meternos en problemas? Así ni intentarlo.

Seguimos felices teniendo encuentros con parejas.

Pasaron más de tres  años cuando Ismael y Elena volvieron a coger.  Mi mujer se había vuelto más putita ―siete hombres ya habían pasado por sus nalguitas- y más abierta en su vestuario (pero casi nada más cuando salíamos a nuestros encuentros o clubes). Las dos familias nos fuimos un fin de semana; estábamos en la playa de noche y casi ebrios; Rebe se había ido al hotel con los niños y Elena y yo nos quedamos allí con Ismael; ella comenzó a coquetear conmigo y después con él y dijo que si nos importaba si entraba al mar desnuda: nos encogimos de hombros. Cuando entró al agua nos llamó y  acudimos; entre juegos y gritos por el oleaje la tocábamos con inocencia pero poco a poco dejó de serlo. Él se colocó tras ella y yo enfrente. Pensé que Elena se quitaría pero se quedó y nos repegamos más. La mano de Ismael pasó de cintura a nalgas y las mías a sus tetas; la besé largamente. Él no se movía, solo ella: entendí que se la estaba cogiendo.  Mi mujer bajó su mano, la metió bajo mi traje de baño y me masturbó mientras continuaba el beso.  La jalé y supongo se zafó; me repegué a sus nalgas y la ensarté. Ismael seguía en su lugar y ahora ella lo masturbaba. Le di duro como un minuto y me salí para girarla. Ismael se pegó tras ella y se la metió. O él se vino primero o fui yo, no lo recuerdo pero allí nos reencontramos como hermanos de leche. Mi mujer se aventuró a chupármela mientras él se la cogía y después a él y yo dentro. Salimos del agua, la acostamos en la arena y ambos nos la cogimos por todos lados. Al siguiente día, nadie dijo nada; como si nunca hubiera sucedido.

Ya de regreso y después de varias semanas los invitamos a cenar , -nada raro pues había buena vibra entre los cuatro- y Elena nos sorprendió a todos usando un vestido entallado de los que llevábamos a las reuniones swingers; se llevó la noche en piropos, hasta Rebe le chifló. (Elena ya se había operado para no tener más hijos y disfrutarnos como pareja así que tenía un cuerpazo) Yo sabía que el vestido era lo único que llevaba y que tenía dedicatoria a mi hermano.

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Esa noche no pasó nada entre ellos; solo el calentón de verla tan expuesta (en la playa está en traje de baño pero no es la misma excitación). A los 15 días ellos nos regresaron la invitación y ahora Rebe era la que lucía provocativa pero después que cenamos se fue a cambiar por algo más modesto. No sabemos qué le pasó pero se embriagó en un dos por tres y se quedó despaturrada, durmiendo.

―Ella jamás será una mujer abierta, de tríos o intercambios ―nos dijo Ismael―. Ya lo acepté y por eso les tengo cierta envidia ―nos dijo mirándonos. Hace años se lo propuse y su respuesta fue: haz lo que quieras afuera. Pero tampoco ha resultado; me cela mucho. Rebe es mujer de un único hombre y espera que yo lo sea para ella; para mí es imposible.

Elena recogió los vasos de la mesita tal vez incómoda por la confesión de Ismael pues quería mucho a los dos. Mientras, yo miraba el pubis de Rebe que por su posición había dejado expuesto. Ismael lo notó, acomodó a su esposa y nos mostró la tanga que le quitó y me la arrojó a mí.

Brother, es lo más que puedo darte de ella. Eso y una hora.

Se acercó otra vez a su mujer y le subió la falda a la cintura. Rebe en su inconciencia abrió las piernas dejando su vulva disponible. Elena trató de taparla pero Ismael no la dejó.

―Voy a una tienda  24 horas a comprar vino. ¿Me acompañas, Elena? Nos tardaremos una hora.

―¿Cómo quieres que vaya contigo y deje a Salvador aquí con mi hermana ebria? ¿Sabes lo que hará?

―No, ni quiero saberlo ―dijo viéndome― Puedes venirte adentro --sugirió--, está tomando pastillas.

―¡Está ebria! exclamó  Elena escandalizada; si Salvador se la coge sería una violación.

―O cumplir un  deseo ―intervino― ¿Vas o te quedas?

Elena me miró y no supe que responder; me llevé las palmas de mis manos a la cara y abriendo los dedos vi que tomó su abrigo. Cuando iba en la puerta regresó por su bolso donde, desde que somos sw, traé condones; y salió tomada de la mano de Ismael.


Relato registrado por 2swingers+

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