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Un lanchero de Acapulco

en Trios

Mi esposo Toño y yo habíamos tenido unos meses intensos en el swinger: casi cada fin de semana conocíamos a alguna pareja u hombre solo y aunque en el 90% de las ocasiones no llegábamos a nada, las citas me tenían agotada y  sobre todo decepcionada.

Para olvidarnos de los malos ratos de esas parejas que cancelan a los 5 minutos de la cita o apagan su teléfono, le propuse a mi marido  darnos una escapada de fin de semana a Acapulco, México. Le pedí que no hiciera contactos swingers allá: ni parejas ni solos; quería una salida vainilla, normal, solo él y yo.

Como queríamos descansar nos fuimos en autobús para que ni él ni yo manejáramos. Llegamos el viernes al puerto, nos hospedamos y en la noche salimos a uno de los antros sobre la Costera Miguel Alemán; ahí vimos a chicas muy guapas –nacionales y extranjeras- con falditas cortísimas y en traje de baño. Yo traté de verme sensual para mi marido: falda corta, blusa de algodón y sandalias de tacón: prescindí de la ropa interior y me alegré; el calor estaba infernal.

Tomamos, bailamos y por supuesto observamos a los vecinos de mesa: muchos chamacos y pocos hombres maduros y atractivos; la oferta para las mujeres de 40 años estaba escasa y aunque iba a dieta de verga ajena, ver el menú nunca está prohibido. No me quejo de los chamacos pero no son lo mío: el más joven que me la ha metido tiene 25 años y yo 42; y estoy en si me cojo a  Charly, un muchachito  de 18 que ha estado escribiéndonos con frecuencia por dos meses, pero vaticino que su inexperiencia terminará por echarlo a perder.

Fue una salida de antro agradable: vimos muchas tetas y uno que otro descuido de panocha, sobre todo rubias; Llegando al hotel nos bañamos pues el aire acondicionado era insuficiente –el calor insoportable-. Allí mismo Toño me cogió mientras me sujetaba de las llaves; él llegó rápido y yo me quedé a medio orgasmo. Ni cómo reprocharle pues salió del baño y cuando llegué a la cama, ya estaba roncando.

 

El sábado tomamos una excusión que se realiza en una lancha grande y apenas subimos nos recibió el guía de turistas, un hombre no muy alto, ojos claros, cuerpo no de gimnasio pero si duro, fuerte  y moreno por el sol. O iba cruda, o despechada de orgasmos pero me impactó.  Me imaginé el tamaño y grosor que llevaría bajo su desgastado short y sus labios mordisqueando mis pezones. A mitad del recorrido,  Toño se enfrascó en una charla con unos desconocidos de Chihuahua, Méx.  y  aproveché para preguntarle un par de tonterías al guía y sentirlo cerca.

El hombre me conquistó por su trato (para mí, la segunda parte de la atracción, porque en este camino del swinger mi marido y yo nos hemos encontrado de todo: feos y patanes, guapos y patanes, feos y caballerosos y guapos y caballerosos. Si Toño no soporta a los vulgares, yo menos; no me imagino estar al lado de un bicho que escupe basura). El guía era amable, supuse porque estaba en su trabajo y trataba de ganar propinas. Con la excusa de limpiarme la nariz, me acerque a su espalda y lo olí: limpio y con un toque de lavanda. Hasta allí, un buen candidato.

Cuando terminó la excursión, le tomé la mano a Toño y lo llevé con el guía: felicité a éste por el paseo y pregunté si  conocía algún lugar para  ir por la noche donde  hubiera gente arriba de los treinta años. Por supuesto le dediqué mi mejor sonrisa.

El hombre nos dió una tarjeta y nos dijo que si íbamos, preguntáramos por él ―se llamaba Jesús―   para invitarnos un par de bebidas de cortesía pues  trabajaba allí.

Cuando regresamos al hotel le dije a mi marido:

―¿Esta noche vamos al bar que nos sugirió el guía?

Toño abrió  el ventanal del balcón; cerveza en mano me miró.

―¿Por qué tanto interés? Nunca te apresuras para nada ni por nadie.

―Jesús me pone nerviosa; por eso.

―¿Nerviosa de irritable?

―Nerviosa de puta, de querer que me coja o de cogérmelo, de sentir sus manos en mis tetas…

―… pues sí que te gustó.

Toño se recostó. Me arrodillé, le saqué su verga flácida y me la metí a la boca; él no llevaba prisa pues tardo minutos en que se le pusiera dura.

―Eres muy buena mamando ―me dijo― ¿Quieres que intentemos convencerlo para un trío? Pero, ¿no que no querías nada de sexo con otros en esta salida?

―Te juro que no quería; pero cuando estuve hablando con él en el barquito, sentí que podía ser buen amante; y sabes que de esos, hay pocos.

―Te cogerás a Jesús y yo, ¿a quién me cojo? Porque eso de que tu si y yo no…

―Te hago una promesa de pago por cualquier mujer; te ayudaré a que te la cojas y podrás cobrarla cuando quieras.

―Está bien, a ver como lo cazamos.

En este punto muchos pensarán que ningún hombre se negaría a coger con una mujer y tienen razón si la mujer estuviera sola; en una pareja swinger la situación cambia pues Toño debe estar presente. Si cuando tenemos una cita con un hombre para conocernos y únicamente charlar, éste  desaparece en el último minuto, ¡imagínense para lo demás! Un hombre que tome el swinger con madurez y coja bien es muy, muy raro, casi tanto como un unicornio (mujer sola).

Salimos a comer y después  a caminar a la playa; me tumbé en la arena a descansar y sin darme cuenta comencé a tocarme; Toño le compraba un coco a un lugareño y yo llegaba a mi primer orgasmo del día.

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Dejamos la playa  y recorrimos la ciudad;  eran pasadas las 11 de la noche y  regresamos al hotel a bañarnos; noté a Toño callado.

―¿Si gustas nos quedamos? ―propuse.

―Ni lo pienses; de que hoy te cogen, te cogen; si no es él, otro; y si no, llamamos al servicio a cuartos para que seduzcas al empleado del hotel. Si me ves pensativo es porque pienso en con quien cobraré el vale… ¿puede ser una de tus amigas?

―Ya las conoces y son bien espantadas… habría que hacer mucha labor y ambos sabemos que con esas personas todo termina mal. Pero sigue pensando en tus opciones.

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Me puse un vestido de los que uso en las reuniones swinger y nos fuimos al bar; llegamos a la barra a preguntar por Jesús: llegó y nos saludó sorprendido. Nos ofreció dos cocteles en dos cocos: estaban riquísimos y muy pegadores: enseguida me puse alegre y me subió la temperatura, más de la que ya tenía en ese momento. Jesús nos acompañó con cerveza y charló un ratito con nosotros hasta que revisó su celular;  nos dijo que en un ratito volvía.

Estuve tratando sin éxito de llevar a Toño a la pista a bailar (a él no le gusta para nada), cuando apareció nuevamente Jesús. Toño me dijo ―de modo que Jesús oyera―:

 –Ya que tienes tantas ganas de bailar, invita a Jesús.

Yo me puse roja pero entendí que la intención era para llevar a cabo nuestro cometido. Agarré a Jesús de un brazo y lo arrastré hasta la pista, sin aceptar un no como respuesta. Toño se sentó en uno de los sillones; veía como nos movíamos al ritmo de la música tropical y me animé a acercar mi cuerpo al candidato.

Jesús al principio estaba un poco tímido como no sabiendo que hacer al estar mi marido viéndonos. Yo me repegué más y mi marido alzó su coco, dando su aprobación. Jesús finalmente entendió como estaba la cosa y se soltó un poco: me giró, apoyó sus manos en mi vientre y me pegó hacia él; sentí como su verga se endurecía bajo el pantalón y la apoyaba contra mis nalgas. Yo no traía nada bajo el vestido y me sentí húmeda por el calor y excitada por sus manos  y el roce. Ganas me daban de tomar sus manos para que me dedeara; así de cachonda estaba.

Restregamos nuestros cuerpos unos cuantos minutos; mi temperatura aumentaba  y ya no podía más. Junté coraje no sé dónde y le pregunté si conocía un lugar más privado donde pudiéramos ir él, mi marido y yo: respondió mitad sorprendido y mitad excitado que si lo esperábamos hasta que terminara su trabajo podíamos ir a su casa.

Jesús desapareció tras la barra  y  volví a donde  Toño; le comenté lo que había pasado y  me susurró  que se había calentado mucho viéndonos bailar.

―Pues nuestro amigo tiene potencial ―respondí tocándole su pene.

Después  que Jesús solucionara algunos problemitas y a pesar de que el bar aún no había cerrado, nos fuimos en taxi hasta su casa, o a la casa de alguien, pero recuerdo que durante el camino sentí un poco de temor ante lo desconocido y pensaba: ojala que no nos pase nada.

La casa era grande y elegante y me mordí la lengua para no preguntar si él era el dueño. Nos llevó a una sala-comedor con una barra llena de botellas y nos ofreció más cocteles.  Nos pusimos a charlar un rato sobre nuestras vidas pero  la calentura del bar se me había bajado. A Toño se le ocurrió algo para entrar nuevamente en calor: un juego de cartas que vió en la contra barra: prenda o castigo.

Yo me negué y les expliqué que mi única prenda era el vestido así que Jesús propuso que no me lo quitaría hasta que ellos tuvieran una única prenda. Jugamos, ellos prendas y los míos castigos inocentes pues a Toño le gusta desesperarlos. Piensa que así me desean más y me cogen con más ganas cuando llega el momento. 20 minutos más tarde, ellos ya estaban en calzoncillos: Jesús en traje de baño ajustado  y apreciándose  una verga grande.

En una ronda perdí: deslicé mi mano por debajo de la mesa y la apoyé en el pene de Jesús. Mientras lo hacía observaba a mi marido como diciéndole ¿te gusta cómo le toco la verga?  Después perdió Toño: desabroché mis  botones,  metió la mano por debajo y acarició mis  tetas y pezones.

En otro turno  Jesús se puso detrás de mí: me encantó sentir como su verga iba creciendo poco a poco bien pegada a mi culito para masturbarlo despacio. Como su traje era ajustado, se lo bajé y  pude acariciarle no solo su pene sino también sus testículos. Comprobé que la verga de Jesús no era descomunal pero sumado al morbo del juego con la complicidad de mi marido, no veía la hora de que alguien me cogiera porque estaba ardiendo de calentura.

Después Jesús tuvo que acariciarme la conchita: se puso  atrás, me abrió las nalgas y al tener el pene libre, me lo incrustó; al sentir la piel caliente de su verga entre los cachetes de mi culito, creí que desfallecía de placer. Tomé desesperada una de sus manos para que me diera pequeños toquecitos en mi clítoris.

Toño no aguantó más: me quitó el vestido y me besó con pasión, luego fue bajando poco a poco por mi cuello hasta llegar a mis pezones mientras Jesús seguía jugando con su lengua en mi clítoris. Nos pasamos a la sala. Toño sacó su verga y me la metió en la boca mientras acariciaba mis tetas y se la chupé con rapidez. Jesús se paró, se colocó un condón  y comenzó a toquetearme la verga en  los labios de mi vulva; me abrió las piernas, apoyó la cabeza de su verga en la entrada de mi cuevita y comenzó a abrirse paso dentro: me penetró suavemente y luego cada vez más fuerte hasta lograr ensartarme a fondo. En esa posición Jesús estuvo bombeándome un buen rato; sentía como su verga me llenaba de placer y me vine dos veces.

Jesús se acostó boca arriba; yo me acosté  a su lado y fui bajando hasta llegar a su verga para quitarle el condón y saborearla sin el sabor del plástico; traía una caja de 10 en mi bolsa. Mientras lo masturbaba  le lamía los testículos, me encantaba chupar sus huevos, luego me metí todo su pedazo dentro de mi boca y comencé a mamar. Toño  no  perdía detalle de cómo tragaba la verga de Jesús.

―Eres una puta ―me decía.

―Yo secundo a tu marido―dijo Jesús.

Se la mamé por 10 minutos o más; tenía una buena verga.

No aguanté más, le di otro condón  y me monté encima. Apoyé mis pezones sobre sus labios y los lamió  de una manera fantástica mientras con  una de mis manos me ensarté nuevamente su verga; me la metí muy despacito, sintiendo como me volvía a llenar de placer.

Toño empezó a jugar con sus dedos en mi colita; ni lubricante hizo falta pues yo parecía fuente. Me metió dos dedos hasta lograr abrirme bien el culito; por higiene se puso condón, apoyó su verga en mi ano y pudo metérmela hasta el fondo sin ningún contratiempo: fue fantástico sentir dos vergas bien adentro; por supuesto no paré de tener orgasmos.

Entre los dos comenzaron a moverse rítmicamente: cuando salía uno, entraba el otro. Toño no aguantó más y se vino; luego de terminar se recostó al lado nuestro y siguió observando como nuestro amigo me seguía taladrando. Después de unos minutos el guía me dio vuelta y me acostó boca arriba, yo puse mis piernas sobre sus hombros e incrustó su verga en mi culito. No tuvo ningún problema en penetrarme, poco a poco me la metió.

Otros minutos más y Jesús también se vino. Esa noche se convirtió en una de las  más inolvidables de mi vida: fue mi primera doble penetración. Jesús se tiró exhausto al lado nuestro y quedamos los tres recostados en la cama relajándonos, mientras yo les acariciaba las vergas como señal de agradecimiento por hacerme gozar tanto.

Después del relax nos dimos cuenta de que ya era hora de partir.  Jesús se ofreció a llevarnos al hotel pero dijimos que no era necesario: tomaríamos un taxi.

―¿Cuánto tiempo estarán aquí? ―nos dijo antes de irnos.

―Nos vamos hoy después del check-out ―respondió Toño.

―¿Porqué? ―intervine curiosa― ¿Quieres darme la despedida?

Ambos se me quedaron viendo.

―A esas horas sigo trabajando en la lancha pero nada me gustaría más que cogerte nuevamente —dijo mirándome.

Nos despedimos de Jesús y llegando al hotel nos bañamos ¡y a dormir! Desperté cuando sentí a mi marido cogiéndome.

 

Desvelados salimos a desayunar; después visitamos el Fuerte de San Diego pues nuestro hijo nos había pedido una taza del museo para su colección y regresamos para el check-out del hotel; yo entré al baño a cortar el césped y dejar mi monte listo para una lengua mientras Toño firmaba la salida.

Ya había terminado cuando tocaron la puerta. Enredada en toalla atisbé: un camarero y su carrito estaban del otro lado de la puerta. Contesté que no había ordenado nada y el empleado respondió que fue el Sr. Antonio quien lo hizo. Quité el seguro y lo dejé entrar.

Usualmente los empleados de hoteles de cadena son muy serviciales y este no fue la excepción: dejó el servicio en la mesita y me preguntó si necesitaba otra cosa.

Una orilla de mi toalla se incrustaba sobre una teta; si la jalaba, la toalla caería al piso y la intención sería obvia: pero corría el riesgo de que el empleado por norma o desconfianza dijera NO. Toño lo había enviado con un propósito; cogérmelo. No era la primera ocasión que lo hacíamos pero nunca había pasado de exhibicionismo.

Podía pedirle al empleado que revisara el aire acondicionado, la señal de la pantalla, una gotera, y charlar con él para darle confianza pero lo revisé y no pasó mi  control de calidad: era un hombre cansado, apagado, y esos no tienen nada que dar y sí mucho que exigir.

―Nada ―contesté y lo acompañé a la puerta.

Pensé en el muchacho de 18 años que servía los snacks en la alberca y por la edad me recordó a Charly: a cualquiera de los dos me los hubiera cogido en mi habitación.

Mi marido llegó 25 minutos después y encontró las maletas hechas y a su mujer sentada, tomándose su bebida.

Abrí las piernas para que comprobara mi desnudez y tomándolo de su mano, la lleve a mi pubis.

―Limpia por fuera y por dentro ―dije riéndome― Resultó caballo viejo.  

Le ofrecí un vaso de agua mineral y brindamos: no siempre se obtiene lo que se desea, pero más vale fallar en el intento que nunca intentar nada.

Jalando nuestras maletas llegamos a la terminal de autobuses: había corridas continuas hasta pasada la medianoche.  Toño me entregó la tarjeta del bar de Jesús y me dijo:

―Disponemos de tres horas o más; salidas hay hasta muy tarde y prisa por llegar a la casa no tengo. ¿Y tú?

Casi le arrebate la tarjeta y le llamé a Jesús. Estaba en su casa reparando cables pero  acompañado de su patrón, un gringo: el dueño del bar y de la casa.

―No puedo correr a Joseph de su propia casa ―me explicó― Ayer me la prestó; es un buen tipo.; si gustan venir, aquí los espero pero él estará. Y es abierto; no le incomoda ver coger, sino, no tendría un bar.  

El que te vean coger en un cuarto oscuro de club es excitante ―pensaba―pero ¿en una casa ajena y con un extraño? Además, ¿cómo se lo digo a Toño?

―¿Qué tan buen tipo? ―pregunté con malicia.

―Es amigo…

―…no me entendiste… ¿es atractivo?

―Cincuentón, se cuida… ¡Ah, ya entendí! Te va a agradar.

Terminé la llamada y le expliqué a mi marido la situación.

―O sea que si vamos, ¿te van a coger los dos? ―dijo molesto― Ni lo pienses, mejor vámonos. Con Jesús está bien, ¿pero con  su jefe?

Toño tomó la jaladera de su maleta y caminó; yo me quedé inmóvil, así que regresó.

―¿Recuerdas a Vero, mi comadre?  ―dije mirándolo a los ojos― Te presta mucha atención cuando hablas con ella. Yo te ayudo con ella y tú me dejas coger con Jesús; si veo atractivo al gringo, que también me coja.

¡Bingo!

Toño le traía ganas a mi comadre. Y ella sentía interés en mi marido, tal vez porque el suyo jamás le hacía caso.

Dejamos las maletas en paquetería, tomamos un taxi y llegamos a la casa; supusimos que nos esperaban pues la puerta estaba abierta.   Había una alberca pequeña con camastros a las orillas que la noche anterior no vimos y me tendí en una de ellas; Jesús apareció y me ofreció jugo y hielos: le pedí un coctel que Joseph amablemente preparó.

El gringo me veía con insistencia y yo no esquivé su mirada; hacía años que las miradas de los hombres no me intimidaban. Blanco, pecoso, güero, jubilado tal vez; no viejo pero ya no joven. Eso sí, su mirada era vivaz, alegre; nada que ver con los ojos apagados del empleado del hotel.

Tres bebidas después y seguíamos sin hacer nada más que platicar. Me acerqué a mi marido y le pedí ayuda para que se llevara al gringo mientras yo cogía con Jesús: me dijo que no.

―¿Te gusta Joseph? ―dijo.

―Es agradable y limpio pero prefiero a Jesús…

―…quiero asegurarme que me ayudarás con tu comadre.

Toño me pidió que levantara las manos y yo inocente lo hice; me quitó el vestido dejándome con tanga y sostén. Jesús se acercó, me quito el sostén y Joseph se apresuró con la tanga. No puedo decir que lo hice por el alcohol, sí por puta. Me recosté en el camastro, abrí las piernas y recibí la verga de Jesús mientras mi marido y el gringo miraban.

―Tu mujer es ardiente ―escuché a Joseph en perfecto español. ¿Are you swingers?

―Sí, ―y asentí con un dedo―. Después cerré los ojos ante las embestidas de Jesús.

Sentí una verga tratando de entrar a mi boca y la abrí. Más grande que la de Jesús, blanca y con vellos cenizos; me deje coger por panocha y boca.

 

Los  tres me cogieron bastante; a veces fuerte y otras despacio pero por dos horas me dieron verga y cocteles. No me puedo quejar: tres vergas para mi sola fueron la mejor parte de ese fin de semana.

Ya noche mi esposo y yo llegamos a la terminal de autobuses; subí al autobús ebria y escurriendo de semen.  No desperté hasta que llegamos a la terminal de nuestra ciudad, sonriente, muy sonriente.

La segunda parte de este relato fue la cita con mi coma (comadre) Verónica. No éramos comadres reales pero después de rescatar a un perro que cayó a una coladera, comenzamos a decirnos comadres de relajo. Vero era amiga de mi prima Raquel que labora en una aseguradora y de ahí  conoció a Vero que junto con Celso, su marido, tienen un taller automovilístico.

Raquel es muy fiestera y cada que hace reunión nos invita a su casa. Allí conocimos a Vero, rubia artificial, 40 años, frondosa, muy guapa, sumisa a los ojos de su marido y alegre cuando no lo tenía enfrente. Para fortuna de todos, Celso estaba un rato en la reunión y desaparecía para llegar más tarde por su mujer: a sus 50 años era muy presumido y mamón. Cuando Vero estaba con Toño, sonreía más y hacia todo lo posible por estar a su lado. Todas las mujeres del grupo nos habíamos dado cuenta de eso menos… mi marido.

Yo sabía que Toño no me diría una palabra ni haría mención a la deuda sexual que tenía con él así que me apresuré a saldarla porque no hay peor ofensa para los  hombres que una mujer que se hace pendeja: para ellos el sexo es vital,  por eso se lo toman muy en serio.

Le llamé a mi comadre para invitarla a una cena a nuestra casa, en viernes; le dije ―para indagar― que era probable que estuviéramos solas pues Toño estaría fuera.

Sentí que no le agradó la idea de una cena entre ella y yo pues me interrogó con discreción acerca del trabajo de Toño y sus horarios: expresé que él descansaba sábado y domingo.

―¿Y si la cambiamos al sábado? ―respondió― Mi marido es muy celoso y nada más me está checando; el sábado se va de borracho y puedo escaparme.

―El sábado está bien, coma ―dije― Toño estará muy feliz de verte, ya tienen tiempo que no se ven.

―Uy, desde el cumpleaños de la mimosa.

Cierto, ese día llevabas un vestido precioso, fuiste la envidia de todas. ¿Cómo le haces para tener ese cuerpazo? (ni tanto, pero los halagos hacen maravillas)

―Voy al zumba; y eso que no me has visto el blanco; ese sí es un vestido y me hace una figura de muñeca; pero Celso no me dejó llevármelo.

―Pues Toño y yo estaremos felices si nos dejas admirarte.

―¡Ay, coma!, ¿Cómo crees que iría a tu casa así? Me moriría de pena.

―Toño y yo no somos mojigatos; ven como quieras, pero ven.

―Si me llevo ese vestido me daría pena con el del Uber… mejor normalita.

―Como te sientas bien. ¿Te gusta el tequila?

―No, con eso me duele la cabeza; me gusta el brandy.

―Si quieres le digo a Toño que pase por ti para evitarte la pena del Uber, pues de noche casi no manejo y de regreso a la casa, que pase  por tu brandy.

―Esta bien, el viernes 20:30… pero no a mi casa, a la de mi mamá; te llamó a las 8 para darte la dirección y no me envíes mensajes: Celso revisa todo.

Terminé la llamada y le llamé a mi marido para darle la noticia. ¡Vaya que se alegró!

Toño, que siempre es informal en los horarios, llegó hora y media antes a bañarse, afeitarse y ponerse guapo para mi comadre Verónica. Cuando salimos con un hombre solo, me esmero en mi arreglo pues soy la reina de dos y ellos lo merecen; pero ahora la comadre era la reina y elegí para mí un vestido sin pretensiones y zapatillas de piso. Días antes le había pedido a mi marido que me llevara con él en la camioneta, escondida en el maletero como le habíamos hecho otras ocasiones cuando yo dizque salía sola y él quería ver y escuchar cómo me seducían y cogían algunos “amigos”. Me acomodé en el maletero de la camioneta y fuimos por Vero cerca de  la casa de su madre. La cortina del maletero es una tela plástica flexible que permite sacar la cabeza por las orillas y con la ayuda de una frazada recargada en el asiento trasero a modo de distracción, alguien puede pasar inadvertido. Nos fuimos charlando (Toño manejando, yo atrás) hasta que distinguimos a Vero  tras un árbol.

―Pues trae vestido―observó mi marido―. Pero no es el blanco, sino negro.

Me recosté en el maletero para ocultar mi cabeza mientras Toño se estacionaba al lado de mi comadre. Vero se subió de inmediato  inundando de perfume el interior y sentándose muy cerca.

―¡Que hermosa estás! ―le dijo mi marido― No tienes idea lo mucho que esperaba esta noche para verte.

―Creo estoy igual que tú, me siento nerviosa que alguien nos descubra y me sudan las manos.

Como en otras ocasiones, el espejo retrovisor le daba al que estaba en el maletero vista de lo que sucedía: después del beso de mejilla, ella  dejó su mano sobre la pierna de mi marido; Toño le regreso el gesto y entre la charla la fue toqueteando cada vez más arriba.

―¡Ay , Antonio, que manos las tuyas! ―se quejaba ella― mientras cruzaba las piernas para que su vestido subiera más. ¿Qué pensaría mi comadre si te viera así?

―Se alegraría de que fuera una mujer hermosa y sexy la que está mi lado y no una fea ―respondió riendo.

Yo había comprado cuatro latas de brandy con cola para que mi marido se las diera a la coma, para que aflojara el cuerpecito más rápido. (Si voy a ayudarle, es de todo a todo) Toño destapó una para ella.

―Faby me dijo que te gusta el brandy ―explicó él―; ahorita vamos por la que te gusta.

El espejo reflejaba los toqueteos de mi marido a las piernas y pubis de la coma; ella suspiraba. Por nervios o qué sé yo pero Vero terminó su lata y  se destapó la segunda. Toño dejó las piernas para desabrocharle los botones del pecho y meterle mano.

―Si sigues así, te pediré que me lleves a otro lado y no a la cena con mi comadre―replicó ella.

Qué se la llevara a un hotel no estaba en los planes que mi marido y yo habíamos acordado pues yo quería verlo así que dejó de tocarla. Ella se recargó en su hombro en el trayecto al  Oxxo. Toño la ayudó a bajar y asomé la cabeza con tranquilidad; a traves del vidrio de la tienda noté que ella se colgaba de su brazo y entre los pasillos se besaban: sentí celos y la dulce excitación que le sigue a los que hemos abandonado el horror de la monogamia. Abrí mis piernas y me masturbé sobre mi calzón.

Vi como regresaban y me oculté otra vez; oí cuando abrieron  la puerta de atrás, ella subió, él tras ella y los besos y el cachondeo iniciaron.

Estábamos afuera de un Oxxo y mi marido tenía a Vero acostada y chupándole las tetas pues por tradición nos gusta el peligro de ser descubiertos: Toño y otros  me han cogido en la calle recargada en un árbol, en el cine, elevadores, estacionamientos.  Desde mi posición veía la espalda de mi marido y el pelo desmadejado de mi coma; quería sacar la cabeza pero Vero podría estar alerta así que me conformé con escuchar. Una prenda apareció en el respaldo y con cuidado la jalé: era la tanga de Vero empapada de su excitación. Mis dedos resbalaron y me los llevé a la nariz; olía rico y con mi lengua probé una gota dulzona a pesar que no me agradan las mujeres.

Toño le hacía oral y ella gemía. Y lo que para otras sería una pesadilla al escuchar a otra mujer pidiéndoles verga a SUS maridos, a mí me excitó. Toño la penetró poco, esperó a que llegara a su primer orgasmo y se pasó al asiento del conductor a manejar.  Hay que ser osados pero no tanto como para que te atrapen.

Toño metió la camioneta a la cochera y entró a la casa con Vero. Yo salí de la camioneta y entré por la cocina. La comadre me recibió con un abrazo breve y con las mejillas sonrosadas por la cogida reciente.

Preparé la cena y en la mesa  mi marido se aseguró que el  vaso de Vero nunca estuviera sin brandy así que los coqueteos de ella eran cada vez más evidentes: la modestia de mantener cerradas las piernas desapareció y en más de una ocasión le vi su negro matorral.

 

―Vero, ese vestido negro te queda estupendo ―la alabé― Te ves tan sexy…no imagino como será el blanco que mencionaste en nuestra conversación.

―Es más corto y ajustado que este pero no apropiado para lo social sino para lo íntimo.

―Voy arriba a la recamara ―les notifiqué dejando el tenedor sobre el plato―. Tengo que llamar a mi madre para recordarle la toma de sus pastillas. Mientras, si les apetece, bailen.

―¿Me prestarías a Toño para bailar? ―dijo la comadre arrastrando un poco las palabras.

―Para eso y lo que gustes; ya te dije que no somos celosos. Es todo tuyo.

Apagué las luces del comedor; Toño la llevó a la sala y comenzaron a bailar muy despacio, ambos con mano sobre mano y mano sobre cintura. Me acerqué a ellos, separé sus manos y puse las de ella rodeando el cuello de mi esposo y las de él en la cintura de ella. Vero se juntó a él y Toño descendió un poco de la cintura  hacia sus nalgas.

―Por esta noche es todo tuyo ―le dije a mi coma al oído.

Los dejé solos, subí a una recamara y azoté una puerta. Regresé descalza a ver como se besaban. Las manos de él bajo el vestido, sobre las nalgas de ella; después la acostó en el sillón y la penetró. Borracha o puta, pero se dejó. No solo eso, se olvidó del silencio de los amantes, comenzó a gemir y a repetir el nombre de Pablo.

―No soy Pablo, soy Toño―le repitió mi marido tres veces.

Un grito avisó que se estaba viniendo. Dejé que lo disfrutara algunos minutos, fui a una puerta, la azoté y cuando bajé, ambos estaban sentados en el sillón; ella despeinada.

 

―Me siento cansada y feliz ―dijo Vero― pero ya es tarde y mi marido no tarda en llegar. ¿Me llevan a mi casa?

Toño había tomado y para evitar complicaciones yo conduje. A la coma le dio aire pues cuando se subió a la camioneta se puso peor de borracha. Llegamos a su casa y por fortuna el automóvil de Celso no estaba, ni él tampoco. La comadre no atinaba a abrir la puerta así que la ayudamos y  subimos a su recamara.

―Ayúdenme con el vestido ―dijo ebria― Si mi marido me encuentra así, me mata.

Toño me miró y se encaminó a la puerta; Vero lo detuvo.

―Desvísteme tú ―le pidió.

Toño levanto sus brazos y le sacó el vestido dejándola desnuda; gordibuena, tetas grandes y en su sitio para sus 40 años, según aprecié. Vero se acercó y nos abrazó a los dos.

―Son a todo dar, los quiero mucho―nos dijo―. Si mi marido fuera como el tuyo ―confesó viéndome―  yo no le pondría el cuerno con Pablo, nuestro trabajador; él me regaló el vestido blanco.

―¿Coge rico? ―preguntó Toño, medio celoso.

―Un poquitín… mejor que tú… disculpa la sinceridad…

Vero apestaba a alcohol; se me acercó y sentí que trató de besarme ―tal vez figuraciones mías―; giré el rostro para evitarlo.

―… ¿Cómo te coge? ―interrumpió Toño.

―Ahorita que llegue Celso se me subirá aunque yo no quiera, me la meterá y terminará en menos de dos minutos. Pablo me da orgasmos con sus dedos y lengua y ya cuando me la mete, llego una y otra vez. Cogemos en el taller cuando mi marido va por material aunque Vicky lo hace…

Vero se recostó y se durmió en segundos, dejándonos a mitad de su historia. La cubrimos con el cobertor y salimos apresurados de su casa ante el temor de encontrarnos con su marido.

Regresamos a nuestra casa y en el camino le dije a Toño que mi deuda por lo de Acapulco estaba saldada. Le pedí que no buscara a Vero so pena de separación; una cosa es la calentura y otra nuestra relación y esa está por encima de todo.

En dos semanas no supimos nada de ella y por precaución no le llamé hasta que Vero lo hizo: según ella, no recordaba mucho y si ella no ahondó en eso, yo menos.

―Te llame para invitarte junto a tu marido al aniversario del taller. También invité a Raquel.

―¿Cuándo? ―pregunte ansiosa por conocer a su amante.

―Ahorita, vénganse ya.

Carnitas, mariachi y mucho tequila: vestida con sencillez nos recibió Vero.  Celso como siempre, indiferente y mamón; nos sentamos lejos de él. La coma nos presentó a sus cinco empleados, sus familias, a  al que nos interesaba: Pablo y sus 21 años; nada excepcional, tal vez la edad y su arrojo para conquistar a su patrona frente a su marido.

Vero se mantuvo amistosa con nosotros pero sin coquetear con Toño; tal vez por Celso, por Pablo, por mí, o por su imagen de patrona. Hubo algo que notamos y no sabemos si es cierto o ya es nuestra mente que en todo vemos sexo: Pablo llevaba a una mujer de acompañante que en la plática que tuvimos ―estábamos varias parejas en una mesa grande― nos presentó como Vicky, su esposa. Y Toño y yo juraríamos ¡qué Vicky coqueteaba con Vero y ella le correspondía!

―Vero dijo algo de una Vicky ―dijo Toño acercándoseme―. ¿Será que tu coma se está comiendo a los dos?

Para no quedarme con la duda traté de hacer amistad con la muchachita ―se veía muy joven― y noté que miraba mucho mis labios e hice lo impensable; abrí algunos botones de mi falda para que mis piernas quedaran más expuestas: y sí, ella las miraba diferente.

―Si gustas, traigo un labial nuevo en mi bolso y puedo ayudarte a pintarte los labios ―le propuse.

La muchachita aceptó y acercamos rostros para pintarla; en algún momento posó su mano en mi pierna y sentí una conexión sexual al notar como movía su dedo sobre mi piel. Toño me apretó un brazo pues advirtió  que estaba a punto de besarla. Le regalé el labial y nos cambiamos de mesa.

En algún momento Pablo y Vicky desaparecieron y sentí cierta envidia cuando mi comadre reapareció en nuestra mesa con otro platón de carnitas y sus mejillas sonrosadas. Juraría que  llevaba liguero pues un broche resaltó en su pierna cuando un niño por accidente jaló su vestido.

―Creo que bajaré la edad de los prospectos―le dije a Toño― de 25 años a 18.

Mi marido me miró, me dio su teléfono y entró a twitter.

―Aquí hay algunos de esa edad que nos han escrito para cogerte ―dijo―. ¿Les das una cita?

―No lo sé, no lo sé; si los hombres solos adultos son en su mayoría unos idiotas, ¿qué puedo esperar de un escuincle baboso?  Tengo envidia de mi coma.

―¿Por él o por ella? ―Y me señaló a Vicky. Ella lo notó, me miró y yo me ruboricé.

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