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Los amigos de mi marido

en Voyerismo

Los amigos de mi marido.

 

De vez en cuando nos reunimos tres parejas de amigos, todos casados y maduros. Sebastián  y Bety, 47 años ambos, Erick 42 y Diana, su segunda esposa de 38  y mi esposo Julián 43 y yo, Karen, 49. (Si 49 años es mucho para muchos, les recuerdo que Jennifer López me lleva unos años de más)

Hacía pocos meses que por fin me había operado las tetas; pospuse la decisión años no por ganas sino por miedo y dinero; de una copa A pasé a  una C. Para celebrarlo nos tomamos vacaciones donde disfruté las nuevas atenciones de mi marido, pues me cogía diario; y  las miradas de muchísimos hombres. A Julián le encantaba presumir mis tetas nuevas y yo me acostumbré pronto a darle ese gusto dejando ver la aureola, no el pezón, aunque en ocasiones por lo corto del escote, se salían.

 

Ya de regreso a la ciudad, Sebastián invitó al grupo de matrimonios a una cena. Era verano,  hacía mucho calor y me puse  ropa liviana: bermudas blancas, unas sandalias  y arriba una blusa media suelta sin brasier; nada de que escandalizarse. A las ocho de la noche el calor seguía y Bety su mujer,  dispuso que cenaríamos en la terraza de su casa.

Todos habíamos prescindido de la formalidad; las mujeres con sandalias de piso, vestido amplio y los hombres descalzos, bermudas y camisas de lino.

De tanto coger en las vacaciones con mi marido, había fantaseado con sus amigos. Julián me había confesado ―cuando se ponía borracho, jamás sobrio― que Sebastián y Erick se morían por metérmela― según se lo dieron a entender en una de tantas reuniones; supongo que la amistad te acerca en todos los sentidos. Para corresponder a la confesión de mi marido le dije como no queriendo, que tanto Bety como Diana eran pésimas en la cama aunque sus amigos tenían la culpa, por bruscos y zoquetes.

―Diana siempre lleva chupetones en cuello y tetas; y eso le disgusta pero a Erick le encanta ―dije.

―Otra mustia ―respondió― Sebastián me ha dicho que Bety también le huye; presume que tiene un animalón.

Me sentía aburrida de aquellas reuniones donde nunca pasaba nada; obviamente en la sobremesa salió el tema de mis tetas y Bety, la mujer de Sebastián pidió permiso para tocarlas y ver como habían quedado. Me dejé y delante de todos me tocó.   Sé que lo hizo para sentir como estaban sin ninguna connotación sexual. Diana, la mujer de Erick hizo lo mismo y lo tomé de la misma manera. A ambas las conozco y sé que si por ellas fuera no cogerían otra vez, contrario a mí, que viviría clavada a una verga si fuera posible.

Vi los ojos de los amigos de mi marido: los dos querían hacer lo mismo que sus mujeres. Erick me miró y preguntó tímidamente:

―¿Puedo?

Diana se adelantó y respondió:

―Si quieres perder la mano...

Nos reímos todos; pero las ganas se adivinaban. Una mujer lo sabe y allí estábamos tres.

En un momento Bety hablaba con Erick y mi marido; Diana había ido al baño. Yo estaba apartada buscando canciones en Spotify; se acercó Sebastián quien disimuladamente dijo que moría de ganas por tocarme las tetas. Yo lo miré; años de conocerlo y seguía atractivo; recordé que varios de mis orgasmos llevaban su nombre, cuando fantaseaba que me cogía en su cama.

―Pues pídele permiso a tu mujer.

―Mejor a ti.

―O  mejor aún, a mi marido...

―Nou, mejor a ti. ¿Para qué hablar con los habitantes del palacio, si puedo hablar con la reina?

Me encantó su halago.

―En un rato voy adentro; busca una excusa y allá nos encontramos.

Me volví a sentar a lado de mi marido; estaba nerviosa y arrepentida de lo que dije.

Erick preparó unos tragos; la mujer de Sebastián se levantó de la mesa y aproveché para decirle a mi marido la propuesta de Sebastián.

―¿Me estas pidiendo permiso? ―exclamó.

―Yo que sé, te digo porque no sé qué hacer.

Mi marido dio un trago largo, me tocó una rodilla y subió despacio por mi pierna.

―Son tus amigos; ―nuestros amigos continué―Y sus mujeres, mis amigas. El mes  anterior fui con ellas  al cine... aunque la película estuvo horrible.

―¿Te gustaría que te tocaran las tetas?

―Pues un poco... aunque sean ellos. ¿Recuerdas que en vacaciones me pedias que mostrara tetas? Pues como que me agradó y no veo que haya nada de malo en un tocamiento.

–¿Ves? Eso define todo; te confieso que me pone cachondo saber que andas de zorrita y más con ellos: por mi está bien; eso sí, ojo, que Bety y Diana están celosas y atentas.

Ya tenía el ok de mi marido; tenía que encontrar el momento.

Como estábamos afuera, el ventanal que daba al interior del departamento estaba siempre cerrado para que no entraran bichos ni el calor.  Era bastante ruidoso  lo que servía como una especie de alarma. La sala era visible desde la terraza pero la cocina estaba al lado izquierdo, oculta a la vista.

Con la excusa de levantar la mesa llevé platos adentro; el problema fue que todos quisieron colaborar y entraban y salían conmigo. Podía ver la cara de Sebastián y también la de mi marido, frustrados.

Me ofrecí a lavar los platos; obviamente tuve que insistir porque las otras dos mujeres también se ofrecieron. Como me les adelanté y agarré la esponja, aceptaron; la luz de la cocina estaba apagada, solo iluminaba la de las alacenas que era más tenue. La de la sala también estaba apagada por lo que la luz en la cocina era realmente baja, suficiente para lavar los platos.

Todos salieron y se fueron a sentar al balcón nuevamente.

Se abrió el ventanal; imaginé que sería Sebastián. Mi sorpresa fue cuando apareció Erick en lugar de Sebastián, buscando hielos.

―El calor está de muerte ―dijo―. Y sin hielos las bebidas no saben.

Su mirada dejó mis ojos y descendió a mis tetas. Me ajusté la blusa para que se me notaran los pezones y le pedí un hielo; lo pasé por mi cuello, sintiendo  las gotas frías bajar por el escote.

―¡Cabrón, hazme chupetones! ―pensé.

Se fue  sin decirme nada y eso me frustró; esperaba que dijera algo: las mujeres maduras necesitamos hombres atrevidos; ya le pedimos el miedo a la verga. Diremos  que sí a lo que quieran pero necesitan atreverse. ¡Idiotas!

Seguí lavando lo más lento posible para darle tiempo a que Sebastián viniese. Escuché el ventanal, me di vuelta y  sentí mi pantaleta húmeda. Me miró sonriendo

―¿Puedo?

Le tomé la mano y la puse sobre mi teta derecha. La sujetó tímidamente y movió un poco la mano.

―Si las vas a tocar, hazlo sin miedo ―le exigí.

Con sus dedos pellizcó mis pezones sobre la blusa y sentí como mi pantaleta se humedeció. No sé qué me causaba más excitación: sus caricias o saber que a pocos metros estaban todos, mi marido incluido. Estuvimos  alrededor de un minuto pero decidí terminar por precaución.

Ni bien salió de la cocina cuando entró Bety,  la mujer de Sebastián, para decirme que dejara de lavar y que fuera con ellos a la terraza.

―Ya casi termino.

―¿Y mi marido?

―¿No está afuera con los demás?

Bety tomó un vaso y salió;  intercambió unas palabras con Erick quién apareció con la hielera.

―No vengo a buscar hielo, yo también quiero tocar.

No contesté. Seguí lavando un vaso que había lavado tres veces; se acercó por atrás, se repegó y  metió una mano en cada teta.

―¿Y cómo sabes que Sebastián me estaba tocando las tetas? ―dije sin mirarlo.

―No lo sabía, pero veo que te gusta; supuse que eras una mujer caliente y lo que dices lo confirma. Le estaba sirviendo tequila a tu marido cuando me preguntó: ¿te quedarás sin sentir el tacto de las tetas de Karen? Tuve que pedirle me repitiera lo que dijo pues no lo creía. ―Puedes tocarle las tetas si ella accede―me dijo.

Erick fue un poco más atrevido que Sebastián; al poco tiempo de tocarme las tetas por arriba de la blusa, bajó una mano y la metió por debajo de la misma, tocándome  la piel. Sebastián me había dejado ligeramente caliente  y me dejé llevar por las caricias. No recuerdo bien pero cuando me di cuenta, Erick ya me tenía empinada sobre la tarja y se frotaba el pene entre mis nalgas. Yo me dejé y  en un momento pensé en tocarle su pene sobre el pantalón pero me di cuenta que era peligrosísimo ―la voces y risas se escuchaban muy cerca― y desistí.

 

¡Qué ganas de dejar que me cogiera! Pero pudo más mi cordura y me giré para despedirlo. Erick respiró profundo, lo aceptó, tomó un poco de hielo y se fue. Yo sali detrás de él y me senté al lado de mi marido; le sonreí tontamente:

―Erick ya; le dije al oído.

―¿Y Sebastián?

―También.

Me sentía muy puta y contenta; y con sus mujeres, sucia, zorra y extrañamente satisfecha.

―Eso no se hace ―pensé―. Después de todo son tus amigas; amargadas y guardándose el culo para disfrutarlo en el cielo, pero al fin tus amigas.

Tomamos bastante; cerveza por el calor, cubas por más calor, y tequila con hielos; ya estaba bastante tomada y creo que todos estábamos iguales. Julián mi marido bromeaba conmigo y me dijo al oído que me desabrochara un botón para mostrar las tetas, así como en las vacaciones.

―Allá lo hice porque nadie nos conocía; aquí están nuestros amigos ―le expliqué― Pero las artes maritales me han dejado en claro nunca decirle que no a tu pareja; siempre hay que dar algo... me desabroché un botón; el me quitó el segundo. Y las miradas de todos y todas se acentuaron, pero sin decirme nada.

Sentí el poder de las tetas grandes; me sentía admirada y muy deseada y estuve coqueteando con ellas.

Me dieron  ganas de orinar  y se lo dije a mi marido; cuando me levanté, Erick tomó la hielera.

―Karen, puedo ir al refrigerador por más hielos ―dijo para que todos lo escucharan.

―Deja que Diana vaya ―sugerí--. Y la tomé de la mano, jalándola. ―Es mi amiga y no quiero ponerle el cuerno--, pensé.

―Amiga, deja que vaya mi marido―respondió un poco ebria―; para eso es caballero.

Le cedí el paso a Erick.

―Esta vez no dejaré que me toques ―le dije cuando cerramos el ventanal.

―No pensaba tocarte; voy por hielos.

Doblamos la esquina y sentí su mano en una nalga;  levanté una mano para abofetearlo y él se acercó más. Me tomó del rostro y me besó; normalmente cierro los ojos cuando beso pero esta vez no me di ese lujo por temor que nos atraparan y por remordimiento con Diana. Pero quería sentir la boca de su marido en mis tetas y recordé lo mezquina que era cuando salíamos a  cualquier lado. Me levanté  la blusa, Erick dejó mis labios en paz y se abalanzó a chupármelas.

¡Y con lo que me prende que me las chupen!

Yo me moría por agarrarle la verga  y volví a desistir.  Me separé con  pesar y me fui al baño; expulsé orina y jugos en hilos e hilos que caían en el w.c.

Regresé al balcón; mi marido sonrió  y Bety dijo:

―Karen, te mojaste toda.

Me asusté; pero no, era mi blusa.  Tenía en la zona de la teta derecha una mancha de agua; saliva de Erick. Me tranquilicé pues ¿cómo lo sabrían?

El que estaba como loco era Sebastián; en más de una oportunidad lo atrapé mirándome: movía los ojos como indicándome ir adentro. Yo me sentía nerviosa que su mujer se diera cuenta. Buscó la manera de acercarse y lo logró dándome una bebida.

―Vamos dentro, te dejaré las tetas rojas de tanto chupártelas.

―No dejes que la calentura arruine la noche; tu insistencia hará que Bety lo note y salga llorando. Sabes cómo es de celosa.

Ya no insistió.

Horas más tarde regresé con mi marido a nuestra casa; en el baño vi con horror que tenía chupetones en ambas tetas; ¿Cómo ocultarle a Julián lo sucedido? Apagué la luz antes de entrar con él a la cama; si lo descubría y se enojaba,  diría que él me empujó a hacerlo.  Por suerte nos dimos un revolcón intenso; me montó y lo monté; nos chupamos y las pruebas se confundieron.

Uffff!

―Si quieres, la próxima semana vamos a la oficina de Sebastián ―me propuso mi esposo días después―.  Tengo que dejarle unos documentos; te llevas un escote "de entrega inmediata" y te dejo con él en lo que voy por  las copias fotostáticas  que se me olvidaron. 

―¿Que las toque o puedo dejar que me las chupe? ―dije lanzándole una indirecta.― Yo hago lo que quieras.

―Mmm... Tocadita y chupadita... únicamente eso; nada más. Confió en ti.

Mi marido me llevó a la oficina de su amigo y se disculpó por las copias que no llevaba pero que en minutos obtendría. Cuando salió, me quité el saco y mis tetas saltaron para que las manos y boca de Sebastián se apoderaran de ellas. Llegué al orgasmo en menos de tres minutos y lo escondí bajo mis ojos cerrados; cuando los abrí, tenía la verga de Sebastián en mi mano; gorda y muy dura.

―Chupada por chupada ― me dijo―. Y no me dio tiempo de pensarlo; me tomó de los hombros y con suavidad y decisión  me arrodilló. Cerré los ojos y pensé en mi marido y la promesa de dejarle a su amigo únicamente mis tetas: sentí un líquido en mis labios, un aroma a hombre  y por instinto abrí la boca: la verga de Sebastián entró  suave y me fue imposible parar. A dos manos lo masturbé ―el animalón existía― y terminé con la boca llena; escuchamos  los pasos de mi marido subiendo las escaleras y corrí al baño a asearme.

 

Y en esas estoy: buscando la manera de confesarle que quiero ser la mujer de sus amigos. Merezco abundancia.

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 Relato registrado por 2swingers+

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