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Mis sesiones más calientes con Roger69 (Parte 2)

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Mis sesiones más calientes con Roger69  (Parte 2)

Después de un año chateando y disfrutando del sexo virtual, al fin pude conocer a mi amo Roger69 en persona. Había imaginado ese momento mil veces, por supuesto, pero cuando llegó estaba tan nerviosa que las piernas me temblaban. Esperaba en el andén la llegada del tren e, incapaz de estar más tiempo sentada, me levanté y empecé a deambular mientras me mordía una uña, echando miradas al panel indicador. Como es habitual, el tren llegaba con retraso.

En ese instante cruzó por mi mente un pensamiento terrible: «¿Y si al final no viene?». Pero la única forma de saberlo era continuar esperando... Cuando Roger estaba desconectado del mundo virtual, no tenía ninguna forma de comunicarme con él. Esas eran sus reglas. En algún momento eso me había fastidiado, y mucho, pero había aprendido a aceptarlo. Así tenía que ser si quería seguir su juego; y, desde luego, quería seguir siendo su sumisa. Con ningún otro hombre había conseguido correrme como con él, prácticamente hasta quedar deshidratada, ¡y eso que estaba tras la pantalla!

Por lo visto, el tren aún tardaría 20 minutos, por lo que decidí dirigirme a la cafetería a tomar algo. Ahí afuera había un sol de justicia y tenía la boca seca. El local estaba lleno hasta los topes y era evidente que el aire acondicionado no funcionaba, por lo que al entrar se incrementó mi sofoco. Me acerqué como pude a la barra y pedí una botellita de agua para llevármela. Tuve que llamar la atención del atareado camarero apoyándome sobre la barra, por lo que mi culo quedó en pompa.

Cambié de inmediato de postura cuando reparé en que un hombre que estaba sentado en una mesa cercana me taladraba con su mirada. Imaginé que, al inclinarme, el tanga se habría transparentado bajo la fina tela del vestido, y probablemente también se habría marcado el encaje del final de las medias, pues sus penetrantes ojos recorrían mi culo y piernas.

Era un tipo de mediana edad trajeado, aunque en ese momento la chaqueta colgaba del respaldo de la silla. Abrió su maletín y sacó un portátil de él. Me llamó la atención su cabello negro y ondulado, con las sienes plateadas, lo que le daba un aspecto más interesante. Sin embargo, evité volver a mirarlo y rebusqué en mi monedero el dinero que el camarero me pedía: 2 euros. «Vaya robo». Salí de la cafetería murmurando un juramento.

Me asomé de nuevo al andén y me sorprendí al ver que había llegado un tren. ¿Sería posible que, por una vez, la RENFE hubiera cumplido con el horario? En efecto, justo en ese instante vi a Roger bajando del tren. ¡Había venido! Me puse tan contenta que me olvidé del calor, de los nervios y de las piernas temblorosas. Y mientras se acercaba a mí, mirándome muy serio, empecé a notar que se humedecía el encaje del tanga.

—Ya veo que has cumplido mis órdenes y llevas las medias —escuchar su voz grave tan cerca me erizó la piel. Siempre me ponía oír su voz, y ahora que incluso podía sentir su aliento... ¡mucho más!

—Por supuesto, amo.

—Espero que también te hayas puesto el plug, si no tendré que castigarte...

—Lo llevo, amo. Siento cómo se mueve dentro del culo cuando ando.

—¿Y te pone caliente?

—Mucho. Imagino que abre el camino para tu polla.

—Esa es mi zorrita, muy bien. Como eres tan obediente, tu amo te ha traído un regalo, pero con la condición de que lo utilices enseguida —dijo, entregándome una bolsita—. Ábrelo.

La caja era roja y no indicaba qué contenía, por lo que la abrí con mucha curiosidad. Descubrí un objeto cilíndrico, de silicona, y un pequeño mando a distancia.

—Quiero que te lo pongas ya —ordenó, cogiendo el mando a distancia y guardándoselo en un bolsillo.

—¡Oh! Sí, amo —respondí, excitada ya al imaginar lo que vendría—. Voy un momento al baño de la cafetería.

Entré en el lavabo de mujeres y me encerré en uno de los reservados. Estuve observando un momento el aparato para descubrir cómo funcionaba y, en efecto, empezó a vibrar sobre la palma de mi mano. Me subí el vestido y aparté un poco el tanga, comprobando que mi vagina estaba ya muy mojada. Fue muy fácil introducir el huevo vibrador, que se deslizó entre los fluidos de mi interior y comenzó a estimular agradablemente mi punto G. La sensación era placentera, aunque no tan intensa como para alcanzar un orgasmo.

Cuando salí del baño, vi que Roger se había instalado en una mesa del rincón, no muy lejos del hombre del maletín. Por suerte, ya no había tanta gente y el ambiente estaba menos viciado. Tomé asiento donde me indicó mi amo y bebí la bebida que había pedido para mí. A punto estuve de tirar el vaso cuando la vibración aumentó de improviso dentro de mi vagina. No pude evitar que se me escapara un gemido y me removí en la silla, intentando encontrar una posición que me aliviara. Apoyé las manos sobre la mesa y empecé a sudar mientras Roger me sonreía.

—¿Te gusta mi regalo?

—Ssssí.

—No pareces muy convencida... Ya sé, lo que pasa es que mi zorrita necesita más intensidad.

La vibración volvió a aumentar y me cubrí la boca para no gemir desesperadamente. Aquello era una tortura, estaba a punto de correrme pero no podía empezar a jadear en una cafetería llena de clientes. Me sentía incómoda, pero a la vez muy excitada.

—Voy a correrme, por favor... —susurré en el oído de mi amo.

—Eso es lo que quiero, zorrita. Córrete para mí. ¿Acaso no lo deseas?

—Sí, ssssiiií.

Roger me abrazó y me besó por primera vez, mientras metía una mano bajo mi vestido. Sus dedos acariciaron el vello de mi entrepierna y luego buscaron el clítoris. Sabía muy bien cómo tocarlo. Un intenso orgasmo recorrió todo mi cuerpo y en ese instante no me importó estar rodeada de gente, aunque la boca de mi amo acalló mis gemidos.

—¿Sabes? Tenía pensado esperar hasta llegar al hotel, pero quiero follarte ya mismo. Vamos al baño —dijo, tomando mi mano y tirando de mí.

Roger me condujo hasta el lavabo de hombres. Me bajó los tirantes del vestido y me desabrochó el sujetador. Empezó a chuparme y a darme mosdisquitos en los pezones, mientras el huevo vibrador seguía estimulando mi punto G. Gemí al sentir sus labios en mi cuello y el bulto de su polla presionando sobre mi vientre. La acaricié por encima del pantalón y pude percibir cómo se endurecía más aún.

—Chúpamela —me ordenó, bajándose el pantalón y el bóxer. Me puse de rodillas y su polla erecta apuntó a mi cara en todo su esplendor. La recorrí con los labios y la lengua, saboreándola, disfrutándola al fin después de haberlo imaginado tantas veces. También chupé los huevos, uno tras otro, metiéndolos en la boca con gran placer—. Sigue, sigue... Ahora mete toda la polla en la boca. ¡Toda!

Me cogió de los cabellos y me acercó más a su cuerpo, por lo que la polla terminó entrando toda en mi boca, enterrándose en mi garganta. Me dieron arcadas, pero no me permitió apartarme y empecé a acostumbrarme a que aquel pedazo de carne me llenara hasta el fondo. Entonces aumentó la intensidad del huevo vibrador y sentí que iba a correrme de nuevo, mientras él me acariciaba los pechos con una mano y seguía sujetándome del pelo con la otra.

Justo cuando otro orgasmo enviaba olas de placer que subían hasta mis pechos y me bajaban por las piernas, se abrió la puerta del lavabo y entró el hombre trajeado. Al verlo, me sentí muy avergonzada de que nos hubiera pillado en semejante situación e intenté separarme del amo, pero Roger no me dejó. Al contrario, con un ademán de la mano le invitó a acercarse mientras me penetraba hasta la garganta aún más profundamente y envistiéndome con más dureza.

—¡Vaya hembra tienes, amigo! —comentó el hombre, acercándose unos pasos.

—¿Te gusta? —preguntó Roger, disfrutando de la situación.

—Ya lo creo.

—Es una zorrita muy fogosa, demasiado para un solo hombre.

—Tal vez los dos podríamos contentarla... —se atrevió a sugerir el desconocido.

—Aha, me parece una gran idea. ¡Ponte a cuatro patas, esclava!

A la vez excitada y cohibida, hice lo que me ordenaba el amo y seguí mamando su polla. Sentí las manos del hombre trajeado sobre mi culo y me levantó el vestido, dejando expuesto el tanga de encaje. De improviso me dio una fuerte nalgada y, a continuación, apartó la prenda interior y metió los dedos bruscamente en mi vagina palpitante y empapada.

—Puedes sacar el huevo vibrador y follártela, lo está deseando. ¿O prefieres su rico culo? —preguntó Roger.

—Uf, sí que lo tiene rico, joder.

Oí cómo el hombre se bajaba la cremallera del pantalón y tiró del huevo vibrador. Por un momento me sentí muy expuesta y hasta llegué a tener miedo, pero me estremecí de placer cuando la polla de aquel desconocido me llenó por completo en un solo movimiento. Era grande, tanto como la del amo, y sabía moverse bien. Aceleró el ritmo mientras me iba dando nalgadas y empecé a jadear, a pesar de que la polla de Roger apenas me permitía pronunciar sonido alguno. En unos minutos estábamos los tres gimiendo.

Me corrí por tercera vez y ambos hombres pudieron sentir los espasmos que recorrieron mi cuerpo. Incluso yo me sorprendí de la intensidad de mi orgasmo. Y comprendí que deseaba más, mucho más. Aunque en un principio me había sentido incómoda, ahora estaba disfrutando más que nunca. Y ni siquiera me preocupaba que pudiera entrar alguien más; de hecho, empezaba a desearlo. Mi amo tenía razón: era demasiado fogosa para un solo hombre. 

Se intercambiaron los papeles y Roger siguió follándome el coño mientras yo engullía la polla del desconocido. Sin embargo, el amo se detuvo de repente y tiró del plug anal. Entonces sacó la polla impregnada de mis fluidos y empezó a meterla en el ano con cuidado. Sentí que me iba a romper el culo, pero poco a poco se fue adaptando al tamaño de la polla y supe que había entrado toda cuando me golpearon sus huevos. Empezó el movimiento de mete-saca, cada vez más rápido y fuerte, para luego sacarla del culo y volver a penetrarme con dureza el coño. Alcancé el cuarto orgasmo y, a continuación, un abundante squirt, que Roger lamió con su lengua.

—¡Qué buena zorra eres! ¡Cómo me pones siempre! —exclamó el amo, dándome otra fuerte nalgada y dejándome el culo enrojecido—. Ahora quiero que me cabalgues —me ordenó.

Roger se tumbó y me senté sobre él, ensartándome su polla hasta el fondo. Me incliné para lamer sus tetillas y entonces el desconocido se me arrimó por detrás. Me subió el vestido hasta sacármelo por la cabeza y la punta de su polla empezó a presionar la entrada de mi ano, que cedió con facilidad. Grité al sentir ambas pollas llenando mis entrañas a la vez y cabalgué al amo con desesperación mientras el otro hombre me rompía el culo y se agarraba a mis pechos. A los pocos minutos, embriagada de placer, me corrí por quinta vez, casi al mismo tiempo que Roger, que descargó su leche en el interior de mi vagina.

El desconocido sacó la polla de mi culo y se corrió encima de mis pechos y de mi cara. Abrí la boca y un chorro de la leche caliente entró en ella. La saboreé con avidez porque era mi premio: el premio de una buena zorra que había aprendido a disfrutar de su cuerpo. Luego limpié con la lengua la polla del amo y no dejé ni rastro de leche.

Me pregunté qué más pasaría aquel día, pues sin salir de la estación de tren ya habíamos improvisado un trío. Y, en efecto, aún quedaban muchas emociones —y corridas— por delante. Aquello no había hecho más que empezar.

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En la cafetería, el camarero había estado observando todo lo ocurrido a través de las cámaras que él mismo había instalado en el lavabo sin que los jefes se enteraran. En apenas un mes había reunido un montón de material para subir a su página web y estaba ganando un buen dinero con todas las visitas que tenía. Aquello era una mina de oro. Con la mierda de sueldo que cobraba, uno tenía que buscarse la vida...