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Negocio de familia

en Transexuales

Negocio familiar

Nivel de puerquedad: moderadamente puerco.

Advertencia: No te tomes este relato como lo que no es; es sólo una fantasía, un cuento ficticio para entretenerse un rato y desfogarse sin dañar a nadie, escrito por alguien que ni siquiera tiene mucho sexo (de lo contrario, no tendría quizás ni ganas ni motivación para escribirlos).

***

Como cada mañana, me levanté con la cola un poco adolorida, o quizás un poco más que de costumbre, y hasta volví a tocarme para asegurarme que nada se hubiera roto.

Pero no, todo estaba bien, era sólo el dolor.

Hasta mamá se dio cuenta cuando bajé a almorzar, no sé si por la cara o por la forma de caminar, o las dos cosas.

--¿Estás bien?

--Sí, sólo me duele un poco.

--Llorona --dijo mi hermana, divertida, y me pasó un tazón con cereal.

--Ya te he dicho muchas veces que tienes que dilatarte muy bien antes, para que cuando te entren estés ya bien abierto.

--Lo hice, siempre lo hago, pero es que ese último tipo... uuy, estaba tremendo.

--¿El de la barba como de chivo? --preguntó mi hermana, sonriendo como siempre.

--No, el otro, el gordo que llegó antes, creo que nunca me había tocado uno tan vergón.

--Ja, ja, chillona, yo las he tenido peores.

--Pero no es lo mismo, mensa --le respondí yo, aventándole un trocito de cereal.

--Bueno, bueno, hazte un baño de asiento y luego te pones de la pomada, a ver si con eso se te quita.

--Mejor me tomo la noche libre.

--Como quieras, pero ya sabes que en sábado siempre viene aquel tipo.

--Tu novio --interrumpió mi hermana, mirándome juguetona.

--Ja, ja, muy graciosa. Y el tuyo, ¿ése pelón con patas cortas?

--¡Mensa! ¿Qué culpa tengo yo de que le guste?

--Pues igual qué culpa tengo yo de que aquel tipo no deje de venir.

--Bueno, pues paga muy bien, ya sabes, y además es decente.

A veces era difícil comprender a qué se refería mamá con eso de ‘decente’, pero sí, quizá, en términos generales, el tipo aquel era ‘decente’, así fuera sólo porque no era un marrano libidinoso como casi todos los demás.

Hasta allá arriba se escuchaban los ronquidos de mi primo, que vivía al otro lado y necesitaba al parecer bastante más horas de sueño que nosotras.

--Creo que necesito comprarme algo de ropa, este bra ya está todo flojo --dijo mi hermana, sacándose un tirante.

--¿Y los que te compré el otro día?

--Ay, esos son para el trabajo, ni modo que los traiga todo el día.

--A mí también me hace falta.

--¿Y a ti para qué? --dijo mi hermana, medio en broma, medio en serio.

--Pues para que te enteres, ya tengo bastante con qué llenarlos.

--A ver.

--¿A ver qué?

--A ver, enséñame, igual también yo empiezo a tomar hormonas --dijo mi hermana, que a pesar de tener dos bonitas tetas soñaba con tenerlas mucho más grandes.

--Nada de hormonas para ti, salen carísimas --intervino mamá, y luego se volvió hacia mí--: ¿Qué tanto te han crecido?

--Pues... ahorita no llevo ningún relleno --le dije, sonriendo y un poco orgullosa.

--¡Noo! A ver --insistió mi hermana, y hasta estiró la mano para jalarme la blusa.

--Ya, compórtate, niña --la regañó mamá, y, después de dar el último bocado a su pan, nos dijo--: Bueno, vayan a comprar si quieren, pero los quiero aquí tempranito, hay que arreglarse.

--Okey.

A eso de las tres bajamos a la calle, y apenas abrir la puerta nos topamos con mi primo, que acababa quizá de despertarse.

--¿A dónde con tanta prisa?

--Por ahí nomás --respondió mi hermana sin apenas mirarlo y salió a la acera.

Nos miramos entonces por medio segundo, y quizá le habría sonreído si mi hermana no me hubiera jaloneado de la manga y sacado de ahí.

La verdad era que, desde aquélla vez, ni a ella ni a mi mamá les gustaba que me quedara con él a solas, y seguro que si no fuera porque nos hacía falta ya hacía mucho que lo hubieran mandado a volar.

En todo caso, nos pasamos hasta la caída de la tarde mirando y probándonos un montón de ropa, que por supuesto que no íbamos a comprar, y, antes de que se nos hiciera tarde, fuimos al departamento de ropa interior y compramos lo que necesitábamos: una bra blanco, 32 B, para ella, y para mí uno 36 B, color vino, de los que aumentan una talla.

Me habría gustado comprarme también unas tanguitas, del mismo color vino, pero, al final, bien sabía que no tenía caso: aquella cosa que llevaba entre las piernas arruinaba cualquier prenda que usara, por bonita que fuera. Usara lo que usara, tenía que ponerme siempre la faja de todos modos, para apretar bien aquella cosa y que no se notara.

Ya llegando a casa, mamá nos regañó y nos apuró por llegar tan tarde, así que nos subimos a bañar.

Apenas me estaba secando cuando mi hermana entró al cuarto, igual a medio vestir.

--A ver, enséñame --dijo, en verdad curiosa por ver cuánto me habían crecido las tetas, si de verdad me habían crecido, en ese tiempo.

--Ay, cómo das lata --le dije, y me bajé la toalla.

--¡Órale! Ahora sí parecen de verdad --exclamó, pues en verdad, tras poco más año y medio en hormonas, y a pesar de ser pequeños, eran pechos tal cual.

--Pues son de verdad, mensa, y bien caros que han salido.

--¿Crees que si yo me inyecto me crezcan más?

--Ay, loca, ¿para qué quieres que te crezcan más? Ya quisiera yo tener tus tetas.

--Mmmhh... yo las quiero más grandes --decía ella, mirándose en el espejo.

--Ándale, ya, que se va a enojar mamá --le dije, sacándola de sus ensoñaciones.

Acabamos de vestirnos, ella se puso un vestidito color rojo ajustado, zapatillas de tacón aguja del mismo tono, y debajo un lindo conjunto de bra, bragas y liguero color crema. Yo me puse una blusita de tirantes azul cielo, minifalda blanca volada, para aparentar más cadera, unos zapatos de tacón alto y grueso, de punta abierta, y, tras maquillarnos como de costumbre, ella me ayudó a peinarme.

Todavía me costaba trabajo arreglarme el pelo, que apenas comenzaba a ser suficientemente largo, y no bien habíamos terminado cuando ya mamá nos estaba gritando desde abajo:

--¡A ver a qué horas!

Como siempre, luego de inspeccionarnos y arreglarnos aquí o allá el cabello, un detalle del maquillaje o un pliegue de ropa, o lo que fuera, quedó satisfecha y nos dijo que nos fuéramos a la sala, pues no tardaban en llegar los primeros clientes.

Yo tenía un poco de hambre, así que me metí a la cocina y busqué algo en el refri.

--¿Buscas el pollo? --escuché decir atrás de mí a Héctor, mi primo.

--Sí, ¿se acabó?

--Sorry, me lo comí hace rato.

--¿No deberías ya estar en la puerta?

--Yo también tenía hambre... --dijo, mirándome divertido, y, apretándome entre sus brazos enormes, me dio un beso rápido en la boca.

--Te va a ver mi mamá y se va a requetenojar.

--Total, siempre se enoja... --dijo, y volvió a besarme.

--Ay, ya, en serio que nos va a regañar.

--¿Por qué no has venido a verme?

--¿A qué horas quieres que vaya? Te la pasas dormido, y cuando despiertas ya es bien tarde, y luego mi mamá que no me quita ojo.

--Tengo unas ganas tremendas de cojerte --me dijo, sin dejar de besarme y manosearme el trasero, frotando su pija erecta contra mi cuerpo.

--No me vayas a ensuciar la falda.

--¿Vienes en la noche?

--Mmhh... pues si no vienen muchos clientes, y no estoy tan cansada...

--Ándale, nomás para dormirme contigo.

--Ja, pues no que tenías unas ganotas de cojerme.

--¡Ejem, ejem! --carraspeó mi hermana en la puerta.

Nos separamos al instante.

--Te está buscando mi mamá, ya tenías que estar allá abajo --le riñó, y luego me miró a mí enfadada.

Él se marchó refunfuñando algo, y, al quedarnos solas, ella se paró frente a mí.

--Ya sabes que a mamá no le gusta que andes con él.

--¿Por qué?

--Pues porque... no sé... a mí tampoco me gusta.

--No estábamos haciendo nada.

--Sí, ahorita no estaban haciendo nada.

--Bueno ya, no pasó nada --dije yo, evadiéndome, y me fui a la sala, sin haber probado bocado.

Y en verdad no comprendía por qué no les gustaba, total, que fuéramos primos era lo de menos, y, de cualquier modo, había sido con él con quien por primera vez lo hiciera, el primero que me penetró y me hizo hembra, antes de tomar hormonas, antes de tomar el lugar de mamá en el negocio, cuando sólo me vestía a escondidas y solamente fantaseaba con ser nena.

Mientras esperábamos en la sala, con la música a medio volumen, recordé aquella primera vez con él, y luego otras tantas, incluida aquella en que mamá nos pescó en mi cama y, tras sacarlo a patadas y darme a mí una tunda, acabó resignándose a que no había más que hacer: yo era así y no iba a cambiar nunca, así que era mejor sacar un poco de provecho.

Total, teníamos una larga tradición en la familia, mi abuela había sido puta, y luego mi mamá, después mi hermana, así que, el que yo hubiera nacido hombrecito era lo de menos, y como ellas también yo me hice puta.

Y si bien mamá todavía tuvo sus dudas, al momento de ver la demanda que una nena como yo tenía, y lo mucho que podía cobrar por el especial servicio que yo ofrecía, no hubo ya discusión: perdí la virginidad de mi cola unas diez veces, o eso al menos les hizo creer mamá a cada uno de los clientes que, deseosos de tener una nenita trans ‘sin estrenar’, como yo, pagaron un buen billete por cumplir su fantasía. Por eso ni siquiera repeló cuando le dije lo que costaban las hormonas que necesitaba tomar.

Finalmente llegó ‘mi novio’, el tipo aquel que mencionara mi hermana en la mañana, y subimos a mi cuarto.

Aunque definitivamente no era mi tipo, era agradable estar con él: ni joven ni viejo, ni alto ni chaparro, ni gordo ni flaco, ni feo ni guapo, y el tamaño de su verga era el justo para mí, es decir, ni grande ni pequeña, porque pequeñas no me saben a nada, y muy grandes duelen muchísimo, pues mi ano no es capaz de dilatarse como un coño.

Tras una breve plática de esto y aquello, en que intenté sonreírle todo el tiempo y reírme de sus malos chistes, tal como mamá me recomendara, se la chupé un rato, luego él me la quiso chupar a mí, y la verdad que lo hacía muy bien, me gustaba como me la mamaba, y, como de costumbre, me puse para él en cuatro sobre la cama y me entró por atrás.

Lo tenía atrás de mí, dándome duro por el culo, sus manos sujetándome bien por la cadera, y me daba de besos en la espalda, la nuca, detrás de las orejas... y yo gemía como gata, o como perra, excitándolo más, que creyera que de verdad era la mejor cojida que me habían dado en la vida, para que se fuera bien satisfecho y siguiera pagando bien.

--¿Me dejas metértela sin condón? --me preguntó, susurrándome al oído.

--Ay, no, perdona, pero es que son las reglas, ya sabes, por tu seguridad y la mía.

--Pero si ya me conoces, ándale, te quiero preñar --decía, con su verga dentro de mí, jadeante, sudoroso, deseoso en verdad de hacer lo que me decía.

--Ay, no, perdona, qué más quisiera yo, pero es que no se puede... vente como siempre, ¿vale? --le dije yo, y miré instintivamente el botón en la cabecera, el de la alarma que haría que Héctor con sus casi cien kilos de peso y uno ochenta subiera corriendo las escaleras y entrara al cuarto en caso de problemas.

Por fortuna, no hubo necesidad.

--Sí, okey, perdona... es que me encantas... en serio...

--Tú también me gustas mucho, me encanta que vengas, eres tan lindo --le dije, y, para cerciorarme de que no se fuera molesto, me volví lo más que pude y le di un besito en la boca.

Aquello le gustó, y me dio mucho más duro, me taladró con ganas y finalmente, dentro del condón, terminó.

Era la regla de oro, no dejar nunca que te la metan sin condón, porque una nunca sabe, nunca nunca, por más decentes y limpiecitos que se vean, o lo mucho que te juren que no tienen nada... Sólo a Héctor lo dejaba entrarme a pelo, y me gustaba que deslechara dentro de mí, que dejara su calientito jugo de hombre en mi recto, o hasta a veces tragarme en un oral toda su leche.

El tipo al fin se levantó, se vistió sin ninguna prisa, y, tras sonreírme de nuevo y decirme lo mucho que le había gustado, se fue, prometiendo volver lo más pronto posible.

Apenas cerró la puerta yo me fui al baño, me lavé, me aseguré que el condón estuviera lleno y lo tiré, me acomodé el pelo, me di otro toque de maquillaje, me arreglé otra vez lo mejor que pude frente al espejo y, tras tomar un poco de agua, bajé a la sala.

Esperaba descansar un poco, pero no bien me había sentado cuando ya mamá me llevaba a otro hombre, uno que nunca había ido, al que de inmediato le sonreí y tomé de la mano, llevándomelo escaleras arriba.

Había aprendido ya a comportarme, a hacer todo lo posible para que se sintieran cómodos, bien recibidos, incluso deseados, y les hacía plática, les bromeaba, me reía, e intentaba después complacerlos en la medida de lo posible en la cama.

Este otro era algo tosco, brusco, tenía un olor muy fuerte, y me cojió sin demasiado cariño, como desquitándose de algo, y menos mal que la tenía chiquita, que si no me hubiera lastimado de verdad.

Era ya tarde cuando volví a la sala, donde mi hermana también aguardaba, luego de atender como yo a un par de clientes.

--¿Cómo vas? --me preguntó, arreglándome un mechón de cabello.

--Bien, todo tranquilo, ¿y tú?

--Igual, nada que lamentar ni celebrar.

Hablamos un rato escuchando la música de fondo, hasta que otro tipo llegó y se fue con ella.

Yo volví a la cocina, me comí unos tacos de papa fríos que hallé y me los comí a toda prisa, pues la verdad que tenía hambre.

Comencé a pensar que quizá sí podría irme con Héctor al terminar, pero, una media hora más tarde, llegó uno más por atender, un muchachillo flaco, puede que apenas más grande que yo, al que ya había atendido algunos meses atrás.

Contrario a su cuerpo magro, tenía una verga gruesa, cabezona, aunque no muy grande, que halló cierta resistencia de mi cola al entrar; cojimos a horcajadas, primero de frente, luego de espaldas, y acabamos en la alfombra, yo encima de él mientras con su mano me pajeaba.

Supo chaquetearme tan bien y lo hizo con tanto tacto, que no pude evitar venirme, manchándole toda la mano con mi semen de hembra, lo que al parecer le encantó. Era raro que me viniera, a diferencia de las primeras veces, en que por el contrario era raro que no lo hiciera, pues la penetración era aún tan placentera que deslechaba sin tocarme.

Últimamente se había vuelto tan monótono que la excitación no me daba para tanto, mi cola se había acostumbrado tanto a recibir verga que necesitaba en verdad alguien diestro o que me hiciera sentir muy bien para llegar a eyacular.

Ahora sí estaba rendida, ya había tenido suficiente, pero mamá aún entró y me preguntó si aún podía atender a otro.

--Ay, ma, como que ya no doy una.

--¿Seguro? Mira que está guapo.

--¿Sí?

--Es el altote aquel, de ojos verdes.

--¿Ya le dijiste que sí?

--Le dije que le llamaba... ¿quieres?

--Bueno... pues, llámale.

--Okey... ¿te pusiste la pomada?

--Sí, sí, estoy bien, sólo estoy algo cansada.

--Vale. Descansa un rato, y en cuanto llegue te hablo.

La verdad que me gustaba, me gustaba mucho aquel tipo, de más de uno noventa, fuerte, barbón, pelo castaño, casado el tipo pero a mí qué, yo no lo obligaba a venir, y si su esposa no lo satisfacía no era mi problema. Era guapo de verdad, para nada como Héctor, grande pero más bien gordo, mofletudo, con esos cabellos parados que parecían de puercoespín... en fin.

--Hola, linda, ¿cómo estás? --me preguntó apenas entrar, atento, sonriendo con sus lindos ojos verdes.

--Muy bien, esperándote, ¿por qué no habías venido?

--Trabajo, linda, trabajo, qué más quisiera... pero ahorita nos desquitamos.

--Ji, ji, okey... ya te extrañaba.

--¿En serio?

--En serio, en serio --le dije, y subimos a mi cuarto.

Y por supuesto que nos desquitamos, la verdad se me olvidó el sueño, el cansancio, ni me acordé de los otros tres tipos con los que había estado esa noche, ni de Héctor, y cojimos riquísimo, era tan grande, y tan fuerte, y olía tan bien, era tan salvaje y tan caballeroso al mismo tiempo, me la metía durísimo y con ternura, me besaba y me cargaba, me hacía suya y yo me le entregaba, gustosa, qué macho más hermoso, quién fuera su esposa, me encantaría que me preñara de verdad y tener veinte hijitos con él...

Cojimos parados, sentados, me mamó los pechos y yo le mamé la verga, le pedí que me diera nuevamente por detrás, lo recibí dentro de mí una y otra vez, una y otra vez, hasta que al fin, casi al mismo tiempo, ambos deslechamos.

Todavía tuvo la amabilidad de darme las gracias, me dio un besito en la boca y se comenzó a vestir.

Ni modo, era cosa de un momento, y el momento pasó.

Para cuando terminamos, ya mi hermana estaba dormida, escuché a mamá despedirse del hombre y luego cerrar la puerta con candado, tras asegurarse de que Héctor se había marchado.

Sentí un poco de lástima por mi primo, que se dormiría otra vez solito en su cama, pero preferí mejor acostarme; el trabajo había sido duro, y había necesidad de descansar.