miprimita.com

Sailor Moon

en Transexuales

SAILOR MOON

Advertencia: el siguiente relato es completamente ficticio... salvo alguna que otra parte que no lo es  ;)

***

La verdad es que, hasta esa noche, ni siquiera había pensado en estar con un hombre, o bueno, no en serio, es decir, llevaba muchos años travistiéndome en secreto, siempre me gustó mucho la ropita de mujer, pero aparte de las pajas que me hacía usando aquellas ropas, fantaseando alguna que otra vez con hombres que me poseían, en realidad me gustaban las chicas, muchas había en la escuela que me atraían y hasta deseaba acostarme con alguna. A últimos tiempos incluso fantaseaba con una de mis primas, lo que me hacía sentir un poquitín culpable, porque ella era tan linda conmigo, siempre atenta y además tan bonita, mientras yo, sin poderlo evitar, me pajeaba pensando en ella.

Bien sabía ya para entonces, o al menos me sospechaba en alto grado, el tipo de fiestas que organizaba mi primo cuando mis tíos estaban de viaje, pero, solo en casa a mitad de las vacaciones sin nada más qué hacer y, para ser honestos, también algo curioso por saber finalmente si aquello que había escuchado era cierto, acepté su invitación a última hora. La sola posibilidad de que estuviera Nanda ahí, y poder estar con ella en un ambiente como aquel... bueno... Debía aprovechar la oportunidad.

Era una fiesta de disfraces, pero yo no me puse nada, no sabía qué y hasta me habría dado pena; sólo de muy niño recuerdo haber ido a fiestas de disfraces, y pensé que de todas formas, como al parecer ocurre siempre, habría muchos que no llevarían nada y así me fui.

Por desgracia, ya desde la entrada me di cuenta de mi error: todos parecían llevar disfraz, menos yo, así que, cuando encontré a mi primo, éste de inmediato soltó un grito, me abrazó, me presentó someramente ante sus amigos y, tomándome del brazo, me llevó a un cuarto que tenían justo a un lado de la puerta, sin dejar de parlotear.

–Ya sabía que no te ibas a poner nada –me dijo, sin soltar una botella de cerveza–, pero para eso, para ti y los otros aguafiestas, trajimos esto.

Y me enseñó algunos trapos que habían puesto ahí, montones de máscaras, botargas, ropa estridente, rara, pelucas, zapatos, y, tras revolver un poco sin atención entre la ropa, me dijo, u ordenó, que me vistiera.

Él mismo iba vestido de Spiderman (aunque sin máscara), lo que resaltaba mucho su prominente barriga, y al parecer ya estaba algo borracho.

–Como que ya no hay mucho de dónde escoger –le dije, tomando dos o tres trapos al azar.

–Eso te pasa por no traer lo tuyo... Ah, mira: éste es mi primo –dijo entonces, dirigiéndose a un chico alto y barbón, disfrazado de pelícano, que entró en ese instante al cuarto.

–¿Y su disfraz?

–No trajo, el aguafiestas.

–Válgame.

–Bueno, ¿pasa algo?

–No, no, sólo quería preguntarte si abrimos otras cajas de cerveza.

–Sí, claro, para eso están –respondió mi primo con desenfado, y, sin amilanarse ni un poco, recibió un beso en la boca del otro chico.

Ya sospechaba yo que era gay, aunque por supuesto que no se lo había preguntado, y pretendí que aquello me era tan normal que no había que prestarle atención. De Nanda no había ni rastro.

–¿Qué tal éste? –me dijo, alzando un traje indeterminado, de un chillón color verde y amarillo.

–¿Y eso qué es? ¿No hay otra cosa, algún disfraz “de algo”?

–Mmmhh... pues... ¡Ah! Mira éste, seguro que te queda perfecto –me dijo, enseñándome un disfraz de Sailor Moon, con todo y su peluca rubia, que en efecto parecía venirme muy bien.

–¿Cómo crees...? –le respondí, turbado, avergonzado, pretendiendo que no me habría gustado para nada ponerme ese traje lindísimo.

–¿Qué? Es un disfraz “de algo”, lo traje para Nanda pero se fue en la mañana a Vallarta, y además... bueno, póntelo, seguro que se te ve muy bien.

–No, cómo crees, es un disfraz de mujer... y yo... –quise decirle, pero él ya no me quiso escuchar, se dio la vuelta y se fue a seguir armando alboroto con sus demás invitados, que no paraban de llegar.

Yo me quedé un rato en el cuarto, con el traje en la mano, pensándomelo mucho, imaginando, temiendo, por un momento pensé en salir de ese lugar e irme a casa, o no ponerme nada, o usar el traje de verde con amarillo pero... bueno... en fin, todos estaban disfrazados, algunos de forma en verdad ridícula, y a lo que veía no sería el único disfrazado de mujer. Además Nanda no estaba ahí, eran puros desconocidos a los que de seguro no volvería a ver, así que me lo puse.

Me lo puse, y fue maravilloso.

La faldita plisada, los guantes, la blusita marinera con su moño, la peluca rubia con coletas... si tan sólo tuviera algo de ropa íntima con que acompañarlo... Revolví entre los trapos, y, milagrosamente, o quizá con todo propósito puestas ahí, encontré unas bragas y un sostén, que rellené con un par de trapos.

Hice un bulto con mi ropa y la dejé en algún rincón pero, a pesar de mi primera resolución, dudé todavía mucho en salir del cuarto, me sorprendía haber cedido con tamaña facilidad a ponerme aquello, no podía creer que estaba a punto de presentarme ante mi primo y un montón de gente así vestido, la falda era cortísima, apenas y me tapaba el trasero (y el paquete entre las piernas), pero unos chicos que en ese momento entraron, para buscar al parecer algo que ponerse también ellos, me forzaron o quizás facilitaron la decisión.

–Hola –me dijeron al pasar, sin sorprenderse en lo más mínimo.

Como ya dije, todos estaban disfrazados, algunos de forma a cual más chocante (o eso me pareció a mí, que no estaba habituado a esas cosas), incluido un tipo barbón que iba como hada y parecía pasárselo tan bien, todos estaban al parecer pasándoselo bien, pero aún así yo estaba que me moría de los nervios, avancé con cortos pasos por ahí, sonrojándome horrores cuando un par de chicas me miraron y me sonrieron.

–¡Ah! Ahí estás. ¿Eh, qué tal, te quedó o no te quedó? Seguro que Nanda y tú son de la misma talla –me dijo mi primo al verme, y me extendió una cerveza–. Miren, les presentó a mi prima Sailor-Moon –continuó luego, dirigiéndose al grupo que lo rodeaba.

Yo volví a sonrojarme mientras ellos me sonreían y me decían hola, qué tal, mucho gusto, y se siguieron platicando, tomando cerveza, escuchando música, en tanto yo sólo miraba e intentaba integrarme.

Creo que jamás me habría atrevido a tanto por mi cuenta, a estar vestido de esa forma en público quiero decir, así que, tomando de pronto consciencia de lo que estaba haciendo, me invadió una sensación extrañamente placentera, quizá fuera la cerveza, sin duda en parte era la cerveza, pues no tomaba muy seguido, pero al poco rato comencé a sentirme muy a gusto, me reí de las bromas de los demás, asentí con la cabeza o solté un breve “Sí” o un “No” cuando mi primo se dirigía a mí para corroborar alguna historia familiar, y todo pareció ir de maravilla.

Pese a ser siempre tan raro, y a que en realidad nunca nos tratamos mucho, mi primo me caía bien, era bromista y divertido, franco, tan atento como Nanda, así que entonces, en esos momentos, en que con tanto desenfado me presentó y mezcló con sus amigos, tratándome divertido como “mi prima”, de verdad que lo quise.

Nos reímos mucho y tomamos otro tanto, creo que nunca había tomado yo tanta cerveza, había cajas y cajas por abrir, la noche era aún muy joven, fresca, las chicas eran lindas, y los chicos... bueno, también los chicos eran lindos, y tan atentos conmigo, que me hicieron sentir muy a gusto.

Después de un rato tuve que ir al baño, y al salir anduve dando vueltas por ahí, el jardín con alberca era grande de verdad, había mucha mucha gente, la mayoría de mi edad pero también había mayores, que de alguna u otra forma, supongo, conocerían a mi primo. Algunos bailaban en una esquina, más al fondo otros hacían retos de cerveza, uno gritaba quién sabe qué, varios estaban en la alberca, los disfraces mojados, y hacia allá me dirigí, con otra cerveza en mano y ya algo mareado.

Estuve un rato mirando el agua, iluminada desde el fondo en la oscuridad de la noche, en tanto pensaba en quién sabe qué y me balanceaba con el ritmo de la música.

–¡Eh, prima! ¡Vente a bailar! –me gritó mi primo al verme ahí solo, sin hacer nada en particular.

Le sonreí y me levanté, dejé la botella en algún sitio y me integré con todos esos que bailaban.

Mucho rato estuve ahí, sintiendo la música y dejándome llevar por ella, bailando en grupo, sonriendo, riendo, y, en algún momento, bailando más bien con un chico, que de repente no se me despegó y hasta de cuando en cuando me pasaba una mano por la cintura, me sonreía y me invitaba a moverme.

Yo me sentía tan bien, estaba tan relajado y desinhibido que me tomé aquello de la forma más ligera, me divertí, lo dejé hacer, incluso cuando, ya con más arrojo, me tomó de la mano y se puso a bailar una cumbia conmigo.

Era raro sin duda, a pesar de las cervezas me sentía algo turbado por aquello, tan novedoso, tan inesperado, pero, lo más extraño, era que me estaba gustando mucho. Él era bastante bien parecido, alto, iba disfrazado de Capitán América, y parecía disfrutar también estar conmigo.

Pero no bailé sólo con él, entre el alboroto, de repente me vi bailando con otro, que me tomó igual de pareja divertido, dimos giros, medias vueltas, era lindísimo ser la chica, que me tomaran de la mano o la cintura, y yo bailaba y bailaba, riendo alegre, ni siquiera noté cuando mi primo y su novio se cansaron y se fueron a sentar a algún lugar.

–Te ves muy linda –me dijo entonces aquel primer chico, que estaba de nuevo bailando conmigo.

–Gracias –le contesté, sonriendo, sin dejar de moverme.

Ya me estaba cansando, llevaba casi dos horas bailando, tenía sed, así que, cuando la música paró por un momento, me detuve resoplando.

–¿Cansada?

–Algo. Tengo sed.

–¿Te traigo algo?

–Pues... una cerveza estaría bien –le dije, algo extrañado todavía con esas atenciones.

–Vale –dijo, y se fue rápido por unas botellas.

Yo entretanto me senté, miré a mi alrededor, y descubrí a mi primo besuqueándose con su novio en un rincón, y a muchas otras parejitas que, ya también cansados, o borrachos, se habían recostado por aquí y por allá en el jardín.

–Toma –me dijo el chico, tendiéndome la cerveza.

–Gracias.

Estuvimos un rato en silencio, bebiendo y sin saber qué más decir, balanceando un poco el cuerpo con la música para aliviar la tensión.

–¿Quieres volver a bailar? –me preguntó él entonces.

–No sé... ya me duelen los pies.

–Sí, no me sorprende, estabas bailando como loca.

–¿Loca? Pero si bailaba mejor que nadie.

–¡Ja, ja! Sí, por eso.

–Tonto –le dije, y de la forma más espontánea del mundo le di un golpecito en el hombro.

–Podemos quedarnos aquí entonces –dijo él, acercándose notoriamente hacia mí.

–¿A hacer qué? –le pregunté, y lo sentí tan cerca que intenté desviar la mirada.

–No sé... mirar las estrellas, contarnos historias, recostarnos, dormir...

–¿Dormir? No creo que... –de pronto él me besó, sin dejarme terminar de hablar, y yo sentí un cosquilleo en todo el cuerpo, las piernas me temblaron, me sonrojé, me estremecí, pero no retiré los labios.

–De veras que eres linda –me dijo entonces, acariciando mi mejilla con su mano.

–Tú... también... eres lindo...

Volvió a besarme, y yo también lo besé, sentí con emoción sus brazos fuertes abrazándome, sus manos tocándome la espalda, la cintura... la cadera...

Era increíble, estaba en ese jardín recostado, disfrazado de Sailor Moon besuqueándome con un tipo, sentía el peso de su cuerpo duro encima de mí, mi boca y luego mi lengua respondían ansiosos a sus besos, de pronto sentí una de sus manos en mi trasero, luego sentí su verga dura en mi muslo y... me excité enormemente.

Nos besamos y manoseamos un buen rato, riendo, sonriendo, escuchando apenas la música sobre el césped algo frío, y, sólo entonces, de reojo, pude ver lo que estaba sucediendo en el resto del jardín:

Ya no sólo había parejitas besándose y platicando, muchos había que tenían sexo oral, chicos y chicas sobre todo, pero también algunas parejas de chicas, y parejas de chicos, como mi primo y su novio... que en ese momento se mamaban la verga mutuamente.

Aquello me destanteó unos instantes, me bajó un poco el alcohol de la sangre, pero al parecer sólo a mí me sorprendía, e intenté tomármelo con calma: después de todo, lo que había sospechado sobre estas fiestas era cierto.

–¿Te volteas? –me preguntó el chico entonces, sacándome de mi aturdimiento.

–¿Voltearme...? ¿Para... qué...?

–¿Quieres chupármela primero?

–No... yo no... es que... yo... nunca...

–¿Qué? ¿Nunca habías venido?

–No, nunca... es que...

–¿No es David tu primo?

–Sí... pero yo... no...

–¿Nunca lo has hecho con un hombre?

–N-no... nunca...

–Voltéate, anda, verás qué rico.

Todo me daba vueltas, y él era tan atento, tan lindo, tan guapo... tenía miedo, y nervios, pero también excitación, y, de repente, las ganas de sentir su verga dentro se apoderaron de mí.

–Okey –le respondí, volteándome de espaldas a él, y respondiendo a los movimientos que me indicaba.

Alzó mi falda, bajó mis bragas, hizo que alzara la pierna, y yo lo hice, dejándole al descubierto mi orto.

Él escupió saliva entre sus dedos, sin pensárselo mucho me los introdujo y me empezó a dilatar.

–Aahh –solté yo un gemidito, de sorpresa, de espanto, no sé si de placer...

A poco más de tres metros de nosotros una pareja ya estaba cojiendo, otra chica un poco más allá frente a nosotros metía sus dedos en el coño de otra más, y en la piscina había un grupito de cinco, entre chicos y chicas, que de alguna u otra forma fornicaban juntos.

–Okey, ¿lista? –preguntó él tras unos momentos, después de ensalivarme bien la raja.

–Sí... okey.

Recargó su pija erecta detrás de mí, la acomodó en la entrada de mi ano, sentí su calor, su dureza, su hombría, y luego sentí cómo la cabeza se abría paso, o intentaba hacerlo entre la apretura de mi orto virgen.

–¡Aayyy! –grité entonces de dolor, encogiéndome y tomándolo de una mano.

–¡Quieta, quieta! Ahorita pasa.

–¡Ayyayyayy! –seguí yo chillando, apenas soportando aquel dolor tan nuevo.

–Esoo, eso... ahí va... ahí va...

–Ayyy... ayyyy...

–Vale, vale, ya entró... ¿te duele mucho?

–Sí... duele...

–Ya pasa, ya pasa... aahhhh... –gimió él, empezando a bombearme.

–¡Aayyyy ayyyy... para, para...!

–Shh, shhh –dijo él, y siguió penetrándome sin consideración.

–Aayyy... ayyyy... ayyy... –seguía yo gritando, sintiendo que me iba a romper la cola de un momento a otro... sin embargo, tras esos instantes dolorosos, el placer fue en aumento, de repente sus arremetidas ya no dolían tanto, de hecho ya no dolían nada, tan sólo me entraba y me entraba, y la sensación era riquísima.

–Mmhhh... mmmhh...

–¿Ya te gustó, mamita?

–Ajá... mmmhh... mmmh

–Ahhh.... qué culo más rico...

–Mmmh... mmmhhh... –seguí gimiendo, disfrutando plenamente de su verga, que me entraba y salía por detrás, una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez...

Él entró más y más profundo, me dio más y más duro, y fue entonces que, en un instante, cobré plena consciencia de lo que estaba sucediendo: un tipo me estaba penetrando, tenía su verga bien adentro de mi ano, me hacía su hembra y yo lo disfrutaba, lo estaba disfrutando horrores, gemía, chillaba... ¡Dios mío! ¿En serio era tan marica?

–Ahh... ya me cansé así –me dijo, y guiándome con sus manos, me hizo que me arrodillara y me pusiera en cuatro.

Así que yo, sin chistar, y pese a aquellos pensamientos, volví a ofrecerle las nalgas, abrí mis piernas enseñándole mi hoyo y acabé sonriéndole, invitándolo a que siguiera sodomizádome.

–Mmmmh... mmmhh... --gemí contenta al volverlo a sentir dentro.

–Aahhh... sí, ahhh... sabrosa...

–Mmmh... rico, rico, rico... –exclamé, ya del todo sin tapujos, sonriendo incluso a una de las chicas que cogían enfrente cuando nuestras miradas se cruzaron, y ella también me sonrió.

Yo gozaba, gozaba y gozaba, era increíble que un placer como ése me hubiera sido hasta entonces ajeno, jamás creí que el sexo por la cola fuera tan delicioso, que mi orto pudiera retozar de dicha con una verga dentro, o que pudiera yo venirme sin siquiera tocarme, de puro placer anal.

Eyaculé, extasiado, y gemí, grité, le pedí que me diera más duro, más duro, más, y exploté cuando él se corrió, inundándome con su leche de hombre.

Cansados, volvimos a recostarnos, él me abrazó por detrás, reímos un poco, nos callamos, respiramos, y me sentía yo tan bien, estaba tan encantada de haber decidido ir a aquella fiesta, cuando él, de pronto, se levantó.

–Vale, gracias linda, voy al baño –me dijo, y sin volver a ponerse la ropa se fue así desnudo por el jardín.

Yo miré entretanto a las otras parejas, o grupos, y seguí sonriendo con alegría, con agradecimiento, sentía aún la pija de mi hombre dentro de mí, y esperé con ganas a que volviera, pero pasaron varios minutos y nada. Aguardé más y nada, hasta que al fin, cansado, me levanté, me subí las bragas... y lo vi coqueteando con otra chica unos metros más allá.

Vaya.

Sin mucho hacerse del rogar, la chica se arrodilló y empezó a mamársela, dejándome a mí ahí sola y alborotada...

Ya estaba a punto de enfadarme, o más bien me enfadé, me contrarié, pero, justo en ese instante, se me acercó una pareja, que, sonriente, me pidió un trío.

Ni qué decir que me sorprendí un poco, pero, en todo caso, “mi hombre” ya me había dejado por otra, todos aquí parecían hacer lo mismo, así que, total.

Sin demasiadas palabras, apenas gestos y movimientos, la mujer se puso en cuatro, yo entonces la penetré por el coño (era la primera vez que penetraba a una mujer) y el hombre se puso detrás de mí, me sujetó por las caderas y, acoplándose a mi ritmo con la mujer, también me penetró.

Fue bastante raro, y al principio no nos coordinábamos bien, él se salía o yo lo hacía de la mujer, pero, al cabo de un rato, nos sincronizamos lo suficiente para agarrar un buen ritmo.

El hombre era un poco mayor que “mi amigo” y su pija quizás algo más grande, y además era algo brusco, me entraba durísimo, y su empujón me hacía a mí recargarme en su mujer, y esa sensación, de coger y ser cogido al mismo tiempo, fue tan enorme que acabé viniéndome un poco después.

Tras recibir mi leche la mujer se retiró pero no el hombre, él siguió en cambio cojiéndome encantado, brusco, me apretaba muy fuerte las caderas, sentía su pito rellenándome por completo las entrañas, me hizo doler pero, con todo, sorpresivamente para mí, le agarré gusto también a ese macho, le echaba las nalgas para atrás, y grité con entusiasmo cuando al fin también se vino.

Los dos me agradecieron, alabaron mis encantos, y tomados de la mano se fueron a buscar algo más.

Me quedé entonces con las manos, y la cola, vacía, pero tampoco tuve que esperar demasiado: otro chico, uno de con quienes había estado bailando, se me acercó, me sonrió y me preguntó si quería cojer con él.

–Sí, claro –le respondí sonriendo, halagada, y, al ver que él se recostaba de espaldas en el suelo, le seguí el juego.

Con cuidado me senté a horcajadas sobre él, tomé su pito erecto con la mano y dirigiéndolo a mi entrada me lo enterré, y así, subiendo y bajando el trasero sobre él, me comí mi tercera pija, controlando esta vez mejor la penetración pues era yo la que se ensartaba, recargué mis manos en su pecho, subía y bajaba, en tanto mi propia pija se bamboleaba sobre su barriga, soltando de cuando en cuando algunas gotas de semen.

En estas estaba cuando, de pronto, otro sujeto se me paró enfrente, me pidió que se la chupara, y yo, ahora con dos hombres, empecé a mamar sin dejar de enterrarme la verga del otro por la cola.

Me estaba volviendo una experta.

Desde ese momento ya no tuve descanso, pues apenas el tercer tipo deslechó, aquel al que se la estaba mamando tomó su lugar, aunque me hizo recostarme a mí de espaldas y luego se trepó mis piernas a los hombros, penetrándome muy profundo.

–¡Mmmhh! –gemí yo encantada, pues la suya era tal vez la más grande que había probado.

–Tienes unas nalgas muy lindas –me dijo, mientras empujaba sin piedad dentro de mí.

–Gracias... mmhhh...

–Desde hace rato te vi... cogías tan rico que quise probar... aunque no fueras mujercita...

–Soy mujercita...

–Sí... supongo, je, je... y te encanta la verga.

–Pues... sí... me encanta la verga... –dije yo, y me di cuenta mientras lo decía que era verdad.

Cogí muy rico con él, descansé un poco en esa posición, y, todavía no terminaba cuando ya tenía a dos tipos esperándome ahí a un lado.

Tras recibir la leche de aquel hombre, los otros dos se acomodaron, uno adelante y otro detrás de mí, y así, metiéndome la verga de uno en la boca y metiéndome la verga del otro por el orto, seguí cojiendo ya no sé cuánto tiempo más, la verdad es que la cola me ardía un poco, estaba muy cansada, pero por alguna razón no quería parar, no podía ni pensar en no tener una verga entrándome.

Mi raja siguió recibiendo los embistes con valentía, seguro que tenía ya las nalgas coloradas de la tunda que me estaban dando, pero gemía, gritaba, a veces me reía y disfrutaba como loca, seguí cojiendo, cojiendo, los dos tipos eyacularon casi al mismo tiempo, pero otros dos ya me esperaban.

–¡Ay, chicos, chicos! Esperen por favor... déjenme respirar un poquito –les dije, jadeando, sudando, ya no estaba muy segura de cuántos tipos me habían cogido.

–¡A ver, a ver, no sean montoneros, dejen respirar a mi primita! –dijo David apareciendo de pronto, hizo a un lado a los sujetos y, atento como siempre, me tendió una botella con agua.

–Gracias... –le dije, no sin cierto embarazo, evitando su mirada.

–Ya, váyanse a cojer con alguien más –les dijo, pero yo extendí el brazo y los detuve.

–No, no... está bien David, sí quiero cojer con ellos... pero es que necesitaba un descansito.

–Ah, qué mi primita –dijo él, y se levantó, soltando una carcajada.

Tras acabarme la botella, suspiré, alcé la mirada y les pregunté, de la forma más maricona posible:

–¿Quién atrás?

Y cojimos.

Acabé recibiendo tanta leche que mi culo desbordaba, estaba ya llenísima, pero ni siquiera el jugo de siete u ocho machos pareció ser suficiente, pues, cuando ya bastante tarde, estando ya sólo otras dos chicas y yo recibiendo, otro tipo se me acercó y, amable, me preguntó si todavía aguantaba otra metida.

Miré a las otras chicas, ellas me miraron a mí, y le dije que sí, con mucho gusto, tragándome no sé si mi décima o novena verga de la noche.

Ya estaba cansadísima, la cola me dolía horrores, tenía semen por todos lados, mi barriga estaba llena de aire y de leche, pero aguanté, aguanté como hembra, recibí con gusto y con dolor aquellas últimas arremetidas, y luego, mientras cabalgaba a aquel macho, me volví a un lado y vi a mi prima Nanda, que platicaba con David mientras los dos miraban hacia mí, riéndose divertidos... Vaya.

Ella me sonrió, y yo, de repente acalorándome y poniéndome como la grana, también le sonreí, avergonzado en cierta forma de que me viera con la verga de ese tipo entrándome por atrás, y sorprendido, pese a todo, de haber cojido con todos esos hombres... Sin duda que ya no cojería nunca con ella.

Al día siguiente, ya bastante tarde, me desperté en alguna habitación de aquella casa, no sabía ni cómo llegué ahí, no recordaba en qué momento o cómo se acabó la fiesta, u orgía, la cabeza me dolía, y la cola no se diga, de hecho todo el cuerpo me dolía, como si hubiera estado haciendo un ejercicio tremendo.

–Creí que no te ibas a despertar nunca –escuché decir a Nanda, sentada en un borde de la cama–. Ya me estabas preocupando.

Todo lo que había hecho anoche me volvió a la cabeza de inmediato y me volví a ruborizar, me mareé, me avergoncé, sentí que era mejor no levantarme nunca y hasta quizá desaparecer del mundo, y me arrebujé entre las cobijas, como buscando entre ellas protección.

–¿Estás bien? Tomaste mucho anoche

–S-sí... estoy bien... sólo un poco de jaqueca... y mareo... ¿qué hora es?

–Como las cinco.

–¿De la tarde?

–¡Ji, ji! Sí, de la tarde, dormiste muchísimo. Toma –me dijo entonces, sirviéndome un vaso con agua de una jarra que tenía ya lista sobre el buró.

Yo bebí y volví a beber, me acabé el vaso y luego otro, no tanto por la sed como para alargar lo más posible el tener que hablar con ella. Pero no podía seguir tomando agua por siempre.

–¿Cómo te sientes... allá abajo... estás bien?

–Nanda...

–Ay, nena, es que cojiste con tantos. No creí que fueras tan... fogosa.

–No... yo no... es que... creo que bebí demasiado...

–Sí, pero no fue por eso que te destrampaste tanto.

–Nanda... de verdad que no quiero hablar... de... oh Dios...

–¿Pero por qué, si no tiene nada de malo?

–Nanda, yo no... yo no soy...

–Claro que lo eres, nena, David ya se lo sospechaba desde hacía rato, y creo que por eso te invitó.

–¿Cómo?

–Dijo que sólo necesitabas un pequeño empujoncito.

–¿O sea que lo hizo a propósito, lo del disfraz y todo?

–No, no creo, o no sé, la verdad no lo creo, no es de los que planeen mucho las cosas, pero sí dijo que si te invitaba seguro acababas saliendo del clóset.

–¿O sea que... me engañó?

–No nena, nadie te engañó, hiciste lo que quisiste y por ti solita, David sólo te quiso poner los medios para que lo hicieras.

–Es que yo no... –dije, y de pronto, sin poderme contener, me puse a sollozar.

–Ya, ya, ven, no es para tanto –me dijo, abrazándome y acariciando mi cabello.

Después de un largo rato, en que acabé por desahogarme a lágrima viva, ella me sonrió, me dijo que me duchara y bajara luego a comer algo.

–Y quítate ya eso, está mugrosísimo –me dijo, señalando al disfraz de Sailor Moon que todavía llevaba puesto.

–No sé dónde quedó mi ropa.

–Pues yo menos, pero no importa, si quieres te presto algo –dijo entonces, y abriendo una de las puertas de un enorme clóset, escogió algunas prendas–. Toma, seguro que esto te queda bien, pero báñate primero –me advirtió, lanzando sobre la cama una blusita de manga corta color crema y una minifalda a cuadros.

–Nanda...

–Ah, sí, perdón... Toma, supongo que estas bragas te quedan bien, y... déjame ver... tenía por aquí un brasier con algo de relleno... Sí, aquí está. No sé si también te queden mis zapatos, ¿de cuál calzas?

–Del seis.

–Perfecto... Mira, estas zapatillas combinan.

Yo solamente la miraba y tendía las manos a lo que me daba, y al final, sencillamente me sonreí.

–Gracias.

–De nada, no te apures, toda esta ropa ya ni siquiera me la pongo, tengo tanta que ya no sé ni dónde ponerla. Apúrate pues, y baja luego –dijo entonces, y salió de la habitación.

No tardé mucho en bañarme, me cepillé los dientes, me afeité el poco de vello que me había crecido con un rastrillo rosa que hallé en la jabonera, y, no sin cierto entusiasmo, me probé aquella ropa.

De verdad que teníamos casi la misma talla, aunque evidentemente a mí me faltara cadera y con qué rellenar el bra, pero me sentí muy bien, me miré contenta en el espejo y bajé finalmente al comedor, donde David y ella ya me esperaban a la mesa, donde nos comimos muy contentos un montón de espaguetis.