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Fin del lunes

en Confesiones

ELLA

 

Ahora ya no hay vuelta atrás, fue lo primero que pensé. Fernando, con el pulso acelerado, me giró la cabeza de modo que pudiera verme la cara. Nos miramos a los ojos.

- En realidad es una tontería; una chiquillada. Me conoces bien, cariño. Por eso no quiero que haya ningún secreto entre nosotros.

Fernando me miraba con la expresión confusa de quien no sabe qué van a contarle. Esperaba que siguiera hablando, en silencio. Estábamos echados de lado, frente a frente, con las piernas entrelazadas. Seguí:

- Quiero que sepas que el sábado, después de la cena y durante las copas estuve coqueteando con un compañero más joven.

Fernando permanecía inexpresivo. No preguntaba nada, no me interrumpía. En cambio, sé que sentía alterado por el brillo de sus ojos y el movimiento de las aletas de su nariz.

- Del coqueteo pasamos a los besos, y acabamos follando en su casa.

Sentí un alivio instantáneo, ese que dice el tópico que se siente al quitarse un peso de encima. Fernando me miraba. Nuestros ojos estaban separados por menos de un palmo, bastante menos. Su mano seguía apoyada en mi cadera. No decía nada, no se movía. Hubiese jurado que ni parpadeaba. Tenía una mirada absolutamente inexpresiva, acaso expectante. Continué, por si mis palabras le provocaban alguna reacción:

- No fue algo premeditado; tampoco fue inconsciente ni producto del alcohol. Me echaron los tejos y los acepté. O fui yo quien empezó el coqueteo y di pie. Quiero que sepas ante todo que estoy siendo sincera contigo, y que si no te lo conté ayer es porque estaba aturdida.

Fernando esperaba que siguiera hablando. Su mano se movía acariciando mi cadera. Ese detalle me animó a abrirme del todo.

- Ya sabes lo caliente que había salido de casa. Y sabes también el polvo que echamos en el baño, frente al espejo, al regreso.

Cualquier otro tipo – el marido de alguna amiga a su mujer, por ejemplo - podría haberme dicho “guarra” en el peor sentido de la palabra; “eres una guarra que ha tenido dos pollas distintas en pocas horas...” Pero ese no era el estilo de Fernando.

Después de un silencio mutuo que se me hizo interminable, Fernando dijo:

- ¿Lo pasaste bien?

- Muy bien – respondí.

- ¿Vais a ser amantes? - me preguntó. La frialdad de su reacción me desconcertaba. Incluso pensé que me preguntaría detalles; y que esos detalles le pondrían cachondo.

- No. No tengo la menor intención. Y así se lo he dicho hoy en mi despacho.

Decidí darlo todo; no callar nada. Una vez había empezado, no tenía sentido dejar las cosas a medias.

- Esta tarde ha venido a verme. Para que lo tuviera bien claro desde el principio, le he dicho que me llamara de usted.

- Como el vendedor de seguros… - Fernando y su sentido del humor. Le adoro.

- Le he dicho que lo del sábado no volvería a pasar; que me gustó y no me arrepentía de ello; pero que era un asunto liquidado. ¿Sabes lo que me dijo? Que estaba de acuerdo, pero antes quería que supiera algo: el domingo había follado con una compañera del bufete que tiene veinte años menos que yo y que al correrse había pensado en mí.

Hablé casi de tirón; tranquilizada por la reacción (o la falta de reacción) de Fernando. Solo me faltaba contarle esa especie de apariciones repentinas que me asaltaban en los momentos más inesperados.

- Entonces – dijo Fernando –, ¿lo tienes claro de verdad?

-Completamente, amor mío – y me estreché todo lo que pude contra su cuerpo. No estaba empalmado pero tampoco tenía la polla en reposo absoluto.

Nos dimos un beso.

- Cariño -dijo Fernando – a mí también me gustaría contarte algo.

 

ÉL

 

Mientras me contaba la aventura del sábado con esa confianza y esa naturalidad, si he de ser sincero, me sentí aliviado. Tal vez por eso no reaccioné con ningún reproche, ni mucho menos desprecio o montarle una escena. Ahora que lo pienso, el alivio que experimenté me convertía en un verdadero hijo de puta. Ya tenía coartada para contarle lo mío. Me había puesto en bandeja que le hablara de Irene sin ningún temor. Sé que era la actitud propia de un ventajista, pero había surgido así, sin forzar la situación. Por su propia voluntad. De no haber sido así, ¿habría sido yo el primero en contarlo? Cada vez estoy más seguro de que no… Me faltaba valor y me sobraba temor a hacerle daño de verdad. “Mentiroso y cobarde”, como esos tipos que tanto despreciaba.

- Cariño – dije, y traté de escoger mis palabras con mucho cuidado – el sábado me ocurrió algo parecido. El tonteo, los roces, un beso… Y acabamos follando.

Mi mujer expresaba asombro; un asombro sincero. No había dolor ni ira en su mirada, solo la sorpresa de una noticia inesperada. Me miraba como si le hubiese dicho que se había producido un terremoto en un país donde habíamos estado de vacaciones y que el hotel donde nos alojábamos había quedado en ruinas con docenas de muertos. No hubo asomo de lágrimas, ni de pucheros. La estreché más contra mí. La conocía bien, y estaba seguro de que querría saber detalles; formaba parte de nuestra complicidad. Es curiosa y desinhibida; y sabía que iba a intentar que le contara toda la película de la noche. Entera.

- ¿Disfrutaste? - preguntó.

- Mucho.

- ¿Y ella?

- También.

- ¿Estaba buena?

- Sí.

- ¿Más que yo?

- No.

Ahora su mirada parecía calcular cómo sería esa mujer. Qué habría hecho para llevarme al huerto, porque mi mujer sabía que yo no soy ningún depredador.

- Me gusta que nos lo estemos contando – dijo. - ¿Vais a ser amantes?

- No.

¿Le contaba el correo electrónico o era demasiado? ¿Le contaba que le había dicho a Irene que me pajeaba a veces pensando en ella? No. La confianza y la complicidad tienen unos límites, pensé. Y es mejor no saber ciertas cosas; no por nada, sino porque nos pertenecen solo a nosotros. Son nuestras. Eran mías. De mí solo.

- ¿No te parece increíble que nuestra primera aventura haya sido la misma noche, cada uno por su lado, sin preverlo? ¿Y que folláramos al regreso de la forma en que lo hicimos?

- Sí… - dijo – y regresó a su pregunta anterior. - ¿Estás seguro de que no va a haber una segunda vez? ¿Habéis hablado de ello?

- No, pero quedó bien claro que había sido un calentón. O mejor dicho, un calentón que duró horas y nos llevó a follar. Solo eso. Follar, sin más.

Preveía un interrogatorio. Sin mala fe ni crueldad, pero me esperaba un montón de preguntas. Había perdido la vergüenza o el pudor cuando le confesé lo mío; era como si estuviéramos en igualdad de condiciones.

- No nos hemos hecho trampas, cariño – le dije. Y la besé en la frente.

- Eso parece. ¿Has pensado en ella desde el sábado?

- Sí.

- ¿Mientras te comía la polla ayer en la cocina o esta tarde aquí en el sofá?

- Sí.

Esperaba que mi sinceridad la conmoviera. Yo no pensaba preguntarle nada parecido; tal vez no quería saberlo. No hizo falta. Ella quería saber cómo había sucedido pero también quería que yo supiera lo suyo. Un intercambio de confidencias, cuyo contenido solo suele hablarse en terapia.

- Yo también he pensado en él mientras me corría con tu polla dentro hace un rato. Y me ha puesto muy perra. No me gusta esa sensación. No me gusta que se me aparezca la imagen de Sergio. Y no me gusta que me resulte inevitable ni que me ponga más cachonda ni que acelere ni intensifique mi orgasmo. No me gusta no tener el control absoluto de mis emociones.

- A mí tampoco. ¿No crees que esta conversación ayudará a que desaparezcan esos fantasmas? ¿O por lo menos que no surjan de una forma tan inesperada?

- Hacía tiempo que no soltabas tanta leche. Te conozco bien. Ahora me lo explico… Sí, espero que esta conversación aleje esas imágenes… Me perturban y me calientan al mismo tiempo. Hace un rato, cuando me corrí contigo dentro y tus manos apretando mi culo, estallé con la imagen de Sergio…

Puede resultar inverosímil, pero lo cierto es que el clima de intimidad y la naturalidad con que hablábamos de ello facilitaba que verbalizásemos todo lo que nos pasaba.

- Me ocurre lo mismo que a ti. Sé que estoy contigo, con mi mujer, pero de pronto, de manera incontrolada, zas, aparecen…

- Y entonces te corres como un auténtico semental...

Tenía la impresión de que todo discurría de una forma demasiado “civilizada”, como si hablásemos de una película a cuyos protagonistas les ocurriera lo mismo que a nosotros y nos identificáramos con ellos. A medida que hablábamos sentía que nos calentábamos sin necesidad de tocarnos. Solo con las palabras, con lo que las palabras sugerían, con el infinito poder evocador de las palabras…

Fue un poco más lejos y añadió:

- Me gustaría visualizaros. Me encantaría, ¿a ti no? Ya me conoces. Soy muy morbosa y muy guarra cuando quiero. Visualizaros mientras me lo cuentas follándome, por ejemplo.

- ¿Estás segura? - pregunté.

- Fernando, cariño, que llevamos juntos toda la vida…

Noté el chispazo indeterminado, sin concretar, de que una puerta se abría. ¿Qué puerta? No lo sabía aún. Es cierto que a veces, follando, fantaseábamos con la posibilidad de que un desconocido o una desconocida nos miraran y se pajearan delante de nosotros. Ahora, en cambio, ya no se trataba de desconocidos imaginarios. Ahora quería que le contara, paso a paso, todo lo que ocurrió el sábado por la noche. Con una mujer real, una mujer a la que veía prácticamente todos los días en el edificio de la empresa.

Noté como se me empezaba a poner dura la polla, en contacto con su vientre. Me metió un muslo entre los míos y lo subió hasta apretarme los huevos. “¿Me lo contarás?”, preguntó con los ojos de golfa que ponía cuando empezaba a ponerse cachonda de verdad.

 

ELLA

 

Me sorprendió la confesión de Fernando. Y también me gustó. Me gustó que me lo dijera y, sobre todo, me gustaba la idea de sacarle detalles. Le conozco y sé que él no me iba a preguntar nada; pero yo no iba a cortarme a la hora de hablarle de ello.

Me habló de cuánto le alegró que su puesto en la mesa estuviera justo entre Irene y otra chica, una tal Esther. De un viaje a los lavabos. De un viaje al coche a compartir una raya de cocaína y de los primeros magreos.

A esas alturas estaba muy caliente, mirándole a los ojos y con su verga aplastada en mi vientre. La cogí con la mano y me la metí tal y como estábamos, de lado, cara a cara. Empecé a moverme despacio, contrayendo los músculos de mi coño, chupándole el cuello.

- Cuando estábamos en el coche apareció la amiga de Irene con un tipo – dijo Fernando. - Se sentaron en la parte de atrás, se prepararon una raya y nos cortaron el rollo. En cierto modo me sentí aliviado, aunque puedes imaginarte cómo estaba de caliente…

Sus palabras hacían que me sintiera absolutamente llena de su polla.

- Mira cómo entra y sale – le dije.

Miró y me la clavó fuerte y duro. Hasta las pelotas.

- Sigue – gemí. El roce de mis pezones con el vello de su pecho me provocaban algo parecido a descargas eléctricas.

- Salimos del coche y regresamos al local. La gente ya se estaba desmadrando y nadie reparaba en nosotros. Bebimos en la barra. Era una tía muy caliente, y sabía cómo ponerme a cien.

Empecé a moverme de verdad, esperando un orgasmo que no pensaba controlar por nada del mundo. Imaginar a Fernando poniéndose a cien con otra o, mejor dicho, imaginando a la otra poniendo a cien a mi hombre, cuya verga me traspasaba en ese instante, me ponía muy guarra. A punto de correrme, le dije: “¿Cómo te ponía a cien?”

- Se puso detrás de mí y me metió la mano en el bolsillo y me apretó la polla.

Me corrí y se lo dije. Me corrí pidiéndole que no parara de hablar. Pero él también estaba jadeante, con la voz entrecortada.

- Nena, qué cantidad de flujo has soltado…

- Sigue…

- Volvimos al coche con la idea de buscar un descampado y acabar de una vez. Salimos por separado, por si acaso. Yo primero.

Pareció dudar. No sé si callaba porque estaba a punto o por qué otro motivo. Siguió al momento:

- Cuando llegué al coche, vi que Esther estaba sentada en la polla de su amigo. Cabalgando. Les espié… Era lo que me faltaba…

Joder, joder, joder… Era demasiado, ya estaba otra vez como una perra. Tengo la virtud de visualizar las palabras con una facilidad pasmosa, y la imagen de Fernando espiando a una pareja follando en un coche volvió a encenderme.

- Llegó Irene y abrió el coche con la mayor naturalidad del mundo. Nos sentamos en los asientos delanteros y ellas decidieron que los cuatro fuéramos a casa de Esther…

- Qué cabrón eres, encima tuviste una orgía en toda regla…

Mis palabras o lo que mis palabras evocaron en Fernando le hicieron lanzar un gruñido prolongado, y a continuación sentí como me invadía su leche cálida y espesa.

- No te salgas – le dije. Y esperé a que recuperara la respiración.

Sentía caer por mis muslos el reguero de leche y flujo que salía de mi coño. Estaba entregada como pocas veces al disfrute del sexo descarnado, sin la menor inhibición. Me concentraba en imaginar esa orgía mientras Fernando me la narraba. Le besaba la cara, el cuello, la frente… Me lo comía a besos mientras me contaba la forma en que se corrió y, como colofón, la forma en que se vació el semental joven con la ayuda de la tal Irene.

- Joder, Fernando, qué cachonda me he puesto.

En realidad seguía cachonda, pero ahora me tocaba contarle a mí. Le dije que se saliera y nos sentamos frente a frente en el sofá. Él sobre sus tobillos, yo con las piernas abiertas, desmadejada, recorrida por una corriente de guarreo que me estremecía.

- Ahora escúchame tú.

Y empecé a contarle, mirándole a los ojos y acariciando mis pezones con las yemas de los dedos, en círculos.

 

ÉL

 

Estaba conmocionado, conmovido, atravesado por un enamoramiento insólito. Por supuesto, estaba cachondo y me había corrido otra vez intensamente. Pero la sensación de follarme a mi mujer mientras le contaba todas las guarradas que había hecho el sábado, y que ella respondiera con esa excitación máxima y me pidiera más detalles, era algo que no había llegado a sospechar.

- Sergio es un chaval de una educación exquisita. Buen conversador, atractivo… En los meses que llevaba en el bufete nunca había considerado la posibilidad de tener un lío con él. Bueno, ya sabes que nunca he considerado seriamente follarme a nadie más allá de alguna fantasía.

Mientras me hablaba no dejaba de acariciarse. Se había recogido con los dedos el semen que salía de su coño y lo extendía por sus pezones y su vientre. Me miraba con esa mirada que solo ella tiene.

- Me apetecía hacerme la mala y le pregunté por novias, alabando su estilo y su educación. Me dijo que no tenía novia alguna. Cuando le estiré de la lengua – y con su respuesta supe que íbamos a follar – me dijo que le gustaban las mujeres de más de cuarenta. Yo ya no me cortaba un pelo, y seguí preguntando: si había tenido experiencias con alguna mujer de esa edad. En ese momento Sergio tenía la polla a punto de explotar, y conseguí que se sincerara conmigo.

- Te puso cachonda que le gustaran de más de cuarenta… - la interrumpí.

- Mucho. Pero mucho más cuando me dijo que estaba liado con dos, y que las dos estaban casadas. Él nunca las llamaba, me dijo, es todo un caballero; esperaba a que lo hicieran ellas. Le pregunté por qué le gustaban tanto. Me respondió que conmigo hacían algo que no hacían con sus maridos: comportarse como unas guarras. ¡Pobres cuarentonas casadas que no tienen un marido como el mío! - dijo.

- Y viceversa – dije.

- Ya te he dicho que en ese momento tenía claro que me lo iba a follar. Mi única intención era seguir con el juego. Notar cómo me iba mojando y cómo crecía el bulto entre sus piernas.

- ¿Dónde follasteis?

- En su casa.

- ¿Dónde se corrió? - Llegados a este punto, me sorprendí a mí mismo preguntando algo que no se me habría ocurrido minutos antes.

- En mi boca, en mi coño y en mis tetas.

Me empalmé con esa frase. Así, de repente. Mi polla había escuchado esas palabras y había reaccionado con la misma sinceridad que compartíamos mi mujer y yo en ese momento.

- Veo que también te pone imaginarlo.

- Ya lo ves…

- Después de haber follado quise tomar una ducha. Cuando estaba bajo el chorro del agua caliente lo vi sentado en la taza del inodoro, mirándome y haciéndose una paja. Quise saber – en ese momento me resultaba una necesidad – si yo era mejor, más guarra y más golfa que las otras. Cuando me dijo que sí me sentí casi como una diosa; casi como me siento contigo.

Me estaba acariciando los huevos mientras escuchaba a mi mujer. No creía que fuera capaz de volver a correrme. Tres en un día, a mi edad…

Además, ahora quedaba lo más delicado, o así me lo parecía. Se me ocurrían cosas, puertas que se abrían y nos mostraban tras ellas nuevas posibilidades.

- ¿Te gustaría que te viera follar con él? - le pregunté tal cual me vino a la cabeza. - Cuando vi a esos dos en el coche, descubrí que ser un mirón tiene su encanto. Y cuando los vi follar en el sofá, ni te cuento.

Se quedó pensativa. Se movía mimosa, muelle, sin dejar de acariciarse los pechos. Me miró la polla, dura y hacia arriba.

- Y a ti, ¿te gustaría que te viera follar con Irene?

Nos reímos. Era una risa cómplice y nerviosa, cargada de electricidad.

- ¿A que ya te lo estás imaginando? - le pregunté.

- Claro. ¿Tú no?

 

ELLA

 

Esa tarde noche del lunes estoy segura de que fue la más intensa de nuestro matrimonio. Nos abrimos de par en par y, como siempre, fuimos cómplices. Así se lo dije y se mostró de acuerdo.

- Solo veo un pequeño problema – dijo Fernando. - Estamos contando con la participación de terceras personas, que a lo mejor no están de acuerdo…

Pensé y enseguida se me ocurrió una posibilidad. ¿Por qué seré tan morbosa? Me encanta serlo y tener ideas…

- ¿Y si mientras tú o yo estamos haciéndolo el otro está escondido, sin que puedan vernos?

Fernando me miró:

- ¡Pero qué golfa eres…! ¡Te quiero!

Nos abrazamos. Fue un abrazo nuevo, no en el aspecto físico, aunque sí en el emocional.

- ¿Te has dado cuenta de que cuando empezamos a hablar los dos habíamos dicho que no repetiríamos? ¿Que bastaría con esta charla para que esas “apariciones” se fueran al carajo? Y ahora, después del polvo y la charla, ya estamos planeando guarradas con ellos…

- Han estado aquí, dando vueltas a nuestro alrededor, durante toda la conversación y mientras follábamos, ¿no te parece? - dijo Fernando.

- Sí. Han estado hasta en nuestras palabras.

La única posibilidad, pensé, de que nuestra situación se normalizara era llevar a cabo esa fantasía, o ese juego. Que Fernando viera cómo Sergio me metía la polla hasta hacerme gritar y yo viera cómo Irene se follaba a Fernando, a ver si era verdad que era tan guarra como decía. Estaba segura de ello. Fernando no miente.

- Estoy cansada – dije. - ¿Nos acostamos?

- Vamos.

Avanzamos por el pasillo con Fernando cogido a mis caderas y su polla entre mis nalgas, despacio, entre risas y besos rápidos.

Nos tumbamos como siempre; él abrazándome y yo con la cabeza en su pecho.

- ¿Qué piensas? - pregunté.

- Sorprendido. Que estoy sorprendido. Del modo en que ha empezado la tarde con el vendedor de seguros y todo lo que ha sucedido después. ¿Estás segura?

- Sí. ¿Y tú?

- También.

Reí. “¿De qué te ríes?”, preguntó Fernando. “Pensaba en cuál de los dos sería el primero, y he decidido que quiero ser yo.” Y volví a reír.

- Y yo escondido detrás de la cortina…

- O debajo de la cama…

- O en la puerta del dormitorio a oscuras…

- Ya sabes que no me gusta follar a oscuras…

- A oscuras el pasillo, tonta…

Le di muchos besos en el pecho. Me besó la frente. Apagó la luz y me dormí como un bebé en cuestión de segundos.