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Llevamos a cabo el plan (I)

en Confesiones

MARTES

 

ÉL

 

Nos despertamos a la vez; jugamos un poco en la cama y, mientras ella se metía en la ducha yo preparaba el café. Apareció ya vestida en la cocina. Desayunamos juntos; yo todavía estaba desnudo.

- Veo que te has arreglado para empezar el ataque – dije sonriendo.

- Bueno, ya veremos lo que se me ocurre. La verdad es que ayer estuve muy borde con Sergio; pero después de todo lo que pasó después…

Pasé por delante de ella para ir al baño, a ducharme y afeitarme. Estiró la mano, me cogió la polla, me besó el vientre y el pecho y, cuando ya estaba empalmado, me dejó marchar.

El ritual de todos los días. Unos magreos por el pasillo y el ascensor y cada uno a su trabajo. El hecho de que fuera ella la que se hubiese adjudicado el primer momento de sexo extraconyugal conmigo presente me resultaba más morboso que al contrario. No me había dado ninguna pista sobre su estrategia, y eso me excitaba más. La sorpresa…

Mientras viajaba en el metro, pensaba en la velada del día anterior. Me sorprendí una vez más de la “politesse” (palabra que le dedico a un lector) y la velocidad y naturalidad con que se habían desarrollado los acontecimientos. Ahora, Irene ya no se me representaba como una mujer deseable con quien había pasado unas horas inolvidables y que aparecía en mi mente en los momentos más insospechados y en secreto, sino como alguien de quien había hablado a mi mujer con una desinhibición absoluta. Le había dicho que me había corrido varias veces con la imagen de Irene en mi mente. Del mismo modo que mi mujer me habló de Sergio en los mismos términos… Así, hasta llegar al juego que nos habíamos propuesto llevar a cabo.

¡Qué diferente me sentía con respecto a la víspera cuando entré en el edificio de la empresa y me dirigí a los ascensores! Ya no quedaba nada de la perturbación de la mañana anterior, cuando coincidí con Irene y Esther. Incluso me arrepentía de haber hecho desaparecer en los solares del ciberespacio la fotografía que me había enviado a mi correo electrónico.

Mientras saludaba y me dirigía al despacho y encendía el ordenador y me quitaba la americana, mi cabeza daba vueltas en torno a lo que estaría maquinando mi mujer en esos momentos… Cómo abordaría la situación y trataría de atraer a Sergio de nuevo… Algo que se me antojaba nada complicado. ¿Le diría que la víspera había pensado en él mientras se corría con mi polla dentro de ella igual que le había confesado Sergio algo parecido la víspera? Sonreía yo solo imaginando la escena.

La imaginaba a ella, sentada en la mesa de su despacho, esperando que llegara Sergio, porque le había llamado por la línea interior. Pensaba en la cara de Sergio – a quien no conocía de nada – cuando la viera de tal guisa. Con su falda estrecha y sus medias con costura trasera y su blusa negra siempre con un botón desabrochado de más. Y su gargantilla de perlas. Y los zapatos que se había puesto… Me empalmé en mi ensimismamiento. ¿Quién no?

La imaginé diciéndole que se sentara en el sillón, de modo que quedara por encima de él y pudiera ofrecerle alguna vista. Vistas que, por otra parte, ya conocía bien el cabrito de Sergio…

 

ELLA

 

Me propuse no pensar en Sergio mientras iba al volante. Solo en Fernando. Pero, claro, resultó inútil, porque ambos estaban asociados desde la noche anterior. No me arrepentí de haberme propuesto como la primera en jugar, pero no acababa de verlo del todo. Es decir, lo veía; por supuesto que lo veía, pero no veía el antes. Veía el durante, incluso a Fernando espiando, pero me costaba adoptar ante Sergio un papel tan diametralmente opuesto al que había exhibido la víspera. En cambio, me sentía segura de mí misma, y mi atuendo ayudaría, sin duda.

Aparqué y subí al bufete. Saludos a las puertas abiertas hasta llegar a mi despacho. Antonio y Lourdes tenían juicio, y yo no tenía ninguna visita programada, así que podía disponer de tiempo. Encendí el ordenador.

Pensé. En cierto modo, la víspera había humillado a Sergio con mi acritud; y eso no les gusta a los hombres, por muy jóvenes que sean y muy colados que estén por una. Por otra parte, ¿cómo justificar mi cambio de actitud, mi repentina disposición a disfrutar de otra tarde o noche de sexo entre los dos? ¿Y si Sergio era un hombre de palabra – y sin duda lo era – y no aceptaba mi propuesta porque estaba zanjado el asunto? No. No podía dudar, no podía perder la seguridad en mí misma.

Decidí contarle que había hablado con mi marido y que Fernando había consentido a que me diera otro buen revolcón con el joven del bufete. Tal cual.

Le llamé por la línea interna; me dijo que vendría en cuanto terminara un escrito que estaba redactando. Esperé. Tardó tanto en venir que llegué a sospechar si no estaba resentido conmigo. Al cabo de casi una hora escuché unos nudillos en la puerta abierta.

- Pasa, Sergio – le recibí con la mejor de mis sonrisas.

Le dije que se sentara. Su actitud era absolutamente anodina, es decir, esperaba que le hablara de algún asunto laboral, sin duda. Me levanté y rodeé la mesa y me apoyé en el borde, frente a él.

- Escucha, Sergio, creo que ayer fui bastante borde contigo. Le he dado bastantes vueltas al asunto y me gustaría que aceptaras mis disculpas. No pretendía ofenderte.

Sergio me miraba y, a medida que iba pronunciando mis palabras, su rostro se relajaba hasta esbozar casi una sonrisa de alivio.

- Estaba tensa, nerviosa…, no lo sé… Y me salió la jefa que llevo dentro.

- No pasa nada, de verdad.

Con la idea de zanjar el asunto y recuperar la buena relación, le dije que fuéramos a tomar un cortado a la cafetería de abajo. Total, era un día tranquilo…

Me levanté al tiempo que él y salí delante. Quería que se fijara en mi falda y la costura de las medias. Es muy raro el hombre que no disfruta de esa vista. Entró en su despacho, salió con la americana en la mano y se la puso en el pasillo mientras decíamos a los compañeros que íbamos a tomar café. Me pareció notar una sonrisa en los labios de mi compañera. Me daba exactamente igual.

En el ascensor estábamos uno al lado del otro; la tensión sexual que sentía yo seguro que también la respiraba Sergio. Salimos en silencio, otra vez cediéndome el paso. Entramos en la cafetería y nos sentamos a una mesa, junto a un gran ventanal que daba a la calle. La gente pasaba con prisas, muy abrigada, cargada con compras navideñas.

- ¿Has vuelto a quedar con tu amiga del domingo? - le pregunté de repente.

- No.

- ¿Vais a salir juntos?

- No creo…

Sus ojos parecieron expresar algo parecido a “ya tengo bastantes líos como para formalizar una relación”. Entonces, removiendo la cucharilla, decidí mostrar mis cartas:

- Sergio, olvida todo lo que te dije ayer, ¿vale? Y no me refiero a la forma de decírtelo, sino a que no volvería a ocurrir lo del sábado.

Noté su nerviosismo. Incluso sentí que dudaba en regresar al tuteo. También manifestaba extrañeza… Creo que su cabeza empezó a centrifugar toda clase de ideas, y todas ellas contradictorias. Ante su silencio, le facilité la tarea.

- ¿Sabes? Ayer por la tarde mi marido y yo estuvimos hablando largo y tendido… Antes, durante y después de follar. Le conté lo del sábado entre tú y yo y también que habías pensado en mí cuando te corrías dentro de tu amiga, nuestra compañera.

No consigo dar con una palabra que definiera la expresión de su rostro. ¿Alivio? ¿Alegría? ¿Excitación?

Continué: “Le confesé que mientras me corría con él, sentía que eras tú quien me follaba”.

Resultó demasiado. Se removía en la silla, sin duda para acomodarse la polla. Por fin, abrió la boca:

- Entonces…, ¿quieres decir que a tu marido le parece bien que tú y yo repitamos?

- Exacto. Me quiere; sabe que te deseo y no le importa que folle contigo más veces…

- ¿Me estás proponiendo un trío?

- No. Fue una posibilidad que barajamos – mentí – pero decidimos que esto era algo entre tú y yo.

Podía notar su erección solo con mirar el movimiento de su culo en el asiento. Estábamos en la cafetería que visitábamos varias veces al día, así que no era el momento de rozarle una pierna ni nada parecido.

- Me he puesto calentísimo. No me esperaba esto después de lo de ayer.

- Ya ves. Los matrimonios a veces hacemos cosas raras…

Reímos los dos. Sabía que me iba a proponer que fuéramos otra vez a su casa, pero eso desbarataba todos los planes, así que me adelanté.

- Fernando no cenará mañana en casa. Llegará tarde. Quiero que vengas y que follemos como locos.

Dijo que sí con la cabeza y con la boca, todo a la vez. Era un encanto. Añadí algo a lo que había planeado con Fernando. Vendría a mi casa como si yo fuera una puta. Una puta cara, de lujo. Una puta para tipos selectos, que dicen los cursis.

- ¿Sabes qué me apetece de verdad? - le pregunté sin esperar respuesta. - Quiero que vengas a mi casa como cliente habitual de una puta. Pero esa puta no estará por el motivo que sea y estaré yo en su lugar…

- Joder, cómo me pones… Y eso que nunca he ido de putas…

- A mí también me pone muy cachonda. Jugaremos un rato. Si quieres, puedes hacer fotocopias de un billete de doscientos euros y me pagas con eso.

- ¡Qué jodidamente morbosa eres!

 

ÉL

 

Cuando volví de la oficina, ya estaba en casa, como casi siempre. Me contó que todo había ido según lo esperado, y que le había propuesto la idea de que era una puta que recibía en su domicilio. Mientras me lo contaba estábamos en el sofá, con ella echada y su cabeza sobre mis muslos. Le acariciaba la cara y el pelo.

- ¿Sabes lo que me ha dicho cuando se le pasó la sorpresa y volvió a ser el del sábado? - me preguntó.

- Dímelo.

- ¡Qué jodidamente morbosa eres…!

- Ya te va conociendo...

Había que planificarlo todo bien, empezando por mi situación dentro de la casa. Yom en teoría, no estaba…

- Le he dicho que llegue sobre las nueve; que tú cenas fuera y cuando lo haces regresas tarde, así que tenemos tiempo para una buena sesión – dijo.

Mi día en la oficina no había tenido ninguna particularidad. Ni siquiera me había encontrado con Irene ni había recibido ningún mensaje suyo. Así que nos centramos en la cena del día siguiente.

Al adoptar el papel de mirón escondido, teníamos que estudiar detenidamente los espacios donde iban a hacer todas las guarradas que les apetecieran, así que hablamos de ello.

- Estoy segura de que en cuanto le abra la puerta va a echarse encima de mí – dijo. - Y todavía más si le recibo con la lencería que tengo prevista… Aunque en principio no me conocerá, seré una puta nueva para él...

- Entonces, el primero en el sofá, ¿no? - propuse – En el sofá en que estamos ahora…

Estuvimos estudiando todos los posibles escondrijos donde pudiera ocultarme mientras follaban y, al fin, decidimos que estaría sentado detrás de un mueble que sirve de separador entre la mesa del comedor y los sofás, para entendernos. Además, me ofrecía la posibilidad de moverme a su alrededor en el caso de que cambiaran de posturas o de espacios.

Mientras hablábamos mi mano le había desabrochado la blusa y acariciaba sus tetas y su vientre.

- Yo dirigiré todos nuestros movimientos, no hay peligro de que te vea. Siempre lo tendrás de espaldas a ti. Incluso puedo jugar a vendarle los ojos mientras le como la polla y así puedes salir del escondite y vernos más cómodamente.

Me estaba poniendo cachondo a marchas forzadas, y mi mano se había colado por dentro de su falda. Se incorporó un poco y se echó otra vez, ahora con la cabeza en el reposabrazos del sofá. Alcancé sus bragas y empujé con dos dedos hasta que entraron en su coño.

- Luego – dijo – si es verdad que follamos en el sofá, iremos a ducharnos… Tomaremos una copa e iremos al dormitorio. Allí te pones detrás del sillón junto a las cortinas y a disfrutar… En todo momento llevaré la iniciativa.

Seguí masturbándola, ahora con mi mano por dentro de sus bragas. Jugaba con su vello, sus labios, su clítoris… Ya estaba muy húmeda.

- ¿Te apetece que sea mala? - me preguntó con un gemido.

- Te adoro cuando eres mala.

Se levantó y trajo el portátil al sofá. Lo abrió, entró en su correo electrónico y le envió a Sergio el siguiente texto:

“Querido Sergio, quiero que sepas que cuento las horas que faltan para tenerte aquí, en el sofá donde estoy desnuda. Dentro de nada follaré con mi marido y pensaré en tu verga y en tu leche inundando mis entrañas… Fernando me ha dicho que cuando me corra diga tu nombre, y solo de pensar en eso me mojo como bien sabes que hago. Voy a ser tu puta; una puta entregada y profesional.

Deseo tu cuerpo, Sergio”.

Y lo envió.

Mientras tecleaba, mi polla estaba dentro de ella, sentada de espaldas a mí. No estábamos follando propiamente, pero estaba en su interior, los dos sin movernos.

Le magreaba las tetas y, cuando empezó a subir y bajar despacio, llegó un mensaje a su bandeja de entrada. Era la respuesta de Sergio, y llevaba un archivo adjunto. Los dos notamos un grado mayor de excitación. Sin dejar de moverse y con mis dedos acariciando su clítoris, lo abrió.

“Mira lo que consigues cuando me escribes un correo como el que me has enviado”. Ese era el texto. Estábamos follando ya con mayor movimiento y le costó un poco acertar a abrir el archivo.

Era una foto ante el espejo del cuarto de baño. Se había colocado de perfil para que se viera mejor su erección. Tenía la polla muy tiesa, ligeramente doblada hacia arriba. Además, se veía su vientre liso y la curva de su culo. No se la sujetaba.

- ¿Qué te parece? - me dijo sin dejar de moverse ni de mirar la foto.

- Una buena polla. Y joven…

Fue un polvo especial; en realidad todos tienen algo que los distingue; pero este en concreto lo fue más. Nos corrimos casi a la vez mirando la foto, como hipnotizados. A mí me excitaba que esa verga hubiese estado dentro de ella, como lo estaba ahora la mía, y que volviera a estarlo mañana. La animé más si cabe:

- Di su nombre mientras te corres sin dejar de mirarle la polla…

- Joder… - le había dado en la tecla – qué cachonda estoy. Voy a correrme, Sergio, voy a correrme con la polla de mi marido dentro de mí mirando tu rabo. Sergio, ¡qué gusto me das, cabrón!

Se corrió mucho, igual que yo. Nos quedamos un momento quietos, clavado por entero en ella, que solo movía apenas los músculos de su coño. Cuando empezó a salir de su interior esa deliciosa mezcla de semen y flujo, se levantó poco a poco hasta quedarse de pie frente a mí para que viera cómo se deslizaba por sus muslos. Acerqué mi cabeza y se lo limpié todo con la lengua, igual que hizo ella poco después con mi polla.

Me maldije por haber borrado la foto que me envió Irene.

- ¿Nada de celos, mi amor? - me preguntó abrazada a mí.

- Nada. Te quiero.

Nos besamos y compartimos el sabor de nuestro orgasmo.

 

MIÉRCOLES

 

ELLA

 

El miércoles discurrió como cualquier otro día, solo que tenía que estar toda la mañana en los juzgados. Tal vez eso impidió que pensara demasiado en el encuentro de esa noche.

Por la tarde, llamé a Sergio al despacho. Muy formal pero con la lujuria clavada en su mirada, le dije:

- A las nueve en punto. Me gustó tu foto, pero ya sabes que prefiero el tacto a la vista… Aquí tienes mi dirección – y le di un papel doblado – y no lo olvides, vienes a ver a una puta y te recibo yo, una desconocida. Ah, y una cosa más, ni se te ocurra correrte haciéndote una paja o follando con nadie. Te quiero hambriento.

Me marché a las seis. Llegué a casa, comprobé que hubiera bebidas y empecé a arreglarme. Cuando salía de la ducha llegó Fernando. Nos abrazamos y nos dimos el lote unos minutos, pero por nada del mundo quería que se corriera antes del espectáculo que habíamos preparado. Él tampoco quería. A veces creo que somos demasiado disciplinados…

La calefacción estaba a una temperatura ideal para poder movernos en pelotas por toda la casa.

- ¿Eliges tú mi atuendo de puta o lo hago yo? Recuerda que eres el que va a mirar… - le pregunté.

Pareció pensárselo, pero me dejó que decidiera yo.

- Tú eres la que sabe cómo gustar de verdad. Aunque lo recibieras desnuda…

- No, desnuda nunca.

Abrí el armario y los cajones donde guardaba la lencería y la ropa íntima. Empecé a rebuscar. Fernando me miraba sentado en la cama, desnudándose. Sabía que el conjunto con que recibí al “vendedor de seguros” resultaría todo un éxito, pero no me apetecía repetir. Recordé el body que llevaba la noche del sábado y también deseché la idea. Me di la vuelta y vi a Fernando completamente desnudo acariciándose la polla mientras me veía agachada buscando en los cajones. No me pude resistir.

- Métemela un poquito. Un minuto, ¿vale?

Se puso detrás de mí y entró despacio hasta el fondo. Moví el culo en círculos mientras él se salía hasta la punta y la volvía a meter.

- ¡Ya! - exclamé muy a mi pesar.

Se separó de mí y me di la vuelta. Los dos frente a frente con su polla rozando mis caderas… Joder, qué ardores… Disciplina.

Las zapatillas con pompón las tenía decididas. Eran como unas sandalias, sin talones, tan sólo la tira que las sujetaba al pie con el pompón y un poquito de tacón.

Me decidí por un camisón negro de tirantes que me llegaba por encima de la rodilla y tenía un pequeño corte lateral. Las costuras y el fruncido del escote subían mis tetas y las ocultaban con un forro. El resto era casi transparente. Recordé cuando me lo regaló Fernando y cuánto me costó sacarle las manchas de leche después de estrenarlo. El tacto era el del satén y me encantaba sentirlo en mi piel cuando me acariciaba por encima.

Me puse unos culottes negros de encaje casi transparentes que dejaban entrever mi vello púbico y unas medias transparentes con costura trasera. Me quité los culottes y dejé mi coño desnudo. Cogí un liguero amplio, casi una faja, y enganché las medias, algo caídas, de forma que se vieran bajo el camisón. Me gusté más así. Y Fernando me dijo que estaba para comerme.

- Voy a pasarme empalmado horas, nena – me dijo.

- Ya lo disfrutarás…

Me perfumé apenas, me recogí el pelo para que el cuello me quedara al descubierto y me puse un collar de perlas muy corto con pendientes a juego. Me miré otra vez en el espejo de cuerpo entero.

- Estás putísima – me dije.

 

ÉL

 

Mi papel de mirón me mantenía en un estado de excitación permanente. Iba a presenciar algo que desde que lo planeamos me provocaba un morbo insólito. Sonó el telefonillo del patio y abrió. Me escondí cuando sonó el timbre de la puerta. Escuché los pasos de mi mujer y el ruido de la cerradura al abrirse.

- Hola guapo, pasa…

- No sé si me he equivocado…

Vaya con Sergio, también le gustaba ser actor.

- No, cariño. Lo que ocurre es que mi compañera ha tenido problemas familiares y me ha dicho que la sustituyera, que eras un bombón.

La puerta se cerró. Mi mujer añadió:

- Aunque si no te gusto…

Pude imaginar la cara de Sergio al repasarla de arriba a abajo.

- Al contrario…, perdona, ¿te llamas…?

- Claudia, cariño. Acompáñame al sofá. Tu amiguita me ha hablado de tus gustos… Espero no decepcionarte. Deja el dinero en el aparador...

Se sentaron en el sofá de modo que Sergio me daba la espalda.

- Me ha dicho que sueles estar entre cuatro o cinco horas. Sin límite de polvos…

- Eso es – respondió Sergio.

- Mejor que no te gusten las prisas…

Se levantó y puso música. Sinatra, faltaría más.

- ¿Por qué no te quitas la chaqueta?

Se sentó a su lado. Sergio le besaba el cuello mientras ella le acariciaba la espalda. Empezó a desabotonarle la camisa, besando cada centímetro de pecho que quedaba al descubierto. Ya sin camisa, se fundieron en un morreo que hasta llegué a escuchar. Me vi a mí mismo, como si fuera otro, acuclillado detrás del mueble, a veces sentado en los talones, completamente desnudo y con la polla como una piedra. “No puedes tocarte...”, me repetía.

“Claudia”, le tomó de la mano para que se pusiera de pie. Sentada en el sofá, le besaba el vientre mientras le desabrochaba el cinturón y la bragueta. Los pantalones cayeron al suelo y pude ver las manos de Claudia agarrada al culo de Sergio. Se separó un poco de él y le dijo:

- Vaya, mi amiga no exageraba…

Empezó a mordisquearle la verga por encima del slip, con las manos de Sergio en su cabeza.

- Espera – dijo Sergio. Se quitó los pantalones, los calcetines y los zapatos y la ayudó a levantarse. - Vamos a bailar un poco así, vamos a restregarnos…

Lo hicieron. No bailaban, solo eran un continuo movimiento de pelvis y de muslos, de manos y de lenguas enroscadas.

- ¡Cómo me gusta sentir tu verga así de dura, cariño!

Las manos de los dos estaban en el culo del otro y las mías tenía que cortármelas para no tocarme el nabo.

Claudia se separó un poco y puso a Sergio de modo que no pudiera verme a no ser que se diera la vuelta de repente. Con un muslo entre sus piernas le apretaba los huevos, y con una mano le magreaba el pollón, todavía dentro del slip. Se escuchaban sus soplidos. Una mano se deslizó entre los muslos de ella, por detrás, y se esforzaba por llegar a su coño. Claudia, mi mujercita, estaba ya muy perra.

- Vamos a sacar esa polla de su cárcel.

Estiró los slips desde atrás y vi la verga de Sergio saltar como un muelle gigante. Se le quedó hacia arriba. Claudia le acariciaba las pelotas mirándole la polla con arrobo.

- Ven, cariño…

Lo sentó en el sofá con la espalda apoyada en el brazo que estaba de mi lado. Se arrodilló entre sus piernas. Me miró y se pasó la lengua por los labios. Le dio un beso en el capullo y empezó a metérsela en la boca, poco a poco.

- Pajéate mientras me la comes, zorra – dijo Sergio.

Claudia metió una mano entre sus muslos, le miró y dijo:

- ¿Me ves bien?

Sergio dijo: “así, así me gusta, guarra”.

Claudia siguió con la mamada. De vez en cuando sacaba su mano de la entrepierna y le daba a lamer sus dedos a Sergio.

- Eres tan buena o mejor que tu amiga – dijo. Y siguió resoplando.

Claudia se estaba haciendo un dedo colosal. La idea de que la estuviera viendo seguro que la ponía a cien. Se sacó un segundo la boca de la polla y dijo:

- Me voy a correr, ¿quieres verlo?

- ¡Sí!

Se separó un poco y sentada en el suelo con las piernas muy abiertas mirando a Sergio, se corrió como una perra. Sus muslos y su vientre en tensión, sus jadeos y sus gritos cuando le llegó eran de lo mejor que se podía ver en este mundo. Se recompuso y dijo:

- Ahora te toca a ti. Quiero tu leche en mi boca. Toda. Se la mamaba con una mano apretándole el perineo, y al poco Sergio empezó a gruñir y a mover las caderas hacia adelante, sin control.

- Me voy a correr, golfa; toma mi leche, guarra.

Lanzó un profundo gemido y me pareció sentir esa corrida en la garganta de mi mujer, por el movimiento brusco de su cabeza y la forma en que se movían los músculos de su cuello al tragar. Se la tragó toda. Cuando se la sacó de la boca, la verga de Sergio seguía tan dura como antes. Le lamió el capullo. Se sentó a su lado, con la cabeza apoyada en su pecho.

- ¿Bien? - preguntó.

- Joder… Y lo que nos espera. Mira cómo sigo…

- Mi putero bonito, qué preciosidad de rabo tienes. Qué cantidad de leche me has hecho tragar.

Estuvieron en silencio unos minutos, acariciándose mutuamente.

- Quiero verte bien, Claudia – dijo. - Ponte de pie y enséñame lo buena que estás…

Mi mujer obedeció, se alejó un poco y se exhibió en todo su esplendor. Estaba elegante y guarra, como debe de ser. El camisón, las medias a medio caer, el liguero que le cubría las caderas, las zapatillas…, todo era un homenaje al buen gusto y a la lujuria. Se dio un par de vueltas, se dobló hacia adelante mostrándole primero las tetas y luego el coño y el culo… A mí también me lo mostraba todo.

 

ELLA

 

Nunca en toda mi vida me había sentido tan guarra como aquella noche. Aparte del placer físico, que fue salvaje, estaba el placer de mi mente al saber que Fernando nos observaba. Me hacía hervir el vientre y el coño. Estaba entregada a dos hombres a la vez; a uno con mi cuerpo, y al otro con mi mente. Y los dos disfrutaban a la vez de mí. Esa sensación me mantenía en un estado de calentura permanente, sin descanso.

Después de tragarme su corrida, qué violencia tenía cada chorro que soltaba, descansamos un ratito. Nos tomamos una copa. En ningún momento dejé de ser la puta que había contratado para varias horas. Sergio se comportaba como el sábado anterior, pero un punto más cerdo; interpretando su papel de putero a la perfección. Cuando perdía de vista a Fernando, lo imaginaba con la polla como un martillo, sin tocarse, reservando para mí toda la leche que iba acumulando en sus pelotas. Y eso me ponía todavía más.

- Quiero follarte de pie, contra la pared – dijo Sergio.

- Y yo quiero que me folles sin parar, de la manera que quieras.

Estiró la mano para meterme un dedo en el coño.

- Sigues empapada, golfa, cómo me pones.

Le agarré la polla y le dije, “¿y tú?” Subía y bajaba mi mano despacio, apretando fuerte. Luego me escupí en lo dedos y le acaricié el frenillo. Las venas se le marcaban como cañerías.

- Estoy muy cerda, nene – le dije.

Me incorporé y me abrí de piernas delante de su cara.

- ¿Me lo comes un poco antes de metérmela?

No estaba demasiado cómoda, pero sé que le ofrecía un panorama magnífico a Fernando. Solo esa idea, aunque Sergio no me hubiera comido el coño, me habría provocado un orgasmo. Sergio me agarró del culo y empezó a lamerme. Cuando se dio cuenta de que estaba a punto de otra corrida se centró en mi clítoris, que succionaba como hace un bebé con su chupete.

- ¡Mira cómo me corro, cariño! - grité.

Era un grito dirigido a los dos, pero más a Fernando, cuya cabeza vi asomarse y detenerse en la contemplación de la escena.

- ¡Méteme un dedo en el culo! - aullé.

Cuando lo hizo, solté un pequeño chorro de flujo, el suficiente para llenar la cara de Sergio con mi corrida. Jadeé. Recuperé la respiración y dije:

- Deja que te limpie.

Y le pasé la lengua por toda su cara, hasta no dejar ni rastro. Estaba tan salvaje, tan cerda, que me puse de pie y me apoyé en el mueble donde al otro lado estaba Fernando. Me abrí de piernas y dije:

- ¿No me querías follar así?

Sergio se levantó, me puso el rabo entre los muslos, lo cogí y me froté el tronco en mis labios. Dejé el capullo a la entrada y le grité:

- ¡A ver cómo folla un macho de verdad!

Mi frase le volvió loco porque me embistió con una fuerza desmedida. Temí por la estabilidad del mueble. Y por la integridad física de mi marido. Me daba unos pollazos que sentía hasta en la boca del estómago. Los golpes de sus huevos a cada acometida. La fuerza de sus manos agarradas a mis caderas.

- Me vas a partir en dos, cabrón.

- ¿No quería macho, golfa? Pues toma macho.

Se escuchaba el sonido de mi coño cada vez que entraba y salía su nabo. Moví el culo en círculos y cerré las piernas. Me sentí tan llena de hombre que volví a correrme sin siquiera notar cómo me venía. Sergio seguía, sin parar; la sacaba hasta casi la punta y la clavaba hasta el fondo. No sé cuanto rato estuvimos así, pero yo no paraba de disfrutar con tanta carne dura en mi interior.

- ¿La quieres dentro? - jadeó.

- Te lo pido por favor. Lléname de leche.

Siguió embistiendo hasta que en una de ellas, se quedó quieto en lo más hondo de mí. Sentí su leche saliendo otra vez a borbotones. Sus manos apretando mi cuerpo contra el suyo para estar bien clavado a mí.

- Joder, cómo me corro, guarra. Toma más leche, cerda…

Se apoyó en mi espalda. Sudaba. Mis piernas temblaban. Pensé en que a dos palmos estaba mi marido. ¿Habría sido capaz de no tocarse la polla oyendo ese polvazo?

Sergio se salió de mí y los dos nos sentamos en el suelo, con la espalda apoyada en el mueble. Nos costaba recuperar el resuello. De mi coño no paraba de salir el semen de Sergio, que me dediqué a restregarme por las tetas, mirándonos los dos.

- Eres un puto semental – le dije.

- Y tú la mejor de las putas.

Estuvimos un rato con los piropos.

Sergio miró la hora en un reloj de pared que había frente a nosotros. Fue la única vez que se salió del papel.

- Son casi las doce. ¿Tenemos tiempo?

- Por lo menos una hora. ¿Nos duchamos?

Nos levantamos y fuimos al cuarto de baño. Cerré la puerta para que Fernando pudiera llegar hasta la habitación sin problemas. Nos enjabonamos el uno al otro, con esmero, entre besos.

Nos secamos el uno al otro y, desnudos, le dije:

- El último en la cama; le voy a quitar a mi amiga a su cliente…

Nos tumbamos, de espaldas, mirando al techo.

Dejé encendida la luz de las mesillas de noche. Por primera vez desde que había entrado por la puerta, Sergio no estaba empalmado del todo. Estaba morcillón, una disposición de la polla que me encanta. Se la volví a poner dura solo con palabras:

- Mira que me he follado tíos, chaval, pero como tú… Esos pollazos, esa comida, tal cantidad de leche…

Ya estaba duro otra vez.

 

ÉL

 

Cualquier persona “normal” que imagine la situación que viví la noche del miércoles puede considerarme un majara. No me refiero al hecho de actuar de mirón mientras mi mujer disfruta de sexo del bueno con un tipo veinte años más joven. Me refiero a ir de un sitio a otro, a hurtadillas, en pelotas y empalmado, buscando un lugar donde presenciar el siguiente acto.

Tengo que reconocer que mientras Sergio embestía por detrás a Claudia, mi señora esposa, sintiéndolos tan cerca, incluso oliendo la sexualidad que desprendían sus cuerpos, estuve a punto de correrme sin siquiera haberme tocado la polla. Estaba tan encendido como ellos. Si me hubiese rozado apenas un segundo el frenillo, estoy seguro de que habría soltado un montón de leche. Afortunadamente, no ocurrió.

Cuando escuché cómo se cerraba la puerta del cuarto de baño, salí corriendo pasillo arriba, tan arriba como estaba mi polla y me coloqué detrás del sillón que había justo delante de las cortinas. Me sentía casi tan cansado como estarían ellos, y me senté en el suelo a la espera de nuevas señales.

Olían a gel de baño y a frescura, tan diferente al olor a sexo que desprendían minutos antes y que mi olfato aún retenía. Claudia le piropeaba, pero como no podía asomarme, me conformaba con sus palabras.

- Antes me has querido follar de pie; ahora quiero que me hagas un misionero del que no me olvide.

Era lista. Sergio sobre ella, de espaldas a mí, me permitiría observarlos con todo detalle. Y así fue.

- Espera un momento; me gusta que me veas desnuda. Dame esa almohada que me la ponga debajo del culo. Gracias. Mira como te abro las piernas, putero de mierda, mira como te abro el coño con mis manos para que desees volver a estar dentro de él.

- Móntame como a una yegua en celo, cabrón.

Escuché el sonido de las sábanas y del colchón. Sergio iba a actuar enseguida. Me moría por asomar la nariz desde detrás del sillón.

- Deja que te coja el rabo y me pajee un poco con él, ¿quieres?

Sergio no dijo nada; Claudia, en cambio, dijo:

- Así, tu capullo en mi clítoris, como si fueras mi consolador…

Pensé que había llegado el momento de asomarme. Podía ver perfectamente cómo la mano de mi mujer cogía la verga de Sergio y se la frotaba por todo el coño. Sergio se mantenía con las manos apoyadas en la cama sujetando su peso con los brazos. Tenía unos huevos grandes, desde donde nacía el tronco de su verga. Claudia apartó la mano y dejó que dos centímetros de polla entraran en su coño.

- Fóllame.

Sergio volvió a clavársela de golpe, hasta las pelotas. Lo veía como quien está en el teatro. El almohadón debajo del culo de mi mujer facilitaba que la penetración fuera más profunda, más salvaje.

- Así, quiero sentirte en mis entrañas.

Claudia movía a su vez el culo. Empezaron a follar en serio; sobre todo cuando Sergio colocó los tobillos de mi mujer en sus hombros.

- ¡Cómo te siento, tío! ¡Cómo noto tu pollón!

- Y yo tu coño. Tienes un coño espectacular; a pesar de todas las vergas que te habrás metido aún es estrecho. ¡Qué gusto me das, cerda!

Vi la mano de Claudia colarse entre los dos y coger los huevos de Sergio. Apretarlos, los cojones y el perineo. Parecía un juguete sexual en poder de un animal. Las embestidas acabaron por dar con la cabeza de Claudia en el cabecero de la cama; poco después vi cómo su cabeza desparecía del otro lado, colgando a fuerza de embestidas.

- Así, mantén este ritmo, nene – dijo.

Sergio era un amante obediente y le gustaba dar placer. Mantuvo el ritmo y Claudia volvió a estallar en otro orgasmo. Dada su posición, solo podía mover el culo y las manos, pero, ¡cómo lo hacía! Me encontraba otra vez a punto de venirme sin tocarme nada, ni siquiera los pezones.

- Deja que baje las piernas – dijo.

Se situó como al principio, con las rodillas flexionadas y las piernas muy abiertas. Miró a Sergio y le dijo:

- Mira qué maravilla – señalando con la barbilla hacia abajo. - Mira como entra y sale tu verga de mi coño. Mira cómo brilla con mis flujos…

- ¡Eres muy grande, puta! ¡Me vas a vaciar otra vez!

En esa postura Claudia se movía mejor, y el resultado no se hizo esperar mucho más.

- Deja dentro solo el capullo y deja que me mueva. Mira qué delicia…

Por lo que podía ver era, en efecto, una delicia. Y Sergio opinaba como yo, sin duda. Claudia se movía en círculos, tensando los músculos de su coño.

- ¿Dónde quieres correrte ahora?

- Dentro, guarra. Quiero que notes otra vez mi leche caliente.

Perdió el control del juego y se dedicó a follársela. Duro; entre gruñidos. Cuando notó que le venía, mi mujer le rodeó la cintura con las piernas.

- Así, fóllame así. Joder, voy a correrme otra vez, cabrón.

Juraría que se corrieron juntos, porque se produjo una especie de terremoto sobre la cama aderezado con gritos y procacidades que parecía no tener fin.

Hasta que Sergio se dejó caer sobre el pecho de ella con la cabeza aplastada contra las sábanas. Me pareció ver los ojos de Claudia fijos en los míos.

Descansaron. Se dieron otra ducha y salieron desnudos hacia el salón, donde yo ya esperaba en el sitio de antes.

Acaramelados, entre besos, Sergió se vistió. Mi mujer le acompañó a la puerta. Se dieron un largo morreo.

- Cuenta el dinero – dijo Sergio.

- Me fío de ti.

Salió y Claudia esperó con la puerta entornada a que se metiera en el ascensor. Cerró y se quedó de pie, allí, con la espalda apoyada en la puerta.

Cuando aparecí, se quedó mirando mi polla. Sonreía y tenía el brillo en los ojos de una hembra saciada.

Me acerqué a ella.

- No me he tocado; así que si me la rozas, lo suelto todo – dije.

Se agachó y pasó dos veces – solo dos – la lengua por el frenillo. Nunca, ni cuando era adolescente, había salido de mí tanta cantidad ni con tanta potencia. Fue un orgasmo larguísimo. Al acabar, la cara, el pelo y el cuello de mi mujer estaban llenos de leche…

Tanto tiempo de espera había valido la pena...