miprimita.com

Llevamos a cabo el plan (II)

en Confesiones

ELLA

Juro que nunca había visto correrse así a Fernando. No solo por la potencia de los varios chorros y la cantidad de leche que soltó, sino por cómo gruñía y se agitaba al eyacular y también la rapidez con que se vino. Me llenó el pelo, la cara, el cuello, las tetas…, toda yo estaba regada con el semen de Fernando.

Nos abrazamos y besamos y nos duchamos juntos. Me estuvo contando todo lo que vio y escuchó, los esfuerzos que tenía que hacer para no tocarse la polla y, sobre todo, para que no me quedara la menor duda, cuánto había disfrutado… Le pregunté un par de veces si había sentido el menor asomo de celos, y tanto su mirada como su sonrisa como sus palabras me dijeron que no.

- Lo he pasado muy bien; al verte tan perra sabiendo que te veía y al darme cuenta de que a veces me hablabas a mí, incluso me mirabas… Porque has disfrutado…

- Joder, ni te lo imaginas. Ha sido otra cosa porque sabía que estabas ahí, y es como si fueseis los dos quienes me lo hacíais. Mi cabeza disfrutaba tanto como mi coño…

Era sincera, como Fernando. Ahora la pelota estaba en su tejado; era él quien tenía que follarse a su compañera y yo quien adoptara el papel de mirona. Pensarlo me ponía cachonda. Mientras nos secábamos, jugué con su polla, que se puso dura bastante rápido. Tenía el coño bastante escocido, pero quería que Fernando disfrutara ahora con más calma. Le eché en la cama y le besé y lamí todo el cuerpo. Me encanta verlo empalmado mientras le beso el vientre o los muslos, por ejemplo. Mientras le acariciaba los huevos sentada en sus piernas y mirándole a los ojos y a la polla, le dije:

- Cariño, ahora te toca a ti. Estoy segura de que vas a ponerme tan guarra como te has puesto tú esta noche. Quiero ver esta polla como entra en un coño joven y cachondo. Quiero verte tan cerdo como me has visto tú, y quiero que cuando estés follándote a esa nena, dejar un charco en el suelo, como si meara en la calle.

Le estaba haciendo una paja con las manos lubricadas con leche corporal. Mi mano bajaba y subía despacio por su tronco y luego, con dos dedos, le acariciaba el frenillo. Mis palabras le ponían tan cachondo como mis manos.

- Voy a jugar a lo mismo que tú – me dijo. - Le diré que venga a casa como si fuera una puta que visita domicilios. Una puta a la que solo conoceré por la foto de internet – sin cara – que habré visto en una página de contactos.

- Sí, cariño – le dije – una puta que te dé todo el gusto que te mereces. Quiero ver desde cerca como entra y sale tu verga de su coño y como haces que se retuerza de gusto y que grite como una perra con esta polla dentro de ella.

Fernando cerró los ojos, algo que no solía hacer ni siquiera cuando se corría, y le pregunté lo obvio:

- Estás pensando en ella, ¿verdad? Estás recordando todo lo que hicisteis el sábado, ¿verdad, cochino?

Se tensó, le apreté los cojones sin dejar de rozar su frenillo y soltó su corrida. Menos intensa que la anterior, claro, pero una buena corrida. Extendí la leche por su vientre y luego se la lamí. Nos dimos un largo morreo y nos dormimos enseguida.

 

ÉL

Llegué a la oficina con una sensación nueva. Estaba de buen humor, y por mi cabeza no paraban de pasar ideas sobre mi cita con Irene. En el metro, por la calle, esperando el ascensor, así hasta que llegué a mi despacho, me quité la americana y encendí el ordenador. Sentado en el vagón de metro, recordé las palabras de Irene, “la próxima vez que vayas a hacerte una paja pensando en mí, me avisas...”

Y la avisé. Abrí el correo electrónico y me puse a pensar qué le escribiría. Empecé:

“Hola Irene,

Aunque no te haya dicho nada, quiero que sepas cuánto me puso la foto que me mandaste. Y no, no me he hecho ninguna paja pensando en ti. Todavía. Te propongo un juego: el viernes mi mujer ha quedado a cenar con unas amigas. Estaré solo en casa. ¿Qué tal si vienes?

Me pone mucho la idea de que follemos en mi casa: en el sofá, en la alfombra, contra la pared, en la ducha, por todas partes…

Pero no es este el juego. Quiero que vengas como si fueras una puta que he contratado por teléfono después de visitar una página en internet. Tú no sabrás quién soy y yo solo habré visto algunas fotos de tu cuerpo. ¿Qué te parece? Tendremos por lo menos tres horas para cerdear todo lo que nos apetezca.

Dime algo cuando puedas.

Tengo muchas ganas de ti, y no quiero hacerme una paja.

Un morreo largo y sucio,

F.”

Le di a “enviar” y me puse a trabajar. No había demasiada faena, así que me lo tomé con calma. Me concentré rápido en los papeles y dejé de pensar en Irene. No fue sencillo, porque al cabo de una hora recibí un correo suyo en la bandeja de entrada. Con archivo adjunto. Antes de abrirlo ya sentía cosquillas en los huevos. Lo abrí y leí:

“Hola nene:

No sabes lo perra que me ha puesto tu correo. Me he humedecido enseguida; ya sabes que el poder de la imaginación y la memoria es muy estimulante. Me parece perfecta tu proposición; no solo perfecta, sino deliciosamente guarra. Seré tu puta; iré a tu casa porque me has llamado solicitando los servicios de una puta con clase. Y me vestiré de forma que nadie pueda sospechar que soy una puta, aunque debajo…, ya sabes.

Después de leer tu correo, he ido a los lavabos. Y he hecho lo mismo que a veces haces tú, guarro. Y sí, me he corrido sin necesidad de tocarme demasiado. Mira la foto que te mando…

Hablamos luego, nene.”

Abrí el archivo. Joder. Las cosquillas se materializaron en una erección en toda regla. La fotografía se adueñó de la pantalla. Estaba tomada en un contrapicado que, dadas las circunstancias, no era nada malo. Se veían las piernas de Irene con las bragas más abajo de las rodillas, sentada en el borde de la taza del váter, los muslos separados y su coño casi abierto del todo con un dedo en el clítoris, como si pulsara el botón del “play”. Esa foto no la mandé a la basura del ciberespacio. La guardé en una carpeta. Tenía la polla muy dura. Busqué en la agenda de teléfonos de empleados de la empresa y llamé a Irene por la línea interna.

- ¿Sí…?

- Hola, buenos días, llamaba por el anuncio de internet.

- Sí, dígame.

- Me ha gustado una de las chicas que se llama Irene. La definen como “viciosa y con clase. Sin prisas. Multiorgásmica”.

- Sí, casualmente soy yo. ¿Para cuándo querría el servicio?

- Quiero que vengas a mi casa. Mañana a las nueve de la noche. Tres o cuatro horas.

- No hay problema. ¿Me dices tu domicilio?

- Antes me gustaría saber las tarifas.

- Bueno, tratándose de un primer servicio, te haré un precio especial: “quiero que cierres la puerta del despacho y te saques la polla. Cuando esté bien dura, quiero que te hagas una foto desde abajo; que se vean bien los huevos. Me gusta saber qué clase de polla me voy a follar”. ¿Te parece buen precio?

- Me pareces muy generosa con un primer cliente. Espera que cierre la puerta… Ya. Me gusta mucho hablar sucio cuando estoy con una mujer; así que me gustaría que me dijeras algo ahora para ayudarme a que mi polla se ponga tan dura como pides…

- A mí también me gusta cerdear con las palabras, guarro. ¿Sabes que acabo de atender en mi casa a un matrimonio? Primero hemos hecho un 69 ella y yo mientras él nos miraba meneándosela. Cuando la tenía bien dura me la ha metido a mí, que estaba arriba; su mujer me comía el clítoris y las pelotas de su marido… ¿Cómo va esa polla, querido?

- Sigue, nena, va de maravilla.

- Me he corrido a chorros sintiendo esa verga dentro y la lengua de ella en mi clítoris. Ella se ha corrido en mi cara con mi comida de coño. Me ha regado con un buen chorro de flujo. El marido no paraba de follarme; tenía una polla ideal, gorda, nada gigantesca, juguetona. La mujer se ha retirado y se ha puesto delante de mí, de pie. Me he apoyado en las manos, como una perra. La mujer decía: “te gusta la polla de mi hombre, ¿verdad, golfa?” Yo gemía mirando el coño de esa mujer, que se lo abría delante de mis narices. ¿Ya la tienes dura, nene?

- Un poco más; me la pones a tope sin tocármela. Voy a bajarme los pantalones…

- Bien. La mujer le ha dicho a su marido que se saliera de mí. Menuda putada, he pensado, pero los clientes siempre mandan. Él se ha tumbado en la alfombra boca arriba, su mujer le ha cogido el rabo y me ha hecho una señal para que pusiera una pierna a cada lado de él. “Mírale el coño, cariño”, le ha dicho. Ella le masajeaba los huevos. Me ha dicho que fuera doblando las piernas hasta quedarme en cuclillas, con el coño justo rozando su verga. La mujer restregaba el rabo por todo mi coño y mi culo. ¿Cómo va esa foto?

- Acabo de hacerme una con la verga marcándose en el slip, asomando un poco el capullo. Sigue…

- Me he sentado en la polla, dejándome caer poco a poco, dándole la espalda. “Cómo me gusta verte el culo y cómo entra y sale mi rabo”, ha dicho el tipo. Su mujer me comía los pezones o se frotaba los suyos en los míos. Me he vuelto a correr, ¿te he dicho que soy multi…?

- Sí. Ya tengo la foto.

- Bien. Ahora solo quiero pedirte algo. Prohibido pajearse hasta que nos veamos mañana.

- Entendido.

Le di mi dirección y colgamos.

 

ELLA

Cuando llegó Fernando a casa me contó cómo había quedado con Irene. Incluso me enseñó una foto que le había enviado ella y las que le había mandado él. Cenamos algo de picar en el sofá y me contó la conversación telefónica que tuvo con ella para ponérsela dura. Estaba convencida de que haría de maravilla el papel de puta.

Recogimos las bandejas y me tumbé apoyada en sus muslos. Me abrí la bata; no llevaba nada debajo. Veíamos una película y Fernando me acariciaba. Yo pensaba en lo poco que había visto de ella en la foto. Bonitas piernas, bonitas bragas, un coño apetitoso y ese dedo encima del clítoris para no ocultar nada…

- Fernando – dije - ¿sabes que me apetece mucho lo de mañana?

- Y a mí, cariño. Y a mí.

Estiró la mano hasta alcanzar mi coño. Jugó con el vello antes de frotarme los labios. Se abrió camino con un dedo y me lo metió. Lo movió dentro y lo sacó. Me lo dio a lamer. Lo chupé despacio. Flexioné las rodillas y me abrí bien de piernas. Volvió a tocarme. Notaba en mi nuca la dureza de su polla.

- Me esconderé en el mismo sitio que tú. La dirigirás como hice con Sergio. Os miraré. Me frotaré los muslos. Joder, cómo me pone pensarlo.

Me empezó a pajear de verdad. Mi mano apretaba la suya. Con la otra, me pellizqué los pezones.

- Voy a correrme, cariño. Desde que ha empezado esta historia, estoy candente… ¿Sabes que Sergio ha venido a mi despacho esta mañana?

- Vaya con Sergio…

- Estábamos solos. Teníamos por delante un buen rato. Ya sabes lo que quería…

- Claro.

Sus dos dedos dentro de mí me estaban deshaciendo por dentro. No quería correrme aún.

- Había un problema, ¿cómo le decía que solo follaría con él si tú nos veías? Él no sabe que tú nos viste anoche… Me hice un lío.

Movía las caderas levantado el culo… Qué gusto me daba.

- Cuando quise darme cuenta estaba sentado en el sillón con toda la polla fuera. Mirándome. No quería follar con él sin que lo supieras tú.

- ¿Y qué hiciste? - me besaba el cuello sin dejar de follarme con los dedos.

- Digamos que un arreglo de circunstancias. Espera, cariño, deja que me corra antes…

Aceleró sus movimientos y me metió la lengua en la boca. Me dijo mientras me corría en su mano:

- ¿Te ha puesto cachonda verlo con la polla fuera sentado en tu despacho?

El recuerdo de la imagen prolongó mi orgasmo y los movimientos de mi pelvis. Arqueaba la espalda con las plantas de los pies clavadas en el sofá.

- Córrete, cariño. Vamos…

- Joder… Esto no es normal… Estamos poseídos…

- Mola, ¿no?

Sacó sus dedos de mi coño y los puso entre nuestras bocas. Los lamimos juntos, con nuestras lenguas jugando.

Me incorporé y me apoyé en su hombro.

- ¿Quieres ver cómo estaba en el sillón?

Le bajé la bragueta y le saqué la polla y los huevos.

- Así estaba.

- ¿Y ese arreglo de circunstancias?

Le conté que no quería follar, que estaba escocida. Mientras se lo contaba, mi mano le pajeaba. La tenía durísima ya.

- Nos hemos hecho una paja frente a frente – dije. - Me he apoyado en la mesa, me he subido la falda y me he bajado las bragas hasta las rodillas.

- Así estás guarrísima, me encantas. No pares, cariño.

- No paro mi amor. Él se ha puesto de pie a un metro de mí con los pantalones y los slips bajados. Hemos empezado a hacernos cada uno su paja.

- Escúpete en la mano y sigue…

- Mirando mi coño y con la polla en la mano me ha preguntado si te había contado lo de anoche. Cuando le he dicho que sí, pensé que se corría de golpe.

Me esmeraba con la paja de Fernando, y a la vez me esmeraba en contarle de la manera más morbosa posible la escena con Sergio. Volvía a estar mojada. Me apetecía mamársela, pero entonces no podría hablar.

- Me ha dicho cuánto le gusta mi coño. Me ha dicho que me diera la vuelta y se lo enseñara por detrás, que me abriera las nalgas. Me ha dicho lo perra y deseable que estaba así, con las bragas por las rodillas. Yo le veía girando la cabeza. Le he dicho que se estirara de los huevos y la polla se le ha subido más allá del ombligo.

Sergio estaba retrasando la corrida y yo le había disimulado mi primer orgasmo. Me tumbé en la mesa, con el culo casi en el borde. Me levanté el suéter y me desabroché el sostén. Le decía que no se corriera aún, que quería disfrutar de su vista.

- Acelera cariño – dijo Fernando.

Dejé de hablar y me la metí en la boca. Succioné fuerte el capullo y me lanzó su leche hasta la garganta. Una mano le rozaba el agujero del culo. Me tragué la leche y le di un morreo.

- Sigue – me dijo.

- Le he dicho que se sentara sobre los talones y me he acercado hasta casi tocarnos. “Prohibido tocar”, le he dicho. Menuda cara ponía. Supongo que la misma que yo… He puesto un pie a cada lado de su cuerpo y le ofrecido una visión de mi coño que le hacía bizquear. Tenía el pollón a punto de reventar y yo estaba a por el segundo.

Fernando seguía empalmado, me miraba entera mientras hablaba.

- Le he dicho que iba a correrme; tenía dos dedos dentro del coño, y otro frotándome el clítoris; me caía flujo por los muslos. “Dame tu leche, dámela en las bragas”, le he dicho mientras me corría sin perder de vista su rabo. Se ha acercado un poco y, de rodillas, me ha soltado tres o cuatro chorros entre las piernas y las bragas.

- Eres tan guarra… - dijo Fernando.

- Estoy más que nunca en la vida, te lo juro. Y ya es decir… ¿Sabes con lo que ha alucinado? Cuando me he subido las bragas llenas de sus lechazos y me las he dejado puestas. La prueba está en el cesto de la ropa sucia.

- Cariño… Cuánto vamos a disfrutar…

 

ÉL

El viernes salí un poco antes de la oficina. Hice todo lo posible por no encontrarme con Irene y no nos vimos. Tampoco nos llamamos ni nos enviamos correos. Todo estaba claro.

Mi mujer me esperaba recién duchada y desnuda. Nos besamos en el pasillo, abrazados.

- ¿Estás nerviosa? - le pregunté.

- Nerviosa y cachonda.

Me di una ducha y me puse un albornoz de rizo, azul marino. Me afeité, me puse desodorante, loción para después del afeitado y un poco de colonia.

- He pensado que la voy a recibir así – dije.

- Estás para comerte – y me metió una mano por dentro del albornoz hasta que me la puso dura. - Métemela un poquito – dijo.

Se apoyó en la pila del baño con los brazos de cara al espejo y me ofreció el culo, moviéndolo como una niña traviesa. Se la metí despacio y me quedé quieto. Con su coño me succionaba la polla, era una delicia. Nuestras miradas se encontraban en el espejo. Me salí de ella y me anudé el albornoz.

- Cuando te chupe la polla, olerá a mi coño.

- Guarra. ¿Eso son celos?

- Tonto – y me la enjabonó, aclaró y secó.

A los 5 minutos sonó el timbre de la calle.

- ¿Quién es? - pregunté, ya en mi papel.

- Irene; tenemos una cita – dijo.

Abrí. La imagen de la cámara me mostró a Irene con el pelo recogido y una blusa blanca con un blazer abotonado y una gabardina. Esperé a que sonara el ascensor. Lo escuché y, enseguida, el timbre.

Abrí la puerta. Irene entró, me dio dos besos, me miró de arriba a abajo y, cuando iba a cerrar la puerta, dijo:

- Espera.

Abrió la puerta del ascensor y apareció Esther gritando:

- ¡Sorpresa!

Me quedé petrificado. Vaya sorpresa. No sabía qué decir más allá de que entraran.

- Es una oferta de 2 por 1 – dijo Irene, encantada con la situación.

Le di dos besos a Esther y las hice entrar al salón. Pensé en mi mujer y cómo estaría en ese momento. Desde luego, el espectáculo iba a tener extras.

- Esta es mi amiga Esther, que no tenía plan esta noche y cuando le he enseñado tus fotos se ha apuntado. El precio – y me guiñó un ojo – es el mismo.

- Estupendo – dije. Ya había reaccionado y me sentía dueño de la situación. Las abracé por las cinturas y pasamos al salón. Les ofrecí bebidas y les dije que se quitaran las gabardinas, que se pusieran cómodas. Por supuesto, mi polla estaba alegrándose por momentos.

Irene y Esther estaban radiantes. Como unas verdadera señoritas, con clase. Se sentaron en el sofá mientras preparaba las copas. Las dos llevaban zapatos de tacón fino, no demasiado alto; Irene, la falda y la blusa. Esther, un vestido azul noche de tirantes, sin sujetador. Ambas, con medias con costura trasera.

Les tendí las copas y me senté entre ellas. Brindamos.

- No nos has dicho tu nombre, guapo.

- Fernando, disculpad.

Bebimos un poco y decidí que había que empezar la fiesta.

- Sois muy amigas, ¿no? A ver cómo me lo demostráis.

Me levanté del sofá, les indiqué que quería verlas de pie en su demostración de amistad y volví a sentarme, como si estuviera en el teatro. Irene y Esther se abrazaron y se empezaron a besar. La verdad es que dos mujeres morreándose es un gran espectáculo. Actuaban como si estuvieran solas. Se frotaban las tetas y se apretaban el culo. Pensé en cuántas veces se habrían enrollado entre ellas…

Esther desabotonaba la blusa de Irene, e Irene bajaba la cremallera del vestido de Esther, que enseguida también le bajó la cremallera de la falda. Entre besos y caricias, se habían quedado sin ropa. No tengo la menor idea de cuál será la tarifa del servicio que estaba recibiendo, pero debía de ser una barbaridad. Las tetas de Esther habían surgido como dos maravillas, duras y grandes; le desabrochó el sostén a Irene y se frotaron los pezones con ayuda de las manos. Me abrí un poco el albornoz y separé las piernas. Las dos, en bragas y medias, con esos zapatos y esas caderas, esas tetas, esos cuellos y esas bocas, me habían puesto la verga a reventar.

Pensé en mi mujer, y en el espectáculo inesperado que estaba presenciando. Estaba seguro de que el mero hecho de salirse del guión que habíamos previsto la ponía más cachonda.

Esther e Irene habían metido una mano entre las piernas de la otra, y mientras empezaban a pajearse mutuamente me miraban con los ojos brillantes y entornados, las lenguas siempre jugando entre ellas. Quise que se corrieran así la primera vez, mirándolas. Tenían las piernas flexionadas, entrelazadas, y movían las caderas y el culo de una forma que anunciaba el inminente orgasmo.

- Quiero ver cómo os corréis así – dije. Y me abrí del todo el albornoz.

Mientras se tocaban me miraban la polla, que me llegaba más allá del ombligo. Se corrieron entre gemidos, sin dejar de mirarme el rabo, con los dedos muy dentro del coño de la otra. Se abrazaron y se besaron un momento antes de acercarse a mí. Se sentó una a cada lado, con una pierna apoyada en las mías.

- Vamos a disfrutar de ese sabor a hembra – dije. Pusieron los dedos en mis labios y los tres nos fundimos en morreo largo, limpiando los dedos con detenimiento, mirándonos a los ojos.

Pensaba en mi mujer y en cómo estaría de mojada en ese instante; en el charco que habría en el suelo, bajo su coño, en sus pezones duros… Monté una posturita que me dio risa al imaginarla con la única intención de facilitar su observación. Me senté sobre el respaldo del sofá y dije bien alto y claro:

- Ahora quiero que me comáis la polla y los huevos y el culo.

No tuve que repetirlo. Las dos estaban arrodilladas en el sofá, pasando la lengua y los labios por el tronco de mi verga, mis pelotas, mi capullo, el agujero del culo… Miré a mi derecha y pude ver los ojos de mi mujer. Ardían de deseo. Irene y Esther me daban tanto gusto que estuve a punto de caerme hacia atrás y pegarme la hostia del siglo. Me agarré a sus cabezas, sus cuellos. Al asegurarme de que mi mujer me estaba viendo, me dediqué a mirar hacia abajo. ¡Qué delicia! Dos bocas y dos lenguas recorriendo mis partes más sensibles, morreándose a veces con mi capullo en el centro de sus lenguas…

Irene y Esther, con sus manos libres, habían vuelto a tocarse. Me gustaba escuchar esos gemidos. Estaba a punto de venirme. Iba a ser un orgasmo de los buenos; de los que no se buscan, sino que aparecen poco a poco y ya no hay vuelta atrás.

- Voy a correrme, queridas putas – dije.

- Dame tu leche, golfo – dijo Esther.

- Y a mí, cabronazo – dijo Irene.

Cuando solté el primer chorro, Irene me lamía el frenillo y Esther los huevos. Luego ya no sabría decir lo que ocurrió. Solo que vine intensamente, gruñendo, diciendo el gusto que sentía, lo buenas que eran…

- Así, córrete a gusto, nene.

- Leche de la buena, putero…

Terminé. Miré sus caras. Las dos tenían grumos de leche que caían por su frente, sus mejillas, sus bocas… Se besaron hasta que quedaron limpias las dos, y luego me lamieron el capullo y el vientre, allí donde había restos de semen. Me dejé caer en el sofá y nos abrazamos los tres en un lío de piernas maravilloso.

 

ELLA

Cuando vi que entraban dos mujeres en casa me quedé de piedra. La otra tenía que ser la del sábado, pensé. Me preparé a presenciar con la vista y el oído algo inesperado; Fernando iba a pasárselo de maravilla, y me alegré por él y por mí, por los dos. A veces había visto alguna escena de porno entre mujeres, pero no me había calentado ni la décima parte que si había un hombre en escena; en cambio, cuando vi a esas dos auténticas zorras ofreciéndonos el espectáculo de hacérselo de pie y correrse juntas, me puse muy perra. Sobre todo cuando miraba a Fernando con la polla durísima sin perder detalle. La idea de subirse al respaldo del sillón me pareció tan genial que le lancé un silencioso beso desde mi escondite. Luego esa polla y esos huevos y ese culo disfrutando de dos bocas y dos lenguas, me provocó un orgasmo salvaje; apretando los muslos y tapando mi boca con una mano hasta vi el charco que había dejado.

La corrida de Fernando había sido maravillosa, y sentí envidia de no recibir ni una gota en mi cara. Cuando se recuperaron, y en otra demostración de amor hacia mí, para que no perdiera detalle, Fernando dijo que no quería moverse del sofá ni del salón; que no quería ir a la cama porque apestaría, usó esa palabra, apestar, a sexo toda la habitación.

Las dos putas estaban muy buenas, como le gustan a Fernando, con caderas y culo y tetas; un par de tallas por encima del canon impuesto. Pronto empezaron a cerdear otra vez. Las dos se incorporaron un poco y empezaron a recorrer la cara de Fernando con sus tetas; como si fuera un bebé, lanzaba bocados al aire para atrapar con los labios uno de los cuatro pezones que tenía delante. Las tenía agarradas del culo, y les daba cachetes, a los que ellas respondían con risas y procacidades.

- Esto no lo imaginabas al hacerte los pajotes que te hacías, ¿eh, guarro?

- ¡Qué desperdicio que esa polla se corra con una paja!

- Mira, nena, ya está poniéndose dura otra vez.

Las dos se incorporaron y le dieron la espalda. Inclinadas hacia adelante, ahora frotaban sus culos en su cara, por turnos, con las tetas colgando. Me estaba poniendo perra otra vez, muy perra. Irene le puso el culo en la cara, Fernando se agarró a sus muslos y empezó a lamerla entera: del ano al clítoris y vuelta a empezar. Esther, delante de Irene, le comía la tetas y le hablaba:

- ¿Lo come bien nuestro putero favorito? Dímelo que enseguida me toca a mí.

- Lo come como Dios, mira cómo chorreo.

Esther metió la cabeza entre las piernas de Irene. Estaba con la espalda apoyada en el sofá y sentada en el suelo, con las piernas muy abiertas, tocándose el coño. Era una escena para filmar. Cuando Irene se corrió en la boca de Fernando, Esther se levantó y le limpió a mi marido toda la cara a lengüetazos.

- Ahora me toca a mí, dijo.

Cuando vi cómo se colocaba pensé en que iba a haber un accidente. Madre mía. Esther se puso de pie en el sofá con el coño en la cara de Fernando, agarrada a su cabeza y con las piernas flexionadas. Irene le cogió el nabo y se sentó encima, de espaldas a él.

Empezó una sucesión de gemidos y gritos; volví a tocarme. Dios mío, qué numerito. Fernando asido al culo de Esther comiéndole el coño e Irene follándoselo de espaldas, con las tetas dando saltos y una mano en su clítoris.

- ¿Te folla bien? - preguntó Esther.

- Me lo estoy follando yo – dijo Irene entre gemidos. - ¡Qué gusto me das, putero!

Fernando no podía hablar, pero escuchaba sus gruñidos perfectamente. Tenía la cara aplastada por un coño magnífico, y seguro que su lengua lo trabajaba de maravilla.

- Me corro, tío, me corro…

El culo de Esther temblaba con espasmos, y apretaba más la cabeza de Fernando. Lanzó un grito que pudieron escuchar los vecinos y, después de un par de movimientos más tranquilos, se sentó en el sofá. Pasó la lengua por toda la cara de Fernando y, enseguida, se arrodilló delante de ellos dos. Su boca iba y venía del clítoris de Irene a los huevos de Fernando. Hasta que Irene dijo:

- Si sigues así me corro…

- Córrete, golfa – dijo al fin Fernando. - Córrete, mueve ese culazo, puta…

Irene se deshizo literalmente. Como si fuera un globo que se va deshinchando entre las embestidas de la polla de mi marido y la lengua de Esther.

- Joder, cabrones…

Lanzó una serie de sonidos sin sentido; en ese momento me volví a correr yo.

Esther apartó a Irene y se sentó frente a Fernando, cuya verga resplandecía con los flujos de Irene. Tenía toda la polla dentro, de forma que solo se movía en círculos, sin que entrara y saliera, sin meter y sacar. Sentía como si fuera mi clítoris el que se frotaba en el pubis de Fernando. Joder, joder, joder…

Fernando le comía las tetas y, de repente, quiso tomar las riendas de la situación.

- Poneos las dos con los brazos apoyados en el respaldo del sillón – dijo.

 

ÉL

Quería ofrecerle a mi mujer un buen remate final, con los dos culos casi frente a ella y mi verga follándomelas por turnos.

Le dije a Irene que me cogiera el rabo y lo metiera en el coño de Esther, que estaba otra vez a punto. Cerró las piernas y empecé a bombear. El roce de su coño con las piernas cerradas era una delicia.

- Cómeme el culo – le ordené a Irene.

Estar en la gloria debe ser parecido a ese momento: mi polla entrando y saliendo de Esther, que se corría otra vez, la lengua de Irene en el agujero de mi culo y, con la cabeza de lado, viendo a mi mujer con unos ojos de perra en celo que me pusieron a mil. Le metía unos pollazos que me sorprendían a mí mismo. Me salí de Esther y le dije a Irene que se pusiera a su lado, en la misma posición. Se la metí. Cuando estás tan caliente no sueles pensar, pero en ese momento me atravesó la cabeza comparar la textura de los dos coños. El de Irene era más profundo; el de Esther más estrecho. Ambos tan acogedores como un guante caliente cuando tienes las manos heladas. Esther, sin cambiar de postura, miraba cómo salía y volvía a entrar mi nabo en Irene.

- El mayor espectáculo del mundo – dijo con la voz congestionada por la excitación.

- Tócame las tetas, tía, pellízcame los pezones – gimió Irene.

Esther la obedeció. Y también le metió la lengua en la boca. Yo no podía evitar echar un vistazo cada poco en dirección a mi mujer, que seguía sin perder detalle. Su cara era un poema dedicado al morbo. No quería volver a correrme ya, porque sabía que un tercero era muy difícil, y en el caso de echarlo, quería guardárselo a la mirona que se escondía tras el mueble.

Relajé mis acometidas. Me quedaba dentro de ella, quieto, con cada milímetro de mi polla en contacto con cada milímetro de su coño. Noté su mano pajeándose y, cuando la estiraba, cogiéndome las pelotas.

Dos dedos de mi mano izquierda jugaba dentro del agujero del culo de Esther. Irene movía los músculos de su coño de una manera sorprendente. Como si apretara y soltara mi polla con la mano. Mis dedos dentro del culo de Esther tropezaban con los suyos, dentro de su coño. Miré a mi mujer y la vi con la cara que pone cuando se está corriendo.

Todo a la vez era demasiado. No iba a aguantar más.

- Voy a llenarte de leche, golfa – aullé.

- Dámela putero, lléname.

- Llénala, que luego quiero bebérmela – gimió Esther.

Y me vine. Clavado en lo más profundo de su coño me corrí. Empujando hasta decir basta la llené de leche.

- ¡Qué caliente la sueltas, cerdo! ¡Cómo me gusta!

Me quedé quieto. Agarrado a sus caderas y con la polla metida hasta las pelotas pero quieto.

- ¡Qué gusto, putas! ¡Qué buenas sois!

Las dos me miraron a la vez. Se dieron un morreo largo y lento, con las lenguas entrando y saliendo de sus bocas. Ante de sacar la verga de las entrañas de Irene, ya había un pequeño reguero de leche cayendo por sus muslos. Le dije a Esther que iba a salirme de Irene y puso la cara en el culo de Irene como si le hubieran dado una descarga eléctrica. Se bebió con avaricia todo lo que salía del interior de su amiga. Como si le fuera la vida en ello. Después, las dos me limpiaron la verga hasta dejarla como una patena.

Nos dejamos caer en el sofá los tres, destartalados. Pensaba en mi mujer, cómo estaría de caliente, cuántas veces se habría corrido. Me apetecía hablar con ella. Nos acabamos los culos que quedaban en las copas; miré discretamente el reloj de pared. Irene se dio cuenta y me preguntó si era tarde.

- No te preocupes, tenemos tiempo de ducharnos tranquilamente.

Las estreché contra mí. No me acababa de creer todo lo que estaba pasando.

- ¿Vamos a la ducha? - pregunté lo suficientemente alto como para que me escuchara mi mujer.

Nos levantamos los tres y fuimos hasta el baño; que cerré con llave. Nos duchamos sin prisas, enjabonándonos los tres juntos. Volví a empalmarme con sus manos, con sus cuerpos frotándose en mí y entre ellas. Salimos de la ducha y nos secamos juntos también. Volvimos al salón y me di el último homenaje de la noche. Ver cómo se vestían. No sé quién dijo que es más excitante ver vestirse a una mujer que verla desnudarse. No seré yo quien le contradiga. Me senté en sofá desnudo y las observé detenidamente. Primero las medias enrolladas y subiendo despacio por sus piernas, hasta ajustarlas y comprobar que la costura quedaba en su sitio; luego las bragas, y el sostén de Irene que le ayudó Esther a abrocharlo. Después, Irene abotonando su blusa mientras sus tetas iban desapareciendo poco a poco de mi vista; finalmente, el vestido y la falda, cuyas cremalleras se subieron una a otra.

Cogí sus zapatos y, como en un sueño, apoyaron por turnos los cuatro pies en mis rodillas y, mientras acariciaba sus piernas y besaba sus empeines, se los puse. Las acompañé hasta la puerta desnudo y con la polla a medio camino; me la tocaron hasta ponérmela dura y Esther dijo:

- A ver si aún te queda algo para tu mujercita, putero.

Nos besamos, llamaron el ascensor y, cuando entraron en él y escuché que bajaba, cerré la puerta y corrí hacia el dormitorio. Allí estaba, desnuda y abierta de piernas, acariciando su vello púbico.

- ¿Te queda algo para mí? - preguntó.

- Mira cómo estoy.

Sin decir nada, me coloqué entre sus piernas y se la metí de golpe. Se notaba que tenía ganas de polla.

- ¿Cuántas veces te has corrido? - pregunté.

- Muchas. Ahora quiero polla, tu polla, putero – y sonrió mientras empezaba a moverse.

Ahora estaba dentro de otro coño, mi coño de siempre, que me recibía con la húmeda calidez de siempre.

- Me gusta tu coño, cariño – le dije.

- ¿Sabes lo que más cerda me ha puesto? - me preguntó con la respiración agitada.

- ¿Qué?

- Pensar que mientras las veías pajearse entre ellas al principio – dejó de hablar para jadear tranquila – espera, voy a correrme. Métemela fuerte, hasta los huevos.

Le di fuerte, con ganas, hasta el mismísimo fondo de su coño. Cuando estaba corriéndose le dije:

- ¿No te gustaría tener ahora una polla en la boca?

Fue como si hubiera abierto la caja de Pandora. Empezó a correrse y a empujar. Nuestros movimientos estaban sincronizados, su coño sonaba y parecía echar chispas. Se corría y parecía que no iba a dejar de hacerlo nunca. Entre gemidos y suspiros, gritó:

- ¡Sí, quiero ahora que la polla de Sergio se vacíe en mi boca!

Poco a poco recuperó la paz. Mientras, estuve besándole el cuello, la cara, las tetas, sin salirme de ella. Cuando vi que estaba otra vez en calma, le pregunté:

- No me has dicho lo que más guarra te ha puesto. ¿Qué pensabas mientras ellas se lo hacían?

- Que yo te comía el rabo y ellas nos miraban.