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Sigue el lunes

en Confesiones

ÉL

 

Bajé al bar de la esquina y me compré un bocadillo para llevar y un bote de cerveza. Regresé al edificio con el deseo de no encontrarme con nadie, encerrarme en mi despacho y pensar. El trabajo que me quedaba por hacer era escaso. Me comí el bocadillo leyendo la prensa en internet y terminé con las tareas pendientes.

La hora de salida era las 7, y todavía faltaba casi una hora. Decidí pensar, en serio. Cogí una cuartilla y un bolígrafo y me dispuse a escribir acerca de lo que me estaba ocurriendo. Tracé una raya vertical y a la izquierda escribí algo así como “pros” y a la derecha “contras”. Nada más hacerlo, pensé ¿pros y contras de qué? No era ese el planteamiento.

Escribí palabras sueltas que me iban viniendo a la mente, de forma desordenada: “experiencia extraordinaria”, “recuerdos continuos”, “correo electrónico con foto”, “erección”, “quiero a mi mujer”, “no problemas, por favor”, “confesarlo”… Miraba las expresiones que iba escribiendo y no me aportaban nada. “Sé sincero contigo mismo, tío”, me dije.

Y escribí: “Mi vida sexual es satisfactoria, incluso excelente. Ello no impide que a veces me haga pajas fantaseando. En los últimos tiempos mis fantasías se centran en una subordinada con la que apenas tengo trato. En la cena de Navidad de la empresa, me siento entre ella y una amiga suya a la mesa. Vino, tonteo, conversación cada vez más íntima, ¿complicidad? Salida a su coche para invitarme a una raya de cocaína. Metidas de mano. Su amiga y otro empleado se sientan en el asiento trasero con la intención de follar. La tensión sexual entre Irene y yo es insoportable. Los cuatro en casa de su amiga Esther. Solo sexo, un sexo nuevo y excelente. Regreso a casa. Polvo con mi mujer. La imagen de Irene no se aleja de mi mente. Me preocupa. El domingo le como el coño a mi mujer y luego ella me hace una mamada. Me corro visualizando imágenes de la noche anterior. En la siesta sueño que mi mujer le come la verga al semental que se ha ligado Esther. Hoy en la ducha me hago una paja. Antes de salir de casa, como siempre, mi mujer y yo salimos cachondos después de magrearnos. Recibo el correo de Irene con una foto que elimino pero me pone muy dura la polla.”

Estos son los hechos, pensé. ¿Cuánto puede durar la sucesión de imágenes recurrentes de la noche del sábado? Irene me pone muy perro, ¿pensaré en ella la próxima vez que folle con mi mujer? ¿Es honesto? Ya sé que lo hace todo el mundo, o casi todo, pero… ¿es honesto? ¿Qué pensaría ella si cuando me estoy corriendo con los ojos cerrados pienso en que eyaculo dentro de Irene? Hablaré con ella…, es lo mejor. Y, enseguida, ¿cuándo, cómo…?

Me repugnaba la idea de formar parte de esa mayoría de maduros casados que defino como “mentirosos y cobardes”. Mentirosos por motivos obvios, incluso por callar… Y cobardes por no afrontar una situación complicada y buscarle solución.

Miré el reloj. Eran las siete menos cinco. Revisé los correos electrónicos; nada en especial. Entré al baño, me lavé las manos, me puse la americana y salí de mi despacho.

 

ELLA

 

Conseguí concentrarme en mi trabajo el resto del día. La visita de un par de clientes me ayudó a recobrar la entereza. A las 6 de la tarde di por terminada mi jornada laboral y salí del bufete. Me despedí como siempre desde el pasillo cada vez que pasaba por una puerta. Sergio se despidió con una normalidad que me desconcertó en cierto modo. ¿No era eso lo que pretendía al dejarle bien claras las cosas horas antes? Entonces, ¿por qué ese desconcierto?

“Cada vez que me corría, y lo hice tres veces, pensaba en usted”, sonó en mi mente mientras bajaba en el ascensor. Me halagaba, sin duda. Pensaba en mí en el momento de correrse con una belleza casi veinte años más joven que yo. Me excitaba, me hacía sentirme deseada… ¿Acaso no me sentía deseada por Fernando? ¿No íbamos a follar esta misma noche, o incluso esta misma tarde para desahogar el calentón con que habíamos salido de casa?

Mientras conducía, no paraba de pensar. Eran ideas inconexas, algunas disparatadas, pero mi mente funcionaba a la velocidad de la luz, mezclando situaciones, espacios, personas… Siempre llego antes que Fernando a casa, así que decidí darle una sorpresa de bienvenida.

Entré y fui directa al dormitorio. Me desnudé y abrí el armario. Necesitaba algo especial. Nos gustaba cierta clase de juegos, sorprendernos… Siempre, o casi siempre, funcionaba; se creaba de inmediato la complicidad necesaria, nos seguíamos la corriente como los viejos amantes que en realidad éramos.

Saqué de uno de los cajones un corpiño blanco con ligas que dejaba mis tetas al aire, aunque elevándolas y comprimiéndolas. Saqué un par de medias color carne con costura trasera y talón oscuro. Las sujeté a las ligas del corpiño. Me miré al espejo: las medias me quedaban unos centímetros por arriba de medio muslo, y mi coño estaba desnudo, con su vello oscuro en contraste con el blanco del corpiño. Me puse unas gotas de perfume en el cuello y las ingles…

No quiero parecer arrogante, pero estaba muy apetitosa ante el espejo. Solo faltaban los zapatos y un deshabillé blanco, casi transparente, que me había regalado. Cuando ya estaba lista, mirándome en el espejo, apareció tras de mí la figura de Sergio que me empujaba hasta apoyar las manos en el espejo. Estaba desnudo y tenía una erección ciclópea. Sin decir nada, me separaba las piernas y me metía la polla hasta que noté sus huevos en mis muslos. Literalmente me empotraba. Mis tetas saltaban al ritmo de sus acometidas y le decía “taládrame” y “párteme en dos”.

La imagen duró apenas unos segundos, los suficientes para que me sintiera la más perra entre las perras. Estaba muy mojada.

Le mandé un whatsapp a Fernando: “Cuando llegues a casa no abras. Llama al timbre y preséntate como un agente de seguros.” Fernando respondió con un “guau”. Estaba juguetona y muy caliente.

Escuché el sonido del timbre de la calle y vi a Fernando por el portáfono. “Señor García, vengo a que firme la renovación del seguro del hogar”. Apreté el botón de apertura. Esperé en la puerta de casa y, cuando escuché la llegada del ascensor, abrí antes de que pulsara el timbre.

 

ÉL

 

El metro iba repleto. Agarrado a una de las barras, rodeado de gente, no estaba en las mejores condiciones de pensar. A medida que se alejaba del centro, el vagón se vaciaba, hasta que pude sentarme con la cartera en las rodillas. El teléfono vibró. Era un whatsapp de mi mujer. Me proponía uno de sus juegos. Sonreí y le respondí. Imaginé la escena que me esperaba, similar a otras parecidas y con los roles intercambiados.

Cuando trataba de adivinar lo que me esperaba en casa, con un deseo cada vez mayor, me traicionó la conciencia y quien me abría la puerta era Irene. Completamente desnuda, me tomaba de la mano y me conducía al sofá, donde Esther se masturbaba, con las piernas muy abiertas. Le decía a Irene: “sácale la polla a nuestro amigo y llévala hasta la entrada de mi coño”. Irene me desnudaba con prisas, besándome, frotándose en mí. Empalmadísimo, me cogía el nabo y lo llevaba hasta las puertas del coño de Esther. Su mano lo dirigía, yo apenas era un juguete sexual, una polla con patas. Irene empujaba mi verga hasta que los labios de Esther se abrieron del todo; entonces, con un leve movimiento de caderas ayudado por la mano de Irene, mi polla entraba en un coño líquido y caliente. Irene me acariciaba las pelotas. Esther me decía, “mira cómo entra y sale”.

Casi se me pasa la parada donde debía bajarme. Anduve por la calle hasta mi casa con la mano en el bolsillo del pantalón, por motivos obvios. Llamé al timbre del patio y me anuncié. Mientras subía en el ascensor, mi excitación no hacía más que aumentar, y cuando vi a mi mujer con la puerta entreabierta vestida como una puta con clase, me costó muchísimo iniciar el juego y no lanzarme sobre ella.

- Mi marido no está en casa, pero no creo que tarde – dijo.

La miré con la cara de sorpresa que habría puesto cualquier agente de seguros. Ella me sonreía, con ojos de golfa. “Si no le importa esperar…, pase y acomódese”. Entré en el salón y me senté en un sofá mientras ella iba y venía con el único objetivo de exhibirse. “¿Le apetece una cerveza?”, dijo al fin. “Gracias”. Respondí. Afortunadamente, me había metido en mi papel.

Regresó con dos cervezas y dos vasos sobre una bandeja que depositó en una mesita. Al agacharse, el deshabillé se le abrió lo justo para mostrarme dos tetas preciosas, con unos pezones erguidos y rosados. Se sentó a mi lado y sirvió las cervezas en los vasos. Bebimos un trago. Podía ver sus piernas envueltas en las medias, y unos centímetros de muslo que dejaba ver el deshabillé.

Se levantó del sofá y se dirigió a un equipo de música que había en un estante muy bajo. Cuando quería ser muy guarra era la mejor. Se agachó y me mostró una maravillosa panorámica de su culo y su coño. Lo más excitante de todo era la naturalidad con que actuaba. Puso algo de Sinatra y regresó a mi lado.

- Así la espera será más agradable, ¿no cree?

Actuaba como si fuera vestida con unos vaqueros y un suéter de cuello alto. “Por supuesto”, dije. Cruzó las piernas y estiró una de ellas, para que viera con todo detalle sus zapatos. El personaje que estaba interpretando yo debía actuar; con cuidado pero con decisión. Además, ¿y si llegaba su marido?

- ¿Le apetece bailar? - le pregunté.

- Me encanta.

Me tomó de una mano y nos pusimos de pie. Empezamos a bailar, muy despacio, muy estrechados. Sus manos me rodeaban el cuello, las mías se apoyaban en la parte baja de su espalda. Sentía su perfume y cómo metía una pierna entre las mías. Con una erección juvenil, me atreví a decir: “¿Y si aparece de repente su marido?” Con la mayor naturalidad, respondió: “Oh, no se preocupe por eso, está de viaje...”

Entonces le levanté la barbilla suavemente y le besé los labios, pasando la punta de mi lengua por ellos hasta que abrió la boca y nos fundimos en un morreo interminable. Me acariciaba la nuca y yo a ella las caderas. “Vaya, vaya”, dijo mientras se frotaba en mi polla, “veo que le gusta bailar de verdad”.

Bajé mis manos hasta su culo y le separé las nalgas. Jadeó. Alcancé su coño con mis dedos y lo acaricié. Se separó de mí y en pocos segundos estaba desnudo, con la polla durísima, hacia arriba. Se quitó el deshabillé y me mostró su cuerpo entero.

- ¿Siempre anda así por casa? - le pregunté. - El hecho de que nos habláramos de usted me ponía especialmente cachondo.

- Nunca sabe una si va a venir un vendedor de seguros…

La eché en el sofá y le abrí las piernas. Fui directo a su coño. Le lamía el clítoris y bajaba hasta el agujero de su culo.

- Voy a correrme – dijo.

Le metí dos dedos y concentré mi lengua en su clítoris. Se retorcía en todas direcciones. Gritaba. Tuvo un orgasmo largo, o varios seguidos, no sabría decir. Cuando se recuperó, me miró a los ojos y dijo: “Ojalá mi marido me comiera el coño como lo hace usted”.

Me volví medio loco y le clavé la polla de golpe. Entrando y saliendo de ella con potencia. ¡Cómo se movía!

- Entonces – le dije sin dejar de bombearla. - ¿Su marido no la satisface?

Respondió entre gemidos. Sin dejar de mirarme a los ojos: “¿Mi marido? Mi marido no sabe más que metérmela, tocarme el clítoris hasta que me corro y correrse él”.

- ¿No la folla así?

La cogí del culo y aceleré mis movimientos. Cada vez que entraba hasta el fondo de ella, lanzaba un grito. Me clavaba las uñas en la espalda. “Dígame”, dije entre jadeos, “¿no la taladra así?”. Se estaba corriendo otra vez. Sus tetas se movían locas. Tenía cerrados los ojos. Mis pelotas golpeaban su culo. “Dígamelo”, insistí, “¿está necesitada de verga?”

- ¡Sí….!

Y acabó su orgasmo. Se incorporó y se metió mi polla en la boca.

- ¿Sabe lo que más echo de menos? Comportarme como una perfecta perra. Pero él…

- Mama y calla, guarra.

Acabé enseguida. El primer chorro fue para ella. El segundo y las gotas sucesivas, para Irene. Fue tan intensa la sensación que cuando abrí los ojos y vi la boca de mi mujer enseñándome la leche que estaba a punto de tragarse, me costó unos segundos volver a la realidad, levantarla, atraerla hacia mí y meterle la lengua en la boca.

La miraba mientras nos morreábamos. Era ella, sin duda. ¿Qué me estaba pasando? Las palabras “mentiroso” y “cobarde” resonaban en el interior de mi cabeza hasta convertirse en una letanía interminable. A pesar de sonreír y de abrazarla con la mayor de las ternuras en el sofá, me notaba extraño. Incómodo. Desleal con la persona que más quería en el mundo y conmigo mismo.

 

ELLA

 

¡Cómo nos gustan esos juegos! La señora burguesa insatisfecha que espera la visita de un desconocido para perrear con él como no hace con su marido, un tipo sin la menor iniciativa, convencional hasta decir basta. Fernando estuvo a la altura desde el primer momento. Supo seguir el juego e interpretó su papel de maravilla. Hubo un momento en que pensé que estábamos filmando una versión guarra de “Perdición”.

Estaba tan cachonda cuando apareció que me costó demorarme en el juego de exhibición de mis encantos. Al mismo tiempo, ser consciente de cómo tendría la polla Fernando – o el agente de seguros – en ese momento, me ayudaba a seguir con el juego. Nos hablábamos de usted, como dos desconocidos. Tiene morbo que alguien te coma el coño mientras le hablas de usted.

Cuando me follaba encima del sofá cogiéndome el culo y empujando hasta llegar a mi estómago, cerré los ojos. Notaba la llegada de mi orgasmo desde los dedos de los pies, subiendo por las piernas y alcanzando el centro de mi coño.

Esta vez fue más extraño: no solo visualicé a Sergio, sino que la textura y el grosor de la polla y la forma de moverse de Fernando no eran las de Fernando. Eran las de Sergio. Tal vez eso intensificó mi placer, no lo sé.

Me recuperé enseguida y me llevé su polla a la boca. Miraba su rabo y miraba sus ojos; eran los de Fernando. Estaba tan caliente que se vació enseguida. Acabó en mi boca y me tragué toda la leche, igual que siempre.

Nos quedamos tendidos en el sofá, jadeantes. Nos acariciamos largo rato. La leche de Fernando hoy sabía distinta; ¿sería por lo que había comido o porque sabía como la de Sergio? Me estreché a Fernando. Le besé hasta donde me alcanzaba la boca. Necesitaba asegurarme de que era él, mi marido, mi amante, mi hombre.

Sin embargo, ya eran demasiadas las veces que me ocurría. Si Sergio supiera que cuando me corro con mi marido también se me aparece él. Y hoy, además, con su polla, porque estoy segura de que al correrme la polla que notaba dentro de mí no era la de Fernando. ¿Estaba pasando del terreno mental al físico? ¿Estaba somatizando este disparate? No tenía ninguna explicación lógica el hecho de que me penetrara Fernando y la verga que sentía en mis entrañas tuviese otra forma; fuera otra verga en definitiva.

Estábamos tan a gusto abrazados en el sofá, tan satisfechos, que nos daba una pereza enorme levantarnos para ducharnos y preparar la cena. Incluso parecía que nos daba pereza hablar. Era una sensación absoluta de lasitud. Aunque me resultaba imposible olvidar lo último que había notado. Y era un peso que ya no podía soportar durante mucho más tiempo. Ni siquiera durante un poco de tiempo.

- Fernando – le dije después de besarle el pecho, sin mirarle. - Tenemos que hablar. Quiero contarte algo…

Fernando guardó silencio a la espera. Así como estaba, con la cabeza apoyada en su torso desnudo, sentí sin la menor duda cómo se aceleraba el ritmo de su corazón.

 

(Continuará…) Se agradecen comentarios y críticas, ya sea en la página o en el correo electrónico. Gracias por leerme.