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Sofía me hizo mujercita sin saberlo

en Transexuales

Todo empezó como la mayoría de las cosas que duran mucho: en un momento de ocio, de soledad. Vivía en ese entonces en un departamento alquilado junto a otros dos chicos y tres chicas de edad universitaria, como yo. Mis compañeros y compañeras se habían marchado a visitar a sus familias, y yo por falta de recursos tuve que quedarme sólo en el depa durante las fiestas de fin de año. Me había bebido media botella de vino la noche anterior y me desperté iniciando la tarde, luego del mediodía.

Estaba desnudo en la cama de una de las chicas que era realmente la más atractiva de las tres, muy dedicada a los estudios, pero también muy coqueta y provocativa. En esa misma cama ya se habría tirado a unos siete chicos de la facultad. A los “roomies” nos había aclarado que no lo hacía por putería, era simplemente “una forma de aliviar el estrés del estudio”. Como decía, ella era muy estudiosa.

La chica de la que les hablo, Sofía, era delgada, pero muy bien formada, todas sus curvas y contornos estaban en su lugar, e incluso habría unos cuantos que pocas chicas ostentaban con tanta perfección. Su piel era blanca y perfecta, sin una sola mancha o imperfección, excepto por un pequeño y casi imperceptible lunar sobre sus labios, del lado derecho. Cabello ondulado rubio cobrizo, alta, dulce, de manos y pies perfectos, solía caminar por todo el apartamento descalza, en una pequeña faldita de mezclilla y con un pequeño top, que le aliviaba del calor y le permitía mayor libertad de movimiento, mientras nos mantenía a todos sus compañeros del departamento atendiéndole a diario, para envidia de sus otras dos compañeras de habitación.

Volviendo a mi historia, me encontraba tendido sobre esta cama cuyo aroma era puramente el de esa adolescente que se ha convertido en mujer, delicado, con no más de una semana de antigüedad, incluyendo los tres días que ella tenía de haberse ido de vaca, y su textura era suave, tan suave que provocaba revolcarse en ella por horas.

La resaca había pasado y la única sensación que tenía en ese momento era el delicioso contacto de esa suave y perfumada tela sobre mi piel, y quería más. Me movía deliciosamente sobre las sábanas y almohadas, y de alguna manera comencé a pensar que eso es lo que ella sentía cada día. ¿Estaré sintiendo exactamente lo que ella siente? Seguramente, aunque un pequeño detalle haría la diferencia en contra de mi recién nacida fantasía: Sofía tenía su cuerpo totalmente depilado, como es lo correcto para toda mujer que se sienta muy femenina. Incluso nos había confesado en una noche de conversaciones calientes que ella depilaba por completo su pubis y axilas porque disfrutaba mucho de tocar esas partes de su cuerpo y sentirlas tan suaves como el trasero de un bebé.

Comprendí entonces que para sentir por completo la suavidad y dulzura de esa suave cama tendría que tener una piel depilada y suave como la de Sofía, y por unos momentos sentí tristeza porque aunque mi torso y en general mi cuerpo eran bastante lampiños, mis piernas si tenían una espesa población de vello y ni qué decir de mi entrepierna, muy masculinas, total, yo era un macho a toda regla y mi cama también tendría varias historias que contar para ese entonces.

Pero la tristeza duró muy poco. Sólo levantarme de la cama y pisar la suave alfombra alrededor de la misma me tomó el idear un plan. Ya que tendría todo el verano para disfrutar de la suavidad de su cama, por qué no hacerlo al máximo como Sofía. Me fui al baño, tomé crema de afeitarme y la unté en la parte inferior de mi vientre, y la fui untando suavemente en mi zona púbica. Sólo tomó unos ocho recorridos de la navaja, y mi piel quedó como la de una niña de quince años, lisa y bella, como nunca la había visto. No pude resistir bajar la crema y la navaja por una de mis piernas, y me depilé hasta la rodilla, ambos muslos quedaron divinos, hermosos. No me había fijado en lo femeninas que eran mis piernas hasta ese momento, y sentí un nuevo tipo de orgullo.

Ni me imaginaba las largas caminatas que darían esas bellas piernas sobre tacones de aguja, o las veces que soportarían el peso de algún chico musculoso del equipo de futbol. Pero ya llegaremos a eso.

Para no alargar mucho la depilada duró hasta que no tuve nada que depilar. Con cada pasada de la navaja sentía que había que perfeccionar otra parte, y al mirarme al espejo vi un cuerpo delgado, muy femenino, de hecho bello, sin un solo pelo y lo más delicioso, suave como los pétalos de una rosa, con una durísima erección en el centro. Que poco varonil y masculino se veía mi pene, a pesar de tener muy buen tamaño y forma, parecía algo mal puesto en ese cuerpo que era el motivo de mi propio deseo. Estaba teniendo una erección por mis propias piernas y cola, y era maravilloso. Estaba listo para una deliciosa paja, pero recordé la cama de Sofía y decidí disfrutar primero de ese placer.

Volví al lecho de mi musa inspiradora y me recosté suavemente sobre esas dulces sábanas. Indudablemente era otra sensación, poderosamente superior a la anterior y mucho más profunda y placentera. La piel se deslizaba sobre la tela a mayor velocidad y no había casi ninguna fricción, era sencillamente el cielo y yo volaba sobre él como un ave migratoria en dirección al sur.

Pasaba arrebatadoramente mis manos por mi nuevo cuerpo, un nuevo físico tan suave y deseable como el de Sofía, a quien secretamente había admirado durante mucho tiempo, y comencé a restregarme mi verga como tantas veces lo había hecho pensando en ella, lentamente deslizaba mi mano desde mi ombligo hasta mi “monte de Venus”, y luego a lo largo de mi semi erecta polla que palpitaba emocionada con mi excitación. Lentamente me pajeaba cuando pensé nuevamente en las sensaciones de Sofía, en lo que sentía ella recién bañadita como yo lo estaba, y vestirse con sus seductoras y pequeñas prendas de ropa íntima, y sus atrevidos conjuntos de calle.

Así que me puse de pie y caminé hacia el guardarropas y ups, me di cuenta de que lo hacía de puntillas, con mis bellos y delicados pies apoyando sólo la parte frontal en el suelo y mis talones flotando como si lo hicieran sobre imaginarios tacones de entre seis y siete centímetros.

Verme así en un espejo de cuerpo entero que adornaba la puerta del guardarropa me hizo sentirme poco varonil, de hecho bastante marica, pero estaba sólo en el depa, sin nadie para criticarme o comentar nada, y al final lo estaba disfrutando tanto que incluso me di una vuelta y miré mi hermosa cola. Mientras lo hacía mis propios pensamientos me preguntaban cómo era posible que una cola de nena como esa jamás hubiese estado en manos de un chico. Llegué incluso a pensar que las chicas que terminaron conmigo alguna vez lo habrían hecho por no seguir acostándose con lo que prácticamente las convertía en lesbianas, y por esto último se me escapó una leve risilla, casi como la de una chica que comenta sus picardías con sus amigas.

Entré al guardarropas y descubrí el inmenso tesoro de prendas de vestir que tenían Sofía y sus dos compañeras guardado. Con razón tardaban tanto en arreglarse, obviamente tomar una decisión en ese lugar debía ser todo un reto. En un lado, canastas de ropa interior, sostenes, panties de hilo, tangas, cacheteros, entre otros cuyo nombre desconocía, en otras tops, blusas y remeras, mientras de las perchas colgaban faldas largas, cortas, cinturones, pantaloncitos muy cortos y algunos pantalones largos, pero eran los menos.

A pesar de tener plena consciencia del mucho tiempo con el que contaba, tomé un panti tipo tanga, de color negro, que hacía pleno contraste con mi piel muy blanca, como la de Sofía, y lo deslicé desde abajo, lentamente por mis piernas perfectas, hasta acomodarlo con algo de dificultad entre mis nalgas. Y digo dificultad porque a pesar de que mi cuerpo tiene dimensiones y proporciones similares al de Sofía, sigue teniendo ese “extra” que en ese momento parecía querer explotar. Tonta de mí que aún no comprendía cómo manipular este “percance” y tuve que esperar unos minutos a que bajara su rigidez para luego acomodarlo hacia atrás entre mis muslos, dentro de mi reluciente y bella tanga negra.

Luego tomé la faldita de mezclilla preferida de Sofía, me la puse en la cintura, le cerré los botones y la bajé hasta donde mi cola se volvió un obstáculo, quedó poco más arriba de la mitad de mis muslos, pero se veía perfecta. Me encantó la sensación de abrigo y calor que le producía a mi cintura y nalgas, mientras que dejaba entrar la brisa entre mis muslos y hasta mi entrepierna, provocándome una sensación morbosa de que incluso el aire deseaba meterme mano.

No podía creer lo que hacía. Allí estaba yo depilada, sintiéndome sencillamente hermosa y atractiva, parada sobre las puntas de mis pies modelando frente al espejo mi precioso y curvilíneo cuerpo con sólo una tanga y una minifalda. Yo, el chico, el hombre, al que le gustaba penetrar y bombear a las chicas del primer año de la universidad que necesitaban ayuda en un proyecto, estaba allí casi listo para ser llevado por algún enamorado al cine, a que me usara a su antojo.

Me faltaba la parte superior y para esto elegí una blusa amplia, con muchos vuelos sobre los brazos y mediano escote, con la espalda descubierta, que se amarraba detrás de la nuca. Me formé unos hermosos senos con un “wonderbra” de Laura, otra de las chicas, y aunque los zapatos de la bella Sofía no me calzaban ya que eran levemente más chicos que mi talla, los de Tatiana, la segunda compañera de Sofía, me quedaron perfectos. Escogí unas sandalias doradas de tiras muy delgadas y un elevado tacón, que hacían ver mis pies como si fuesen copas de champaña listas para beberse y lamerse si fuera necesario.

Era yo una diosa, y al mirarme en el espejo sentí el reflejo de mis sensaciones al encontrarse: por un lado el macho que lentamente se apagaba dentro de mí, arremetió a tocar esas bellas piernas y pies, cintura, nalgas y tetas, y por otro la dulce jovencita que aparecía en la imagen frente a mis ojos se ruborizaba al sentirse hostigada, y descubrirse disfrutándolo.

Me cansé de mirarme luego de una media hora. Todo ese tiempo había estado excitada, pero aún no me había terminado de hacer la deliciosa paja que tanto necesitaba desde mi despertar.

Caminé por el apartamento, asegurándome de que nadie me viera por alguna ventana abierta, hice mi cena, para cuando sobrevino la obscuridad de la noche, ya estaba terminando la segunda mitad de la botella de vino, sentada en una silla en el salón del depa, frente a la puerta, con las piernas cruzadas de tal suerte que mi ya relajada verga estaría posiblemente azul, con la copa en mi mano derecha y una revista Cosmopolitan en mi mano izquierda.

“Con que así se siente ser ella”, pensé, mientras la puerta del apartamento se abría lentamente, dejando entrar la fuerte luz del pasillo, dibujando una silueta parecida a la de la famosa “Sailor Moon”, cuyas aventuras habrán entretenido a más de una de mis lectoras.

La puerta se cerró detrás de Sofía, y mientras mi mundo se descomponía lentamente y mi rostro reflejaba la angustia y desnudez que me embargaban, los dilatados ojos de la mujer que me había convertido en un mariquita travestido y depilado, con un trago en la mano y una revista de mujeres en la otra sin siquiera mover un dedo, me recorrían una y otra vez mientras sus labios dibujaban una sonrisa perversa y caliente

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