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La becaria (tercera parte y última)

en Lésbicos

Dedicado a Liliana, la mujer más hermosa de la Tierra.

Dormimos juntas. No me veía capaz de volver a casa. Estaba agotada y debía tener un aspecto horrible. A fin de cuentas ya había anunciado que pasaría la noche fuera. Fue mi primera noche durmiendo con otra persona.Tendría, estaba predestinada, a que fuera un amante del sexo masculino pero no siempre puedes elegir con qué sexo duermes. Estábamos desnudas, en un enredo de sábanas, piernas y brazos. Recuerdo que me cubrí de cintura para abajo en un postrer reflejo de decencia pero ella permaneció todo la noche sobre las sábanas, como exhibiéndose. A veces, adormilada, sentía sus manos acariciando mi trasero o mis piernas, a pesar de que ella también estaba medio inconsciente, como si no pudiera para de tocarme, presa de una adicción sonámbula. Cuando empezó a clarear me desperté y la miré. Marisa dormía con las piernas bien abiertas. Su depilado sexo se perfilaba con largos y oscuros labios que sobresalían de la rajita. Era muy diferente al mío, cerrado y aún virginal. Más arriba una mata bien perfilada de pelos ensortijados proporcionaban el toque lujurioso. Estuve tentada a tocarlo, a llevar mi mano hasta su coño y cogerlo como si fuera una fruta madura que deseaba exprimir. Me sentía caliente y excitada. Había probado el placer y ya me iba a ser difícil bajarme de aquel caballo. Pero no hice nada, solo la miré con detenimiento. Sentía el deseo pero seguía molesta con Marisa. Eso me decía para justificarme pero no era verdad. No quería tocarla ni besarla, no al menos por iniciativa propia, porque entonces hubiera sido una querida, una puta, una consentida, una viciosa, una tortillera. Palabras que había escuchado toda mi vida y que denigraban a aquellas que se dejaban arrastrar por la pasión hacia su mismo sexo. Me giré y, a escasos veinte centímetros de Marisa, atrapé mi mano entre el colchón y mi sexo y me masturbé con fuerza con la misma asepsia con que lo hacía en mi hogar. En silencio. Sin gemidos. Sin mostrar signos de agitación, casi sin mirarla. Me dormí de nuevo en posición fetal, envuelta por completo por la sábana. Me despertó Marisa. Seguía desnuda pero llevaba puestas las gafas. Se asomó hacia mi rostro y con una sonrisa me dijo que ya era hora de levantarse y marchar. Sus pechos se apoyaban sobre mi espalda haciéndome hervir de deseo pero su sugerencia sonaba imperativa, a despedida. En cierta manera me hizo sentir como una putita a la que se despacha cuando se ha obtenido de ella lo que se desea. No me molestó. Al contrario. Sentirme así, la putita de alguien, me asustaba pero a la vez me gustaba.

El lunes todo fue igual que siempre. Marisa sabía disimular muy bien y yo opté por imitarla. Nadie hubiera dicho que nos habíamos acostado. Para mi fue igual que abrir una puerta de par en par. Suspiraba por que me volviera a citar. No estaba deseando que nos acostáramos o que me hicera el amor: quería que me follara, que mevolviera a hacer las cosas que me hizo el viernes de la manera más brutal posible. Que me penetrara si con ello encontraba aún más placer. Que luego me despidieracomo si fuera su fulana, sin apenas tiempo para ducharme y haciéndome sentir sucia.

Tuve que esperar toda la semana, hasta el viernes. La espera se me hizo eterna. Cada noche esperaba que el último ruido de la casa se apagara para bajarme el pantalón del pijama y la braguita. Con el cuerpo vuelto hacia el colchón me masturbaba. Formando unas tijeras con dos de mis dedos abría mis labios, ofreciéndolos a una boca inexistente. Osaba a veces a meter un poco el dedito como anticipo de lo que sentiría en breves días. Ahora sentía miedo de romperme y que Marisa perdiera el interés por mi, si es que tal interés se centraba en mi himen intacto. Por el mismo deseo contenido me depilé el pubis para darle una forma más adulta. Liberé de vello mis labios y las ingles, dejando apenas un mechón que nacía sobre mi clítoris y avanzaba hacia mi vientre en un camino breve, denso, negro y espeso. Por las noches, boca abajo, recorría con mis dedos la suavidad de melocotón de mis ingles para luego acariciar la aspereza del poco vello púbico que me quedaba. Estiraba de él para sentir como el clítoris quedaba desnudo imaginando que ella volvía a lamerlo.

Abrió la puerta y entré por el estrecho paso que separaba la puerta del marco. Cerró la puerta a toda mirada indiscreta de los vecinos y se lanzó sobre mi. Nos besamos con enredos de lengua mientras la ropa volaba. La tumbé sobre el sofá para arrancarle las bragas. Las rompí con violencia. Me miraba con la sorpresa de la seductora que ahora era seducida. Contemplé su sexo con detenimiento. Dos regueros de flujo habían dejado un rastro húmedo y traslúcido que se encaminaba hacia sus muslos. Me había deseado tanto como yo la había deseado, pensé. Hundí mi cabeza entre sus piernas y mi lengua entró en su vagina como una si fuera una polla masculina. "Sabe bien", pensé, asombrada de mi atrevimiento. Estaba dispuesta a dejarme llevar. Si alguna vez era descubierta podría refugiarme en el chantaje recibido y nadie, excepto ella, sabría si había sido forzada o me había implicado para mi propio disfrute. Asombrada por mi reacción tan poco virginal también se dejó llevar. Me resultaba difícil mantener mi boca en su coño retorciendo sus caderas de aquella manera. Cuando la contorsión hizo imposible la mamada me imploró que me acercara a su cara para estamparme un beso y así sentir sus propios jugos en la boca. Ya estaba desnuda, con mi coño rezumando líquido. Ella también lo estaba excepto un par de pedazos de tela que antaño habían formado parte de sus braguitas. Incorporándose del sofá me cogió de la mano para llevarme a la cama. Me empujó para que cayera con la cara vuelta hacia ella. Abrí las piernas en silencioso ofrecimiento y giré la cara, como si esperara la penetración con un último gesto pudoroso. Sonrió al ver mi pubis arreglado. Se arrodilló en el suelo y tirando de mis caderas hacia el borde la cama empezó a lamer la rajita, el clítoris y el ano con furia. En un tiempo muerto me separó los labios e inspeccionó para imagino cerciorarse de que seguía virgen. Sentí su dedito rozar la entrada a mi cueva, palpando la membrana con suma delicadeza. Luego me dió la vuelta para colocarme a cuatro patas. Siguió lamiendo, entrando en mis agujeritos con su potente lengua. Eché la mano hacia atrás para apretar su cabeza contra mi sexo. Casi la ahogo. Estaba tan cachonda que dos de sus dedos metidos en mi ano me provocaron un intenso orgasmo. Se detuvo jadeante. Se colocó a mi lado, sentada sobre la cama y con las piernas cruzadas, contemplándome. Yo seguía a cuatro patas, con el torso abatido sobre la cama y el culo bien arriba. A falta de estimulación directa usaba mi mano para tocarme la cuca, asombrada de la erección que mostraba. Noté que le gustaba verme haciéndome una paja. Intentó ayudarme haciéndo pinza con dos de sus dedos para menearme el clítoris como si fuera una verga masculina pero estaba tan mojada que resbalaba sin que pudiera aprisionarlo.

Marisa se levantó de la cama y rebuscó en el cajón de la cómoda. La miré mientras se colocaba un arnés desprovisto de polla. Luego colocó sobre la cama un montón de miembros de latex de diferentes tamaños. Parecía dudar sobre cuál emplear para romper mi virginidad. Yo misma elegí una grande, negra, brillante. Debía medir más de veinte centímetros y probablemente me haría daño pero en ese momento estaba tan caliente que solo de imaginarla dentro de mi vagina me sentí chorrear. Abrió los ojos con desmesura y me preguntó si estaba segura. Le dije que sí, que por favor no dilatara más la espera. Pero Marisa era una mujer sensual que gustaba de los jueguecitos previos y nada iba a ser tan rápido y fácil como yo deseaba. Con premeditada lentitud colocó la polla en el arnés para luego pedirme que me diera vuelta y me tendiera sobre la cama para abrirme bien de piernas. Obedecí. Ella subió a la cama, se puso de rodillas para tumbarse sobre mi. Noté el latex sobre mi pubis y suspiré. En ese momento me trepó para alcanzar mi oreja con su boca y con voz ronca de deseo me explicó con todo detalle que me iba a desflorar. Que la polla rompería el himen y se deslizaría por mi interior por primera vez. Que luego movería las caderas para frotarlo y darnos placer. Que sangraría muy poco. Que me gustaría. Y luego, con un pene más pequeño, también violaría mi ano para ser ella la primera en todo. Y yo decía, "sí,sí, vamos, hazlo, por favor, desvírgame" mientras no paraba de moverme de cintura hacia abajo como poseída por sacudidas de placer venidero. En lugar de eso se colocó de rodillas frente a mis entradas y jugó con el pene que llevaba adherido como si fuera una varita mágica que otorgaba placer. Pasó la punta por mis labios, rozó mi clítoris y lo apoyó en mi culito haciendo un poco de fuerza como si me fuera a penetrar. Luego hizo durante un rato bien largo un juego que me volvió loca. Tensaba la polla hacia arriba para luego dejarla caer sobre mi clítoris que recibía un impacto no muy fuerte pero suficiente para darme una sacudida casi eléctrica, mezcla de suave dolor e intenso placer. O sujetaba la polla de latex con la mano y me daba golpecitos rápidos y breves sobre mi cuca hasta ponerla tan tiesa que mirándola a través del canal de mis pechos parecía un micro pene erecto. Aquel magreo y la visión de mi clítoris hizo que disfrutara de varios orgasmos. Algunos tan intentos que me dieron ganas de mear. Le dije a Marisa que tenía que ir al aseo pero me lo impidió. En lugar de dejarme ir, me pidió que lo hiciera allí mismo. Me sentí horrorizada pero me tranquilizó : aquello que sentía no era orina, era la eyaculación femenina. Al siguiente orgasmo me resistí, implorándole que me dejara ir, pero tras una cadena continua de espasmos me rendí. De mi sexo surgió un grueso chorro de líquido que impactó contra Marisa, contra su cara y su vientre, anegando la cama. Estaba avergonzada pero el gozo había sido inmenso. Marisa parecía feliz. Volvió a tocar mi clítoris y un nuevo chorro abandonó mi cuerpo. Me negué a seguir prestándome a su juego, por muy placentero que fuera. Estaba a punto de romper las sábanas a las que me agarraba con los puños crispados. Me incorporé y agarrándola por las nalgas la empujé dentro de mi mientras que le gritaba : "¡fóllame ya de una vez, puta de mierda!". Entonces se volvió loca. De un golpe de cadera me introdujo la polla tan profundo que el gritó quedó ahogado por un gemido de inmenso placer cuando esperaba dolor en su lugar. Empecé a mover las caderas, empalándome yo misma mientras la sujetaba por el culo para que no se moviera de allí. Entraba y salía entre convulsiones y ella, atrapada por mi abrazo, me besaba y comía las tetas como si mi cuerpo fuera parte de un festín. Busqué sus ojos y poco a poco, fui parando mi embestida. Miré hacia abajo y me quedé hipnotizada por la inmensa polla que entraba totalmente y salía casi hasta la punta causándome un intenso orgasmo que nunca olvidaré. Rendida cayó a mi lado. Tenía los dedos mojados en sangre y con ellos trazó una equis sobre mi vientre. Declaró que no me podía seguir y sin atender a sus palabras extraje la polla del arnés y la penetré para hacerla estallar en otro río incontrolable.

Luego me dio la vuelta y cambiando el miembro insertado en el arnés entró en mi culo mientras mi mano masturbaba mi sexo atrapada por el colchón. Follamos durante todo el fin de semana hasta parecer que mi virginidad era algo lejano en el tiempo. Recuerdo que el domingo me vestí con su arnés y la sometí a todo tipo de vejaciones. Me gustó sentir la polla entre mis piernas, obligarle a chuparla y luego hincarla en su culo sin lubricante para volverla a colocar en su boca o en su coño hasta reventarla de placer.

A partir de aquel fin de semana nos fuimos encontrando de forma intermitente. Ya desflorada, Marisa empezó a perder el interés por mi. Meses más tarde empecé a salir con un chico y Marisa bendijo la unión sin mostrar ni rastro de celos. La primera vez que follé con mi actual marido, la primera vez con un hombre, éste alabó mi experiencia. Sin embargo hubo algo en mi que no quedaba lleno con aquel tipo de sexo. Resistí tanto como pude. Marisa cambió de trabajo y a mi me ofrecieron su puesto. Lo acepté. Para entonces ya tenía una familia propia y necesitaba el dinero, por mucho que aquello no era lo que buscaba cuando estudiaba periodismo. Los años fueron transcurriendo y un día, de repente, me asginaron una becaria...