miprimita.com

Historias de mi vida (IV): continuación

en Gays

Se incorporó y se sentó de nuevo frente a mí, y al poco me dijo:

-       Bueno, vamos a salir de aquí ya, ¿no? Que mírate, estas hasta tiritando.

Era cierto, tras perder el contacto de la piel de Pablo, una corriente de frío se apoderó de mí y comencé a tiritar.

-       Tío, vamos a salir del agua ya, me estoy muriendo de frío. – le dije mientras me castañeaban los dientes.

-       Sí, que no se te ve buena cara.

-       Por eso mismo, vámonos ya.

-       Sí, sí.

Comenzamos a caminar hacia la orilla y yo me sentía cada vez peor. Una vez en tierra firme, fuimos directamente hacia las toallas para secarnos. Pusimos la ropa encima de la manta y cogimos las toallas para envolvernos en ellas y secarnos. Mientras me secaba, me di cuenta de lo mal que me sentaba, tenía el cuerpo cortado y sobre todo, mucho frío. Pablo me miraba preocupado porque yo no podía parar de tiritar.

-       Tío, ven aquí un momento.

Así hice y me acerqué a él. Sin decir nada más, llevó su ya seca mano a mi frente.

-       Manito, estás ardiendo, te ha entrado fiebre. ¿quieres que llame a tu madre?

Era ya muy tarde y me aterraba la idea de despertar a mi madre para decirle que me había entrado fiebre en medio de la playa, y a saber qué me decía cuando nos viera medio mojados o con las toallas empapadas.

-       Ni de coña, gordo. Si mi madre se entera de que hemos venido, me va a caer un broncazo, y si ya se da cuenta de que nos hemos bañado, me veo el verano metido en mi casa castigado. Además que seguro que se lo cuenta a tu madre y te va a liar el taco a ti también y no te va a dejar venir más.

-       Bueno, ¿y qué hacemos?

-       No sé.

-       A ver, sécate en condiciones, que tengo una idea.

Comencé a secarme la cabeza y a hacer lo propio con todos los pliegues donde se quedase el agua retenida. Pablo hacía lo mismo, mientras me miraba de reojo cada 5 segundos. Iba a comenzar a vestirme, cuando Pablo me cogió del brazo y me dijo:

-       A ver, en las películas y documentales siempre dicen que la mejor forma de dar calor es ponerse piel con piel, ¿no? Vamos a tumbarnos en la manta y vemos si te sientes mejor, o por lo menos no tienes tanto frío hasta que nos sequemos completamente, ¿te parece?

-       ¿Estás seguro? ¿No prefieres llegar a casa ya? – le pregunté.

-       A ver, preferirlo, lo prefiero. Pero no es plan de que te me mueras de camino. Vamos a intentar que se te quite aunque sea el frío y sino, nos vamos como sea o yo que sé.

-       Bueno, me parece bien. En serio tengo mucho frío, gordo.

-       Ya, ya. Estás blanco. Ven, túmbate en la manta, anda. – me dijo.

Le hice caso y me tumbé en la manta, que por fortuna nos dio por traernos. Pablo me siguió y se tumbó al lado mía, los dos bocarriba, contemplando el firmamento. Yo seguía temblando, aunque al raso no hacía tanta brisa, y Pablo me dijo:

-       Venga, manito, verás que se te pasa en nada, gírate y mira al mar, que te voy a dar un abrazo.

Yo le hice caso y me puse casi en posición fetal, mirando al basto mar que se extendía por la orilla. Seguíamos desnudos y, aunque ya estábamos secos, nuestra piel estaba fría y húmeda aún. La tersa piel de Pablo se juntó con la mía, en forma de abrazo, haciendo la cucharita, básicamente, aunque por mi zona trasera no llegué a notar el miembro de mi amigo. La piel de su pecho se fundió con la de mi espalda, sintiendo su respiración acompasada y profunda en ella, mientras que pasaba su brazo encima de mi cuerpo, para resguardarlo en mi pecho y sus piernas se entrelazaban con las mías. En un último movimiento, Pablo terminó de pegarse a mí, acomodando su paquete un poco más debajo de mi trasero. Aquello me descolocó un poco, aunque lo cierto es que no me molestaba y el calor de su cuerpo comenzó a reconfortarme.

Poco a poco, mi cuerpo entró en calor y dejé de temblar, aunque para ello hicieron falta algunos minutos.

-       ¿Mejor? – me dijo.

-       Bastante, sí que das calor, jodío. – le dije, riendo

-       Jajajaja, me lo dicen mucho, por eso sabía que iba a funcionar. Me has asustado antes, no sabía muy bien que hacer. Tenías más mala cara…

-       Es que no sé para qué te hago caso. Mira que liarme para meterme en el agua en plena noche… - lo acusé.

-       ¿Y yo que coño sabía que te ibas a poner malo? – se defendió, indignado.

-       Jajajaja, es broma, pesadilla. Ya me encontraba algo mal antes de entrar.

-       ¿Entonces para que te metes?, si es que estás malito. Esto es por tu culpa, a mí no me vayas a hacer sentir mal.

-       Vale, vale. Vamos a quedarnos un rato más, que estoy muy relajado.

-       Bueno, pero paso de quedarme dormido aquí, y menos en pelotas.

No le respondí y me quedé mirando el mar, que reflejaba la luz de la luna y en el cual se podían apreciar algunas luces de barcos pesqueros. Así, con el murmullo de las olas rompiendo al llegar a la tierra, me quedé medio dormido. De repente, sentí algo duro tras de mí y me desperté.

-       Gordo, ¿qué haces empalmado?

-       Joder, manito, no sé. Es que tienes un culazo, blanquito y sin un pelo y se me ha puesto palote.

-       ¿En serio tienes ganas de jaleo, después de haberte corrido hace tan poco?

-       ¿Qué quieres que te diga? Estoy aquí, abrazado a alguien desnudo y con mi polla pegada a un culo que perfectamente podría ser de una tía. Pues se me ha empinado. – echó mano a mi pene, que estaba comenzando a cobrar vida de nuevo. – Pero parece que no soy el único con ganas de jaleo.

-       Yo que sé, tío. Te pones a decir cosas de mi culo y no sé qué más y se me ha empalmado a mí también. – comenzó a subir y a bajar la fina piel de mi pene, que ya estaba erecto totalmente. – y si no paras de meneármela, pues qué le hago.

-       Bueno, ya que estamos los dos así, vamos a hacernos otra paja, ¿no?

-       Joder, gordo, si ya me la estás haciendo, ¿cómo quieres que te diga que no?

-       Ponte bocarriba, que te la voy a hacer en condiciones.

Así hice. Me puse bocarriba y Pablo, tumbado al lado mía de lado, comenzó a darme de nuevo aquel placer con su mano. El malestar había desaparecido, no sabía por la calentura no me enteraba o si es que se me había pasado, pero frío, lo que es frío, no estaba pasando en aquellos momentos.

Tenía los ojos cerrados, disfrutando de aquella mano que hacía que de mi boca salieran suspiros de gusto, mientras mi pene me enviaba señales de placer a todo mi cuerpo, mis piernas se apretaban y mis caderas daban algún que otro envite al aire, cuando sentí que Pablo se movió a mi lado y, al abrir los ojos, vi cómo llevaba su cara hacia mi pelvis, para meterse en la boca la punta de mi descapullado glande. Una corriente eléctrica me recorrió de cabo a rabo cuando pasó su lengua por la cabeza de mi polla y yo no daba crédito. Acto seguido, se la sacó de la boca y siguió con su faena. Yo me quedé anonadado. Pablo, mi mejor amigo, un tío que siempre hace coñas sobre maricas y se harta de llevar tías a la cama, me la acababa de chupar.

-       ¿A qué ha venido eso? – le pregunté, extrañado.

-       No sé, la tenías muy seca y pensé que así te iba a ir mejor. Además, pues no sé, manito, me han entrado ganas de saber qué sabe una polla y si se la voy a chupar a alguien, que sea a mi mejor amigo, ¿no? – no me miraba a la cara.

-       Bueno, ¿y te ha gustado?

-       No ha estado nada mal. Y a ti, ¿te ha gustado?

-       A mí me ha encantado. Gordo, que no pasa nada. Esto lo hacemos para echar el rato y quitarnos el calentón. Si encima hacemos que el otro lo pase bien, pues de puta madre. Venga, si me la chupas, te la chupo yo ahora también, si quieres, claro, que ahora me ha entrado curiosidad a mí también.

-       ¿Me la chupas a mí también? Mm, vale. Joder, lo que hay que hacer para que te la chupen… - me miró, mientras me guiñaba un ojo y se reía. – pero, entonces, déjame ponerme entre tus piernas, que de lado es un poco incómodo.

-       Como quieras.

Abrí un poco las piernas, para que Pablo pudiera tener acceso total a mi pene, que estaba totalmente hinchado, deseoso de que se lo llevaran a la boca otra vez.

Pablo cogió mi polla y comenzó a sacudirla un rato, antes de agachar la cabeza y abrir la boca para engullir de nuevo solo la cabeza, mientras con su mano subía y bajaba la parte baja de mi pene. Supongo que por cómo se lo han hecho a él antes, comenzó a succionar mientras subía y bajaba y aquel comenzó a llevarme a la locura. El sonido de sus mamadas se mezclaba con mis gemidos, que poco a poco comenzaban a ser más audibles. La punta de mi nabo cada vez atravesaba más profundamente la boca de Pablo, y es que poco a poco fue capaz de tragar más centímetros, hasta que en una de esas se vino muy arriba e intentó tragársela entera de un solo tirón. Sentí cómo me pene atravesaba su campanilla y se topaba de lleno con la garganta, a la vez que Pablo daba una gran arcada y se retiraba de inmediato, mientras de la comisura de sus labios chorreaba mucha saliva, que iba a parar a mi pelvis. Aquello me trajo un deja vù, de cuando Isma hizo lo mismo, por lo que sonreí y le pregunté:

-       ¿A qué ha venido eso?

-       Dios, qué fatiguita. Espera un segundo. – se tomó un tiempo hasta que se recompuso – joder, esperaba poder aguantar un poco más, siempre he visto cómo en las pornos las tías se las tragan y no les pasa nada.

-       Ya, pero esas tías llevan años chupando pollas. ¿te crees que no habrán tenido arcadas al principio?

-       Bueno, voy a seguir, que quiero que acabes pronto…

Esta vez, apoyó las manos en el suelo y comenzó a chupármela, mientras que yo me tomé la libertad de ponerle una mano en la nuca, para poder ir marcándole un ritmo algo más ligero. A Pablo no le pareció importar, por lo que siguió un buen rato. Yo me sentía genial, estaba disfrutando mucho, cuando Pablo se la sacó de la boca y comenzó a lamer y chupar mis afeitados huevos, mientras seguía pajeándome.

A mi aquello me daba mucho morbo y mientras le acariciaba la cabeza a mi amigo. De repente, Pablo me levantó las piernas y comenzó a bajar a base de lametones desde mis testículos, pasando por mi perineo, hasta llegar a mi ano. Al llegar a eso punto, introdujo la punta de su lengua dentro de mi agujero, y comenzó a hacer círculos dentro de él. Aquella era mi primera experiencia anal y lo cierto es que aquello me dio un placer totalmente distinto hasta entonces y de mi boca se escapó un gritito de placer/sorpresa.

-       ¿Pasa algo? ¿Te duele? – me preguntó de inmediato.

-       No, no. No me duele, pero me ha pillado de sorpresa. Está bien.

-       ¿Te gusta?

-       Sí, bueno, no sé. Es raro. – le respondí, sin saber muy bien qué decir.

-       ¿Quieres que siga? – me preguntó, dubitativo.

-       Si quieres, sí.

No hubo más palabra de por medio y Pablo bajó de nuevo su cabeza, para perforar de nuevo mi ano con la punta de su lengua. Poco a poco, aquello me comenzó a gustar cada vez más y Pablo introducía lentamente su lengua más profundamente dentro de mi hoyito virgen. Cada vez que su lengua exploraba una nueva zona de mi esfínter, un escozor me recorría la zona, pero al poco se me pasaba y me daba de nuevo mucho placer. Yo ya opté por seguir masturbándome para aprovechar aquel nuevo estímulo tan placentero. De repente, Pablo se incorporó de nuevo y me preguntó:

-       ¿Quieres que probemos a meterte un dedo, a ver si te gusta?

-       No sé, tío. – aquello ya comenzaban a ser palabras mayores.

-       Venga, va, manito, vamos a probar.

-       Claro, primero un dedo, luego otro, luego otro, y después me acabarás follando, ¿no? – l miré seriamente.

-       Pues no sé, si surge y los dos queremos… ¿por qué no?

-       Pablo, yo no soy una de esas putas a las que te follas y después te desentiendes

-       ¿Qué? ¿Por qué dices eso? – aquellas palabras parecían haberle afectado.

-       Porque me estoy viendo venir que esto lo haces por el calentón y después a lo mejor te arrepientes.

-       Joder, manito. Eres la única persona con la que haría esto, y si lo eres es porque eres muy especial para mí. Solo quiero que probemos si quieres y disfrutemos los dos, juntos. – me dijo.

-       ¿Estás seguro? – le pregunté.

-       Sí. Y tú, ¿estás seguro de que quieres probar?

-       Pues la verdad es que no estoy muy seguro. Seguro que me va a doler un montón.

-       Vamos a hacer una cosa. Vamos a prepararte bien y sin prisas y después vamos a probar. Si te duele y quieres que paremos, yo me quito y paramos. Lo prometo. – me dijo.

-       Me cago en todo, vale. Pero después te lo hago yo a ti.

-       ¿Cómo?

-       Hombre, y tanto. Sino no hay trato, que yo también quiero disfrutar metiéndola. – le contesté.

-       Bueno, vale. Trato. Pero si te digo que pares, paras, ¿vale?

-       Vale, pero tampoco vale escaquearse, que nos conocemos.

-       Que sí, no seas más pesado. Ponte boca abajo, que la cosa se pone seria.

Le hice caso y me puse bocabajo, asimilando la idea de que iba a perder mi virginidad anal. Pensándolo bien, alguna vez le había dado vueltas al tema y había tenido la tentación de probar a meterme algún dedo en la ducha, pero siempre había acabado descartando la idea y diciendo tras correrme que en qué coño estaba pensando. Pero en aquel momento, esa idea se iba a convertir en realidad y yo no estaba muy seguro de si quería, aunque de momento la calentura me iba ganando, por lo que me dejé cuando la lengua de Pablo volvió a hurgar dentro de mi ano. Aquello, de nuevo, volvió a hacer que me pusiera a tono más que nunca y, al no poder tocarme por estar de cara al suelo, todo el placer se concentraba en aquel punto.

Cuando musculatura quise dar cuenta de que Pablo ya no lamía mi ano, sentí la punta de unos de sus dedos a la entrada de mi agujero, rozándolo y haciéndome sentir algo extraño. Poco a poco, comenzó a ejercer presión hasta que sentí como la punta de su dedo vencía a mi esfínter y se introducía lentamente. De mi boca se escapó una nota de quejido que hizo que Pablo parara, aunque seguía con la punta de su dedo aún dentro de mí.

-       ¿Paro?

-       No, sigue, pero despacio.

Así fue, como poco a poco, su dedo fue abriéndose paso dentro de mi culo hasta introducirse completamente. La sensación fue muy extraña. Fue una mezcla de dolor y placer, con escozor por el medio, que hizo que mi pene se desinflara completamente. Pablo mantuvo durante un par de minutos su dedo donde estaba, mientras me acariciaba la espalda y me daba besos en las nalgas, supongo que para mantenerme tranquilo, cosa que consiguió, ya que me relajé y el dolor poco a poco se fue yendo. Pablo comenzó a mover el dedo dentro de mí, sin llegar a sacarlo, haciéndome gozar con aquellos círculos.

-       ¿Te gusta? – me dijo.

-       Sí, es raro, pero gusta y ya casi no duele.

Sin mediar palabra, sacó su dedo y volvió a meterlo lentamente repetidamente, mientras yo mordía la manta, entre dolor y placer, aunque este último se hizo mucho más presente conforme pasaba el tiempo.

Pablo repitió el mismo procedimiento con un segundo dedo y yo volví a sentir dolor al principio, pero me acostumbré más rápidamente. Pablo no paraba de echar saliva a sus dedos para que todo fluyera y cuando ya los metía y sacaba a la perfección, decidió que era hora para un tercer dedo. Este tercer dedo fue el más doloroso de los tres y me hizo hacer parar a Pablo en al menos 2 ocasiones para poder seguir. Cuando mi recto ya se acostumbró al vaivén de los tres dedos, había pasado mucho tiempo desde que empezamos, y yo ya estaba extasiado y deseoso de correrme lo antes posible.

-       Manito, yo creo que ya podemos. ¿Estás seguro, en serio? – me preguntó.

-       Joder, con lo que me ha dolido este último dedo, no mucho. Así que date prisa, antes de que cambie de opinión. – respondí, inquieto.

-       Vale. Avísame si quieres que pare o te duele o algo. Pero sobre todo, relájate, sino te va a doler más.

-       Vale, gordo, pero ten cuidado, por favor, ve lentito, anda. – le rogué, temeroso de lo que me podía doler aquel trozo de carne dentro de mí.

-       Sí, no te preocupes, que voy a ir muy despacito para que te duela lo menos posible. – me dijo dulcemente.

Así, con Pablo entre mis piernas, mientras yo estaba tumbado bocabajo en la manta, en aquella desierta playa, a las tantas de la madrugada, con el cielo cubierto de estrellas que serían testigos de cómo perdía mi virginidad anal con mi mejor amigo, Pablo volvió a lamer mi ahora dilatado ano por última vez, antes de profanarlo, para lubricarlo y que todo se hiciera más llevadero. Su lengua volvió a darme un gustazo tremendo, cuando, de repente, ese placer acabó y, dos segundos más tardes, sentí algo duro, grande y mojado en la entrada de mis entrañas. Yo estaba muy nervioso y, cuando Pablo comenzó a ejercer presión para meterla dentro de mí, comencé a aferrarme fuertemente a la manta.

-       Selu, tienes que relajarte, sino esto va a ser imposible. Respira hondo, venga. – me dijo Pablo.

-       Vale, vale. Es que no es fácil, estoy un poco acojonado.

-       ¿No quieres?

-       Sí, sí quiero, pero me sigue dando miedo. Voy a intentar relajarme, no te preocupes.

Así hice, intenté relajar la musculatura de mi culo y sobre todo mi esfínter. Cuando lo hice, Pablo aprovechó para presionar un poco y la punta de su grueso pene entró en mi ano, haciendo que este me ardiera y me hiciese dar un pequeño grito.

-       Ishh…

-       Ahh…, ¿estás bien? – me preguntó.

-       Sí, sí…, déjame acostumbrarme…

Pasó un minuto, cuando Pablo comenzó a empujar hacia dentro, introduciendo lentamente su polla dentro de mi apretado culo, respirando fuertemente y dando algún que otro pequeño gemido. Cada centímetro que entraba dentro de mí me hacía retorcerme de dolor, ya que parecía que me estaban partiendo por la mitad.

-       Para, para, Pablo. Joder, no veas si duele. – le dije cuando ya no podía más.

-       ¿Quieres que la saque? – me preguntó.

-       No lo sé, me da la sensación de que me vas a partir en dos, tío. Pero es que como la saques, no voy a querer que la metas de nuevo, sinceramente.

-       Ya casi la tienes entera dentro. Venga anda, aguanta como un campeón.

-       Bueno, vale. Pero déjame acostumbrarme un poco todavía.

-       Claro, el tiempo que haga falta, manito.

Así, cuando poco a poco me fui relajando de nuevo y mi cuerpo se acostumbró al pene de mi amigo, le di un toque en la pierna a Pablo, como señal de que podía proseguir. Él, abrió mis nalgas y comenzó a presionar para terminar de introducir totalmente su pene dentro de mi recto, mientras yo rechistaba y agarraba con fuerza la manta y me clavaba las uñas en las palmas de mis manos, ya que el dolor me cegaba. Finalmente, sentí cómo su pelvis y sus testículos se fundían con mis nalgas, señal de que todo el miembro de mi amigo estaba dentro de mí.

-       Uf, joder, Selu. Estás apretadísimo, Dios. ¿Cómo estás? – me preguntó.

-       Duele, duele mucho. – le dije entre sollozos

-       Tranquilo, que ya ha pasado lo peor, ahora viene la parte buena.

-       Pues tiene que ser muy buena para compensar esto, joder, cómo me escuece el culo, tío.

-       Venga, no seas quejica, anda. Relájate y coge aire, que cuando deje de dolerte vamos a empezar con lo bueno. – me dijo mientras me acariciaba la espalda.

Pasaron unos minutos y dejó de dolerme tantísimo, y algo parecido al placer comenzó a aparecer en aquella zona, por lo que cogí confianza y le di vía libre a Pablo:

-       Venga, pues que empiece lo bueno, ¿no?

-       ¿Ya? Voy a empezar despacito, ¿vale? – me dijo.

Mientras, comenzó a sacar una pequeña parte de su pene y a volverla a meter dentro, haciendo que el dolor volviera a aparecer, pero mucho menos y mezclado con un placer que cada vez se hacía más notorio. Los dos comenzamos a gemir, aunque mis gemidos tenían notas de dolor y los suyos eran puramente de placer. La cadencia de las embestidas de Pablo era cada vez mayor, así como los tramos de carne que me metía y sacaba en cada una de ellas, haciéndome volar en un mar de sensaciones, donde el placer se hacía paso a empujones. Ninguno de los dos pudo más camuflar el placer que sentía, por lo que los gemidos de los dos eran fuertes y sonoros, así como el chocar de su pelvis en mi culo, que hacía un fuerte ruido. Pablo, recostado totalmente encima mía, estrellaba su respiración agitada contra mi nuca mientras acometía contra mi culo, ya sin miramientos. Así estuvimos durante al menos 15 minutos, los últimos con Pablo siendo muy intenso, por lo que los dos estábamos empapados en sudor.

-       Joder, manito, yo ya no puedo más, ¡me voy a correr! – me dijo, mientras seguía bombeando.

No me dio tiempo a decirle que no se corriera dentro de mí, cuando Pablo exclamó un gran gemido y empujó con todas sus fuerzas dentro de mí, haciendo que su pene llegara aún más profundo haciendo que yo me quejase, mientras que sentí que algo caliente se derramaba dentro de mí, una, dos y hasta en cuatro ocasiones. Pablo se derrumbó encima de mí, mientras resoplaba e intentaba recomponerse. Aunque la situación no me desconfortaba para nada (Pablo encima de mí, ofreciéndome todo su calor, mientras mantenía su pene dentro de mí, el cual sentía cómo poco a poco se hacía más pequeño), su peso era demasiado para mí y me estaba aplastando el pecho, quitándome la posibilidad de respirar, además de que mis pobres huevos estaban siendo espachurrados y me empezaban a doler.

-       Gordo, gordo, me estás aplastando entero. – le dije con el poco aire que me quedaba.

-       Voy, voy. – y se echó a mi lado – Joder, vaya polvazo… Ha sido brutal. Y a ti, ¿qué te ha parecido? ¿Te ha gustado?

-       Sí, sí. Cuando se te hace el cuerpo empieza a gustar, y cada vez más, así que ha llegado un punto en el que ya estaba flipando. Lo que no me ha gustado tanto es que te hayas corrido dentro de mi culo.

-       Madre mía, no tenía huevos de sacarla, se sentía demasiado bien. Lo siento. – me dijo, sin mirarme.

Pasaron unos cuantos de minutos, mientras los dos estábamos tumbados mirando a las estrellas. Yo sentía cómo mi ano palpitaba y cómo de mi ano comenzaban a salir restos de la corrida de mi amigo. Ahora que su pene no estaba dentro de mí, sentía como un vacío dentro de mi recto, pero poco a poco, esa sensación se fue haciendo más liviana. No sé por qué, pero me estaba poniendo cachondo y tenía ganas de probar lo que Pablo me había hecho.

-       Bueno, ahora intercambiamos los papeles, ¿no? – le pregunté.

-       Sí, yo me voy a limpiar la churra en el agua, que si me la vas a chupar, no quiero que te sepa a mierda. – me dijo mientras se levantaba y comenzaba a irse a la orilla.

-       Vale, vale, no tardes, anda.

No recordaba que le había prometido chuparle la polla, al igual que él lo había hecho. De hecho, yo a esas alturas solo quería correrme y, a ser posible, dentro del culo de Pablo. Además, no entendía cómo es que podría llegar a tener ganas de recibir algún estímulo en su pene, después de haberse corrido escasos minutos ates, y por segunda vez. Pero, un trato es un trato y no sería yo el que faltaría a su palabra.

Pablo volvió a la manta con paso lento y muy tranquilo, con su pene flácido y sus huevos depilados bamboleándose al son de sus pasos. Se había metido hasta la cintura en el mar y se secó con su toalla, que aún seguía bastante mojada, pero que pudo absorber la mayor parte de agua.

-       Bueno, pues vamos al lío, ¿no? – me dijo.

-       Sí, estaría bien. ¿Qué quieres hacer primero? – le contesté.

-       Pues, a ver, yo ahora mismo no sería capaz de aguantar que me a chupes, la verdad, necesitaría un poco más de tiempo. ¿Por qué no empezamos a prepararme para que pueda entrar…, ya sabes? – me dijo, bajando la mirada.

-       Vale, vale, como quieras.

Acto seguido, se tumbó bocabajo y abrió las piernas. Yo me puse de rodillas entre ellas y le abrí las blancas e impolutas nalgas a mi amigo, dejando indefenso aquel rosado y pequeño agujero.

-       Joder, Pablo, vaya culazo tienes. – le comenté.

-       Gracias, a ver cómo me lo dejas, eh. – me dijo, riendo.

No dije nada más y bajé mi cabeza hasta aquel pequeño rosco e introduje la lengua dentro de él. Pablo dio un resoplido, intuyo que de placer y yo seguí metiendo más y más de mi lengua dentro de él. Se sentía caliente y salado, debido al mar. Olía a mar y a Pablo, no sé si me explico. Cuando tenía mi lengua dentro, comencé a hacer círculos con ella, haciendo que pablo agarrara la manta con fuerzas y que sus piernas se tensaran. Por mi parte, yo ya estaba goteando y me masturbaba mientras le comía el culo a mi amigo.

-       Joder, sí que es raro manito, pero no veas cómo me gusta. – me dijo entre gemidos.

-       ¿Pasamos ya con los dedos? – le pregunté.

-       Sí, como quieras, pero déjame ponerme bocarriba, que me duelen los huevos así.

-       Como quieras.

Me hice atrás y Pablo se dio la vuelta, quedando panza arriba. Volví a meterme entre sus piernas, ahora un poco más abiertas y apoyadas en las plantas de los pies, haciendo que su ano quedase expuesto, aunque no demasiado. Me metí el dedo índice en la boca y lo embadurné de saliva, para luego frotarlo en el ano de Pablo. Él tenía los ojos cerrados y su cara era de póker en aquel momento, hasta que empecé a presionar y su esfínter cedió. Su rostro se contorsionó hasta convertirse en una mueca. Yo seguía introduciendo lentamente mi dedo, hasta que cuando ya iba por la primera falange, Pablo me cogió del brazo y me dijo:

-       Para, para, por favor. Joder, cómo escuece. Déjame acostumbrarme, anda.

-       Claro, sin problemas. Respira hondo y relájate, ayuda mucho, enserio. – le contesté.

Sentía cómo el esfínter de Pablo apretaba y desapretaba mi dedo, mientras esperaba a que se le pasara. Poco a poco, sentí cómo dejaba de apretar mi dedo y comencé a presionar un tanto para seguir introduciéndole mi dedo hasta que finalmente entró en su totalidad. Su interior se sentía húmedo, aterciopelado y muy apretado. Pablo mientras, apretaba fuertemente la manta y arrugaba la cara, mientras respiraba fuertemente.

-       Pues el primero ya está, gordo. – le dije.

-       Dios, escuece mucho. – me contestó, cubriéndose los ojos con los puños.

-       Pero ¿te gusta?

-       Sí, bueno, es raro. Escuece pero también gusta.

-       Sé de lo que me hablas.

Acto seguido, comencé a mover mi dedo dentro de él, haciendo esos círculos que tanto me gustaron a mí. Mientras, yo me sobaba mi pene, que estaba a reventar con aquella imagen y sensaciones. El pene de Pablo también comenzó a ponerse a tono, sobre todo cuando comencé a sacar y meter lentamente mi dedo de su culo. La cara de Pablo ya dejó de ser de dolor, para morderse el labio, mientras su pene comenzaba a babear de nuevo.

-       Joder, sí que tienes energías, Pablo. – le dije mientras pasé de tocar mi pene a tocar el suyo.

-       No sé cómo pero ese dedo tuyo me está haciendo maravillas, loco. Ahora sí que voy a querer que me la chupes… - me dijo mientras me miraba pícaramente.

-       ¿Quito el dedo? – le pregunté.

-       No, no, está bien.

Así pues, me eché para atrás y me agaché lo suficiente para meterme la punta de su polla en mi boca. Sabía entre saldo por el mar a su líquido preseminal, algo agridulce, una mezcla que no me disgustó para nada. Conforme comencé a subir y bajar por aquel pedazo de carne, imitaba con mi dedo la cadencia con la que lo introducía para que fuese igual a la de mis mamadas. Pablo no podía parar de gemir y de vez en cuando bajaba la mirada para ver cómo su mejor amigo le comía la polla mientras lo dedeaba. Aproveché toda la saliva que había en el pene de Pablo para mojar otro de mis dedos e introducirlo junto al primero en su culo. Él no se lo esperaba y exclamó un pequeño grito de dolor y sorpresa.

-       No pares, por favor, intenta meterlo del tirón. – me dijo, casi suplicante.

Entonces, me la saqué de la boca, para que cada centímetro de mis dedos que fuese metiendo dentro de él coincidiese con cómo me metía su pene en mi boca, de manera que cuando mis dedos ya estaban dentro de él, su pene traspasó mi campanilla y chocó con mi garganta, haciendo que se me saltasen las lágrimas y me diese una gran arcada. Pablo, por su parte, agarraba fuertemente la manta y exclamaba un “ishhhh” conforme los dedos lo profundizaban De mi boca comenzó a salir grandes goterones de saliva que fueron a caer en la pelvis de mi amigo y sobre todo su pene, a la vez que yo me retiraba, tosiendo y casi vomitando.

-       Hey, manito, ¿estás bien? – me preguntó, preocupado.

-       Mierda, buaj. Me he venido arriba. – dije, jadeando.

-       Pues sí, pero ha sido impresionante, jajaja. Para ya si quieres, que no te paran de llorar los ojos. Vamos a concentrarnos en lo importante… - y me guiñó un ojo.

-       Como quieras, gordo. – le dije mientras sonreía.

El culo de Pablo estaba muy apretado y su ano apretaba mis dos dedos. Comencé a meterlos y a sacarlos y la cara de Pablo se volvió a cambiar por una de dolor/placer. Así llevamos un rato, cuando me vi capaz de introducir un tercero. Como le dolía muchísimo y me hizo parar unas cuantas de veces, decidí volver a chupársela para que se relajara. Aquello dio resultado y finalmente, mis tres dedos cupieron en su totalidad dentro de mi amigo, que parecía que iba a explotar cuando comencé a meterlos y sacarlos, a la vez que se la chupaba.

-       Gordo, quiero metértela ya. – le dije al cabo de unos minutos.

-       Dios, qué romántico eres. – me dijo y empezamos a reírnos. – vale, métela pero con cuidado y despacio, que con tres dedos ya duele muchísimo…, no me quiero ni imaginar toda tu tranca.

-       Sí, sí, tranquilo. Voy a tener el mismo cuidado que tú has tenido. – le dije – pero así no puedo meterla, vas a tener que ponerte boca abajo o subir las piernas.

-       Uf, prefiero subirlas, paso de estar bocabajo. – dijo, mientras levantaba las piernas y las apoyaba en mí, dejando al descubierto su ya dilatado ano.

Pablo se cubría las manos mientras yo embadurnaba mi pene con saliva y lo situaba en la entrada de mi amigo. Comencé a ejercer presión para derrotar a su esfínter, mientras Pablo se quejaba. Aquello no cedía, por lo que intenté relajar a mi amigo.

-       Gordo, tienes que relajarte, sino aquí no hay quien entre.

-       Joder, ahora entiendo por qué decías que estabas acojonado. Uf, voy a intentarlo.

Le dejé un minutito para que tomara conciencia, y volví a empujar. Ahora sí, a la vez que Pablo daba un gritito, la punta de mi pene pudo pasar e introducirse dentro de él. Se sentía caliente y realmente apretado, con una sensación aterciopelada que me rodeaba por todo el glande. Le di otro par de minutos antes de seguir enterrando mi nabo en ese agujero, que iba tragando centímetro a centímetro. Cuando ya llevaba aproximadamente un poco más de la mitad dentro, Pablo me agarró fuertemente la pierna con su mano derecha. Yo estaba tan concentrado viendo cómo entraba mi pene, que no me fijé en su rostro, descompuesto de dolor.

-       Tío, tío, dame un respiro, joder. – me dijo, entre resoplidos.

-       Mierda, lo siento ¿estás bien? – me disculpé.

-       Sí, bueno, me siento como un puto pavo relleno. Me da la sensación de que me va a salir por la boca.

-       Jajaja, aguanta, que ya no te queda casi nada.

-       Dime que no queda mucho por entrar, por Dios.

-       Casi nada… - le mentí.

-       Bueno, pues que sea rápido…

Sin decir nada más, comencé a seguir empujando, hasta que entre resoplidos, alguna otra pequeña pausa y mucha paciencia, mis huevos chocaron con su culo y mi pelvis se pegó a la suya. Aquel tramo final del recto de mi amigo era mucho más estrecho y yo casi me sentía explotar en aquel mismo instante.

-       Bueno, pues ya está toda dentro. – le dije.

-       Joder, menos mal que faltaba casi nada. Dios, como me arde el culo…, sí que duele, sí. – me contestó.

-       ¿Ves como no te mentía? Ahora toca que te acostumbres para que pueda empezar lo bueno.

-       Sí que tiene que ser bueno, porque sino esto no renta una mierda.

-       Que síí, además para el que está dando sí que renta, jajajaja. – comencé a reírme y, aunque no quería, Pablo también empezó a reír conmigo.

Pasó un tiempo y yo ya no me aguantaba las ganas, por lo que comencé a mover mis caderas para que una pequeña porción de mi pene empezara a salir y a entrar del culo de mi mejor amigo. De mi boca se escapó un gemido cuando la metí de nuevo, ya que era increíble cómo su mi pene se abría paso por el recto de Pablo, dándome un mar de placer. Por el contrario, a Pablo también se le escapo un gemido, de nuevo entre dolor y placer, y, como no me dijo nada, yo seguí haciéndolo. Con el paso de los minutos, sacaba mi pene más y más afuera, ya que cuanto más lo hacía, más placer recibía yo y, por los aullidos de placer que daba Pablo y por cómo babeaba su polla, también él lo recibía.

Pablo comenzó a masturbarse con su mano derecha, mientras que se aferraba fuertemente con su mano libre a la manta. Mis embestidas eran en ese punto casi salvajes y, sin saber por qué, le cogí las piernas a Pablo y las puse en mis hombros, clavando todo mi ser en las profundidades de mi amigo y explorando, por la posición, zonas que no habían sido exploradas hasta entonces, lo que arrancó en mí un gemido de placer y en Pablo una exclamación de dolor. Así me quedé durante un minuto escaso, hasta que Pablo se recompuso y volví a acometer contra él, de forma acelerada de nuevo.

Pablo incrementó el ritmo de su paja y, en su interior, su recto se apretó de manera sorprendente, mientras yo seguía metiéndola y sacándola, como palpitando, a la vez que de Pablo se escapaba un gemido largo y profundo y de su pene salían algunas gotas, señal inequívoca de que se había corrido por tercera vez. La sensación de estrechez, sumada a ver cómo se corría mi amigo, hicieron que no pudiese resistir más y, de nuevo, clavando con ganas mi polla en mi amigo, en lo más profundo de su ser, mi orgasmo se hizo presente y, entre jadeos, acabé llenándole el culo de mi leche.

Me quité las piernas de Pablo de encima y me recosté a su lado, mientras los dos respirábamos alocadamente e intentábamos recomponernos.

-       Joder, vaya pasada. – dije yo.

-       Dios, y que lo digas. – me contestó. – al final sí que ha rentado, la verdad

-       ¿Sí? ¿Te ha gustado? – le pregunté.

-       Bueno, digamos que no ha estado tan mal. – y comenzamos a reírnos. – Sí, me ha gustado en verdad, es como tú dices: cuando te acostumbras al final gusta.

-       Me alegro de que te haya gustado.

Nos quedamos en silencio varios minutos, hasta que decidimos que ya era hora de llegar a casa y acostarnos. Recogimos todo, nos vestimos y pusimos rumbo a la casa. La caminata se nos hizo eterna, ya que estábamos exhaustos y andar por la arena estaba por acabar con nuestras pocas energías. Cuando al fin llegamos a la casa, nos escurrimos sigilosamente hasta nuestro cuarto y primero uno y luego el otro, pasamos por el baño antes de acabar dormidos en la cama. En el baño, retiré con papel los restos de mi amigo que aún tenía en el culo, aunque decidí que no era bastante y me acabé dando una ducha rápida. Cuando me metí en la cama, vestido solo con unos limpios calzoncillos, escuché cómo Pablo me copiaba la jugada y se daba una ducha, aunque no lo vi llegar al cuarto, ya que el sueño me acabó ganando y caí rendido.

El fin de semana acabó y nosotros actuamos como si no hubiese pasado nada, al igual que el resto del verano, en el cual nada extraordinario pasó entre nosotros.

Aquí acaba esta historia tan fascinante, al menos a mi parecer, que tuve la suerte de vivir con otra de las personas más especiales de mi vida. No duden en escribir en comentarios qué les ha parecido. Es más, si les ha gustado, les invito a que me lo digan vía email (selulana99@gmail.com), donde podré responderles y agradecérselo personalmente. También les invito a preguntarme cualquier cosa, en especial a los jóvenes que tengan dudas y quieran algún consejo de alguien que también es joven y ha tenido la fortuna de vivir estas situaciones, de nuevo vía correo electrónico. Un saludo y de nuevo, disculpen la tardanza.