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Historias de mi vida (IV): Perdiendo la virginidad

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Historias de mi vida (IV): Perdiendo la virginidad.

¡Hola! Ha pasado mucho tiempo desde mi último relato, pero lo cierto es que estoy reescribiendo este, ya que lo subí a la web y lo eliminé de mi ordenador, pero no sé qué pasó que no se subió correctamente y lo perdí. Me llevó mucho tiempo escribirlo, ya que era muy largo y me ha dado pereza volverlo a escribir hasta hoy, que me he decidido por los mensajes de apoyo y que solicitaban una nueva entrega. Perdonad la espera y allá vamos.

Al poco tiempo de lo ocurrido en el anterior relato, mi madre me trajo una noticia que sacudió mi mundo: nos mudábamos. Mis padres al fin habían hecho el reparto de gananciales y mi padre se quedaba la casa donde vivíamos con mis hermanos y mi madre la otra casa, que había estado alquilada hasta entonces. La opción de quedarme no era factible, ya que mi relación con mi padre era nefasta y me negaba a vivir bajo el mismo techo que él. Recuerdo que era diciembre y me tocaba decir adiós a todos mis amigos.

La idea de no volver a ver más a Isma me dejó hecho trizas, pero acordamos vernos al menos una vez cada 3 semanas en la capital, o un din de semana que me pudiese quedar en su casa. Mis hermanos, que sí tenían mejor relación con mi padre, decidieron quedarse, por lo que pasé de ser el pequeño de una familia numerosa a hijo único en poco tiempo. Aquel pueblo, que ciertamente había visitado en algunas ocasiones, me gustaba. Era tranquilo, mucho más cerca de la capital…, con la única pega de que me encontraba solo y me tocaba entrar al instituto en el comienzo del segundo trimestre y adaptarme a todo aquello.

Hacía frío esa mañana, pero yo ya estaba entrando en el instituto, ataviado con un chaquetón y mi mochila sobre mi sudadera. La jefa de estudio me dio los libros de todas las asignaturas y me llevó al aula en la que se encontraba el resto de mi clase. Recuerdo que, cuando entramos, se hizo el silencio y avanzamos hasta la mesa del profesor, desde donde la jefa de estudios dijo amablemente:

-       Muy buenas, chicos. Os presento a vuestro nuevo compañero de clase. Se llama José Luis y espero que todos le ayudéis a hacerle más fácil y llevadero lo que queda de curso. – me miró cariñosamente y me dijo – Deja las cosas en esa mesa y ve hacia la puerta, por favor. Pablo – se dirigió al chico que estaba sentado al lado de la mesa de la que me había hablado – acompáñanos, anda.

El chaval me miró curioso mientras me dirigía a la mesa y dejaba la mochila y el chaquetón en la mesa, se levantó y avanzó detrás de mí hacia la puerta, donde ya nos esperaba la jefa de estudios. Todos nos miraban y algunas caras me resultaban familiares, ya que los conocería a la mayoría, pero tras 5 años, se me habían olvidado muchas caras y nombres.

-       Dime tita. – dijo el chaval llamado Pablo, que parecía ser el sobrino de la jefa de estudios, mientras cerraba la puerta tras salir todos del aula.

Pablo era un chico de mi estatura, morenito, con el pelo negro y corto y peinado hacia un lado, con unas cejas gruesas que protegían unos ojos color miel muy grandes y brillantes, nariz respingona y una reluciente sonrisa que le iluminaba la cara y le daba aspecto de pillín. Era delgado y tenía pinta de ser deportista.

-       Hazme el favor, que tengo mucho jaleo, y enséñale a José Luis el instituto, el patio y el pabellón. Y no tardéis más de 10 minutos, que te conozco. Bueno cariño – y le plantó un beso en la mejilla – nos vemos luego. Y mucha suerte, José Luis, ya verás cómo te encanta el pueblo.

Acto seguido, comenzó a caminar determinadamente hacia el fondo del pasillo. Pablo me miró de arriba abajo y me sonrió antes de decirme:

-       Bueno, José Luis, ¿por qué me suena tanto tu cara? ¿Juegas en algún equipo?

-       No, no. Jugaba al fútbol en las pistas de mi urbanización, pero nunca en césped, y menos federado. Viví antes aquí, pero en 3º me mudé y ahora he vuelto. Y por favor, llámame Selu, que si no soy capaz de ni darme cuenta de que me hablas. – soltamos una risa tonta y de repente, la cara de Pablo cambió.

-       Espera ¿Selu? ¿Selu Lana? ¡Madre mía! Qué de tiempo, tío. Has cambiado un montón. ¿Te acuerdas de mí? Pablo Helgado, que siempre estabas detrás de mí en la lista de clase y jugábamos en la placita siempre.

-       Dios, ¿tú eres ese Pablo? Joder, pues tu también has cambiado mucho. Sí que me acuerdo, que nos llamábamos manitos, ¿no?

-       Sí, es verdad, eras mi manito. Bueno, vamos a dar una vuelta y te enseño esto.

Me hizo un tour por las instalaciones y me estuvo contando cosas de los profesores, de las asignaturas, de los compañeros de clase… Lo cierto es que me dio pena volver al aula tan rápido, realmente me caía bien ese chico.

Ya dentro de la clase, el profesor nos hizo sentarnos y prosiguió su retahíla sobre los protones. Cuando el timbre sonó y el profesor se fue, la gran mayoría de la clase se acercó hasta mi mesa y se fue presentando y preguntándome si yo era el niño que se fue hace varios años, si me acordaba de ellos, si mis hermanos habían vuelto también… Lo cierto es que me estaba agobiando bastante, cuando vi que Pablo me miraba y dijo:

-       ¡Bueno, bueno! Dejad de interrogar al chiquillo, que le va a dar un síncope con tantas preguntas, por Dios.

Justo entonces, llegó la profesora de Matemáticas y la gente volvió a sus asientos.

-       Gracias, tío. No sabía cómo decirlo yo. – le dije.

-       Bah, no me las des. Por cierto, vente conmigo en el recreo y seguimos hablando, ¿te parece?

-       Sí, claro. No sabría dónde ir tampoco.

Así pues, renació otra de mis más importantes relaciones de amistad que mantengo hasta hoy, y es que, Pablo y yo teníamos y tenemos una complicidad nata. Casi los mismos gustos, parecidas aficiones, muy deportistas, haciendo todo el día el canelo juntos… Desde aquel día, Pablo y yo fuimos casi inseparables. Todo el tiempo juntos, tanto en clase como fuera. Con solo mirarnos, ya sabíamos qué tontería iba a decir el otro.

También, en aquellos momentos echaba mucho de menos a mis hermanos y él me consolaba y escuchaba cuando tenía problemas con ellos o con mi padre. Pronto me metió en su casa y me presentó a sus padres, que son geniales y me aceptaron rápidamente, casi me tomaron como al hermano que no tenía Pablo: me compraban ropa cuando le compraban a él, me invitaban a comer y a dormir frecuentemente y nos mandaban a estudiar cuando la tía de Pablo les decía que teníamos exámenes. Pablo también me convenció para ir a entrenar con él al equipo de fútbol, donde conocí a mucha gente e hice muchos amigos también. Fueron tiempos convulsos, pero Pablo me distraía y creamos un vínculo muy fuerte.

Un año pasó y unos meses después, Pablo y yo terminamos la ESO. En esos dos cursos, Pablo y yo fuimos compañeros de pupitre y, a diferencia de Isma, a Pablo le costaba mucho el tema de los estudios, pero su madre le obligaba a sentarse todos los días y tras mucho estudiar pudo sacarlo todo sin problema. Los papeles se tornaron y ahora era Pablo el que me pedía los deberes y los apuntes casi todos los días, que le chivara las respuestas en los exámenes…Recuerdo que hasta teníamos un sistema para que se copiara de mí en los exámenes de inglés, ya que yo iba sobrado y él era un negado en idiomas.

En aquellos meses, salí con un par de chicas, aunque nada muy serio. Pablo ligaba mucho, y es que no tenía vergüenza alguna: les decía cosas que no sé cómo acababa liándose con alguna. Él salió con una chica a principios del curso en el que nos conocimos, que era mayor que nosotros y con la que se quitó la virginidad, y desde entonces, siempre ha tenido sexo con muchas chicas. Parecía tener algo que las atraía y es que se estaba convirtiendo en un tipo bastante guapo, con buen cuerpo y una personalidad magnética, que hacía que hasta chicas un poco mayores que él acabasen en su cama.

Finalmente me acabé apuntando al fútbol en la temporada después de yo llegar y, aunque al principio no jugaba los partidos, porque lo cierto es que era muy malo, poco después nos dimos cuenta (yo incluido) de que era mucho más rápido que los demás, por lo que, con eso, muchas ganas y poco miedo, pude hacerme un hueco en el lateral derecho y quedarme en el 11 inicial. Al final de cada partido, pocos éramos los que nos metíamos en las duchas de los vestuarios y menos aun los que nos duchábamos desnudos, ya que algunos se duchaban con los calzoncillos puestos. Pablo y yo éramos de los que nos daba igual todo y nos duchábamos en pelotas. Antes de verlo en las duchas, nunca lo había visto desnudo, aunque sí en ropa interior en su casa o en la mía, ya que cuando dormíamos juntos o hacía calor y nos tirábamos en el sofá nos quedábamos en calzoncillos.

Cada vez que se quedaba en boxers, a Pablo se le notaba un gran bulto encerrado bajo la tela, y cuando lo vi en las duchas pude confirmar que traía una buena herramienta aun estando flácida, bastante gruesa y larga. También tenía un torso muy definido y unas piernas muy grandes y fuertes, ya que practicaba fútbol desde pequeño y tiene mucha potencia en ellas. Lo cierto es que Pablo tenía, además, un buen trasero, lampiño y blanco, con forma de pompa, que hacía que siempre que podía me metiese con él diciéndole que tenía culo de tía.

Físicamente, en ese año y medio crecí bastante y me hice más alto, seguía estando muy definido y se me marcaban más los abdominales, aunque me hice más fuerte de brazos y piernas. Mi pequeño amigo también creció algún centímetro y una mata muy espesa tenía que ser podada cada poco tiempo ahí abajo. Lo cierto es que Pablo y yo éramos parecidos hasta físicamente, sobre todo en algunos rasgos en la cara.

Acabamos el curso y ambos teníamos ya 16 años, cuando mi madre nos propuso pasar el fin de semana en la playa, a lo que ambos dijimos que sí. La primera noche nos quedamos en casa jugando a la consola tras haber pasado todo el día en la playa jugando con un balón y unas cometas. El siguiente día fue más de lo mismo, aunque sumamos unas tablas de surf de madera para surfear por la orilla y desternillarnos de risa cada vez que uno se pegaba un porrazo al caerse.

Esa noche fuimos a dar un paseo por un mercadillo nocturno los dos solos, donde nos compramos unas tobilleras de cuero y cenamos en una pizzería. Como volvimos a la casa bastante tarde, mi madre ya estaba dormida, por lo que decidimos ir a la playa con un par de toallas y una manta gigante de playa (estábamos vestidos y no queríamos llenarnos de arena, por lo que entre las tres cosas, estaríamos holgaditos tirados en la playa) y a ver estrellas fugaces. Decidimos ir a la parte más alejada del paseo marítimo, que justo estaba al lado de la casa, y caminar varios metros en dirección a las dunas para alejarnos de la luz del pueblo. Cuando ya anduvimos un buen rato y no había rastro de la civilización, pusimos las toallas abiertas en la arena y nos echamos encima, bocarriba, para ver el manto de estrellas que se extendía sobre nosotros.

Yo no me encontraba muy bien, pero después de la caminata que nos habíamos metido, no era plan de decirle de volver a Pablo, por lo que no le dije nada. Estuvimos un rato en silencio, esperando a ver alguna estrella fugaz, hasta que veíamos alguna. Cuando nos aburrimos, empezamos a gastar bromas tontas a la gente por el móvil y a hablar de varias cosas. No sé cómo, salió el tema de los miedos a nuestra conversación:

-       A mí me acojonan las muñecas de porcelana. Cada vez que iba a ver a mis tíos de Jaén, tenía que dormir en casa de una tía mía que las coleccionaba. Pues da la casualidad de que en el cuarto donde dormía estaban la mayoría. Una noche, estaba dormido y escuché un ruido y cuando encendí la luz había una en el suelo con la cabeza del revés y desde entonces no puedo con ellas. – me contó, mientras yo me partía de risa con la historia.

-       Pues no sé, a mí me da miedo el mar por la noche. Si ya cuando es de día no sabes bien qué es lo que hay, imagínate sin ver nada. – le dije yo.

-       ¿En serio? Pero si bañarse por la noche es una pasada, está el agua super calentita. Yo me bañé el año pasado con mi primo y me encantó.

-       Joder, pues ole tus huevos, pero yo creo que no sería capaz.

-       Tengo una idea, ¿qué te parece si nos metemos ahora? La marea está super baja y se ve más o menos.

-       ¿Cómo ahora? ¿Volver a casa a por los bañadores y meternos?

-       Noo, nos metemos en pelotas, si total, por aquí no pasa nadie y menos de noche.

-       Que va gordo, – así le llamaba yo cariñosamente - me da miedo, no va en coña.

-       Venga ya, manito, que ahora quiero bañarme. No nos metemos hasta el fondo, nos sentamos cuando nos llegue el agua por la cintura, ¿vale?

-       Bueno, pero no te me alejes mucho, que me doy media vuelta, eh.

-       Que sí, venga, vete quitando la ropa anda. – me dijo mientras se quitaba el polo.

Estaba pensando mientras veía cómo Pablo dejaba el polo encima de la toalla y se quitaba los vaqueros cortos que llevaba puestos para quedarse con tan sólo unos boxers apretados de color negro.

-       ¿Qué pasa? ¿Te vas a echar para atrás, o es que necesitas ayuda para quitarte los pantalones? Jajaja– me preguntó mientras echaba mano a mi cintura.

-       Quita, anda, jajaja. – me decidí y me quité mi camiseta blanca que llevaba, junto a los vaqueros y me quedé en calzoncillos, unos boxers rojos.

-       Bueno, vamos a echarle huevos.

Al decirme eso, se quitó los boxers y los dejó en la toalla, encima de los vaqueros. Yo lo imité y me quedé desnudo, junto a él, sin saber muy bien donde mirar. Hacía fresco, por lo que ambos la teníamos en nuestra mínima extensión, con los testículos bien pegados al cuerpo.

-       Pues yo no me los encuentro, hace fresquito eh. – le dije.

-       Sí que lo hace, sí. Yo también he tenido tiempos mejores. – dijo, mientras se miraba su propio paquete – vamos al agua, a ver si está caliente.

Así hicimos, nos encaminamos a la orilla y, efectivamente, el agua estaba calentita. Empezamos a andar, agradeciendo el calor que recibíamos de las olas.

-       Gordo, yo ya no me meto más, vamos a quedarnos por aquí. – le dije cuando el agua ya me cubría la cadera.

-       Venga, aquí está bien, so cagón. – me contestó, riendo.

Nos sentamos el uno en frente del otro. La sensación de las olas meciéndonos era muy agradable, aunque estas se nos estrellaban a la altura del pecho. Estábamos bien y a gusto, hablando, cuando de repente Pablo dijo:

-       Manito, no sabes las ganas que tengo de follar con Mercedes, pff, es que está tremenda, eh.

-       Tú y medio instituto, gordo. La otra mitad es porque son tías, jajaja.

-       Dios, es que ojalá caiga, no sé cómo está con Carlos, si es un orco el pobre. Joder, de pensar en ella me he empalmado y todo. – sentado como estábamos, elevó las caderas y su pene erecto emergió del agua.

Era bastante grueso y largo, algo más corto pero un poco más grueso que el mío. Estaba afeitado y la piel no le cubría el glande, que era rosado y un poco más grande que el tronco. Me sorprendió su tamaño y le dije:

-       Vaya pedazo de carne, ¿no? La virgen, como cojas a Mercedes la vas a partir en dos. Aparta eso de ahí hombre, que me vas a sacar un ojo, jajaja.

-       Jajaja, gracias. Es que estoy muy caliente, tío. Tú imagínatela desnuda, con esas dos tetas que tiene…, seguro que tiene una almeja pequeñita…

La situación me estaba poniendo a tono a mí también, por lo que decidí seguirle el juego.

-       Cállate, tío, que al final me he empalmado yo también y todo, jajaja. – lo imité y saqué mi pene fuera del agua.

La cara de Pablo fue un poema, definitivamente tampoco se esperaba que yo hiciese lo mismo y se me la quedó mirando.

-       ¡Cabrón! Hablas de la mía, pero anda que tú te quedas atrás. Y parecía tonto cuando lo compramos… ¿A ver? Creo que la tengo más grande de todas formas.

Sin preguntar ni pedir permiso, entrelazó sus piernas con las mías y juntó nuestros penes, de forma que la mía tocaba su pelvis y la suya se quedaba a un par de centímetros de hacer lo mismo, aunque se apreciaba que la suya era un poco más gruesa que la mía. En el momento en el que agarró mi pene con una de sus manos, un escalofrío me recorrió la nuca y Pablo se percató.

-       ¿Qué? Te gusta que te la toquen, ¿no? Normal, a saber cuánto tiempo llevas en dique seco.

-       Pues mucho, la verdad jajajaja. Aunque a ti también te gustará, ¿no?

Quité su mano de su pene y lo agarré, tal y como él me la tenía agarrada.

-       Pues mira, no me voy a quejar tampoco, si te soy sincero, jajaja. Uf, ¿nos hacemos una paja? – me dijo mientras me miraba morboso

-       Mmm… Vale, pero sin mariconeos, eh. - le dije, sonriendo.

-       Que sí, no seas más pesado y vamos a darle duro.

Acto seguido comenzó a subir y bajar la piel de mi pene, haciendo que me empezara a remover de placer. Yo hice lo propio con la suya, mientras que no perdía detalle de la cara de Pablo, que miraba mi lo que hacía con mi mano en su polla. Los suspiros de cada uno empezaron a surgir de nuestras gargantas conforme el tiempo pasaba. Empezamos suaves con un sube y baja tímido, pero al poco tiempo nos la estábamos pelando salvajemente el uno al otro, por lo que nuestras respiraciones se alborotaron pronto. Yo no daba crédito al placer que esa mano me estaba dando, y mucho menos a la situación, ya que Pablo siempre ha sido un tanto homofóbico y no me esperaba que me estuviese haciendo una paja y mucho menos en el agua del mar, mecidos por las olas. De repente, Pablo soltó su mano de mi pene y me miró a los ojos:

-       Manito, esto me pone mucho, en serio… Vamos a acercarnos un poco más. – me dijo entre suspiros.

Le hice caso y juntamos completamente nuestros penes. Su pierna izquierda estaba encima de mi pierna derecha y mi pierna izquierda encima de su pierna derecha, por lo que nos fundimos casi piel con piel. Tomé la iniciativa y agarré como pude con mi mano derecha nuestros miembros, que se notaban resbaladizos incluso debajo del agua, para frotarlos el uno con el otro y subir y bajar torpemente la piel de cada uno. Sentir la suave piel de su pene en el mío se sentía muy bien, sobre todo cuando se glande y el mío se frotaban juntos, donde yo ya no cabía de tanto placer.

-       Joder, esto es difícil, que mi mano es muy pequeña. – le dije, entre divertido y molesto.

-       No te preocupes y sigue, que a mí me está encantando. – me contestó mientras apoyaba su cabeza en mi hombro.

Ese movimiento me pilló por sorpresa, ya que lo sentía muy cerca mi cuello, mi punto débil. Él debió notar algo, porque al poco tiempo giró su cabeza y comenzó a respirar cerca de mi oreja. Sentir su aliento en mi oreja me hizo dar un gemido de morbo y comencé a subir y a bajar nuestros penes más rápido. Pablo me quería llevar a la locura, ya que de repente me lamió el lóbulo de la oreja y comenzó a bajar por mi cuello, dándome besitos y algún pequeño mordisco, mientras su cálido aliento se estrellaba en mí. Aquello fue demasiado para mí, ya que, entre el morbo de la situación, su boca en mi cuello y el gustazo de nuestras pollas frotándose, llegué a un orgasmo descontrolado.

De mi boca salió un gemido de placer espectacular, mientras que mi cuerpo se tensaba y los chorros de semen salían disparados de mi pene, perdiéndose en el agua. Pablo no quitaba el ojo del panorama y en su cara se dibujó una sonrisa.

-       Madre mía, veo que lo has disfrutado… ¿nos salimos ya? – me preguntó.

-       Pero… ¿y tú te vas a quedar así? – le contesté.

-       Bueno, si me ayudas te lo agradezco, pero sino no pasa nada, lo entiendo.

-       Gordo, una promesa es una promesa, vamos a sacarte el veneno, jajaja.

Empezamos a reírnos, pero en cuanto le agarré su pene, las risas acabaron para dar paso al placer. Su pene, totalmente erecto, parecía incluso más grande al lado del mío, que estaba flácida después de todo el trote que había recibido. Comencé con un sube y baja lento, mientras Pablo se echaba hacia atrás, apoyándose con los brazos en la arena. Las pequeñas olas nos mecían y estaba insoportablemente caliente, aunque cada vez menos. Llevaba un buen rato, cuando mi brazo empezó a cansarse y, mientras le daba vuelta a cómo me había sentido cuando Pablo se acercó a mí, se me ocurrió algo.

-       Gordo, déjame ponerme detrás de ti, que tengo el brazo ya reventado y de la otra manera ya tengo práctica conmigo mismo.

-       Bueno, vale, como quieras.

Sin incorporarme, gateé hasta colocarme detrás de Pablo. Abrí mis piernas y rodeé con ellas a Pablo, pegando mi pelvis a sus lumbares y mi pecho a su espalda, mientras echaba mano a su erección. Justo cuando me acerqué, pude notar cómo a Pablo se le erizaba la piel y se le ponían los vellos de punta conforme más me pegaba a él. Di aquello como algo positivo y, cuando ya llevaba un par de minutos con el sube y baja, me acerqué a su oreja y le di un pequeño mordisco. Pablo tampoco se esperaba aquel movimiento y dejó escapara un suspiro profundo y agarró con sus manos mis piernas, apretándolas. Aquello abrió la veda para que comenzar a bajar por su cuello lentamente con mi boca, mientras que imprimía una mayor velocidad a la paja que le estaba haciendo con mi mano derecha y le acariciaba el pecho con mi otra mano.

No pasaron ni siquiera 10 segundos, cuando su respiración se agitó más de la cuenta, su pene se hinchó en mi mano mientras palpitaba y me clavó los dedos en mis muslos, precediendo el orgasmo. Aceleré un tanto y poco después pude ver, al inclinarme hacia el lado para ver el espectáculo, cómo de su pene salían chorros y chorros de semen, que eran barridos por las olas que nos mecían. Seguía con su pene en mi mano, cuando empecé a notar cómo perdía su envergadura y se ponía blanda. Pablo trataba recomponerse, mientras se echaba para atrás y se dejaba caer sobre mí, que tuve que sostenerme con ambas manos tras de mí para aguantar el peso de los dos, y me susurró:

-       Joder, eso sí que es una paja y los demás son tonterías, gracias manito.

-       Nada, hombre, solo te devolvía el favor.

Continuará