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Ana, una insana adicción. Parte 5

en Confesiones

Mi corazón dio un vuelco y se aceleró inmediatamente. El chico me gustaba, pero yo acababa de estar con Víctor y me había encantado, no pensaba en nadie más que en él. Recordé, por un momento, la dureza de aquello que había tocado “accidentalmente” con mis nudillos y mi entrepierna se humedeció terriblemente. Me excité. Estaba convirtiéndome una puta deseosa de ser poseída en ese mismo momento. Mis dedos empezaron a teclear el mensaje de texto: “Sí, acá voy a estar…”. Me arrepentí y lo borré.

Me quedé sentada un rato sobre la tapa de la taza de baño, testigo mudo que acababa de ver y oír lo que yo había sentido al tener dentro de mi aquella virilidad caliente y juvenil como un hierro candente y que me había hecho sentir nuevamente mujer. “No voy a estar, disculpa…” escribí, y cuando estaba a punto de mandarlo, una fuerte punzada recorrió los labios de mi caliente vulva y nuevamente sentí un flujo ardiente llegar hasta el fondo de mi cuerpo y recorrer mis entrañas. Borré nuevamente el mensaje, estaba ardiendo y con ganas de sentirme nuevamente cogida. En el fondo sentía que si le decía que sí fuera a la casa estaba traicionando a Víctor, “sí esto lo hubiera hecho hace 15 días, pensé, no lo hubiera dudado”. Me quedé absorta en mis pensamientos, tratando de borrar los sentimientos de ardiente calentura que se apoderaban de mí. Cerré los ojos y pensé en Víctor, sentía que lo estaba traicionando.

Ven, acá estaré” teclee en mi celular, me sentía excitada, terriblemente excitada y estaba deseosa de tenerlo en ese momento. Mi mente me hizo una mala jugada, Víctor, completamente desnudo, con el agua corriendo por su juvenil y musculoso cuerpo, con su pene semierecto y sus testículos, completamente relajados, colgando entre sus hermosas piernas y yo, hincada, como pidiendo perdón, engullía sin piedad su duro y vigoroso falo, fueron tomando forma y sabor en mi loca y excitada imaginación. Pensé en Víctor, no podía traicionarlo. Borré nuevamente el mensaje. “No puedo, discúlpame” escribí y decidida se lo envíe.

Pasaron unos minutos y mi celular volvió a sonar. “Está bien, bonita noche, que descanse” me decía. Me extrañó la madurez en su respuesta, eso me calmó un poco. Volví a pensar en él, en esa mañana que descansé sobre sus piernas, en sus dedos que masajeaban deliciosamente mi cabeza y su pene erecto por el efecto de nuestras cercanías. Mi cuerpo me traicionaba y empecé a desearlo. Me sorprendí a mi misma, era el mejor amigo de mi hijo, pero era obvio que también él me deseaba.  Me toqué, estaba húmeda, mojada. Metí un dedo, gemí, luego fueron dos y mi calentura aumentó más. Eso no me saciaba, estaba ardiendo. No podía esperar más tiempo para sentirme nuevamente poseída, usada, cogida. Estaba a punto de enviarle un mensaje para corregir el anterior y decirle que sí fuera esa noche a la casa, pero aún abrigaba la esperanza de que Víctor me escribiera y me dijera que iba a regresar. No le escribí y dejé que las cosas quedaran así.

La semana transcurrió entre mi decepción y enojo. Ya era jueves y Víctor no daba muestras de interés por mí. En mi calentura se me había olvidado pedirle su número de celular y solo le había dado el mío. No quería entrar en un cuadro de depresión, después de la partida de mi hijo, este joven había venido a renacer mis deseos de vivir, pero su indiferencia me dolía y me lastimaba, me sentía usada. Algo pasaba, quizá me estaba enamorando como una adolescente. A mis 43 años, me sentía triste y enojada al mismo tiempo. Lloré un poco, pero me sequé las lágrimas y encendí el televisor.

Mi corazón volvió a la vida cuando el celular sonó.

El sábado es mi cumpleaños y quería verla, pero mis papás me van a llevar a comer y no podré escaparme”. Leí con demasiada emoción, el mensaje de texto, de un número desconocido, ahí terminaba, me decepcioné. Casi inmediatamente otro mensaje llegó, “y quiero ver si mañana puedo pasar a su casa”. Mi corazón saltó como loco, me emocioné demasiado. “, respondí inmediatamente, acá te espero”. “ok, llego como a las 9 de la mañana, hasta mañana” me dijo. “Está perfecto, le respondí, acá estaré”.

Me levanté temprano, como todos los viernes le llamé a mi hijo Samy, hablamos casi media hora. Estaba nerviosa, emocionada, parecía una adolescente. Casi no había podido dormir de la excitación que me embargaba. Me metí a bañar y lo hice con mucho detalle, me puse un poco de perfume en los lugares que yo deseaba que me besara. Me depilé perfectamente, la hilera de vellos que subía de mi vulva hacia mi abdomen y luego se dividían en dos caminos, me había quedado súper sexy. Tenía que estar perfecta para “mi” Víctor.

Tampoco sabía qué ponerme, era obvio que lo de menos era la ropa porque terminaría quitándomela, pero quería recibirlo muy sexy, guapa, atrevida, como toda una puta. Opté por un vestido blanco, de tirantes, de tela suave, me llegaba a medio muslo, me vi en el espejo y me gustó cómo me veía. No quise ponerme sostén. Mis pezones se encendían con solo imaginarme lo que dentro de poco pasaría y sobresalían por encima de la tela, dándome un toque demasiado erótico y sensual. Me puse una tanga de hilo dental, del mismo color que mi vestido. Me calcé unas sandalias que mostraban mis desnudos pies, pensé que así me vería mucho más sensual.

Dos minutos antes de las nueve, sonó el timbre de la casa. Mi corazón se aceleró tremendamente y sentí el clásico cosquilleo caliente en mis labios inferiores. Me humedecí. Estaba demasiado caliente.

Salí con el calor y la humedad en mi vagina. Abrí la puerta y mi sorpresa fue muy grande, supongo que mi rostro lo dijo todo. Ahí estaba parado junto a mi puerta, el mejor amigo de mi hijo, Mario. Yo esperaba a Víctor, no entendía que había pasado. “Le dije que iba a venir”, me dijo, confirmando con eso que él me había mandado el mensaje. “Sí, pasa” le dije, todavía titubeante y haciendo el esfuerzo por sobreponerme de la primera sorpresa. Mi imaginación voló, empecé a imaginarme cosas que podían suceder. Yo sabía que al chico lo volvía loco, y que, por lo que había pasado días antes, él me deseaba desde hace tiempo. Mario también me encantaba, aunque yo esperaba a Víctor. Aún con todo eso, estaba terriblemente excitada.

Pasamos a la sala, le ofrecí un jugo, me senté frente a él, crucé las piernas para evitar que, inmediatamente, viera mi deliciosa y atrevida tanga. Al cruzar las piernas el vestido se subió un poco más, Mario no podía dejar de mirarme, hacía el esfuerzo, pero le era casi imposible.

-       No tenía el número del que me mandaste el mensaje, le dije.

-       ¡Ah! Es que le mandé el mensaje desde el celular de mi mamá.

-       Es decir, le pregunté con tono de sorpresa, ¿tu mamá sabe que estás aquí?

-       No, cómo cree, me dijo, sabiendo que había otras intenciones en su visita. Borré el mensaje y se supone que estoy en la escuela.

-       Ah, ok, dije con alivio y me pasé la mano sobre el pecho. Ven, dame un masaje en la cabeza, le dije. La vez pasada me encantó como me masajeaste la cabeza, tanto que me hiciste dormir.

-       Sí, me respondió, venga para acá.

-       Mejor ven tú, le dije, anda, ven para acá, insistí estirando la mano.

No quería levantarse, pero lo hizo, sus bermudas no podían ocultar la erección que tenía. Se notaba que no estaba erecto completamente, pero también era muy notorio que estaba excitado.

Se paró frente a mi y empezó a masajear suavemente mi cabeza, era delicioso. Su cintura quedaba justo ante mis ojos, su virilidad apuntaba directamente hacia mi boca. Estaba ansiosa, tuve que contenerme para no bajar sus bermudas y empezar a mamársela en ese mismo instante. Mientras sus dedos seguían con su deliciosa tarea mis manos se posaron, una a cada lado de sus caderas, tocándolo ligeramente en la pequeña parte de piel desnuda que quedaba entre sus bermudas y su playera tipo polo. Dio un pequeño sobresalto, me reí le dije “qué pasó”, “nada”, respondió, sentí “chistoso, como cosquillas”. “Está bien, le dije, ya no te toco”, “no, contestó, no hay problema es que me agarró de sorpresa” y ambos sonreímos maliciosamente. Apreté con mayor fuerza mis dedos sobre su cadera y empecé a masajear, muy suavemente, de manera casi imperceptible, con mis dedos pulgares su hueso ilíaco, mis otros dedos tocaban parte de sus nalgas. Estaba muy caliente, ya no me importaba que no fuera Víctor, es más estaba deseosa de hacerlo mío, parte en venganza de la indiferencia de Víctor hacía mí, y otra parte porque el chico también me gustaba mucho.

-       Ven, acompáñame, le dije. Compré un par de vestidos y quiero que me digas qué tal me quedan. Es posible que mañana salga con unas amigas.

Subimos a mi habitación. Mario me siguió y obedeció dócilmente. Le pedí que se quedara afuera de mi habitación en lo que yo me cambiaba de ropa. Cuando me quité el vestido puesto la tela rozó, traviesamente, mis pezones, excitándome aún más. Pensé en sus manos, en sus dedos, en esos dedos que me masajeaban ricamente la cabeza. Empecé a humedecerme. Me puse el vestido y lo llamé.

-       ¿Cómo lo ves? Le pregunté.

-       Le queda precioso, dijo conteniendo la respiración entrecortada.

-       ¿De veras crees eso? ¿O solo me lo dices porque soy la mamá de tu amigo?

-       No, sí, de verdad, dijo tartamudeando, se ve usted muy hermosa.

-       Gracias, le dije. Ahora voltéate, en lo que yo me pongo el otro cambio.

Yo sabía que él me observaría por el espejo de mi tocador. Me di la vuelta para darle la espalda y dejarle ver solo una parte de mi cuerpo. Me quité la ropa pasando la suave tela por encima de mi cabeza. Estaba segura de que Mario estaba mirándome a través del espejo y que posaría sus ojos en mis redondas y turgentes nalgas. Mi acinturado cuerpo se excitó. Mi vagina casi chorreaba de la humedad.

El otro cambio era una minifalda de mezclilla, bastante corta, apenas me tapaba un poco más allá de mis nalgas. Me puse una camisa blanca, de tela muy suave y delgada, de cuadros grises muy discretos. Mis erectos pezones atisbaban a través de la tela como indicando que deseaban ser pellizcados. Sigilosamente, metí mis manos bajo la minifalda, bajé un poco mi tanga, me senté al filo de la cama, siempre dando la espalda y terminé quitándomela con la mayor discreción que pude, estaba dispuesta a todo. Me di la vuelta, y sin disimular nada lo miré por el espejo. ¿Cómo ves este? Le dije. Mario se volteó y se quedó viéndome sin atinar a decir nada. Estaba enmudecido.

Tartamudeando, me dijo: “se ve súper, guapísima”. “Hay sí, le respondí, eso dices porque soy la madre de tu amigo”. “Deveras, se ve usted muy guapa, muy linda, muy todo…” Bajé la mirada para ver su reacción a través de sus bermudas, era evidente que tenía una erección cada vez más fuerte. “Acuéstate acá”, le indiqué golpeando con mi mano la cama. Obedeció sin chistar. Lo miré, al acostarse, pude ver como su falo se levantaba un poco hacia arriba señalando ligeramente el techo. Se veía prometedor. Muy grande para la edad que tenía. Me acosté atravesada en la cama y recosté mi cabeza sobre su abdomen. “¿No te quito el aire?” le pregunté con una risa traviesa. “No, dijo, está bien”.

Nos quedamos así unos cuantos segundos sin decir nada. Yo ya estaba decidida a todo, subí mi mano izquierda, la que quedaba del lado de su pene, hasta mi cabeza, como si intentara tocar mi cabeza. Lo sabía, lo atrapé entre mi brazo y antebrazo, estaba durísimo, ya no podía disimular más. No dije nada, toqué mi cabeza y en un movimiento suave fingí rascarme, eso hizo que mi brazo se abriera y cerrara, apretando, en movimientos rápidos, su duro falo. Se sentía grueso. “Oh”, dijo, “¿qué pasó? -le pregunté- te lastimé?” “No, dijo, nada”. Giré sobre mi propio eje, quedando boca abajo y con mi rostro casi rozando su abdomen.

-       Así es que cumples años mañana.

-       Sí, respondió lacónicamente.

-       ¿Cuántos? -le pregunté-.

-       17, me dijo

-       ¡¡Uy!! Dije, la plena edad de la juventud.

Escuché que rio ligeramente. Levanté su playera tipo polo, puse mis labios fuertemente sobre su abdomen y soplé con fuerza para hacer el clásico ruido que se escucha con ese juego de labios, aire y la piel de la otra persona. Levantó suavemente sus rodillas, se rio y su pene erecto, tocó mi sien izquierda con fuerza. No hice ningún comentario y repetí la acción, dos veces más. Tomó mi cabeza con fuerza mientras reía ya bastante relajado. No había prisa. Era el preámbulo erótico de lo que vendría.

Me incorporé y me monté sobre él, inmediatamente sentí su verga punzar en mis nalgas. “Te voy a dar tu regalo de cumpleaños, le dije, pero me tienes que prometer que no le dirás a nadie”. “Lo prometo”, respondió. “Buen muchachito”, le dije. “Veamos qué tienes por acá”, y con toda la lujuria de la que era presa mi cuerpo llevé mis manos hasta tocar, por encima de la tela de sus bermudas, aquel falo que se erguía erecto y duro. Por instinto dio un sobresalto que me levantó unos cuantos centímetros de su abdomen. “Tranquilo” le dije, “vas a disfrutarlo”. “, me dijo, es que sentí demasiado rico”. Toqué aquello, duro como una roca, tenia un grosor bastante atractivo, más grueso que Víctor. No alcanzaba a rodearlo completamente con mi mano. Juguetee suavemente con ello. Estaba muy caliente, su único ojo lubricaba de vez en cuando una gota caliente. Lo sobé de abajo hacia arriba, se sentía increíblemente deliciosa.

Aunque ya lo había sentido quería verla, deseaba ver su tamaño, su grosor, su forma, su color. Ansiaba mamársela, sentir en mi boca su dureza, en mi lengua su sabor, sentirme ahogar cuando me la metiera hasta el fondo, saborear su textura, sentir en mis manos la calentura ardiente de su suave piel, bajar y subir su prepucio mientras mi lengua y mi boca succionaban su glande. Estaba loca, me estaba volviendo toda una puta y todo por el deseo insano de tener entre mis piernas esa segunda verga juvenil en menos de una semana.

Descrucé mis piernas por encima de su cuerpo, me hinqué sobre mi mullida cama. Bajé un poco sus bermudas. Su verga saltó como impulsado por un resorte. Era muy gruesa, casi oscura, me dio un poco de gracia ver que se doblaba hacia arriba, estaba tan duro que parecía un fierro ardiente. Me calenté todavía mucho más. Levantó un poco sus caderas y bajé completamente sus bermudas, con un giro de mi muñeca lo lancé sobre el piso. Era un cuadro encantador y lujuriosamente ardiente. Ahí tenía en mi cama, al mejor amigo de mi hijo, con su verga parada en todo lo alto y con su madre dispuesta a disfrutarlo ardientemente. Sobé sus huevos, inmediatamente se arrugaron sobre ellos. Se tensó un poco, lo noté en sus piernas. Lo acaricié suavemente. Me metí su cabeza en mi boca, deseaba locamente saborearlo. Estaba delicioso. Su sabor salado, ricamente salado me encantó. Empecé mi ardiente tarea mamándosela mientras mi mano derecha subía y bajaba su delgada y suave piel para engullir lo más que pudiera. Me la metí hasta el fondo, era casi imposible abarcarla toda, estaba muy gruesa. De repente sentí que se tensó, no era el momento todavía. Dejé de mamársela y acaricié suavemente sus piernas, hasta sus pantorrillas. Era fuerte, musculoso, su piel suave y juvenil me estaba volviendo una loca y una puta caliente. Su verga seguía enhiesta, dura, firme.

Me volví a subir a su abdomen. La minifalda se volvió a abrir dejando ver completamente mis resbalosos muslos. Quería verlo completamente desnudo. Tomé su playera tipo polo por los extremos inferiores, él se incorporó un poco y pasándolo por encima de su cabeza quedó a mi completa merced. Me desabotoné la camisa, dejando que mis senos bailaran libremente. Tomé sus manos y los llevé hasta el par de nenas que deseaban ser acariciadas por sus nerviosas manos. Los puse sobre mis pechos, torpemente empezó a sobarlos, le fui indicando como quería que me tocara. Me pellizqué mis pezones, él me imitó. “Un poco más fuerte”, le dije. Lo hizo, con sus dedos torció un poco cada uno de mis duros y erectos pezones. Me chorree.

Tomé su dura verga, me la fui acomodando en la entrada de mi húmeda y resbalosa vulva. Mis labios mayores sintieron su calor, se abrieron como pétalos tocados expertamente. Lubriqué todavía más. Me la enterré completamente. “Ah” fue la expresión prolongada y sonoramente ruidosa que mis labios emitieron cuando se me fue hasta el fondo. Cada pliegue de mi vagina fue acariciada por la suave piel de su prepucio. Su cabeza tocaba hasta el fondo de mi panocha estimulándome completamente.  Era una delicia montar a mi corcel. Brioso y joven, fuerte y ardiente. Mientras mis caderas subían y bajaban para sentir su verga entrar y salir de mí, incliné mi cuerpo hacia adelante, mis labios buscaron sus labios y lo besé con toda la fuerza que me daba la lujuria que tenía apoderada mi cuerpo. Mi lengua se enredó con la suya, nos besamos con ansias, con locura, como un macho y una hembra en celo. No había ninguna diferencia, éramos dos seres poseídos por el demonio de la carne y el deseo. Su verga seguía penetrándome hasta el fondo, aquello era tocar el cielo y al mismo tiempo bajar a los infiernos y revolcarme con el mismo demonio convertido en un joven fuerte y ardiente, con un falo maravilloso que me volvía más puta de lo que ya me sentía.

Me levanté nuevamente, brinqué sobre su verga y mis níveos senos bailoteaban ante sus ojos. Cada vez lo sentía más duro, sabía que ya no duraría mucho. Su palo se hinchó enormemente, lo apreté con los músculos de mi vagina. Gritó y se vacío profusamente, llenándome con su caliente y espesa leche. Sentí el golpe hasta el cuello de mi caliente vagina. Yo lo acompañé con los flujos ardientes de mi concha y empecé a chorrear su verga con mis espesos líquidos. Lo levanté y lo abracé mientras le daba mis senos para que me los chupara. Obedeció y mientras ambos terminábamos y gemíamos, sus labios y dientes chupaban, mordían y saboreaban mis pezones. Era una locura convertida en realidad ardiente. Mario estaba más rico de lo que parecía. Le faltaba experiencia, pero yo estaba segura que aprendería muy pronto. La práctica lo haría un maestro en las artes amatorias.

-       ¿Ya lo había hecho antes? Me preguntó, con cierto titubeo, como deseando saber si había sido el primero, mientras los dos veíamos el techo de mi alcoba.

-       No, le mentí, bueno, sí, intenté rectificar, pero ya tiene mucho tiempo, volví a mentir, él tenía 19 años, inventé su edad y pensé inmediatamente en Víctor, yo era más joven. Pero solo fue una vez, dije la verdad.

-       Usted me gusta desde hace tiempo.

-       ¿Deveras? Le dije y con cara de sorpresa me incorporé para mirarlo directamente a los ojos y saber que me decía la verdad.

-       Sí, hace como dos o tres años. Si usted supiera cuántas noches me masturbé pensando en usted.

-       ¡¡¡Wow!!! Le dije, no me digas eso. O sea que ya soñabas con este momento.

-       Sí, desde la fiesta del papá de Jorge, no sé si se acuerde que el papá de Jorge hizo una fiesta y usted fue con un vestido verde esmeralda, que tiene como un rombo enfrente.

-       Sí, le dije, es un diamante. Y sí me acuerdo, fue hace dos años y medio más o menos, cuando ellos cumplieron años de casado. ¿Desde entonces me deseabas?

-       Sí, desde entonces, pero siendo franco nunca pensé que pasara algo entre usted y yo.

El timbre del teléfono nos cortó el deseo de seguir hablando de cosas calientes. Respondí, era mi hermana.

-       Sí manita, le dije, después de escucharla. Yo voy el próximo lunes a ver al director, no te preocupes.

-       Por favor explícale que me es imposible pedir permiso en mi trabajo y que su papá está de viaje.

-       Sí manita, le dije, no te preocupes yo le explico todo y luego te platico qué me dijo. ¿El lunes a las 7 verdad? Le pregunté para corroborar el dato.

-       Sí, el lunes a las 7, por favor.

-       No te preocupes, besitos hermanita. Saludos a Iván.

-       Gracias, me dijo, igual besos para ti.