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Ana, una insana adicción. parte 4

en Confesiones

-          ¿Qué pasó? Le pregunté a Mario, mientras abría la puerta.

-          Perdón, dijo él, buenos días doña Ana, perdón reiteró, es que hablé hace rato con Samuel y le pedí unas cosas y me dijo que están en su cuarto, y no sé si usted me deje revisar para ver si ahí están.

-          ¿Qué cosas? Le pregunté, un poco ansiosa por lo que acababa de pasar con Víctor, pero también, no puedo negarlo, por su presencia.

-          Unos discos de videojuegos que le había prestado y que no me acordaba que él los tenía.

-          Ah, ok. Sí, está bien, pasa, le dije, confiando plenamente en él pues, al ser tan gran amigo de mi hijo, no dude ni un instante.

-          Están en su recámara, me dijo, ¿puedo subir a buscarlos? Me preguntó.

-          Sí, le dije, solo deja voy por la llave, para abrir su recámara.

Ambos subimos, yo entré a mi recámara, Mario espero al final de las escaleras, tomé las llaves y abrí la puerta del cuarto de mi hijo.

-          Espero no esté muy polvoso, le dije, mañana me toca hacer el aseo en su recámara.

-          No, no se preocupe, solo voy a revisar en donde él me dijo.

Me quedé parada en la puerta observándolo. También era bastante guapo. Quizá menos musculoso que Víctor, pero sí bastante guapo. La playera que llevaba encima mostraba sus desnudos brazos. Sentí enormes deseos de acariciarlos, de tenerlos cerca de mí. De tocar su juvenil piel. De sentirme acariciada completamente por él, de estremecerme cuando pasara con suavidad por mi ardiente intimidad, de frotar nuestros cuerpos uno contra el otro, ardientes, calientes, sumiéndonos en el torbellino del placer y la lujuria. Sentía que el calor de mis ardientes deseos subía por todo mi cuerpo.

Recordar la dureza que una semana antes los nudillos de mi mano habían tocado por casualidad me ponían demasiado caliente, casi, casi me chorreaba.

-          ¡Dios mío, qué locura! pensé, apenas un poco más de una semana yo estaba bien tranquila, ni un solo instante habría pensado en esa posibilidad. Y hoy dos muchachitos me ponían sumamente ardiente, y tenía a los dos en mi casa.

Intenté tener unos instantes de cordura y de paz. Serené mis pensamientos, lo dejé y me interné en mi recámara, tratando de tener lejos de mi esa visión que me estaba poniendo sumamente cachonda. Me asomé por la ventana y vi a Víctor que trabajaba arduamente en el jardín. Era muy guapo y la forma de su cuerpo me estaba desquiciando. Nuevamente me volvía loca.

No sabía qué hacer, me sentía demasiado caliente, estaba ardiendo de deseos, pero tenía que calmarme. No podía precipitarme en mi actuar y que Mario se espantara o existiera el riesgo de que hablara de más; además era el mejor amigo de mi hijo, así es que decidí actuar con cierta cautela. Quizá Víctor era el indicado, además me gustaba mucho más.

Absorta en mis pensamientos y deseos miraba a Víctor desde la ventana de mi recámara. Era muy varonil, sus juveniles y fuertes brazos me hacía perder la razón. Además, el beso que momentos antes nos habíamos dado eran el preámbulo de que las cosas en la intimidad podían ser mucho mejor.

-          Ya los encontré, me dijo Mario, sacándome de mis hondos deseos. Estos son los que me llevo, dijo, extendiendo el brazo para mostrarme los discos.

-          Ah, está bien, qué bueno, le dije, tratando de controlar mi agitada respiración. No es necesario que los vea, está bien así.

-          Disculpe, pero hace ocho días ya no pude regresar. Se suponía que mis papás regresarían hasta el domingo, pero regresaron en la noche y ya no me dejaron salir.

-          No te preocupes, le dije, te entiendo. No hay ningún problema.

-          Si gusta, hoy en la noche sí puedo venir y la acompaño un rato, digo si usted puede.

-          ¿Y cómo te vas a escapar de tu casa? Le pregunté, sintiendo nuevamente esa punzada en el estómago y un cosquilleo travieso en mi entrepierna.

-          Se supone que voy a ir a una fiesta, pero si usted me dice que venga, no voy a la fiesta y me vengo para acá.

Wow!!, pensé, este chico, está dispuesto a perderse su fiesta por acompañarme, eso me prendió mucho más.

-          Yo también tenía pensado salir esta noche, si quieres déjame tu número de celular y si no salgo te aviso y ya nos vemos acá en la casa para platicar un rato.

-          Está bien, me dijo, Mario, présteme un papel para anotarle mi número. ¿Y usted me puede dar su número? Preguntó con cierta pena, le juro que no la molestaré, dijo.

Y mientras él anotaba su número voltee hacia el jardín y observé a Víctor quien trabajaba con verdadero ahínco, me deleite nuevamente en el beso que me había regalado minutos antes. Sus carnosos labios besaban muy rico, ansiaba tenerlo besando mis labios mayores. Quería que Mario ya se fuera, pero al mismo tiempo deseaba acariciar su juvenil piel y sentir, completamente desnudo, aquel trozo ardiente y duro de carne que yo ya había tocado suavemente. Recibí el papel con su número de celular y le di uno con el mío.

Bajamos para que él se fuera a su casa. Nos despedimos en la puerta de la casa con un beso en la mejilla y, ligeramente, tocó con los dedos de su mano izquierda el borde saliente de mis caderas. Posó por unos instantes su mano y una corriente de ardientes deseos subió por todo mi cuerpo.

Regresé a la casa ardiendo. Abrí la puerta trasera y llamé a Víctor.

-          Deja eso, le dije, entra.

-          Ya casi acabo, replicó, deme unos 5 o 10 minutos.

-          Ven, ordené, deja eso y prácticamente lo jalé al interior de la casa.

Me prendí de sus hermosos y carnosos labios, no sin antes asegurarme que las cortinas estuvieran perfectamente cerradas, pues ya sabía que Mario podía verme desde la azotea de su casa y no quería que nada echara a perder mis planes. Nos besamos ardientemente, ya no podía más y mis manos bajaron para acariciar aquel trozo de carne que ya se erguía sumamente duro. Lo acaricié por encima de sus pantalones, se sentía rico, duro, no muy largo, pero sí bastante grueso. Sus dedos acariciaron, un poco torpes, mis senos por encima de la suave tela de la bata que cubría mi desnudo cuerpo. Ardía en mí misma. Lo seguí besando por un rato más, empecé a acariciar sus varoniles y fuertes brazos.

-          Métete a bañar, le dije.

-          Mi papá va a pasar por mi y me va a preguntar que por qué estoy mojado de los cabellos.

-          Le dices que te mojaste con la manguera, repliqué.

Ya no le di tiempo de poner pretextos y, tomándolo de la mano derecha, lo fui halando hacia la planta alta de la casa y lo conduje al baño. “Ahorita te traigo una toalla”, le dije.

Regresé unos minutos después, me asomé a la ducha, su cuerpo lucía maravillosamente atractivo. Los músculos de sus piernas resaltaban de sus extremidades, enmarcando un trozo de carne que colgaba semierecto en todo su grosor. Sus testículos colgaban excitantemente completamente relajados. Era una visión delirante, ardiente, sus manos refregaban su rostro con el agua que caía por su juvenil y excitante cuerpo. No podía más, dejé la toalla sobre la tapa de la taza de baño, solté la tira que anudaba alrededor de mi cintura la única prenda que se interponía entre su piel desnuda y mi caliente cuerpo.

Dejé salir a la puta que, reprimida durante años, vivía en mí. Entré al baño y sin hacer ningún comentario me hinqué para, literalmente, engullir aquel pedazo caliente de falo que colgaba semiduro en su entrepierna. No era muy larga, pero estaba segura tenía el suficiente tamaño para hacerme sentir plenamente mujer. Sentí como fue creciendo dentro de mi boca, era una sensación increíblemente delirante. Nunca había probado una de su grosor ni de su edad. Él solo suspiró y tomó mi cabeza para dirigir la intensidad de la fuerza con la que deseaba que se la succionara. El agua que resbalaba por nuestros cuerpos a veces hacía un poco difícil mi dulce tarea, pero sacudiendo mi larga cabellera y, de vez en cuando, moviéndome un poco de lugar seguí mamándosela hasta sentir que estaba completamente dura y se extendía en todas sus dimensiones. Simplemente era un trozo caliente, duro y grueso, maravilloso.

Me puse de pie, frente a él. Estaba convertida en una hembra caliente y desinhibida. No me importaba absolutamente nada. Mi cuerpo era presa de la más ardiente y exquisita calentura que durante muchos años no sentí, o a lo mejor, inconscientemente escondí dentro de mi para dejarlo salir en ese momento.

Lo besé intensamente, el sabor de sus labios mezclado con el sabor de su pene, que hacía unos momentos tenía en mi boca, me prendieron todavía más. No dejé de besar sus carnosos y suaves labios mientras revolvía, con fuerza, sus cabellos mojados para atraerlo un poco más a mi cuerpo. Sentía la punzada de su erección empujar con fuerza en mi vientre bajo, parecía que quería clavarse fuertemente en mi ombligo. Era una ardiente locura lo que estaba viviendo, una locura que ni en mis más locos sueños había pensado o siquiera imaginado. Víctor era la perfecta mezcla de juventud, pasión y ardiente entrega. Faltaba pocos meses para que cumpliera sus 17 años, pero no le faltaba nada para darme unos momentos riquísimos de pasión. Estaba deseosa de ser el camino que lo llevara a transformarse en un verdadero hombre. No podía dar marcha atrás.

Solté sus labios y me incliné a besar suavemente el prepucio de su carne dura. Lo rodeé con mi caliente lengua y chupé con fuerza hasta hacer el clásico chasquido de un beso fuerte y tronado. Sentí el sabor salado de sus líquidos preseminales en mis labios. Suavemente toqué, con la punta de mis uñas, el par de bolas que colgaban en todo su esplendor, y en ese mismo momento se contrajeron rápidamente para dar paso a un par de testículos duros y con la piel gruesa. Ya todo estaba listo. Me enderecé y le di la espalda. Coloqué mis manos en la pared de enfrente, me hice un poco para atrás, levanté suavemente mis redondas nalgas apuntando hacia él. Víctor se acercó a mí con su enhiesto y duro falo apuntando directamente a mi cuerpo. Lo tomé con mi mano izquierda, lo puse en la entrada de mi cueva ardiente, sobé un poco mis labios mayores con aquel pedazo de carne palpitante, sentí que lubricaba con mayor fuerza, era riquísimo sentir como su dura carne besaba los labios de mi vagina para pedirles que se abrieran y dieran paso a lo más profundo de aquella cueva caliente. Sosteniéndosela con mi mano hice un poco mi cuerpo hacia atrás hasta sentir como su gruesa cabeza fue abriéndose paso a través de mis calientes y resbalosos labios. ¡Uf! Era una sensación maravillosa, nunca en mis 43 años había experimentado algo así tan rico.

Empujé con fuerza mis caderas hacia su cuerpo, el duro trozo de carne fue abriendo, milímetro a milímetro mi madura y cerrada vagina, pero hambrienta por comerse todo aquello que empezaba a profanarla. Entró fácil y completamente en mí. Tomó mis caderas con sus fuertes manos y empezó a bombear con fuerza, entrando y saliendo de mi chorreante vulva. Varios “a” prolongados y fuertes sonaron dentro de las paredes del baño, que eran un poco ahogados por el agua que seguían corriendo por mi espalda, mientras él entraba y salía como un loco poseído por la lujuria, de mi cuerpo. Sus movimientos no eran nada tiernos, mis gemidos y quejidos eran lo más cercano a una mujerzuela que deseaba que se la metieran más y más profundo, más fuerte, más duro, hasta el fondo, sin piedad, sin perder el ritmo del movimiento loco, solo quería sentirme poseída, deseada, amada y tomada con toda la fuerza de su juventud y su deseo.

Su pene se hinchó demasiado, sabía que el final estaba cerca. Empecé a relajar y a tensar mis músculos vaginales, una técnica que usaba con mi marido en nuestros primeros años de matrimonio. Él se volvió loco, casi me lastimó con la fuerza de sus dedos, que se enterraron ligeramente en mi piel, mientras sus caderas se seguían moviendo con la locura de la lujuria mientras entraba y salía de mi ardorosa vagina. Sentí que se puso muy tenso, demasiado duro, su falo creció unos milímetros más, mis músculos lo atrapaban con fuerza y luego lo dejaban ir. Me empujaba con tal fuerza que mi cabeza casi pegaba con los azulejos grises del baño. El agua que caía entre nuestros cuerpos ayudaba a que el chasquido de su pene dentro de mi fuera más fuerte, muy escandaloso. Se vació completamente. Sentí su simiente caliente golpear el fondo de mi caliente intimidad, era fuerte y profuso, muy abundante; sus calores se mezclaban y confundían con los míos. Lo apreté con mucha más fuerza hasta vaciarlo por completo, hasta sentir que ya no expulsaba más de su leche ardiente. Nos quedamos así un rato. Me levanté poco a poco, y así en esa posición, de pie, nos fundimos en un caliente y pasional beso. Su erección, aún bastante rica y fuerte, se perdía entre mis blancas y, perfectamente, depiladas piernas.

-          Quiero que te quedes conmigo toda la tarde, le dije mientras me secaba mis cabellos con mi toalla, y lo veía a través del espejo.

-          No puedo, mi papá va a pasar por mi en un rato más, respondió, mientras me devolvía la mirada, igual a través del espejo.

Su cuerpo era perfecto, joven, musculoso, delgado, alto, labios carnosos y suaves, mirada profunda; me estaba enamorando de él y de su forma de haberme poseído momentos antes.

-          ¿Cuándo regresas? Le pregunté.

-          Tal vez el próximo fin de semana, me dijo, y mi corazón se rompió.

-          Ven mañana, dije titubeante.

-          No puedo, discúlpeme, tengo partido de fútbol y siempre va mi familia conmigo, va a ser difícil zafarme de ellos.

-          Está bien, le dije, te voy a dar mi número de cel y me mandas un mensaje cuando puedas venir ¿sí?

-          Sí, está bien.

Ya caía la noche cuando mi celular me advirtió de un mensaje de texto mediante el sonido clásico que tenía configurado. Pensé inmediatamente en Víctor. Tomé mi celular, revisé nerviosamente y lo leí con más nervios todavía.

-          Soy Mario, decía el mensaje, va a estar en su casa en la noche? Voy a verla como a las 9.