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Morbo y vicio con mi tía (1)

en Amor filial

INTRODUCCIÓN

Hace justo un año, cuando tenía 18 años, abandoné el nido familiar que compartía con mis padres y mi hermana dos años mayor que yo, para irme a estudiar una carrera a Granada. Vivíamos en un pueblo de Jaén, y acabado el instituto tuve que trasladarme a unos 140 kms para seguir mis estudios. Hasta ese momento, y dado que en gran parte de mi infancia fui un niño gordito, había sido bastante reservado, con pocos amigos, dedicado sobre todo al estudio, a la lectura y a juegos que no necesitaban de mucha gente. Aparte de que mi pueblo era grande, no fui tampoco el típico niño que se escapaba al campo a coger lagartijas o a hacer travesuras. Sí jugaba en la calle, con mis primos y con algún amigo del pueblo, pero siempre fui más bien un niño gordito y retraído. Ya con 16 años fui adelgazando hasta quedarme más o menos con una complexión normal, pero mi timidez, en especial con las chicas, me perseguía.

Por eso, hasta ese momento en que me fui a Granada no había tenido ninguna relación íntima con ninguna chica, y eso que me gustaban las mujeres, y bastante. Como mucho en alguna quedada en el río de primos o amigos, pude verle las tetas a algunas chicas más liberadas que no le importaba bañarse en top-less; incluso alguna vez observé con cierta envidia los arrumacos que algunas parejas de novio, haciendo un aparte, se hacían medianamente escondidos; y bueno, alguna vez había espiado a mi hermana, que desde bien jovencita se había formado un cuerpo estupendo, como pude comprobar las pocas veces que pude espiarla sin que ella lo notara; aunque para mí todo eso era entonces un tabú. Así que en cuanto que las hormonas fueron haciendo efecto, me tuve que apañar con las típicas pajas que se hace uno ayudándose del abundante porno que existe en internet. Yo aún no lo sabía, pero toda la inexperiencia que llevaba yo en ese asunto, al menos en el real (pues teóricamente aprendía mucho por las páginas webs), se iba a quedar atrás con los acontecimientos que iban a pasarme en Granada.

EL RECIBIMIENTO

Mi madre tenía una hermana viviendo en Granada. Era mi tía Irene, una mujer de 36 años (era la hermana menor de mi madre) y que siempre me había fascinado. Trabajaba en una biblioteca y gracias en parte a ella pude saciar mis ansias de lectura, por lo que sin duda era mi tía favorita. Vivía sola, ella siempre decía que se bastaba para ser feliz y se podía considerar una mujer moderna, culta y que básicamente hacía lo que quería. Pero no sólo me atraía de ella su personalidad, sino que era mujer bastante guapa, más por natural que por un físico impresionante. A sus 36 años era delgada, pero no excesivamente, tenían la nariz pequeña y graciosa, los labios ligeramente carnosos y los ojos marrones. Además tenía poco pecho pero eso la hacía más atractiva cuando se ponía ropa que los mostraba, pues seguían pareciendo de adolescente; a pesar de su buen tipo, tenía unas caderas bien marcadas que la hacían mucho más atractiva además de un culo respingón, todo natural. Para completar, su forma de vestir, totalmente causal y juvenil, con vaqueros, camisetas y cazadoras también me gustaba. Como su pelo, que lo tenía tintado de un color cobrizo muy bonito y que normalmente llevaba recogido en una coleta a media melena, como si fuera una chica joven. Finalmente, decir que casi siempre que la veía, tenía un tono ligeramente moreno en su piel que le aportaba mayor sensualidad.

De forma natural, y dado que no conocía a nadie más en Granada, mi madre y mi tía decidieron que me fuera a vivir con ésta, al menos hasta que yo encontrara otros compañeros en la Universidad para compartir un piso; aunque no es que me mi tía dijera que el hospedaje tuviera que ser temporal, más bien dijo que no le importaba que su sobrino favorito, el único que compartía su afición por los libros, fuera a vivir con ella.

Así que un 10 de septiembre metí mi ropa en la maleta, además de un ordenador, y cogí el autobús hasta Granada para hospedarme a casa de mi tía e iniciar una carrera. Al ser verano, iba lo más cómodo posible con un pantalón corto, unas sandalias y un polo. Como dije había adelgazado de forma natural a partir de los 16 y aunque mi físico no se puede decir que fuera de modelo, apenas tenía barriga y no era feo de cara. Tenía un cierto atractivo con mi pelo moreno con un poco de melena. De lo que me quejaba es de tener un pene no muy largo, tan sólo 15 cm. (bueno, luego me enteré que estaba sobre la media en España) pero al menos era algo grueso.

Cuando llegué a la estación de autobuses de Granada y todavía desde la ventanilla del bus vi de lejos a mi tía, que estaba esperando en los andenes. Como era verano, llevaba un pantalón corto vaquero, una camiseta blanca ajustada y unas sandalias. Su pelo seguía tintado de color cobrizo y con la coletita juvenil, combinando perfectamente con su desenfadada indumentaria.

Después de bajar del bus y coger mi maleta me acerqué a ella en el andén y cuando me tuvo cerca se adelantó y me dio un gran abrazo así como un par de besos en la mejilla, el segundo de los cuales casi me roza los labios. Iba muy natural, muy poco maquillada y su sonrisa era grandiosa. La verdad es que me sentí estupendamente con el recibimiento, pero curiosamente en lo que me fijé pues en los bonitos pies que enseñaban sus sandalias casi descubiertas, con unas uñas pintadas de rojo que culminaban unos dedos chiquitos en un pié muy bien proporcionado. Además, como el resto del cuerpo, tenía un natural moreno agarrado; no excesivo, sencillamente delicioso.

No tardamos mucho en llegar en coche a su casa, un coqueto ático en una de las zonas nuevas de la ciudad, junto al Estadio de fútbol de la ciudad. Subiendo en el ascensor, en la cercanía, ya que no era muy grande, tuve la oportunidad de oler el agradable perfume que surgía de su cuerpo, y aquí, aparte de fijarme de nuevo en sus pies, no pude dejar de fijarme en que no llevaba sujetador debajo de la camiseta blanca, en parte porque el tamaño no excesivo de sus pechos se lo permitía, además de no aparecer todavía en ellos ningún síntoma de flacidez. El abierto canalillo que sus tetitas formaban en el arco de la camiseta me estaba volviendo loco. Cuando entramos en el apartamento de mi tía serían ya las ocho y media de la tarde.

- Luis, mientras entras a tu cuarto y deshaces la maleta, yo voy a ponerme cómoda y a ir preparando la cena.

- Vale tita. Si me permites, voy a entrar en el baño.

- De acuerdo, no te asustes si está un poco desordenado, que no he tenido mucho tiempo hoy.

Dejé la maleta en mi cuarto y enseguida me metí en el cuarto de baño mientras mi tía se dirigió a su habitación. Me abrí la bragueta y empecé a orinar. Mientras lo hacía, empecé a mirar a mi alrededor, para irme haciendo al lugar. Era un cuarto de baño recién reformado, blanco y precioso. Tenía un plato de ducha, pero también conservaba una gran bañera. En otro rincón, justo junto a WC se encontraba el bidet, y ahí ví algo que me empezó a endurecer el pene antes de acabar de mear. Sobre la tapa del bidet se encontraban tiradas unas braguitas rosas con un dibujo de una fresa junto con un sujetador a juego. Era ropa interior de diario, pero a mí me excitó muchísimo. Instintivamente cogí las braguitas y las lleve a mi nariz para olerlas. Tenían un olor extraño para mí, nada asqueroso, al contrario, embriagador y sensual. Justo cuando acabé de orinar, tenía la polla totalmente erguida y casi no tuve que menearla para descargar. Fue una paja rápida pero intensa, con las braguitas en la mano con la que me pajeaba, sintiendo la suavidad de las mismas sobre mi polla, y con el sujetador colgado sobre mi cuello. Cuando acabé, tiré de la cadena, dejé la ropa más o menos como estaba cuando las cogí y salí del cuarto de baño con cara de no haber pasado nada.

Al dirigirme a mi cuarto, de paso por el salón, la puerta del dormitorio de mi tía estaba semiabierta y, muy fugazmente, pude verla pasar vestida sólo con unas braguitas antes de cerrar la puerta. No tuve tiempo de ver mucho, pero con lo que había pasado en el cuarto de baño ya había tenido bastante.

Cuando acabé de organizar mis cosas en mi cuarto, salí para la cena. Mi tía ya lo tenía todo preparado: una ensalada y un surtido de quesos y jamón. Tenía también una botella de vino blanco, ya empezada, que me ofreció a compartir. Llevaba una camiseta larga, que le quedaba a la altura de la mitad de los muslos, pero era algo transparente, por lo que se notaba que no llevaba sujetador pues los pezones se aparecían con nitidez tras la camiseta. Iba descalza y sólo llevaba bragas debajo de la camiseta-camisón. Yo salí con la misma ropa que llevaba del viaje, aunque tenía un poco de calor después de tomar un par de tragos de vino.

- Oye Luis, ponte cómodo, no tengas vergüenza, que somos familia. Si tienes calor, ponte cómodo.

La confianza que tenía con ella y el calorcillo que iba teniendo me hizo quitarme el polo y me quedé sólo con las bermudas. Además, hice como ella y me descalcé de las sandalias, quedando también con mis pies desnudos en el suelo.

- Vaya, te has convertido en un pimpollo- dijo mi tía Irene- que rápido has dejado los kilos.. jeje… Estás hecho un bombón, seguro que encuentras alguna novia en la Universidad.

- Bueno tita, ahora mismo lo que quiero centrarme es en los estudios. Además, ya sabes que yo soy muy tímido con las mujeres.

- Bueno, eso tiene arreglo, ya te echaré una mano.

Estas últimas palabras me dejaron un poco desconcertado, pero la cosa se quedó ahí esa noche. Antes de acostarnos, pasamos un par de horas en el sofá viendo un programa de Tv y charlando sobre la familia, el pueblo, etc, pero en realidad yo estaba pendiente de ver sus preciosos pies que situaba sobre la mesa baja que había delante del sofá o de intentar adivinar sus pechos a través de las aberturas que, a la altura del sobaco, tenía la camiseta-camisón. Un par de veces pude intuir sus pequeños y preciosos pechos cayendo de forma natural cuando forzaba la postura al levantarse.

Después de esta primera noche, tuve unos días en los que no coincidí mucho con mi tía: ella con su trabajo y sus cosas, y yo intentando engancharme al ritmo de la Universidad. Eso sí, por la noche, después de cenar, siempre echábamos un rato de charla en el sofá viendo cualquier cosa en la tele o simplemente con música de fondo. Ahí, mientras charlábamos de libros (nuestro tema favorito), no podía evitar imaginar su cuerpo desnudo bajo el camisón que siempre llevaba para estar en casa.

Finalmente llegó el viernes. El día anterior mi tía me había preguntado si iba a ir el fin de semana para el pueblo, pero le dije que no, que tan sólo hacía cinco días que había salido de allí y no sentía especia necesidad de regresar tan pronto.

- ¡Si tuviera una chica esperándome, no te digo que no estaría deseando volver!- exclamé entre sonrisas.

- Bueno, todo se andará. Por lo pronto, mañana viernes a ver si hacemos algo divertido los dos.

(Continúa)