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Morbo y vicio con mi tía (4)

en Amor filial

(Continúa)

NUEVOS AMIGOS

Como pasó con la primera vez que tuvimos sexo, mi tía y yo pasamos unos días imbuidos en nuestros quehaceres, sin que ello supusiera que dejáramos de estar desnudos en la casa o de picarnos alguna vez sexualmente con algún toque o incluso alguna paja en el sofá, pero sin volver a vivir el sexo tan intensamente como lo hicimos la última vez. A veces sentía que no sabía exactamente a qué jugaba mi tía, y por qué alternaba esas sesiones tan especiales con periodos en los que sólo volvía a ser una simple relación tía-sobrino; eso sí, algo más pícara de lo normal. Yo, por mi parte, no me atrevía todavía a dar el primer paso ya que prefería dejar que ella fuera la que llevara la iniciativa, tanto por su mayor experiencia pero sobre todo por la actitud dominante que había llevado conmigo.

El caso es que pasó poco más de una semana desde el encuentro de la lencería hasta que un jueves me preguntó si ese fin de semana iba a ir de visita al pueblo.

- Quizás, no tengo nada especial que hacer aquí, tampoco me apetece ir al pueblo, pero puede que esté más distraído que aquí, total, no parece que vaya a hacer nada interesante – le dije mientras le ponía una cara de cierto reproche por tenerme a palo seco después del último día.

- Bueno, quizás te proponga un buen plan – dijo mientras me daba un beso cariñoso antes de acabar de vestirse para irse a la calle- el sábado vienen a comer mis amigos Carlos y María, los que te presenté hace unas semanas, y me gustaría que estuvieras aquí conmigo.

- Bueno, comer con tus amigos mayores no es el precisamente el plan que más me apasione.

- Créeme, te gustará – dijo susurrándomelo al oído para finalmente darme un ligero lametón dentro de la oreja al tiempo que me palpaba la polla con la mano- ¿Te quedarás?, porfa, hazlo por tu tita preferida.

- Vale, lo haré sólo por ti.

- Verás como al final me lo agradeces – me dijo mientras cogía la puerta para irse con su vestido estampado y sus sandalias de tiras que dejaban esos pies tan deliciosos prácticamente al aire.

El tono misterioso que le dio a sus palabras me dejó un poco preocupado. Yo, que ya la iba conociendo, veía en mi tía la clara intención de incluir a sus amigos en nuestros encuentros sexuales. Y es que, para ser sinceros, no me apetecía mezclar en nuestros juegos a dos maduritos pasados ya los 50, porque la verdad, pensaba que sexualmente no había nada que me atrajera menos. Yo tenía 18 años y pensaba en chicas de mi edad o incluso algo más jóvenes. El hecho de la atracción de mi tía, que tenía 36, lo justificaba por su aspecto juvenil, no sólo en su cuerpo como ya he descrito, sino también en su forma de ser y de vestir. Con ella me parecía encontrar a la adolescente con la que no había experimentado por mi ya sabida timidez con las mujeres. En mi mente de 18 años, la gente que había pasado los 50 era ya gente apartada del sexo y que apenas hacía salvo un polvo semanal con la pareja o, si acaso, con alguna o algún profesional para huir del hastío. Este último pensamiento me animó, y pensaba que simplemente venían a cenar y a conocer al sobrino de su gran amiga; pero de nuevo volvía a pensar en mi tía, en sus hechos conmigo y en lo misterioso de sus palabras y volvía a temerme que me metiera en juegos sexuales con sus amigos cincuentones.

El caso es que llegó el sábado y sobre las dos se presentaron Carlos y María en la casa junto con un par de botellas de vino, uno blanco y otro tinto. Mi tía había hecho una comida fría, con canapes, tortilla, platos de jamón y queso y cosas para el estilo. Casi nunca se complicaba la vida cocinando y eso lo sabían sus invitados. Para recibirlos, se puso una minifalda negra con un cierto vuelo que le quedaba a la mitad de sus muslos, una camiseta de tirantes morada, tras la que se le notaba que no llevaba sujetador por el marcaje de sus pezones sobre sus pequeñas tetas, y unas cómodas chanclas como calzado. Yo no me compliqué la vida y aparte de otras chanclas, llevaba puestos unos bermudas y una camiseta.

Los que sí se esmeraron más en su aspecto fueron los invitados. Carlos llevaba unos pantalones y una camisa grises de lino acompañados de unas sandalias, lo que le hacía tener un aspecto salido de cualquier sitio del Caribe; la camisa ligeramente desabrochada por arriba lo que le hacía asomar algunos pelos de su pecho. No sé por qué, esa simple visión me excitó por un instante. Me llamé loco y me fijé entonces en el aspecto de María. Llevaba un vestido estampado hacia las rodillas, con amplio escote, que dejaba al descubierto gran parte de sus grandes tetas. La verdad es que le quedaba muy bien, me sorprendió su aspecto ya que no la recordaba tan sensual cuando la conocí un par de semanas tardes. El vestido, además, realzaba de alguna manera su aspecto rollizo y su piel blanca, al contrario que el moreno de mi tía, me pareció que conjugaba bien con el vestido oscuro y su pelo rubio y corto. Todo ello se complementaba con unas sandalias plateadas. La verdad es que al verla de nuevo, comprobé que su redondita cara escondía unas bellas facciones. Ambos se conservaban bastante bien para la edad que tenían, incluso Carlos, que sobrellevaba su calvicie con paciencia, a pesar de las bromas que tanto Irene como María hicieron de ella con cierta frecuencia durante la comida.

Durante el inicio de la comida empezamos a charlar. La verdad es que se me fueron haciendo cada vez más simpáticos a medida que me preguntaban cosas sobre mis estudios y se interesaban por las cosas que hacía o que me gustaban. Me daban cancha y en cierto modo me hicieron sentir el protagonista de la comida. Pero la comida hacía tiempo que había dejado de ser amigable; mi tía, que se había sentado frente a mí, se había descalzado de sus chanclas y a veces me rozaba la pierna con su pie desnudo, casi llegando a la entrepierna en algunas ocasiones. Yo me encontraba sentado junto a Carlos y justo enfrente tenía a mi tía y a su lado se encontraba María. Además, poco a poco la conversación, sin saber cómo lo hicieron, fue derivando desde mis estudios hasta mis posibles novias o chicas que había conocido, y ahí también parecía ser el protagonista.

- Y cuéntanos Luis, ¿aparte de la Universidad has conocido ya alguna chica en Granada o en cambio eres fiel a alguna de tu pueblo? - preguntó María, que era la más curiosa de la pareja.

- Eh… no, no he conocido a nadie… ahora estoy más centrado en los estudios.

- Bueno, pero eres joven. De joven se tiene energía para todo -insistió María.

- Déjalo en paz María, ¿no ves que lo estás ruborizando? - me defendió Carlos- el chico no tiene que contarnos sus ligues a dos carcamales como tú.

- ¡Carcamal serás tú… que yo todavía soy muy joven – dijo María mientras le daba un puñetazo de broma a Carlos.

- La verdad es que no sois nada carcamales. Estáis muy bien para la edad que tenéis – dije bastante convencido.

- ¿De verdad te gustamos Luis? - preguntó María.

- Claro, tenéis vuestro punto de morbo, jajajajaj – dije casi sin querer influenciado tanto por las varias copas de vino que ya había tomado como por los continuos toqueteos de los pies de mi tía.

- Tened cuidado con él, que ahí donde está que parece un mosquito muerto, tiene mucho peligro – añadió Irene.

Seguimos cenando, pero tras esta conversación algo había cambiado. Empecé a ver cómo mi tía y sus amigos se lanzaban miradas cómplices, cuchicheaban y parecían como tener más cosas preparadas que la cena. De pronto, me pareció volver a sentir los pies de mi tía en mi pierna, pero la sensación era distinta. No, no podía ser, pero eso parecía. Este pie era algo más carnoso y más grande que el que me había toqueteado antes. Pero cuando dejé de tener duda fue cuando aparte de este carnoso pie que me acariciaba el muslo, el otro más pequeño, el de antes, se dirigía directamente a mi entrepierna y me masajeaba los huevos y la polla, que ya estaba empezando a estar dura. Ahí estaban las dos, lanzándome risitas como si no pasara nada, acariciándome con sus pies por debajo de la mesa.

- ¿Qué tal Luis, te está gustando la cena? ¿Y este último plato? - me preguntó cómplice mi tía mientras no dejaba de acariciarme con su pie, el cual a veces se ponía de acuerdo con el de María y se movían al unísono.

- Desde luego tita, todos tus platos están más que sabrosos – le contesté inmerso ya en el ambiente morboso que se había creado. Desde luego sabía que iba a tener sexo aquella noche y que la pareja madurita iba a participar, y me había predispuesto ya a ello, pero no sabía hasta que punto mi tía y sus amigos me iban a introducir en sus depravaciones.

- Vaya, veo que hay movimiento por ahí abajo – dijo Carlos con total sorna mientras se agachaba y miraba los pies de María y mi tía sobándome mis bajos- ¿a ver, la tienes ya dura? - y entonces acercó su mano a mi paquete sin ningún miramiento. Aquello realmente me sorprendió, pues nunca había tenido ninguna relación con ningún hombre en ningún sentido, ni siquiera unas pajas entre amigos de adolescente. Pero en ese momento tampoco me pareció para tanto y decidí dejarles hacer a todos, en parte porque una cierta estupefacción te deja en principio inmóvil hasta que ya la razón, una vez metida en el tema, decide si rechaza o no.

- Pues sí se la habéis puesto ya dura – dijo Carlos mientras empezaba a masajearme el paqueta rivalizando con los pies de las mujeres.

- Bueno, hemos acabado prácticamente de comer. Es hora de ponernos más cómodos, ¿no os parece? - dijo mi tía mientras nos animaba a levantarnos de la mesa.

La seguimos, y cuando, al menos yo, creíamos que se dirigiría al sofá, dirigió su pequeño y delicioso cuerpo hacia su dormitorio. Yo me fijaba en el balanceo de su corta falda mientras Carlos nos agarraba de la cintura tanto a María como a mí en un plan de complicidad absoluto.

Yo ya había decidido dejarme llevar y, visto lo visto, esperar cosas que nunca había imaginado como el toqueteo de paquete que me había hecho Carlos en la mesa.

Cuando entramos en el dormitorio, Irene llamó a su lado a María.

-Dejemos hacer primero a los chicos -seguro que es todo un espectáculo- ¿tienes alguna pega, sobrino?- me preguntó mi tía ante un leve gesto de sorpresa por mi parte.

- Bueno, no, sólo espero que seáis buenos conmigo, que veo que tus amigos son peores que tú.

- Lo seremos, no te preocupes pimpollo -dijeron al compás mientras iniciaban unas risas a las que me uní enseguida.

La verdad es que no sabía cómo actuar, aunque enseguida vi que no tenía porqué tomar la iniciativa y sólo tenía que dejarme llevar. Mientras Irene y María se sentaban muy juntitas en una esquina de la cama, Carlos se acercó hacia mí y me ayudo a quitarme la camiseta para después bajarme las bermudas casi sin suspiro. Como no llevaba ropa interior, mi pene apareció ante los presentes en todo su esplendor, ya casi culminada su total erección.

- Vaya, no está mal el muchacho – dijo Carlos mientras empezaba a meneármela con la mano. En ese momento el único que se encontraba totalmente desnudo era yo, lo que lejos de crearme desasosiego, me provocaba aún más morbo; morbo que se aumentó cuando observé como las dos mujeres empezaban a acariciarse, pero sin dejar de prestar atención a lo que hacía Carlos conmigo.

Y es que Carlos había empezado a tocarme la polla con sus manos al tiempo que bajaba la cara para lamerme mis pezones. La verdad es que en un primer momento estaba como petrificado, pero el ver las caras sonrientes y maliciosas de las chicas y los vinos tomados (y he de confesar: que la situación de estar haciéndolo con un tío me estaba poniendo realmente cachondo) decidí poner el botón de “on” y para empezar, acaricie el poco pelo que le quedaba a Carlos como sujetando su cabeza contra mi pecho, dándole la conformidad de que me estaba gustando lo que me estaba haciendo.

Finalmente Carlos fue bajando su cabeza lamiendo en línea recta, pasando por el ombligo y llegando a mi polla. Se agachó y empezó a lamerla y a chuparla como nadie lo había hecho, ni siquiera mi tía. Sabía tocar al ritmo adecuado y conjugar apretones, lameteos y demás técnicas usadas en las mamadas. Mis manos se fueron hacia su cabeza ayudándole en su trabajo mientras seguía viendo a las chicas cuchicheando y sonriendo con mis suspiros y mis miradas perdidas de placer.

En un momento determinado, Carlos me pidió que me colocara medio tendido boca abajo en la cama, con una pierna fuera de ella y la otra encima de la sábana. No sabía qué iba a hacer, por un momento me asusté y pensé que iba a penetrarme así sin más (de nuevo me resultó cachonda la idea), pero lo que hizo fue llevar directamente su lengua hacia mis nalgas y mi ojete, que abría suavemente con sus manos. A veces su lengua llegaba a los huevos, metiéndoselos en la boca, o perseguía la linea inferior de la polla, pero en seguida volvía al ojete. Realmente tenía una lengua larga, al menos me pareció que se internaba con cierta profundidad, aunque tan sólo podía pensar en el inmenso placer que me estaba dando. Ni siquiera me estaba dando cuenta de que las sonrisas de las chicas estaban más cerca de mí, y que ambas se habían tendido en la cama, así que se encontraban ante mí tocándose sus lindos coñitos mientras yo me volvía loco con la lengua de Carlos en mi culo.

Mientras la lengua de Carlos seguía rastreando todos los pliegues de mi ojete, sin olvidar a veces bajar a la zona del escroto, pude observar cómo las dos chicas se pusieron un momento de pie para desnudarse. Mi tía se quitó enseguida la falda a vuelo y la camiseta de tirantes. Como no llevaba nada debajo de ninguna de las dos prendas, se quedó tan desnuda como tantas veces la había visto ya. María, por su parte, empezó a descalzarse las sandalias y, después, al levantarse el vestido para quitárselo por arriba, tras pedir a mi tía su ayuda en la cremallera, pude comprobar, al alzar los brazos, que tenía algo de pelo en los sobacos, lo que me excitó aún más a pesar de estar ya suficientemente excitado con la lengua de Carlos. Después del vestido, mi tía le ayudó a quitarse el sujetador y las braguitas; eran de uso diario, pero era un conjunto bonito, negro con coranzocitos rojos. Al quitarse la braguita observé también que, al contrario de mi tía, lleva el coñito sin depilar y una buena mata de pelo lo cubría, lo que me excitó también (en la variedad está el gusto). Entre los gemidos que me provocaba Carlos pude comprobar que para su edad tenía aún un buen cuerpo y que sus generosas tetas, algo caídas por ello, conservaban un aspecto terso y resplandeciente.

Cuando estuvieron completamente desnudas decidieron unirse a Carlos y a mí, y María se colocó debajo mía de forma que tenía mi polla justo a la altura de su boca, empezando a lamerla y chuparla. Mientras, mi tía puso su boca a la altura de la mía para besarme profundamente mientras con una de sus manos se perdía en la pelambrera de María. Yo estaba que no podía de gusto con aquella pareja y sus lenguas; la de ella atacando mi polla y la de él mi ojete. Nunca había sentido un placer igual.

Luego Carlos dejó de lamerme y se incorporó para desnudarse, despojándose de la camisa y los pantalones. María dejó de chuparme también la polla y junto con mi tía, cogiéndome cada una de un brazo, me colocaron delante del desnudo Carlos.

- ¿No tienes curiosidad por probar una polla? - me inquirió mi tía con su ya peculiar sonrisa malévola- seguro que te gusta más de lo que crees, además tendrás que devolverle el favor a Carlos.

Me gustó esa sensación de ser de algún modo utilizado o intimidado por tres adultos para hacer algo que en principio nunca me había planteado, pero que en ese momento deseaba más que nada en mi vida, sobre todo con ese aspecto maduro con barriguilla y una pequeña aunque cierta flacidez en sus tetillas. Así que decidí dejarles claro a todos ellos que, según pasaban los días en casa de mi tía, pocas cosas podían irme enseñando. De este modo, por sorpresa, abalancé mis labios hacia los de Carlos y empecé a besarlo lo mismo que había ido aprendiendo con mi tía mientras con una mano acariciaba y meneaba su polla. La verdad es que no era muy grande; desde luego más pequeña que la mía, pero me resultó graciosa y enternecedora, y además muy suave, ya que estaba totalmente descapullada por una operación de fimosis. Luego fui bajando con mi lengua hacía sus tetillas (casi tenía más que mi tía) y a pesar del pelo que tenía en el pecho me entretuve un momento en lamerle sus pezones, algo que parecía encantarle mucho. A todo esto, ambas mujeres no dejaban de acariciarme desde atrás por todo el cuerpo, lo que hacía la escena mucho más morbosa, y además, entre tantas nuevas sensaciones, me detuve en el detalle de sentir la pelambrera del coño de María rozando mis nalgas.

Finalmente, mi boca llegó a su polla e intenté hacerlo tal como lo había visto a otros hacerlo conmigo. Torpemente al principio empecé a lamer la punta y a lo largo de la polla, pero poco a poco me fui animando y me dispuse a tragarme mi primera polla en mi boca. Agradecí que no fuera tan grande y me dispuse a lamer con la lengua la parte inferior al tiempo que la chupaba arriba y abajo. A veces paraba y le lamía el glande, pero las manos sobre mi pelo a veces de Carlos, a veces de mi tía, me empujaban a seguir chupando. Así estuvimos un buen rato hasta que las chicas reclamaron nuestra atención.

- Oye, dejaros de mariconadas… venid a follarnos – dijo Irene tendiéndose en un lado de la cama dejando al otro a María. La verdad es que yo no sabía a cuál acudir, pero Carlos me solucionó la duda yendo al cuerpo de mi tía y empezando a lamerle el coñito. Yo por mi parte acudí enseguida hacía María e imitando a Carlos, me perdí en su rubia pelambrera (así que era rubia natural). Fue sensacional comer el coño de María pues era muy distinto del de mi tía. El de María era amplio, abierto y casi perdías la cara en él, una vez habías pasado el filtro capilar; el de mi tía era en cambio como un corte lineal en la entrepiernas, muy estético con un saliente clítoris culminando la rajita; pero en lo que ambos coincidían era en lo jugosos que eran y en lo bien que sabían; quizás el de María un poco más salado, pero también delicioso.

- Venga, follarnos ya – volvió a insistir mi tía Irene.

En ese momento, tanto Carlos como yo dejamos de comer los coños y nos pusimos encima de las chicas al estilo misionero. La verdad es que no me costó nada introducir mi polla en ese amplio coño; menos mal que la tenía gordita, porque si no se hubiera ahogado en aquellos fluidos. En cambio, a Carlos, como tampoco la tenía muy larga, le costó introducirla en el coño de Irene, pero ésta amablemente le ayudó. Allí estaba yo, follando a una cincuentona mientras podía ver a mi lado a mi tía siendo penetrada por un cincuentón. La verdad es que la situación me daba cada vez más morbo. Fuimos cambiando de postura, y me alcé para ponerme de rodillas y alzando sus piernas sobre mis hombros, seguir follándola. También las follamos con ellas a cuatro patas y la verdad, me sorprendió cómo Carlos tenía bastante aguante en su excitación para la edad que tenía.

En un momento dado, mientras yo seguía follando a María, la otra pareja se separó y se puso junto a nosotros. Carlos cogió mi polla y la sacó del coño de su pareja y empezó a chupármela un rato. Mientras mi tía hizo algo que me puso a cien. Empezó a lamer el ojete de María y, según se iba lubricando, a meterle primero un dedo y luego dos. Se ve que el culo de María estaba acostumbrado a ello porque no se le oyó protestar nada. Carlos, que había dejado de chupar mi polla la volvió a dirigir al cuerpo de María, pero esta vez lo hizo hacia su culo. Me quedé sorprendido porque no lo esperaba, pero me encantó la idea. Nunca había dado por el culo a nadie y ya iba siendo hora. Ayudado por Carlos, empecé a metérsela a María poco a poco. Aunque parecía acostumbrada, el hecho de que yo la tuviera algo gordita le hacía pedir que fuésemos poco a poco, aunque era ella, dando pequeñas culadas hacia atrás, la que marcaba el ritmo de la penetración. Finalmente, pude completarla y empecé a follarla por el culo poco a poco. Mis pelotas sufrían las cosquillas de la pelambrera de María, pero dejé esa sensación para centrarme en follarla por detrás. La verdad es que era diferente a follar un coño, pero igualmente gustoso, con esas paredes tan prietas atrapándote la polla. Yo oía gozar a María mientras mi tía se puso delante de ella y le puso su coño delante de la cara para que María empezara a lamérselo, algo que yo podía ver perfectamente desde mi posición. A veces, Irene se acercaba a mí para abrazarse y darme profundos besos. Carlos, en cambio, se entretenía en acariciarme las pelotas y el culete, y de hecho en un momento dado se puso detrás mía y empezó a restregarme su polla entre mis nalgas. Yo me puse tenso un segundo, pero comprendí que en ese momento no pensaba penetrarme. En cambio, lo que sí hacía era sacar de improviso mi polla del culo de María, chuparla, y volverla a meter. Así varias veces.

María debía ser una experta comiendo coños, porque mi tía tuvo una corrida inmensa. Era la primera vez que realmente podía observar bien, desde cierta distancia, a mi tía corriéndose, ver cómo cerraba los ojos, las mejillas se le sonrosaban, la boca entreabierta y jadeante. Era todo tan excitante que estaba a punto de correrme.

- Joder, me voy a correr -dije sin reparo. Lo hice dentro del culo de María, y ella, que se tocaba con una mano su coño, se corrió también casi en el mismo instante. Fue impresionante poder correrme dentro de alguien. Cuando me desengaché de María, noté en ese instante algo húmedo y caliente por mis nalgas y espalda; Carlos se había corrido sobre ellas sin que yo me hubiera dado cuenta hasta ese momento, y eso al tiempo que me quedaba pasmado al ver salir mi semen del culo de María y sobre todo al ver a Irene agacharse para lamerle el agujerito y de paso recoger mi semen. Mi tía estaba mostrándome cada día su lado más pervertido, y yo le iba acompañando gustosamente.

 

(Continuará)