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Café Literario (IV)

en Sexo Virtual

Ella era un poco más alta de lo que había imaginado aunque no mucho más que él. Ya habían bromeado con eso en varias ocasiones y siempre terminaron riéndose ante aquello de que hay una posición en la que dos cuerpos no importa cuan mas largos sean uno de otro.

Tenía el cabello más bien corto, acomodado como con un estudiado descuido y enmarcando su cara en grata armonía.

Vestía una remera corta, ajustada, que permitía adivinar las medidas de sus pechos a los que pretendía cubrir. Estaba mejor dotada de lo que le había contado y eso le gustó. No se notaba nada de más, ni rollitos ni caderas. Al menos de frente el conjunto era más que agradable aunque los jeans ocultaban gran parte del entretenimiento.

Llegó a su lado como si la conociera de siempre. Ella estaba más turbada de lo que pretendía demostrar y, como dos jovencitos en su primera cita, se besaron en las mejillas rápidamente y, también rápidamente comenzaron a hablar de tonteras, del viaje, del calor, del gentío mientras ella le indicaba el camino a la playa de estacionamiento donde los esperaba su coche que los llevaría a su hotel.

Cualquiera que los hubiera visto y desconociendo la corta historia que los unía, hubiera pensado que se trataba de parientes o viejos amigos.

Ella le ubicó el equipaje en la parte de atrás y se subieron al auto.

Ya aparecían nuevas sensaciones. Nunca viajaba del lado del acompañante. Siempre era él quién manejaba así que interrumpiendo la conversación de ella le previno:

Me subo de este lado pero.... ahora. Desde el hotel en adelante... el que maneja soy yo, OK?

Si Henry, como quieras.

Se sentaron, ella puso en marcha el coche y el, en un arrebato le dijo: ‘Esperá, no arranques todavía’

Ella lo miro intrigada y divertida. El poniéndose casi de frente a ella, desde el otro extremo del auto con su espada apoyada sobre la puerta y la vista clavada en su cara le dijo: ‘dejame que me reponga. Dejame que te mire.... Te das una idea de lo irreal que me parece todo esto?’

Ella bajo la vista sonrojada haciéndole caso de no arrancar. Mirá vos – pensó Enrique para sí- así que es tímida a pesar de todo?

Al final partieron, anduvieron las calles soleadas conversando de trivialidades aunque él, y seguramente ella también, estaba en otro mundo que era como un manojo de sensaciones dentro de un lavarropas girando alocadamente y sin orden.

 

Sin haber acordado plan alguno, llegaron al hotel. Este en verdad era muy lindo, como había anticipado Mónica, y se respiraba a nuevo por todos lados. Tenía una ambientación algo ‘caribeña’, más acorde con la temperatura reinante que con estar en España, con profusión de palmeras y floridos canteros en el extenso jardín en el centro del cual estaba edificado. Era realmente enorrrmmeee!!! Tan es así que, una vez concluido los trámites del registro, los esperaba fuera del lobby un carrito eléctrico que conducía el botones por un ondulante sendero hacia el bloque en que estaba la habitación.

Por supuesto que ella lo acompañaba sentada a su lado.

El botones abrió la puerta, depositó el equipaje dentro. Cumplió con el rito de abrir cortinas, controlar el contenido del frigobar y verificar los controles del aire acondicionado ganándose le propina que Enrique le entregara antes de cerrar la puerta.

La habitación era inmensa y muy iluminada. El mobiliario sobrio y escaso le daban un aire de elegancia y frescura. Había en el extremo opuesto al ingreso dos estupendas camas de medidas descomunales.

En el lado opuesto había un fino mueble de considerables dimensiones sobre el que descansaba el televisor de 29" y tenía ubicado a un lado y bajo él la heladerita del frigobar.

En un rincón, un juego de fina madera de 4 sillones en torno a una mediana mesa redonda completaban el amoblamiento.

Mientras conversaban como distraídamente de lo cansador de esos días de trabajo y viajes, Enrique acomodó algo de sus ropas y Mónica encendía un cigarrillo con la cola descansando apoyada contra el mueble y los lentes obscuros como vincha dándole un aspecto estudiadamente informal y fresco.

Mientras escuchaba la conversación y sus manos acomodaban la ropa como para no estar quietas, se preguntaba que hacer??? Estaba en el cuarto de hotel, solo, con ella, con aquella mujer que impensadamente le había despertado aquel ataque de lujuria que quería descubrir en verdad sobre su piel.

Estaba librando una lucha interior sin cuartel para no acercarse a ella y comenzar a tratar de disipar sus dudas, pero se dijo andaría con calma, dejando que las cosas fluyeran por si solas y vería entonces a donde y en que terminarían.

Convinieron en salir a dar una vuelta en su coche como para que conociera algo. Al ponerse en movimiento ella le pregunto si no le molestaba que pasaran antes por su casa ya que quería cambiarse de ropas por algo más cómodo. Había salido temprano rumbo al aeropuerto y su vestimenta no se ajustaba al calor que ya reinaba. El contestó que no había ningún problema mientras pensaba para sus adentros si no estaría siendo ella la que tomaba la iniciativa con esa excusa. Nuevamente decidió esperar que las cosas fueran sucediendo.

Unos minutos después llegaron a su departamento. Lo invitó a pasar para que no se ‘cocinara’ dentro del auto y, cerrando la puerta de entrada tras ellos, lo invitó a que se acomodara en la terraza mientras subía a cambiarse.

El se sentó en un cómodo sillón bajo la fresca sombra que cubría gran parte de la estancia, abrió el atado de cigarrillos y, mientras aspiraba profundamente el humo, trató de acomodar sus pensamientos que bullían alborotados en su cabeza. Cómo sería? Podría al fin sentirla en su propio cuerpo? Daría ella lugar a que ocurriera y pudieran revivir aquellos momentos intensos de la sala de chat? Sabía que estaba temerosa, lo notaba por debajo de esa tranquilidad y seguridad que intentaba demostrar pero, podría combatirla Mónica? Tendría ella en este instante los mismos pensamientos? Estaría esperando que fuera él el que, sin esperar más, ya mismo tomara el toro por las astas? Y por fin la más importante. Regresaría con la respuesta que había venido a buscar? Se podría sentir de verdad y tan intensamente todo y cuanto había experimentado gracias a ella en este tiempo?

En estas cavilaciones deambulaba cuando ella bajó por la escalera preguntándole si quería tomar algo. Si prefería un café, algo fresco, mate? Buena proposición, pensó él. Con el mate podremos quedarnos más tiempo en soledad. Entonces le contesto que los prefería ya que desde que salió días atrás no había tenido oportunidad de tomar y es un vicio que se extraña.

La acompañó a la cocina y continuaron charlando mientras ella cumplía con el rito de prepararlo. Le propuso que después salieran a dar aquella vuelta de reconocimiento a lo que el se animo a contestar que el objetivo de su viaje no era el turismo. Que con solo estar con ella tenía más que suficiente y no tenía interés alguno en conocer nada más. Ante esta cuasi declaración ella se ruborizó notoriamente, bajo la vista como observando los preparativos y contestó : OK.

El la observaba atentamente. Acodado en la mesa de desayuno ahora podía contemplar mejor su cuerpo. Se había quitado lo que llevaba desde la mañana y se había puesto un vestido bien al cuerpo de falda absolutamente corta y un escote ‘tranqui’ que sin embargo dejaba entrever el pliegue que formaban sus pechos cuando cruzaba los brazos. Tenía una buena figura, proporcionada, casi no coincidía con la cara que si bien no era exageradamente bonita y hacía un conjunto agradable, denotaba el paso de algunos añitos de los que no había evidencias aparentes en el resto.

Llevó el equipo de mate a la terraza y se sentaron a conversar..

El había perdido la idea de la hora. Estaba comenzando a relajarse como aquel que ya está jugado. No tenía nada que perder. Ya estaba frente a ella. Ya sentía la misma vibración que cuando aparecía en el chat. Ya casi conocía parte de la respuesta que había venido a buscar. Solo quedaba enterarse si a ella le pasaba lo mismo.

Después de mucho rato y mates, lo invitó a acompañarla a comprar cigarrillos.

Como no era muy lejos, decidieron ir caminando, como paseando, las 2 o 3 cuadras que los separaba del kiosco. La charla continuaba ininterrumpidamente, de los estudios, de la infancia, de la Argentina, de la familia... uno a uno iban saliendo los temas y ellos los desmenuzaban como viejos amigos poniéndose al día. Mientras caminaban y como automáticamente, el ponía su mano en su espalda a la altura de la cintura en un gesto caballeresco como gobernando sus movimientos cada vez que cruzaban la calle. El contacto de ese añorado cuerpo contra su mano lo aceleraba y necesitaba de mil esfuerzos para que no se notara nada mas que la gentil intención de velar por su seguridad.

Ya de regreso, serían a esto pasadas las 4 de la tarde, ella insistió en llevarlo a recorrer algo de la ciudad, pero él, aduciendo el calor reinante y lo cómodo que se encontraba, le propone cambiárselo por otra ronda de mates. Dicho todo esto mirándola a los ojos como devorándosela y conteniendo el impulso de saltarle encima y jugarse a todo o nada.

Llevaba horas observando sus hermosas piernas que quedaban casi al descubierto ayudadas por lo corta de la falda, cada vez que las cruzaba.

Notaba sus pezones erectos a través de la tela de su vestido pero debía desviar la vista inmediatamente para no demostrarse desesperado ni auyentarla. Tenía la impresión que en ella ocurrían las mismas sensaciones, ese estar desde hace horas sentados frente a frente representando la comedia de los amigos atrasados de charla, mientras se estaban haciendo el amor con los ojos y las miradas desde hacía rato.

Si era así, si ella sentía lo mismo, se le veía temerosa o tímida y no tenía que presionarla. Seguiría tratando de dominarse en pos de dejar que las cosas fueran sucediendo, pero dentro suyo... el combate continuaba.

Nuevos mates delante, esta vez acompañados de algo para picar ya que ninguno de los dos tenía apetito y ya habían convenido salir a cenar por la noche. Renovada conversación mediante, profundas miradas mediante las horas continuaron fluyendo hasta que el atardecer comenzó a ganar en sombras la terraza. Llevaban 8 o 9 horas de estar juntos en ese juego que el intuía que ambos jugaban cuando decidieron que era tiempo de prepararse para la velada nocturna.

Ella lo llevó de regreso al hotel para que descansara un rato y se cambiara quedando en pasar a buscarlo a las 9 pm.

Se dieron un beso en la mejilla y el ‘hasta luego’ marcó la campanada del primer round que terminaba.

Fue a su habitación, se desvistió desordenadamente y se tiro boca arriba en la cama como si hubiera estado trabajando todo el día. Recién allí se dio cuenta de lo tensionado que estaba y el cansancio iniciado con la madrugada que había tenido para no perder le vuelo, lo ganó quedándose entredormido.

Media hora después se despertó. Meticuloso como era, preparó sobre la otra cama la ropa que se pondría, preparó la ducha tibia y dejó que el agua completara la relajación que le hacía falta.

Se secó detenidamente, envolvió su desnudez con el tohallón anudado a su cintura y disfrutó de una dedicada afeitada, después de la cual se puso generosas cantidades de perfume. Era uno de sus ritos y disfrutaba de él.

Salió del baño y mientras su cuerpo recuperaba su temperatura, acomodó la habitación y puso en el cajón de la mesa de noche la caja de preservativos que había comprado en el aeropuerto de Colonia.

Pensar que a sus años y después de tantas noches compartidas, pocas eran las veces que los había utilizado pero, debía estar preparado. No sabía donde ni como se terminaría la noche.

Se vistió lentamente prestando atención a cada detalle que le devolvía el espejo, guardó dinero y documentos en su bolsillo y, dando una última mirada de control a su alrededor, apagó la luz y salió rumbo al lobby.

Se sentó en un cómodo sillón y, mientras encendía el enésimo cigarrillo del día, llamó por teléfono a uno de sus colegas para matar el tiempo y de paso conocer como habían terminado la labor del día.

Minutos después, y teniendo aún el auricular en su oído, la vio entrar. Estaba para el infarto!!!

Llevaba tacos altos que destacaban aún más las espléndidas piernas. Una falta tan corta que no quiso ni pensar en el espectáculo que daría al sentarse. La blusa, ceñida a su talle, de una negra tela sintética de fina textura, sin mangas y con un cuello raro ya que se cerraba alrededor de su garganta pero tenía una caladura casi en forma de corazón sobre el pecho que permitía ver una amplia zona de su piel y dejaba poco librado a la imaginación.

Un suave maquillaje y el dulce aroma de su perfume completaban el conjunto. Mientras le hacía señas para que se sentara a su lado en espera de terminar su conversación, se dijo para sí que no terminaría la noche solo en esa cama. No al menos sin intentar evitarlo.

Apuró la conversación, se despidió de su colega y pidiéndole las excusas del caso la saludo con un beso en la mejilla, aprovechando el movimiento para aspirar todo el perfume que emanaba su piel. A pesar del génesis que había tenido su relación, a pesar de los locos momentos de cibernética lujuria que habían compartido, a pesar de haber estado en soledad con ella a su lado, fue el primer momento desde que bajara del avión por la mañana en que notara que una tremenda erección abultaba sus pantalones obligándolo a meter su mano en el bolsillo para tratar de ‘acomodar’ el problema.

Le ofreció su brazo en tono jocoso (aunque no lo era) lo que ella aceptó aparentemente encantada y partieron rumbo al automóvil que los esperaba en la puerta. Esta vez, y tal como había sentenciado por la mañana, le pidió las llaves y le abrió la puerta del acompañante para que ocupara ese lugar lo que Mónica aceptó entre halagada y complacida. Su intención tuvo una primera e inmediata recompensa ya que al sentarse en la baja butaca del coche ocurrió lo que suponía y la breve falda de ella se subió mas allá de lo moralmente permitido permitiéndole observar esas espléndidas piernas desde su nacimiento. El acontecimiento tubo como réplica una automático movimiento de ella para corregirlo sin darle importancia. Otra vez la mano de Enrique tuvo que pasear por su bolsillo mientras rodeaba el coche en busca del lugar del conductor. Esta velada debería tener un buen final. No podía ser de otro modo.

Condujo por las calles atiborradas de gente que huía de sus casas en busca del aire fresco que mitigara le agobiante jornada. Ella le indicó el trayecto a seguir que los llevaría a un típico restaurante español muy acogedor.

El ambiente del lugar era de algarabía y se prestaba para distenderse. Compartieron unos camarones a la no-se-que regados con un fresco vino italiano y solo el café del final los trajo al mundo de regreso ya que, por primera vez en el día, se habían permitido inconscientemente (solamente) disfrutar una agradable cena sin siquiera pensar por un instante en esa realidad que los había llevado a conocerse.

Partieron ya cerca de medianoche sin rumbo fijo haciendo Mónica de cicerone por las calles de Barcelona. Lo condujo hacia las afueras de la ciudad para mostrarle el edificio de apartamentos donde había alquilado uno que le entregarían en pocos días más. La vista de la ciudad desde allí era espléndida. Tenía una terraza con una hermosa piscina cuyo barandal parecía el del cielo ya que se dominaba toda la ciudad desde allí. Otra pareja, sentada a un costado, conversaba distraídamente mientras apuraban sus tragos.

Se acodaron en la baranda, codo con codo, mientras ella le comentaba los puntos de interés que se divisaban en el paisaje. Sus caras estaban distraídamente a centímetros de distancia una de la otra mientras conversaban ‘como’ distraídamente. Otra vez había comenzado su lucha y quería desesperadamente comer esos labios que Mónica humedecía con la punta de su lengua cada tanto. En eso, y haciendo instintivamente lo mismo con la suya, le pareció descubrir como Moni no podía dejar de fijar su vista en ese acto y tubo que contenerse para no recorrer con su boca el escaso espacio que separaba sus labios y fundirlos al fin en ese soñado beso preludio de tan esperado encuentro.

No supo porqué pero, no cedió. Quería saber hasta cuando y con que medios daría señales inequívocas Mónica de estar teniendo la misma lucha que lo consumía.

Decidieron subir al coche y continuar el paseo en busca de algún lugar tranqui donde tomar una copa para terminar la velada.

A pesar de sus ganas, los intentos se vieron frustrados por una inusual inactividad de los lugares nocturnos a pesar de ser sábado por la noche. Mónica le propuso ir a una de las boite del hotel que con seguridad estaría abierta y, mientras conducía hacía allí se preguntaba si no sería alguna táctica para tener excusa de llevarlo tan temprano de regreso al hotel. Sería que tendría planes con otro?. Sería que la había decepcionado por demorar tanto en intentar acercarse?

Lo cierto es que ya estaban estacionando el coche en la playa rodeada de palmeras del costado del hotel.

A pesar de la jornada, había poco movimiento y de no ser por un ruidoso grupo de unos ocho jóvenes que entre gritos y risotadas daban cuenta de copiosas cantidades de whisky, la suave música que sonaba de fondo se hubiera escuchado perfectamente.

Se ubicaron en una sillón a la derecha de la barra que los separaba del ruidoso grupo y acompañaba con una acogedora penumbra la soledad que buscaban. Ella pidió un café irlandés y el un whisky con hielo, sin agua.

Esta ve el sillón los obligaba a estar muy juntos y el costado de su pierna estaba totalmente apoyado contra el de ella que no se preocupaba por moverla.

La luz del encendedor que el acercó a su cara para encenderle el cigarrillo le permitió ver los ojos renegridos clavados inquisidoramente en los suyos a pesar que hablaban un idioma completamente diferente al de su boca que se ocupada de tratar de armar planes para el día siguiente.

Seguramente habría sol y lo pasaría a buscar por la mañana para llevarlo a conocer las fuentes de Montjuic y luego a la playa para disfrutar del mar hasta la hora en que tuviera que alistarse para partir.

Ya iban por el tercer cigarrillo cuando el mozo les informó que, siendo las 2 a.m. iban a cerrar. Era inaudito que en toda Barcelona no hubiere un lugar donde quedarse tranquilo justo ahora en que los roces de sus piernas y la cercanía de sus caras presagiaban que tal vez pronto cedieran todos los muros de contención.

El apuró su vaso y poniéndose de pie, la tomó de la mano para ayudarla a incorporarse notando, en ese contacto, cierto temblor en su cuerpo. Será que continúa con miedo? Será tan tímida con él después de todo cuanto habían compartido en el Café literario?

Emprendieron una lenta caminata cruzando el lobby rumbo a la penumbra del estacionamiento. Mientras conversaba de no sabia que, se decía que este era el momento. Si no intentaba algo pronto, debería verla partir indefectiblemente y ocupar la cama en soledad contrariamente a lo que se había propuesto.

Ya conocía la respuesta que había venido a buscar. Esa mujer lo movía, lo excitaba como ninguna otra lo había hecho. Pero también había escuchado en su interior que se había mentido. No era cierto que alcanzara con esa respuesta. Debía sentirla en su piel, quería estremecerla con sus caricias, quería que dieran rienda suelta a esa lujuria que habían descubierto juntos. Quería llevarse esa sensación consigo y ese era el momento, o no se lo perdonaría nunca más.

Llegaron al auto. Enrique apoyó su espalda contra él mientras ella intentaba apurar una despedida nerviosamente como si no sucediera nada extraño y su pecho alzaba y hundía con una respiración notoriamente agitada.

Bueno – dijo Enrique – Llegó la despedida.

Si – dijo Mónica – Pero mañana, señorito, lo vengo a buscar para que vayamos a la playa. No es justo que después de haber venido hasta acá, solo te la hayas pasado hablando conmigo.

Todo lo contrario – dijo el mirándola fijamente. Sabes bien que no vine en tren de turismo. Y eso tiene que mucho que ver con vos.

Pero – dijo Mónica bajando la vista – Henry, no me hagas sentir mal. Habíamos quedado de ante manos que esto sería sin compromisos, sin presiones.

A el se le venía el mundo abajo. Estaba tratando de preparar el terreno y ella con esa respuesta, estaba dándole a entender que hasta allí llegaría la cosa.

Moni, yo te dije que vendría para tenerte frente a mi una vez en la vida. Con un café de por medio. Y tratar de buscar la respuesta que estaba necesitando. Claro que no hay compromisos, aunque...me encantaría si me acompañaras a mi cuarto esta noche.

Es que..- dudo ella – Henry, no te enojes. Vos sabés que te quiero. Sabés que no podía hacer menos que dedicarme a vos todo este fin de semana. Dejé todo de lado para hacerlo pero.... no quiero lastimarme. Yo también descubrí que era verdad toda esa excitación que me provocabas en el chat. Y lamentablemente sé que se puede sentir, que la siento. Pero no quiero mañana tener que despedirte en el aeropuerto y quedarme vacía de nuevo. – Y se le pusieron vidriosos los ojos por las lágrimas que pujaban por inundarlos.

El la tomó de la cintura con ambas manos, la miró a los ojos, levantó su cara con el dedo índice para que lo mirara a la cara y, mientras se venían abajo sus últimas esperanzas mintió:

No Moni, no te pongas mal. Por favor. Yo te dije que vendría desde la otra punta del mundo a tomarme un par de cafés con vos para conocerte, a descubrir si se podía sentir algo de todo lo que me provocaste en el chat y que lo que ocurriera después de eso, si ocurría, estaría librado al destino. Ya tengo la respuesta que necesitaba. Ya se que se podía sentir de verdad que no era solo la imaginación. No te preocupes. No quiero hacerte mal y mal me sentiría yo si te hago daño.

Ella, que se limpiaba las lágrimas con el revés de su mano, lo miró a los ojos un instante, rodeó su cuello con ambos brazos y recostando todo su cuerpo sobre el suyo, hundió la cara en su cuello rogándole en voz baja que la abrazase fuerte, fuerte.

Al contacto de su tibio cuerpo estrechamente apretado en un mutuo y fuerte abrazo Enrique no pudo dejar de excitarse. Esta mina que lo ponía loco, ahora estaba martirizándolo. Le decía que no quería seguir adelante pero lo excitaba con esa presentida despedida.

La apretó aún más atrayéndola bien contra si, apoyando todo su excitado ser contra su entrepierna mientras acariciaba su espalda con ambas manos.

Ella, aflojó la presión con la que sus brazos rodeaban su cuello solo lo suficiente para tener su cara frente a la de él. Su rostro, con rictus de cierto dolor dibujado en él, parecía hacer una pregunta que su boca no alcanzó a reproducir porque se estrelló de repente contra la suya tratando de devorarlo mientras su cintura comenzaba un leve movimiento circular estrechándose cada vez más contra ese miembro duro que sentía contra su sexo a través de la ropa.

Entreabrió las piernas un poco como para ubicar mejor su sexo sobre el de él y frotarse. Sus movimientos se volvieron más afiebrados. Sus brazos aprisionaban el cuello de Enrique atrayéndolo a su boca que era lamida por la lengua ardiente de él que mordisqueaba sus labios casi furiosamente.

Su pelvis se frotaba casi descontroladamente contra el cuerpo de Enrique mientras este, acompañando levemente el movimiento, le acariciaba con sus manos la cola por sobre la falda.

Ella soltaba su cuello para tomarle la cara entre las manos, separarse un instante de la de él como queriendo hacer una pregunta mientras su cuerpo obedecía a sus instintos, a su lujuria que amenazaba con tomar todo el control, hasta que esa boca solo lograba emitir gemidos de placer y nuevamente se entregaba a devorar la lengua de un excitado Enrique que levantaba levemente la diminuta falta para que ella se apoyara mejor contra él y sus manos pudieran recorrer esa cola que tanto ansió. Que tanto soñó.

Pasaron casi media hora en esa lujuriosa gimnasia que llevaba la excitación a bordes por él insospechados, sorprendiéndose de no haberse acabado ya hacía rato.

Ella luchaba consigo misma. La que pretendía no hacerse daño versus la hembra lujuriosa que parecía por momentos tener el control. Por esos mismos momentos en que empezaba a separase de él como para preparar la retirada y nuevamente se hundía en sus brazos prendiéndose a su cuerpo como una araña de mil tentáculos y se entregaba a sus manos que acariciaban sus pechos erizando aún más sus pezones. Esas manos que acariciaban su espalda y su cola mientras la aferraban de la cintura acompañando los descontrolados movimientos de sus cuerpos que frotaban sus ardientes sexos.

Eran un manojo de brazos que apretaban, manos que recorrían con fiebre el cuerpo del otro, lenguas que se mordían por turno, gemidos que se mezclaban.

Estaban ambos excitadísimos. Ella luchando con su control, el disfrutándola hasta donde ella dejara, no presionándola más allá de donde quisiera ir. Ya estaba. Ya nada le importaba. Estaba descubriendo que también la sentía en su cuerpo, que le despertaba la misma lujuria que en chat. Y estaba descubriendo que a ella le ocurría lo mismo aunque notaba que Mónica tenía barreras contra las que luchar y que debía sortear sola y correr los riesgos que declamaba querer evitar, o dar lugar a su control y recobrar la compostura.

Enrique insinuó nuevamente que no podían seguir allí, que mejor subían a su cuarto, que no podía haber más daño (si es que lo habría). Ya estaban sintiéndose como imaginaron y nada haría más fácil o difícil la despedida.

Mónica, separándose de él le dijo que no. Que mejor dejaban las cosas así, que fueran a descansar y bla, bla, bla.

El no quiso insistir. A punto de violarla a como diera lugar, le tendió las llaves del coche y, cuando ella las tomaba, la escucho decir para su sorpresa:

Fumemos un último cigarrillo antes de despedirnos, pero dentro del auto. No quiero que nos vean acá parados fuera como fugitivos.

Se sentó al volante y él en el asiento del acompañante. Le ofreció un cigarrillo, se lo encendió e hizo otro tanto con uno para él. Apoyando su espalda contra la puerta de forma de quedar observándola casi de frente.

Ella aspiraba lenta y profundamente el humo de su cigarrillo mientras no le quitaba los ojos que mantenían con firmeza su mirada.

Enrique se preguntaba como podía ser que estuvieran allí en lugar de sobre una cama dando rienda suelta a toda la calentura que se despertaban. Trataba de entender y no le cabían dudas que ella era sincera. Tenía miedo de dejarlo entrar, no entre sus piernas, sino debajo de su piel y después sufrir con la separación.

A él no le ocurría lo mismo. Para el esto era todo lujuria descontrolada con la que siempre había soñado al límite de creerse un enfermo por ese sentir y creyendo que este tipo de química y frenesí solo se veía en el cine porno y en su cabeza. Dentro de todo, terminara como terminara el affaire, estaba tranquilo. Ya tenía respondidas todas esas dudas. Indiscutiblemente su vida, más allá de Mónica, no volvería a ser la misma en ese aspecto. Ese del deseo, de la piel, de los gemidos.

Mientras estos pensamientos ocupaban su cabeza, sus ojos seguían mirándose sin quitarse atención. En el silencio reinante, solo perturbado por el sonido que hacían al exhalar el humo del cigarrillo, esas miradas hablaban sin palabras. Sus cuerpos estaban sudorosos por el esfuerzo y la tensión de la explosión de deseo que los desbordara. El pecho de Mónica subía y bajaba rápidamente al compás de su agita respiración, proyectando hacia arriba los pezones erectos que se descubrían a través de la tela de su desacomodada blusa.

Fueron por turno terminando sus cigarrillos y cruzaron dos palabras sobre el horario del día siguiente. Acordaron que, dado que serían las 3 a.m. y la noche se terminaba apresuradamente, ella lo despertaría con una llamada para darle tiempo a que se alistase para después pasarlo a buscar.

Se miraron fijamente a los ojos muy de cerca durante un segundo en silencio como dos fieras que se estudian mientras el le acariciaba los cabellos de la nuca.

Se dijeron chau, el acerco los labios a su boca lentamente para un ultimo beso resignado y ella lo recibió con la boca entreabierta y su lengua expectante como para tragárselo de un bocado.

El deseo contenido, la lujuria que los desbordaba hizo más que su control.

Nuevamente se abalanzaron el uno en la boca del otro desesperadamente como sedientos, para comerse, morderse, lamerse desesperadamente poniendo la música que las manos bailaban recorriendo impunemente sus agitadas geografías en la búsqueda de provocar y sentir el placer tanto tiempo contenido.

Mientras la besaba acostada en la butaca del auto, sus manos amasaban sus pechos arrancándole gemidos de placer.. y ella lo dejaba hacer moviendo todo su cuerpo involuntariamente.

Mirá!! Mirá como me tenés – le dijo Mónica tomando su mano y dirigiéndosela a la entrepierna por debajo de la ya recogida falda.

Enrique paso su mano por la tanga empapada de deseo y se puso a mil! La corrió rápidamente a un costado mientras ella gemía con sus besos, y comenzó a separar los labios con dos dedos en busca de su endurecido clítoris ya palpitante. Mientras hundía la lengua en las profundidades de su boca como dándosela de comer a ese ser que se retorcía dominada por la lujuria, dedicó sus caricias a esa concha caliente y mojada que pedía a gritos ser saciada de alguna forma. Ya no había objetivos. Ya no importaba como, quería hacerla gozar a como diera lugar y comenzó a pajearla frenéticamente.

Mónica , entre jadeos, se levantó la blusa alocadamente dejando al descubiertos sus hermosos pechos que se hinchaban de placer proyectando hacía arriba los pezones erguidos y rojos de deseo. Hundió Enrique su cara entre ellos dedicándose a lamerlos frenéticamente provocando otra catarata de gemidos descontrolados al compás de su cuerpo que se arqueaba sobre el asiento presa de la desesperación que le provocaba el deseo que le propinaba la paja que las manos de Enrique le estaba haciendo.

Lamelos bebé ¡! - dijo como exigiendo – Lamelos... mirá como están. Estos son los caramelitos que tenía para vos!! Así me los ponías en el chat. Así!!! Ahhhhhh.

Extendió su mano por entre la maraña de brazos que apretaban, tocaban, pajeaban y la puso sobre el pantalón en la entrepierna de él. Inmediatamente sintió la dureza de esa pija que parecía de piedra alimentada por tanto franeleo.

Esto es lo que tenías para mi bebé? – dijo agarrando con fuerza la verga que empujaba el pantalón como queriéndolo reventar. – No me digas que está así por mi? Ayyyy que lindo!!!! Seguí tocándome bebe. Seguí. Asiiiiiii!!!!!! – dijo mientras agitaba frenéticamente en su mano esa verga que Enrique no entendía como no había explotado ya mil veces... pero la novedad no le disgustaba.

Mientras ella comenzaba a pajearlo burdamente a través del pantalón, el continuaba mojando su mano en los jugos que su deseo dejaba escapar por su vagina caliente y cada vez que un gemido escapaba de su boca o un nuevo arqueo agitaba su cuerpo, redoblaba los esfuerzos y la velocidad con que su mano la pajeaba y con que su boca chupaba y mordisqueaba alternativamente las tetas....

El no decía palabras... tenía la boca muy ocupada pero su excitación era tal que tenía ganas de clavarla allí mismo, solo que ella estaba en el asiento equivocado e intentar moverla hubiera roto la magia que estaba a punto de culminar.

La respiración de Mónica comenzó a hacerse mas agitada y febril. Sus gemidos mas intensos a la vez que la mano de él se movía diestramente en su concha mientras ella agitaba frenéticamente la pija en su mano derecha. Y sobrevino un último arqueo del cuerpo hacia arriba, el apuró aún más el vigor de su paja y ella exploto!!! En un solo grito ahogado... un solo gemido prolongado agarrándose con fuerza a su pija y sosteniendo contra su pecho la cara de él que continuaba lamiéndola... Y fue una catarata... una acabada que no terminaba más.... que parecía llevarse todas sus fuerzas..... y se entregaba a la destreza de Enrique y a su lujuria.......Eran como miles de fuegos de artificio que explotaban a la vez sobre su cabeza... y nada importaba más... nada..... nada.

El retiro lentamente su mano de entre las piernas y ella, tomándola entre las suyas, se la llevó a la boca y la lamió lentamente de todos los jugos que la empapaban.

Esa visión y esa sensación acrecentó aún más la excitación de él que intento algunas palabras tímidamente para convencerla de ir a la habitación, sin convicción ... y sin éxito.

Ella había probado parte de ese negado néctar de placer y deseo y en todo su ser recomenzaba la lucha. Sabía que no resistiría un nuevo embate y se dispuso a partir.

El bajó del auto, dio la vuelta, se puso en cuclillas en su ventanilla y se dieron un último beso.

Se puso de pié bruscamente y palmeó el techo del coche.

Andate yá o te bajo de los pelos y te violo acá mismo!!! – dijo entre jocoso y serio.

Chau bebé, hasta mañana. – respondió ella convencida de que así sería, y partió.

El quedó unos instantes viendo alejarse el auto. Acomodó un poco sus desaliñadas ropas y comenzó a desandar lentamente los pasos que lo llevaron a su habitación. Abrió la puerta, entro y la cerró tras de sí quedándose unos instantes apoyado contra ella. No podía creer el mar de sensaciones y sentimientos encontrados que se alborotaban en su cabeza y en su piel. No dejaba de revivir esos intensos momentos mientras se desvestía arrojando la ropa por todos lados.

Sin dejar sus cavilaciones fue directamente al baño. Su cuerpo requería de una urgente ducha refrescante que lo librara de la sensación de cansancio extenuaste y sudor que sentía en todo su cuerpo.

Se metió bajo la fresca lluvia de la ducha y comenzó a enjabonarse lentamente mientras pasaban por su cabeza, como en una película, las escenas de todo cuanto había estado viviendo. Automáticamente sus manos enjabonaban lentamente a su pene duro y aún erecto que parecía a punto de estallar. Comenzó a mover rítmicamente su mano en torno a el subiendo y bajando por el glande ayudado por la placentera sensación resbalosa que le propiciaba el jabón.

Era tal la excitación que tenía que pocos movimientos hicieron falta para que llegara al clímax y saltara violentamente un chorro caliente de esperma urgente que pugnaba por ser liberado invadiendo todo su cuerpo de ese conocido temblor del deseo sosegado.

Quedo unos minutos con su pija en la mano disfrutando de esa necesitada acabada que terminaba de provocarse mientras la flacidez se hacía desear y el agua llevaba por el resumidero los vestigios de su lujuria auto complacida.

Terminó la ducha, secó su cuerpo, lo perfumó y se deslizó, con un último cigarrillo en sus manos, entre las frescas sábanas de la inmensa y vacía cama.

No bien hubiera extinguido la última braza contra el cenicero de la mesa de noche, cerró los ojos e, instantes después cayó en un profundo sueño.