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Café literario (VI-Final)

en Sexo Virtual

Quedaron así, abrazados, apretujados uno contra el otro disfrutando de esa hermosa sensación de los cuerpos extenuados, complacidos, sudorosos, sintiendo como la respiración volvía lentamente a su ritmo normal.

Ahora más relajados y ante la extraordinaria cantidad de energía que habían derrochado, el fresco reinante en la habitación les hacía poner la piel de gallina erizándosela.

El se inclinó suavemente hasta los pies de la cama tomando la punta de la colcha y, tirando firmemente de ella, los cubrió al resguardo del frío que comenzaban a sentir y disfrutando de la tibieza que ahora no podría escaparse.

Enrique no pensaba ya. Ya no se entretenía en razonar. Ya no dedicaba sus pensamientos a especular con sus movimientos o intentar descifrar actitudes. Su piel, y todo su cuerpo, habían podido por fin sentir todo cuanto había imaginado e intuido en estos meses. Tenía entre sus brazos a aquella mina que lo había calentado como ninguna y que le había hecho descubrir, al menos reconocer, que la lujuria y morbosidad de sus pensamientos no eran solo ilusiones o enfermizas ideas, sino hechos concretos que formaban parte de su ser y que se podían llegar a sentir y disfrutar sin que ello conllevara a otra cosa que sentir en la propia piel, la piel del otro.

Mónica estaba fumando calladamente disfrutando de su abrazo, de ese momento. Mucho habían hablado, en las horas que llevaban juntos, de sus respectivas vidas. De lo casual de su encuentro en el chat. De cómo se habían dado las cosas. De cómo se habían sentido sin proponérselo.

Del curso de la vida de cada uno, tan distantes una de otra. No solo geográficamente hablando. De todos modos y a pesar de todo, esa distancia se había acortado brutalmente y, en ese momento, estaban íntimamente unidos, disfrutando de la tibieza del cuerpo del otro. Sabiendo que así como había todo comenzado, en un par de horas más todo habría terminado.

Ella dio lentamente vuelta la cara, sin otro movimiento de su cuerpo, para mirarlo de frente. Y con los ojos llenos de lágrimas que no querían correr, que no querían empañar la magia del momento, se prendió de sus labios en el beso más intenso de todos los que le había dado hasta el momento.

El lo sintió así y del mismo modo lo retribuyó mojando dulcemente sus labios con la punta de la lengua y dedicándose a comerla suavemente, con todo el sentimiento que era capaz de sentir.

Sabía que no podía renunciar a ella y este mar de sensaciones que le hicieron conocer el cielo en la tierra. Sabía que no podía renunciar a ella porque jamás le había pertenecido ni le pertenecería jamás.

Sabía que en algunas horas deberían separarse y, esta vez, el beso fue más profundo, mas sentido. Mientras sus brazos la apretaban mas contra sí y los huecos de sus manos se llenaban con esos pechos hermosos.

Ambos intuían el final de ese maravilloso encuentro.

Ninguno quería que llegara el momento.

Mónica dio vuelta nuevamente la cara mirando al frente mientras tiraba una mano para atrás para aprisionar el cuerpo de Enrique fuertemente contra el suyo.

El, le clavó su boca en el cuello como mordiéndola dulcemente mientras le hacía cosquillas con la punta de la lengua sobre la piel. Sus brazos estaban cruzados sobre su pecho y sus dedos presionaban suavemente los pezones erizados provocando dulces movimientos de todo el cuerpo de Mónica que se frotaba de espaldas contra él.

Lo que más le calentaba a Enrique era la receptividad de Mónica. Le encantaba su calentura. Le apasionaba lo calentona que era. Que le gustara todo cuanto le hacía y que le devolviera en gemidos y ronroneos todo el placer que él le provocaba.

Ya no pensaba en nada, solo dejaba que su cuerpo hiciera con el de ella lo que quisiera entregado a vivir y sentir todo lo que su lujuria le provocara.

El leve y ondulante movimiento de la cola de Mónica contra su sexo lo excitaba ya nuevamente.

Epa!! – dijo ella al notar la creciente rigidez de su verga contra el tajo de su cola. – Que tenemos por acá? Hay alguien calentito por esta zona??? – metiendo su mano entre los cuerpos y aferrándose a la verga de Enrique que comenzaba a ponerse rígida nuevamente.

Ese algo calentito está así por tu culpa – le respondió Enrique. Y como culpable que sos, algo tendrás que hacer como castigo.

Ella, sin soltarse de la verga que se ponía cada vez más grande, cada vez más dura, dio vuelta la cara buscando su boca donde metió impúdicamente su lengua como queriendo ser tragada por él mientras su mano comenzaba a disfrutar pajeándolo con firmeza para ponérsela más dura aún.

El estaba caliente de nuevo y dejó sola su mano derecha entreteniéndose con las tetas mientras bajaba la izquierda por el vientre en busca de su entrepierna. Ella no movió un músculo de su cuerpo. Estaba entregada a tragarse esa lengua que el le ofrecía mientras una hábil mano comenzaba a manosearle el sexo.

El tomaba sus labios entre los dedos y los tironeaba suavemente como estirándolos. Luego, sin soltarlos, metía un dedo dentro para luego recorrerlos de arriba abajo suavemente. De abajo a arriba, hasta llegar a su clítoris, húmedo, caliente, palpitante, siempre deseoso de ser pajeado, lamido, mordido.

Más acrecentaba él sus caricias en la entrepierna, mas fuerte se tomaba ella de su sexo para agitarlo una y otra vez como desesperada. Comenzó a frotarse el sexo desde atrás con la cabeza descubierta de esa verga que la necesitaba como ella.

Enrique sintió como ella se manoseaba la concha y el culo con su verga tieza y mas caliente se ponía apurando el ritmo de su paja, presionando más vehementemente sus pezones, mordiendo y chupando con mayor vigor su cuello renovando el concierto de gemidos que esa gata caliente producía ya como afiebrados, como ciegos por solo coger y sentirse.

Sus cuerpos ondulaban al compás de sus manos. El presionando sus tetas y pajeándola. Ella pajeándolo mientras humedecía la cabeza de esa dura pija en su concha y se la frotaba después por el culo en medio de gemidos de placer. Eran un mar de brazos y manos que se buscaban, se provocaban, se excitaban.

De un golpe ella soltó todo y sacándose los brazos de él de encima se puso en cuatro patas tomándose con ambas manos del cabezal de la cama arqueando su culo delante de él. Enrique no se hizo rogar, hundió su cara entre las nalgas que separaba con ambas manos y, mientras seguía pajeándola le lamía el culo tratando de meterle la lengua tan hondo como pudiera y lamiendo los jugos que ella se desparramara cuando se frotaba.

Ella se arqueaba y gemía de placer hasta que, de repente, él se detuvo. Entonces ella dio vuelta su cara sin cambiar de posición y lo vio tomándose la pija con la mano manteniéndole la mirada.

Siiii bebé – le dijo. Si papiiiíto. Metémela. Quiero sentir esa verga en mi culooo... dalee.... rompeme...

Eso es lo que te voy a hacer putita!! Te voy a partir al medio.

Diciendo esto se acercó un poco más poniendo la cabeza hinchada de su pija en la puerta del culo.. Ella lo agitaba lentamente con movimientos circulares. La cabeza venció la leve resistencia del esfínter ya dilatado y se metió dentro arrancándole un gemido de placer pero, Enrique tuvo cuidado de no meterle mas que eso. Había acabado dos veces casi seguidas como los dioses y, a pesar de lo caliente que estaba, sabía que ahora, podría aguantar un buen rato el juego para volverla loca antes de volver a reventar de placer.

Comenzó a moverse lentamente de adentro a afuera sin sacársela del todo, sin ponerle dentro más que la cabeza. Su apretado culo le apretaba el glande en cada uno de estos movimientos provocándole un mar de sensaciones hermosas y haciéndola estremecer de lujuria.

Ponémela bebéeeeee. Ponémela!!!! Rompeme papito..... – suplicaba Mónica.

Quiero que la disfrutes como yo, guachita. Te voy a romper toda pero primero quiero tenerte bien loca de ganas.

Ayyyyyy, dámela... no seas hijo de puta..... culeameeee.......

Mientras tanto el seguía con su jueguito de meter sin meter, sacar sin sacar y ella meneaba las caderas y arqueaba su culo como implorando que se lo llenara.

En un momento, de golpe, el la quitó por completo de la cola y, con un movimiento rápido, sin lugar a dudas y con firmeza, la acostó boca arriba en la cama sin decir una palabra. Se paró sobre ella, dándole la espalda y con las piernas abiertas la tomó de los tobillos y se las llevó hacía los hombros de Mónica donde le indicó se los tomara con las manos dejando su sexo y su culo apuntando para arriba. La sola idea de lo que estaba por suceder la aceleró de forma tal que casi imploró que la culeara.

El le ubicó la cabeza de la pija en la puerta del culo y, con un movimiento de arriba abajo, se la clavo hasta los huevos de un solo golpe arrancándole un grito mezcla de dolor y placer.

Lo exigido de la posición, el esfuerzo por mantenerla, el dolor de esa verga enterrándose en su culo todo estirado y entrándole de un golpe se mezclaba con la sensación de placer que le daba ese pedazo de carne enterrándosele en el culo. La posición le permitía ver la cara de ese hijo de puta que se la estaba culeando como jamás lo habían hecho y podía ver la verga que se metía dentro excitándola aún más mientras los huevos le pegaban en la concha.

El sabía que ella estaba disfrutando. En esos pocos encuentros que habían tenido habían desarrollado un profundo conocimiento o intuición de todo cuanto el otro quería o disfrutaba. Ese era parte del secreto que estaba disfrutando ambos.

Comenzó a sacarla completamente y cuando ella estaba a punto de emitir su queja, ya la tenía nuevamente toda adentro. La visión de ese agujero todo dilatado delante de sus ojos lo enloquecía y comenzó a sacarla por completo para, inmediatamente volver a enterrársela. Estaba gozando como jamás, sus acabadas anteriores le permitían estar más descargado pero esta guacha lo calentaba tanto que la podía tener dura y jugar así con ella provocándose ambos un inmenso placer.

Ella no aguantaba más, casi imploraba que se la culeara a lo bestia y así empezó a hacerlo Enrique.

Le hizo soltar los tobillos bajando sus piernas, esta vez hasta los hombros de él. La posición era más descansada para Mónica a pesar de que ella solo quería que se la culeara, que le llenara el culo de su carne dura.

El se puso casi de cuclillas pasándose las piernas de ellas sobre los hombros y metiéndosela en el culo pero mirándola de frente. La posición hacía que le entrara con más trabajo sintiéndola más cuando la penetraba.

Ninguno de los dos iba a poder aguantar mucho más ese juego. La excitación los colmaba y, mientras el la culeaba ayudado esta vez por los movimientos de cadera de ella, sus manos podían estar pajeando y metiéndose casi enteras en su concha.

Mónica deliraba de placer sintiéndose perforada por todos lados mientras manoseaba sus propias tetas y pellizcaba con fuerza sus pezones. Estaba en un estado de éxtasis y descontrol total mientras era penetrada, cogida, manoseada, culeada como jamás lo había soñado aunque si imaginado desde que conociera a este guacho que disfrutaba culeándosela como los dioses.

Eran demasiados estímulos y su tercer, cuarta, vaya uno a saber cual acabada al hilo tenía lugar en medio de espasmos incontrolables de todo su cuerpo... era como una fiebre... no podía (ni quería) dejar de moverse, no quería dejar de gozar esa pija dentro de su culo cuando Enrique se la sacó una vez más. La puso en cuatro patas como a una perra y se la hundió hasta el tronco una vez más ya al borde de explotar él esta vez.

Así soñé siempre con culearte.. ves putita!!! – le decía casi al oído mientras pasaba una mano rodeándole la cintura para pajearla.

La tocaba un poco y volvía a incorporarse. Ella empujaba cada vez con mayor fuerza su cola hacia fuera para que le metiera toda su verga dentro del culo en cada embestida. El le pegaba cada tanto un chirlo en la cola que le excitaba aún más esforzándose como si quisiera que el se metiera con huevos y todo dentro de su culo.

El prendido de sus caderas arremetía con fuerza como queriendo partirla por la mitad y esto era lo que ella sentía y había querido....

Mónica gozaba como una loca y todos sus sentidos estaban dedicados a ordeñar con su culo esa pija que tanto había querido sentir pero no estaba dispuesta a perdérsela...Por la profundidad de los movimientos de él, por la fuerza con que Enrique la tomaba de la cintura intuyó que se acercaba el final. Se la sacó violentamente del culo, se dio vuelta rápidamente, casi de un salto y sentándose en la cama, la tomo con ambas manos, llevándosela a la boca sin dejar de pajearla con los labios y las manos...

Enrique no había tenido tiempo de reaccionar, su clímax estaba al límite y explotó en su boca, en su cara, sobre sus pechos.... No podía creer que después de lo repetido aún le saliera algo de leche. Ella se relamía con la lengua por todos los labios, chupando con fiereza esa cabeza que le había llenado el culo mientras con la otra mano desparramaba por sus tetas la leche tibia con que se bañara... mmmmm que placer, se decía mientras tragaba hasta la última gota que podía sacar de esa verga caliente y morada por el esfuerzo....

El hubiera querido no ser humano, tener una pija capaz de inundar de leche a una hembra como esta que tanto la disfrutaba.

Hubiera querido no acabar nunca, tenerla parada para poder cogerla y culearla durante horas y provocarle el delirio que tanto se habían prometido.

Al final cayeron ambos extenuados sobre la cama unidos en un desordenado abrazo, transpirados, húmedos de jugos y leches, agitados ... pero satisfechos.

Así estuvieron entrelazados, en silencio durante un largo rato. De repente miraron, casi a la vez, la hora y dieron un salto.! En una hora salía el avión!!!!!. Corrieron al baño y se metieron bajo la ducha juntos... El agua tibia les corría por el cuerpo mientras se enjabonaban mutuamente entre sonrisas y algún que otro beso. Hubieran querido seguir allí indefinidamente pero el tiempo los corría.

Se secaron rápidamente y se vistieron en desorden mientras Enrique llamaba al front desk pidiéndole le prepararan la cuenta.

Ella repasó su cabello y se pintó mientras él juntaba sus cosas desparramadas por todos lados.

Quince minutos antes estaban uno en brazos del otro sobre la cama. Ahora, ya pagada la cuenta, se dirigían a paso rápido al auto al que se subieron alocadamente como dos ladrones escapando de la policía.

Ella conducía rápido pero, gracias a Dios el aeropuerto estaba cerca del hotel y por la autopista, en 5 minutos, estaban estacionando en la playa.

Corrieron hasta el mostrador del chek-in y... ufffff, llegaron a tiempo. Había un pequeño atraso en el vuelo y los pasajeros, que esperaban en fila, todavía no habían abordado. Ella se quedó a su lado en la cola, prendida a su brazo sin poder tomar real consciencia del momento que vivían.

Conforme transcurrieron los minutos hasta que la cola comenzó a ponerse lentamente en movimiento, el silencio se agigantó entre ellos.

Ya cerca de la puerta de ingreso, el acomodó la correa de su bolso que apretaba su hombro y verificó la tarjeta de embarque en su mano como no queriendo dirigir la vista a esa figura que estaba a su lado y materializaba un manojo de sentimientos y fuertes sensaciones que no lo abandonarían por mucho tiempo.

Agradecía que el tiempo se les hubiera escapado de las manos y que casi no hubieran tenido ocasión de prepararse para la irremediable despedida.

Al final, los pasos llegaron hasta el ingreso y llegaba su turno.

Ella se paro frente a él. Tomó su cara entre las manos, la acercó a su boca y, rodeándole el cuello con los brazos, se olvidaron de todo cuanto pasaba a su alrededor y, ante la asombrada mirada cómplice de una señora mayor detrás de ellos que pensó presenciaba la despedida de temporaria de dos enamorados, se fundieron en un beso que no necesitó de mayores palabras.

No las hubo.

Ella lo soltó sin que su boca emitiera sonido alguno y se hizo a un lado dejando que la columna avanzara arrastrándolo rumbo a la puerta de vidrio que comenzaría a materializar la separación.

El, entregó la tarjeta, recibió indiferente el saludo de la amable señorita que le daba la bienvenida al vuelo y cruzó la puerta.

Una vez tras de ella y mientras se dirigía a la abertura de la manga, sin detenerse, se dio vuelta para distinguir detrás del vidrio la cara de aquella mujer que, levantando una mano, intentó un saludo con los ojos llenos de lágrimas, dio media vuelta y se perdió entre la gente en dirección a la puerta de salida.

 

Esta era la parte que menos disfrutaba de los vuelos (si es que hubiera alguna que lo atrajera). El momento en que los pasajeros se acomodan. Todos hablan a la vez, luchan por acomodar sus equipajes ‘de mano’ en los compartimentos sobres sus cabezas y piden miles de excusas molestando por enésima vez al pasajero sentado al lado que ya ha prendido su cinturón de seguridad y se dispone a relajarse esperando el momento de la partida.

Minutos después habían despegado. Le esperaba por delante un vuelo de un par de horas y el pasaje, ya tranquilo, disfrutaba de las bebidas que acababan de servir.

A su lado, el asiento estaba vacío. Levantó el maletín de su notebook que estaba bajo el asiento delantero y lo apoyó sobre el. Corrió el cierre, la sacó y la depositó en la bandeja plegable sobre su falda.

La encendió escuchándose el típico beeeep que hacía el aparatejo ese y busco en el directorio ‘Mis Documentos’ ese word llamado ‘Café literario’.

Pasó las páginas rápidamente buscando el final del documento.

Abrió una última línea y escribió:

"....ambos sabían que aquella historia terminaba como había comenzado. No habían hablado de mañana. Todo en ellos se había tratado de piel en tiempo presente, no con un futuro imperfecto sino, inexistente. Por ello se habían entregado a sentirse sin inhibiciones, sin límites buscando mutuamente en el otro la respuesta a las preguntas que habían nacido entre ellos.

El estaba tranquilo a pesar de todo. Llevaba bajo su piel el imborrable recuerdo de ese torbellino de placer y lujuria que, a partir de ahora, tendría un nombre del que jamás podría olvidarse, Mónica.

Ella, apagando el segundo cigarrillo desde que subiera al auto terminó de leer esa última página del cuento aquel que, sin que ella se hubiera dado cuenta, Enrique le dejara sobre el asiento y que relataba todo cuanto habían vivido.

Sabía que no lo volvería ver. Sabía que su lujuria descontrolada había ganado la batalla impidiéndole preservarse de esa amarga despedida. Y no se arrepintió. Sintió sobre su piel el mar de caricias y besos que Enrique le había dejado.

Cerró los ojos, acercó el brazo a su nariz y llenó sus sentidos del perfume de Enrique que definitivamente se le había metido bajo la piel. Sería el perfume que le recordaría por el resto de sus días que, una vez, sintió como su ser se fundía en otro al calor de la pasión, el deseo y la lujuria en el más natural de los estados.

Cerró el cuento. Lo dejo sobre el asiento que minutos antes tuviera a Enrique sobre él mirándolo por un instante.

En ese momento el atronador ruido de los motores de un avión despegando ensordecieron todo a su alrededor. Dirigió la vista al cielo para verlo perderse entre las nubes..

Puso en marcha el coche y salió lentamente rumbo a la cuidad.".

--------------------- FIN ---------------------

Este cuento (no tan cuento) está basado en una historia real y mucho me gustaría recibir comentarios de aquellos que lo hayan leído ya que, para mi, es una entrañable primera experiencia en lo literario y en lo pseudo-virtual de las relaciones sexuales.