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Darkness (I: El compañero nocturno)

en Parodias

Nota del autor: Doy la bienvenida a todos aquellos que aman la oscuridad. El siguiente relato esta basado en una conocida leyenda urbana, aunque claro, con un toque personal.

Los primeros rayos del sol empezaron a iluminar el cuarto de Cristina, ella salió de debajo de las sabanas y miro aliviada como las sombras desaparecían y con ellas su temor nocturno. Cristina era la hija de un prominente matrimonio. Su padre, habiendo llegado a la cima del mundo de los negocios, había emprendido una nueva meta; la política. En ese momento se encontraba lejos, haciendo campaña para obtener la gobernatura del estado. Su madre era toda una "mujer moderna" cuya preocupación era mantener al día los negocios heredados de su padre, el abuelo de Cristina. Cosa que la mantenía viajando constantemente. Así Cristina tenía que vivir sola en la gran mansión que sus padres apenas pisaban. Desde luego no vivía sola. La casa contaba con un gran número de sirvientes y su padre había contratado a un tutor, a quien ella llamaba Don Arturo, que se ocupaba de su educación y cuidados. Pero Cristina no podía acudir a ninguno de ellos para aliviar su temor. Su miedo casi enfermizo a la oscuridad que se apoderaba de su cuarto cuando caía la noche. Siendo niña había podido refugiarse en cama de su nana. Pero ahora que ya era "toda una señorita", como Don Arturo la llamaba, no podía pedir que nadie se quedara con ella durante las noches.

A decir verdad, ella misma se sentía estúpida cada mañana cuando la luz le dejaba ver que no había nada a que temer. Y solía culpar de todo a los cuentos que su antigua nana, difunta hacia tres años, quien le hablaba de fantasmas y aparecidos. Pero más que nada del diablo. Ella aún temblaba cuando recordaba sus palabras, como le contó muchas veces que, en las noches oscuras y sin estrellas, un ser horrible con pasadas patas de cabra deambulaba por los pasillos de la gran mansión. Incluso una vez creyó escuchar el golpe de cascos deteniéndose frente a su cuarto y el picaporte girando furiosamente. Esa era la razón por la cual Cristina se ocultaba bajo las sabanas, cerrando los ojos con todas sus fuerzas para no mirar hacia el vacío en que se convertía su habitación cuando las luces se apagaban.

Y es que su habitación era exageradamente grande, de unos 8X8 metros, con su cama situada lejos de la puerta, por lo que cualquier intento por escapar... de lo que fuera era inútil.

Así paso el tiempo y un día, mientras veía la televisión, descubrió las aventuras de un chico cobarde y su perro gran danés(saben a quien me refiero), eso le dio una idea y aprovechando la cercanía de su cumpleaños le solicito a Don Arturo que le permitiera tener una mascota. Este se mostró renuente al principio, pues Cristina no quería gatos ni perros falderos. Ella quería un autentico perro guardián, grande y fuerte, que fuera capaz de protegerla... por si acaso. Al final, como el viejo tutor quería sinceramente a su protegida, accedió y comenzó a buscar entre los criadores locales un ejemplar que se ajustara a las demandas de Cristina.

Así el día de su cumpleaños la chica recibió lo que tanto deseaba, un pastor alemán grande y fuerte, perfectamente entrenado para obedecer puntualmente las ordenes de su dueña, incluido el ataque, siempre que la orden fuera acompañada del sonido de un silbato especial. El animal fue bautizado con el nombre de Rex, el cual tenía un gusto especial por lamer los pies de su ama, cosa que a ella no le molestaba. De hecho, cada vez que Cristina sentía miedo sacaba un pie de entre las sabanas y, haciendo sonar el silbato, incitaba a Rex a que lo lamiera, ya que el animal dormía al pie de su cama.

Todo parecía solucionado.

Luego, una noche, la noche más oscura, sin estrellas ni luna. Cristina se acostó como siempre y apago la luz de su habitación. Al poco tiempo escucho un extraño ruido, algo así como un gemido ahogado dentro de su cuarto. Asustada se cubrió con las sabanas, pero entonces escucho claramente unos fuertes golpes que tenían una cadencia lenta y amenazante.

-¡Tan, tan, tan!-sonaban cerca, muy cerca. Cristina saco el pie de las sabanas y soplo en el silbato, de inmediato sintió la húmeda y caliente lengua de Rex acariciando sus plantas. Pero también se dio cuenta de que el animal intentaba meter su hocico bajo la sabana, Cristina lo empujo y volvió a cubrir su pie: Pero entonces el ruido se repitió, esta vez más fuerte y cercano. Cristina sentía que el corazón le latía frenéticamente dentro de su pecho, la tiempo que los cabellos de su nuca se erizaban con horror. Entonces repitió su táctica y sacando el pie incito a su guardián a lamerlo, cosa que este hizo con toda prontitud, pero también como la vez anterior intento escabullirse dentro del refugio de su ama, la cual lo rechazo una vez más.

Entonces el ruido se repitió por tercera vez.-¡TAN, TAN, TAN!.-en esta ocasión fue tan fuerte que Cristina sintió como su cama se movía a causa del sonido. Desesperada metió la cabeza bajo la almohada y presiono con fuerza para no oír más aquel ruido infernal. Pero no le sirvió de nada pues las ondas sonoras eran sentidas por su cuerpo. Cristina estaba a punto de gritar de terror, pero la imagen de todos burlándose de ella por temer a un ruido, que debía tener una explicación lógica, la detuvo. Entonces, por tercera vez recurrió a su artimaña, sacando el pie para que Rex lo lamiera, este obedeció una vez más paseando su lengua húmeda por la planta, por entre los dedos y por los tobillos, pero también arremetió con más fuerza buscando entrar bajo las sabanas.

Para ese momento Cristina estaba tan asustada que cedió a la demanda de su mascota y le dejo deslizarse junto con ella, lo único que quería era tener a alguien cerca en ese momento de terror nocturno, Así sintió como la cama se hundía bajo el peso de su perro, cuya piel un tanto áspera le produjo un leve cosquilleo. Sin embargo, Rex no detuvo su avance y pronto Cristina se dio cuenta de que su guardián olfateaban frenéticamente bajo la tela de su camisón de dormir. Mientras las duras y ásperas yemas de sus dedos acariciaban sus muslos. Cristina intentó cerrar las piernas, pero Rex se había colocado justo entre ellas impidiéndole la maniobra.

Como un amante tierno pero decidido Rex empezó a lamer la vulva de su ama, sobre las delgadas pantaletas que traía puestas, Cristina sintió un escalofrío, distinto al miedo, recorriendo su espina dorsal. Pero resistiéndose aún movió las caderas en un intento de rechazar a su compañero de cuarto, sin embargo su acción empeoró las cosas pues Rex aprovechó que Cristina levantó un poco las caderas para sujetar las bragas entre sus dientes y tirar de ellas con todas sus fuerzas. La prenda no resistió y se rasgo enseguida dejando el sexo de Cristina expuesto a la lengua del perro que de inmediato se lanzo a explorar entre los delicados labios, apenas cubiertos por una suave vellosidad, dejando que su lengua pasara entre ellos con toda naturalidad.

Cristina sentía que su vulva se iba humedeciendo, en parte por la abundante saliva de su perro, pero también por una creciente excitación que se iba apoderando de ella. Por un momento se quedo quieta, sopesando la situación, por una parte podía dejar que Rex llevara a cabo sus evidentes intenciones o podía enfrentar su temor a la oscuridad para salir de las sabanas para echar al perro de su cuarto. Poro antes de que pudiera tomar cualquier opción los golpes se dejaron escuchar de nuevo con tal fuerza que Cristina salto como un muñeco sorpresa quedando con las manos y las rodillas apoyadas en le colchón. Al instante sintió el peso de Rex cayendo sobre su espalda, al tiempo que algo caliente y puntiagudo se deslizaba entre sus muslos, Cristina se sacudió intentando quitárselo de encima pero lo único que consiguió fue que el animal consiguiera un buen "ángulo de tiro" y lanzando una fuerte estocada entrara en ella de un solo golpe.

-¡Aaaaayyyyyyy!.-grito apoyando la cabeza contra la almohada, mientras Rex la sujetaba de las caderas con fuerza antes de comenzar a mover como un pistón, salvaje é imparable. Al principio ella solo sintió un gran dolor, al percibir como su virginidad estalla en pedazos ante la furia animal de su mascota. Como los pliegues de su intimidad se abrían para dar paso a la verga de Rex que parecía crecer más a cada embestida. Entonces Cristina empezó a sentir una extraña ansiedad mezcla de temor y de sensaciones desconocidas que iban despertando en su cuerpo, poco a poco el dolor inicial se fue desvaneciendo, mientras la sensación de vaivén de la verga de Rex dentro de su vagina se iba haciendo más frenética, hasta que Cristina comenzó a mover las caderas siguiendo el ritmo que le imponía su inesperado amante.

El cual, acaso guiado por el instinto, disminuía por momentos la fuerza de sus movimientos, hasta casi quedarse quieto, para luego empujar con mayor brío su verga dentro de Cristina, la cual sentía la potencia de Rex cada vez que este golpeaba sus caderas contra sus nalgas, llegando a lo más profundo de su ser de mujer

-¡Ooooohhhhhh!... ¡Rex!... ¡Eres un perro malo!... ¡Aaaaaaahhhhhh!... ¡Muy malo!...-gemía Cristina mientras sentía la lengua larga y húmeda de Rex lamiendo su cuello junto con las gruesas uñas arañando su espalda. De pronto el perro volvió a acelerar sus embestidas y Cristina pudo sentir su vulva inundada por un liquido caliente y lechoso que chocaba con fuerza contra el fondo de su vagina, entonces ella también lanzo sus caderas contra las de Rex y dejo que sus propios líquidos brotaran sin control. El animal jadeaba a su espalda y su bao le mojaba la nuca. Por un momento Cristina creyó que todo había terminado, pero con sorpresa descubrió que la verga de Rex, lejos de salir de sus entrañas se hinchaba más aún dentro de ella, Rex tiro de su verga provocándole a su dueña un nuevo dolor.

Asustada Cristina dejo que su mano se deslizara hasta su destrozada vulva y al tacto comprobó que la verga tenía tal tamaño que simplemente no podía salir de su funda. Pero Rex pareció no darse por vencido y de un tirón jalo su verga con fuerza, obligando a Cristina a arrastrarse junto con él como una perra. Instintivamente Cristina tiró en dirección contraria y al hacerlo sintió un aguijonazo de dolor al tiempo que una nueva ola de semen animal escurría dentro de ella. Entonces empezó un juego extraño, pues el dolor y el placer se mezclaban en cada tirón de tal manera que Cristina no sabía donde terminaba uno y empezaba el otro.

-¡Aaaaaahhhhhhh!...grito presa de un nuevo orgasmo. Sus fuerzas la abandonaron y cayo sobre la cama. El ruido se dejo escuchar una vez más pero ya no le importo y cerrando los ojos se quedo dormida.

Al día siguiente, cuando Cristina despertó, salto inmediatamente fuera de la cama, la luz del sol apenas asomaba por el horizonte pero ya había la suficiente para permitirle ver claramente su cama revuelta, las sabanas llenas de sangre y semen y de un penetrante olor animal. No obstante, Rex no estaba sobre la cama, ni a un lado ni bajo ella, Cristina hizo sonar el silbato; pero no obtuvo respuesta. Entonces la pobre chica comenzó a llorar desesperada. ¿Qué explicación podía dar? ¿Cómo alguien podría siquiera entender que esa fue la única forma de escapar de su terror?. Por un momento se vio rodeada de rostros acusadores que la condenaban. Profundamente confundida solo acertó a caminar hacia el baño, con el objeto de asearse lo mejor posible antes... de lo que fuera a pasar. Al entrar al baño su atención estaba fija en la tina por lo que no se dio cuenta de que, por alguna razón el piso estaba resbaloso, hasta que perdió el equilibrio y cayo de sobre su trasero.

-¿Pero qué?.-Cristina no pudo completar su pensamiento, pues al intentar levantarse se dio cuenta de que sus manos estaban manchadas por un liquido espeso y helado, mismo que cubría todo el piso del baño, al mirar con más detenimiento se dio cuenta de que era sangre. Su grito resonó en toda la mansión provocando el sobresalto de todos sus habitantes. En pocos minutos el viejo Don Arturo, seguido por varios criados, entro en la habitación y con horror miro la desordenada cama. Uno de los criados señalo la puerta abierta del baño y todos acudieron a ver en su interior. Al hacerlo encontraron a Cristina llorando como una niña, recogida en una esquina y señalando con el dedo hacia arriba. Todos miraron y descubrieron horrorizados el cuerpo destrozado de Rex. El gran pastor alemán estaba abierto en canal, con la salea atravesada por enormes clavos que lo mantenían sujeto al techo, sus entrañas habían desaparecido, de su herida había brotado durante horas la sangre que para ese momento comenzaba a coagularse sobre el piso.

Pero... no toda la sangre estaba en el suelo. Al bajar la vista del destrozado cuerpo del perro Don Arturo y los criados vieron que alguien había empleado una parte para escribir un mensaje en el espejo del baño.

-"Yo también puedo ser un buen perro".

Att.: El Diablo.-

Cristina fue internada en un hospital psiquiátrico y, aún hoy, algunos enfermeros aseguran en las noches oscuras y sin estrellas la escuchan gemir de placer y dolor mientras que, de algún modo que ellos no entienden, imita el furioso jadeo de un perro.

FIN.

AUTOR: "EL MONJE".