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What if...? (1: Un final oscuro)

en Parodias

What If...? 1

Nota del autor: ¿Qué pasaría si...? es la pregunta que cualquier escritor de parodias(Fanfics) se hace cada vez que empieza a escribir un relato. Generalmente se busca "corregir" algún detalle de la serie que no complació al aficionado, generalmente el final, como es el caso de la serie Candy, Candy, la cual cuenta con muchos fanáticos en el mundo y pese a que se lanzo al aire en 1970 aún hoy es un éxito. Pues bien si tu eres unos de esos admiradores que sueñan con un final feliz para tu heroína, no leas más, pues este es un relato sobre el final de la serie escrito por alguien, yo, que no creen en finales felices. Además debo advertirte que este es un relato Hentai, muy hentai, así que ya lo sabes...

¿Qué pasaría si Neal Leegan hubiera tenido cinco minutos de inspiración?

El sol de la tarde teñía de rojo las copas de los árboles en el parque central de Chicago. Candy, muy satisfecha, se colocaba su abrigo para salir del consultorio del Dr. Martín, quien pese a su alcoholismo era un personaje muy querido entre los habitantes de los barrios pobres que no tenían dinero para acudir a los elegantes hospitales de Chicago. La joven enfermera camino hacia la puerta, mientras el galeno luchaba a brazo partido por resolver el rompecabezas que siempre llevaba en su overol.

-Hasta mañana doctor.-dijo Candy al tiempo que habría la puerta.

-Hasta mañana Candy.-le respondió el medico que apenas y podía disimular su impaciencia por quedarse solo para poder beber un buen trago de whiski. Candy lo sabía y estaba decidida a ayudarlo para que dejara de beber, pero estaba conciente de que eso llevaría su tiempo. Al salir de la clínica, o mejor dicho de la pequeña cabaña del Dr. Martín, Candy se detuvo un momento y luego volvió a abrir la puerta, el doctor Martín ya estaba buscando su botella y se volvió apenado al verse descubierto. Candy solo sonrió.

-Solo quiero agradecerle por el almuerzo.-dijo Candy a manera de pretexto, aludiendo al largo rato que ella y Albert se tomaron pasa almorzar a las orillas del lago. Luego se dio la media vuelta.-No beba mucho esta noche. ¿De acuerdo doctor?.-

-De acuerdo Candy.-el medico regordete se paso una mano por la cabeza y sonrio..-Es una buena.- chica pensó antes de seguir buscando su botella. Afuera de la clínica unos niños, de los que siempre jugaban por ahí, se acercaron a despedirse de la rubia enfermera.

-Hasta mañana Candy.-le gritaron en coro cuando paso junto a ellos.

-Hasta mañana.-les contesto ella con su natural sonrisa. Pero apenas avanzo unos cuantos pasos cuando escucho una voz desconocida.

-Disculpe. ¿Es usted la señorita White?.-Candy miro sorprendida a aquel hombre, evidentemente un empleado de alguna persona rica.

-Si. Soy yo.-dijo un tanto vacilante. El hombre, quien estaba de pie junto a un elegante automóvil se acerco un poco y le hablo de nuevo.

-Estoy aquí señorita White porque un hombre desea verla en secreto.-

-¿A mí?.-interrogo Candy sin dar crédito a las palabras de aquel hombre. Este, dándose cuenta de las dudas de la joven, se apresuro a decir lo que se le había ordenado.

-¿Conoce usted a un joven llamado Therius?.-el corazón de Candy salto dentro de su pecho al escuchar el nombre del muchacho al que amaba y que hacia tan poco tiempo había perdido. Sus ojos verdes se abrieron intensamente al tiempo que miles de ideas le pasaban por la mente.

-Terri, viniste a Chicago para verme.-pensó emocionada y triste al mismo tiempo.

-¿Desea usted venir conmigo?.-dijo el hombre misterioso sin moverse de su sitio. Por un momento Candy no supo que responder, apenas esa mañana había sabido que Terri había abandonado el teatro de Nueva York y que su paradero era desconocido, y ahora ese hombre le decía que había mandado a buscarla. La joven asintió con la cabeza y el hombre le abrió cortésmente la puerta del automóvil. En poco tiempo ambos viajaban por la rivera del lago, el sol estaba ocultándose detrás de las montañas tiñendo de rojo el paisaje, pero Candy no veía nada, sus pensamientos estaba concentrados en la posibilidad de volver a ver a Terri, aunque solo fuera un momento.

-Todo termino entre nosotros.-se dijo a si misma buscando controlar sus emociones.-Mi deber es convencerlo de que regrese a Nueva York, al teatro que tanto ama... y a Susana.-ese último pensamiento le hirió profundamente, pero estaba conciente de que esa lo correcto. De pronto la puerta del auto se abrió y Candy se dio cuenta de que habían llegado a su destino mientras ella estaba hundida en sus pensamientos. Sin esperar nada bajo del auto y miro a su alrededor, mientras el conductor volvía a cerrar la puerta del vehículo.

-El esta en esa villa.-dijo lacónicamente señalando una gran casa que se alzaba sobre un risco. Candy le dio las gracias y emprendió el camino hacia la villa, aunque su intención era mantener la calma su paso se fue haciendo cada vez más rápido hasta que se dio cuenta de que estaba corriendo desesperadamente hacia la casa de la colina.

Al llegar se detuvo un momento frente a la casa buscando alguna señal de vida, y, como si alguien le adivinara el pensamiento una de las pesadas hojas de la puerta de abrió invitándola a entrar. Candy respiro hondo, tanto por la agitación de la carrera como para calmar sus nervios, antes de subir las escaleras y penetrar a la mansión. El interior estaba en penumbras y solo gracias a la radiante luz de la luna, que entraba libremente por los ventanales, hacía posible distinguir los pesados muebles y retratos que adornaban el interior.

-¡Terri!.-llamo al tiempo que sus ojos recorrían el lugar en todas direcciones. Pero la única respuesta que obtuvo fue el rechinar de la puerta cerrándose detrás de ella. La joven enfermera se volvió de inmediato y se encontró con la figura de un hombre, semi oculta en la oscuridad, que permanecía recargado contra la puerta. Candy no pudo distinguir sus facciones pues una espesa nube cubrió la luna dejando la casa en tinieblas por varios minutos.

-¡Terri!.-repitió Candy dando un paso hacia el misterioso joven que la esperaba. Pero en ese momento la nube termino de pasa y la luz de la luna se hizo más intensa. Candy detuvo su andar mientras sus esperanzas caían por tierra en pedazos. Ahora podía ver claramente el rostro de su misterioso anfitrión.

-¡Neal!.-dijo sorprendida al encontrarse frente a su odiado acosador.

-¿Esperabas a Terri?.-dijo el chico burlonamente mientras caminaba hacia ella.-Lo siento, no esta por aquí.-

-¡¿Qué estas tramando esta vez?!.-grito Candy con el rostro contraído en una mueca de disgusto.-¡¿Por qué me mandaste a ese tipo a decirme que Terri me esperaba aquí?!.-

-Solo quiero charlar contigo.-dijo Neall calmadamente.-A solas... Sobre nosotros.-

-¡Estas loco! ¡No tenemos nada de que hablar!.-dijo Candy dando un paso hacia la puerta.

-Si tenemos.-dijo Neal al tiempo que extendía los brazos para impedir el paso de Candy.-Sobre nuestros sentimientos.-Candy se detuvo a causa de la sorpresa, sin comprender una palabra de lo que Neal le decía.-¿Sabes Candy? mi madre quiere comprometerme con una chica.... es la hija de un importante banquero y esta loca por mí. De hecho muchas chicas estarían encantadas de salir conmigo. Pero yo solo te quiero a ti... ¡Porque te amo Candy!.-

Si Neal Leegan hubiera desaparecido en ese momento ante sus ojos Candy no se hubiera sorprendido tanto. Nunca en su vida, ni en su sueño más enfebrecido, hubiera esperado escuchar al orgulloso joven decir aquellas palabras.

-¿Tú me amas?.-repitió atónita.

-Así es.-proclamo Niel en un arrebato teatral.-Y se que tu también me amas.-el joven aristócrata se acerco más a ella y sujetándola por los brazos la miro de anhelante.-Vamos Candy, confiesa lo que sientes por mí. Dilo ahora que estamos solos.-el rostro de Candy se ilumino con una sonrisa, mientras sus ojos sostenían la mirada de Niel.

-Esta bien Neal....-empezó a decir casi melosamente, provocando que el corazón del chico palpitara con más fuerza.-Yo.... realmente.... ¡TE ODIO!.-el grito de Candy hizo que Neal se quedara estupefacto, incrédulo y casi asustado por aquellas palabras.

-¡¿Cómo diablos puedes creer que te amo?! ¡Si desde que te conozco has sido grosero, egoísta y malo conmigo! ¡¡Es por eso que te odio!!!-grito Candy con toda la rabia que había guardado durante años hacia su cruel verdugo, al tiempo que intentaba liberarse de aquellas manos que la sujetaban.-¡¡Ahora quítate de mi camino, quiero irme a mi casa!! -

-¿Me odias?.-dijo Neal mientras sus falsas esperanzas se esfumaban como polvo en el viento.-¿Es eso lo que sientes por mí?.-

-¡Si!.-afirmo Candy sin dejar de forcejear.-¡TE ODIO!.. ¡TE ODIO!.-

-¡ME ODIAS!.-exclamo Neal hundiendo sus dedos en la carne de su presa. Candy pudo observar como la cara del chico aristócrata se transformaba en una mueca de dolor é incredulidad, para luego cambiar de nuevo a un gesto de ira infinita. Los ojos de Neal centellaron con tal fuerza que, de no haber estado tan furiosa, Candy talvez se hubiera desmayado de espanto. Entonces sucedió algo inexplicable. Neal la soltó y se alejo de ella para caminar hacia uno de los oscuros rincones de la mansión. Por un momento solo se escucho la respiración agitada del aristócrata, Candy también respiraba profundamente, ambos se sentían cansados a causa de las intensas emociones que habían liberado uno ante el otro.

-No cambiaras de idea.-pregunto con una voz que denotaba una gran fatiga.

-No.-respondió Candy sin dudar un segundo.

-De acuerdo entonces.-dijo Neal acercándose a la puerta, Candy lo vio manipular la cerradura y abrir las pesadas hojas de par en par.-Vete.-dijo derrotado colocándose a un lado de la puerta. La joven enfermera dudo un momento, aquel gesto no era propio de Neal, sin embargo nada de lo que había pasado esa noche parecía propio del chico que ella había conocido en el pasado. Pero no quería pensar en eso, solo quería volver a su casa y borrar aquel incidente de su memoria. Con paso firme comenzó a andar hacia la salida, vigilando a Neal por si cambiaba de idea, pero este no se movió ni un centímetro de su lugar. Cuando llego frente a la puerta Candy volvió la cara hacía él, que insignificante le resultaba en ese momento, no merecía ni siquiera el odio que le había declarado.

-Candy.-dijo el engreído chico en un murmullo.

-Si.-respondió volviéndose hacia el. Cuando Neal Leegan levanto la cara Candy sintió que sus piernas le temblaban. Aquel parecía el rostro de un demonio, con los ojos inyectados de sangre estaban llenos de odio, de deseo, de... locura, y una amplia sonrisa capaz de helar la sangre de cualquiera.

-¡¿Te lo creíste?!.-la voz de Neal aún sonaba en el aire cuando una enorme sombra surgió detrás de Candy y la sujeto con una fuerza salvaje.

-¡¡NOOOOOOO!!... ¡¡SUÉLTEME!!... ¡¡DÉJEME IR!...-grito Candy al tiempo que intentaba liberarse de aquel inesperado atacante. Pero este no solo era fuerte sino también muy hábil y con un movimiento rápido le aplico una palanca al brazo que la inmovilizo a causa del dolor. Candy buscaba desesperadamente una forma de liberarse cuando sintió que alguien, Neal seguramente, le colocaba un pañuelo húmedo sobre el rostro. La chica fue presa del pánico, pues como enfermera reconoció de inmediato el aroma del cloroformo.

-¡¡Uuuummmmm!!... ¡¡Uuuuuuummmmm!!!.-por varios minutos Candy se resistió, negándose a respirar, pero sabía que era inútil, aquellos brazos podían sujetarla todo el tiempo que fuera necesario. Finalmente tuvo que jalar aire y al hacerlo las tinieblas de la inconciencia cayeron sobre ella.

-¡Señorita!.-Candy se estremeció al escuchar aquella voz desconocida que parecía venir de muy lejos.-Por favor señorita levántese.-poco a poco la joven rubia pudo abrir los ojos, los rayos del sol le lastimaron al instante obligándola a cubrirse con el antebrazo. Le tomo varios minutos distinguir al hombre que estaba junto a ella, se trataba de un policía de uniforme, quien la miraba con severidad.

-¡Esta prohibido dormir en el parque!.-dijo mientras golpeaba su cachiporra contra la palma de su mano. Candy miro aturdida a su alrededor, el sol brillaba ya en el cielo, los pájaros cantaban y algunas personas que paseaban por el parque la miraban maliciosamente.

-Yo...-empezó a decir, pero no pudo seguir pues su lengua parecía un trapo dentro de su boca.

-Olvídelo.-dijo el policía.-Pero si sigue aquí cuando vuelva la arrestare por vagancia.-sin esperar nada el oficial se alejo dejando a Candy totalmente confundida. Torpemente se puso de pie y camino por el parque, su cabeza le daba vueltas y todo a su alrededor le parecía extraño. De pronto una voz conocida le llamo la atención.

-¿Candy?.-la joven volvió la cara y descubrió la regordeta figura del doctor Matin, quien sostenía entre sus manos una bolsa de papel, en cuyo interior había una botella de alcohol.

-Dorcto Martín.-fue todo lo que Candy pudo decir antes de desmayarse de nuevo. Horas después Candy despertó de nuevo, esta vez recostada sobre la única cama con que contaba la pequeña clínica del galeno alcohólico. Trabajosamente se enderezo en la cama y miro a su alrededor, la cabeza le dolía terriblemente, pero al mismo tiempo su mente estaba más clara, lo suficiente como para reconocer el lugar donde se encontraba.

-Candy ¿estas bien?.-le pregunto una voz conocida.

-¿Dr. Martin?.-dijo la joven abriendo trabajosamente los ojos.-¿Qué ha pasado?.-el robusto galeno se sentó a un lado de la cama y examino delicadamente a su asistente.

-Eso quisiera yo saber.-dijo el Dr. Martín tas asegurarse de que Candy estaba bien.-Anoche no llegaste a tu casa y Albert vino a buscarte, le dije que habías salido a tu hora y se fue, yo me quede preocupado y esta mañana, cuando salí "por mi desayuno" te encontré deambulando por el parque como una sonámbula. Candy ¿qué te ha ocurrido?.-pregunto cada vez más preocupado. Por su parte la joven trataba de poner sus recuerdos en orden, cuando su rostro se descompuesto en un gesto de angustia mortal.

-¡NEAL!.-grito saltando fuera de la cama ante el asombro del medico.-Por favor Dr. Martín, déjeme sola un momento por favor...-suplico la joven luchando por contener el llanto

-¡Pero Candy!.-replico el hombre desconcertado por aquella petición.

-¡Por favor!.-suplico Candy cada vez más alterada.

-De acuerdo.-dijo el medico levantándose de su lugar.-Te dejare sola pero solo mientras llamo a tu casa para le informen a Albert que te encontré.-el medico salió de la estancia y se dirigió al teléfono que tenía empotrado en la pared. Un tanto indeciso hizo la llamada.

-¿Señor Tomas? Habla el Dr. Martín de la "Clínica feliz"... Si ¿esta Albert en casa?... Bueno si lo ve dígale que Candy esta aquí en la clínica... Gracias.-tras colgar el aparato el medico volvió sobre su pasos y por un momento dudo en entrar, finalmente cobro animo y acciono el picaporte lentamente; con cuidado se asomo un poco temeroso de importunar a Candy. Por fortuna la joven estaba sentada en la cama su rostro aún estaba pálido pero ya no lucia tan preocupada como hacia un momento.

-Candy.-llamo el medico antes de entrar.

-Estoy bien doctor... estoy bien...-dijo la joven enfermera casi sin aliento. Rato después, ante la insistencia del galeno, Candy le contó lo que le había ocurrido la noche anterior. El Dr. Martín palideció al escuchar el relato de su joven asistente, ¿qué clase de loco era ese tal Neal Leegan?.

-Es un asunto delicado.-dijo con preocupación.-Creo que deberías denunciarlo a las autoridades.-sugirió inquisitivamente, pero Candy negó con la cabeza.

-No puedo hacerlo.-

-Pero, ¿por qué no?.-insistió el medico.

-Comprenda doctor, nadie me vio subir al auto de ese hombre y tampoco había nadie en la casa que pueda dar testimonio. Dirán que miento, que trato de difamar a una de las familias más "respetables" de Chicago, además-

-¿Además?.-

-No quiero que Albert se entere.-dijo temerosa de que su amigo pudiera llegar en cualquier momento.-Por favor doctor, no le diga nada.-

-¿Porque quieres guardarlo en secreto?.-replico el Dr. Martín.

-¿Es que no lo entiende?, Albert podría intentar algo contra Neal y eso sería un desgracia. Recuerde lo poderosa que es la familia Leegan, su madre hizo que me vetaran de todos los hospitales de Chicago con solo pedirlo, mientras que Albert no recuerda nada sobre su pasado.-el medico guardo silencio. Se daba cuenta de que los temores de Candy estaban justificados.

-Candy.¿Ese chico te... lastimo?-pregunto mirando a la joven de frente.

-No.-respondió Candy con toda seguridad.-Por eso le pedí que me dejara sola, necesitaba...-

-Entiendo. ¿pero entonces que proponía?.-reflexiono intrigado por aquel acto sin sentido. Finalmente de dio por vencido y recurrió al único remedio que conocía.-Necesito un trago.-dijo levantándose de la cama para ir hacia la vitrina donde guardaba, oculta entre los medicamentos, su botella de Whiski. Candy lo miro servirse un buen trago y beberlo de un solo golpe.

-¿Qué hacemos con Albert?.-pregunto mientras se servía otro vaso. Rato después, cuando Albert se presento en la clínica, Candy le contó una mentira, irónicamente relacionada con el propio Neal, le dijo que había sido testigo de un accidente automovilístico y que se había detenido a prestar ayuda a los heridos y declarar ante la policía. Lo cual la tuvo ocupada toda la noche.

-Debiste llamarme.-le reprocho Albert.-Estaba muy preocupado.-

-Lo siento.-dijo ella satisfecha por el resultado de su estrategia. El Dr. Martin se mantuvo en silencio, no aprobaba lo que Candy hacia, aun que tampoco podía ofrecer otra alternativa.

-Tomate el día Candy.-fue todo lo que dijo.-Come bien y duerme un poco.-le recomendó disimuladamente. Candy y Albert salieron de la clínica y se encaminaron hacía el piso que alquilaban en la casa del señor Tomas. Al llegar Candy se dio un buen baño, casa que aprovecho para revisarse con más calma y comprobar que estaba bien. Mientras Albert le preparaba la comida. El resto del día transcurrió normalmente y finalmente ambos se fueron a dormir. Sin embargo, a medianoche, Albert se puso de pie y sigilosamente se vistió con su atuendo de viajero, empaco algunas cosas en su mochila, y se dispuso a abandonar el piso. No sin antes entre abrir la puerta del cuarto de Candy para contemplarla mientras dormía.

-Perdóname.-pensó muy apenado.-Hace tiempo debí decirte que he recobrado la memoria, que ya se quien soy y a donde debo ir ahora. Adiós Candy.-lentamente cerro la puerta de la habitación y abandona aquel refugio que Candy había hecho para los dos. Al día siguiente, Candy se levanto temprano y miro sonriente al nuevo día, se sentía totalmente recobrada de su extraña odisea. Más al buscar a Albert por el departamento solo encontró una nota de despedida. Preocupada se vistió de prisa y salió a buscar a su amigo por todas partes. Incluso le pregunto al doctor Martin si el sabía algo, a lo que el medico le contesto que Albert había pasado a verlo muy temprano, para darle las gracias y pedirle que cuidara mucho de ella. Le dijo además que dos tipos de aspecto sospechoso esperaban por Albert en un auto cerca de la clínica.

Candy paso el resto del día buscando por todo el vecindario, temiendo que su paciente y amigo se hubiera enredado con gente poco recomendable, finalmente se dio por vencida y regreso a su departamento. Donde lo único que la esperaba era la soledad. Era media tarde. Cuando escucho que alguien llamaba a su puerta. Ansiosa se levanto y abrió sin preguntar quien era. Lo primero que vio fue un gran ramo de flores.

-¡Albert!.-grito esperanzada. Pero una vez más la odiosa voz de Neal Leegan rompió sus ilusiones.

-¿Albert?.-repitió burlonamente mientras aprovechaba la sorpresa de la joven para entrar como si nada.-No me digas que no me veo mejor que ese vagabundo.-dijo pavoneándose de su elegante traje, hecho a la medida, de sus lustrosos zapatos y de la costosa gabardina negra que lo cubría como un manto. Sus palabras hicieron reaccionar a Candy quien furiosa le encaro.

-¡¿Pero como te atreves a venir aquí?!.-le grito al tiempo que señalaba la puerta aun abierta.-¡Será mejor que te vayas antes de que llame a la policía!.-amenazo con vehemencia. Sin embargo, Neal permanecía tranquilo, como si nada en el mundo fuera capaz de amedrentarlo. Con toda calma metió la mano derecha en el bolsillo de la gabardina y saco un sobre de color amarrillo que le extendió a Candy.

-¿Qué es eso?.-pregunto la joven desconcertada.

-Solo un regalo.-le contesto Neal. Candy tuvo un mal presentimiento y tomo el sobre con brusquedad, sin perder tiempo rasgo una de las orillas y deposito su contenido en la mesa del comedor. El brillante papel de las fotografías brillo con la luz del sol que aún entraba por las ventanas. Aquel había sido un día caluroso, pero en ese momento Candy sintió que el frío de la muerte le corría por todo el cuerpo. Mientras el contenido de las fotografías aparecía claramente ante sus ojos, ahí estaba ella... ¡Totalmente desnuda y en brazos de un hombre desconocido quien la besaba descaradamente!.

Con los ojos desorbitados Candy admiro los detalles de la foto, no había duda de que era ella, cualquiera podía reconocerla gracias a la habilidad de quien tomo la impresión. Instintivamente tomo el resto de las fotos y las fue viendo una por una. En cada una ella era el centro de atención, en una aparecía tendida en una cama con un hombre acomodado entre sus piernas, en otra se le veía manoseada por dos sujetos de aspecto sucio. La joven no pudo resistir más y empezó a romper las fotografías ante la mirada indiferente de Neal, cuando todas la s fotos estuvieron rotas Candy miro al joven Leegan de una forma que lo hizo temblar.

-¡Eres un...!.-como una fiera herida Candy tomo a Neal por las solapas de su gabardina y lo empujo hasta estrellarlo contra la pared. Extrañamente Neal seguía sonriendo.

-Adelante.-dijo con toda calma.-Hazlo y mañana todo Chicago verán la clase de zorra que eres.-aquellas palabras fueron un balde de agua helada.

-¿Qué quieres decir con eso?.-

-¿No lo entiendes?.-dijo Neal liberándose de las manos de la chica.- Esas fotos eran una muestra para ti, así que puedes romperlas o quemarlas si quieres, pero mientras yo tenga los negativos puedo hacer tantas como quiera y mandarlas a cada periódico de Chicago junto con una nota, anónima claro, manifestando mi indignación por la decadencia moral de la sociedad y sobre todo por la escandalosa conducta de una "chica de buena familia" llamada Candice White Andrey.-

-¡Mentira!.-grito Candy al borde de un ataque nervioso.-¡Yo nunca he hecho algo así! ¡Y nunca me he presentado como miembro de la familia Andrey!...-

-Si... lo se.-dijo fríamente el aristócrata.-Pero llevas el apellido Andrey, lo quieras o no. Será todo un escándalo.-Candy tuvo que apoyarse en la mesa para no caer, aquello no podía estarle pasando a ella, era demasiado horrible demasiado cruel.

-¿Por qué me haces esto Neal?.-pregunto con los ojos llenos de lagrimas.-¿Qué es lo que quieres?... ¡Por el amor de Dios!... ¡¿Qué es lo que quieres?!.-

-Te quiero a ti.-respondió el joven Leegan sintiéndose dueño de la situación.

-¡Jamás!.-respondió Candy dándole la espalda y cruzando los brazos en aptitud desafiante.-No voy a someterme a tus caprichos, antes prefiero que hagas mil escándalos. No me importa.-

-Y tus amigos... ¿tampoco te importan?.-Candy se volvió de inmediato ante aquellas palabras.

-No puedes hacer eso.-dijo adivinando lo que estaba por venir. Por toda respuesta Neal levanto los brazos a la altura de su rostro, como si admirara algo invisible que procedió a describir cruelmente.

-Cuando el escándalo estalle y todos los reporteros de Chicago pidan hablar con la Tía-abuela Elroy, ella los recibirá, no tendrá otra alternativa, y para salvar el honor de la familia gritara a los cuatro vientos que no eres una verdadera Andrey sino una miserable huérfana que seguramente aprendió esa conducta en su lugar de crianza, "El Hogar de Pony". ¿Puedes imaginarte lo que les espera a esos chicos y a tus queridas maestras cuando las noticias llegan hasta ellos?.-

-¡Basta!... ¡Basta!.-grito Candy cubriéndose los oídos para no escuchar aquellas infernales profecías. En su mente aparecieron las imágenes de Anne, Tom y Jimmy por suerte cada uno de ellos contaba con "padres" que los protegerían y los apoyarían contra aquella infamia. Pero luego pensó en los demás niños del "El Hogar de Pony", ¿qué sería de ellos cuando todos murmuraran? ¿habría gente interesada en adoptarlos con un antecedente como aquel?.

-¿Quieres... que me case contigo?.-murmuro la joven rubia bajando la cabeza. El rostro de Neal se ilumino de insana alegría, ella estaba su merced como nunca antes y él estaba dispuesto a sacar provecho.

-No estoy seguro.-contestó disimulando su emoción, mientras caminaba lentamente hacia la puerta del departamento.-Voy a tener que pensarlo.... con mucha calma-la puerta se cerro lentamente.

Mientras tanto, en una elegante mansión, dos hombres conversaban animadamente.

-Fue una fortuna que lo trajeran a Chicago señor.-decía uno de ellos mientras ofrecía un copa de vino a propietario de la casa.

-Más aún fue que ella me encontrara.-respondió tomando la copa.-Si no hubiera sido así sabe Dios donde hubiera terminado. Es irónico.-

-¿Irónico Señor?.-

-La mande a Inglaterra para hacer de ella una dama de sociedad y lamente mucho que no se quedara en el colegio San Paul. Pero ahora veo que su decisión me ha salvado la vida.-

-Tal vez pueda compensarla. Señor William-

-Ten por seguro que lo haré.-proclamo con firmeza.-En cuanto me presente a la sociedad y tome mi lugar oficialmente.-el tío-abuelo William miro por la ventana. No lograba explicarse esa profunda inquietud que lo había asaltado desde aquella mañana.

Candy entro en su recamara, dando tras pies a causa del los empellones que Neal le daba, a sus espaldas escucho el ruido de la puerta al cerrarse, fue como escuchar el cierre de su ataúd. Neal miro despectivamente el mobiliario y la estrecha cama de la habitación.

-Vives como una cualquiera.-comento sin esperar respuesta. Descaradamente se despojo de la gabardina y del saco de su traje, dejando que Candy viera su elegante camisa blanca sujeta por unos tirantes de color oscuro. Con toda calma el aristócrata se sentó en la cama y miro hacia su presa. Candy permanecía en el centro del cuarto, con la cabeza vuelta hacia un lado para no ver al intruso que se había apoderado de su vida de una forma tan ruin.

-Desnúdate.-le ordeno con la voz pastosa a causa del deseo que lo embargaba. Candy volvió la cara y lo miro incrédula, suplicante, resistiéndose aún ante los deseos de su verdugo. Al cabo de unos instantes Neal se puso de pie y camino lentamente hacia al joven enfermera. Sus ojos se encontraron y por un momento sus almas quedaron frente a frente. De pronto el rostro de Neal se congestiono en una mueca de rabia y sin previo aviso cruzo la cara de Candy con un fuerte revez. Sorprendida la joven cayo al suelo y de inmediato se llevo una mano a la mejilla lastimada.

-¡Desnúdate!.-ordeno de nuevo. Candy lo miro desde el piso, era un ser muy diferente del muchacho que ella había conocido, ahora era más perverso y sus acciones eran las de un verdadero demonio. Temblando de miedo y dolor Candy se puso de pie y comenzó a desabotonar su ropa. Sus mejillas ardían de vergüenza mientras su cuerpo iba quedando al descubierto. Neal vio caer el pesado abrigo rojo, el vestido de color azul con vuelos en tonos verdes, finalmente la chica quedo solo con su camisón blanco.

-¡Todo!.-ordeno Neal impaciente. A pesar de sus esfuerzos Candy empezó a llorar cuando su camisón cayo al suelo. De inmediato cruzo los brazos sobre su pecho para ocultar sus senos de los ojos lujuriosos de Neal Leegan, quien se relamía los labios como un perro hambriento. Con mano temblorosa el chico señalo los holgados calzones que aún ocultaban el objeto de su deseo.

-No.-suplico Candy rompiendo en llanto.-Por favor... no... No puedo...-dijo mientras caía al suelo desconsolada. Neal la miro con desprecio y sin decir una palabra camino hasta la cama para tomar su ropa.

-No lo olvides.-dijo ásperamente al abrir la puerta de la recamara.-Lo que pase ahora es solo culpa tuya.-sin más salió de la habitación, pero mañosamente espero unos instantes junto a la puerta antes de caminar hacia la salida. Apenas había llegado a su objetivo cuando una voz desgarrada sonó a sus espaldas.

-¡Neal!.-él se volvió lentamente, y sonrió. Ahí, en el umbral de la recamara estaba Candy, desnuda, con solo sus manos para cubrir sus encantos. El rubio cabello le caía sobre la cara ocultando sus mejillas enrojecidas de vergüenza. El aristócrata volvió sobre sus pasos y apoyando sus dedos sobre el mentón de la chica la hizo levantar la cara.

-Vaya. Al fin nos entendemos.-dijo triunfante. Bruscamente empujo a Candy dentro de la habitación y la hizo arrodillar a un lado de la cama, Candy cerro las piernas para ocultar su flor intima, pero nada podía impedir que Neal se recreara la pupila con la visión de sus nalgas, firmes y bien dibujadas, como lunas gemelas, de su tersa espalda o de sus largas y bien torneadas piernas. Por largos minutos, que para ella fueron una eternidad Neal se quedo quieto admirando su cuerpo. Luego sintió que el se acercaba y cerro los para esperar el dolor que la marcaría para siempre.

-¡Aaaayyyyyyy!.-grito al sentir su carne lacerada, pero no era el dolor que esperaba, sorprendida volvió la cabeza justo cuando Neal descargaba otro golpe de su fuete sobre su carne desnuda.-¡Aaaaayyyyyy!... ¿Qué haces?....-se atrevió a preguntar.-Creí que me ibas a...-de pronto callo avergonzada de aquellas palabras fruto de la confusión. Neal sonrió maliciosamente.

-Ten la seguridad de que lo haré.-dijo mientras golpeaba la palma de su mano con el fuete.-Pero antes...-el silbido del fuete se dejo escuchar de nuevo.

-¡Aaaaayyyy!.-grito Candy pero sin atreverse a levantarse.

-Antes te enseñare a respetar a tu futuro esposo.-el brazo armado de joven Leegan volvió a subir y bajar por más de 20 ocasiones. Candy ahogaba sus gritos y su llanto contra el colchón de su cama, sus manos apretaban las sabanas buscando la fuerza que necesitaba para soportar aquel tormento. El dolor que sacudía el cuerpo de Candy era algo desconocido para ella, pues la señorita Pony y la hermana Maria repudiaban los castigos físicos para corregir a los niños, era la primera vez que sentía su piel arder bajo los golpes.

-Para... por piedad... para.-se escucho decir con una voz quebrada y suplicante que no reconoció como suya.

-¡Discúlpate!-gruño Neal sofocado por aquel esfuerzo inusual, pero sin dejar de golpear las nalgas de Candy.-¡Pídeme perdón por haber rechazado mi oferta de matrimonio! ¡Tu sabes como debes disculparte!, ¿lo recuerdas verdad?... ¡¿verdad?!...-Candy apretó las quijadas y los puños, negándose a pronunciar aquellas palabras que los Leegan le habían enseñado siendo una niña. Pero el escozor era cada vez más espantoso.

-Lo siento mucho, me equivoque.-escucho decir de pronto a alguien, alguien que no podía ser ella. Aunque no había nadie más que pudiera haberlo dicho.

-¡Otra vez!.-oyó la voz de Neal.

-Lo siento mucho, me equivoque.-la misma voz lastimosa.

-¡OTRA VEZ!.-

-¡LO SIENTO MUCHO, ME EQUIVOQUE!.-aquel grito desgarro la garganta de Candy, solo entonces comprendió que era ella quien había pronunciado aquellas palabras que juro nunca volver a decir. Esa conciencia la destrozo por dentro, se sintió humillada como nunca antes por haber llegado al limite de sus fuerzas y tener que invocar la piedad de su verdugo. Candy tragaba sus lagrimas en silencio, percibiendo como su natural rebeldía se extinguía bajo el peso de la vergüenza que sentía en ese momento.

Neal se detuvo, exhausto pero satisfecho del resultado de sus acciones, los sollozos de su víctima, así como la visión de aquellas nalgas enrojecidas bajo sus golpes, le excitaban. Lentamente se acerco y coloco su mano sobre la piel lacerada, la joven respingo pero no se movió de su sitio. Neal empezó a desajustar los botones de su camisa, luego se saco los tirantes, los pantalones y finalmente la ropa interior y los zapatos.

Candy se estremeció al sentir el contacto de otro cuerpo contra el suyo, un cuerpo caliente y cubierto de sudor, ella se volvió y miro a Neal junto a ella. Como enfermera ella conocía las diferencias entre hombres y mujeres, pero nunca había visto a un hombre en celo, nada la había preparado para ver de cerca el miembro hinchado y cubierto de venas palpitantes. Neal la tomo por los hombros y la atrajo hacia si, Candy solo acertó a cerrar los ojos para no verlo, mientras sus labios se posaban sobre su boca. Las manos del joven Leegan se apoderaron de los blancos senos, apretándolos y masajeándolos a su antojo, disfrutando la suavidad de su piel con una pasión salvaje.

Candy solo se dejaba hacer temerosa de despertar la ira de aquel demonio con la figura de Neal Leegan. Quien pronto dejo su boca para besar y morder sus pechos otrora vírgenes, provocándole sensaciones desconocida, no es que Candy disfrutara de aquella situación, pero estaba tan cansada y emocionalmente sensible, que su cuerpo respondió a las caricias de su verdugo para escapar del dolor.

-Mmmmmmm...-gimió cuando Neal la hizo recostarse sobre la cama, el roce de las sabanas era casi intolerable, entonces él le separo las piernas y ante sus ojos apareció el templo virgen de su víctima. Cubierto por una suave espesura de vellos dorados. Fascinado se acercó los labios vírgenes, el aroma que de ellos emanaba le golpeo el rostro con la fuerza de un mazo. Atrayéndolo como la miel a las moscas. Candy se estremeció cuando la lengua del aristócrata dio un toque a su intimidad.

-¡Uuummmm!....-gimió al tiempo que sujetaba la cabeza de Neal para apartarla de su tesoro intimo. Pero él estaba extasiado saboreando el salino sabor de aquella intimidad, explorando en los misterios de Venus que su perfidia había puesto a su alcance.

-¿Te gusta verdad?.-dijo interrumpiendo su labor.-Ya sabía que eras una zorra.-Candy se ruborizo y trato de guardar silencio, sabiéndose sometida a los caprichos de Neal, tal vez para siempre. Impaciente por naturaleza Neal pronto se canso se su exploración y se coloco entre las piernas de Candy, acomodando la roja cabeza de su falo entre los labios vaginales de la rubia.

-Y ahora..-dijo con la voz ronca por la excitación.-Dime que me amas.-

-Te amo.-dijo la joven volviendo la cabeza para no tener que ver el brillo de triunfo en los ojos de su verdugo. Neal descendió sobre ella y la beso en la boca, aplastando sus labios torpemente contra los suyos.

-Dilo de nuevo. Confiesa cuanto me amas.-gruño mientras manoseaba los blancos pechos.

-Te amo Neal... realmente te amo.-repitió ella sin la menor emoción, pero eso no pereció importarle al joven Leegan, quien empujo su lanza contra la virginidad de su víctima. Candy cerro los ojos con todas sus fuerzas, los rostros de los únicos hombres que había amado se hicieron presentes en su mente.

-Anthony... Terri... Perdónenme.-en ese momento Neal la tomo por las caderas y de un brutal empujón lanzo su polla contra las puertas intimas, las cuales cedieron inmediatamente provocándole a Candy un terrible dolor.

-¡Aaaahhhhhh!... ¡Detente!... ¡Me duele!... ¡Me duele mucho!...-se quejaba mientras sus entrañas eran desgarradas sin piedad. Neal le saco todo su falo por un momento y contemplo con orgullo la sangre que lo cubría, antes de hundirlo de nuevo en la vágina de Candy. Neal no tuvo piedad de ella, siguió metiendo y sacando su falo, mirando con diabólica satisfacción como se lubricaba con la sangre y los jugos de Candy quien permanecía desmadejada sobre la cama.

-Aaahhhhhh.... Aaahhhhhhh... Aaaaahhhhh .-los gemidos de ambos se entremezclaban en la oscuridad. Los de Neal denotaban su placer y los de Candy el dolor que la sacudía a cada arremetida. Mientras la poseía el chico aristócrata se daba gusto mordiendo los pechos hasta marcarlos, manoseando las nalgas firmes de la chica quien solo anhelaba que aquello terminara de una vez. Finalmente ese momento llego, Neal la sujeto con fuerza de las caderas y de una sola estocada la penetro hasta lo más hondo para descargar todo su deseo en las entrañas de su "amada".

El orgasmo paso pronto, pero Neal mantuvo su pene dentro de la vulva de Candy, en la oscuridad de l habitación podía escuchar claramente sus sollozos, pero él no le dio importancia, además no tardo en descubrir que el llanto de su víctima provocaba ligeran contracciones en su vagina, lo cual le encanto.

-Lo hiciste muy bien para ser la primera vez.-dijo sonriente.

-Me violaste.-le dijo Candy secamente, su rostro se descompuso en una mueca de rabia é impotencia.-¡Maldito seas!.-

Neal cruzo su rostro con una bofetada tan fuerte que la joven enfermera estuvo a punto de perder el sentido.

-¡No vuelvas a hablarme así!. ¡Soy tu futuro esposo!.-le grito mientras la tomaba por la nuca y la obligaba a mirarlo de frente.

-¡Nunca!-le grito Candy en plena cara.-¡Jamás volveré a ser tuya!. ¡No me importa lo que pueda pasar!-una agudo dolor volvió a estallas en las mejillas de Candy cuando Neal la golpeo de nuevo. El joven aristócrata estaba fuera de si, sentía una mezcla de excitación y coraje contra aquella infeliz huérfana que aún entonces tenía la osadía de contradecir sus deseos. Sin pensarlo la tomo de los rubios bucles y la arrastro fuera de la cama obligándola a hincarse ante él.

-¡¿Así que ya nada te importa?!.-le grito sin contemplaciones.-¡Entonces le mandare a tu "Señorita Pony" un juego de fotos por entrega inmediata!.-

-¡Nooooo!.-grito la joven desde el suelo.-¡Eso noooo!-

-Así esta mejor.-dijo Neal triunfante.-Pero esta vez no bastara una disculpa para desagraviarme por tu comportamiento. Quiero algo más.-las manos de Neal sujetaron fuertemente la cabeza de Candy al tiempo que la obligaba a acercarse más y más a su miembro, nuevamente rígido y palpitante, Candy comprendió las intenciones de su verdugo y apretó las quijadas para negarse a ese acto degradante.

-¡Ya estoy harto!.-rugió Neal con los ojos inyectados de cólera.-¡Si no quieres ser mi esposa entonces serás mi puta!.-Candy miro los ojos de del aristócrata y lo que vio en ellos la hizo rendirse. Lentamente aflojo los labios para permitir aquella nueva infamia. Neal no espero mucho y lanzo su miembro dentro de la boca de su víctima, disfrutando del calor y la humedad de la misma, mientras Candy trataba de tragar aquella cosa cubierta de sangre y líquidos seminales.

Candy estaba conmocionada, sus ojos estaba secos de tanto llorar y su alma estaba hecha jirones, mientras Neal disfrutaba de su nueva conquista, sintiendo como su pene resbalaba por la garganta de Candy. Le excitaba hasta el delirio ver por fin a Candy de rodillas ante él, como debía haber sido siempre, hubiera querido soportar más tiempo. Pero la sensación era demasiado exquisita y pronto volvió a vaciar su deseo en la boca de la joven, la cual no dudo en escupir todo lo que pudo de aquel liquido salado.

-Estuviste estupenda.-dijo Neal exhausto de tantas emociones. Candy no pudo resistir más y salió corriendo hacia el baño para vomitar. Neal se encogió de hombros y sin pensarlo se recostó sobre la cama. Al día siguiente el y Candy se casarían, ya lo tenía todo arreglado, su madre y Eliza no tendrían más que resignarse. Nunca supo en que momento sus planes se transformaron en sueños, pero de pronto se quedo dormido.

Mientras tanto, en le baño, Candy había dejado de llorar y solo pensaba en como escapar de aquel infierno que se abría ante ella. Las horas pasaron y al fin una idea le paso por la mente, lentamente se acerco al espejo del baño y contemplo su rostro marcado por los golpes de Neal. ¿Qué más podía hacer?.

-¡Tu eres el Tío abuelo William!-exclamo Archie sorprendido hasta la medula al ver a su amigo, ahora vestido con un impecable traje y sentado en un sillón Luis XV. Albert lo miraba divertido, gozando de su asombro, tal como lo había planeado cuando lo mando llamar aquella mañana para revelarle el gran secreto de la Familia Andrey.

-La vida nos depara sorpresas inesperadas.-comento Albert poniéndose de pie.-Eso es algo de lo que no me cabe la menor duda.-

-¿Lo sabe Candy?.-interrogo Archie sospechado algún posible complicidad.

-No.-le desengaño el "Tio abuelo".-Candy no sabe nada.-

-¿Por qué?. Si alguien merece saberlo es ella.-replico enérgicamente el rubio chico.

-Bueno yo...-Albert dudo. Ciertamente Candy era la persona que más derecho podía tener para saber su secreto. Pero, ¿por qué no se lo dijo cuando estuvo a su lado? ¿Por qué ahora mismo se estremecía al pensar en eso?.

-Tienes miedo.-le dijo Archie sin dudarlo un momento.-Temes que cuando sepa que eres un tipo rico como nosotros tus viajes y hazañas dejen de impresionarla.-

-Tal vez.-acepto Albert volviendo a tomar asiento.-Candy me considera un vagabundo, una suerte de ángel que aparece y desaparece, ¿qué pensara de mí ahora?. ¿Creerá que la engañe? ¿Qué era el juego de un millonario aburrido?.-

-Nada de eso.-le dijo Archie colocando su mano sobre su hombro.-Candy siempre quiso tener un padre y bueno... quien mejor que tu.-ambos se miraron un momento antes de comenzar a reír.

-¡Tienes razón!.-exclamo Albert poniéndose de pie.-¡Ahora mismo iré por ella y la traeré para que comparta conmigo este momento!.-

-Espera Tío abuelo.-para frenar el entusiasmo de su amigo.

-Archie si vuelves a llamarme tío abuelo te desheredo.-amenazo cordialmente el antiguo vagabundo.

-O.K. solo quería pedirte que nos dejes ir a mi a Annie. No quiero perderme la cara de Candy cuando te presentes ante ella como todo un señor.-más tarde una elegante limosina partía de casa de los Andrey con rumbo a un barrio menos prospero de Chicago. Annie también estaba asombrada al saber el secreto de aquel vagabundo que había conocido en casa de Candy. Ahora ella y Archie apenas podían disimular su expectación por saber cual sería la reacción de su amiga. Al llegar todos bajaron de la limusina y entraron a la casa del Señor Tomas. Para su sorpresa le encontraron junto con el Dr. Martín quien se veía muy preocupado.

-¡Albert!-exclamaron ambos al verlo entrar ataviado como todo un caballero de la alta sociedad.

-Señor Tomas, Dr. Martín. ¿Qué sucede?.-pregunto Albert percibiendo algo tenso en el ambiente.

-No lo se Albert.-le contesto primero el obeso galeno.-Candy no fue a trabajar esta mañana, creí que seguiría buscándote. Pero el señor Tomas me dijo que no la escucho bajar esta mañana.-

-Es verdad.-repuso el dueño de la casa.-Yo me levante desde las 5 de la mañana y no la he visto en todo el día.-Albert consulto su reloj, eran casi las cuatro de la tarde, y luego miro hacia la parte alta de las escaleras.

-¿Le molesta si subo Señor Tomas?.-pregunto por mera cortesía, pues ya había emprendido el ascenso.

-¡Yo también voy!.-dijo Archie siguiendo los pasos de Albert.

-Y yo.-dijeron al mismo tiempo el señor Tomas y el Dr. Martín. Annie los miro subir, pero no se atrevió a seguirlos. Al llegar frete a la puerta Albert procedió a tocar con fuerza.

-¡Candy!... ¡Soy yo Albert!... ¡Abre por favor!.-largo rato estuvieron así hasta que el señor Tomas lo hizo a un lado.

-Entremos.-dijo sacando de su bolsillo su copia de llave. Sin dudarlo acciono el picaporte y todos penetraron a la estancia. El lugar estaba en perfecto orden, pero también en un silencio total. Sin mediar palabra los tres hombres empezaron a registrar el cuarto empezando por las recamaras, Albert abrió la puerta de la que había sido suya, nada.

-¡Vengan!.-exclamo el señor Tomas, quien había abierto la puerta de junto, al tiempo que penetraba en ella con el rostro pálido como la cera. Archie y Albert entraron detrás de él y también sintieron un escalofrío mortal. Ante sus ojos la cama estaba totalmente revuelta, dejándolos ver perfectamente una gruesas manchas de sangre que teñían las sabanas blancas.

-¿Qué ha pasado aquí?.-pregunto el Dr. Martín desde el umbral.

Los tres hombres en la habitación intercambiaron miradas y sin decir nada salieron de ahí para continuar su búsqueda. Fue Albert quien se encamino hacia la puerta del baño y descubrió que estaba cerrada. Esta vez no hubo llamados previos, de inmediato dio un salto hacia atrás y descargo una violenta patada contra la chapa de la puerta haciéndola saltar en pedazos.

-¡Doctor!.-grito desesperado mientras sus ojos se abrían llenos de horror. Sin esperar respuesta corrió hasta la tina donde se encontraba el cuerpo de Candy, colgado del techo con los cordeles de las cortinas, su rubio cabello ocultaba su rostro como si quisiera evitar que la vieran así. Mientras Albert luchaba por bajar el cuerpo. El Dr. Martin lego hasta la puerta y descubrió horrorizado que había otro cuerpo, tendido en el suelo en medio de un charco de sangre, se trataba de un chico de la misma edad de Archie quien aún empuñaba una afilada navaja de afeitar. Albert logro descolgar el cuerpo de la joven rubia y sin pensarlo se despojo de su saco para cubrir su desnudes y sacarla del cuarto de baño.

-¡Póngala en el sofá!.-ordeno el Dr. Martín haciéndose a un lado para dejarlo pasar con la chica en brazos. De inmediato se inclino sobre ella y la examino, su rostro se torno sombrío cuando se aparto de ella. Sus ojos se llenaron de lagrimas amargas mientras movía la cabeza de lado a lado.

En el piso de abajo Anne escucho el grito que la perseguiría en sus pesadillas por el resto de su vida y comenzó a llorar intuyendo cual era la causa.

Algunas horas antes:

Neal Leegan había despertado y se sorprendió de encontrarse en aquella habitación desconocida, pero no tardo en recordar el motivo que lo había llevado ahí. Lentamente se puso de pie y sin vestirse salió en busca de Candy, estaba seguro de que ella no se atrevería a huir, pero por más que la llamo ella no respondió. Disgustado empezó a registrar... y entonces la encontró, muerta. Con un grueso cinto de cortina atado en torno a su cuello y sujeto a una viga del techo.

Al verla Neal se quedo paralizado, como un idiota, pero al cabo de unos instantes reacciono, no como una persona normal sino como un loco enfurecido.

-¡¿Crees que podrás escaparte, eh?.-dijo mientras abría la puerta del botiquín y encontraba una afilada navaja de afeitar, olvidada ahí por Albert, lentamente saco la hoja y se acercó al cuerpo de su víctima.-¡Te seguiré a donde quiera que vayas!.- sin dudar un segundo el mismo apoyo la hoja contra su garganta y la cerceno de un solo tajo.

Cuando la policía llego los detectives se mostraron desconcertados por aquel cuadro que parecía sacado de un delirio. Pero la poderosa influencia de Albert los obligo a esforzarse y un mes después varios tipo de poca monta fueron detenidos. Ellos confesaron que un chico rico, del que nunca supieron el nombre, los había contratado para "fastidiar a un tipa", uno de ellos la sujeto mientras el chico la dormía con cloroformo, luego les dejo desnudarla y manosearla un poco; pero nada más. Con esa información la casa de los Leegan fue cateada y en el cuarto de Neal se encontraron los negativos de las fotos. Con esa evidencia todos fueron condenados a cadena perpetua.

Sin embargo, Albert no estaba satisfecho y empezó a hostigar económicamente a la familia Leegan hasta que al final estos tuvieron que marcharse a Sudamérica, donde por cierto Eliza murió a causa del paludismo, así aquella poderosa familia desapareció para siempre.

La señorita Poly no soporto la impresión de la noticia, aunque se le ocultaron muchos detalles, y murió poco después. Albert tomo entonces a los chicos bajo su cuidado y, junto con la Hna. María, dedico su tiempo en asegurarse de que todos fueran hombres y mujeres de bien. Paulatinamente el viejo hogar se fue transformando en un moderno orfanato que llego a ser un ejemplo para la sociedad de la época. El cuerpo de Candy fue sepultado al pie de la llamada "Colina de Poly", y, dicen los niños del orfanato, a veces puede versé a una chica sentada entre las ramas del viejo "padre árbol". Annie y Archi se casaron y un año después tuvieron una hermosa bebe a la cual bautizaron como Candy.

Fin.

Autor: "El Monje"