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Me trataron como a un perro (1)

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Me trataron como a un perro (1)

No puedo sentirme orgulloso de haber participado en algo así; nadie debería permitir que le trataran como me trataron aquellos hombres, ni que le obligaran a hacer las cosas que hicimos aquel fin de semana. Y lo que más me avergüenza, tengo que reconocerlo, es que no sólo lo disfruté, sino que todavía hoy, cada vez que lo recuerdo, me produce tal excitación que tengo inevitablemente que masturbarme, tras lo cual termino aún más avergonzado.

En aquella experiencia tan humillante me acompañó Mario, un amigo al que hace tiempo no he vuelto a ver, pero que por entonces me tenía más o menos enamorado. El condenado lo sabía, yo mismo se lo había confesado, y sin embargo parecía querer hacérselo con todo el mundo menos conmigo. Ambos salíamos por la noche en busca de marcha y Mario siempre terminaba rompiéndome el corazón, escapándose con algún otro chico al que acabábamos de conocer. No es que yo no ligara también, pero me sentía realmente frustrado por no lograr llevarme a Mario a mi cama.

Era un chaval moreno muy guapo, de mi estatura, en torno a 180 cm, aunque él tenía un cuerpo espectacular, modelado por largas horas de gimnasio. Yo también acudía a menudo, pero no aprovechaba tan bien el tiempo; la verdad es lo que me gustaba era contemplarle a él, y no digamos en las duchas, donde se paseaba desnudo exhibiendo su hermosa verga mientras yo me moría de las ganas de hacerlo mío.

Mario siempre estaba conociendo gente nueva y haciendo planes, a cuál más extraño. Fue una tarde que quedamos para dar una vuelta cuando me contó lo que un hombre de edad le había propuesto a cambio de una importante cantidad de dinero. Aquel hombre tenía una finca a la que se llevaba de vez en cuando a hombres jóvenes como nosotros, y junto con un par de amigos suyos les pagaba dinero a cambio de practicar algunos juegos sexuales muy especiales.

Mario estaba decidido a ir y quería que yo le acompañara. No es que yo necesitara el dinero especialmente, sin embargo la curiosidad podía conmigo. Pero lo que más me excitaba es que al pagarme me hacían sentir como una verdadera puta. Me pareció que dándonos tanto dinero se aseguraban de que accederíamos a todas sus peticiones, fueras cuales fueran, y aquello me producía mucho morbo. ¿Qué sería lo que pensaban hacernos? Le dije a Mario que sí y él concertó la cita con el hombre para el fin de semana siguiente.

Nos presentamos en el lugar convenido y el hombre apareció con una furgoneta con las lunas tintadas. Bajó del vehículo y era un hombre que debería rondar los 55 años, pero que conservaba mucho atractivo. Era de nuestra estatura, complexión fuerte, tez muy morena, castigada por el sol, y pelo muy corto y medio cano. Sus manos, enormes y rudas, me llamaron la atención. Se llamaba Justo, y tras las presentaciones, nos invitó a subir a la parte de atrás de la furgoneta, que él conducía.

Para nuestra sorpresa, en la parte de atrás teníamos un acompañante, un chaval negro que aparentaba nuestra edad y que nos saludó con la mano.

-Oye, creía que nosotros éramos los únicos invitados. ¿A qué viene esto?

-Tranquilo, chaval- replicó Justo desde el volante- Sólo seréis los tres, ya no haremos más paradas para recoger a nadie. Os presento a Tony; es un chaval que conocí anoche, nos hacía falta uno más para completar el grupo, porque somos tres amigos. Tony habla muy poquito nuestro idioma, pero nos hemos entendido a las mil maravillas. Le he explicado el plan, lo de haceros pasar por perros y todo eso… Mario, ¿supongo que se lo habrás explicado a tu amigo?

Interrogué con la mirada a Mario. ¿Qué era aquello de hacernos pasar por perros?¿Por qué no me había dicho nada? No hubo tiempo para explicaciones, porque la furgoneta se desvió por un camino de tierra y nos dimos cuenta de que habíamos llegado a nuestro destino. Justo detuvo el vehículo y paró el motor.

-Si tenéis alguna duda o alguna pregunta que hacerme éste es el momento. En cuanto bajemos de la furgoneta seréis mis perros y tendréis que obedecer en todo. De todos modos, tenéis mi palabra de que no os vamos a poner en peligro. Sólo vamos a pasar un fin de semana placentero entre los seis, y ya sabéis que si os portáis bien podemos ser muy generosos con vosotros. ¿Alguna pregunta?

La sangre me bullía en la cabeza, intentaba decidirme entre decirle que me llevara de vuelta a la ciudad, que no quería saber nada de todo eso, o dejarme llevar por la intensa turbación que comenzaba a invadirme. Miré a Mario; por él iba a ser capaz de hacer cualquier cosa. Nos bajamos los tres sin rechistar. Justo nos miró de arriba abajo: -Está bien, veo que todos estáis conformes. Ahora os quitáis toda la ropa. Los perros no llevan ropa.-

Nos miramos un poco avergonzados. Tony empezó a quitarse la camiseta; era un tipo enorme, de 1.90 de alto por lo menos, y cuadrado como un armario, de esos que tienen músculos hasta en las pestañas. Su torso era para quedarse embobado, con los pectorales prominentes y la piel negra como el azabache. Se sacó las sandalias y empezó a bajarse los pantalones. Llevaba un slip blanco muy apretado bajo el que se apreciaba un bulto considerable.

Mientras, Mario y yo nos íbamos desvistiendo también, pero no podíamos quitarle el ojo de encima a Tony, que sin ningún complejo, se quitó la última prenda, dejándonos contemplar orgulloso su enorme tranca, gorda y larga pese a encontrarse aún en reposo, sobre unas pelotas tan voluminosas, que supuse le debía resultar hasta difícil acomodarlas entre las piernas. Más que un perro, parecía un auténtico potro. En su boca se dibujaba una sonrisa, mientras se desnudaba y comprobaba el efecto que nos producía ver su escultural cuerpo.

Pronto estuvimos los tres en cueros, junto a la furgoneta, y Justo nos observaba sin perder detalle. Cogió todas las prendas y los zapatos, que habíamos depositado en el césped, las introdujo en la furgoneta y cerró con llave.

-Venid conmigo, vamos al cobertizo. Allí tengo las cosas para arreglaros.

Nos miramos como pensando, "¿qué habrá querido decir con eso de arreglarnos?", pero ninguno dijo nada.

Observé a mi amigo Mario, desnudo bajo el sol, era un espectáculo hermoso, y su polla comenzaba a tomar calibre, al igual que la mía; estábamos desnudos y calientes. Mario hizo ademán de comenzar a andar, pero Justo le detuvo con brusquedad.

Mario protestó:-Eh, ¿qué haces?-

-A callar, he dicho que los perros no hablan. Y tenéis que andar como los perros, a cuatro patas.

Nos miramos asombrados. Aquello iba a resultar de lo más incómodo. ¿Es que íbamos a tener que pasar todo el fin de semana andando a cuatro patas?

Dudamos un momento, hasta que Tony se inclinó y apoyando las manos en la tierra, comenzó a andar a cuatro patas hacia el cobertizo. Mario y yo lo observábamos asombrados, contemplando su trasero redondo y musculoso alejarse mientras las inmensas bolsas se bamboleaban de un lado a otro entre sus piernas.

-Buen perro, seguidme vosotros también, venga- nos apremió Justo.

Así que echamos las manos en el césped y emprendimos un trotecillo hasta alcanzar a Toni. La postura resultaba casi más que incómoda, ridícula, pero la sensación de la polla medio empalmada colgando entre mis muslos abiertos, mientras correteaba exhibiendo mi culo al sol, estaba empezando a ponerme muy cachondo.

Llegamos al cobertizo y Justo nos azuzó para que entráramos.

-Venga, cachorros, que ahora es cuando os voy a poner guapos para que cuando vengan mis amigos estéis preparados.

Nos condujo a una esquina en la que había un barreño grande y empezó a llenarlo de agua con una manguera. Luego se puso unos guantes de tela y nos dijo: -Bueno, ¿cuál de vosotros quiere que lo bañe primero?

Allí estábamos los tres, todavía a cuatro patas, y ninguno parecía querer dar el primer paso.

-¡Venga, perezosos!- Justo agarró a Mario por el costado y lo llevó hasta meterlo dentro del balde, a cuatro patas. Colocó a su lado un pequeño taburete para sentarse él y empezó a enjabonarse las manos enfundadas en los guantes. Mario permanecía en el barreño, a cuatro patas, paralizado, mientras Justo se dedicaba a pasar los guantes chorreando agua y jabón por todo su hermoso cuerpo. Yo sólo sé que a mí se me hacía la boca agua, viendo como aquel cuerpo joven era manoseado indecentemente por aquellas manos expertas, sin olvidar ningún rincón del cuerpo.

Se veía que Justo estaba disfrutando con lo que hacía, mientras Mario se estremecía, sobre todo cada vez que el guante se deslizaba por el pecho y el vientre abajo para terminar enredándose en los genitales. Con cada pasada del guante, la erección de Mario se veía cada vez mayor. En poco tiempo, Justo había tomado la polla de Mario y se entretenía descapullándolo y limpiando cada uno de sus pliegues con total devoción.

Cuando se aseguró de haberlo dejado limpio y reluciente, forzó a Mario a abrir más las piernas, y acometió la limpieza de su ano. Extendió una dosis copiosa de jabón sobre el dedo medio de su mano derecha y se lo introdujo por el agujero de una vez. Mario dio un respingo pero no movió los pies ni las manos de su sitio.

-Buen perrito- le dijo Justo, mientras le acariciaba el resto del cuerpo, sin sacar de su interior el dedo, y enseguida comenzó a moverlo, en amplios círculos dentro de su recto.

Desde mi posición, yo observaba todo el asunto sin privarme de ningún detalle: la polla de Mario, que parecía a punto de explotar, su culito perfectamente lubricado, primero por un dedo, luego por dos y por tres, su cara de gusto mientras disfrutaba lo que le estaban haciendo, y también la cara de placer de Justo y el paquete que no hacía más que crecer y crecer en el interior de los pantalones de éste.

Sin dejar que Mario se corriera, lo sacó del barreño y procedió a secarlo con una toalla y con todo el mimo del mundo: -Ahora el perrito ya está limpio, ¿ves qué bien?

Yo estaba absorto con el espectáculo, hasta que noté algo en la retaguardia y caí en la cuenta de que había descuidado la presencia de Tony, que a cuatro patas, se dedicaba a meter su nariz en mi culo, olfateándolo como un auténtico perro. No sólo eso, sino que enseguida noté el tacto húmedo de su lengua recorriendo mis bolas y acercándose a mi cipote.

Fue entonces cuando, como un vendaval, se levantó Justo y nos lanzó el barreño con agua y todo: -¡Perros cochinos, nada de jugar entre vosotros todavía, guarros! ¡Os he dicho que os estéis quietos y que os portéis bien!

Nosotros nos quedamos helados, ante la reacción violenta y desproporcionada de Justo, pero éste pronto recobró la calma, recogió el caldero, lo volvió a llenar de agua y continuó con la limpieza.

Ahora era el turno de Tony, quien exhibía sus 22 cm de virilidad en completa erección. Justo parecía tener preferencia por el chico y se entretuvo enjabonando y frotándole su verga todavía más tiempo que el invertido con Mario. Su oscura piel, desnuda y húmeda, brillaba bajo la espuma del agua jabonosa, realzando el relieve rocoso de su musculatura. Para terminar su higiene, aquel hombre le introdujo uno, dos y hasta tres dedos que el ano de Tony engulló sin esfuerzo alguno, mientras movía el culo pidiendo más. Quería correrse, pero Justo intentó aplacarle:

-Tranquilo, cachorro, luego vas a tener todo lo que quieras, ten paciencia.

Luego, como no quedando satisfecho con la limpieza, tomó la manguera y la embocó en el ano de Tony. –Esto tiene que quedar bien limpio- Abrió la espita del agua a todo lo que daba. El cuerpo se Tony se tensó mientras un chorro potente de agua invadía a toda presión su recto. El agua desbordaba por el ano y descendía por sus ancas hasta ser recogido en el barreño, que amenazaba con desbordarse. Justo vio al negro tan excitado que prefirió no volver a tocarle la verga, para que no se corriera todavía. El siguiente iba a ser yo.

Me metí a cuatro patas en el balde y comencé a notar el paso del guante por todo mi cuerpo, suave pero con un punto de aspereza que agudizaba aún más todas las sensaciones. Yo abría más las piernas, para facilitarle el acceso a mis genitales. El gesto agradó a Justo:

-Buen cachorrito, papá te va a limpiar bien, no te preocupes; tienes una polla muy bonita, deja que te la acaricie. Vaya, estás muy caliente, será mejor que no te frote más, no te vayas a derramar. Déjame limpiarte el culito; eso es, tienes un culito muy suave, a mis amigos les vas a encantar, prieto pero elástico, los tres dedos han entrado muy bien. De todos modos, te voy a pasar la manguera para dejarte reluciente. No te muevas y aprieta los dientes.

Preparé mi cuerpo para la acometida del chorro. Sólo puedo decir que la sacudida fue brutal, todo el agua de golpe a toda presión, apenas podía sujetarme clavando mis uñas en el fondo del balde. Un inmenso chorro de agua tibia invadió mi ser, pero asombrosamente no me corrí. Realmente Justo sabía lo que se hacía.

Una vez limpios y secos los tres, sacó una caja de una estantería. –Aquí tengo unos regalitos para vosotros; con esto vais a ser unos perritos de verdad.- Dejó la caja en el suelo y los tres nos acercamos, a cuatro patas, a meter nuestros hocicos dentro.

-Fuera, fuera- nos apartó Justo- A ver, tú- me sujetó por las piernas, mientras extraía de la caja un puñado de correas. Comoquiera que hice ademán de resistirme, me agarró con más fuerza aún.

-Tranquilo cachorrito, son correas muy suaves y no te van a hacer daño. Mientras yo permanecía a cuatro patas, atónito, procedió a colocarme una correa en cada muñeca y en cada tobillo. Ajustó las correas con energía. Seguidamente, sacó de la caja un par de cadenas cortas, que enganchándolas en las correas, utilizó para dejar unida cada extremidad de adelante con la de atrás del mismo lado. De esta manera, nos resultaría imposible recuperar la bipedestación aunque lo intentáramos.

Seguidamente, sacó una correa más pequeña y me tomó de la polla, que todavía tenía completamente erecta. Con la otra mano, separó mis huevos del periné y me puso la correa a modo de anillo englobando la base del pene y los testículos. Luego tensó la correa lo más que pudo y noté cómo la polla se me ponía tan dura como una piedra.

Finalmente, sacó otra correa, esta vez la que sería el collar, para ponérmelo en el cuello. Luego, dándome una palmadita en mis cuartos traseros, me llevó hasta una esquina y allí me ató por el collar a la pata de una mesa. Allí me quedé, sintiendo que la polla se me salía de lo dura que estaba, y contemplando cómo Justo repetía la misma operación con mis dos compañeros.

Cuando ya nos tuvo a los tres a su gusto, desnudos, a cuatro patas, bañados, nuestros orificios anales revisados y limpios, cada uno con su collar y la polla tiesa entre las patas de atrás, nos tomó a los tres por la correa del cuello y nos sacó de nuevo al jardín. Comprobé que resultaba difícil seguirle, trotando a su lado, intentando llevarle el paso mientras la correa tiraba del cuello al menor traspié.

Una vez fuera, nos hizo tumbarnos de costado sobre el césped, y nos abandonó para terminar unas tareas dentro de la casa.

Tras un rato de estar tumbados, descansando bajo el sol, logré enderezarme y sentarme sobre la hierba, siempre obligado por las correas a estar con los brazos hacia delante y las rodillas flexionadas, ya que muñecas y tobillos se encontraban unidos. Mi polla no se bajaba ni un ápice, la erección era casi hasta dolorosa. Observé a Mario, que reposaba sobre el prado, él también mostrando su polla enhiesta y apuntando hacia el cielo. La visión de su cuerpo desnudo cubierto por aquel conjunto de correas de cuero era casi suficiente para hacer que me corriera. Tuve la tentación de terminar pajeándome, pero Justo nos lo había prohibido, y tenía la sospecha de que nos estaría espiando desde el interior de la casa.

Tony en cambio se levantó y se dirigió con ganas de guerra a la posición de Mario. Yo no lo podía creer cuando se dejó caer detrás de éste y empezó a meterle la cara en el culo. Mario se dejaba hacer y Tony empezó con grandes lametazos sobre el ano de Mario, quien, recostado de medio lado, abrió aún más sus piernas para facilitar el acceso.

Yo me estaba poniendo cada vez más caliente y terminé levantándome. Con la de meses que llevaba detrás de Mario y ahora otro le estaba metiendo la lengua por el culo delante de mis propias narices. Me acerqué intentando llegar a mi amigo, pero Tony me cerraba el paso con su enorme cuerpo. Tras forcejear, no conseguí más que aumentar mi acaloramiento. Me puse a ladrarle, ya que no podía hablar, fue lo único que se me ocurrió. Tony dejó por un momento lo que estaba haciendo y se volvió enseñándome los dientes, mientras hacía unos gruñidos realmente inquietantes. Yo me asusté, y me puse a dar vueltas alrededor de ellos, mientras contemplaba cómo Tony se inclinaba de nuevo sobre Mario, y ahora los lametazos se los daba en toda la polla. Mario empezó a gemir de placer.

En estas salió Justo para poner orden. Separó a Tony tirando de la correa del cuello y le ató a la pata de la mesa del jardín.

-Ya está bien de hacer follón. He dicho que hasta que no vengan mis amigos tenéis que estar tranquilos y portaros bien; si no, os tendré que castigar.

Mario se quedó donde estaba, tumbado, y yo permanecí levantado; con el sol se me había despertado una enorme sed. Como sabía que no podía decir ni una palabra para pedir agua, preferí acercarme hasta la piscina que había en el jardín y beber de ella. La verdad es que me resultó un poco complicado, porque las correas limitaban todos mis movimientos, pero por fin, logré encontrar la postura para meter mi lengua en la piscina y poder obtener algo de agua a base de lametazos, como había visto hacer a los perros. Justo observaba desde los lejos todos mis movimientos y se moría de la risa. Mi polla seguía como un mástil.

Al cabo de poco tiempo, el ruido de un coche nos informó de que por fin estaban llegando los invitados. A bordo de un BMW, venían los dos amigos de Justo. Este nos reunió a los tres perros para que nos acercáramos junto con él a recibirlos. Los dos amigos, Alfredo y Víctor, eran dos hombres de la edad de Justo, o quizá algo más jóvenes, y vestían impecablemente con traje y corbata. El aspecto de ambos era muy cuidado y elegante. Alfredo más alto y de constitución robusta, con abundante barba; Víctor más esbelto y bajo, con el cráneo rapado al cero.

La primera imagen que tuvieron al descender del coche fue la de su amigo acercándose rodeado por tres jóvenes desnudos semiatados por correas de cuero y andando hacia ellos a cuatro patas con el culo bien levantado.

-Hola Justo, veo que has hecho un trabajo excelente, como siempre- Alfredo se acercó sonriente y repartió unas palmadas sobre nuestros lomos- Son unos cachorros preciosos. El negro será para ti, ¿supongo bien? Es un auténtico rottweiler.

Justo rió: -Me conoces bien. Para ti he pensado en esta cachorrita- contestó, mientras posaba su manaza sobre mi cabeza.

Alfredo se colocó a horcajadas sobre mi espalda, mientras con una mano me magreaba una nalga. Un escalofrío de placer me recorrió el cuerpo de arriba abajo.

-Es una preciosidad, me parece perfecta -dijo, mientras se sentaba sobre mi espalda sin terminar de descargar todo el peso del cuerpo, pero haciéndome sentir el crecimiento de su paquete sobre mi lomo- No tengas miedo, princesa- y sacando una mano de su bolsillo me ofreció un terrón de azúcar que comí sobre su misma mano. Cada vez me sentía más metido en mi papel.

Mientras tanto, el tercero en discordia, Víctor, se acercó a examinar a mi amigo Mario, que también resultó de su agrado. Sin ningún miramiento le metió un dedo por el culo, lo sacó y se lo llevó a la nariz, con un gesto de aprobación. –Veo que has empleado la manguera para dejarlos bien limpios.

-En realidad con tu cachorro no ha hecho falta, ya venía limpio de casa.

Víctor acarició el cuello de su perro: -Vaya, seguro que te gusta jugar a meterte cosas- Le metió el mismo dedo, pero ahora por la boca, y Mario lo rechupeteó ávidamente.- Tranquilo cachorro, luego te daré algo rico de comer.- Y los tres amigos rieron.

-Antes de nada había pensado que os gustaría daros un baño en la piscina- propuso Justo, y los demás accedieron.

Nosotros nos quedamos a un lado, tumbados en la hierba, mientras nos concentrábamos en observar cómo los tres hombres se despojaban de sus ropas, para bañarse totalmente desnudos. Mi amo era el más grande de los tres, y desnudo mostraba una verga todavía mayor que la de Toni y sumamente gruesa, que me dejó con la boca abierta. Me pregunté si tendría el deseo de penetrar a perritos como yo con semejante cacharro. Por lo demás su cuerpo era muy velludo y, si yo era un perro, los kilos que le sobraban lo convertían a él en un auténtico oso. Observé sus poderosas nalgas desaparecer bajo el agua de la piscina y echarse a nadar.

Víctor en cambio, gozaba de un físico increíble para su edad, rasurado además, realmente apetecible. Comprobé cómo Mario, su cachorro, no le quitaba el ojo a sus nalgas redondas y perfectas antes de lanzarse a la piscina en un picado perfecto.

Justo también se deshizo de toda su ropa, se le veía realmente emocionado con la compañía de sus amigos y con nuestra presencia; estaba disfrutando como un crío, y su erección era ya casi completa. Antes de saltar al agua, se acercó desnudo como iba a su rottweiler y le acarició todo el cuerpo de nuevo, antes de atender a la llamada de sus amigos, que le reclamaban desde el agua.

Unos diez minutos estuvieron disfrutando de la piscina, mientras nosotros les observábamos desde fuera. Por efecto del anillo que nos había puesto Justo, nuestras pollas continuaban a tope, pero no nos atrevíamos ni a tocarlas.

Por fin salieron del agua y se tendieron en las tumbonas a secarse al sol.

Justo nos silbó desde allí para que nos acercáramos. Había llegado el momento y sabíamos lo que teníamos que hacer. Yo me acerqué a Alfredo lentamente y subí las patas delanteras sobre el borde de la tumbona. El me cogió de la cabeza por detrás, y me la llevó a su polla. Abrí la boca, hambriento. El sabor de su verga tenía un cierto regusto al cloro de la piscina. Empecé a chupar con largos movimientos y la polla empezó a crecer en toda su longitud. Era muy gruesa y me costaba acomodarla dentro de mi boca. Estuve lamiendo su glande con delectación, mientras él dejaba escapar pequeños gemidos de satisfacción. Empleé todos los trucos aprendidos en mis años de práctica de la felación, no quería que mi amo quedara insatisfecho.

No descansé hasta que la punta de su pene traspasó las puertas de mi garganta, para alojarse en mi faringe. Desde allí comencé con una fuerte succión mientras tiraba de mi cabeza hacia atrás; la polla fue saliendo de mi boca lenta y trabajosamente, mientras mis labios fruncidos se adaptaban al contorno de la verga. Tomé un poco de aire; una fina capa de precum recubría ya la cabeza de aquella polla. Con la lengua rebañé toda su superficie, recogiendo todo lo que pude de aquel líquido pegajoso para luego saborearlo en mi boca con todo el gusto. Estaba delicioso.

De todos modos, echaba en falta poder emplear las manos para ayudarme en la mamada. Como si hubiera leído mi pensamiento, Alfredo se agarró el tallo de la polla con una mano y comenzó a masturbarse, mientras con la otra mano me empujaba por la cabeza hacia sí, obligándome a tragar todo el rato la punta de su polla y así continuar chupándola mientras se pajeaba.

Unos gemidos más fuertes que escaparon de su boca me indicaron que estaba a punto de correrse, por lo que abrí bien la boca y me apresuré a recibir en ella toda su descarga, que era blanca y espesa, y con la que estuve jugando en mi boca un buen rato antes de engullirla. Unas gotas esquivas se habían derramado por sus huevos y entre sus muslos, y acudí presto a recogerlas con numerosos lengüetazos.

Una vez que lo hube dejado bien limpio, me acarició cariñosamente la cabeza mientras decía: -Buena perra, buena perra.- Estiró una mano hasta mi polla, que continuaba sumamente rígida, y empezó a pajearme, produciéndome oleadas de placer.

Sin embargo, cuando ya empezaba a sentir acercarse el orgasmo, se detuvo.

-Todavía no, perrita, luego. Túmbate a este lado.- y, siempre con una sonrisa, me obligó a descansar, mientras él se relajaba sobre la tumbona y continuaba acariciándome la cabeza.

Yo sentía mi virilidad latiendo en la entrepierna, como si toda la sangre del cuerpo estuviera hirviendo en mi polla, y con la frustración de no poder terminar de desahogarme.

Mi frustración fue mayor cuando miré alrededor y presencié a los otros dos perros. Mario se hallaba muy ocupado con su boca entre las piernas de Víctor, engullendo frenéticamente su polla una y otra vez, mientras éste, sentado en la hamaca, le metía varios dedos por el culo, masajeándolo. Sin dejar de chuparle la polla a Víctor en ningún momento, la hermosa pija de Mario, sin habérsela siquiera tocado, comenzó a destilar esperma en abundancia. Como se encontraba a cuatro patas, la leche goteaba mansamente sobre el suelo, formando un pequeño charco bajo su cuerpo.

Mario no cejaba en su empeño de sacarle todo el jugo a la polla de su amo, pero Víctor seguía sin correrse. Finalmente éste se puso en pié, y empezó con un movimiento de bombeo, como si se estuviera follando la boca de Mario, quien con dificultad soportaba las fuertes embestidas desde su posición a cuatro patas.

Por fin, observé cómo Víctor aceleraba aún más sus movimientos, contrayendo los glúteos en una forma que parecía que le iba a meter toda la pelvis en la boca a su perro; pero lo que le metió fue toda su leche, que Mario acogió con dificultad en su boca, a tenor de los chorros de lefa que se veían caer por las comisuras de la boca. Luego, el perro lamió obedientemente toda la verga y las pelotas, dejándolas limpias y relucientes.

A pocos metros se encontraba Justo, que estaba nada menos que montando a su perro. En efecto, Tony se encontraba a gatas y su amo desde atrás, de rodillas, le tenía con las patas de atrás bien abiertas y se dedicaba a meterle la polla por el culo una y otra vez. El rostro de Tony mostraba una mezcla de placer y dolor que era digna de verse Justo estaba en otro planeta.

Pude ver cómo, sin tampoco tocarse, la negra polla del perro empezaba a chorrear cayendo el semen directamente al césped, y poco le faltó para perder la tensión de los brazos y venirse al suelo. Sin embargo, logró permanecer firme, mientras Justo continuaba montándolo sin piedad, el cuerpo de ambos bañado por el sudor, el rostro de Justo crispado por el inmenso placer, los ojos cerrados. Una serie de sacudidas muy violentas sobre el culo del perro propiciaron que Justo se derramara dentro del orificio de su perro. Permaneció en su interior agotando las últimas contracciones y luego se la sacó de golpe. El rottweiler aulló de dolor, pero pronto se volvió y alcanzó con su boca la verga que Justo le ofrecía para ser limpiada.

Por un momento todos descansaron, los amos en sus hamacas, y nosotros en el suelo, pero yo seguía con la excitación a tope, acrecentada por el espectáculo que me habían ofrecido mis compañeros, y por el sabor de la leche de mi amo que perduraba en mi boca.

Al cabo de un rato, los tres amigos volvieron a meterse en el agua a darse un chapuzón. Cuando salieron, Víctor le indicó a mi amo: -Oye, tu perro sigue con la estaca bien tiesa, ¿qué le has dado?

-Me gusta tenerlo caliente, así se esfuerza más en complacerme. Mira los otros dos perros: se han quedado dormidos.

Los tres rieron.

-Vamos a divertirnos jugando con él un rato- dijo mi amo.- Oye Justo, ¿dónde tienes alguno de tus juguetes?

-Voy a mirar en el cobertizo- contestó Justo, mientras se marchaba riendo a buscar algo.

Alfredo, que continuaba desnudo, me acarició la cabeza y el cuerpo; también sacó otro terrón de azúcar de un bolsillo de su ropa, que estaba sobre una silla, y me lo ofreció para que lo comiera de su mano.

Apareció Justo, trayendo un palo en la mano y se lo pasó a Alfredo.

-Huele esto perrita- y me lo puso bajo la nariz. Lo que había pensado que era un palo era un enorme consolador de goma, con forma de polla. Lo olfateé.

Alfredo lo retiró de mi olfato y con un movimiento amplio, lo lanzó volando al otro extremo del jardín.

-Ahora corre a por el palo, venga, venga.

Por un momento me quedé sorprendido y sin saber qué hacer, pero dándome una suave patada en mis posaderas, Justo me indicó el camino a seguir. Emprendí un trote bastante rápido hasta el lugar donde había caído el artilugio. Me costó encontrarlo, porque estaba escondido entre la hierba, pero lo más difícil fue lograr cogerlo con la boca. Finalmente, me encaminé hacia mi amo, mostrándole orgulloso el palo en mi boca. Al llegar hasta él, me lo arrebató de la boca y lo volvió a lanzar, ahora todavía más lejos.

De nuevo acudí a por el dichoso palo, ahora ya con menos ganas. Tras repetir la misma operación cinco veces, mi paciencia estaba a punto de colmarse. Esta vez no le devolvería el palo. Me escapé con él hacia otra esquina de la finca, y me tumbé allí mismo con el palo en la boca, mordisqueándolo.

Los tres acudieron hacia mí, muertos de la risa.

-Mira, se ha enfadado- dijo Víctor.

-¿No me vas a devolver el palo, princesa?- me dijo Alfredo, y tirando del extremo del palo intentó sacarlo de mi boca, pero yo lo atrapé con fuerza con los dientes. Así estuvimos un par de minutos, con el toma y daca, hasta que se cansaron, Justo me sujetó por la correa del cuello y Alfredo se hizo con el palo.

-Mirad cómo lo ha dejado, lleno de babas. Apuesto a que tal como está no tendría ninguna dificultad en entrar por cualquier sitio.

Los tres rieron de nuevo, se lo estaban pasando bomba a mi costa. Entre Justo y Víctor me sujetaron con fuerza, uno por cada lado, mientras Alfredo se colocó detrás de mí. Pronto noté cómo intentaba introducirme el consolador por el ano. Notaba la punta chorreante de mi propia baba pugnando por abrirse paso en mi esfínter. En mi cabeza se mezclaba el miedo a ser forzado por aquel consolador de dimensiones descomunales, y el deseo de ser penetrado.

Mi amo empujaba desde atrás para hacer progresar el consolador dentro de mi cuerpo, mientras yo, siempre a cuatro patas, intentaba relajarme al máximo y facilitar las cosas. La tensión que estaba notando en la entrada de mi ano era terrible, y lo que es peor: no paraba de aumentar, parecía que lo más grueso del consolador todavía estaba por entrar.

Por fin, me pareció que todo él debía estar ya insertado en mi recto. Los tres amigos se mostraban alborozados de todo lo que era capaz de tragar mi culo:

-Esta perra puede con todo, es fantástica- dijo Alfredo.

-Sí, -dijo Víctor- déjale el palo dentro y vamos otra vez a las hamacas.

Volvimos sobre nuestros pasos, ellos más rápido, yo más despacio, por la dificultad de andar a cuatro patas, mientras llevas un enorme consolador metido por tu culo y la polla como una estaca.

Cuando llegamos, mi amo se me acercó:

-Ven, bonita, nos la vas a chupar a los tres, y cuanto mejor te portes, más removeremos esa cosa que tienes metida por tu linda colita.

Se pusieron de pie rodeándome, y mientras le chupaba a la vez las pollas a Justo y a Víctor, mi amo empezó a mover el palo dentro de mi recto, proporcionándome un masaje indescriptible. El placer que estaba obteniendo me impulsaba a acometer con más ganas a aquella pareja de pollas: la de Justo gruesa y corta, rodeada de un mar de vellos canos, la de Víctor hermosa y sin un solo pelo a su alrededor. Ambas turgentes, ambas deliciosas, la de Justo con un sabor más salado, la de Víctor más amarga. Ambas golpeando las paredes de mis mejillas con su dureza de acero. Pronto ambas estuvieron brillantes, tanto por el efecto de mi saliva como por los líquidos que empezaban a destilar. Cuando me concentraba en una, la otra me la espachurraban contra la cara, o en la nariz, impregnándomela con sus fluidos viscosos, no me concedían tregua alguna.

Detrás de mí, mi amo imprimía cada vez mayor velocidad al movimiento de entrada y salida del consolador en mi culo. Si seguía así, tardaría menos de un minuto en obtener el ansiado orgasmo. Cuando lo tenía completamente dentro, la sensación de plenitud resultaba indescriptible, así como la tensión en las paredes del ano, como una especie de descarga eléctrica que se irradiaba hacia los muslos y me sumía en un infinito placer.

Desde detrás, el amo me desató la correa del pene; ante la sensación de libertad, aumentó mi excitación aún más y me habría corrido ahí mismo, mientras me comía aquellas dos pollas, si el amo no me hubiera dado un fuerte apretón en la mía, consiguiendo frenar temporalmente mi deseo de eyacular.

Mientras la estaba lamiendo, la polla de Justo empezó a descargar con fuerza contra mi cara, poniéndomela perdida de lefa. Continué sin parar apenas un momento, le limpié bien la polla, y continué tragándome la de Víctor. Mientras, Justo pasó a ocuparse del consolador que horadaba mi culo, y Alfredo ocupó su sitio poniendo su grandioso aparato en mis labios. Empecé a comerme aquella enorme tranca que ya conocía.

Yo estaba a cien; Justo sacaba y metía el consolador a toda velocidad, y además le inducía un movimiento circular que me estaba volviendo loco. Sin tardar mucho, Víctor se corrió en mi boca, y después Alfredo, salpicándome toda la cara con su deliciosa leche. Unas gotas cayeron en mis pestañas, por lo que tuve que cerrar los ojos, mientras notaba cómo Justo me enterraba completamente el consolador en el culo, y, por fin, obtuve el ansiado orgasmo, entre alaridos de placer, cayendo al suelo con el consolador aún en mi interior.

Al cabo de un rato, mi amo me lo retiró, haciéndome sentir un enorme vacío en el ano, cuyas paredes habían quedado tan dilatadas, que la suave brisa entraba en su interior sin ningún obstáculo.

Me quedé dormido, y cuando desperté era de noche y no quedaba nadie afuera. Recordaba vivamente todo lo sucedido unas horas antes y la excitación empezaba a volver a mi cuerpo, como un ansia que me impulsaba a buscar todavía más, una necesidad de traspasar las fronteras de lo que hasta entonces había tomado por admisible. Aunque me sentía humillado, ultrajado por la actitud de aquellos hombres hacia nosotros, era consciente de que aquel sentimiento no hacía sino avivar mi deseo. Hasta dónde podría llegar aquel juego de dominación lo desconocía, pero estaba dispuesto a descubrirlo.