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En la guarida del ogro

en Gays

El joven bibliotecario estaba concentrado en la pantalla del ordenador y no vio llegar al hombre. Era un señor de unos cincuenta años, de complexión robusta y cabello parcialmente encanecido. Un bigote y una barba cuidadosamente recortados completaban un rostro ancho con una expresión de seguridad y afabilidad a partes iguales.

-Quería devolver este libro- indicó secamente. El acento de su voz lo delataba como extranjero, europeo quizás.

Roberto, el bibliotecario, intentó disimular su embarazo: el visitante lo había pillado justo en el momento en que tenía abierta una pantalla de pornografía gay y se recreaba con una galería de hombres desnudos retozando. Rápidamente marcó la equis de la esquina para cerrar la pantalla delatora y atendió a aquel hombre.

Tomó su carnet de usuario: Hans Köhler. Con ese nombre debía de ser alemán. Roberto recordó haberlo visto en la biblioteca en alguna otra ocasión. Naturalmente que se había fijado en él, ya que Roberto tenía debilidad por los hombres mayores que él, y este ejemplar le resultaba ciertamente atractivo.

Tras atenderlo, se volvió de nuevo a la pantalla del ordenador, aunque con el rabillo del ojo siguió a Hans, quien se dirigió hacia el fondo de la biblioteca y desapareció entre los estantes de libros. Roberto se sentía algo excitado; entre las imágenes que había estado viendo y la aparición de aquel hombre, comenzaba a notar cierta actividad por debajo de su cintura. Hans reapareció en busca de ayuda:

-¿Podrías echarme una mano? Estoy preparando una conferencia sobre un tema y necesito un poco de bibliografía. El tema es la Inquisición Española, pero cualquier tratado sobre la tortura puede servirme también.

El bibliotecario reaccionó rápidamente: -Sí, creo que tenemos algo en la sección de Historia. Venga por aquí.

Mientras avanzaba entre los libros, Roberto notaba los pasos de Hans que le seguía, casi podía sentir su respiración en la nuca. Comenzó a sudar. Ambos iban en camiseta y pantalón corto, ya que hacía un calor asfixiante.

Al fin llegaron. Roberto le mostró un par de volúmenes algo polvorientos sobre la Inquisición Española. Esperó mientras Hans les echaba un rápido vistazo.

-Están bien, me pueden servir, pero para mi trabajo necesito además algunos dibujos, diagramas o cualquier cosa sobre los instrumentos de tortura.

-A lo mejor aquí encontramos algo- le indicó Roberto. Era un libro que se titulaba "Historia Ilustrada de la Tortura". Roberto lo había ojeado alguna vez y sus dibujos eran espeluznantes. No era el tipo de libro que solicitara mucha gente en aquella biblioteca. A Roberto aquellas imágenes de instrumentos maléficos y cuerpos retorciéndose de dolor, aunque no fueran más que dibujos, le producían una mezcla de miedo, y ¿por qué no decirlo?, también una extraña atracción.

Hans estudió el contenido del tomo con detenimiento, casi página por página, mientras con el dedo índice recorría algunas de las imágenes, como intentando extraer del papel la mayor información posible.

-Fascinante- musitó sin apenas despegar los labios.

Roberto se sentía incómodo; por una parte ambos estaban solos en la biblioteca y Hans, un varón bastante más fuerte que él, parecía mostrar una extraña fascinación por los aparatos de tortura. Roberto tragó saliva, se sentía indefenso. Por otra parte, el cuerpo de Hans lo atraía; por la abertura de su camiseta se escapaba un matojo de pelo hirsuto y cano, y Roberto sintió la tentación de alargar su mano hasta él y comprobar su tacto.

Cuando pudo despegar sus ojos del pecho de Hans, contempló horrorizado que a éste no se le había escapado el detalle y le sonreía amistosamente.

-Creo que continuaré estudiando este libro por un rato. Voy a sentarme en una de las mesas.

-Yo estaré en el mostrador- dijo Roberto, y añadió: -Si necesita algo de mí, ya sabe donde estoy para lo que quiera.

Hans rió abiertamente y Roberto se sintió estúpido por haber dicho una frase con un doble sentido tan evidente. Además, Hans sonreía de una manera inusual que continuaba produciéndole intranquilidad.

Durante casi una hora el hombre con acento extranjero se entretuvo tomando notas de aquel libro y Roberto volvió a sus quehaceres.

Finalmente, cuando ya casi se había olvidado de él, el hombre regresó al mostrador.

-Me gustaría sacar algunas fotocopias de las imágenes. ¿Puedo usar la fotocopiadora?

Roberto le indicó cómo funcionaba la máquina y hasta le ayudó a sacar las copias.

-Es muy amable de tu parte.

-No me cuesta nada, es un placer- contestó el joven bibliotecario. Aquel hombre le producía algo de miedo, pero en modo alguno estaba dispuesto a dejar que se diera cuenta. Su tono de voz y sus modales eran de lo más agradable. Por contra, las imágenes que estaban fotocopiando eran las más truculentas de todo el libro. Algunos de los dibujos le hacían estremecerse. También comprobó que Hans elegía casi exclusivamente imágenes en las que los torturados eran varones y con frecuencia aparecían medio desnudos.

Mientras repasaba las copias, Hans le dijo:

-¿Sabes?, este libro está muy bien, pero no sé si voy a tener todavía suficiente con esto. Necesito más documentación. – y le miraba directamente a los ojos.

Roberto desvió la mirada: -Sí, entiendo. Hoy en día la mayor parte de la información se encuentra en internet. Le recomiendo que haga al menos una búsqueda rápida. ¿Tiene ordenador en casa?

-En realidad no. Nunca he sido muy aficionado a la informática. ¿Tú me podrías ayudar?

Roberto asintió. Se estaba tomando un montón de molestias para ayudar a aquel desconocido. ¿Qué importaba una más? Ambos se sentaron al ordenador, codo con codo. Roberto abrió Google e introdujo algunos términos, obteniendo un montón de referencias que entusiasmaron a Hans. El bibliotecario le indicó cómo podía seguir buscando más información, así como imprimir todo lo que pudiera resultarle útil.

Hans continuó abriendo ventanas y ventanas, algunas de su gusto y otras que cerraba inmediatamente. Roberto seguía a su lado; sin saber cómo ni cuando, las piernas de ambos habían hecho contacto, la rodilla derecha de Roberto con el muslo izquierdo grueso y peludo de Hans. La piel del extranjero tenía un hermoso bronceado dorado.

Una pantalla los fue llevando a otra y, de repente, una página web dedicada a sadomasoquismo gay se abrió llenando toda la pantalla. –Hum, esto podría resultar interesante también- masculló Hans.

El corazón de Roberto palpitaba como un caballo desbocado. El alemán no sólo no cerraba la pantalla, sino que parecía cada vez más interesado en el tema. Encontró una pestaña con una galería de imágenes y comenzó a curiosear en ella. Las fotos de hombres desnudos o apenas con breves prendas de cuero sometiéndose a castigos corporales se sucedieron durante unos minutos. Roberto no sabía adónde mirar; en cambio Hans no perdía detalle. Alguna de las fotos le produjo tal admiración, que no pudo evitar que de su boca abierta rodara una pequeña cantidad de saliva cayendo directamente sobre la rodilla desnuda de Roberto.

-¡Ay, perdona, soy tan descuidado! Exclamó Hans, y empeoró aún más lo embarazoso de la situación cuando posó su manaza sobre la piel de la rodilla de Roberto para limpiar la baba.

Como un resorte, Roberto se levantó de la silla, y se alejó un par de pasos, no sin percibir que, muy a su pesar, se encontraba ya con media erección en sus pantaloncillos.

Hans se disculpó de nuevo y Roberto le quitó importancia al incidente. En ese mismo momento, otros usuarios entraron en la biblioteca y reclamaron su atención. El extranjero volvió a su mesa, recogió sus cosas, no sin antes realizar un par de anotaciones más y se preparó para marchar.

Antes de abandonar la biblioteca, se acercó de nuevo y le devolvió a Roberto en mano el volumen que había estado estudiando.

-Muchas gracias por todo.- y desapareció por la puerta.

Más tarde, Roberto no podía dejar de pensar en lo sucedido; su mente estaba todavía nublada cuando al volver a colocar en su sitio el tomo que le había entregado Hans, cayó de él una nota que sin duda había escrito éste de su puño y letra. La nota decía:

-"No temas. Soy un ogro bueno. Te espero hoy a las 21 horas." Y seguidamente una dirección en la misma ciudad en la que se encontraba.

Roberto estuvo a punto de tirar la nota a la papelera en se mismo momento, pero algo se lo impidió. Era una pulsión interior que lo animaba a volver a encontrarse con aquel hombrón y terminar los escarceos que tímidamente habían comenzado en la biblioteca. La imagen de su propio cuerpo desnudo en manos de aquel hombre le asaltaba una y otra vez. Guardó la nota en el bolsillo. Un cuarto de hora más tarde la arrojó a la papelera. ¿A qué demonios estaba jugando? ¿Cómo podía pensar siquiera en acercarse a ese hombre? Resultaba demasiado amenazador. Cuando llegó la hora de salir, recogió sus cosas pausadamente. Eran las 20 horas y todavía tenía tiempo de sobra para llegar a aquella dirección. En un arranque de valor, recuperó la nota de la papelera, y decidió acudir a la cita, aunque las piernas casi no le sostenían mientras salía del edificio.

Una hora más tarde estaba plantado frente a la puerta de una enorme casa, reuniendo el valor necesario para tocar el timbre. Miró a ambos lados de la calle: por allí no pasaba un alma. Miró a la casa y vio que todas las ventanas estaban cerradas a cal y canto. –A lo mejor no hay nadie en casa- pensó, y eso le dio fuerzas para pulsar el timbre. Tras oírse un zumbido mecánico, la puerta se abrió automáticamente; no había nadie detrás.

Avanzó por un pasillo medio oscuro, al final del cual se entreabría una puerta. Tras ella encontró a Hans sentado en un escritorio, enfrascado en la lectura de unos libros. Iba vestido únicamente con un albornoz blanco, que resaltaba aún más su bronceado.

-Sabía que vendrías.

-La verdad es que me ha costado un poco encontrarlo - balbuceó Roberto, que estaba como un flan.

-¿Sabes lo que vamos a hacer?

-N-no.

-Pero te lo imaginas.

-La verdad es que no sé por qué he venido.

-¡Tranquilo! En esta vida a veces hay que hacer cosas sin pensar demasiado.- y continuó:- Ven, siéntate en esta silla. Quiero que te sientas cómodo.- Roberto obedeció- ¿Quieres algo de beber?

Roberto pidió un refresco de cola, y Hans se levantó para ir a buscarlo a otra habitación. Al joven no se le escapó el detalle de que Hans iba descalzo. Sus pantorrillas estaban tapizadas por un vello fino de color castaño que contrastaba con el borde níveo del albornoz.

Mientras Hans estaba ausente, Roberto estuvo curioseando los libros que había sobre la mesa. Todos ellos versaban sobre la Inquisición o la tortura; también se hallaban los apuntes tomados en la biblioteca, repletos de subrayados y notas.

Cuando Hans regresó, traía en una mano una lata de cerveza y en la otra el refresco para Roberto. Este lo tomó, arrepintiéndose por haber solicitado una bebida tan infantil. Le hubiera gustado aparentar más aplomo, más madurez, pero no podía esconder que sólo tenía 21 años y que le temblaba hasta el pulso. Cuando apuró su lata, ésta cayó rodando por el suelo y ni siquiera fue capaz de reaccionar ante el pequeño accidente. El cuerpo sin fuerza de Roberto había quedado recostado sobre el respaldo de la silla.

-¿Q-qué me p-pa-sa?

-Tranquilo, te he echado algo en la bebida, pero se siente bien, ¿verdad? En quince minutos volverás a tener fuerza en tus músculos. Mientras tanto, tengo que desnudarte y atarte, no hay tiempo que perder.

Roberto, que pese a todo estaba plenamente consciente, comprobó que era verdad lo que le estaba diciendo. Hans se acercó, lo levantó en brazos como si fuera un muñeco y lo tumbó sobre un sofá que allí había. Luego comenzó a quitarle la camiseta, sin que Roberto pudiera mover ni un dedo. Cuando lo tuvo desnudo de cintura para arriba, se recreó en el hermoso torso del bibliotecario, un chico en su peso justo, con un cuerpo bien formado, moreno y atractivo, justo el tipo de víctima que había estado buscando. Acarició el suave vello de sus pectorales con delectación.

-¿Sientes esto?- preguntó.

-S-si,- el chico estaba paralizado pero no había perdido ni un ápice de la sensibilidad de su cuerpo. Las caricias sobre su pecho le estaban dando mucho gusto.

-En realidad, también te he echado un compuesto que potencia todas las sensaciones.- y entonces atrapó uno de los pezones y lo retorció salvajemente.

Roberto aulló de dolor; aunque no podía mover ni un músculo. Fue entonces cuando se maldijo por haber sido tan insensato como para acudir a la cita. Estaba totalmente indefenso. Una lágrima rodó por su rostro.

Luego notó que el alemán le cogía de los pies y le quitaba los zapatos y seguidamente los pantalones. A continuación tiró del slip y se lo sacó con violencia, se lo llevó a la nariz para aspirar el olor y luego hizo con él una bola y lo arrojó al rincón.

Roberto contempló su cuerpo expuesto desnudo y su polla, increíblemente erecta apuntando al techo. Tenía verdadero miedo, pero se sentía más excitado sexualmente de lo que lo había estado en toda su vida.

Hans estaba plantado a su lado y comenzó a despojarse del albornoz, que era toda la ropa que llevaba encima. Ya en pelotas, se hincó de rodillas sobre Roberto, con sus peludas pantorrillas flanqueando el torso del inmóvil joven. El tronco ancho y velludo del alemán se alzó frente a sus ojos. Roberto fue bajando la mirada, embobado ante el reguero de vello castaño que descendía por el abdomen y se convertía más abajo en una espesa maraña. En el centro, su pene, cuyo poder aun fláccido hipnotizaba la mente de Roberto. Unos centímetros lo separaban de su boca, de la cual fluía la baba mansamente.

-Mírame bien. ¿Te gusta?

-S-sí- Roberto apenas podía hablar.

-Escúchame, sólo te lo voy a decir una vez: vas a ser mi esclavo. Harás todo lo que te ordene sin rechistar.- hizo una pausa y siguió:- ¿Te gusta mi polla?

Roberto no respondió; estaba como ausente.

Hans le retorció de nuevo el mismo pezón:- ¡He dicho que si te gusta mi polla?

-S-sí. M-me en-encanta.

- Pues ya verás cuando se me ponga dura.- Hans le abrió la boca con una mano y se la introdujo así, medio fláccida.

-Mmm- fue toda la contestación de Roberto. La polla tenía un sabor que lo embriagaba.

-Esta polla es tu premio si te portas bien. Si te portas mal, si no haces todo lo que te digo, te quedas sin tu premio. Recuerda, eres mi esclavo y tu misión es proporcionarme placer. Así que te voy a hacer sufrir, y voy a disfrutar viéndolo. ¿Comprendes?

-N-no me haga daño, por favor.

La súplica de Roberto solo sirvió para ganarse un nuevo retorcimiento de pezón.

-No lo entiendes. El sufrimiento es placer. Vamos a disfrutar mucho los dos.

Hans se levantó y se echó el cuerpo de Roberto encima como si fuera un saco. Sus muslos eran muy gruesos y soportaban el peso del cuerpo del joven sin ningún problema. Salió al pasillo y lo llevó por las escaleras abajo hasta el sótano donde tenía lo que el llamaba su "sala de tortura".

La sala era amplia y estaba tenuemente iluminada con una luz rojiza. Hans depositó su carga sobre un armazón de hierros, que usaba como "potro de tortura" y era como una mesa patas arriba, con cuatro postes en cada esquina. Roberto seguía inerme, y el amo lo dispuso boca arriba sobre el potro. Roberto sentía el frío del armazón de metal como si fuera un cuchillo clavándose en su espalda.

Dos postes metálicos se levantaban desde la cabecera del potro; Hans tomó la mano derecha de su esclavo y lo levantó a pulso hasta amarrar la muñeca en todo lo alto con una cadena metálica. Luego repitió la operación con la muñeca izquierda, de modo que el tren superior del cuerpo de Roberto quedó suspendido por sus muñecas. La tensión sobre ambas extremidades era casi insoportable, ya que Roberto no podía contraer ningún músculo para sujetar el cuerpo, y toda la tensión actuaba directamente sobre las articulaciones.

Por si fuera poco, Roberto observó con terror que el alemán pretendía repetir la misma maniobra con sus tobillos. Tirando de sus pies los alzó y sujetó ambos por los tobillos con unas cadenas a los pilares del fondo del potro. El cuerpo sin fuerza de Roberto quedó pendiendo de los cuatro anclajes, formando una V. En el punto más bajo, la zona lumbar apenas se apoyaba sobre el frío metal del potro. Hans se ocupaba del cuerpo del joven de una forma maquinal, como actúa un carnicero frente a un pedazo de carne sin vida, mientras Roberto sufría pensando en cómo su culo había quedado perfectamente expuesto para que su amo accediera a él impunemente.

-Ahora te voy a dejar aquí un rato mientras se te va ablandando el cuerpo.

-N-no me dejes a-así, te lo suplico.

Hans le volvió la cara de un bofetón. El golpe resonó en toda la habitación.

-Que sea la última vez que me discutes nada.- y abandonó la sala.

En el tiempo que estuvo sólo, Roberto estiró el cuello para inspeccionar la sala desde su incómoda ubicación. La escasa luz apenas le permitía distinguir los numerosos objetos que se apilaban contra las paredes. Entre ellos, le llamó la atención uno que conocía de los libros que había estado fotocopiando unas horas antes: era una especie de jaula de metal, de tamaño suficiente como para alojar a una persona, una réplica perfecta de las que se empleaban en la Edad Media para encerrar a los reos y dejarlos morir de hambre expuestos a las inclemencias del tiempo. Pero lo que más aterrorizó a Roberto fue la visión de unas "garras de gato": unos ganchos de hierro afilado que empleaba la Inquisición para desollar a sus víctimas. Había cuatro de ellas de diferentes tamaños sobre una mesa junto a la pared. Roberto cada vez estaba más aterrorizado.

Con el paso del tiempo, el cuerpo de Roberto experimentaba un doble fenómeno: por una parte, sus articulaciones se iban elongando y el dolor era infernal. Por otra, sus músculos habían empezado a recuperar el tono. Roberto empezó a moverse con furia, intentando liberarse de sus ataduras, pero era inútil: el alemán sabía lo que se hacía.

Finalmente Hans reapareció, pero se había puesto un arnés y unos pantalones de cuero. La cabeza iba tapada con una especie de pasamontañas.

-¿Por qué te has vestido así?¿A qué viene taparse la cara?

Hans sacudió con todas sus fuerzas una palmetada que hizo enrojecer las nalgas del joven.

–Nada de preguntas. Y sonríe, que vas a salir en una película.

En efecto, el amo colocó un trípode con una cámara de video enfocando desde un metro de distancia al trasero indefenso del bibliotecario. Luego dispuso otra cámara enfocando a su cara.

-No queremos perdernos ni un detalle. Este tipo de películas son muy valiosas, créeme. ¿Cuánto pagarías tú por una película en la que se vea lo que te voy a hacer?- rió despreocupadamente- Tranquilo, chaval, que a ti te daría una copia gratis, para eso eres el protagonista.

Puso las cámaras en marcha y se acercó de nuevo a Roberto, quien empezó a temblar.

-Así me gusta, tienes que salir acojonado; si no, no sirve.- y con su manaza agarró la totalidad de los huevos de Roberto. La polla de Roberto dio un salto y recuperó la verticalidad. La presión de la mano englobando sus testículos era al principio mínima.

-¿Te gusta que te soben, eh?- Luego empezó a apretar cada vez más fuerte. Roberto notaba cómo la presión se iba incrementando hasta empezar a doler.

-¡Por favor, suéltame, me duele mucho!

-Tienes que decir, "por favor, amo"

-¡Por favor, amo!

Hans lo soltó. –Está bien, te has ganado tu premio.- y se acercó hacia delante, se bajó la cremallera de la bragueta, extrajo su pene aún blando y lo introdujo en la boca del prisionero. Roberto empezó a chupar como un bebé y la polla cobró más calibre. Aunque todavía no estaba ni medio dura, se veía extremadamente gruesa y el chico apenas podía engullir el glande.

-Bueno, ya has tenido suficiente por ahora.- dijo sacándosela de las fauces y reacomodándola con dificultad dentro del pantalón de cuero, el cual vestía muy ajustado directamente sobre la piel.

Roberto se quedó con la boca abierta, babeando, como a un niño al que le quitan el caramelo de la boca.

-¡Y ahora, que empiece el show!- Hans fue a buscar algo a una estantería y volvió con algo que parecía un matamoscas. Se acercó a la cabecera del potro y sacudió el artilugio al aire; Roberto sintió el zumbido a escasos centímetros de su cara, pero no resultó golpeado.

-Si me lo pides con buenos modales, voy a sacudir ese bonito culo un poco.

-¡No, por favor!- se le escapó al joven bibliotecario. Luego se arrepentiría de haber hablado de más.

-Como no lo has pedido con buenos modales, te voy a sacudir hasta cansarme, hasta ponerte el culo como un tomate. Parece que no vas a aprender nunca.

-¡Por favor, amo, no!

Los golpes comenzaron a caer implacables sobre las juveniles y frescas nalgas, que pronto empezaron a cobrar un color rojo vivo. Roberto apretaba los dientes intentando no gritar para no disgustar de nuevo a su amo. Estaba a punto de perder el control cuando el amo se detuvo.

-¿Te ha gustado?

-Roberto se contuvo de decir la verdad. –Síii, amo. ¡Déme más, por favor!

-Así me gusta, parece que el chico va aprendiendo.- Le fustigó un par de veces más, con mayor intensidad todavía, se notaba en su voz el enorme placer que sentía al hacerlo. Luego se acercó de nuevo adelante, pletórico. Se sacó otra vez la polla del pantalón y se la mostró al esclavo. Roberto vio ahora la polla erecta de su amo y era la polla más grande que había visto jamás en todas sus dimensiones. Larga y gorda como un embutido suculento y prieto, de un color oscuro como el infierno y surcado por unas venas turgentes, que parecían salirse de la rugosa superficie.

Se la metió por la boca al chico sin mayores miramientos, con lo cual la punta del pétreo miembro hizo contacto con el fondo de la garganta, causándole unas inoportunas náuseas. Afortunadamente, Roberto logró controlarse y no vomitar, eso habría puesto furioso al amo. Hans retiró al monstruoso intruso de la boca y se volvió hacia atrás. Su prisionero lo observó, expectante. El alemán se mantuvo por un momento en pie detrás de Roberto, quieto como si estuviera concentrado en lo que iba a hacer, con su polla tiesa apuntando hacia sus nalgas. Pensó que lo iba a penetrar, pero lo que hizo el hombre fue comenzar a orinar, todavía con la erección al máximo, disparando el chorro directamente sobre las nalgas al rojo vivo.

-¡Aaaah, qué placer!- gruñó Hans.

Roberto sentía cómo la piel de las nalgas le ardía. Sin embargo, con el contacto del aire la orina se fue enfriando, y Roberto disfrutó de una refrescante sensación de alivio en su dolorido trasero. Estaba desnudo y colgado; lo habían fustigado y había tenido que soportar la humillación de que orinaran sobre su cuerpo. Y sin embargo, el joven intuía que lo peor estaba aún por llegar. Hans fue hacia una mesa y volvió con uno de los ganchos de desollar. Se acercó a su rehén y le mostró el gancho a escasos centímetros de la cara.

-Mira, ¿sabes lo que es esto? En la Edad Media lo utilizaban para arrancarles la piel a los herejes. Es auténtico, lo compré en una subasta. ¡Te imaginas si este artilugio pudiera hablar, las cosas que nos contaría! – y lo acercó a la piel de la mejilla del bibliotecario- Te recomiendo que no te muevas mucho. Creo que este cacharro quiere conocer tu cuerpo.- Y apoyando el dorso del extremo del gancho, comenzó a deslizarlo por la piel del rostro de Roberto.

El joven no se atrevía casi ni a respirar. Hans paseó el gancho metálico por su cuello y continuó descendiendo. Al llegar al pecho, se entretuvo jugueteando con el vello unos instantes. Luego se dirigió hacia el pezón izquierdo. Allí le dio la vuelta al gancho y lo hincó en el propio pezón. Roberto sintió una punzada de dolor, y el pezón sangró unas gotas. Hans lo tenía bien enganchado y ahora comenzaba a tirar del pezón hacia arriba, poniendo a prueba su elasticidad. Mientras le manipulaban el pezón, Roberto intentaba disimular su excitación, pero su polla, otra vez turgente, hablaba a las claras. Hans sonreía debajo de su capucha y tiró un poco más del gancho hacia arriba. El pezón permanecía unido al pecho por una estrecha tira de piel que estaba a punto de estallar por la tensión. El placer se había transformado en un dolor lancinante.

Roberto sintió entonces que la "garra de gato" abandonaba su pezón y continuaba en su viaje descendente. Tragó saliva. Incorporó su cabeza con dificultad y vio que el gancho había llegado hasta sus genitales. Con enorme pericia, Hans comenzó a jugar con las pelotas de Roberto; el gancho jugaba con el abundante pelo y de vez en cuando atrapaba un pliegue de la rugosa piel de los testículos, aunque sin llegar a pincharla. Roberto se estaba volviendo loco: aquel gancho infernal podía dejarle sin bolas en un mal movimiento, y sin embargo las caricias que le proporcionaba le estaban transportando al cielo. Su polla no dejaba de endurecerse. No contento con eso, el gancho prosiguió su viaje, hasta asomarse al orificio anal de Roberto. Allí Hans apoyó el gancho con enorme delicadeza. El chico sintió cómo la extremidad del instrumento se introducía fría y tiernamente por su esfínter.

Hans arrimó un foco a la escena, para que la cámara captara el instante con la máxima fidelidad. Luego indujo un suave movimiento rotatorio al gancho, apenas rozando las paredes del orificio, que primero respondió contrayéndose, pero que más tarde se abrió, mostrando sus sonrosadas paredes a la cámara. Roberto creyó que aquel sádico lo violaría con el gancho y pensó que no sería capaz de soportar el dolor, pero en vez de eso, Hans extrajo el gancho con cuidado y se dirigió una vez más hacia el rincón de los instrumentos de tortura.

Esta vez volvió con un maletín, cuyo contenido mostró a Roberto.

-¡Mira! Esto lo encontré en una tienda de antigüedades.- En el maletín había nada menos que una colección de consoladores de marfil de diferentes formas y tamaños.- Parece que en aquella época también les gustaba divertirse metiendo cosas por el culo a la gente. Aunque no sé si es mucha diversión que te metan algo como esto.- y riendo, tomó entre sus manos una barra del grosor de un puño.

Roberto sintió todo su cuerpo bañado en sudor.

-No te preocupes- prosiguió Hans- empezaremos por algo más pequeño, no queremos romperte el culo todavía. ¿Qué prefieres, el pequeño sin lubricante o uno de los medianos con lubricante?

-Con lubricante-, se apresuró a contestar Roberto.

De inmediato, Hans tomó un consolador con forma de pera y lo embadurnó con vaselina. Lo acercó a la cámara y luego a Roberto; por el extremo más delgado tan sólo mediría 1 cm de diámetro, pero se iba ensanchando hasta tomar el calibre de una pera grande. Hans le abrió bien de nalgas y se lo ensartó de un solo golpe sin previo aviso. Todo el cuerpo de Roberto se convulsionó de dolor. No contento con eso, Hans, que tenía el consolador bien sujeto con dos dedos por el extremo grueso, comenzó a removérselo con fuerza en el interior del cuerpo del chico.

Ahora sí que Roberto no podía evitar aullar de dolor, y cuanto más aullaba, con más saña agitaba el alemán el objeto que tenía inserto en su canal. Tras unos cuantos minutos de tormento, por fin el joven logró que su esfínter se relajara lo suficiente para mitigar el dolor. Pero el amo observó esto, y lo agarró de la polla pajeándole con furia, consiguiendo que el esfínter volviera a cerrarse como un candado. Roberto sintió una oleada de placer a pesar del dolor que se concentraba en su ano. Mientras le frotaba arriba y abajo la verga, Hans continuó removiendo el consolador, aunque la tensión del esfínter apenas dejaba que éste se moviera ni una pulgada.

Por fin, el ano de Roberto se entregó y los gemidos de placer del joven se hicieron más y más audibles. Antes de que pudiera llegar a correrse, Hans detuvo la paja y extrajo el consolador del culo. Lo limpió con un paño y lo guardó cuidadosamente en el maletín. Seguidamente agarró uno de los consoladores más gruesos, uno alargado cuya superficie estaba llena de ondulaciones que hacían su diámetro muy variable.

El alemán empezó a metérselo poco a poco, mientras todo el cuerpo de Roberto se perlaba de sudor. La tensión dentro del ano le resultaba prácticamente insoportable. Roberto sentía que su cuerpo se volvía del revés. Uno por uno, los gruesos nodos del consolador fueron traspasando el esfínter del joven esclavo, y cada vez que lo hacían, sentía unos dolorosos calambres que, partiendo de su vencido ano, se hacían dueños de sus muslos, sus rodillas, y así hasta llegar a las puntas de los dedos de ambos pies, como si se tratase de una descarga eléctrica. Luego llegaba una parte menos gruesa y eso le permitía relajarse y tomar aire para el siguiente nodo. Cuando ya habían ingresado cuatro de estos ensanchamientos del consolador, Roberto sentía su culo invadido por un verdadero ejército.

El alemán le abrió bien las nalgas, para comprobar concienzudamente que aquel consolador no podía entrar ya más. El mango apenas asomaba por fuera y se dio por satisfecho:

-Muy bien, chaval, te has ganado tu premio. Toma, chupa cuanto quieras.- Se sacó la polla, de nuevo bien tiesa, y se la metió otra vez en la boca. Roberto succionaba como si fuera un biberón de leche, mientras Hans le acariciaba el pelo con una mano. Roberto se sentía totalmente empalado, como si un segundo esqueleto se hubiera introducido por su canal anal, poniéndolo bien firme. Se hallaba invadido por el culo y por la boca, donde el alemán había iniciado un poderoso vaivén de penetración. La cabeza de su descomunal polla se dedicaba a explorar la cavidad bucal del chico, ya fuera chocando contra su paladar o contra la mucosa de las mejillas, ya traspasando abruptamente el umbral de la garganta, tras dejar en su camino gruesas gotas de líquido preseminal que quedaban adheridas a la faringe.

Roberto estaba sumido en un placer que nunca hubiera soñado, por la manera en la que aquel hombre lo estaba poseyendo, y aún más porque percibía el inmenso placer que estaba proporcionando a Hans con su mamada, abandonado a la lujuria, los ojos cerrados y la lengua carnosa asomando entre los fruncidos labios. Totalmente fuera de sí, el alemán había tomado la cabeza de Roberto con las dos manos y le follaba la boca tal y como si se tratara de un culo. El joven se defendía como podía de las embestidas de aquel animal, pero frunciendo los labios con fuerza sólo conseguía acrecentar el placer de su amo, y éste redoblaba aún más el ritmo.

El chico estaba deseando que llegara el momento de catar el semen de Hans. En un momento, notó que éste estaba a punto de explotar en su boca. Sin embargo, el hombre se contuvo a tiempo para extraer la polla, y sólo cuando estuvo fuera de su boca, apuntando al cuerpo desnudo y convulso de Roberto, sólo entonces, se masturbó brevemente y su esperma voló por el aire, cayendo profusa y desordenadamente sobre el tronco y la cara del joven.

Roberto relamió como pudo la lefa que llegó hasta su boca, mientras sentía el resto de la descarga deslizándose fluidamente sobre la piel de toda su anatomía.

Y a pesar de que él no había llegado a correrse y que aquella barra ondulada y gruesa continuaba aún formando parte de su cuerpo, el joven bibliotecario sintió que un estado de placidez y hasta sopor lo invadía, y dejó que sus ojos se cerraran.

Luego escuchó hablar a Hans, pero no era a él a quien se dirigía. Abrió los ojos y observó al alemán de pie junto a su culo, hablando por un teléfono inalámbrico con alguien, mientras se limpiaba la polla tranquilamente con un paño blanco de algodón.

-Sí, aquí le tengo, no te preocupes que no se va a ningún lado.- comentaba con ironía.- Sí, es justo como a ti te gustan.- Roberto comprendió que su amo tenía un cómplice.- Aquí te espero, hasta luego.

El alemán abandonó la sala dejando a Roberto solo y colgado del potro, con el mango del consolador todavía asomando entre sus glúteos, el cuerpo brillante por el sudor y los pegotes de semen que el alemán se había ocupado de extender por toda su piel.

-Espera, no me dejes aquí sólo- chilló.

Hans volvió sobre sus pasos para propinarle una nueva nalgada.- Te he dicho que ni una palabra- Luego lo amordazó empleando el mismo paño con el que se había limpiado la polla. Roberto cerró los ojos y se quedó entretenido aspirando el intenso aroma a esperma de la tela.

En un plazo breve apareció de nuevo Hans, pero esta vez venía acompañado de un hombre alto y delgado, con la cabeza completamente rasurada. Venía acalorado y ni siquiera había tomado la precaución de taparse la cabeza para aparecer ante las cámaras, que continuaban rodando. El hombre se acercó hasta Roberto y se rió al observar la expresión de pánico de éste. Le quitó la mordaza.

-¿Qué tenemos aquí?- y le cogió la polla con una mano. Mientras le masturbaba le decía –Eres una puta y te gusta que te soben, ¿eh?-

Roberto sentía cómo su polla se ponía de nuevo en acción. También tenía muy presente el grueso mango que lo horadaba y cómo su ano se cerraba en torno a él con todas sus fuerzas.

-¿Dónde lo encontraste?- dirigiéndose a Hans- Es una auténtica zorra.

-En la biblioteca municipal.

-¿En la biblioteca? Ja, ja- rió el hombre, que hablaba con acento local.- Siempre has tenido buen ojo. ¿Qué le has metido, el pequeño?- continuó.

-No, el grande con nudos.

-Joder tío, qué bestia, seguro que ya le has roto el culo. ¿Es que no has dejado nada para mí?

-¡Qué va! Se lo ha tragado como un campeón. Y no veas cómo la chupa de bien, he tenido una corrida bestial.

-¿Te has corrido ya? Mmm. No te importará entonces que me lo folle yo ahora, ¿no?

-Por supuesto que no. Para eso te he llamado. Después de meterle esa aldaba, había que buscar algo aún más grueso que lo superara.- Y ambos rieron. Roberto se imaginó que se estarían refiriendo a la polla del calvo pero no podía creer que eso fuera posible. Nunca había visto una polla como la de Hans, ni siquiera en fotos, y estaban hablando de algo que lo superaba en tamaño.

-Joder tío, me voy a desnudar, este chaval me está poniendo a tope- dijo el calvo.- y comenzó a despojarse de la ropa.

Aquel nuevo amo tenía algo de extraño que Roberto no alcanzaba a descifrar, algo en su apariencia que lo inquietaba. Cuando el hombre se quitó los pantalones y los calzoncillos, la incertidumbre de Roberto no se resolvió. La polla, que ya estaba medio erecta, era grande, pero no tanto como había temido y en todo caso, no como la de Hans. El calvo arrimó la polla a su cara y se la metió en la boca a Roberto, quien la aceptó de buen grado. El chaval estuvo chupeteándola y explorando todos los pliegues del prepucio con la lengua, deleitándose asimismo con el intenso olor de los huevos.

-Es verdad, ¡qué bien la chupa! Tiene una boca de primera.

Roberto notaba cómo el calvo se iba excitando progresivamente. El calibre de la polla crecía y crecía dentro de su boca y sus glúteos comenzaron a contraerse rítmicamente proyectando una y otra vez su pelvis contra la cara de Roberto.

-Joder, no quiero correrme todavía, puta.- y le sacudió un bofetón. El golpe sorprendió a Roberto y lo dejó paralizado.

El calvo alejó la polla de su boca y continuó desnudándose, ya que sólo se había quitado la parte de abajo. Ahora se deshizo de su chaqueta y comenzó a desbotonar la camisa. Roberto se incorporó lo poco que pudo para observar el cuerpo desnudo de su nuevo amo y se llevó una sorpresa: aquel hombre era manco y llevaba una prótesis en el brazo izquierdo, una mano postiza. Lejos de producirle asco, la visión de aquella rareza consiguió excitarlo aún más.

El hombre se le acercó otra vez, ahora ya completamente desnudo, pero en lugar de ir hacia su boca se concentró en el culo de Roberto. Tomó el mango del consolador que aún lo perforaba, y comenzó un movimiento de mete-saca intenso. Mientras, con la mano postiza, asió la polla endurecida y sensible del chaval y comenzó a frotarla con rabia. La mano de plástico no tenía apenas juego, pero el estrecho espacio entre el pulgar y el resto de los dedos permitía que la polla se deslizara a su través, proporcionando a Roberto una sensación placentera poco habitual. Además, se había embadurnado la prótesis con lubricante.

Hans observaba todo esto a través del visor de la cámara, aunque Roberto estaba demasiado ocupado como para darse cuenta de que la polla del alemán ya pugnaba por salir de nuevo del pantalón de cuero.

El calvo seguía castigando el culo del joven, y no sólo metía y sacaba el descomunal consolador, también lo removía dentro como se remueve con el cucharón una olla en la que se cocina un plato suculento y caliente, a fuego lento. El ano de Roberto se había dilatado enormemente, pero no por ello dejaba de volver a contraerlo una y otra vez, goloso, acompañando los vaivenes del monstruo al que acogía, como si fuera un compañero de baile al que se abraza íntimamente.

El rostro del bibliotecario era un poema, sus ojos cerrados para poder concentrarse aún más en el infinito placer, los labios dibujando el contorno de una polla en aquel momento ausente, su lengua recorriendo incansable el relieve de sus labios. Cuando abrió los ojos, observó a Hans, que presa de la excitación más animal, había abandonado el cuidado de la cámara, se había bajado otra vez los pantalones, y se aproximaba con una erección de caballo hacia su cara. Roberto abrió la boca y lo acogió en ella, deleitándose en aquel tronco de fuego que ya echaba de menos. Lo cubrió de saliva y lo besó, lo engulló con agilidad para escupirlo de nuevo. Luego lo miró fijamente, su superficie brillante y tensa, una fina capa de precum lo cubría y sobre ella cayó un hilo de la baba de Roberto. Con la mirada suplicó al alemán que le soltara las manos, para poder ocuparse de aquella verga como se merecía, no sólo con la boca.

Hans aceptó a soltarle solo la mano derecha, que se fue derechita a masajear los huevos del alemán. La polla estaba ya en su máxima erección y Roberto depositó sus labios en la punta del glande; miró a los ojos del dueño de aquella enorme verga y se dijo: -Ahora vas a saber lo que es disfrutar con una mamada-

Su cabeza avanzó lentamente, mientras la polla iba desapareciendo dentro de la boca. El alemán sintió cómo su glande tocaba el paladar blando del chico y no aguantó más, de un fuerte empellón con las caderas le metió el miembro hasta los huevos. Roberto aguantó bien la embestida y permaneció por un momento quieto, sintiendo su garganta habitada por aquella longaniza palpitante. Fue sacando la polla de la boca lentamente, con sus labios apretando y succionando fuerte, pero la verga no estaba dispuesta a salir de aquella madriguera caliente y húmeda. De un nuevo golpe de cadera, se volvió a ensartar hasta la faringe. Asiendo con la mano libre el tallo de la verga, Roberto hizo un intento de controlar el movimiento de Hans, pero éste ya estaba fuera de sí, y había comenzado a bombear adelante y atrás frenéticamente, sin preocuparse de darle a su esclavo ni tiempo para respirar. Roberto sólo podía continuar chupando, mientras con la mano libre le acariciaba el culo y los huevos. Esto hizo que Hans empezara a gemir audiblemente.

Pero lo mejor estaba por llegar. El calvo, harto de jugar con el consolador de nudos dentro del culo de Roberto, se lo extrajo de golpe, causándole así una indescriptible sensación de vacío. Roberto dejó de chupar un momento y se incorporó para quejarse, pero lo que vio lo dejó helado. El calvo se había soltado las sujeciones de la prótesis, arrojó ésta a un lado y se disponía a penetrarle ¡con el muñón desnudo!

Roberto se quiso morir, porque el muñón tenía más o menos el grosor del brazo. Pensó que aquello le rompería el culo por completo. El calvo cogió el bote de lubricante y se embadurnó el muñón abundantemente. Luego le abrió bien a Roberto las nalgas y le dijo: -¡Relájate, chaval, vas a saber ahora lo bueno que es esto! Roberto hizo todos los esfuerzos que pudo para mantenerse tranquilo y relajar su esfínter al completo, pero los nervios lo atenazaban. Nunca lo había penetrado algo de ese tamaño. Pronto notó la presión del muñón sobre el orificio externo, empujando, ayudado por el lubricante, pero aún así incapaz de dar paso a semejante intruso.

El hombre calvo apartó el muñón un momento, con la otra mano tomó una buena cantidad de lubricante y se la metió en el recto con la ayuda de tres dedos. Roberto toleró esta maniobra bastante bien y se relajó un poco más. El calvo enfiló de nuevo el muñón contra el agujero, pero a pesar de sus esfuerzos, aquello no progresaba. Hans perdió la paciencia:

-¿A qué esperas?

-Está demasiado cerrado, no le cabe.

-Da igual, ¡viólale!- y como quiera que el calvo dudara, insistió: -¡Rómpele el culo si hace falta!

Roberto se preparó para lo peor. El calvo le metió treinta centímetros de muñón de un solo golpe.

-¡Aaaaaaaah!- el grito de Roberto debió de oírse hasta en la calle.

-Ya está todo dentro, chaval- le dijo Hans, mientras le acariciaba la cabeza cariñosamente. Pero enseguida recuperó el tono autoritario: -¡Venga! ¡A chuparla otra vez!- le metió la verga en la boca y Roberto, aun medio ausente debido al inmenso dolor, se la empezó a chupar de nuevo. Mientras se la mamaba a Hans, sintió que el muñón se retiraba lentamente de su recto. También sintió algo líquido corriendo por sus muslos hacia el suelo y supuso que estaba sangrando por el ano, que le ardía.

Poco a poco, el dolor del ano fue apagándose, y sin llegar a desaparecer del todo, se hizo más tolerable. Entre lo poco que le permitía ver el cuerpo de Hans que se estrellaba incansablemente contra su cara, observó al dueño del muñón preparándose para introducírselo nuevamente, mientras se masturbaba. La segunda vez no resultó tan dolorosa, y en sucesivas ocasiones, Roberto comenzó a sentir una sensación de placer que iba superponiéndose al dolor, y supo que se correría sin llegar a tocarse su propia polla.

Pero antes, quería probar el sabor de la lefa de Hans, esta vez no pensaba dejar escapar ni una gota de su semen. Cuando sintió que el alemán estaba a punto de terminar, se abrazó a su culo con la mano libre e impidió que se retirara, obligándole a correrse dentro de su boca. El alemán forcejeó, intentando librarse del abrazo del joven, pero al comenzar a correrse, sus fuerzas flaquearon y se abandonó dentro de la boca, dejando que toda su leche se alojara a borbotones en la garganta de Roberto. Unas gotas de esperma llegaron también volando hasta su cara, pero estas no eran de Hans, sino del calvo, que había terminado su paja regando el cuerpo desnudo y maniatado de Roberto. Y fue al sentir cómo el calvo sacaba el muñón de su culo cuando la polla de Roberto empezó a manar leche y más leche, llenándolo todo, inundando su cuerpo tendido y desbordando sus confines hasta manchar el suelo en un goteo fluido y caliente.

Los dos hombres desataron al joven, lo bajaron del potro de tortura y lo obligaron a ponerse de rodillas. No hicieron falta palabras para que el chico comprendiera lo que tenía que hacer ahora: cogió primero la polla de Hans, todavía gorda y medio dura, y la lamió con su lengua hasta dejarla limpia de cualquier resto de semen. Luego se aplicó de igual manera con la verga del calvo. Al completar la operación hizo ademán de ponerse en pie, pero los dos hombres se lo impidieron. Ambos permanecieron sujetando sus pollas con la mano, aguardando sin duda a que la vejiga se les aflojara y orinarle encima. Roberto aguantó estoicamente esta última humillación, pero Hans le exigió además que abriera bien la boca para tragar parte del chorro y Roberto no supo decir que no.

Por último, mientras ellos se vestían, le entregaron sus ropas para que se secara un poco los restos de orina y semen y para que se vistiera.

Mientras el calvo se limpiaba el muñón con un trapo, Roberto observó atónito el diámetro de lo que le habían metido por el culo. Antes de abandonar la casa, Hans le dijo que podía volver cuando quisiera, pero que la siguiente vez pensaba penetrarlo con el consolador que no había sacado de la caja, el más grande de todos, que era al menos dos veces más grueso que el muñón de su compañero. Roberto huyó despavorido de la casa ante aquella perspectiva. Los días pasaron y los daños que había sufrido Roberto lo tuvieron con dolores durante una buena temporada. No obstante, una vez se hubo recuperado por completo, le sobrevino la idea de regresar a aquel sótano infernal. Quizás nunca habría sucumbido a la tentación si no llega a ser por Hans, quien reapareció un buen día por la biblioteca con ganas de guerra.

-Dedicado a mi amigo Roberto, quien no sé si habrá vivido alguna vez una experiencia semejante, pero al que seguramente le gustaría probar algún día.