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Patrón y grumete (4ª parte)

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Patrón y grumete (4ª parte)

Don Andrés oía los timbrazos sin terminar de decidirse a abrir la puerta.

Allí se encontraba él, completamente desnudo, su cuerpo aún sudoroso; la polla ya se iba relajando entre sus muslos pero el intenso color rojizo de su cabeza y unos hilillos blancos de lefa delataban que acababa de correrse.

Pensó en taparse un poco y encontró un batín sobre la cómoda de la entrada.

Volvió la vista hacia el piso de arriba, donde estaba el dormitorio en el que había dejado a Aitor, con toda su juventud esplendorosa expuesta sobre la cama, las manos aún atadas a la espalda y el culo recién profanado.

-Por lo menos he cerrado la puerta del dormitorio- pensó.

Fuera de la casa Julio seguía tercamente con sus timbrazos. Parecía alterado.

-Ábreme Andrés, sé que estás ahí dentro. He visto las luces. Te estoy oyendo.

Don Andrés se echó el batín encima tapándose como pudo las vergüenzas. Echó un último vistazo a la escalera que conducía al piso de arriba. –Estando atado no creo que se levante y con la puerta cerrada espero que no oiga nada- pensó.

Abrió finalmente la puerta de la casa y Julio se precipitó al interior dando voces. Don Andrés percibió enseguida un fuerte olor a alcohol.

-¿Qué haces descalzo?- le inquirió Julio en tono desagradable.

-¿Qué quieres, Julio, a qué has venido?- le contestó don Andrés.

Julio no paraba de dar vueltas por el recibidor. –Seguro que estabas viendo porno en internet y haciéndote una paja… Eres un cerdo…

-Estás borracho- fue la única contestación de don Andrés, manteniendo la calma.

-¿Qué es esa mariconada de bata que llevas encima? Seguro que debajo no llevas ni siquiera gayumbos…- Julio alargó una mano hacia la entrepierna de don Andrés, quien la interceptó antes de que llegara a su destino.

-¡Estate quieto! ¿Qué haces?

-Qué pasa…, si a todos los maricones os encanta que os toquen los huevos, no te hagas la estrecha.

-¿A qué has venido, a insultarme?- don Andrés se alejó un paso- será mejor que te vuelvas a tu casita a dormir la mona.

-No estoy tan borracho como para no saber distinguir a un maricón. ¿Qué te crees, que no lo sabe todo el mundo?¿Que tu mujer te dejó por ser un pu-to ma-ri-cón?

Estas últimas palabras recalcadas a su oreja fueron la gota que colmó el vaso de la paciencia de don Andrés. Había logrado enfurecerlo, agarró de un brazo a su antiguo vecino y amigo y se lo retorció a la espalda, empujándolo contra el sofá.

-Ah, ¿si? Pues este maricón te va a romper el brazo si no dejas de gritar y decir gilipolleces.

Julio intentó resistirse pero don Andrés era mucho más fuerte y estaba en mejor forma. Lejos quedaban aquellos veranos en que los dos practicaban juntos deporte, en el club de tenis o en la piscina. Por aquel entonces Julio estaba en muy buena forma y no había echado aún esa barriga cervecera que tenía ahora.

Aún así, don Andrés reconoció el cuerpo que tantas veces había fisgado secretamente en las duchas comunes. Julio era algo más bajo que él y de complexión más robusta, por no decir rechoncha. Sin embargo tenía un culo respingón y cubierto de vello que don Andrés recordaba muy bien. Más de una vez se había masturbado en aquella época pensando en ese culito, pero por supuesto nunca se atrevió a insinuarse porque su vecino y amigo Julio era un reconocido homófobo.

Ahora empezó a notar que la resistencia de Julio cedía por fin y lo soltó sobre el sofá.

Julio lo miraba desde abajo mientras lloriqueaba:

–Casi me  rompes el brazo, cabrón.-  El efecto del alcohol empezaba a domesticarlo un poco. –Primero te follas a mi mujer y ahora me rompes el brazo, ¡qué hijo de puta!

-¿A qué cuento viene ahora eso de tu mujer? –replicó don Andrés.

-Tú lo sabes mejor que yo. Laura misma me lo confesó, que te la follaste mientras yo estaba de viaje.

-No sabes lo que dices, Julio.

-Puedes disimular todo lo que quieras. Yo pensaba que eras mi amigo y tú mientras te la follabas y hasta le hiciste un hijo.

Don Andrés no supo qué contestar ahora. Julio prosiguió con su perorata, arrastrando la lengua al hablar:

-Laura también me lo dijo, que Aitor no es hijo mío, sino que fuiste tú el cabrón que la dejó preñada. Tenía que haberlo sospechado, porque Aitor es tan mariconazo como tú. Lo ha sido siempre, desde que era un niño, por mucho que he intentado enderezarlo. Un día, con quince años, lo pillé pajeándose con una revista con tíos en bolas. Me puse como una fiera, eso sí, saqué el cinturón y me despaché a gusto…

Don Andrés no le dejó terminar, se abalanzó sobre Julio y le retorció el brazo otra vez, pero ahora con todas sus fuerzas. –Serás cabrón, vas a pagar todo lo que le has hecho a Aitor…

Forcejearon de nuevo, pero esta vez Julio logró escurrir el brazo derecho y atrapó por las pelotas a don Andrés, quien quedó inmóvil.

-No entiendo- continuó Julio- con lo maricón que eres y no te empalmas…

Pero la sonrisita irónica que siguió a estas palabras se le congeló en la cara cuando ambos comprobaron, don Julio y don Andrés, los antiguos amigos y vecinos, quienes tantas horas habían compartido juntos años atrás haciendo deporte, desnudándose el uno al lado del otro en las duchas de los vestuarios, saliendo a dar una vuelta o tomando el sol en la playa junto a sus mujeres, ambos comprobaban ahora en este preciso momento, que quien se había empalmado ahora con el roce de los cuerpos era nada menos que Julio.

Y es que la polla de Julio se había endurecido hasta levantar una monstruosa tienda de campaña en la entrepierna de sus bermudas. Don Andrés dijo entonces:

-Vaya, Julio, ¡qué sorpresa!, si parece que eres todavía más maricón que homófobo.

Y sin perder tiempo, le desabrochó el botón del pantalón y de un tirón le bajó hasta los tobillos pantalón y gayumbo juntos, dejando al aire la evidencia erecta de lo cachondo que le había puesto el forcejeo con don Andrés.

Julio se quedó paralizado, como si su propia polla fuera una bestia salvaje que lo estuviera amenazando, incrédulo al ver cómo había sido descubierto un secreto que tenía guardado en un recóndito lugar al que ni siquiera él se atrevía a acceder casi nunca.

Don Andrés reía ahora con ironía: -Siempre me gustó este culito tuyo- y le estampó un par de sonoras palmetadas.

Julio seguía paralizado mientras don Andrés lo desnudaba por completo, la polla en todo momento como una piedra.

Luego se quitó él el batín quedando también en pelotas. Empujó a Julio contra el brazo del sofá, doblegándolo hasta que el culo respingón y peludo quedó a su merced y comenzó a restregar su polla aún blanda por la oscura raja entre los glúteos.

-¿Verdad que te gusta esto, eh? Seguro que te has preguntado muchas veces qué se siente con una polla metida por el culo- llevó una mano hasta la polla de Julio para ver si seguía empalmado y comprobó que no sólo estaba empalmado sino que la polla palpitaba y comenzaba a echar algo de precum.

-Pues si que lo estás disfrutando para ser un macho hetero…- y le largó otra buena cachetada en las nalgas.

En ese momento recordó que tenía a Aitor arriba y confió en que no estuviera oyendo nada de todo aquello. Tampoco tenía ganas de detenerse ahora. Su polla comenzaba a cobrar vida de nuevo y quería darle una buena lección a ese tipo que se dedicaba a maltratar a su hijo sólo porque era gay.

Lo que no sabía don Andrés era que Aitor había logrado desatarse, había salido silenciosamente de la habitación y contemplaba aquella sorprendente situación escondido en el rellano de la escalera.

Desde ahí podía ver perfectamente al que hasta hacía poco había considerado su padre, Julio, inclinado en bolas sobre el brazo del sofá, con don Andrés, su auténtico padre, preparándose para ensartarlo con su verga y lo que más le sorprendió fue ver lo empalmado que estaba Julio y cómo parecía moverse instando ansiosamente a don Andrés a que lo penetrara de una vez.

Aitor, venciendo el miedo a ser descubierto, se asomaba desde la escalera que conducía al piso superior, al principio con mucha cautela, sin terminar de creer lo que veía, pero en poco tiempo, cautivado por el morbo de la escena entre los dos hombres que habían simbolizado para él la virilidad y ahora se entregaban al goce prohibido de sus cuerpos desnudos, dejó que la sábana que lo cubría resbalase hasta sus tobillos, quedando él también en pelotas, la mano izquierda pajeando ya enérgicamente su polla nuevamente erecta.

Sin perder de vista un solo detalle vio cómo don Andrés se chupaba un dedo y lo introducía por el recto de Julio, con la determinación de quien mete el dedo en una bañera caliente para comprobar la temperatura y comienza a remover el agua con el dedo. El movimiento de ese dedo dentro de sus entrañas hizo que Julio gimiera ruidosamente.

-¿Esto es lo que te gusta, eh, cabrón?-le espetó don Andrés, mientras continuaba su mete-saca. –Goza, que lo siguiente va a ser mi polla y te va a doler un poco.

-Sí, por favor, méteme ya la polla- Aitor escuchaba a Julio y no lo reconocía. Parecía una perra en celo, él que siempre había echado pestes de los homosexuales, y ahora mostraba aquella cara oculta.

Aitor aceleró el ritmo de su paja mientras abajo don Andrés empitonaba el ojete palpitante de Julio con su gorda verga, y una vez metida dentro la cabeza, dio un fuerte empellón con las caderas ensartándole hasta el último centímetro de polla.

Julio arqueó violentamente su espalda, como si la polla no sólo hubiera penetrado en su recto sino que le hubiera empalado toda la columna. Pero, a pesar del dolor, el morbo era tal que él mismo comenzó enseguida a culear hacia delante y hacia atrás, ayudando a don Andrés en una follada que cada vez era más rápida y más profunda.

Don Andrés sudaba de nuevo. Aitor estaba tan excitado que creyó que se iba a correr, pero logró contenerse. Un movimiento de don Andrés fijó su atención, cuando este, sin sacar la polla del culo, se inclinó para recoger el pantalón de Julio y extrajo el cinturón de cuero negro de sus trabillas.

-¿No te gustaba educar a los gays a base de correazos, cabrón? Ahora vas a ver lo que es bueno.- Y sujetando el cinturón por los dos extremos juntos formó un lazo con el que comenzó a amenazar a Julio, mientras continuaba reventándole el ojete sin tregua.

Julio no sabía qué era más intenso, si el miedo a la correa o el súbito deseo de recibir los cintazos sobre su culo indefenso. Mientras Aitor contemplaba la escena atónito, recordando cómo hace años su pretendido padre intentaba reeducar su homosexualidad a base de golpes y ahora estaba presto a cobrar con la misma moneda, don Andrés empezó a jugar con la excitación de Julio, deslizando la correa arriba y abajo primero por la piel desnuda de la espalda de su presa, la polla inmisericorde perforando su ojete una y otra vez, y luego acariciando las nalgas respingonas de Julio con la correa, haciéndole sentir el tacto frío y suave que precede al primer correazo.

Zas. El golpe en toda la nalga derecha sorprendió a todos por su fuerte eco. Don Andrés, sin dejar de follar (ahora estaba lanzado) miró un momento hacia la escalera, pensando que Aitor podría haber oído quizás el correazo.

Aitor no sólo lo había oído sino que se había acercado tanto por la escalera que ahora su auténtico padre lo había pillado espiando toda la escena y se quedó un momento inmóvil.

Al parar de ser follado, Julio volvió su cabeza y detectó él también la presencia de  Aitor, totalmente incapaz de entender qué hacía el chaval ahí, siendo testigo de su sometimiento y su humillación. Luego se percató de la desnudez de Aitor y le recriminó a don Andrés: -¡Eres su padre y te lo has tenido que follar también, dais asco!a Aitor. Q¿Quericorde perforandoolviescena y se quederos respingonas de Julio con la correa, haci polla inmisericorde perforando

La única respuesta que se le ocurrió a don Andrés fue tenderle la correa a Aitor.

El chaval se acercó hacia Julio. Aquel hombre había sido su supuesto padre durante todos esos años y lo había martirizado simplemente porque le gustaban los tíos. Ahora estaba ahí desnudo y expuesto, una polla como de acero lo sujetaba por el culo y quizá había llegado el momento de ajustar cuentas.

Aitor acarició la espalda sudorosa y caliente de Julio con el cinturón, pero cuando parecía que estaba calculando dónde descargar el primer golpe, dijo:

-Esta correa ya ha hecho bastante daño.

Y renunciando a asestarle un correazo más que merecido, se subió de pie al sofá, colocándose frente al hombre que lo había criado, de tal modo que la cara de Julio quedaba a escasos centímetros de su polla; pasó la correa por detrás de la nuca de Julio y tirando de ella empujó la cabeza de éste hacia delante, sintiendo como su polla entraba directamente por la boca de Julio hasta la garganta. –Esto te va a gustar mucho más- dijo.

Ambos Aitor y don Andrés, padre e hijo reencontrados, comenzaron a bombear al unísono, cada uno a un extremo del cuerpo de Julio, la polla del hijo deslizándose adelante y atrás entre los labios apretados, la polla del padre hundiéndose como una espada de carne a través del esfínter del ano, mientras ambos se miraban a los ojos con complicidad, disfrutando del mismo momento y la misma sensación.

Julio se dejaba hacer, atrapado entre aquellos dos sementales con sus afiladas vergas que lo atravesaban y parecían querer reunirse dentro su cuerpo, sintiendo que los dos hombres lo poseían en todo su ser y disfrutando de la sensación inigualable de entregarse por completo.

Finalmente, padre e hijo estallaron en un orgasmo casi simultáneo derramando hasta el último grumo de esperma que quedaba en sus huevos dentro de la boca y el culo de Julio, quien cayó tumbado boca arriba entre los pies de padre e hijo, pajeándose furiosamente y se corrió también entre ruidosos gemidos.

En aquel momento, mientras se secaban el sudor y el esperma y recuperaban la respiración, los tres hombres supieron que una etapa de su vida se cerraba y otra comenzaba.