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Escuela de dolor

en Sadomaso

A los pies del estrado seis mujeres formaban una hilera. Vestían tan sólo una especie de túnica blanca que parecía sujetarse por la parte de atrás del cuello y como pude observar más tarde no llevaban ninguna clase de ropa interior. Calzaban unas ligeras sandalias, también blancas, prácticamente planas.

Detrás de cada una de ellas había una especie de mesa no muy grande, cuyo uso yo en aquel momento ignoraba.

Se las veía inquietas, nerviosas, e incluso una de ellas estaba temblorosa como un flan. Poco después supe que dicha mujer no estaba allí por decisión propia sino por la de su marido, el cual la había inscrito como si ella fuese una niña pequeña que tiene que ir a la escuela.

Había más mujeres en aquel lugar que estaban en situaciones parecidas a la de esta, las enviaban sus parejas, que habían adoptado el papel de sus Amos. Otras habían ido por decisión propia pactada con su pareja y otras últimas por decisión propia, simplemente para iniciarse y aprender.

Allí no se enseñaba a las mujeres a ser sumisas y obedientes, para ese tipo de educación existía otro lugar. Allí se les enseñaba a soportar el dolor y en la mayoría de los casos a disfrutar con él.

Por lo que pude ver, en aquel lugar se encontraban mujeres que o bien habían sido educadas ya en la escuela de sumisión o habían sido instruidas por sus Amos. Aunque algunas, las menos, eran totalmente neófitas y simplemente querían aprender con alguien que les diese seguridad y garantías...

Aquellas mujeres, o sus parejas, habían pagado grandes sumas de dinero por estar allí. Y al igual que habían venido podían irse. En el momento de entrar en aquel lugar habían firmado por lo que permitían que se les hiciese y de todas formas, podían decir "no" a cualquier parte de su educación. Si bien, por lo que poco a poco fui descubriendo, la mayoría aceptaba sin rechistar las enseñanzas que allí se les impartía. Después de todo, para algo habían pagado...

Sólo cuando el dolor o la humillación era insoportable, pedían que se suspendiese temporalmente ese capítulo de su educación. Pero sabían que estaban allí para superar sus límites y aprender a soportar y disfrutar de nuevas sensaciones.

Silvia y Alex eran los dueños y regentes de esa escuela y de la de sumisión. Ella se encargaba de la del dolor, él de la de obediencia.

Ellos eran un matrimonio maduro que para su suerte no sabían en que gastar la enorme fortuna que tenían, así que un buen día pusieron en marcha tan extraño negocio. Lo habían hecho por simple diversión y acabó resultando que aquellas macabras escuelas no tardaron en dar sustanciosos beneficios...

¿Cómo había llegado yo allí? Bueno, en realidad era una invitada, una mera espectadora casi accidental...

Alex y Silvia eran los padres de mi marido. Y un buen día, en una cena familiar en la que todos bebimos demasiado se descubrió el secreto. Un par de malos comentarios, la sensación de que mi marido me ocultaba algo, una terrible discusión y por fin la confesión de la existencia de aquel lugar...

Pero al final, lo que casi nos costó el divorcio acabó siendo una morbosa obsesión. Nada más fácil que mi marido convenciese a sus padres y se me permitiese asistir como espectadora a las escuelas...

La primera fue la del dolor y en ella pude ver tanto la presentación de aquel grupo de alumnas que se encontraban a los pies del estrado como luego la educación individual de algunas de ellas...

Esto fue lo que vi...

 

La presentación

Tras unos minutos de espera, apareció Silvia. Iba ataviada con un severo y largo vestido negro que hacía más contundente su generoso pero firme cuerpo. Un alto moño coronaba su cabeza. Caminaba con las manos entrelazadas en el bajo vientre. Parecía una perversa y estricta institutriz. Si lo que intentaba era intimidar a aquellas mujeres, desde luego lo consiguió. De hecho, hasta yo me encogí al ver a aquella mujer que siempre me había parecido una dulce matrona...

La seguían cinco hombres y una mujer, cargados con unas especies de maletines, los cuales mientras ella subía al estrado, se situaron cada uno, detrás de cada una de las alumnas.

Cuando Silvia comenzó a hablarles pude saber que aquellas personas eran las que se encargarían del cuidado personal de ellas. Poco tiempo después averigüé que el hecho de que un cuidador fuese mujer se debía a que la alumna era lesbiana al igual que su Ama...

Silvia les habló de las normas básicas del lugar, no fumar, no comer o beber más de los estipulado por los que fuesen sus maestros, no mantener relaciones sexuales más que cuando les fuese indicado o permitido...

Aquellas chicas estarían allí por el tiempo que habían pagado, lo que cada una aprendiese era cosa suya...

Se les explicó que cada día pasarían tres horas de entrenamiento por la mañana y otras tres por la tarde a diario exceptuando los domingos, días en los cuales además de descansar podían recibir las visitas de sus parejas. En sus horas libres podían hacer uso de las salas de ocio o del jardín. También se les explicó que una vez a la semana participarían en clases de educación común. A veces como espectadoras, pero otras siendo las disciplinadas...

Silvia no les dijo mucho más, simplemente que después cada maestro les indicaría otras normas individuales y específicas. Tras esto les indicó que pasarían a ser preparadas para el encuentro con sus maestros...

Silvia bajó del estrado y se sentó en una silla colocada en un lateral de éste, al lado de mí.

Acto seguido, los cuidadores depositaron los maletines en la mesa y procedieron a desnudar a las mujeres. Tal y como yo imaginaba las túnicas caían soltando unos enganches situados en el cuello. Cada cuidador recogió la túnica de cada una, la dobló y la colocó en una esquina de la mesa.

Un par de ellas trataron de cubrirse con las manos los pechos y la entrepierna. Una fue la chica lesbiana y otra, como supe después una neófita...

Los cuidadores de ambas, cogieron sus manos, y se las entrelazaron en la espalda mientras les decían algo que yo no pude oír. Ninguna de las dos hizo amago de volver a cubrirse.

Lo que sucedió después para cada una fue diferente...

La primera mujer, una morena madurita de contundentes pechos y trasero fue obligada a apoyarse de bruces contra la mesa. Tras unas palabras de su cuidador, abrió las piernas y con las manos separó sus nalgas dejando su intimidad totalmente expuesta.

El cuidador sacó una especie de arnés con una especie de consolador pequeño que parecía una copa de champagne alargada (después supe que se le llama plug o dildo). Sacó un frasquito de lo que resultó ser gel lubricante y se lo untó en el ano a la mujer...

Desde mi posición no veía muy buen lo que hacía el cuidador pero se podía intuir claramente que tras meterle un par de dedos untados con el lubricante, le introducía el consolador y lo aseguraba en su sitio amarrando el arnés al cuerpo de la mujer.

Hecho esto, el cuidador le permitió incorporarse y esperaron a que acabasen las demás...

El trato que estaba recibiendo la segunda mujer era algo más rudo. También había sido colocada de bruces en la mesa, pero su cuidador, o más bien su torturador, se estaba ensañando con su redondo trasero azotándola con una delgada pala. La mujer agarraba con las manos el otro lado de la mesa en un esfuerzo por no moverse de su sitio con cada cruel y sonoro azote. Me quedé embobada unos segundos mirando como las nalgas de la mujer pasaban del rosa al rojo...

Pero tampoco quería perderme lo que les ocurría a las demás así que desvié la mirada a la tercera mujer que era la lesbiana...

En el tiempo en que yo había estado mirando a las otras dos, su cuidadora le había colocado en cuello, muñecas y tobillos unas gruesas correas de cuero a las que estaban unidas unas anillas y en ese momento estaba pasando una gruesa cadena por cada argolla uniéndolas entre si de forma bastante tensa, lo cual después dificultaría los esfuerzos de aquella mujer al andar.

Cuando se aseguró de que todo estaba bien anclado, le dijo algo a la joven rubia que estaba a su cargo y esta sacó la lengua, desde donde estaba pude apreciar que la chica tenía un piercing en forma de aro atravesando su lengua...

La cuidadora cogió una cadenita muy fina con dos pequeños anclajes en cada extremo y uno lo pasó por el aro de la lengua y el otro lo sujeto en la argolla de la cinta de cuero del cuello de forma que quedase tirante y la joven tuviese que sacar mucho la lengua para no herirse.

Aquello me pareció aún más brutal que los azotes que estaba recibiendo todavía la mujer dos y cuyo sordo sonido y sus cada más audibles gritos no podía evitar oír.

Enseguida me di cuenta de que la preparación de la joven no había terminado. La cuidadora extrajo del maletín otro juego de finas cadenas que formaban una X. Cada extremo de la X terminaba en una pequeña pinza también metálica, las cuales fueron aplicadas en los pezones y en los labios vaginales de la chica, la cual no pudo evitar un pequeño grito cada vez que una de ellas se cerraba sobre su carne.

En medio de la X había una argollita de la cual, la cuidadora enganchó una última cadena cuyo otro estrena era como el que tiene las cadenas para perros. Estaba claro que aquello servía para conducir a quien lo llevase puesto produciendo además dolor con cada tirón...

Cuando por fin desvié mi mirada a la cuarta mujer, me la encontré a cuatro patas. En su cuello había una correa de perro y unida a esta una cadena que sujetaba su cuidador. También llevaba un pequeño bozal atado a su nuca.

De entre sus nalgas salía un objeto que luego supe que era de goma cubierto de pelo sintético que tenía la forma de un gran rabo de perro.

La mujer movía de forma casi frenética las caderas, como si quisiera liberarse de la cola, haciendo que se esta se moviese como si fuese una perrita feliz...

En ese momento, llevada por la curiosidad me dirigí a aquella mujer, que no me parecía mi suegra y tímidamente y le pregunté qué le pasaba a la mujer.

Ese rabo lo tiene sujeto al cuerpo mediante un consolador que le han metido por el culo. En vez de lubricante le han puesto una sustancia urticante que hace que le pique...

Me quedé helada (una vez más)...Me encontraba ligeramente mareada, pero en ese momento fui consciente de la quemazón que estaba haciendo estragos en mi entrepierna...¡estaba excitada!

En la quinta mujer no aprecié nada diferente, excepto que le habían recogido la larga melena castaña en un alto moño parecido al de Silvia.

Eso me sorprendió, y una vez más me acerqué al oído de mi suegra para preguntarle por ello.

Su maestro no quiere preparativos de presentación...

No le pregunté el porqué...

En aquel momento, cesó el ruido que provocaban los azotes que habían estado sonando durante todo el proceso. Levanté la mirada y me fijé en que la última mujer parecía estar también lista. Esta era aquella que había sido un mar de temblores al principio y que ahora parecía haberse calmado un poco, aunque su boca se torcía en un rictus de dolor.

Llevaba un conjunto de braga y sujetador de color blanco. Desde donde yo estaba parecía un tejido fuerte y ancho, pero no se apreciaba nada anormal, excepto que los pezones salían por unos agujeros de la prenda.

Miré a Silvia, pero no me atreví a preguntar. De todas formas no hizo falta...

Es ropa interior especial, por fuera parece normal y corriente. El truco consiste en el interior que lleva unas pequeñas puntas que se clavan en la piel. No hacen herida pero son molestas y dolorosas...

No fui capaz de decidir cual de los preparativos me parecía más cruel, exceptuando claro el de la chica a la que sólo habían peinado. Desde luego si hubiese tenido que elegir en ese momento hubiese sido por ella con quien me habría cambiado.

Unos días después cuando pude asistir a una de las lecciones de aquella mujer, cambié radicalmente de idea...

Todas estaban preparadas para el encuentro con sus maestros y fueron conducidas en fila hacia la puerta. No se cual de todas me dio más lástima, una con el arnés. Otra con el culo al rojo vivo. Otra con cadenas que impedían los movimientos fáciles y sin dolor, y además por tener la lengua tan brutalmente estirada no podía dejar de babear. Otra a cuatro patas y desesperada por desengancharse la cola de perro. Otra con aquel macabro conjunto de ropa interior...

La chica del moño sonreía ligeramente...Si hubiese sabido lo que le esperaba, seguramente no hubiese sonreído tanto...

Cuando por fin salieron todas, Silvia me miró un momento antes de decir...

No me preguntes nada. Si quieres averiguar más tienes permiso para asistir como espectadora a las clases que elijas. Quien sabe, tal vez hasta te acabe gustando todo esto y te acabes convirtiendo en una alumna...

Me sobresalté y fui a protestar cuando ella se levantó, me dedicó una extraña mirada sin decir más se marchó dejándome allí sola tratando de asimilar lo que había visto e intentando comprender porqué estaba excitada...

 

 

Para cualquier comentario podéis escribirme a estadovirgen@yahoo.es