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Crónica apológica a la buena mierda...

en Textos de risa

Pese a que no tengo tiempo para nada, decidí hacer un espacio para escribir este breve ensayo en el que intentaré explicar una posición filosófica. Lo hago como una necesidad del espíritu, ya que no encuentro en mi mujer la respuesta que creo adecuada para algunos conceptos que considero esenciales para la existencia.

Todo comenzó ayer. Pasé a su lado y le dije:

Voy a reencontrarme conmigo mismo-. Ella me contestó, displicente:

Bah, vas a cagar…

Tan obtusa mentalidad, tan necia forma de sentir, tal desprecio por los conceptos fundamentales del yo, ameritan este escrito.

Cagar es un acto natural. Excepto algunos insectos –como las sanguijuelas, garrapatas y ciertos funcionarios, que cagan para adentro. Es decir: que no cagan más que al prójimo chupándole la sangre (otra esencia a la que me referiré en otra circunstancia)- todos los seres cagan. Con las excepciones indicadas, todos los seres vivos, con mayor o menor regularidad, cagan. Tanto da que sea un Unicornio Azul, un miembro de Opus Dei o un Zulú: todos cagan.

Conceptúo entonces y como primer precepto, que sólo la mierda realmente nos iguala.

Pero voy más allá y digo: si cagar es natural, conviene definir la naturaleza natural de la cagada.

La mierda no es más que naturaleza muerta –aunque no tanto, porque sabemos que contiene bacterias, virus y otros bichos de sanidad envidiable, que permanecen vivitos y coleando (nunca mejor dicho) a veces durante años en su ámbito natural: la mierda-. Es el resultado de los frutos de la tierra, de los animales comestibles, que han dejado en nosotros sus más ricos y vitamínico-proteicos contenidos para dar perdurabilidad a nuestras vidas.

Afirmo que la naturaleza es entonces y en conjunto, una cagada. No realizada, no ejecutada, que aún no ha llegado a su etapa culminante en la que se transforma en vida para otros, que aún no ha sido mascada, digerida, convertida en bolo fecal y eliminada por el punto correspondiente. La naturaleza es una mierda en gestación; como anti-abortista que me confieso, concedo derecho a la vida a los embriones y declaro que: la naturaleza es una mierda.

La mierda es una naturaleza muerta que jamás nadie se atrevió a pintar. La humanidad tiene con ella una deuda de honor; vez habrá en que un Velásquez, un Da Vinci, un Peruggio moderno reivindique la figura y la plasme en una obra inmortal para la que propongo el rimbombante título de "Oda a la mierda" la que, pienso, podría ir acompaña de un aromático poema. (Aclaro que Peruggio es un amigo que se dedicaba a pintar graffitis contra Aznar hasta que le tocó la mili y lo hicieron mierda en Iraq. Le decíamos Peruggio porque era peruano y cuando le preguntaban su procedencia decía "yio Perú". Le rindo aquí mi homenaje).

Pero no quiero perderme en disquisiciones pues corro el riesgo de irme a la mierda en mis elucubraciones sobre tan importante asunto.

Definida la naturaleza natural de la mierda, corresponde analizar ahora su importancia metafísica (es decir: cómo se mete la física con la mierda).

Hete aquí que el mero acto de cagar (sublime consumación de la relación visceral, porque sale de las vísceras, entre el corpus humanae y el inodoro), es de un valor tan natural que anonada.

Como si de un parto se tratare, el acto de cagar es lo más parecido a dar luz que existe en la faz de la tierra. Analicemos: comemos un trozo de pan (recepción del esperma); creamos el bolo alimenticio (el esperma se junta con el óvulo y conforma el embrión); durante un tiempo el bolo nos entrega sus nutrientes y va mutando (el feto se desarrolla); nos inflama la tripa, se mueve y retuerce por los insondables recovecos intestinales (separado, pero igual que el feto que continúa desarrollándose) hasta que, al fin, ve la luz (nace). Es decir: se caga.

Todos –hombres y mujeres- gozamos y padecemos con el mismo proceso, repetido (salvo estreñimiento) al menos una vez al día (salvo diarrea) desde que nacemos hasta que dejamos de existir.

Al tener los humanos –hombres y mujeres- los mismos sentires de este parto, ratifico con énfasis: la mierda nos iguala.

El acto de cagar es, por sí mismo, un ritual que poco tiene que envidiar a una macumba, rito vudú, misa o ceremonia episcopal.

Nos preparamos física y espiritualmente para el acto. Limpiamos las gafas, encendemos un cigarrillo, cogemos la revista o libro –que ha quedado marcado en el último punto leído en la cagada anterior-, nos desprendemos de nuestro ropaje mundano (o, al menos, lo bajamos) e iniciamos el proceso sentándonos en el sillón roquero (sutileza que me pertenece y que alude al señor Roca, obviamente, principal fabricante hispánico de inodoros).

Inmediatamente entramos en éxtasis.

El rostro se mece en olas posicionales, respondiendo en forma directa a los dictados del negro agujero por el que pronto saldrá la mierda (o, como he dicho antes, daremos a luz una cagada). Todos los espectros de nuestra humanidad se reflejan en la cara: la fuerza, la violencia, la ira, la impotencia, el dolor, la angustia (saldrá? no saldrá?). Nos mordemos los labios, los ojos se fruncen al igual que el ceño, la magnitud del acto nos enciende a un rojo-violeta profundo hasta que, de repente, llega el momento cúspide de la ceremonia infame. Como una ofrenda a los dioses, nace en un estallido placentero la primera parte de lo que puede ser un más o menos largo período de goce: la parte más dura y celosa del nuevo ser (hemos dicho que es viviente) asoma con timidez y cae a su hábitat natural con un suave chasquido acuoso, que más de una vez nos salpica el culo.

Ha nacido la tifa. "Consumatum est" claman los dioses.

La cara cambia a medida que se cierra el ano. Ahora, los ojos brillan –mezcla de placer y dolor-, el suspiro nace como del pecho del poeta, la sonrisa asoma inadvertida para todos (primero, porque no hay nadie; segundo, porque salvo que se cague frente a un espejo ni nosotros mismos la vemos; tercero: yo afirmo que se sonríe. Puede Usted aseverar lo contrario?).

Algunos otros trozos del mismo ser siguen el mismo camino; pero son secundarios y pasan inadvertidos. Comenzamos el proceso de la lectura, pitamos con deleite. Hemos cagado… somos parte del todo y el cosmos fluye por las venas, con soles y estrellas.

A veces inicio en esta etapa de tan magna ceremonia el proceso mental que me lleva a pensamientos tan profundos como estos que aquí transmito.

"Mierda somos y mierda volveremos", me digo remedando al filósofo. "No somos nada, sólo una tifa", conceptúo.

La más de las veces, en estos momentos tan ilustres, me anonado.

Mientras las venas se me hinchan, la cara se deforma, el gesto se endurece y mi yo se trasmuta en un Increíble Hulk amoratado, me pierdo en la nada del pensamiento imposible; sólo hay ante mí el negro agujero oscuro del ser sin sentir y el existir sin saber. Cuando he puesto en su lugar a mi Naturaleza Muerta, advierto que durante instantes he llegado a la Nada, aquella nada de nada, la nada total y absoluta ante la que Jung, el gran filósofo, confesaba anonadarse. Semejante magnitud del pensamiento –sólo lograble en momentos tan profundos- agotan músculos y sentimientos. Cuando todo ha salido y he recobrado la conciencia, descubro entonces que cagar puede ser algo así como estar ante la muerte sin estar muerto. Pero cómo? No era el cagar dar la vida? Pues sí. He ahí el misterio que sólo tiene una respuesta: la mierda es todo. O para mejor decir: el todo es una mierda.

No puedo acabar estos conceptos sin unos párrafos dedicados a los prolegómenos de la caca: el pedo.

Si cagar es humano, pues pedar es divino.

Audaz e insolente, culto y reservado, estruendosamente silencioso, el pedo tiene –como antecesor de la mierda, como anunciante triunfal del próximo nacimiento de una tifa- una importancia gravitante en mi filosofía escatológica.

Los comparo –sin remilgos- con las Trompetas de Jericó, con el temblor de la tierra que antecede al Tsunami.

El aroma de un pedo es, por ejemplo, el olor más íntimo, más profundo que exhalar pueda humano alguno.

Para llegar a batir como sólo él sabe hacerlo las alas del ojete, recorre también un largo camino –tanto como el de la mierda- pero con más vida.

Ora presionando la vejiga, el pedo es capaz de ocultarse y mutar en una meada inminente que, cuando esté brotando por el conducto adecuado, asombrará a propios y ajenos con su nube perfumada de intimismos absolutos y surgirá triunfal y estentórea.

Cambiante como el ánimo, un pedo puede ser el canto agónico del cisne herido, el trino de un jilguero en la mañana, el rugido del león embravecido o el sutil deslizarse de una serpiente.

Personal y definido, nada previene cómo puede ser un pedo. No hay una forma que lo contenga ni un diccionario que lo defina concretamente. Individualista, no teme sorprender –al contrario, parece como que tal actitud le placiera- y es capaz de Ser (con mayúsculas) en los momentos cúlmines de la existencia.

Al instante genial del polvo acabado, allí está él, como aplaudiendo una faena bien realizada. Irreverente, es capaz da dejar aislado a su tenedor original (digo así ante el convencimiento de que nadie es dueño del pedo, sino que el pedo nos domina y, por lo tanto, nos posee) en mitad de una película en una sala abarrotada. Indisciplinado, se estrella con estrépito contra las maderas del banco en la clase magistral de un erudito. Ah, el pedo! Gloria efímera de la tripa inflamada que no teme vientos ni mareas, que desafía cualquier situación y que hace escuchar –y sentir- su propio YO aunque se esté discutiendo el Statut.

A veces, en su ímpetu, el pedo deja su impronta casi imborrable. Pocos calzoncillos han resistido su furia, pocas bragas no se han quemado ante la potencia caliente de su soplo.

A veces, húmedo y caldoso, el pedo revela que no es nada más, en suma y sin restas, que el anuncio insutil de una cagada.

Así, concluyo estas artes –en momentos como este no puedo dejar de remedar a los clásicos- esperando ser comprendido.

Hay filosofía en la mierda, aunque el todo sólo sea una cagada. Hay un ser que nace y vive y vuelve a nacer y a resurgir mil veces. Que tiene trompetas que lo anuncian, que causa, como la vida, penas y alegrías, dolor y placer.

No hay nada tan profundo ni tan despreciado como una buena cagada.

Vaya a ella mi canto, publicado por vez primera en mi libro inédito: "20 Canciones de Mierda con Sonetos a la Gran Cagada" (30 años después de haberlos escrito aún no he conseguido un editor que los publique. Pero no desespero: dentro de uno días tendré una cita con un gran autor de cagadas. Un tal Carod Ro… no sé cuántos).

Helo aquí:

"Mierda que me hiciste mal

Y sin embargo te quiero.

Dijiste que era el primero

Que te podía cagar.

Sin embargo me mentiste,

Me jodiste mierda puta,

Y me has hecho trancar.

Yo sé que cualquier diarrea

Te atrae como un imán.

Que no puedes resistir

Un laxante potenciado.

Que sólo un pedo bien dado

Te agota la paciencia.

Mierda: no tienes conciencia.

Ayer me monté a un avión

Sabiendo que te venías.

Fue tan cruel tu cobardía!

Tuviste que salir justo

Cuando el avión despegaba!

Desperdiciaste tu vida.

Mierda: No te limpiaba!

Un mendaz pedo incongruente

Te anunció en una reunión.

Tuve un cruel retortijón

Que me duele todavía.

Pero peor fue tu salida

-por suerte fue en el lavabo-

Con el ano destrozado

Hube de andar todo el día.

Mierda: cómo me ardía

Esa alevosa salida.

Mierda: ya no te amo.

Mierda: ya no eres mía"

De: Daniel Ayet con amor oloroso a mi esposa, Rosana Freixes, que de la mierda no sabe un pedo.

Barcelona, 07 de Octubre de 2005.