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Cacao en polvo (4: Placeres conocidos)

en Grandes Relatos

Cacao en polvo 4. Placeres conocidos

Tras La receta, la primera entrega de Cacao en polvo, Arturo, que así me he querido llamar tuvo un encuentro mágico en el metro, lleno de sensualidad y aroma a cacao (Cacao en polvo (1). Contacto subterráneo). El objeto de ese encuentro se irá convirtiendo en una verdadera obsesión que se va a hacer casi incompatible con sus responsabilidades laborales pero que va a llenar sus fantasías, como queda patente en Cacao en polvo (2). También hay que trabajar. En este capítulo, Angie una extraña relación, vuelve a aparecer después de un tiempo aunque para Arturo es algo inoportuna, jugosa y excitante pero inoportuna. Espero que estas joleters (del inglés Hot letters) sean de vuestro agrado y me sigáis en este periplo morboso, inquietante y, sobre todo, sabroso.

Mientras pensaba todo eso sonó el móvil y la pantalla no le anunciaba ninguna persona. El dichoso letrero de Identidad oculta aparecía mientras el aparato vibraba en su mano izquierda. Pulsó para aceptar la llamada y al otro lado escuchó una voz femenina que le era conocida. Y tanto, como que se trataba de Angie, una mujer demasiado insistente para haberla conocido a través de la sección relax de un periódico matutino y todavía más inoportuna en el momento en el que sus intenciones y deseos apuntaban hacia otra dirección menos segura aunque infinitamente más absorbente y excitante. Aún así, impulsado por una fuerza que ascendía hacia su cabeza desde ese centro de decisiones que tienen la mayoría de los humanos, varones por incidir en el tópico, aceptó la invitación tantas veces rechazada.

Esa misma noche tomarían unas copas en un garito que estaba de moda cuando hace ya bastante tiempo se dejaba caer por allí con ella, las tres o cuatro veces que lo hizo hasta que no quiso volver a acceder a sus deseos. Un ligero cosquilleo le recorrió sus piernas partiendo desde el epicentro de su sexo. Como con vida propia esa zona sabía reconocer que tendría movimiento esa noche porque Angie, a pesar de que no le gustaba demasiado, era una mujer que se prestaba a todas y cada una de las fantasías y locuras que en materia de provocación y sexo se le ocurrían. Tenía la certeza de que esa noche ella no llevaría bragas. Utilizaría esas medias que tan loco le ponían, las que a modo de pantys llegan hasta la cintura pero que tienen una generosa abertura para que, acompañadas de una falda, el acompañante pueda juguetear con sus dedos entre el vello y los otros labios de la mujer. Estaba empezando a excitarse al pensar como sería todo cuando le vino a la cabeza la sensación de traición a su dama del cacao. Sería imbécil, ahora sólo faltaba que tuviese reparos en un asunto como ese y además hacia alguien con quien ni siquiera había hablado, tan sólo comido de la mano uno de sus más exquisitos manjares, pero no el mayor, sin duda.

Borrando de su mente ese fugaz toque de fidelidad vio como en su lugar se hacía sitio la sensación amarga que le quedaba siempre que estaba con Angie. El síndrome del día siguiente lo denominaba él.

-Oye, por favor ¿sigues ahí? Contéstame, no me hagas lo de siempre y dime si te apetece que nos veamos un ratito en el Komets, esta noche- insistía con un tono prometedor.

Volviendo apresuradamente a la realidad se dio cuenta que Angie todavía continuaba al otro lado. No le hubiera importado que hubiese desistido y colgado, pero su tenacidad no tenía límites. A veces somos esclavos de nuestros deseos y placeres y si sabemos de alguien que sabe revolvernos las entrañas no dudamos en aceptar ciertos desaires y desprecios.

-Sí, sí. Está bien, pero pasas a recogerme antes que tengo el coche en el taller y no estoy por aguantar al taxista de turno, ¿Ok?-

Su voz cambió notablemente para mostrar la alegría con la que recibió mi mandato de recogerme en mi casa.

-¿Te parece bien que pase hacia las 10, cariño?-

-Odiaba esa palabra y más en boca de ella.-

-Sí, pero me das un toque al telefonillo o una perdida al móvil y bajo. Bajo yo, ¿de acuerdo?-

-Como tú quieras. Siempre tan amable-

Antes de que siguiera con una retahíla de despedida y hasta luego colgó, total se iban a ver en unas horas, ¿o tal vez no?

En el tiempo que quedaba hasta la noche tenía que hacer la llamada que le martilleaba las sienes. Marcó con cierto nerviosismo aunque con la suficiente seguridad como para evitar una frustrante equivocación.

-Sí dígame.-

-Por favor, mire,... le quería hacer una pregunta no muy fácil- El que no fuese una voz femenina le hizo dudar en la elección de sus palabras.

-¿Qué es lo que quiere? Tengo trabajo y no puedo perder el tiempo. Tengo el horno a punto de cargar.-

-Sí, perdone. ¿Trabaja ahí una mujer morena, bastante atractiva, alta, y con un pequeño lunar cerca de la comisura de la boca?-

-No, aquí no hay ninguna mujer, y con esas características menos, ¿cuál es el motivo de su llamada?-

-En este momento dudé, pero inventé una excusa razonable. -Tengo un objeto personal que ha perdido esta mañana y he llamado a su obrador porque ella llevaba una caja de trufas de su negocio.-

-Ah, creo recordar que ayer a última hora se presentó una mujer que puede coincidir con su descripción y me pidió los ingredientes necesarios para hacer trufas de cacao. Pero era la primera vez que la veía y ya me gustaría que se aficionase a venir por la tienda. Entre usted y yo es todo un placer cerrar el día con una cara tan bonita. Una pena porque creo que no es del barrio y......- me dijo cambiando de tono al oír que hablada de su negocio y reconocer a la atractiva clienta.

Se dio cuenta que nada iba a sacar por esa vía y cortó la comunicación. Que facilidad tienen algunas personas para hablar con extraños y eso que el horno estaba recalentándose. Si hubiese seguido hablando se le quema el obrador y hasta las casas de sus vecinos.

Picar algo de lo que le quedaba en la nevera y quedarse transpuesto en el sofá fue lo más relajante del día.

Bippppp, bippppp,….,bippppp-bippppp ¿Cuánto llevaría el telefonillo sonando? Y en el móvil había varias llamadas perdidas. La sensación de que te deseen tanto es muy reconfortante.

Bajó y la vio junto a un inmenso todo terreno, emanando una fuerza con la que él no la identificaba ni recordaba. ¿Había pasado tanto tiempo desde la última vez que se vieron? Sin duda Angie había mejorado. El pelo le había crecido y le hacía más interesante. Se le notaba que no había dejado de visitar gimnasios de esos que te ofrecen hasta baños turcos. Seguía siendo un poco hortera en las combinaciones de ropa pero estaba exuberante con los errores de conjuntación. Llevaba un pañuelo en la cabeza a modo de diadema, lo que despejaba su cara en la que resaltaba sus grandes y lascivos ojos oscuros. Debajo de una cazadora corta y de cuadros llevaba un top que apenas tapaba sus dos grandes tetas, que sin duda alguna clínica había aumentado y levantado recientemente. La presumible falda corta era de color rojo y mostraba la mayor parte de sus espléndidos muslos enfundados en unas medias finas y oscuras. Un zapato rojo de generoso tacón era el colofón y el atrezzo para su:

-¿Pero Arturo, te has visto como vas vestido? ¿Cuánto hace que no te compras algo nuevo o por lo menos algo modernillo?-

-Creo que voy apropiadamente vestido para la ocasión- contestó ligeramente airado.

-¿Para la ocasión? ¿Qué te crees que vamos a la verbena?-

Cuando se acercó más a ella recibió un profundo beso en la boca, entremezclado su sabor con el de la fresa ácida del chiche con el que ella jugueteaba entre sus dientes. Se lo arrancó con los labios recordándole que nunca le ha gustado besar a una chica que mascase algo.

Apretó su cuerpo contra ella, deslizó la mano por detrás, con la intención de comprobar si eran ciertas sus suposiciones acerca de la ausencia de ropa interior, ya que era claro que no llevaba sujetador, y ella le frenó la mano indicándole que no corriese tanto, que los curiosos tendrían su respuesta, pero después. Contrariado se sentó en el asiento del copiloto y se abrochó el cinturón por si acaso.

Tras unas cuantas frases banales y algún silencio llegaron a la puerta del Komets donde el aparcacoches se hizo cargo de 4x4.

A pesar de ser todavía demasiado pronto ya había un público razonable. No demasiado como para que no pudieran elegir un apartado agradable y discreto y no tan escaso como para tener la sensación de haber llegado demasiado pronto a una fiesta. Pidieron un par de cervezas, era muy pronto para empezar con las copas. Debido a la curiosidad que le embargaba acerca de lo que ocultaban sus piernas, Arturo se sentó deliberadamente frente a Angie y durante unos segundos y sin que ella se percatase estuvo intentando vislumbrar, en la penumbra del rincón en el que estaban, las intimidades que ella escondía entre sus piernas. Ella se dio cuenta de sus pesquisas visuales, y sin dejar de mirarle a los ojos abrió ligeramente las piernas. Arturo sintió una descarga eléctrica que le recorrió varias veces el cuerpo. No es lo mismo esperar que tu acompañante no lleve bragas a ver en el vértice de sus muslos como los labios de su coño indicaban que se sentían mejor en un ambiente natural, al aire libre. Ella sabía que eso desarma a cualquier hombre e inclinó su cuerpo ligeramente hacia atrás para que la visión fuese algo más nítida. En la abertura que dibujaban sus medías se veían una apetitosa fruta recientemente depilada. Para ponerle nervioso, Angie comenzó a morderse el labio, entornando su penetrante mirada, acercó los dedos lentamente hacía su coño a través del hueco que ofrecían las medias. Al llegar al final del camino, se detuvo un momento y después se llevó la mano a su boca, se chupó un dedo jugosa y ostentosamente y sin dejar de mirarle lo volvió a introducir dentro de su coño dejando escapar un leve suspiro. Para que él disfrutase todavía más de la escena retiró, con el dedo que salía aún más húmedo de lo que entró, uno de los labios para dejar al descubierto el lugar por el que el apéndice había desaparecido hacia unos segundos.

-¿Te gusta lo que ves?- dijo con una voz ligeramente entrecortada, denotando que no era puro teatro sino que ella disfrutaba más que nadie.

Arturo sólo afirmo con la cabeza ya que estaba muy preocupado por no perderse nada de lo que se le ofrecía y seguir acariciando su ya abultada polla por encima del pantalón. Ese gesto fue para ella el detonante. No era capaz de aguantar que un tío se tocase frente a sus narices; era superior a lo que podía soportar tranquilamente, definitivamente le volvía loca.

-Yo también quiero ver como te la tocas por y para mí. Sácala.-

Arturo nunca rechazaba un reto. El rincón elegido era muy discreto, además no le importaba, sabía que el sitio se prestaba a la indiferencia de los demás. Era el Komets un lugar con reservados donde las parejas, incluso las impares, solían acabar lo que habían iniciado en la zona común.

Angie seguía acercándose cada vez con más ímpetu. Sus ojos se cerraban de placer. De la intensidad de las sensaciones que tenía allí, contagiando a su acompañante, haciendo que la excitación de él llegase hasta donde ambos se atreviesen. Arturo bajo su cremallera y echando hacía atrás su cuerpo extrajo su polla que a esas alturas también pugnaba por tomar el fresco. Comenzó a acariciarse bajo la atenta mirada de ella que sin duda sintió un latigazo dentro del cuerpo corriendo a la velocidad de la luz hacia su sexo. Se sintió mucho más húmeda que nunca, y por los dedos que tenía dentro comenzó a deslizarse un tibio jugo que la preparaba para escaramuzas más duras. Apretó los muslos contra sus dedos, llevó un dedo por detrás de su falda y lo introdujo en su culo con un leve pero certero empujón. Arturo creyó reventar, lo que estaba viendo era más de lo que esperaba y sintió unos enormes deseos de introducir su polla, tal y como estaba, en el culo de ella. Usurpar el lugar a ese dedo que entraba y salía de él con una facilidad pasmosa y sin muchos miramientos correrse dentro.

Angie buscó en su bolso y extrajo algo parecido a un bote de colonia. Se perfumó. Pensó que no era momento de aderezos, pero como fémina podía hacer lo que quisiese en un momento así. El frasco tenía una forma cilíndrica muy insinuante. Sin darle tiempo a pensar qué podía ser aquello se lo metió entre sus labios, lo humedeció y acto seguido, lo deslizó entre sus piernas hasta que parte del objeto desapareció dentro de la abertura que las medias enmarcaban. Ella no pudo contener un intenso suspiro de placer cuando el primer temblor recorrió todo su cuerpo.

Se estaba corriendo allí, en sus mismas narices, con un dedo introducido en su culo y ese frasco consolador rellenando su ya más que deseoso coño. Increíble, cada vez le sorprendía más, esta mujer era la hostia.

Cuando sintió el último espasmo y vio como ese tibio líquido le recorría por sus preciosas medias, alargó su pierna derecha hacia él para acariciar con la planta del pie el mástil que tenía Arturo entre sus manos. Éste cerró los ojos mientras la habilidad del pie de Angie hacia que su mente permaneciese en blanco.

-Sería mejor que pasaseis al reservado. Debo deciros que os estáis jugando el que no podáis volver aquí en un tiempo.-

La severidad de la voz del encargado les hizo volver a la madre Tierra. Más o menos, se recompusieron como pudieron y cogiendo las cervezas hicieron caso de un consejo tan inoportuno como aquél.

Una vez dentro del citado reservado, Arturo levantó el top para liberar unas impresionantes tetas y llevárselas a la boca con una ansiedad irreconocible en él. Se puso por detrás de ella y obsesionado por esa entrada trasera, introdujo uno de sus dedos ensalivados pasando sin dificultad el anillo de Angie, notando como ésta daba un pequeño respingo pero sin rechazar al intruso. Movió el dedo intentando preparar las paredes, hacerse hueco en un lugar tan apretado, invitando en definitiva al visitante que esperaba fuera su turno. Al ver que dilataba fácilmente, introdujo otro dedo en el mismo lugar, con lo que se aseguraba dejar el camino más que preparado.

A la vez, y sin dejar de besar el cuello y la espalda que tenía frente a el y de mordisquear los lóbulos de las orejas, buscó en su bolso el juguete que había visto perderse en su coño y lo encontró. Era un frasco de colonia de forma cilíndrica y que reconoció al momento, 360º de Perry Ellis, americana y exclusiva. Ella siempre había tenido buenos contactos.

Había comprobado que la humedad de Angie facilitaría cualquier intento de penetración en frío, bueno en frío era un decir, más bien precipitada, por lo que llevando el extremo del frasco a la entrada de su sexo, separó los labios que estaban totalmente encharcados e introdujo lentamente el juguetito hasta el fondo, hasta que notó como ella tensaba los músculos de las piernas sabiendo que la tenía atenazada y ensartada, de momento por delante.

Humedeciendo su polla con los jugos que a ella le sobraban y no habiendo dejado de maniobrar con los dos dedos dentro de ese apetecible culito que se restregaba contra él, mientras el cilindro entraba y salía cada vez más enérgicamente, puso la punta de la misma, la cabeza del ariete que apuntaba hacia la entrada de esa otra cueva, amenazado con entrar sin llamar.

-Ahhh, no, eso no, ¿nooo, seráaaas,....ahhh,.. tan bestia, eh,.... de follarme el culo.....ahgggg... sin un poquito de lubricanteeee, eh, cabronazo? La voz de Angie sonó como una orden y a la vez como una súplica, pero él hundió de un solo empujón la mitad de su herramienta en la abertura de las nalgas de ella que lanzo un ahogado grito y le insultó varias veces con su adjetivo preferido: cabronazo, cabronazo, cabronazo. En un momento se sintió como si dos hombres la estuviesen follando a la vez.

Abandonaron exhaustos y tranquilos el reservado para volver al rincón elegido al entrar para calentar sus motores. En ese momento comenzaba a sonar la envolvente voz de Lalo Rodríguez, aquel Devórame otra vez que tantas alegrías trajo hace unos años a las siempre atrevidas parejas que conseguían acabar la canción más o menos de forma presentable.

Pensó que era un buen momento para dejarse llevar por la lenta melodía, la atrajo hacia su cuerpo, estrechó con su mano izquierda la derecha de ella y colocó su otra mano en ese lugar en el que la espalda pierde inclinación. Entre ambos no corría el aire y menos cuando la cabeza de Angie descansó sobre su hombro. Ahí fue donde le llegó la clara sensación de que algo más que la oportunidad de satisfacer sus deseos más perentorios le unían a ella.

A la vez, su sexualidad comenzaba a emerger desde el relax en el que le dejó el reservado. Siempre le había gustado bailar, son más divertidas las fiestas si, además de todo lo que se ofrece en ellas, uno disfruta del baile en si mismo. Sintió que un calor que se iniciaba por debajo de su ombligo y a modo de magma incandescente a punto de erupcionar, subía por sus conos volcánicos interiores hasta estimular sus sienes y acelerar su respiración. ¿Tendría razón Oscar Wilde cuando afirmó que el baile es la expresión vertical de un deseo horizontal? La besó delicadamente en el cuello, y mordió con intención ese músculo vertical que sujeta la cabeza. Ella se estremeció y a él le gustó la reacción. Llevó sus labios a los de ella para fundirse en un profundo beso que cesó unos segundos después del final de la canción. Se habían devorado otra vez.

Acabaron con las nuevas cervezas que habían sustituidos a los entibiados restos de las primeras y, por indicación de Angie, salieron apresuradamente a refrescarse en la noche limpia y fría de Madrid. La sensación de libertad le devolvió a la realidad y se convenció de que era hora de irse y que ella volvía a ser esa mujer atractiva y sin reparos que le hacía sentirse acosado.

Le arrancó las llaves de la mano y entró decididamente en el vehículo con la intención de dejarse llevar rápidamente a su casa y que ella siguiese su camino.

-¿Qué te ha ocurrido? Todo iba tan bien......- comento Angie bastante contrariada.

-Nada, que me he dado cuenta que tengo que levantarme bastante temprano para acabar unos trabajos pendientes- contestó Arturo, notando como en su mente se reinstalaba vertiginosamente la imagen de Celeste y el aroma a su cacao. Se sintió bien, como si pusiera las cosas en su sitio. Era fiel a sus obsesiones.

-Vaya, para un día que te he visto como aquel brioso corcel que me entusiasmo en el chat. Supe que eras especial sólo por la manera de decirme las cosas a través de la pantalla. Esperaba con ansiedad cada frase tuya una vez que chateamos en privado.-

-De eso hace ya demasiado tiempo, ¿no crees?-

-Para mí, si cierro los ojos, es como si estuviese sucediendo ahora mismo.-

-Nunca dejarás de ser una romántica.-

-Sí, supongo que es una debilidad pero me gusta serlo. Hay cosas que me han sucedido contigo que nunca las había sentido con otro. Como el día que nos citamos en aquella recoleta plaza del centro.-

-¿La de las Descalzas?-

-Vaya, te acuerdas todavía. Supongo que recordarás que al cerciorarte que era yo con quien habías quedado por la cinta que te dije que llevaría en el pelo, te acercaste a mí y en silencio, mirándome a los ojos, me besaste dulce e intensamente, como saludo especial de la casa. A veces has estado a punto de hacerme correr con tus besos. Con aquel sentí como se humedecían mis bragas, porque aquel día si llevaba.-

-Sería la única vez, porque tu tesorillo toma bastante el aire y le gusta poco la ropa interior. Eso sí, las bolas que se van moviendo dentro de él mientras tú andas por ahí, le encantan.-

-Asqueroso. Mira que te pones grosero a veces. Si sólo ves desventajas y razones para criticar por qué todavía me aguantas.-

-¿Quieres la verdad?-

-¿Tú qué crees?-

-Porque me chupas la polla como nadie y eso vale su precio en oro.-

En ese momento pararon en un semáforo y él sin dejar de mirarle a los ojos, se soltó el botón del pantalón y deslizó un poco la cremallera hacia abajo. Fue suficiente invitación, Angie llevó sus manos hacia la cárcel que comprimía a su reo y terminó de bajar la cremallera, empujó el pantalón hacia las rodillas con la ayuda de Arturo e introdujo su mano izquierda para liberar el miembro que con arrogancia pugnaba por salir. El semáforo les dio paso y ella llevó su boca hasta que la punta del ariete del conductor desapareciendo entre sus labios.

Sorprendido Arturo le levantó la cabeza preguntándole sin mirarla que qué pretendía. Por toda respuesta, volvió a introducir el manjar que deseaba en su boca, hasta el fondo, comenzando a hacerle un francés a la madrileña, por las calles de la capital. Él se dejaba hacer, redujo la velocidad hasta convertir la vuelta a casa en un lento paseo turístico con atenciones especiales.

Así fueron pasando los minutos hasta que Angie comenzó a realizar una succión decidida a acabar con su varonil resistencia. Arturo empezó a sentir esa sensación de compuerta que se abre en el interior del cuerpo y que anuncia que se ha iniciado un viaje sin retorno. Ella sintió los espasmos que le anunciaban que en cuestión de segundos iba a hacer que se corriese, y como no quería perderse el evento desde ese lugar tan privilegiado, humedeció un dedo de su mano derecha, lo introdujo dentro de Arturo y sujetó su polla con firmeza. En pocos vaivenes ella recibía el semen caliente en su boca, notando cada sacudida en el esfínter que intentaba expulsar al agresor pero a la vez le disfrutaba como invitado.

A esas alturas del viaje, él había parado para no distraerse conduciendo y perderse algo, mientras ella lamía con dedicación toda su espléndida polla que latiendo aún conserva la arrogancia del principio. Le besó para compartir su propio jugo y él aceptó con la respiración entrecortada. Al abrir los ojos se dio cuenta que estaba a dos manzanas de su casa. Besó directamente los labios todavía húmedos de Angie, se bajó del todo terreno y tras un lacónico adiós se dirigió caminando hacia su casa, desapareciendo de la vista de ella.

Vaya día, pensó mientras introducía la llave en la cerradura del portal y después en la de su casa. Una vez dentro se quitó la sed acumulada con agua del grifo, que en Madrid está mejor que muchas de las embotelladas y cayó vestido y derrotado sobre la cama. Mañana será otro día, aunque no creía que fuese tan intenso como el que ahora moría.

Próxima entrega, Al día después

Siempre espero y agradezco vuestros valiosos comentarios en estas páginas de todorelatos y a mi correo electrónico ant1961vk@yahoo.es

Autor: Nío

Marzo de 2006