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La tentación vive abajo

en Confesiones

La tentación vive abajo

Aquí tenéis de nuevo a Marga. A los que habéis leído la mezcla de inquietudes y fantasías vertidas en Mi olor a perra (MOAP), relato en el que por primera vez me decidí que Nío, digamos en sentido cariñoso Mi caliente biógrafo, os abriera mis puertas, os tengo que decir que se han cumplido con creces los propósitos con los que despedimos aquel primer relato: "Un húmedo beso para todos y para vosotras también, y cuidado que os estáis convirtiendo en mi nueva obsesión. Espero que esta nueva dimensión alimente la próxima entrega de mis experiencias sexuales".

Para los que el destino aún no os ha brindado el descubrimiento de Marga me vais a permitir que, en un par de frases, me describa y, de paso, os ponga en situación.

Marga no mi verdadero nombre, aunque a mí ya me lo parece. Al igual que todas las mujeres me encanta el Sexo, con mayúsculas, ya visteis que no haga ascos a nada, me atrevo con todo lo que me apetezca probar y así consigo que la relación con Juan (mi novio entonces, ahora mi reciente marido) no llegue a ser plomiza ni aburrida. Aunque él es ajeno a ciertas actividades, sobre todo las que os voy a ir relatando aquí. Él me acepta como soy, y por ello se lleva de mí la mejor parte. Como ya os dije, cuando mi marido me desliza en el oído, mientras me penetra, "Marga, eres mi zorrita, ¿lo sabesssss?", me abraso y me encuentro a placer en ese papel. Papel que desempeño para él, bueno y para quien yo quiera también.

Ya os dije que soy multiorgásmica y espero seguir siéndolo toda mi vida y que Moradita, mi juguete preferido, es un consolador-vibrador de dos marchas (calentamiento y explosión) y unos 25 centímetros de largo y gordo, muy gordo. Para pollas pequeñas ya están las de la mayor parte de los hombres que he conocido. Antes de hacerla desaparecer dentro de mí le pregunto: "Moradita, ¿te vas a portar bien con el coñito de Marga?" y ella cumple, me hace chillar, me mata, me hace correr de tal forma que la echo de mi coño cuando me hace perder el sentido. Otras veces, mientras mi marido me lo hace por detrás, ella es la tercera en cuestión. Os prometo que emparedada por ellos dos toco el cielo con la punta de mis dedos.

Unos meses después de ver cumplida mi más oculta e inconfesable fantasía, la que os relatamos en MOAP, empecé a sentir que mi relación se enfriaba un poco, que habíamos tocado techo, mejor dicho, fondo; no me sentía a gusto conmigo misma y todo ello se traducía en que estaba bastante inapetente hacia el entonces mi novio. Pero al mismo tiempo comenzaba a crecer en mí una obsesión, al igual que la del Gran Danés, que se materializaba en una pareja de vecinos, con los que cruzaba cortos saludos y largas e intensas miradas, principalmente con la parte femenina del dúo. Eso sucedía en el portal, en las escaleras, en el ascensor, en cualquier sitio donde nos encontrásemos. Empecé a vestirme provocativamente por si me cruzaba con ellos. Os diré que tengo un cuerpo del que estoy muy orgullosa: morena, ojos grandes y expresivos, pelo largo y ondulado, pecho discreto pero muy en su sitio, cintura estrecha, caderas sinuosas y mi mejor arma, unas piernas bien torneadas. Al igual que nos pasa a casi todas las mujeres cuando llevamos algo de tacón, las piernas me lucen mucho más bonitas y el culito se me ve más respingón y llamativo. Todo esto lo aderezo con ropa de buenas marcas, ajustada por arriba, muy corta por debajo y escasa en el interior. El conjunto me convierte constantemente en el blanco de muchas miradas y eso me gusta, me gusta mucho. Me excita ser tan descaradamente provocativa con los y las que me miran.

Volviendo al tema que nos ocupa y me preocupa, os diré que en alguna ocasión he tenido relaciones con otras mujeres, sin sus parejas y sin llegar a ser completas. Sin ir más lejos y sin salir de casa, recuerdo a mi compañera de piso, que el año pasado, me hizo pasar vivencias maravillosas con todo lo cachonda que me ponía. No fueron completas porque no nos metimos nada, solo nos besamos, eso sí, apasionadamente, fundiendo nuestras lenguas. También nos comimos las tetas, el coño (ah, y no es un tópico que las mujeres lo hacemos mejor unas a otras), nos restregamos hasta corrernos pero nunca llegamos ni a meternos los dedos. ¡Que pena! Todo ello ocurría mientras nuestros respectivos novios veían el fútbol en otra habitación, lo que añadía un morbo bestial a nuestros toqueteos. Era complicado ahogar nuestros gemidos y gritos para no levantar sus sospechas, menos mal que el fútbol es un deporte ruidoso. Creo que algo se imaginaban, seguro que suponían que tonteábamos, pero estoy segura que si se hubiesen enterado de todo lo que pasaba en mi habitación no hubiesen seguido viendo la TV. No podíamos evitar mi amiga y yo, en cuanto estaban ellos allí, ir para la habitación, era como la llamada de lo salvaje. Curiosamente, cuando hacíamos cosas sin que ellos estuviesen, lo que sucedía casi a diario, no nos poníamos tan cardiacas. Era verles sentados frente al aparato y nos entraban unas ganas irresistibles de comernos vivas. Creo que era nuestro grito contra su falta de atención unido al morbo de ser pilladas in fraganti.

Todavía no he probado participar en un trío con una pareja (parece una jugada de póquer) pero aunque piense que es más sublime comer de todo a la vez, vamos, casi perfecto dejarte follar a la vez por un tío y una tía, me atrae mucho más llegar a hacerlo con una mujer y algunos aparatitos de compañía. Suponía que esto me iba a gustar mucho más, me parecía más completo que perfecto. Veía tan al alcance de mi cuerpo ambas opciones que empecé a obsesionarme, y cuando siento esta sensación sé que nada me va a frenar, que voy a arriesgar todo lo que haga falta, ya me conocéis en esta faceta. Mi primer paso fue asumir que mi vecina era más atacable con la propuesta que su marido también estuviese en el juego a que se sintiese atacada por mi bis a bis. Siempre me he dicho que en estos temas Dos es traición y tres diversión, luego la realidad que imponga su ley.

Llegados a este punto, lo mejor va a ser que os transcriba, a modo de diario, los acontecimientos que hicieron posible que se cumpliese, por partida doble, la fijación que inundaba mis sueños y guiaba mis fantasías más calientes.

Un día de finales de septiembre en el que el verano se resistía a abandonarnos, me levanté muy excitada. Ya vivía con mi novio, y solíamos hacerlo a diario, pero recuerdo que la noche anterior no habíamos follado, él estaba cansado y yo algo desganada. Al despertarme sorprendí mis manos perdiéndose entre los labios de mi coñito y éste totalmente húmedo, como si me hubiese corrido en sueños. Eso siempre lo interpreto como una señal de lo que me deparará el día: seguro que algo intenso. Son esas veces que puede pasar cualquier cosa. Desde que Mamen, así se llama mi vecina, lubrica algunos de mis sueños no uso el ascensor, por buscar encuentros y justo al pasar por su rellano, ella llegaba. Estaba radiante, brillaba con elegancia, como siempre le sucede y además balanceaba divinamente su precioso cuerpo. Vamos, un cañón. Me saludó como de costumbre pero me miró como nunca. Serían mis feromonas que estaban a flor de piel. En ese momento decidí que tenía que ser mía o yo de ella, que más daba el orden, y de paso, su chico, que en mi cama seguro que hacían tan buena pareja como en su vida normal. Nos despedimos tras los consabidos tópicos sobre lo que estaba aguantando el verano y seguí mi camino hacia la calle. Sus labios y porque no decirlo, sus preciosas tetas, me dejaron un hormigueo tal que al ir paseando mis sentidos captaban todas las posibilidades que se me abrían a cada paso. Me había dejado bastante caliente y sólo veía trabajadores fornidos que dispuestos a todo me desnudaban con la mirada; mujeres jóvenes repletas de energía sensual; hombres maduros dispuestos a enseñar toda su experiencia acumulada; adolescentes deseosos de aprender todo lo que de sexo pudiera enseñarles; vamos, un morboso mundo dispuesto para mí, a mi alcance. Estaba desatada y sólo pensaba en follar, tirarme todo lo que se movía, siempre que fuese atractivo o atractiva, que más me daba. Me sentía una verdadera zorra buscando apagar mi sed en cualquier fuente.

Un hecho fue decisivo en mi aproximación al objetivo. Nío, ya sabéis, mi caliente biógrafo, me envió una tarde el relato completo de mi experiencia-fantasía zoofílica y fue acabar de leerlo y en vez de masturbarme, como lo había hecho con cada una de sus anticipadas entregas, tuve una reacción que incluso a mí me sorprendió. Estaba tan caliente que fui directamente a visitar a mi vecina, para abordarla, y eso que era un lunes cualquiera. Mamen me invitó a pasar. Noté en ella una gran receptividad, lo que me animó a ir arriesgando cada vez más. Al principio nos reímos mucho, teníamos bastante tiempo para estar solas ya que a nuestros respectivos todavía no les había llegado la hora de salir de sus trabajos. Me invitó a una copa, tuvimos una larga y amena charla, le dije incluso que tenía unas tetas preciosas, muy bien puestas y erguidas, una 95 por cierto, casi perfectas. Le dije que me las quería operar para llegar a la 90 y, así, entre medida y medida, empezamos a tocárnoslas medio en broma, medio en serio. Advertí en su cara un atisbo de deseo envuelto en el morbo que empapaba la situación. Yo iba más acelerada y me estaba empezando a mojar en medio de esa escena. De ahí pasamos a intercambiar piropos, a decirnos lo buenas que estábamos y la suerte que tenían nuestros chicos. Por mi parte, alabé sus escotes, siempre tan insinuantes y atrevidos y, por la suya, fueron mis minifaldas las que se llevaron el halago. Estábamos en un punto muy bueno pero el reloj corrió demasiado deprisa y las llaves de su marido nos advirtieron de su llegada. De haber tardado más no sé lo que hubiera pasado. Os aseguro que la excitación que tenía era tal que me la hubiese jugado. Tal vez no le hubiera sentado bien, pero me daba igual, era irresistible, no podía apagar el volcán en erupción que había en mi interior, de lo que mi escritor tiene mucha culpa.

Aunque la secuencia se truncó ahí, supe que iba por buen camino y tenía la sensación, mejor dicho, la certeza de que pronto iba a ser mía, y el disfrute, por la espera, sería extasiante. Para haceros partícipes de mi obsesión os voy a ofrecer una descripción de Mamen: alta, alrededor de 1,75; morena de muerte con el pelo largo; un culo de infarto; del pecho poco puedo agregar a lo ya descrito: delicioso; piernas muy largas y, sobre todo, una boca y unos labios capaces de tragarse todo lo que se propusiera. Ufff, al describirla de nuevo me siento temblar. En aquel momento pensé que si caía en mis redes, iba a estar horas y horas haciéndola gozar para convertirme en su droga más dura, para que no pudiese desengancharse de mí y me tuviese que buscar continuamente porque allí iba a estar, para ella. Además, tenía claro que ella se había dado cuenta de mis intenciones y no me parecía que pusiese reparos. Mi tentación, su obsesión.

Al día siguiente de mi visita salí de casa y, como siempre, esperaba cruzarme con ella, estaba muy nerviosa, excitada por si teníamos un encuentro después de mis escarceos, pero no tuve suerte. No sé muy bien en qué trabaja, debe ser una profesión de esas liberales, de las que no tienen horario ni fecha en el calendario. El factor ocasional hacía que los encuentros tuviesen más fuerza. Llamé a su puerta pero nadie contestó y me sentí algo desorientada, pensaba que tenía que ella siempre tenía que estar ahí, a mi disposición, cuando yo quisiera. Como me había dejado su móvil le puse un mensaje invitándola a casa después de comer, para tomar café. No tardó mucho en contestar afirmativamente, añadiendo un cariño y un beso que hizo que mis piernas temblasen de emoción. Mamen, como os he dicho que se llama mi atractiva vecina, sugirió que fuésemos a su casa, a pesar de ser yo quién invitaba. Conocía la existencia de mi novio y me aseguró que en sus dominios íbamos a estar solas. La cosa prometía, ¿no? Estaba más ilusionada que una quinceañera.

No os he dicho que por la mañana la fui a buscar vestida de infarto, provocativa como nadie, por si acaso; decidí no cambiarme de ropa, ella no me había visto aunque sí tuve que hacerlo de bragas porque la simple conversación con ella me había humedecido excesivamente. Mi minifalda vaquera mínima expresión que ya conocéis, y una camisa negra transparente. En cambio, ella me abrió su puerta vestida de forma normal, bueno, natural: vaqueros y top, eso sí, los pantalones le hacían un culito de otra dimensión y el top, con un escote muy generoso, mostraba su par de orgullos más allá de la insinuación. Con cualquier ropa, un bombón.

Durante más de media hora estuvimos hablando alegremente de temas de la vida de cada día, vamos, que si el tiempo, que si el trabajo, que si los hombres, la vida misma, pero al llegar a ellos arriesgué y la empujé de cabeza, siguiendo el consejo de Nío, a las fantasías sexuales. Tuve que iniciar las confidencias, que no se centraron en mis recientes escarceos con Gran Danés, de forma digamos light, vamos que si hacer un trío (un clásico salvo el interespecies que ya os relaté).

-Pero con un hombre o con una mujer- preguntó Mamen con curiosidad sin dejar de mirarme a los ojos.

-De ambas formas, para no perderme nada- contesté aguantando su mirada, y notando en sus ojos que no se sorprendía en absoluto, es más, me dio la sensación que mi respuesta la tranquilizó

-Pues a mí me gustaría que me follasen varios hombres a la vez pero no me importaría que los varios fuesen varias.

-Eso creo que tiene fácil solución, Mamen- arriesgué.

-Ufff, no seas tan mala conmigo, es una decisión que debo tomar con tiempo, no aquí y ahora, necesito pensarlo y, además, decírselo a mi marido, ¿no?

Segura de mi misma, seguí insistiendo, sin abandonar el filón: –Pero…nosotras podemos ir avanzando algo, ¿no?- me temblaba el estómago según salían mis palabras de la boca.

-No, Marga, tú estás muy bien, de verdad. Es más, así vestida estás irresistible pero debes comprender que necesito tiempo para pensarlo y asumirlo, yo soy así, todo lo tengo que aceptar primero en mi interior, además está él, mi marido, ¿o su opinión no cuenta?

-No conozco todavía a un hombre, casado o no, que rechace una proposición así de un par de mujeres como nosotras pero entiendo lo del tiempo en tu interior. No te preocupes, sé esperar. Intuyo que la idea no te disgusta y sola o con tu marido creo que lo vamos a pasar bien. Sé esperar sobre todo si merece la pena hacerlo. Sabes dónde me tienes en cuanto lo asumas- mierda, estaba obligada a hablar así pero no era lo que mi boca, mi mente, mis tetas, mi coño deseaban.

Esa mujer me estaba volviendo loca, loca de deseo, me estaba confirmando que las veces que he fantaseado con mujeres no iban en broma.

Aparté la vista de sus ojos y advertí como sus pezones se marcaban duros bajo el top que había olvidaros deciros que era la única prenda superior, salvo unos aros en los lóbulos de sus orejas, que llevaba. Es más, sus tetas tenían una turgencia infinita, era sus pistas de aterrizaje y sus pezones eran los morros del Concorde.

Al despedirnos nos besamos en la cara y noté como le temblaban las piernas, estaba algo nerviosa, la apariencia de seguridad se había venido abajo, le había hecho efecto mis insinuaciones. Bien, mejor, aunque se podría decir que la pelota estaba en su tejado. A pesar de ello, no me gusta esperar a que baje, y voy a hacer todo lo posible por subir a por ella, para que juguemos, voy a provocarla, a reducir el tiempo que me va a hacer esperar hasta derrumbarse entre mis brazos.

La tarde del martes fue tranquila, muy tranquila. Salí a picar algo fuera y, después, al volver a casa, todo se desató en mí, me entraron unas ganas locas de follar, nada más entrar en casa. Creo que ya al llegar al edificio y saber que Mamen podría ahora estar jodiendo con su marido me reavivó todo el fuego de la tarde. Mi novio fue el bombero encargado de intentar apagar el fuego pero fue ayudado en todo momento por la pareja, aunque noté como, incluso en mi mente, faltaban los pechos y el coño de ella. En esos momentos no hubiese sido capaz de elegir entre follarme a Mamen o a los dos, porque os diré que el maridito está muy bueno, alto, elegante, buen cuerpo, ojos directos, amable con nosotras, cordial con ellos, vamos, el vecino que nunca suele ser el tuyo, pero mira por dónde, esta vez sí.

La semana siguió transcurriendo sin incidentes reseñables y, sobre todo, sin encuentros con ellos. Estuve varias veces tentada a llamar pero me dije: Marga, tienes que ser dura. Ella quiere, por lo tanto, llegará. No te expongas a agobiarla y que se eche atrás del todo. En la duda pensé incluso si yo le gustaba, pero decidí que sí, incluso me lo había insinuado, era suficiente.

Aquel sábado me enfadé con mi novio, bueno con él y con el deporte rey. Se fue a verlo a no sé dónde y me quedé con una sensación de vacío y de tiempo perdido que no pude evitar llamar a un antiguo compañero de estudios para usarlo a mi antojo. Me lo follé dos o tres veces y me hizo recordar la buena polla que tenía de la que yo me había olvidado hacía bastante tiempo. Él, las ganas de venganza y la relativa novedad de su polla hicieron que mi capacidad multiorgásmica apareciese en todo su esplendor. La verdad es que al principio fue un polvo de coraje, pero poco a poco me empezó a gustar y acabé entregándome al máximo. Estuvimos follando una hora y media y me corrí cinco o seis veces, estaba tan extasiada que aprovechó, el muy cabrón, para hacer algo que nunca le hubiese permitido: se corrió en mi boca sin avisarme. Ahíta de sus embestidas y furiosa por su agresión le eché prácticamente a empujones. Menos mal porque mi novio llegó tan seguidamente (tengo que controlar lo que dura un partido) que al entrar por la puerta todavía estaba tragando la leche del mamón que se acababa de ir. Encima, Juan, volvió muy caliente. Tenía que haberle dicho que no, mostrarle mi enfado pero en vez de rechazarle estuvimos follando otro buen rato. Mi excompañero me había dejado muy caliente, en bandeja para el relevo.

Al día siguiente, domingo, sucedió lo mejor. Sonó el teléfono y era ella, Mamen.

-¿Marga, tengo que decirte algo?- escuché su voz al otro lado del móvil presa de una ligera excitación pero denotando una alegría incontenida.

-Sí, Mamen, dime, ¿qué tal vas?- me había pillado preparando algo para comer y no caí en lo que teníamos pendiente, tonta de mí.

-Bien, estoy bien, muy bien. Sabes, al final me decidí y le comente a Vicente.

-¿A quién?- me hice la tonta a pesar de saber quién era Vicente.

-Mi marido, quien va a ser. Bueno, que se lo dije y el muy cerdo está encantado. Ya ves que tirón tienes- dijo sin hacer ningún énfasis en el calificativo del marido. Era una maestra en el arte del diálogo.

Un calor empezó a recorrer mi cuerpo y estoy segura que no procedía de la cocina. Ufff... una respuesta tan rápida, no me lo podía creer. ¿Desde cuándo lo sabría su marido? Mi mente voló vertiginosamente hasta el ascensor en el que me encontré con él un par de días antes. El muy cabrón, seguro que ya se lo había dicho ella porque me estuvo mirando de arriba abajo, como el que comprueba la mercancía que está a punto de comprar y saborear. Debe ser que pasé el examen o puede que ya estuviese aprobada mucho antes por ella. La excitación me hizo olvidar que estaba hablando con uno de los vértices de la pirámide.

-¿Estás ahí? ¿Marga?

-Sí, perdona, es que tengo algo al fuego y se va a quemar- mentí.

-¿Y qué te parece?- preguntó con un tono que sonaba demasiado morboso.

-Pues qué me va a parecer. Muy bien. No sé si recuerdas que fui yo quién lo propuso- afirmé tomando las riendas del asunto.

Quedamos en cenar algún día de la semana entrante, siempre que mi Juan no estuviese, claro estaba; no se trataba de un intercambio sino de un maravilloso trío, sólo para mí, para Marga la egoísta. Además, la muy… también me dijo que podíamos quedar las dos para ir concretando los detalles sobre el tema. Suena a cita con el abogado pero sé que debajo hay que leer, ¿Por qué no quedamos tú y yo antes para follar y así nos vamos conociendo un poquito más? No os podéis imaginar lo que sentí al colgar el teléfono, el calor ya me abrasaba y ahora que no tenía que disimular con Mamen al otro lado no pude evitar que mi ardor llevase ambas manos a mi coñito, que lloraba de alegría al saber que tenía una cita. Moradita hizo el resto entre mis piernas y en mi interior sólo pasaban imágenes de Mamen haciéndome disfrutar como nadie antes lo había hecho. Él no aparecía en ninguno de los fotogramas, que curioso.

La semana iba pasando y no podía más, la incertidumbre sobre el momento en el que se iban a cumplir mis deseos me tenía totalmente desorientada. Pero un hecho hizo que todo se precipitase. Mi novio me dijo que el viernes había quedado para ir a casa de sus padres. Ni me planteé que pudiera ser una mentira para darse una escapada a mis espaldas. Era perfecto, un viernes, tenía que hablar enseguida con Mamen. A ella le pareció muy buena idea, el viernes es un buen día para cenar y hacer locuras, ¿no? Esa fue su respuesta y me pareció exquisita.

Nada más colgar me sentí la reina de la fiesta. Cómo podía calentarme tanto con tan sólo oír su voz, bueno oírle decir esas cositas ayudaba, sin duda, el timbre dulce y morboso con el que pronunciaba palabras que disparaban mi imaginación era una bomba instalada en mi interior como si de un marcapasos se tratase. Decidí salir a la calle, se me caía la casa encima y no quería acabar con Moradita en lo más profundo de mis entrañas. Ese día necesitaba otras cosas y la cabeza me iba a estallar. Necesitaba desahogar esa tensión y todavía faltaban muchas horas para que mi novio volviese a casa. Sentía, necesitaba sentirme provocativa, sentirme como una guarra dispuesta a hacer todo lo que no estuviese bien visto, aunque fuese lo más sucio. Vamos, dicho en plata, ponerle la polla dura a todo el que se cruzase conmigo o mojarle el coño a todas las que se dejasen. Dejé mi largo pelo negro al aire, salvaje; me enfundé en unas transparencias que tanto me gustan; me calcé unos zapatos de tacón, mi guerrera minifalda vaquera y decidí ponerme unas medias negras y finas pero sin braguitas, para que si surge la ocasión (que sin duda iba a buscar) me pueda comer el coñito la mujer que me ligue o me pueda follar sin preámbulos, sin tener que bajarlas, el hombre que yo decida. Y dónde mejor que a los grandes almacenes de mi ciudad. Mi consigna era empalmar o mojar a todo lo que se me cruzase.

Ya en una de las tiendas de marca ligué con un chico, un bomboncito de unos 20 años, no excesivamente guapo pero muy atractivo, alrededor del 1,80 y a la vista, un buen paquete. Con una facilidad pasmosa conseguí que no se hiciese rogar cuando le indiqué que me acompañase a los probadores, ¡ay que hombres! Una vez allí nos empezamos a sobar como posesos, veloz pero intensamente, con mucho morbo y respiraciones entrecortadas. Recuerdo que le metí la lengua hasta la garganta mientras le daba un buen repaso, por fuera, a su dura entrepierna, pero cuando la situación empezaba a encenderse del todo abandonó la investigación de mis zonas ya poco ocultas, tal vez se acordó de algo urgente y dijo que le esperaban. Salió arreglándose la ropa, tampoco llamaba mucho la atención, era un probador. ¡¡¡Joder, que fastidio¡¡¡

Como iba de cacería y aquel bombón me había puesto muy cachonda, no tardé en convencer, esta vez a una chica que hiciese lo mismo que mi anterior amante casual. Ella lo tomó tan al pie de la letra que tras unos breves escarceos me volvió a dejar babeando todavía más, ella me atraía con más fuerza que él. Una preciosidad, muy jovencita, rozando los 20 años, rubia de bandera, 1,70 más o menos, una 95 de pecho (casi seguro porque los medí mucho y bien con mis manos) y un culito respingón bajo su falda de volantes. Por cierto, debajo llevaba un tanga que no me costó apartarlo para manosearle durante un buen rato su coñito. Pero cuando más excitadas estábamos me cogió de la muñeca, me aparto mi mano de su ya deslizante rajita, me miró fijamente, suspiró y se marchó del probador sin decir nada más.

Pues lo mejor es que al cabo de un tiempo, que seguí mi periplo ardiente por los almacenes, les vi juntos: ¡Eran pareja! Y puede que hubieran decidido comprar cada uno por su lado y yo me encontré con los dos por separado. Y sufrí, también por separado, los remordimientos recíprocos. Que fastidio. Ahora si que estaba más salida que una perra. Eso no podía quedar así y al final la pagué con un encargado de sección. A él le tocó calmar mi sed, pero antes le estuve mareando casi media hora interesándome por prendas que no tenía la menor intención de comprar. Como premio, terminamos en los servicios, que daban juego para hacerle una mamada hasta llevarle casi a correrse pero que evité para que me aplacase con su duro miembro el calor que abrasaba mi coñito. Al final fue un buen polvo, la verdad.

Al llegar a casa me sentía más tranquila y me acordé de mi encargado, allí sudando mientras me la clavaba con fuerza, disfrutando de algo que no podía ni creer. En estos pensamientos andaba cuando mi chico se abalanzó sobre mí, estaba realmente excitado y deseoso, me confesó que no podía estar tanto tiempo sin verme y con el viaje del finde iba a sufrir mucho mi ausencia. Lo hicimos a lo bestia, después de follarme como sólo él sabe hacerlo porque es el que más me conoce, me puso a cuatro patas y me la metió en mi culito. Estaba tan excitada que no hizo falta que se emplease mucho en abrirme. Ufff, que cabrón, como me taladraba estando en cuclillas. Cogí a Moradita y la escondí en mi agujerito libre; primero, en primera marcha y, como suelo hacer, cuando me iba a correr por las embestidas del animal y por el trabajo mecánico, le metí la segunda, la directa, y fue un pasón, indescriptible; sólo con recordarlo me mojo, ¿cómo me puede gustar tanto tener dos pollas a la vez, aunque sólo haya un hombre, como esta vez?

El viernes en cuestión, ya con Juan de viaje hacia su cita con sus progenitores, me vestí lo más sexy que mi nada reducido vestuario de marcas me lo permitía: vestido corto y muy ceñido color rojo pasión, mi melena morena y rizada suelta al capricho del viento, labios (superiores) marcados por un tono rojo ardiente, tacones altos y medias de liguero y un microtanga que hacía que mi coñito, de esa guisa, estuviese bien ventilado. Me encaminé hacia la casa de Mamen y Vicente totalmente fuera de mí, muy excitada, en la puerta de mi mente se agolpaban multitud de imágenes calientes como si de adolescentes desbocados entrando los primeros a un concierto se tratase. Eran las nueve y media en punto, no podía aguantar más y una vez que se abrió la puerta, ante mí apareció el objeto de mi deseo, mi encantadora Mamen, que estaba radiante, casi de infarto, falda hasta la rodilla con rayas ejecutivas y una blusa blanca abierta que ofrecía una visión bastante realista del tesoro que forman sus pechos, los más bellos que nunca he visto. Llevaba el pelo recogido y muy formal. Tras intercambiar un par de besos exquisitos, me dio una gran sorpresa al llevarme al comedor: allí había otra pareja. Y vaya dos. Ambos eran guapos, sobre todo él, sus sonrisas de bienvenida irradiaban un encanto especial. Ella no estaba nada mal, pelo castaño, cortado graciosamente y cortito, buenas curvas y al igual que yo, poco pecho; una carita preciosa en la que destacan sus carnosos labios, casi con seguridad salidos de las manos de un cirujano. Volviendo a él, era un tipo muy elegante y atractivo, casi de anuncio, superando, incluso a Vicente, el anfitrión, que esa noche mostraba la exquisitez habitual en él aderezada con un ligero toque informal.

La situación me desconcertó bastante. Allí estaba yo, ante esas dos parejas tan elegantes y en apariencia correctos, vestida casi como una puta, con ganas de cazar y ellos tan…. digamos ajenos a los instintos carnales. Después de las presentaciones nos sentamos en la mesa a hablar. No sabía a quién mirar, se les veía a todos tan guapos y estaban tan buenos que una vez pasado el primer corte me empecé a sentir en la gloria. La cena se fue animando con el espléndido vino que nos sirvió Vicente y empezamos a intimar un poco. Supe que se llamaban Mario y Marta (como mi compañera de piso y amante discreta), ambos de Málaga pero no de la capital, de un pueblo, y eran amigos de mis vecinos desde hacia varios años, tanto que esa noche se quedaban a dormir en su casa.

Cada vez que dirigía mi mirada a la anfitriona me parecía más radiante y exquisitamente morbosa; cuando nuestros ojos se encontraban, ella dejaba escapar una sonrisa muy prometedora que el brillo de sus ojos no hacía más que reforzar. Fue una cena llena de dobles sentidos, miradas, movimiento bajo las mesas aunque ajeno a mí, y mucha y amena conversación sobre todo tipo de cosas. Mientras tomábamos un licor dijeron que tenían pensado salir a tomar una copa y que tenía que acompañarles. No tuve ni que pensarlo, acepté a algo que yo hubiese propuesto, aunque de haber optado por quedarnos en su casa, también me habría parecido muy buena idea. En cualquier sitio pero con ellos, todo antes que estar sola en mi piso ese viernes, acompañada de Moradita, pensando en esos cuatro bombones y todo ello aderezado con la peli del canal digital.

Fuimos al centro, a una zona donde hay varios discopubs con la música a tope y estuvimos bebiendo e intentando charlar algo, aunque la verdad no éramos capaces de entender nada a menos que nos aproximásemos promiscuamente. Por eso, siempre que Mamen me decía algo o yo me arrimaba a ella sentía la dureza de sus pechos en mis brazos o contra los míos y ese roce frecuente me estaba poniendo muy cachonda. Con cualquier excusa o tontería me apretaba contra ella para que la sensación fuese cada vez en aumento. Sus pezones me estaban obsesionando, buscaba su roce a través de la tela de su camisa y por ello no era capaz de asimilar ni una de las palabras que mi vecina me susurraba al oído.

En una de las ocasiones que fuimos las tres al servicio, ya sabéis cómo es esto de las mujeres juntas, Mamen me dijo que se quería ir a casa, recuerdo que eran casi las tres de la madrugada, pero mi respuesta decidida fue que nos quedásemos un poquito más, que lo estábamos pasando bien y a las tres nos gustaba bailar.

-No te preocupes Marga, que por irnos no vamos a dejar de pasarlo bien, ¿verdad Marta?, y mi vecina dirigió una mirada de lo más expresiva e insinuante a su amiga, a lo que esta respondió con una sonrisa tan pícara que no puse objeción alguna.

Fuimos donde estaban los chicos para decirles que nos íbamos y éstos tenían muy claro lo que iban a hacer.

-Si no os importa, nos vamos a quedar un poquito más, una copa, ¿no, Mario?

-Vale, estamos recordando viejos tiempos y una copita más…. pero os pedimos un taxi ahora mismo, dijo Mario muy galante.

-O si preferís os lleváis mi coche, lo que quieran las reinas de la noche, agregó Vicente.

Al final nos llamaron un taxi y nos fuimos hacia el piso de Mamen, vamos hacia mi casa. Durante el viaje estuvimos riéndonos mucho, estábamos muy compenetradas, sobre todo ellas dos, y las copas ya llevaban un tiempo haciendo su efecto, por lo que no recuerdo demasiado bien los detalles del interior del taxi. Lo que sé es que Mamen iban en el medio, entre su amiga y su vecina, era la reina de ese apretado lugar. Varias veces me pareció advertir que ellas se toqueteaban pero entre risas y bromas todo resultaba demasiado inocente hasta que, un poco antes de llegar al final de la carrera, se dieron un buen morreo, con lengua y todo, y no un piquito porque la cosa duró por lo menos medio minuto. El taxista estaba casi tan alucinado como yo y la velocidad de crucero disminuyó estrepitosamente, estaba encantado con el pasaje de esa noche.

Cuando el beso cesó, de sus labios brotaron más risas, parecía que todo era gracioso y simpático, incluso el hecho de estar el coche parado frente a la dirección que le habíamos dado. Ellas subieron cogidas de la cintura y yo de la mano de Marta, éramos una comitiva de lo más peculiar. Así entramos al ascensor y cuando llegamos al piso de Mamen yo hice un gesto por quedarme hasta la siguiente parada pero Marta no soltó mi mano, tiró de mí hacia fuera y en ese momento empecé a comprender el verdadero significado de las prisas por irnos lejos del radio de acción de sus maridos. Era nuestro momento.

Una vez dentro, Mamen nos ofreció una copa, estaba claro que la penúltima no iba a ser la del discopub. Mientras Mamen preparaba las copas en la cocina, Marta y yo nos pusimos cómodas en el sofá del salón.

-No, no, aquí no, mejor en mi dormitorio, estaremos muchísimo más cómodas.

Obedientemente, seguimos a Mamen hasta sus aposentos. Sentí una especial sensación entre mis piernas al estar por primera vez en ese lugar clásico y elegante pero a la vez mágico, en el lugar donde su marido la poseía hasta hacerla estallar de gozo, en el lugar donde ahora nos tenía a las dos a su antojo y disposición. Mi mente volaba vertiginosamente.

La cama era enorme, de las de 1,50 de ancho. Nos quitamos los zapatos y nos tumbamos sobre la sábana, ya que Mamen en un gesto de total confianza había retirado la colcha, invitándonos a abandonar nuestros cuerpos sobre ella. Sobre la fina tela de la sábana, con nuestras copas de ron añejo con cola, se nos tenía que ver la mar de seductoras y atractivas, además, nuestros ojillos brillantes denotaban que el alcohol seguía haciendo su efecto, por lo menos era la cuarta copa que nos tomábamos, a las que había que sumar el vino de la cena. En el ambiente se palpaba que estábamos contentillas y cachondas.

En ese momento Mamen se levantó, dejó su copa en la mesilla de noche, se quitó la falda y se quedó en un conjunto rabiosamente sexy: un precioso tanga negro y un sujetador a juego, del mismo color, y con muchos encajes. Ufff, recuerdo que se me iban los ojos tras ella, no podía dejar de mirarle, sobre todo, sus tetas. Marta se percató del interés con el que devoraba visualmente a nuestra anfitriona y empezó a reírse. Y como si esa risa no hiciese transparentes, ambas conectamos y le dijimos a la vez: Mamen, quédate desnuda para nosotras. Pero a pesar de nuestros zalameros ruegos, ella no se decidía, se resistía, sobre todo a mostrarme a mí su exquisita desnudez porque intuía que Marta ya la había visto en otras ocasiones. Tuvimos que recurrir a ese truco de tantos hombres para desnudar mujeres, el alcohol, y así tras ruegos y copas, voilá, como su madre la trajo al mundo, bueno, algo más crecidita y terriblemente apetecible. Os confieso que solo con verla se me mojó el coño. Sus apetecibles tetas, al quedar libres del sujetador eran indescriptibles, formadas con esmero y placer de escultor; además, me sorprendió la maravilla que la naturaleza humana había hecho en su culo, la perfección. Todo ello embellecido al no tener ni la más pequeña señal de ropa de baño, dándome a entender que practicaba el nudismo o se gastaba una fortuna en rayos UVA.

Como eran altas horas de la noche, a su desnudez se unió unos ligeros temblores que ella achacó al frío. Enseguida Marta le echó los brazos por encima, cobijándola y atrayéndola de paso hacia ella. Ese gesto me dejó con la boca abierta. Esa mezcla de ternura y sensualidad previa a la fiesta se me contagió y me hizo también temblar, aunque lo mío no era por frío. Mamen acepto con placer los brazos de su amiga pero llevando más allá el ofrecimiento de esta, se echó sobre su cuerpo, empujándola, para llevarla contra la pared, la abrazó con intensidad y empezaron a comerse los labios con verdadera fruición, metiendo sus lenguas todo lo hondo que sus bocas daban de sí. Mi asombro ante el espectáculo que me estaban brindando crecía con cada beso, con cada temblor, con cada jadeo de ellas y echaba por tierra mi pensamiento sobre la indudable heterosexualidad de mi vecinita. Estaba claro que ellas no estaban perdiendo la virginidad en esos momentos. ¡Qué más podía pedir! ¡Que forma más maravillosa de descubrir lo que a Mamen le volvía loquita!

Mamen, a su vez, comenzó a desnudar a su amiga, mientras yo era una voyeur de lujo, pero solo eso. No me importaba, por ahora, pero creo que estaban tan excitadas que se habían olvidado que otra mujer esperaba el momento de participar. Fue Mamen la que me miró fijamente. Con mirada ardiente, de posesa y de deseo hacia mí. Empezó a acercarse y a cada paso que daba hacia mí, mis piernas y mi corazón bailaban cada vez más deprisa la misma danza. Llegó a mi altura y sin mediar palabras me besó en los labios. Mi sorpresa fue tan mayúscula que tuve la tonta reacción de retirarme de su boca: ¡Mi diosa me estaba besando!

-No es… esto lo que querías… lo que has estado buscando desde que me viste por primera vez, Marga.

-Sí, claro, Mamen, como no. Lo deseaba más que cualquier otra cosa y…

No dejó que acabase la frase, se me abalanzó y sentí como nuestros labios vibraban a la vez, como enseguida nuestras lenguas se buscaban como si se hubiesen buscado en un desierto y por fin bebían una de la otra. Me tumbó de espaldas en su gran cama y allí, sin dejar de acariciarme con sus manos, me estuvo besando un buen rato. Mientras yo me abrasaba y mi coño pasaba a ser un volcán en plena erupción, Marta tuvo que terminar de quitarse la ropa (ella sola, todo un triunfo para mi perversa exclusividad), y no quería perderme ese momento mágico en el que una persona a la que deseamos se desviste. Los besos de Mamen ponían el tacto y las imágenes del desnudo de Marta, lo buena y apetecible que estaba, completaban lo que yo podía pedir en ese momento. Pude ver que tenía el pubis rasurado, no calvito, sino arreglado aunque no pude apreciar bien el diseño. Sus pechos eran pequeños pero tan bien puestos que resultaban hasta graciosos; ya estaba deseando meterlos en mi boca, seguro que casi desaparecerían. Con estos pensamientos se me olvidaba casi respirar, porque los labios y, sobre todo, la lengua de aquella hija de puta, me estaban dando la mejor lección bucal que recuerdo. Era tan juguetona su lengua que solo esperaba que llegase el momento de tenerla buscando algo dentro de mi coño. Mientras que me incorporaba con dificultad pude analizar durante un par de segundos el hecho de estar en el paraíso: mi primer trío femenino y eran dos pedazos de mujeres, una morenaza y la otra rubia y bastante atractiva. Mi transitoria obnubilación hizo que ellas, que no perdían tiempo, volviesen a liarse, pero esta vez de forma más intensa. Marta le comía con verdadero arte las tetas a mi vecina (en ese momento creo que cualquier mujer no hubiese podido resistirse a ese manjar) y sin pensármelo planté mi boca sobre que estaba desocupada. Al momento oí su maravillosa voz que, muy bajito y acompañada de una mirada de deseo, me decía "Cómeme el coño, Marga, cómemelo por favor…" Por mis andanzas con la chica que compartía piso os imaginaréis que ya lo había hecho con ella, pero no, era mi primer coño, de lujo, pero el primero que iba a entrar en mi boca y a pesar de que no estaba tan excitada que todo me caía bien, dudaba si la sensación nueva me iba a gustar pero, claro, me tragué mis dudas, no dije nada y accedí a su insinuación. Me fui para abajo, buscando esa entrada y al verlo me quedé maravillada. Estaba muy arreglado, todo moreno y me sorprendió que no estuviese muy húmedo. Seguro que el mío rezumaba más jugos que el suyo, seguro. Volví a dudar un segundo más y me eché sobre ese coño que pedía urgentemente mi humedad. Con mi lengua empecé a mojarlo, a macerarlo, lentamente, sin premura para que supiese que yo también disfrutaba con ello. El trabajo que seguía haciendo Marta en sus pechos me estaba ayudando mucho a que Mamen recibiese mis caricias con temperatura cada vez mayor. Poco a poco le fui cogiendo soltura y me di cuenta que sus labios empezaron a palpitar, esa es buena señal, por lo menos cuando me lo come Juan. Súbitamente recordé las cosas que él me hace y que a mí me gustan y las repliqué en el centro de mi vecina. Después de separar sus labios exteriores con mis dedos, comencé a introducir mi dura lengua entre los pliegues de los menores, eso le gustó, mucho, igual que a mí. Llevó sus manos a mi cabeza y de un fuerte empujón hizo que toda mi cara fuese la que la estaba comiendo. Ufff, fue un momento bestial porque aceleró en mí todo, sacó la verdadera puta que soy en esos momentos en el que alguien disfruta con lo que le hago, lancé todo el pudor fuera de la habitación y, como si fuese una perra (uhmm, que recuerdos) lengüeteé todo lo que ella me ofrecía, ahora ya mucho más húmedo que antes. En un par de ocasiones, uno de los dedos que continuamente tenía dentro de su coño, lo llevé al anillo de su culito y presioné allí, para después, con mi boca y lengua, también darle lo que me estaba pidiendo: sexo y placer. No perdía de vista las pequeñas tetas de Marta, que apenas se movían mientras en su boca se perdían los duros pezones de nuestra reina, que ya no podía evitar jadear sin preocuparse por las altas horas que eran.

Marta cesó en sus ataques y le preguntó a Mamen, demostrando que ya era hora de jugar en serio,

-¿Dónde tienes el consolador?

-¿Cuál… cuál de ellos, Marta?

-Pues cuál va a ser, el más grande que tengas.

-Pero que cacho de puta estás hecha… ufff… en el armario… joderrr Marga, me vas a hacer correr… ahhh…

Marta encontró rápidamente el aparato y se vino hacia mí. Yo tenía el coño empapado, comérselo a mi vecina me tenía al borde del infarto y para bordar la escena, la portadora de la polla artificial comenzó a metérmela poco a poco, aunque se deslizaba muy fácilmente, desde atrás. ¡Que sensación! Me cuesta describirla, me hacía temblar las piernas, os lo prometo, mis rodillas bailaban sobre la cama, mientras no soltaba el coño de mi presa en ningún momento. Marta era una experta en el uso de esos pequeños electrodomésticos y, a pesar de ser más pequeño que Moradita, era un lujo que otra mujer lo metiese dentro de una. Sentía cada centímetro que entraba y cada uno de los que salían. Sabéis que esa postura, recibir por detrás estando a cuatro patas me hace correr muy pronto y así fue, mucho antes de lo que yo hubiera querido y con la ayuda de la vibración del consolador y los expertos dedos de Marta sobre mi clítoris, me corrí y desfallecí sobre el cuerpo de Mamen, que estaba alucinada con mi manera de irme, recibiendo los temblores que yo le transmitía a su cuerpo. Cuando me empezaba a reponer, volvía a mis labores en su coño. Mi boca estaba brillante de sus jugos y algunas veces la llevaba para que ella me la comiese y se degustase. Eso le encantaba. Pero, mientras, Marta no estaba dispuesta a darme respiro y en cuanto me incorporaba después de un derrumbe, ella volvía a meterme el consolador hasta el fondo de mi maltratado coño arrancándome un nuevo orgasmo en poco tiempo. Ya sabéis que tengo tantos dentro que no me cuesta liberar varios en poco tiempo. No recuerdo las veces que me corrí así, pero estoy segura que Marta estuvo, por lo menos quince minutos dándome bien y fuerte, entrando y saliendo de mí, y con toda la velocidad que el aparatito daba de sí. Cuando tenía el bicho dentro, en el fondo, era cuando más despiadadamente me comía a Mamen. Ella no es multiorgásmica como yo pero tengo que deciros que en ese tiempo se fue un par de veces muy a gusto, levantando su pelvis todo lo que podía doblar su espalda y apretándome hacia ella de tal forma que me quitaba el aire que yo necesitaba. ¡Que maravillosa escena debíamos hacer! Después de la segunda vez que Mamen se corrió cambiamos de postura. Por mis muslos chorreaban los jugos que mi benefactora había sabido sacar de mis entrañas, pero ahora, el dichoso aparato lo acaparó Mamen, necesitaba, nos dijo, tener algo dentro, que éramos unas putas que la habían puesto frenética y que ahora, la polla era para ella. Hablaba de forma salvaje, totalmente ida, era como un animal que defendía lo suyo, su placer más egoísta. Se lo metió directamente y empezó a moverlo mientras buscaba en el mando la mayor velocidad, que locura verla allí masturbándose con lo que todavía tenía mis manchas, mi olor a perra. Esa visión hizo que Marta y yo nos buscásemos, necesitadas, entrelazando nuestras lenguas mientras nos abrazábamos y hacíamos desaparecer las manos entre el pelo de la otra, salvaje y pasionalmente. Nos atacábamos las tetas sin miramientos, apretando nuestros pezones duros durante todo el rato, dolían pero era soportable. Me hizo sentar en la cama, sin maneras, pero acertando en el trato, me separó las piernas dejando mi coño casi por fuera del borde de la cama, se sentó en el suelo, puso sus manos en mis nalgas y se lanzó como un náufrago al agua dulce de mi chocho. ¡Joderrr! Eso sí era comer un coño, no os podéis imaginar, mujeres, cómo lo hacía. Era exactamente cómo a toda mujer le gustaría que se lo hiciesen, sabía que hacer y todo me impactaba, llevaba justo el ritmo que mi cuerpo pedía, sin decirle ni indicarle nada. En ese momento ya dudaba si prefería a Mamen, un ángel físicamente, o a Marta, otro ángel pero doctora Cum Laudem en sexo femenino.

Volvimos a acordarnos de Mamen cuando oímos sus estertores mientras se corría con el consolador dentro de su coño y sus dedos frenéticamente activos sobre su botón mágico y nos decía, cabronas, cabronas, como me habéis puesto las dos, que sois unas zorras. Vaya boquita que le salía a mi educada vecina, pero era de agradecer. Sus gritos, pero sobre todo la boca de Marta, hicieron que mientras Mamen se quedó exhausta sobre la cama, yo me corriese de nuevo, pero esta vez mucho más estrepitosamente que antes, tanto que en el último momento, que estaba inclinada hacia mi depredadora, me caí sobre ella y ambas rodamos sobre la alfombra. Su boca se separó de mi dilatado coño pero sus dedos, mientras yo me retorcía hecha un ovillo en el suelo, ocuparon el lugar en el que antes había se había instalado el consolador.

Cuando pude recuperar la decencia, bueno es un decir, lo tuve claro. Casi le arranqué de las manos el consolador a Mamen y sin mediar palabra, empujé a Marta sobre la cama y enterré, creo que con daño, el instrumento en el coño de mi amante más reciente. Llevé mi mano libre a los pliegues que intentaban escamotearme su clítoris, los aparté y descubrí el capuchón que lo protegía. Con la ayuda de mi ya experta lengua, y sin preámbulos, chupé aquel botón mientras lo sujetaba entre mis labios para después pasar la lengua sobre él, aunque se pusiese al rojo, me daba igual, quería obtener una corrida de ella en mi boca, y la quería ya, enseguida. Entre grititos de ambas, hacía desaparecer el consolador que ya daba sensación de empezar a cansarse de nosotras, tanto trabajo, pero eso sí, tres coños diferentes no los penetraba todos los días. Serían las pilas porque poco a poco fue dejando de vibrar, lo que suplí con un mayor forcejeo de mis manos, que me estaba excitando todavía más, al ser una sensación más animal, menos mecánica. Ella lo agradeció porque al empujarle con él y, si mi boca lo permitía, le decía: "Toma, toma, puta, toma, toma, que es esto lo que te gusta… tener una buena polla dentro…" No conocía a aquella mujer pero sí a la perra que en esos momentos le dominaba por dentro, por eso no me cortaba de nada. Además, le gustaba, era otra perra en celo como las tres. Con mis palabras y mis manualidades se empezó a retorcer como he visto a muy pocas personas, como si la abrasase el juguete con el que yo empujaba sin cesar dentro de su coño. Además, empezó a gemir y gritar de tal forma que más de un vecino se estaría escandalizando, sobre todo la viuda que su dormitorio da pared con pared con el de Mamen y Vicente. Cuando levantaba la vista para ver su desencajada cara, porque eso me excita mucho, veía la mano de Mamen tapando la boca de la escandalosa Marta. Estaba tan a punto, que en una de esas, de verdad os lo digo, dio un grito como si la estuviesen matando, aunque intentó ahogarlo de tal forma que al decir que se estaba corriendo, lo hizo de una manera fuera de lo común. Lo que estaba sintiendo debía ser sublime, en serio, uffff, solo con recordarlo… y siempre me quedará la sensación de haber sido yo la que arrancó de ella esas locas manifestaciones. Una vez que acabó, y fue larga y tendida la corrida, nos inundó a las tres una agradable sensación de tranquilidad, como de trabajo bien hecho y de descanso merecido, por lo que todas nos metimos entre las sábanas de la cama de Mamen, dejando a ésta en medio, la anfitriona, y las otras dos ex-perritas en celo, flanqueando sus lados, cuidando su bien merecido sueño. Debían ser alrededor de las cinco de la mañana, estábamos algo bebidas, muertas y doloridas por lo que decidimos abandonarnos. Yo me agarré a Mamen por detrás, ya que ella me daba la espalda, pero a pesar del sueño no podía dejar de sobar sus tetas, las soñadas tetas de Mamen, un cielo a mi alcance. Antes de dormirnos me confesaron que ambas lo hacían a menudo, aunque yo lo había sospechado, y que sus parejas no tenían ni idea del asunto. Creo, y por lo que mi experiencia me dicta, que hay muchas mujeres que son como nosotras, bueno como ellas, porque yo acabada de estrenarme tan profundamente. Hay más mujeres así de lo que los hombres creen; es más, es una práctica muy común entre amigas y que sus machos ni sospechan. A mi chico se lo he terminado contando y le ha encantado, aunque os diré que le gusta que yo sea tan activa en el sexo, y esta faceta es una más. Juan quiere verme follar con una mujer desde que se lo conté y cada vez está más obsesionado, tanto que ha puesto alguna foto mía en páginas de contacto para que otra mujer me devore en su presencia. Iluso, con lo fácil que lo tiene y lo lejos que se va. Tal es su propósito que quiere alquilar los servicios de una prostituta para que yo me la folle, pero no sé si eso me apetece, teniendo la tentación tan cerca de mí.

Bueno, para terminar, supongo que después de tanta marcha nos tuvimos que quedar dormidas, porque los chicos, Vicente y Mario, que llegaron hacia las seis de la mañana, nos dijeron al día siguiente que nos vieron a las tres tan acostadas y abrazadas que no quisieron despertarnos. Se fueron a otra habitación, que caballeros.

Debo reconocer que aquella noche disfruté de un estreno tremendo y que lo sucedido fue el comienzo de un gran idilio sexual. Después, cada vez que Mamen y yo nos hemos encontrado solas en el ascensor, no hemos podido evitar besarnos apasionadamente. Estamos esperando otra vez a quedarnos solas, aunque ella suele salir bastante de finde o puentes. El deseo cada vez se va transformando en obsesión, como siempre pasa con los anhelos fuertes que nos sobrepasan, sobre todo a las débiles morbosas como yo.

Sé que tendré que volver a "usar" a Nío para que os cuente cómo va mi relación con Mamen, pero eso será en otra ocasión, por ahora os dejo con esto, que no es poco. Y leer hasta aquí tiene premio. Supone un beso muy húmedo para quién lo haya hecho y la invitación a decirme lo que ha sentido, prometo contestaros a todos y todas.

Por último, no puedo acordarme de la cantidad de veces que he tenido que parar mientras leía mis nuevas y reales aventuras que mi querido Nío me enviaba antes de ser publicadas. Joder, como una verdadera perra en celo, muchas veces, con la ayuda de Moradita, he tenido que calmar mi ardor. No os podéis imaginar lo que supone leer pasajes calientes de tu propia vida, es una experiencia recomendable, pero eso sí, hay que comprar pilas para la ocasión. He disfrutado mucho al compartir mi vida con Nío y por extensión contigo. Una especie de morbo irresistible, tan fuerte como verse publicada en sitios Web dónde sabes que te miran con ojos ambiciosos. Esta no va a ser la última vez que Nío os cuente mi vida, pero de momento voy a centrarme en Mamen y también a mantener mi propia relación, claro está. Quiero seguir probando nuevas cosas, pero descuidad que las podréis leer, siendo testigos de mi evolución; os pido paciencia, eso sí. Mientras, todo lo que queráis saber, preguntarlo, Nío me lo dirá.

También quiero que me escribáis para saber qué os ha parecido y si estáis atravesando situaciones similares, de tanta actividad sexual, abierta a todos lo frentes. Aunque siento deciros que debido a la realidad de los hechos prefiero preservar mi intimidad y que sea el correo de Nío el nexo de unión. En este contexto yo soy su putita y a cambio, todas y cada una de las palabras que vosotr@s me digáis, él me las susurrará al oído.

Escrito entre julio y agosto de 2006 por Nío ( ant1961vk@yahoo.es ), con la inestimable colaboración de Marga