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Ariadna una asistenta de armas tomar

en Dominación

La última persona a la que entrevistaron Marcos y Susana para el puesto de asistenta fue a Ariadna. Comparada con el resto de las aspirantes tenía mucha mejor educación y eso la pareja, que vivía cómodamente en un chalet en una zona residencial de Madrid, lo agradeció al instante.

Para ellos era un mal trago tener que entrevistar a tanta gente de clase inferior a la suya. No estaban para nada acostumbrados. Marcos hubiera preferido dejar esa tarea a Susana. Por algo era él el que trabajaba de director de una importante compañía farmacéutica. Ella no tenía una obligación definida y lo menos que podía ser era dedicarse a atender a los trabajos de la casa, aunque no fuera directamente sí al menos delegando las responsabilidades.

Para Susana el hecho de ser una persona que parecía tener alguna educación, aunque por las referencias no lo indicara claramente, fue el motivo fundamental de la elección de Ariadna. Para Marcos también influyó el hecho de que esta fuera atractiva, no tanto como podría adivinarse con el vestuario demasiado formal, apropiado para el puesto pero nunca para destacar las formas y encantos que Ariadna ocultaba. El vestido era bastante ancho, lo que disimulaba sus amplios senos. Tal vez con una talla más de la suya, también podía ocultar la rotundidad de sus curvas, con un trasero que llamaba la atención de todos los hombres que tenían la oportunidad de percibir sus formas.

Pero en la entrevista había llevado unos zapatos discretos y se había pintado bastante mal, junto con el vestido antes citado casi podía pasar por una chica de treinta y pocos años, un poco feúcha. Acostumbrada a tratar con gente de alto nivel, había podido ganarse las simpatías de la pareja desde el primer momento. La contrataron al terminar la entrevista y en una semana comenzó a trabajar en la casa de Marcos y Susana.

Ariadna hacía su trabajo con total discreción. Era una mujer muy despierta y en poco tiempo se enteró de cómo funcionaban las cosas por casa. Marcos era un hombre muy ocupado que pasaba poco tiempo en casa. Susana no hacía nada de provecho, se pasaba el tiempo gastando el dinero de Marcos en caprichos. Era una mujer insegura y constantemente estaba de compras, renovando un armario en el que la mayoría de las prendas nunca habían sido utilizadas.

Pero sobre todo Susana era una mujer falta de cariño. Tenía pocas amistades y Marcos no le daba lo que necesitaba. Las reuniones con amigos la ponían muy tensa. Era gente muy estirada dispuesta a ridiculizarte por cualquier error de etiqueta o cortesía que se cometiera.

Los últimos días Susana había estado muy tensa. Ariadna pronto supo la razón: era la fiesta de cumpleaños de una amiga de Marcos y no era capaz de decidir cómo iba a ir a la fiesta. Esa semana se había comprado dos pares de zapatos y aún así no estaba nada convencida con su compra.

Ariadna se había dado cuenta el mismo día de la entrevista de que Susana no tenía la clase en el vestir que para su estatus pudiera esperarse. Susana no conseguía conjuntar bien sus prendas, no se maquillaba del todo adecuadamente y esto le provocaba inseguridad, que hacía que no consiguiera nunca sentirse cómoda con su vestuario y aspecto físico.

Ariadna se mantenía totalmente al margen y solo hablaba con Susana cuando esta se dirigía a ella. Pero aquel día, viéndola ante el armario, insegura ante qué ponerse, se atrevió a indicarle:

- Ese vestido no es el que más te conviene.

Susana, que estaba al borde del ataque de nervios, lo que menos necesitaba era una crítica. Antes de descargar su ira contra la entrometida asistenta, como muestra de su desesperación, se dejó aconsejar por la empleada de hogar:

- ¿Por qué crees eso?
- Eres una mujer muy atractiva - dijo Ariadna para tranquilizar - y ese vestido no realza lo suficiente tu belleza. He limpiado muchas veces en tu armario para saber que tienes muchas prendas que te sentarían mucho mejor.

Susana estaba tan superada por la continua duda de qué elegir que hasta se permitió aconsejar por Ariadna. Esta fue mirando los vestidos y le seleccionó uno que había comprado Susana hacía más de un año.

- Este no me gusta nada. - Dijo Susana molesta.
- No es sólo el vestido, si elijes los complementos adecuados este te vendrá muy bien. - explicó Ariadna. Pronto le había preparado el conjunto. Era un vestido blanco largo, sin hombros, discreto pero muy elegante, completado con un pequeño bolso a juego y un collar estrecho que hacía juego con el bolso. Ariadna le explicó cómo debía maquillarse y peinarse.

Susana quedó maravillada por las sugerencias. Realmente se sintió convencida. Al día siguiente fue a la peluquería a que le hicieran el tocado que Ariadna había indicado. A la tarde estaba lista y se vió preciosa con el conjunto, algo que no sentía desde hacía años. Ariadna no pudo verla porque ese era su día libre pero al día siguiente recibió la felicitación de Susana que le dijo cómo había brillado en la fiesta, cómo todo el mundo se había fijado en ella y habían envidiado su vestido. Susana estaba pletórica.

El tiempo iba pasando. A pesar de que Susana se mostraba más abierta con Ariadna esta trataba de evitar todo lo que no fuera una relación profesional. A las pocas semanas un nuevo compromiso se presentaba a la vista: el cumpleaños de su suegro. Si los amigos podían ser críticos, ni qué decir tiene la madre de su marido, una auténtica víbora que no dudaba en criticar abiertamente a la gente. La familia de su marido era muy hostil hacia ella y de nuevo se encontraba igual de tensa. Ahora pensó sin embargo que podía contar con la ayuda de Ariadna.

Pero la respuesta de Ariadna la sorprendió por completo:

- Verá señora, mientras le estoy ayudando con el vestuario estoy perdiendo tiempo de mi tarea diaria y luego me tocará quedarme más tiempo para terminarlo todo.

Susana le dijo que le pagaría generosamente por las horas extra pero Ariadna no accedió, dejando a Susana a su propio criterio.

Al día siguiente, más próximo al nuevo cumpleaños y con la certeza de que sería duramente criticada, volvió a pedir ayuda a Ariadna. Esta vez Ariadna le dio una opción:

- Verá, no quiero que me pague con dinero negro. Y si lo incluye en mi sueldo su marido puede pensar que soy lenta trabajando. Quiero que si hoy le ayudo usted me ayude con el trabajo mañana, en la misma medida en que le ayude hoy a usted.

La medida le pareció extraña a Susana, que hacía años que no hacía ninguna tarea del hogar, pero aceptó sin dudar. De nuevo Ariadna se puso a revisar los vestidos y encontró una excelente combinación de blusa y falda con unos zapatos de medio tacón que hacían quedar a Susana muy bella sin llamar demasiado la atención.

Llegó el nuevo día y Ariadna comenzó a indicar a su jefa sobre qué tareas tenía que hacer. Aunque ahora lejos de mostrarse como empleada, más parecía ella ser la jefa.

- Lo primero cámbiate de ropa y ponte algo más cómodo. Tienes que limpiar todos estos platos del desayuno y cuando termines me avisas.

Susana se sentía molesta tanto por el tono como por la incómoda tarea que le había tocado realizar. Pero se puso a ello. Tras cambiarse y ponerse a lavar los platos, no entendía por qué no se usaba el lavaplatos pero ella tampoco sabía encenderlo, avisó a Ariadna, que contempló la tarea y le indicó que los platos no habían quedado nada bien, que tendría que limpiarlos de nuevo.

Susana se indignó, no sólo estaba haciendo el trabajo de su asistenta, sino que esta le estaba dando órdenes y cuestionando su trabajo. Susana le dijo:

- ¿Pero qué te has creído? Tú eres la limpiadora, si no te gustan cómo están los limpias tú y punto. ¡Habráse visto!

- Creí que teníamos un trato. - le dijo Ariadna.

Pero Susana se marchó airada sin dignarse a contestar.

Pocos días después llegó la fiesta en que de nuevo Susana ganó el premio a la elegancia, hasta llegar al punto de que su suegra no la criticara ni una sola vez en toda la noche. Susana estaba eufórica cuando llegaron a casa y tuvo una excelente noche de sexo con Marcos, tras varias semanas de abstinencia. Por fin empezaba a disfrutar de su vida en todos los sentidos.

Pocas semanas después llegaba un nuevo compromiso, más tenso si cabe: su propio cumpleaños. Todas las miradas se centrarían en cada detalle de la celebración y en ella misma. Por la organización no tenía problemas, había una empresa que se dedicaba a eso y otras veces había planificado toda la fiesta sin problemas.

Pero para si atuendo sí que se sentía insegura. No se atrevía a usar los servicios de un estilista profesional, porque sabía que al final todas sus amigas se enterarían, quedando en un ridículo insuperable. Y ahora veía que no podía contar con Ariadna, tras el incidente de la última ocasión.

Tuvo que esperar a que quedaran pocos días para que en la desesperación recurriera a Ariadna:

- Ariadna, siento lo que ocurrió el otro día, pero necesito tu ayuda de nuevo. - Desde luego, Susana no estaba acostumbrada a las disculpas y menos ante personas de menor categoría. - Es mi fiesta de cumpleaños y tengo que estar perfecta.

- Felicidades señora, pero no puede contar conmigo, tras lo que ocurrió el otro día. - Respondió Ariadna.

- ¿Me he disculpado no? Podemos volver a intentar ese cambio de nuevo, prometo hacerlo mejor. - Dijo Susana entre histérica y enfadada.

Ariadna sabía que llegarían a este punto desde muchos meses antes. Y era su oportunidad esperada. Expuso con tranquilidad:

- Verá señora, quiero que entienda que tras haberme fallado el otro día desconfíe de usted. Si accedo a ayudarla tendrá que hacer usted mi trabajo primero.

Susana estaba alucinando con lo que oía pero hubiera aceptado cualquier pero. Sin dudarlo le dijo que de acuerdo:

- Pero señora. - indicó Ariadna. - Creo que el otro día usted no entendió muy bien lo que era ayudarme porque seguía en su papel de jefa. Yo eso lo respeto en todo momento, pero si usted trabaja para mi tiene que entender que yo seré la jefa y usted mi empleada. Así que tendremos que definir eso antes de empezar.

- Claro, no habrá problemas. - Dijo Susana que empezaba a molestarse.

- Le ayudaré con el vestuario y el maquillaje pasado mañana. - Cuando Susana oyó maquillaje se le pusieron los ojos como platos porque no había pensado que la asistenta también pudiera ayudarla con eso - Y usted me ayudará con el trabajo de la casa durante el día de mañana.

- De acuerdo. - dijo Susana a la que aún le retumbaba la palabra "maquillaje" en los oídos.

Las dos mujeres convinieron que Susana trataría de usted a Ariadna durante todo el día siguiente. Para evitar los conflictos de estatus, Susana se vestiría de asistenta - con un vestido que le llevaría la propia Ariadna - y Ariadna llevaría durante ese día ropa de calle. Si en algún momento la contravenía, no habría trato. Ni maquillaje, ni elección de vestuario.

Cuando se levantó por la mañana Susana estaba terriblemente molesta, pero menos que si no pudiera atender a sus invitados con la suficiente confianza. Tendría que plegarse a los pedidos de su empleada que, gracias a Dios había nacido como chica de la limpieza, porque era muy autoritaria.

Ariadna llegó y le dio el vestuario y los zapatos que debía vestir. Con los zapatos acertó de pleno, pero el vestido le pareció demasiado estrecho y escotado para ser el de una limpiadora, quizás era una talla menos de la correcta. Los zapatos eran de su número pero tenían demasiado tacón. Susana hubiera protestado sin dudar de no ser porque su negocio estaría en peligro.

Ariadna la observó de arriba abajo. Le había costado su tiempo pero había conseguido llevarla a su terreno. Quién le iba a decir a Susana hacía unos meses que ahora estaría vestida como una asistenta - aunque casi como una fulana - esperando las órdenes de Ariadna y tratándola de usted.

Desde luego Ariadna no había comenzado con ese trabajo por necesidad. Su deseo era ese, someter a mujeres que se sentían superiores por clase a los demás. Y estaba cosechando los primeros frutos de su trabajo.

Susana no rechistó a ninguna de las órdenes de Susana incluso cuando tuvo que lavar los platos tres veces:

- Los platos no han quedado del todo bien Susana.
- Lo siento, los lavaré de nuevo.
- ¿Te ha faltado decir algo, no?
- Sí, perdón señora. Los lavaré de nuevo señora. - Dijo Susana con una complacencia que le era inusual.

Poco después llamaron a la puerta. Susana había olvidado que ese día vendrían unos obreros a arreglar un desperfecto en uno de los baños. Ariadna le indicó que tendría que abrir la puerta. Susana entendía que eso se salía un poco del trato. Trató de argumentar pero al final la actitud impasible de Ariadna y el miedo a que toda esa pantomima no hubiera servido para nada la llevó a obedecer.

Ariadna abrió la puerta a los dos obreros que se alegraron la vista con su provocativo vestuario. Y es que los tacones bien podían superar los diez centímetros. Las medias oscuras tapaban lo que la cortedad de la falda se esforzaba en mostrar hasta la altura de unos ligueros discretos pero bien visibles. El vestido era tan escotado que Susana tenía que reclinarse hacia atrás si no quería que los empleados percibieran con total claridad la curvatura de sus pechos.

- Susana lleva a los obreros al baño y haz todo lo que te pidan. - dijo Ariadna desde el fondo de la sala.

Humillada, Susana iba caminando, sin poder evitar que el contoneo de sus caderas hiciera bambolear su culo, sabiéndose observada de cerca por los dos obreros que apestaban a alcohol. Se sentía enfadada, nerviosa y excitada ante la novedad de la situación. Cuando dejó a los obreros en el baño sintió como la mano de uno de ellos, el que debía ser el jefe, se posó fuertemente en sus desprotegidas nalgas, envalentonado por la orden de Ariadna y el vestuario de la improvisada asistenta. Susana se marchó corriendo y evitó males mayores. Esperaba que al llegar a la sala Ariadna no se hubiera enterado de lo ocurrido. Aunque esta desde luego pudo oír la sonora nalgada que había recibido por parte del zafio obrero.

El día terminó sin nada más digno de mención. Había resultado molestísimo para Susana pero también sentía algo de placer en el cambio de la rutina diaria, en sentirse frágil y a merced de otra persona. Y en haber despertado el deseo irreprimible de un hombre.

Al día siguiente Ariadna ayudó a Susana como las otras veces, con el añadido de que la maquilló con una elegancia propia de un profesional destacado de la profesión. Susana tuvo la fiesta de cumpleaños más feliz de su vida.

Los días continuaron, y no pasó nada digno de mención durante algún tiempo. Ariadna seguía en su trabajo de forma diligente y discreta y Susana se dedicaba a perder las horas entre tiendas, reuniones y actos sociales. Al menos por un tiempo.

Continuará...
El siguiente relato forma parte de una serie en que podrá verse lo que pasó con Susana y con Marcos, que hasta ahora ha tenido poco protagonismo pero sin duda tiene mucho que contar.