miprimita.com

Ariadna una asistenta de armas tomar (3)

en Dominación

Este relato es la continuación de los anteriores (
Parte I: http://www.todorelatos.com/relato/53115/
Parte II: http://www.todorelatos.com/relato/53426/ 
y puede ser difícil de entender y apreciar si no se han leído estos antes)

Quiero dar las gracias a los muchos mensajes de correo y comentarios de apoyo que he recibido gracias a los cuales he decidido continuar con la narración de esta historia:

Ariadna no dejó de sorprenderse al encontrar a la dueña de la casa vestida con la ropa de asistenta, casi con una sonrisa, dispuesta a atender lo que ella solicitara. Y Susana estaba con el corazón que no le cabía en el pecho por el nerviosismo y la excitación que la invadían.
Susana estaba asombrada ante el aspecto que presentaba Ariadna. Tan habitual era verla mal vestida con la ropa de trabajo que el encontrarla con el pelo perfectamente arreglado, recién salida de la peluquería, maquillada, con discrección pero sin falta de elegancia, verla con una falda ligeramente por encima de las rodillas, con unas medias negras, vistiendo una blusa azul, que trasmitía una sensación de buen vestir, sorprendía a la nerviosa Susana.
Desde luego con el vestuario quedaba claro quién era quién. Susana se sintió humillada pero ya era capaz de tragar esta sensación hasta convertirla en algo agradable. No en vano era Ariadna, su asistenta habitual, la que le había enseñado cómo vestir y arreglarse. Ahora ella atendía sus ruegos - sólo por este día se decía a sí misma Susana - con una falda por lo menos un palmo más corta que a poco que se agachaba mostraba los ligueros. Su blusa era muy ajustada comparada con la sobria de Ariadna y no tenía opción de dejar de insinuar sus pechos, con el abultado escote que mostraba.

Pero todo esto se transformaba mediante un complejo proceso emocional, en una forma de placer: la fragilidad, la exposición, la tranquilidad de no ser quien toma las decisiones, el morbo del que se exhibe que provoca que el que observa se excite pero también se sienta cohibido. Merced a ello Susana estaba preparada para atender las tareas que Ariadna le indicaba, con un poco de sorna haciéndolo de una forma demasiado servil.

Cada vez que que Susana decía "sí señora" se sentía estremecer de placer. Era como un pequeño orgasmo, duraba apenas unos segundos pero era tan placentero como el goce sexual. Así, se sentía en un estado de placer erótico prolongado, llevaba casi una hora en este estado de trance, sin estar segura de si había corrido alguna vez o si lo había hecho varias decenas de veces. Desde luego estaba empapada hasta el punto de sentirse tentada de abandonar el trabajo para cambiarse la ropa interior.

Ariadna le dió las directrices sobre lo que tendría que hacer durante la mañana, pero a eso de las 11:00 se marchó, explicándole que tenía que hacer el encargo para el que se había pedido la mañana. Susana quiso preguntar por curiosidad pero también pensó que cualquier respuesta rompería el encanto de la situación.

Susana se quedó sola en casa y de repente su mundo se vino abajo. Recibir una reprimenda de la que era su asistenta a diario la ponía a mil, hasta sentirse mareada. Sentirse observada y tratando de hacer bien el trabajo era una sensación que estaba disfrutando por primera vez en su vida. Pero cuando Ariadna se marchó aquello se convirtió en simple trabajo: fregar escaleras es aburrido, cansado y hace que te duela la espalda. Limpiar baños es un trabajo fastidioso y muy desagradable. A cada minuto que pasaba Susana estaba más desencantada con el giro que habían tomado las cosas. Sólo el no saber cuándo volvería Ariadna y el miedo a que se encontrara las tareas sin hacer la mantenían en el cargo. Desde luego paró para cambiarse de bragas. La excitación había desaparecido por completo y ahora seguía limpiando casi por inercia.

Por otro lado Ariadna se marchó a cumplir con su ficticia ocupación. No estaba tan contenta como pudiera imaginarse. Desde luego había conseguido con cierta facilidad que su empleadora acabase convertida en empleada. Pero la alegría con que esta se había entregado a la tarea de limpiadora no era una señal de que estuviera cerca de convertir lo que había sido un cambio de roles durante un par de días, en algo definitivo.

Ariadna sabía que Susana se estaba tomando la situación como un juego y esto acabaría desembocando en que lo abandonaría cuando se aburriera. Y ella no quería que eso sucediera. Hubiera preferido que Susana la abroncara abiertamente por su descaro al proponerle el cambio. Tarde o temprano habría terminado aceptando su nuevo rol, esta vez sin la esperanza de recuperarlo. Pensamientos contradictorios invadían la mente de Ariadna.

A las 14:00 volvió Ariadna a la casa. Susana se alegró como cuando un perro siente que su dueño vuelve a casa. Los nervios de la situación le gustaban, pero había desaparecido el encanto erótico. Esperaba el veredicto de Ariadna sobre su trabajo. Pero esta lo observó todo con desgana y le pidió que le preparara un té helado.

Esta indiferencia hacía que Susana se sintiera completamente decepcionada. Esperaba alguna crítica a su trabajo, tener que repetir alguna tarea. Por el contrario, Ariadna la ignoraba por completo. De nuevo volvían a la mente de Susana los pensamientos que ponían a cada uno en su sitio: ella era la dueña de la casa y la que decidiría su futuro. Y entonces, llamaron a la puerta.

Habían llamado a la misma puerta de casa, no a la verja del jardín. La estúpida asistenta venida a más se habría olvidado de cerrarla cuando volvío a casa. Susana se asustó porque bien podría ser alguna persona conocida suya. Su marido vendría en pocas horas y tal vez la pesada de su suegra fuera la que estaba en la puerta. En tal caso no podía permitir que la vieran de semejante guisa, y menos con Ariadna vestida tan elegantemente sentada en el sofá de casa.

- Abre la puerta Susana. - gritó Ariadna desde el salón.

Asustada de que la persona en la puerta pudiera oír su nombre, estuvo tentada de ir a cambiarse de ropa inmediatamente. Fue al salón y miró a Ariadna solicitándole una tregua tácita, pero esta se mostro imperturbable.

- Mira a ver quién es. - dijo Ariadna con calma.

Susana se acercó a la puerta con la cautela que sus altos tacones le permitían. Recordó fugazmente la vez que tuvo que abrir a los obreros y eso le dió una especie de fuerza. El miedo a que fuera su suegra anulaba toda excitación. Observó por la mirilla tranquilizada: se trataba a todas luces de un vendedor: un tipo mayor en traje, con una carpeta con documentos en la mano.

Apenas tuvo que pensarlo para abrir. Toda la mañana sola en casa la hacían sentirse con un déficit de exhibicionismo y qué mejor que un hombre mayor, de esos que han perdido toda esperanza de encontrar algo de placer aunque sólo fuera visual en su vida diaria.

- Buenos días, venía a ver al señor o la señora de la casa. - dijo el hombre que rondaría los 50 años.

Susana encontró placentero el desviar la molestia de deshacerse del vendedor hacia la altiva Ariadna y por eso no tuvo problema alguno en hacer pasar al vendedor guiándolo hasta el salón de la casa, sintiendo como de nuevo el vendedor se quedaba atrás para poder apreciar la firmeza de su piernas y la rotundidad de su culo.

En el salón pudo observar la expresión de sorpresa de Ariadna que no esperaría tener que tratar con una persona desconocida.

- ¿Es usted la señora de la casa? - preguntó el vendedor.
- Sí, por supuesto. - dijo Ariadna mirando de reojo a Susana que lo observaba todo desde cierta distancia, con diversión contenida.
- Verá, me llamo Eduardo Sepúlveda y soy Inspector de Hacienda. Venía a hablar sobre algunas irregularidades que hemos encontrado en su Declaración de Impuestos del año pasado.

Tanto Ariadna como Susana se quedaron heladas. Susana pensó en reparar la situación de inmediato y sintió como si Ariadna quisiera hacerlo también, explicándole al Inspector que se trataba de una especie de juego que se tenía con su asistenta habitual. Pero a Susana le pudo más el miedo; el Inspector lo contaría en su trabajo y quién sabe hasta dónde podría propagarse esta historia. Y lo peor de todo era que tal vez se acabase enterando su marido Marcos. Se quería morir sólo de pensar en ello.

A falta de una confirmación visual, Ariadna siguió en su papel y mandó a Susana a por su té frío. El señor no quería tomar nada según dijo.

Susana se marchó a la cocina. Dejó entreabierta la puerta para poder oír lo que hablaban. Pocos instantes después entró Ariadna que estaba realmente enfadada.

- Creo que será mejor si le contamos lo que está pasando. - le dijo Ariadna.- Así podrás ver qué problema tienes con tus impuestos.
- No sé Ariadna - le dijo una Susana deshecha. - ¿No podrías despedirlo amablemente y decirle que venga otro día? Esto que hemos hecho ha sido una locura.
- No va a ser tan fácil. - dijo Susana. - A los Inspectores hay que atenderlos bien o te puede caer una multa mayor.
Susana no sabía qué hacer. Nunca había tenido que tomar grandes decisiones en su vida y ahora se encontraba ante una que podía destruir completamente su imagen social: le gustaba vestirse como asistenta y atender a personas de inferior categoría social.

Por otro lado estaba el problema de la propia inspección. Sabía que Marcos hacía una Declaración de Ingresos muy creativa, mezclando ingresos de la empresa y privados para conseguir ahorrar varios cientos de miles de euros en impuestos. Ella siempre se había mostrado en desacuerdo porque muchas veces tenía que figurar como poseedora de bienes que eran de la empresa. Pero el economista que le hacía la Declaración les tranquilizaba diciendo que no habría problemas. Ella desconfiaba y había preguntado a otro gestor que le dijo que aquello era "legal, pero sujeto a interpretaciones". Con la visita del Inspector estaba claro que la interpretación de su marido no era la más adecuada.

Las dos mujeres convinieron en que Ariadna se desharía de Eduardo Sepúlveda lo mejor que pudiera. Susana tuvo que conceder todo tipo de garantías ante este favor: haría lo que ella le dijera pero por favor que le hiciese ese favor.

Ariadna volvió a atender a su visita. Desde la cocina Susana podía escuchar cómo se desarrollaba la conversación. Al parecer el agujero fiscal era de dimensiones notables. El Inspector hablaba con seriedad e iba llenando la mesa de papeles que sostenían sus tesis, según pudo ver desde la puerta entreabierta. Susana quiso echar un vistazo a esos papeles y aprovechó para llevar el té frío a Ariadna, que respondió con un frío "Gracias" que la acompañaba a marcharse.

Susana estaba asustada ante lo poco que pudo ver. Numerosos tachones en documentos presentados por Marcos, su nombre señalado en rojo. Documentación sobre su casa. Aquello era realmente serio y no tuvo más que volver a la cocina y esperar que Ariadna atajara los problemas hasta que lo hicieran los abogados de Marcos.

La conversación sin embargo empezó a tomar un giro molesto. Eduardo Sepúlveda, el Inspector, insinuó la posibilidad de embargos, mencionó la cárcel. Ariadna aguantaba el tipo - al fin y al cabo ella estaría libre de todos esos problemas - pero trataba de defender sus intereses.

Susana no sabía qué hacer. El día había comenzado maravillosamente y ahora se encontraba con un futuro incierto, con problemas legales y dependiendo de que su asistenta diera la cara por ella.

- Señora, he venido acompañado de unos policías que esperan fuera. Si no es capaz de justificar estos ingresos me temo que tendrá que acompañarnos. - dijo Eduardo Sepúlveda imperturbable.
Ariadna echó una mirada hacia la cocina. Desde luego, no iba a permitir que eso ocurriera: antes desvelaría el cambio que hizo con Susana. Esta tenía ahora más miedo a la cárcel que a que se desvelara el que había sido su capricho de cambiar de papeles con Ariadna.

Ariadna sin embargo viendo que Susana no salía de la cocina tomó el camino que mejor le pareció.
- ¿No cree que podríamos arreglar esto de alguna otra forma? - dijo Ariadna
- ¿Se le ocurre a usted alguna? - dijo el Inspector con interés pero seriedad.
- ¿Susana, quieres venir un momento? - llamó Ariadna desde el salón. Y se dirigió a Eduardo Sepúlveda - No he podido dejar de fijarme en como miraba a mi asistenta. Quizás ella pueda complacerle de alguna forma más agradable que preparándole una bebida.

Susana oía todo esto desde la cocina. Haría lo que fuera por no ir a la cárcel pero complacer a un hombre mayor no estaba tampoco en sus planes. Aunque tal vez no tuviera otra opción. Sin embargo era incapaz de moverse de donde estaba, sabía que si iba al salón sería un juguete sexual en manos de ese hombre y sólo como aplazamiento del pago de sus deudas.

- ¿Quieres venir Susana? - llamó Ariadna con nerviosismo.

Pero Susana no se iba a mover de la cocina. Estaba paralizada por el miedo.
Afortunadamente para ella, Eduardo Sepúlveda y Ariadna se conocían desde hacía tiempo.
Eduardo no era Inspector de Hacienda sino un amigo de Ariadna, actor de tercera fila que se había prestado a ayudar a su amiga en la conquista de la voluntad de Susana. Se habían visto esa misma mañana y Ariadna le había puesto al tanto de las directrices que debía tomar en su papel. Al fin y al cabo había pasado muchas horas silenciosas en casa de Susana oyendo los problemas que Marcos y Susana debatían. Todo esto le facilitó presentar esta actuación que había acabado minando todas las defensas de Susana. Eduardo Sepúlveda se marcharía y Ariadna tendría carta blanca para hacer lo que quisiera con Susana.

En los planes de Ariadna no estaba que Eduardo Sepúlveda abusara de Susana. Si esta se hubiera presentado en el salón, tal vez este le habría manoseado las piernas y el culo, o le habría obligado a desabrocharse algún botón de la camisa para poder observar sus pechos en todo su explendor. En esto Ariadna había sido muy estricta: no debía permitir que las cosas se salieran de su cauce.

No era esta la primera vez que Eduardo Sepúlveda ayudaba a Ariadna. Se conocían desde hacía varios años y había prestado sus servicios en alguna que otra ocasión. El falso Inspector de Hacienda sin embargo deseaba a su amiga ocultamente. Nunca habían tenido nada de sexo entre ellos. Y Eduardo Sepúlveda quiso aprovecharse de la situación creada para sacar algo de beneficio.

Porque sabiendo que Susana observaba desde la cocina, Ariadna tenía que seguir en su papel y la oferta que había hecho sobre Susana permitía a Eduardo Sepúlveda ampliar su actuación. El resto sería improvisación.

- Como usted comprenderá, no acepto trabajos de índole sexual como compensación ante deudas contraídas con el Gobierno. Y menos de empleadas del servicio.
- Perdone señor Inspector no era mi intención...-dijo Ariadna.
- Ustedes las señoras ricas no tienen sentido de la responsabilidad - arengó Eduardo Sepúlveda - cometen todo tipo de infracciones y esperan solucionarlas por la vía rápida y ni siquiera tienen la delicadeza de tratar de arreglar sus propios errores.
- Disculpe señor Inspector. -dijo Ariadna que no entendía el giro de la conversación dado por su amigo.
- Puede que perdáis todo lo que tenéis y es casi seguro que pasarás algún tiempo en la cárcel así que va siendo tiempo de que pierda usted su soberbia. - continuó Eduardo Sepúlveda.
Ariadna observaba cómo su amigo estaba saliéndose del papel. Ella por la presión de Susana debía mantenerse en el suyo de supuesta dueña de la casa. Trató de indicar a Eduardo Sepúlveda que se tenía que marchar.
- Mi marido vendrá dentro de un momento, tal vez pueda hablarlo con él. - mintió Ariadna.
- Esto es algo que tenemos que arreglar ahora rápidamente, discúlpate por lo que has hecho robando dinero de todos los contribuyentes.
- Lo siento mucho. - dijo Ariadna bastante molesta con su papel de mujer dócil.
- Eso no es suficiente, - dijo el Inspector - ponte de rodillas y pídeme perdón de nuevo.

Ariadna sabiéndose observada obedeció. Susana observaba sorprendida el giro que estaban tomando las cosas. Sabía que ella debía estar en el papel de Ariadna. Y por una vez se alegraba de estar del otro lado.

- No me gusta que me atienda la gente del servicio. - dijo el falso Inspector observando a la orgullosa Ariadna arrodillada. - Me gusta que me atiendan las señoras altivas como tú, con aires de grandeza pero que no son más que unas auténticas fulanas reprimidas.

Ariadna estaba enfadada en su fuero interno pero no podía dejar de seguir en su representación. Siguió arrodillada con la mirada hacia el suelo esperando que esto acabara pronto.

- ¿Sabrás hacerme una mamada? - dijo Eduardo Sepúlveda - Tu futuro depende de que me hagas una buena mamada. ¿Sabrás chupármela bien?

Desde luego Eduardo Sepúlveda era un aprovechado y Ariadna estuvo tentada de mandarlo todo al garete. Pero pensaba que el premio bien que merecería la pena. Susana observaba desde la cocina sin saber qué hacer. Sólo tenía claro que ella no se movería de allí, aunque no podía dejar de mirar, maravillada con la obscena petición del depravado Inspector.

- Lo intentaré. - respondió Ariadna. Y entonces Eduardo Sepúlveda se desabrochó el pantalón y bajó la cremallera,bajando un poco su ropa interiro y mostrando una incipiente erección. Su polla no era la de un chaval pero conservaba una inesperada lozanía y tenía un tamaño considerable.

- ¿A qué esperas? - dijo Eduardo Sepúlveda.

Y entonces Ariadna se acercó a él caminando sobre sus rodillas. Abrió su boca y trató de capturar el pene del infame inspector pero este se echó hacia atrás antes de que pudiera metérselo en su boca. Eduardo Sepúlveda mantuvo unos segundos ese juego: cuando Ariadna estaba a punto de tragársela el se retiraba y la dejaba en evidencia, todo para mayor degradación de Ariadna. Finalmente permitió que se introdujera toda la polla en la boca y Ariadna aprovechó para empezar a succionar.

Al sabor desagradable del pene no muy limpio se unía el envilecimiento de haber tenido que buscar ella misma la polla que chupar y el dolor en las rodillas por caminar apollada sobre ellas. Ariadna pudo experimentar como en pocos segundos había aumentado notablemente de tamaño y grosor el pene del inspector y se la tuvo que sacar de la boca. Susana no podía quitar ojo a lo que veía. Estaba tremendamente excitada ante el espectáculo. Aunque alguna vez le había hecho felaciones a su marido, no era muy buena en el trabajo y al final su marido había acabado resignándose a no proponérselo más. Ariadna sin embargo hacía el trabajo a conciencia, con la dificultad añadida de que la polla de su partener era considerablemente mayor que la de su marido Marcos.

- Sigue chupando zorrita. - decía el Inspector que estaba disfrutando de su papel de lo lindo - eres una estupenda mamadora de pollas.

Ariadna seguía chupando con la mejor ciencia que sabía emplear, esperando que su amigo se corriera pronto y terminara con los excesos en la representación teatral de Eduardo Sepúlveda. En un momento dado Ariadna se la sacó de la boca y volvió a llamar a Susana.

- Susana, ven inmediatamente. - gritó perdiendo toda compostura.

Escondida detrás de la puerta, Susana se estremeció. La mezcla de excitación y miedo hacía que su corazón latiera a un ritmo nunca antes alcanzado. Una parte de su mente, la más lasciva, la llamaba a que acompañara a Ariadna dando placer a ese hombre, turnándose en chuparle el pene. El miedo era sin embargo atroz, la violación de la intimidad, la degradación. También disfrutaba sintiendo que Ariadna hacía el papel que a ella le correspondía, sin que tuviera que padecer la humillación de tragarse el aparato de un hombre viejo. Además, Ariadna la chupaba mucho mejor que ella.

- No dejes mis pelotas sin limpiar - incriminó Eduardo Sepúlveda. Y ante el cambio de objetivo de trabajo por parte de Ariadna - Lo haces realmente bien, pareces una auténtica profesional.

La sopresa inicial de Susana se había convertido en abierta excitación. Al fin y al cabo se sentía como si fuera ella la que estuviera realizando esa mamada al molesto Inspector. Parapetada en la puerta se tocaba los pechos a través de la camisa, manteniendo una compostura que poco a poco iba desapareciendo. Sabía que Ariadna sabía que ella estaba observando y esto le sirvió durante unos instantes para mantener el recato. Pero poco a poco desabrochó su camisa y se la quitó por completo, al igual que tuvo que hacer Ariadna.

- Quítate la camisa, que quiero ver tus tetas. A lo mejor decido correrme sobre ellas, ¿Sabes? - le había dicho Eduardo Sepúlveda.

Y Ariadna indignada había complacido. Se quitó la camisa nerviosamente, sin ningún erotismo. Luego le tocó volver al juego del gato y el ratón con la erecta polla del falso inspector, que la esquivaba cuando ella acercaba su experta boca. Finalmente consiguió hacerse con ella y sintió asco de saborear su propia saliva que inundaba toda la superficie de la excitada polla.

- ¡No puedo ver tus tetas con ese sujetador! - dijo Eduardo Sepúlveda - quítatelo ahora mismo.

Y al tiempo le dió un cachete en la cara, no muy fuerte porque al fin y al cabo era amigo de Ariadna.

Antes de que esta se quitara el sujetador Susana había hecho lo propio desde la cocina. Los apretujamientos de pecho que Edudardo Sepúlveda aplicaba ahora sobre Ariadna, desnuda de cintura para arriba, eran replicados por Susana que había tenido su primer orgasmo cuando oyó al Inspector pedir que se quitara el sujetador. Porque ella se sentía dentro de la situación por completo, era incapaz de distinguir su papel ajeno a la misma.

Mientras era vulgarmente manoseada, Ariadna había retomado su trabajo, recorriendo con su lengua toda la superficie del pene de su amigo, lamiendo a conciencia las zonas más sensibles y parando de golpe para introducirse todo el pene en la garganta. Con los pechos fuera, observada por Susana, estaba terriblemente humillada.

Susana se había sorprendido de que Ariadna tuviera unas tetas tan bien puestas. Eran un poco mayores que las suyas y muy erguidas para pertenecer a una mujer en los treinta y tantos. Y no entendía qué había hecho Ariadna para aprender a chupar pollas tan bien. Eduardo Sepúlveda disfrutaba del cuerpo de Ariadna como nunca, sus pechos firmes le hacían difícil soportar tanta excitación. La técnica bocal de Ariadna le llevaba al séptimo cielo.

Eduardo Sepúlveda estaba a punto de terminar. Al movimiento de succión de Ariadna lo acompañaron sus sacudidas en sentido opuesto, hasta que descargó toda su leche en la garganta de Ariadna con grandes gritos de placer.

Cuando sacaba su pene triunfante Ariadna se lo limpió con su lengua laboriosamente del semen que se había quedado pegado, evitando tener que atender a la inevitable petición de que lo hiciera.

Susana desde la cocina había tenido su segundo orgasmo cuando sintió cómo el hombre comenzaba a eyacular. Y a poco que se tocó un poco consiguió un tercero mientras veía con maravilla la limpieza que Ariadna hacía del instrumento del Inspector.

Contento con su gran trabajo, que no le serviría para ganar un Oscar pero que a buen seguro le había causado más placer, Eduardo Sepúlveda recuperó la sensatez y acabó despidiéndose con un "tendrán noticias nuestras" nervioso. Para él se habían acabado los papeles morbosos con la excitante Ariadna: era el precio que había que pagar por la que había sido sin duda la más excitante experiencia sexual de su vida.

Ariadna se compuso la ropa y se encontró a Susana en la cocina, aún con la camisa fuera, componiéndose el sostén, agotada por la excitación.

Ariadna estaba indignada por lo que había tenido que hacer pero había resuelto en un día el resto de su trabajo. El resto de la vida de Susana sería tal y como ella decidiera.