Prefiero no aburrirles contando lo que me ocurrió en mi
visita al director del colegio donde estudia mi hija. Traté de convencerle de
que cambiara de clase a un chico que la estaba molestando pero al final nos
liamos y no me quedó claro si se cumplió mi propósito inicial.
Los días siguientes le pregunté sutilmente a mi hija por si se habían producido
cambios en la clase. "¿Alguna compañera nueva?" le pregunté. "No, todo igual que
siempre era su respuesta." "¿Estáis entonces los de siempre?" "Sí, claro mamá".
No quería que mi hija se diera cuenta de mi preocupación por un compañero de su
clase que la pretendía. Ella era muy joven y el chico querría aprovecharse de su
ingenuidad para disfrutar de su ya apetecible cuerpo de mujercita. Cierto era lo
que el director me había dicho la última vez, que mi hija vestía muy
provocativamente y que yo no hacía nada al respecto. Es más fácil decir que
hacer cuando hoy en día las chicas van todas muy ligeras y modernas. Mi hija
tiene el problema del pecho, heredado de mí, pues incluso usa algún sujetador de
copa D lo cual me parece demasiado para su edad, y eso que es bastante delgada
como yo.
Aquel día se despidió tras el desayuno mientras meditaba su forma de vestir. Iba
con zapatos de ligero tacón y unos jeans muy ajustados que para mi gusto eran de
una talla menor a la suya. Luego llevaba un top de tirantes de los que se ajusta
el escote con un lazo. Lo llevaba bastante descuidadamente anudado y mostraba
mucho más que el nacimiento de sus pechos sino gran parte de la enormidad de sus
encantos.
Era verdad que parte de la culpa era mía por dejarla ir así. Cualquier chico de
su edad se volvería loco con sus tetas, no podría limitarse a mirarlas, desearía
tocarlas, apretarlas, morderlas y besarlas. Antes de dejarla marchar le rehice
un poco el lazo, me sentí culpable. Mientras se lo anudaba para que ocultara más
sutilmente sus tetas sentí la firmeza incierta de unos pechos que aún no tenían
su forma definitiva, en continuo crecimiento.
Subí a mi cuarto a vestirme por cuanto tenía que aclarar las cosas con el
director del colegio. No podía permitir que ese alumno siguiera en la clase de
mi hija, si fuera necesario la cambiaría de colegio pero no permitiría que se
aprovechasen de ella a tan tierna edad. Mi anterior visita había resultado
infructuosa en parte porque el director se volvió loco con mis pechos y
desviaron el centro de la conversación. Me dije a mi misma que vestiría con
modestia. Para no tentarme le avisé a mi hija de que pasaría por clase a
saludarla después de visitar al director. No quería verme envuelta en otro
desliz. Me planté ante mi armario y sólo se me ocurrían prendas provocativas
algunas en el borde mismo entre la ropa convencional y la lencería. Siempre
exhibiendo mis enormes pechos, incluso barajando la temeridad de no llevar
sujetador.
Pero aquello no podía ser. Tenía que comportarme, la educación de mi hija y su
futuro estaban en juego. Así, elegí un suéter de cuello alto, de la estación
pasada. A juego elegí unos jeans como los de mi hija, bien ajustados. No podía
resignarme a ocultar toda mi belleza. Si bien mis pechos son los que más llaman
la atención entre los hombres creo que tengo un trasero muy bien formado,
respingón y firme.
A pesar de que la vez anterior había acabado entregada a la lujuria realizándole
una felación al director esta vez no iba con victimismo ni con la intención de
volver a cometer ese error. Mientras esperaba para ver al director pude darme
cuenta de que mi vestuario no era adecuado para el lugar. Y no por ser demasiado
exótico sino por el calor que hacía allí. No debía funcionar bien el aire
acondicionado y el cuello alto me estaba empezando a molestar demasiado. Mi
hija, pensé, había ido tan fresca por razones de temperatura. Tras esperar un
par de minutos pude acceder al despacho del director que no dudó en cerrar con
llave tras de mi, incapaz de ocultar la alegría que le ocasionaba mi presencia.
Sin embargo yo misma volví a quitar la llave.
- He estado pensando sobre lo del otro día...Estuve pensando en llamarle a su
casa. - le dije al director - para hablar sobre ello.
- No creo que hiciera falta, lo más correcto es lo que ha hecho, venir aquí y
hablarlo, que lo veamos...
- Sí, pero quise hablar con usted antes y no pude venir. Conseguí el teléfono de
su casa pero cuando le llamé no estaba, me contestó una mujer...imagino que su
esposa. - le dije con sangre fría.
- Sí, sí. No tiene que llamar a mi casa, puede llamarme al colegio si lo desea.
- dijo azorado mientras me extendía una tarjeta del colegio que no me digné a
tomar.
Aunque las infidelidades nos afectan más a las mujeres, son los hombres los que
tienen más que perder así que tras poner las cartas sobre la mesa continué con
mi idea inicial.
- El otro día hablamos de que usted retiraría a su hijo de la clase de mi hija
pero no ha hecho nada al respecto... - le dije.
- Bueno, entiéndalo, las cosas requieren un tiempo. - dijo el director.
- Quizás debería hablar con su esposa, las mujeres somos más comprensivas en
estos aspectos. - le dije de nuevo.
- No se preocupe, su problema se arreglará, es solo que ahora no tenemos plazas
en las otras clases. - repuso el director.
- No me parece más que una mala excusa. - le dije enfadada.
- Verá, estoy haciendo todo lo que puedo. - dijo bastante preocupado el
director. - En clase se comportan muy bien todos los alumnos, se lo puedo
asegurar. Si mi hijo es molesto con su hija lo seguirá siendo aunque le
cambiemos de clase.
La verdad es que tenía razón en lo que decía. No se podía luchar contra la
naturaleza. Pero tampoco podía resignarme. Al menos quería sentir que había
hecho lo que estaba en mi mano por mi propia niña querida.
Ahí estábamos los dos, sentados donde casi una semana antes había cometido mi
pecado de lujuria con él. Pero no me sentía excitada, el calor era bastante
molesto y estaba empezando a sudar lo cual me molestaba enormemente. No quería
que el director se diera cuenta. No teníamos forma de acercar nuestras posturas.
Entonces él propuso:
- Verá, quiero que los vea en clase. - Y tras consultar su reloj - Hace unos
minutos que han empezado la clase. Vaya a verlos por la puerta de detrás,
discretamente. Verá como la clase es el lugar más seguro del colegio. A
diferencia de otros centros aquello no es una jungla. Compruébelo.
Y se levantó para acompañarme a la puerta. En parte tenía razón y era lo más que
podría conseguir de esta segunda visita. Si al menos me tranquilizaba un poco mi
conciencia descansaría.
- Son pocos alumnos por clase. Hay mucho respeto. No se interrumpe al profesor.
- continuó. - Los chicos atienden y no hablan entre sí.
- Sí claro. - le dije como protesta. - cuando le vean a usted en la puerta se
pondrán todos firmes como soldados.
- No nos verán. - dijo el director que insistía en acompañarme a la puerta. -
Verá como atienden al profesor. La puerta está detrás y nadie se fijará en nada.
- Pero seguro que el profesor nos ve. - le dije con algo de enfado. - Y se
pondrá más estricto con los alumnos en ese momento.
- Se lo estoy poniendo fácil- dijo el profesor con muestras de haber perdido su
paciencia. - Vaya usted sola, pero véalos, observará que aquello es un remanso
de paz.
La verdad es que no estaba muy conciliadora. En parte lo achacaba al molesto
calor. Quería ajustarme el cuello del suéter, subirme las mangas. El director
tenía razón y salí de allí tras despedirme e indicarle que echaría un vistazo.
Ya sola por los pasillos del colegio tuve oportunidad de remangarme un poco.
Quise entrar en unos baños a refrescarme un poco pero me sentía ridícula de
pensar en encontrarme compartiendo el lavabo con unas niñas. Sabía donde estaba
la clase de mi hija. Aquello estaba desierto y no se oía un ruido salir de las
aulas pero era porque estaban muy bien aisladas. Me acerqué a la clase y miré
por la puerta de atrás.
Era cierto lo que decía el director de que no podían verme, tal vez el profesor
y tal vez los alumnos de la última fila si se giraban pero no tenían pinta de
hacerlo. Mi hija estaba en las primeras filas, a su lado estaba su amiga María y
un chico de cabello largo. "Tal vez fuera ese el temido hijo del director"
pensé. Me quedé mirándolo un buen rato y me extrañó porque no parecía nada
atractivo. Además, tenía pinta de crío.
Desde luego no sería él. Al menos no se había sentado al lado de mi hija, como
presagiaba su compañera, el que sería el primer paso de la conquista hacia ella.
Miré el resto de asientos, eran pocos no llegaría a veinte. Por algo pago un
colegio caro, para que tenga buenas instalaciones. La excusa de que no habría
sitio en otras aulas no me acabó de convencer. Repasé el resto de asientos sin
encontrar a ningún posible candidato que concordara con Carlos, el hijo del
director. Cierto era que había un par de sillas vacías.
Pensé que el chico que me encontré el otro día y que desde lejos me pareció
hacer alguna señal podría ser Carlos. Concordaba con las descripciones y parecía
conocer a mi hija. Sin nada que ver más tuve que estar de acuerdo con el
director, las clases eran muy organizadas y los chicos no se descontrolaban.
Harta de tanto calor, decidí marcharme a casa sin esperar a saludar a mi hija.
Dudé sobre si saludar al director pero tenía que mantener un tono cordial con
él. Seguramente tendría que volver por allí. Quería que todo fuera breve. Fui
directamente a su despacho. La puerta estaba abierta y el director hablaba con
un chico que resultó ser el que me pareció que me miraba el otro día. Debía ser
Carlos. Me sentí cohibida pues la vez anterior salí un poco descocada del
despacho y no me sentía cómoda.
Carlos era un chico alto, debía medir más de un metro ochenta, era muy moreno de
piel y de complexión fuerte y deportiva. Y era muy atractivo, para nada tenía
cara de adolescente. Sus maneras eran tranquilas y reposadas y sabía
comportarse. El director me miró con cara de miedo, se ve que no había puesto al
tanto a su hijo sobre nuestras conversaciones y mis miedos de que Carlos se
aprovechara de mi frágil hija.
- ¿Verdad que lo ha visto todo en orden? - dijo nervioso el director. - Es un
instituto modélico. No tiene de qué preocuparse.
- ¿Preocuparse? - dijo Carlos extrañado.
- Sí...la señora es una ... periodista que ha venido a hacer un reportaje sobre
los...estudiantes problemáticos. - mintió el director.
En principio no quise dejarlo por mentiroso pero me molestó que no le dijera la
verdad a su hijo. Aunque me resultaba violento hablar de que quería que lo
cambiaran de clase delante de él. Así que dije:
- Sí, todo bien. Ya me pondré en contacto con usted. Espero que salga bien el
reportaje, de lo contrario quizás haya que hacer algunos cambios. - fue mi
respuesta.
- No se preocupe. - dijo el director. - Tiene mi teléfono para lo que lo
necesite.
- Sí. - respondí. - Pero no me ha dejado el de su casa. Me gustaría tenerlo por
si no le localizo aquí. - le dije para recordarle que podía contarle a su esposa
lo que había pasado en el despacho entre nosotros.
- Tome. - aceptó a regañadientes.
Mientras escribía el número en la tarjeta, Carlos habló:
- ¿A quién ha entrevistado para su reportaje?
- Bueno, a nadie...todavía. - dije como pude.
El director me extendió la tarjeta. Hice por marcharme pero Carlos me retuvo
suavemente con la mano. Sentí la fuerza contenida de sus brazos poderosos.
- Puede entrevistarme a mí si quiere. - dijo Carlos.
- Sí, sería una buena idea. - dijo el director entusiasmado. - así verá de
primera mano cómo son los chicos repetidores de clase. No son para nada
conflictivos.
- No creo que haga falta. - les dije mientras me marchaba. - Pero gracias.
Me marché finalmente. Estaba asfixiada por el calor que me provocaba el suéter.
También estaba nerviosa por haber conocido a Carlos de primera mano. Era un
chico muy maduro para su edad. Se le notaba mucha seguridad en sí mismo. Podría
ligarse a mi hija cuándo y cómo quisiera y no podría hacer nada al respecto. Eso
me hacía preocuparme demasiado.
Estaba ya fuera del colegio acercándome a mi coche aparcado cuando oí que me
llamaba Carlos.
- Espere, espere.
Me paré para ver qué quería decir.
- ¿Está segura de que no quiere una entrevista? Tengo muchas cosas interesantes
que contar. Y conozco el instituto mejor que otros alumnos porque llevo mucho
tiempo en él.
- Estaría encantada. -le dije - pero ahora tengo otros compromisos. Además, no
traje la grabadora.
- No hace falta, puede tomar notas si quiere. - dijo Carlos. - Me apetece mucho
que me haga una entrevista.
Todo el tiempo me hablaba mirándome a los ojos, tenía algo su voz, su mirada que
te hacía hacerle caso, querer agradarle. Por otro lado veía que hablaría así a
mi hija. Sentía un enorme descontento por ello. Esa mezcla de placer y
desagrado, de atracción y disgusto es en cierto modo el morbo. No sabía que
decirle pero me costaba darle una respuesta cortante.
- Es que ahora mismo no tengo tiempo. He olvidado enviar un fax y tengo que
hacerlo de inmediato. - mentí una vez más.
- Si quiere le acompaño, usted hace ese encargo y luego me entrevista. ¿De
acuerdo? - dijo mirándome francamente. Y como no dijera nada rápido. - No acepto
un no por respuesta.
Me fastidió su prepotencia pero aún así pensé que si hablaba un poco con él
podría tranquilizarme respecto a mi hija. Así que le dije que me esperara allí y
que volvería en un rato.
- No se preocupe, voy detrás de usted con el coche. Ahora no tengo nada que
hacer. - dijo Carlos.
- ¿No tienes más clases? - le pregunté.
- No, las asignaturas que quedan ya las tengo aprobadas. - dijo en lo que
claramente era una mentira.
Me sorprendió que tuviera coche siendo tan joven. Quise quitármelo de encima
pero no supe cómo. Conducí hasta mi casa. Estaba deseando cambiarme de ropa.
Aparqué el coche y el hizo lo propio. Me acerqué a su coche y le dije que me
esperara ahí.
- No se preocupe, la acompaño a enviar el fax.- me dijo con descaro.
- No. - le dije con rotundidad. - Me esperas aquí.
Y subí a mi casa, angustiada por la respuesta tan brusca que le había dado pero
molesta por su impertinencia. Me alegré de haberle puesto las cosas claras pero
también me molestó no haberlo sabido hacer mejor. Entré en casa. De inmediato me
quité el suéter. Me refresqué en el lavabo de casa. Qué alivio tan grande
después de tanto calor.
Antes de que pudiera quitarme los jeans llamaron a la puerta. Ignoré la primera
llamada pero siguió una segunda. Avisé de que ya abría. Miré por la mirilla y
era Carlos el que estaba esperando. Me molestó infinitamente. Pensé en ignorarlo
pero siguió llamando.
Me puse lo primero que pude del armario. Resultó ser un top de tirantes algo
escotado.
- Sé qué estás aquí así que ya tardas en abrir. - dijo Carlos desde fuera.
Ese idiota va a molestar a los vecinos, pensé. Fui a abrirle. Antes oculté las
fotografías de familia del salón, no fuera a reconocer a mi hija. Las oculté en
el trastero. Finalmente le abrí.
Si esperar invitación alguna, pasó dentro. Su prepotencia me irritaba demasiado.
Pero antes de que pudiera decir nada me enseñó mi teléfono móvil.
- Lo debiste dejar caer al salir del coche. - me dijo Carlos con su tranquilo
hablar. - Pensé dártelo cuando bajaras pero es que ha estado sonando y quizás
fuera importante.
Tomé nerviosa mi teléfono. Miré las últimas llamadas y eran de mi hija. Me
asusté y la llamé de inmediato. Carlos se quedó en el recibidor sin pasar así
que entré al salón para hablar con un poco de intimidad.
- Hola Teresa. - le dije a mi hija. - ¿Todo bien? ¿Me has llamado antes, no?
- Sí, mamá, todo muy bien. - dijo ella dejándome tranquila de golpe - Nada, te
llamaba para decirte que me quedaré a comer en el instituto.
- ¿Y eso? - le pregunté sabiendo que no tenía más clases ni trabajos que hacer.
- Nada, es que he quedado con ... un amigo...-me dijo con síntomas de nervios. -
Para comer y luego estudiar un poco.
Mi primera reacción fue defensiva pero luego pensé que si había quedado con un
chico desde luego no podría ser Carlos que estaba en mi casa y que desde luego
no habría mejor medida para evitar el acoso de este que otro chico más honrado y
decente.
- ¿Y ese amigo tuyo es de tu clase? - le dije.
- Sí, es un compañero de clase. - dijo Teresa.
- ¿Es de tu edad? - dije estúpidamente pero para confirmar que no fuera Carlos.
- Sí, claro mamá. - dijo ella.
- De acuerdo, perfecto hija mía. - le dije como quitándome un peso de encima. -
Pero no vuelvas muy tarde.
- Gracias, mamá. Chao!
De repente me di cuenta cómo había hecho una montaña de un grano de arena y
hasta qué punto había sido injusta con Carlos que había demostrado ser un chico
estupendo en todo momento. Le di las gracias por darme el móvil y lo invité a
que se sentara en el sofá. Me traté de tranquilizar después de tantos días
preocupada por mi hija. Seguramente tenía uno de esos novios inocentes de su
edad, alguno de los chicos que había visto en su clase. Le dije a Carlos que me
esperara en el sofá que me cambiaría y le haría la entrevista.
Enfrente del armario pensamientos morbosos comenzaron a invadirme. Tenía a un
jovencito estupendo en el salón de mi casa esperándome. Mi marido no llegaría
hasta bien entrada la noche. Mi hija se quedaría a comer. Tenía ganas de
disfrutar después de tanta tensión. Pero no se me pasaba por la cabeza acostarme
con un compañero de clase de mi hija. Menuda barbaridad.
Aunque estaba cachonda perdida. Quería excitar al pobre chico que seguro se
sentiría apabullado ante una mujer de verdad, no una de esas niñas de instituto.
Quería jugar con él y sabía cómo hacerlo. Cambié mi discreto vestuario de visita
de colegio por el provocador con falda corta y top bien ajustado. Elegí uno de
los tops más excitantes que tenía. El pecho se agolpaba contra la tela y ante la
presión buscaba espacio subiendo hacia el escote de forma descarada, si me movía
demasiado podían salírseme del top. Huelga decir que no me puse sujetador.
Mi pecho se veía espectacular. Tuve alguna duda de salir así vestida. Era
escandaloso. Así que me puse una blusa por encima, con varios botones
desabrochados.
Al entrar de nuevo en el salón Carlos me repasó de arriba abajo pero sin babear
ni demasiado descaro. Eso me gustó. Llevaba un cuaderno y un bolígrafo para
tomar notas. Me senté en el sillón enfrente de Carlos; aunque estaba un poco más
alejada de él podría verme mucho mejor. Ver pero no tocar pensé.
- A ver Carlos. - le dije. - ¿Es cierto que en los institutos hay mucha
violencia y agresividad?
- No, no es cierto. - dijo con su cálida voz. - Depende del sitio pero en el que
yo estudio no es así.
Hice como que anotaba pero sólo puse un "1: No", no me apetecía escribir pero no
quería ser demasiado falsa.
- Carlos. - le pregunté de nuevo. - ¿Crees que los chicos recibís una buena
educación?
- Sí, más o menos. -dijo Carlos.
- ¿Mejor que la de vuestros padres? - volví a preguntar.
- No creo, quizás más superficial pero también más amplia.
No se me ocurría que preguntar. El chico no me quitaba ojo pero no veía lascivia
en sus ojos, sólo tranquilidad. Mis piernas desnudas en la falda se veían
estupendas pero quizás hubiera resultado más adecuado unos pantalones ajustados.
Me arrepentía por haber llevado la blusa encima. Quise quitármela sin ser muy
evidente así que le pregunté:
- ¿Quieres tomar algo? Perdona que haya sido tan descortés.
- Una coca-cola. - Y con una amplia sonrisa. - Gracias.
Aproveché para quitarme la blusa sobre el sofá e inmediatamente fui a la cocina
sin que pudiera verme el enorme escote.
Allí en la cocina le preparé su bebida. Por los nervios no me atrevía a salir,
estaba casi desnuda. Mis pechos se exhibían y amenazaban con saltar por el
ostentoso escote. Esperé a propósito. Entonces destapé el tapón del fregadero.
Mi casa es antigua y por un sistema de tuberías se oye perfectamente lo que se
habla en el salón aunque es un truco que sólo yo conozco. Carlos estaba hablando
con alguien por teléfono.
- Sí, no creo que me demore mucho. En un rato voy para allá. Sí, quedamos para
comer. Un beso.
Me sentía decepcionada. A pesar de mis esfuerzos Carlos se iba a marchar. Tal
vez mi escote le frenara, pensé. Sin embargo relacioné su salida a comer con la
quedada de mi hija. Pensé que tal vez él fuera el que iba a verla y mis motivos
de tranquilidad desaparecían.
Quise retenerlo por mi propio orgullo de mujer y por el honor de mi hija. Noté
que por tratar con las bebidas frías mis pezones se habían puesto muy duros. Se
notaban debajo del top, casi a la altura del escote. No me importó y salí con
las bebidas. Me contoneé en el trayecto hacia la mesa como una puta de carretera
y le dí a Carlos su bebida.
Noté que me miraba con mayor claridad que antes. Mis pechos eran el objetivo de
sus ojos. Me alegré de atraerle.
- ¿Qué tal es estudiar en el instituto tan mayor?- fue mi siguiente pregunta.
- Es un poco frustrante. Pero también tiene numerosas ventajas. - dijo Carlos.
- ¿Y cuáles son estas ventajas?
- Bueno, sabes de qué va todo. Y con las chicas tienes éxito garantizado.
Esa respuesta me hizo de nuevo pensar en mi pobre hija.
- También habrá chicas que prefieran chicos de su edad, ¿no te parece?- le
pregunté.
- Bueno, no sé. Puedo hablar por mi propia experiencia. A mi no se me ha
resistido nunca ninguna. - dijo Carlos sin pestañear.
- ¿Ahora mismo tienes novia? - le pregunté.
- A mi edad el concepto de novia no creo que tenga sentido. - dijo - Salgo con
algunas durante algún tiempo. Ahora voy detrás de una chica, luego cambiaré por
otra cuando me harte de esa.
Me sentía preocupada por mi hija. Casi olvidaba que iba vestida enseñando todo
mi cuerpo. Mi falda corta mostraba sin pudor mis piernas hasta bien subida la
rodilla. Mis pechos se bamboleaban cuando hacía notas en el cuaderno y Carlos
podía ver mis tetas mientras respondía.
- Ante tantas relaciones supongo que tomarás medidas...de protección. ¿No? -
dije.
- Eso es cosa de las chicas. La que se acuesta conmigo sabe a lo que voy. Yo no
fuerzo a nadie. Pero no uso preservativos si es lo que quiere saber.
âMenudo chulazoâ pensé pero aunque por una parte me molestaba mucho por otra
me daba mucho morbo oírle.
- Perdona, pero tengo que marcharme. - dijo Carlos. - Disculpa si no puedo
terminar la entrevista pero he quedado para comer.
Casi sin pensarlo traté de reternelo a toda costa. No podía propasarme más en mi
exhibición. Era evidente que le gustaba pero no lo suficiente. Recurrí al viejo
truco de tirarle la bebida encima. Pero lo hice tan burdamente que se notó lo
forzado del gesto.
- Me has tirado la bebida encima a propósito. - me dijo mirándome a los ojos.
No supe qué decir.
Carlos se puso de pie junto a mi. Volvió a decirme lo mismo. Le aparté la
mirada.
- ¿Te parecería bien si yo hiciera lo mismo? - dijo Carlos. Y ante mi silencio.
- Levántate, ahora voy a hacer lo mismo yo.
Le hice caso. Tomó mi blusa que estaba junto al sofá y me dijo:
- Pon las manos atrás y no te retires cuando te tire la bebida. ¿De acuerdo? -
dijo Carlos
No era una pregunta que buscaba contestación pero le dije que sí. Me recordaba
lo que viví con el director una semana antes. De nuevo mis enormes pechos iban a
ser el objetivo de los hombres. Esperé a que lanzase el resto de su bebida. Los
hielos impactarían contra mis pechos. El frío y la humedad endurecerían mis
pezones que clarearían a través de la fina tela del top. Empapada, mis pechos se
mostrarían con mayor claridad. Además temía que el impacto de la bebida me
hiciera moverme demasiado con lo que algún pecho podría escapar del prieto top
mostrándose en su rotunda desnudez.
Ajeno a mis preocupaciones, Carlos se lo tomaba con tranquilidad. Parecía más
preocupado por sus pantalones que se habían mojado. Impasible, esperaba la
ejecución de su amenaza.
- No te importa que te tire la bebida. - dijo Carlos. - Claro, estás en tu casa.
Te podrás cambiar y ya está. Pero yo he quedado y no puedo ir así mojado.
- Lo siento Carlos. - le dije. - Pero tampoco es para tanto.
- ¿Cómo que no es para tanto? - dijo enfadado. - Me has tirado la bebida a
propósito. ¿Por qué lo has hecho?
No era capaz de decir nada pero como me moviera un poco repuso:
- Deja las manos en la espalda como te he dicho.
Y le obedecí.
-¿Por qué me has tirado la bebida? ¿Acaso no querías que me marchara? - Y ante
mi silencio. - ¿Qué, era ese el problema?
- Sí, quería que te quedaras a terminar la entrevista. - le dije.
No acababa de tirarme la bebida. Finalmente dijo.
- Está bien, entonces me marcharé. - dijo Carlos. - He quedado para comer con
una chica.
Y comenzó a marcharse. No podía dejar las cosas así. Lo agarré por el hombro. Se
giró. Estábamos tan cerca que nuestras respiraciones se entremezclaban.
- ¿Quién es esa persona con la que vas a comer tan importante? - le dije en tono
conciliador.
- Es una chica con la que tengo algo. - dijo Carlos.
- ¿Es de tu instituto? - le pregunté.
- Sí, sí que lo es.
- ¿Tu novia?
- No es mi novia pero seguramente me la tiraré esta tarde.
Podéis imaginar la tensión que tenía hablando a escasos centímetros de Carlos.
Estaba claro que sería mi hija. Era mi última oportunidad.
- ¿Y sólo te gustan las chicas jóvenes?
- A mi me gustan las chicas que están buenas. - dijo Carlos con seguridad.
- ¿Y yo no te lo parezco? - pregunté lo más seductoramente que pude. - Y como no
dijera nada le tomé de su mano derecha y la puse sobre mi pecho. - ¿No crees que
mis pechos aún están firmes?
No podéis imaginar lo sucia que me sentía. Pero era una suciedad atractiva, me
sentía como una prostituta que no sólo lo hace por el dinero. Quería seducir a
ese chico. Quería demostrarle que yo valía más que mi propia hija.
Carlos no se dejó rogar más y con sus manos apretó mis pechos, con sabia
delicadeza y perversión causándome un estremecimiento de placer por todo mi
cuerpo. Me miraba a los ojos y eso me hacía sentir más frágil, más suya.
- Tus tetas aún están bien firmes. - y no dejaba de masajearme, apretando y
rozando con ritmos estudiados. - Pero la chica a la que voy a ver las tiene aún
más duras y bien formadas.
Me sentí insultada y forzada a continuar.
- ¿Pero esa chica tiene unas pezones tan duros como los míos? - y me quité el
top, tirándolo en el suelo y mostrándole en su plenitud todos mis pechos.
Carlos se abalanzó sobre ellos. Me los besaba y lamía, a veces hasta mordía
causándome un morboso dolor. Con un chico tan joven entre mis pechos sentía que
estuviera amamantándolo de nuevo. Estaba disfrutando tanto que sólo quería más y
el banquete que se estaban dando a mi costa me tenía totalmente húmeda y ansiosa
de más. Mis jadeos descontrolados le hacían ver que sus esfuerzos no resultaban
vanos. Hacía muchos años que no me comían los pechos tan bien y estaba
abandonándome a la lujuria.
- Tus pezones saben deliciosos. - interrumpió Carlos. - Pero los de la chica
joven son más dulces.
Olvidándome por completo de mi hija, ya sólo pensaba en mi propio placer. Le
desnudé cuidadosamente, dejándole los calzones para el final. La tenía bien dura
a través de la ropa.
- Pero seguro que la chica esa no tiene una boca como la mía. - le dije.
Y en un movimiento que domino a la perfección le quité los calzones con mi boca,
dejando mis manos para tocar sus musculosas piernas de deportista. Le retiré la
inútil prenda y me deleité con su perfecto paquete. Estaba totalmente depilado y
el pene tenía una textura y color que llamaban a ser besado y adorado. Era de
considerable tamaño aunque se notaba que no había alcanzado toda su plenitud.
Sin esperar mayor invitación comencé a chupar lo que allí se me ofrecía. Traté
de poner toda mi experiencia en darle el mayor placer posible. Con lametones
certeros en los puntos más sensibles, ensalivándole el glande, forzando mi
garganta hasta su límite y más allá. Carlos disfrutaba y sus continuos empujones
hacían que más que una mamada parecía que me estaba follando por la boca.
- La chupas estupendamente. - dijo Carlos. - Se nota que estabas bien
hambrienta.
Y yo seguía tragando de su sabrosa polla, disfrutando con la presión de su
miembro entre mis labios, con sus vaivenes sobre mi boca. Con mis manos tocaba
su fibroso cuerpo, masajeandole los huevos que encerraban el néctar de su
hombría.
- Tus labios son muy buenos, pero la chica con la que he quedado a comer se la
traga hasta el fondo. - dijo Carlos.
Traté de esforzarme. La saqué entera y me pareció que había crecido varias
pulgadas. De un empujón me la metí toda de golpe, el último trozo me costó
demasiado, grandes cantidades de saliva lo llenaron todo. Fue un esfuerzo físico
pero noté que le gustó. Al final tenía todo aquello dentro de mi garganta y él
seguía follándome la boca sin piedad. Me costaba respirar pero estaba encantada
con lo que me hacía.
Carlos tenía una resistencia infinita a las mamadas. Aunque jadeaba y aumentaba
el ritmo de sus acometidas no parecía cerca de terminar. No quería aburrirlo así
que se la saqué con cuidado. Me desnudé completamente mostrándole todo mi
cuerpo. Mi coño siempre está muy cuidado, si no depilado completamente sí con un
buen trabajo de tijera. Me puse a cuatro patas sobre el sofá. Y le dije:
- Pero esa chica seguro que no tiene unas nalgas tan firmes.
Carlos se colocó tras de mi. De nuevo apretaba mi cuerpo, esta vez mi culo.
Ahora lo hacía con mucho menos cuidado pero causándome más placer. Sus dedos
estaban tan cerca de mi coño que sentía como si el líquido de mi interior
saliera en su búsqueda. De repente me dio un enorme tortazo en una nalga.
- Ah! - grité sorprendida y dolorida.
- Perdona. - dijo Carlos. - Es que la chica con la que había quedado disfruta
mucho con los azotes.
Su respuesta no me hizo ninguna gracia pero sabía cual era mi obligación.
Esgrimí la mejor de mis sonrisas y moví mi trasero ante sus ojos, como pidiendo
más.
Plas. Llegó un nuevo golpetazo que me dolió pero mucho menos que el anterior.
Plas. Otra vez. Plas. Carlos se tomaba su tiempo entre azote y azote. Eso lo
hacía aún más excitante para él pero más doloroso para mí. Pero al poco rato del
dolor surgió el placer. Me veía a mi misma desnuda, de espaldas, totalmente
ofrecida a un chico joven, forzada a ceder en todas sus perversiones. Cada azote
me hacía sentir más perversa, más sucia, a él más hombre, más fuerte, más dueño
de la situación. Estaba abandonada a lo que quisiera hacer conmigo.
Al cabo llegó lo que tenía que llegar, con suma facilidad Carlos me penetró
desde atrás. Estaba tan lubricada que Carlos se sorprendió de metérmela con
tanta facilidad. Tenía una complexión mágica, perfecta, tocaba cada punto
sensible de mi interior. Ahora me dejé llevar por él y por su sabiduría. Mis
jadeos eran incontrolables.
- Oh, oh, mmmm. A que esa otra, mmmmmmmmmm, chica joven, ¡Oh, oh! - dije como
pude - No se pone tan mojadaaaaaaaaaaaa.
Carlos no respondió pero siguió centrado en lo que tenía que hacer. Darme más y
más fuerte con su enorme instrumento. Su mano apareció en mi boca y le chupé los
dedos que me ofrecía. Estos dedos volvieron atrás, y empezaron a tocarme el
culito. Metódicamente iban hacia delante y hacia atrás, hasta que pudo
introducirme en el ano uno de ellos. Fue entonces cuando tuve mi orgasmo, una
explosión que me hizo caer de bruces sobre el sofá, destrozada. Mis gritos
fueron aterradores y en ningún momento Carlos dejó de bombearme con su polla.
Mi cuerpo estaba vencido por el placer pero Carlos no estaba dispuesto a dejarlo
así.
- La otra chica tiene más de un orgasmo cuando hacemos el amor.
Sin dudarlo me recuperé, con las piernas temblorosas. Volví a ponerme a cuatro
patas, él volvió a buscar su sitio, pero ahora lo hizo directamente en mi
culito. Pero su polla era demasiado grande y no estaba tan lubricado como él
creía. Me giré para que no me hiciera daño y atrapé su polla entre mis enormes
pechos. Entre ellos se la masajeé, llevándomela hasta los labios donde recibía
mis besos y lametones. Carlos me apretaba los pechos, incapaz de abarcarlos con
sus solas manos tan grandes que son.
- Puedes correrte en mis pechos. - le dije. - Te prometo que me beberé toda tu
leche. - Y al tiempo me relamí.
- Claro que puedo correrme en tus pechos. Puedo hacer lo que quiera contigo. -
dijo Carlos.
- Sí. - le dije sonriente. Era la verdad.
- Hoy y siempre que quiera, eres mía. ¿Verdad? - dijo Carlos sin cesar de
apretar su polla entre mis tetazas.
- Soy toda tuya.
Y como prueba me puse de nuevo de espaldas, esperando aguantar toda su polla por
donde quisiera. Y Carlos lo entendió. Volvió a meterme los dedos en los labios,
volví a lubricarle y volvió a intentar introducírmela. Aquello era enorme y tuve
que morder el sofá para no gritar de dolor. Pero acabó entrando. Carlos sabía lo
que hacía. Se quedaba quieto y pasaba un trozo más. Yo estaba mareada entre el
dolor y el placer. Tuvo mucho cuidado, en pocos minutos estaba de nuevo gozando.
Me encantaba tener una polla tan grande llenándome todo mi culito.
- ¿A que la otra chica no tiene un culito tan estrecho como el mío?
- No, tienes razón, bien estrecho que lo tienes, pero ya me encargaré yo de
ensanchártelo.
Y con esas comenzó un vaivén frenético que poco a poco me llevó a un orgasmo
desconocido, hipnótico, casi me desmayo de lo que sentí en ese momento. Carlos
tenía una resistencia sobrehumana y las piernas no me soportaban el peso.
Finalmente noté que no era capaz de resistir más. Sus empujones se hacían más y
más fuertes. Su cuerpo temblaba todo. Mi cuerpo se preparó para el orgasmo
inminente. Calientes chorros de semen inundaron mi agujero más secreto. Carlos
gritaba de placer mientras se deshacía en una interminable corrida. Acabamos
tirados sobre el sofá como animales, sin decirnos nada hasta varios minutos
después.
- ¿He sido lo suficientemente puta para ti? - le pregunté nerviosa.
- Lo has sido, pero tendrás que serlo más veces. - dijo Carlos que se vistió, se
levantó y se fue, dejándome exhausta pero con más ganas de él.