Quiero agradecer a quienes me han mostrado su apoyo con mails
y comentarios por las anteriores partes de este relato. Vuestras opiniones me
sirven de gran ayuda y me animan a continuar la narración de lo que le sucedió a
Ariadna y Susana. Disculpad que ahora escriba uno tan extenso y poco animado,
pero resulta fundamental para entender la historia de Susana. Reculer pour mieux
sauter.
Ariadna era la asistenta de Susana. En una especie de juego, intercambiaban
sus papeles; la señora trabajaba como empleada recibiendo las órdenes de
Ariadna. Un día, un inspector de Hacienda las visitó durante uno de esos
intercambios y abusó sexualmente de Ariadna mientras Susana, la señora que hacía
de asistenta, se alegraba de su suerte con el cambio y observaba las vejaciones
con satisfacción oculta desde otra habitación.
Al día siguiente de que ocurriera esto Susana se vistió sin que nadie le dijera
nada de asistenta. Haría lo que fuera por evitar tener que enfrentarse a la
situación de recibir al hipotético inspector que amenazó vagamente con volver.
Se encontró a Ariadna realizando las tareas del hogar.
- Siento mucho lo que ocurrió el otro día. - dijo Susana que había sido
descubierta semidesnuda, con síntomas claros de haberse estado masturbando
mientras observaba la humillación de Ariadna. - Por lo que más quieras
suplántame durante unos días hasta que esto se aclare.
- Yo sí que lo siento. - respondió Ariadna con gran enfado. - Lo he estado
meditando esta noche y creo que voy a denunciar lo que ha ocurrido, sólo quería
contártelo antes por lo que pudiera afectarte.
Susana se paró un segundo a reflexionar. Las palabras caían como un jarro de
agua fría. Se destaparía públicamente no sólo el intercambio de funciones, con
su plena complacencia. Tal vez incluso se viera salpicada como cómplice por su
inacción al ver lo que estaba ocurriendo. Y sobre todo, había pensado Susana,
porque de nada habría servido el trabajo oral de Ariadna ante el inspector.
Porque por encima de todas las cosas, Susana aspiraba a que con aquello el
inspector habría tal vez paralizado el proceso sobre la fraudulenta declaración
de Hacienda, que podía llevarle a enormes problemas económicos y legales.
- Por lo que más quieras Ariadna, no hagas eso. - imploró Susana. - Haré lo que
me pidas pero no puedes hacerme eso. Me hundirías. Dame una oportunidad.
Y creyendo que el silencio de Ariadna era un síntoma de que podía ser
convencida, le dijo:
- Mira como estoy vestida. - y se giró como si fuera con un modelo de pasarela.
Sin embargo vestía con un picante atuendo de asistenta, a pesar de ser la señora
de la casa.
Ariadna sentía vergüenza ajena al ver hasta qué punto se degradaba la persona
que la había contratado. Pero aquello estaba más o menos planeado y dejó que
Susana se sumiera en la incertidumbre durante un poco de tiempo.
- Creo que no eres consciente del mal rato que me hicieron pasar ayer. - dijo
Ariadna muy enfadada. - Viste lo que tuve que hacerle al viejo ese inspector de
Hacienda, para salvar tu nombre, ¿Verdad?
Susana, avergonzada, se limitaba a asentir con la cabeza.
- Crees que con trabajar de asistenta para mí vas a reparar el daño que me
causaron. ¿Acaso crees que se borrará de mi mente cuando me pidió ese sucio
hombre que me arrodillara?
Y Susana se sintió obligada a arrodillarse para seguir implorando a Ariadna que
dejara que las cosas siguieran como hasta ahora. De rodillas, Susana sentía lo
justa que le estaba la falda, la molesta sensación de cuando se te sube una
falda demasiado corta y sabía que las medias podían llevarse alguna carrera
arruinando su atuendo. Pero estaba aterrorizada, con miedo a que su vida dejara
de ser como hasta entonces, dispuesta a lo que fuera.
Ariadna se lo estaba pasando en grande. Viendo que Susana imitaba lo que ella
decía, continuó:
- ¿Viste los cachetes que me pegó aquel hijo de puta?¿Crees que se borrarán de
mi cabeza así como así?
Susana estaba casi llorando implorando compasión, Ariadna dio un pequeño empujón
en la espalda a Susana, que se desequilibró y tuvo que apoyarse sobre sus manos
para no caer. Estando así, de rodillas y apoyada en sus manos, Ariadna le
propinó un azote en el culo a Susana, no muy fuerte pero claro. Susana sintió
vergüenza pero sabía que se lo merecía, así que no hizo nada para defenderse,
mantuvo su posición y Ariadna le dio otro más, con la tranquilidad de que su
jefa no se había defendido de la que era una agresión física.
Ariadna no quiso seguir más. Podía haber dado una buena azotaina a la
aprovechada de Susana, tal vez podía haberse aprovechado de ella. Pero ahora lo
importante era dejar bien claros los roles de cada una. A cuatro patas sobre el
suelo Susana estaba llorando. No por dolor, porque los azotes fueron casi
inocentes. Ni por vergüenza ante la humillación de que su asistenta la tuviera
así. Eran las muchas emociones juntas que no podían sostenerse más. El miedo a
que todo se descubriera, a la degradación pública. La mala noche que había
pasado dándole vueltas en la cabeza al día anterior. Pero también la complicidad
que sentía con Ariadna, en un juego que las unía más y más. Esa complicidad tenía
cada vez más la forma de una abierta atracción en la que cada abuso no hacía
sino aproximarlas.
Ariadna hizo ademán de marcharse y ante el llanto desesperado de Susana que veía
el fin de todo, se le acercó y le dijo:
- ¿Quieres ser mi asistenta entonces? ¡Verdad!
- Sí, claro...- balbuceó Susana viendo una incierta luz al final del túnel. -
Seré lo que tu quieras, por favor, por favor.
- ¡Señora!, ¡Por favor, señora! - dijo Ariadna con una altivez insultante.
- Señora, sí, señora, lo siento, señora. - dijo Susana que ya paraba de llorar.
- Limpia toda la casa a fondo y mañana veremos si puedes seguir siendo la
asistenta. - Y Ariadna hizo una pausa maliciosa. - O te tocará volver a ser la
señora ¡Con todas las consecuencias!
- Sí, gracias Ariadna. Perdón, gracias señora, muchas gracias. - dijo Susana que
ya se conformaba con tan poco.
Ariadna se marchó para que Susana pudiera pensar sobre la situación en que se
encontraba, para que pudiera reflexionar sobre lo que había ocurrido, para que
pudiera decidir si querría que su futuro fuera así. Aunque ella ya pensaba que
Susana se aferraría a la extraña situación con uñas y dientes.
Y Susana comenzó a limpiar lo mejor que pudo la casa, dejándose la vida en ello.
La conversación con Ariadna no paraba de dar vueltas dentro de su cabeza. Pero
veía que si se comportaba adecuadamente podría hacer que las cosas no se
salieran de quicio, podría compensar a Ariadna y con el tiempo ya se vería qué
ocurría. Mientras estaba sola trabajando tuvo miedo de que llamase de nuevo el
falso inspector de Hacienda, que tuviera ganas de cobrar más intereses a sus
deslices fiscales. Pobre ingenua, ese desalmado no volvería a pasar por esa casa
aunque para su infortunio quedara como una perpetua espada de Damocles, causa de
miedo y de inseguridad.
Ariadna volvió hacia media tarde a casa. Había estado en la suya y se había
vestido con ropa de calle, discreta pero atractiva, no parecía una asistenta
sino una señora acomodada. A partir de entonces esta tónica se repetiría con
frecuencia. Ariadna supervisó el trabajo que había hecho la sumisa Susana, no
sin sorpresa al encontrar todo inusualmente limpio.
Sin embargo la quiso entretener con algunas correcciones que Susana realizó
prestamente, asustada de no apaciguar a su antigua asistenta. Susana se marchó a
su casa sin apenas mediar palabra.
Al día siguiente Ariadna esperaba con ropa de calle sentada en el sofá de casa
ojeando revistas. Prestamente Susana apareció ataviada con el uniforme y
dispuesta a complacerla.
Ariadna le dio las directrices de trabajo. Fue especialmente malvada,
indicándole que limpiara partes de la casa que apenas podían ensuciarse y que
quedaban fuera de toda rutina de limpieza.
- Y a ver si mañana te pones otro uniforme, que ya son tres días con la misma
ropa. - dijo Ariadna con sorna. - ¿Cómo diablos quieres limpiar si no estás tú
misma limpia?
- Sí, perdón señora. - dijo tímida Susana. - Ya lo había pensado señora pero es
que no tengo otro, tú me diste este.
Ariadna se dio cuenta del error con el tuteo de Susana pero no quiso ser
demasiado cruel, aún faltaba la fuerza de la costumbre y era normal que
ocurriera algo así. Ariadna no estaba segura si preferiría hacer que Susana
perdiera las tardes buscando un uniforme que no encontraría (porque nunca le
permitiría usar uno menos sugerente y sensual que el que ahora llevaba y esos no
se venden en las tiendas de uniformes) hasta que tuviera que pasar el trago de
visitar los sex-shops, que es donde ella había comprado el que ahora vestía
Susana, la que en un tiempo anterior había sido su empleadora y ahora era su
humilde asistenta.
La idea le atraía pero decidió la opción de proveerla ella con la ropa. Así
tendría total control sobre las prendas que usaría Susana y de paso podría
hacerlo parecer como una concesión.
- ¿Qué quieres, que te busque yo la ropa? - dijo Ariadna que a veces no sabía
disimular bien su falso enfado - ¿Desde cuando las señoras compran la ropa de
las asistentas? ¿Qué te parece el uniforme que ahora tienes?
Susana pensaba desde luego que el uniforme le quedaba algo pequeño. Era muy
incómodo para trabajar y las medias de encaje que vestía no eran las que
inicialmente le había dado Ariadna, puesto que aquellas habían acabado
inservibles. Se sentía desnuda en presencia de otras personas y le era difícil
tapar sus encantos con tan poca tela, pero no pudo sino decirle que le parecía
bien.
- Te parece bien. -dijo Ariadna caminando lentamente alrededor de Susana. - ¿No
te parece demasiado provocativo? ¿Un poco incómodo?
- Sí un poco provocativo sí que es. - dijo Susana que no estaba segura salvo de
que tenía que ceder ante lo que Ariadna le dijera. - Pero está bien.
- Sí, la falda es un poco corta. - dijo Ariadna al tiempo que pasaba su mano por
el vuelo de la corta falda.
Susana sintió un escalofrío que no pudo sino catalogar como pura excitación
sexual, aunque trató de disimularlo.
Ariadna se paró a escasos centímetros de Susana y tocó los bordes de la blusa,
intentando en vano evitar el contacto con la piel de Susana que no pudo hacer
nada para defenderse de la respuesta de su cuerpo. Sus pezones se irguieron y se
destacaron a través de la fina tela de la blusa.
- El escote quizás sea un poco pronunciado. - dijo Ariadna quedándose mirando a
los ojos a Susana que había pasado del miedo a la excitación en pocos segundos.
Ariadna sintió que en ese momento podría hacer lo que quisiera con el cuerpo de
su nueva empleada. Y aún lo deseó, porque deseaba a Susana, con su fragilidad y
su inevitable exhibicionismo. Pero luchó contra su propio deseo y dio un giro a
la conversación, en contra de lo que ella misma quería.
- Sin embargo el otro día el inspector prefirió abusar de mí. A pesar de que iba
vestida mucho más discretamente. - dijo Ariadna.
Susana quiso decir algo para evitar que se abordara ese tema, pero no tuvo
tiempo ni las palabras le vinieron a la cabeza.
- Quizás la falda no sea lo suficientemente corta. - dijo Ariadna de nuevo
caminando alrededor de Susana. Y puso su pulgar de nuevo sobre el borde de la
falda, midiendo una cuarta y posando su dedo índice sobre la nalga de Susana que
se sentía incapaz de decir nada.
Ariadna volvió a dejar a Susana en éxtasis y al girar quiso hacer algo parecido
con el escote, pero vio que si le desabrochaba un botón a la blusa el escote
pasaría a ser desnudez manifiesta.
- Si algún día viene el inspector, ¿No querrás que abuse de mí de nuevo,
verdad? - dijo Ariadna conocedora de la única posible respuesta.
- No señora. No. - dijo Susana.
- Entonces tendrás que poner de tu parte, ¿No te parece?
Susana no fue capaz de decir lo que no quería pero asintió con la cabeza que es
lo que se suele hacer cuando uno se ve forzado a mentir.
Ariadna estaba tal vez más caliente que la propia Susana. Para ella era aún más
difícil controlar los impulsos, por cuanto podría tener lo que quisiera sin
esfuerzo alguno. Y lo quería. Pero pensaba en el largo plazo, en comer más de
una vez de ese mismo plato. Volvió a girarse sobre Susana y se puso de espaldas
a esta. Le tocó las medias que resaltaban las piernas y se las acarició. Susana
ya sabía que nunca antes había sentido tanto placer y se lo estaba dando una
mujer, con apenas tocarle. Ariadna estuvo unos segundos tocando sus piernas, a
la vez infinitos e insuficientes.
- Tus piernas deberían ser un poco más firmes, para distraer la atención de los
demás hacia ti. No todo es la falda. ¿Haces deporte? - preguntó Ariadna.
- Algunas veces voy al gimnasio. - mintió Susana que como tantas otras estaba
apuntada a uno pero nunca iba.
- A partir de ahora deberías ir un poco más a menudo, estas piernas tienen que
ser más firmes. - ordenó suavemente Ariadna.
- Sí claro, señora. - dijo Susana que no esperaba disfrutar tanto su entrevista
matutina con Ariadna.
Luego se produjo una interrupción, al final Ariadna se marchó y volvió poco
antes del fin de la jornada.
****
Pasaron varias semanas desde todo esto. Ariadna le fue pidiendo a Susana
documentación sobre las propiedades y bienes del matrimonio por si alguna vez
llegaba el inspector, para que pudiera replicar. Susana se mostró encantada de
que le quisiera ayudar de ese modo. Ariadna mandó copias de los documentos a un
amigo suyo con conocimientos que le indicó los puntos débiles de la economía
familiar. Al parecer la empresa que Marcos dirigía había tenido un par de años
malos seguidos y estaba perdiendo clientes importantes. Marcos aprovechaba para
magnificar esas pérdidas incluyendo bienes suyos en las declaraciones. No tenía
por qué ser delito, pero le sirvió a Ariadna para aclarar la situación
financiera de la pareja y conocerlos aún mejor.
Ariadna se recreaba viendo trabajar a Susana. Le hacía más y más larga la
jornada para que coincidiera con la llegada de Marcos, el marido de Susana. Le
encantaba cuando oía llegar el coche del dueño de la casa y Susana se tenía que
ocultar para que no la encontrara disfrazada de empleada. En más de una ocasión
Marcos había irrumpido pocos segundos después de que Susana se despojara de su
ropa ocultándola en la amplitud de su armario.
Marcos se sorprendía al encontrar a Ariadna sentada en el sofá de casa, con
ropas elegantes, tras haber realizado todo el trabajo. Además, la casa estaba
cada vez más limpia. Nunca se había fijado en ella como mujer, pues solía vestir
prendas cómodas pero faltas de clase. Ahora, viéndola tan grácilmente vestida,
se notaba que era una mujer madura pero con juventud, y con indudable belleza.
Las faldas y vestidos mostraban unas piernas que agradarían a una joven
veinteañera. De vez en cuando se perfilaba la forma de sus pechos en tops,
blusas y camisetas. Con el pelo suelto ganaba en clase y belleza natural y el
discreto maquillaje la hacía ver sencillamente guapa.
Pero Marcos trataba de olvidar todas esas señales pensando que no dejaba de ser
una asistenta, aunque ahora se atrevía a charlar un poco con ella, felicitándola
por el buen trabajo que estaba haciendo, cada día mejor.
Cuando Marcos observaba que Ariadna vestía de forma más coqueta aprovechaba para
alargar las conversaciones, y mirar más sus piernas u observar la delicadeza de
sus facciones. Ariadna contestaba cortamente, sin fomentar la conversación, pero
sin mostrarse huraña.
Por otro lado, Susana odiaba el tener que esconderse a la carrera de Marcos.
Pensaba que un día no sería lo suficientemente rápida y le descubriría. La
verdad era que Ariadna estaba muy atenta a todo y más de una vez le había
salvado de esa posibilidad distrayendo a Marcos en una precipitada entrada en
casa.
Susana además había ampliado su vestuario pero no la tela de sus vestidos. Ahora
alternaba el que fuera su combinación inicial de falda corta, con medias de
encaje y ligueros amén de blusa escotada con otras prendas no menos llamativas.
Entre ellas, sentía una extraña fascinación por una falda que Ariadna le había
entregado. La falda era corta pero no más que otras que tenía que vestir. Eso
sí, destacaba por un velcro a la altura de la cintura, que permitía quitar la
mitad de atrás completamente. Aquello no tenía funcionalidad alguna, pero Susana
fantaseaba con que Ariadna se la quitaba, dejándola con el culo expuesto, como
forma de premio y de castigo. Siempre que se ponía esa falda se acababa
masturbando desaforadamente frente al espejo de su habitación, antes de pasar
revista con Ariadna. Luego salía más tranquila pero nerviosa y aún excitada,
creyendo posible la opción de que Ariadna la obligara a semidesnudarse. Y por
ello siempre acompañaba esa extraña falda con un tanga de lo más sugerente.
Ariadna no podía permanecer impasible ante los encantos de Susana. Oía el ruido
del velcro al despegarse, al otro lado de la puerta de Ariadna y sentía ganas de
entrar allí y atraparla, o de disfrutar del cuerpo de Susana en cuanto saliera.
Más de una vez se habían masturbado las dos mujeres, cada una de un lado de la
puerta y pensando en la otra. Susana sabía que tenía que comportarse con
pasividad, Ariadna cada vez estaba menos segura de querer seguir manteniendo la
situación que ella había creado.
De vez en cuando Ariadna se contentaba con repasar la firmeza de las piernas de
Susana, un juego erótico que entretenía a ambas mujeres que se autoengañaban
pensando que la otra no sabía perfectamente el contenido sexual de las caricias.
Susana disfrutaba con lo que ocurría durante el día, pero estaba desatendiendo
sus relaciones sociales. Acababa agotada de la jornada laboral y muchas tardes
iba al gimnasio tratando de mejorar su cuerpo. Siempre que podía, evitaba las
invitaciones a actos sociales y más de una vez había dejado retratado a Marcos.
Al fin y al cabo éste había pasado a un segundo lugar, ahora la persona a la que
más quería agradar era Ariadna.
Sin embargo, no siempre era posible evadir a su marido. En más de una ocasión
había tenido que asistir a eventos en los que ahora sentía un soberano
aburrimiento. Eso sí, sin darse cuenta había ganado mucha confianza y dejaba de
comportarse con inseguridad. Esos días llegaba tarde a casa y luego tenía que
levantarse temprano y hacer todas las tareas de la casa, acabando rendida.
Haciendo el trabajo pensaba que no tenía sentido que ella fuera la que hacía
todo el trabajo, mientras pagaba un sueldo a la asistenta. Pensaba que dentro de
poco Ariadna se habría olvidado del incidente con el inspector, que
afortunadamente no había vuelto a aparecer por la casa, y volvería a la
situación anterior.
Pero eso sólo pasaba por su cabeza los días en que no había tenido la
posibilidad de descansar. Por lo general estaba contenta con su nueva vida. Se
sentía útil, no se aburría. Y sobre todo estaba enamorada, un sentimiento que
pensaba había desaparecido de su corazón para siempre. Se alegraba de que los
incidentes de días anteriores la hubieran llevado a conocer a la verdadera
Ariadna y pensaba que si hacía bien su trabajo algún día Ariadna correspondería
a su amor.
Un día Marcos llegó a casa y se encontró como tantas otras veces a Ariadna en el
sofá. La saludó y fue a buscar a Susana a la habitación. Allí le contó que el
próximo fin de semana tendría la reunión de los antiguos alumnos del instituto y
que tendrían que ir. De nuevo Susana trató de evitar el compromiso y se excusó
razonablemente argumentando que esas reuniones quinquenales servían de poco y
que eran un aburrimiento hasta para los propios alumnos, máxime para ella que no
era sino la consorte.
Marcos estuvo tratando de convencerla, algo que le molestaba cuanto que él
tampoco tenía tantas ganas de asistir, pero se sentía obligado a mantener tantos
contactos sociales como le fuera posible; muchos de ellos le habían servido a
nivel profesional. Volvieron al salón y Marcos aprovechó la presencia de
Ariadna, que estaba a punto de marcharse, para que le ayudara a convencer a
Susana.
- Ariadna, ayúdame con Susana, por favor. - dijo Marcos. - ¿Puedes creer que no
quiera ir a una fiesta de antiguos compañeros?
- Venga Marcos, son tus antiguos compañeros. - dijo Susana. - Me aburriré como
una ostra.
- Pero Susana, conoces a casi toda la gente, estuviste en la última fiesta. -
refutó Marcos.
- Sí, claro, ¡Hace cinco años! No me acuerdo ni del nombre de nadie. - dijo
Susana con desgana.
- Es un evento muy bonito que permite que sigamos en contacto antiguos amigos. -
dijo Marcos. - Y sí que te acuerdas de alguna gente. Hiciste buenas migas con
Julia, ¿Recuerdas?
Susana se acordó entonces de Julia. No dudó ni un momento en que era una antigua
novia de Marcos, aunque este lo negara. Le hizo un marcaje férreo para evitar
que la pareja pudiera tratar de despertar viejos sentimientos.
- No no me acuerdo de Julia. - mintió Susana. - Será aburrido y no iré. Ve tú
solo.
Susana pensó cuánto habían cambiado las cosas, hacía cinco años se asustaba de
la potencial rivalidad de Julia y ahora se lo ponía todo en bandeja a su marido.
- Si tú no vas no puedo ir solo. - dijo Marcos. - Me preguntarán por ti.
Y Marcos pensó que nadie se acordaba de casi nadie, pero que presentarse a su
edad sin su esposa o decir que no la tenía era señal de que había fracasado en
sus relaciones personales y lo último que querría trasmitir era esa debilidad.
Pero le cansaba tener que convencer a Susana. Y pensaba que si iba solo tendría
posibilidades de hablar con más de sus antiguas compañeras. Aunque la verdad, no
recordaba ninguna a la que el tiempo no hubiera maltratado, salvo a Julia. Sin
embargo, estaba casada así que no tendría nada que hacer con ella.
- Vaya con otra persona. - interrumpió Ariadna. - Lo bueno de esos actos es que
nadie se acuerda de nadie y se puede ir con una amiga diciendo que es la esposa.
Marcos se sorprendió de la intervención de Ariadna, porque no le recordaba una
frase tan larga y menos pronunciada de motu propio, sin que fuera una respuesta
a una pregunta.
Marcos observó a Ariadna que vestía un sencillo vestido azul, ligeramente
escotado que mostraba un bello collar a juego con unas pulseras. Fantaseó
durante un instante con que la acompañante fuera ella. Y es que Ariadna era más
atractiva que su propia esposa. Sin embargo, Susana tenía una preparación social
y una educación con la que la asistenta jamás podría soñar y esas virtudes eran
más importantes que la propia belleza física.
- ¿Cómo voy a ir con otra persona? - respondió Marcos. - Tengo que ir con mi
mujer o no iré.
Se produjo un silencio que al final rompió Susana.
- No me apetece ir Marcos y no es una fiesta tan importante como para no poder
faltar.
A Marcos le molestaba la cabezonería de Susana así que por tratar de incomodarla
le dijo:
- Pero yo creo que sí es importante. - Y como Susana no respondiera nada. - Haré
lo que dice Ariadna, iré con otra persona. - Y como no se le ocurriera ningún
nombre. - ¿Ariadna, querrías venir conmigo a la fiesta?
Ariadna sin embargo descartó el ofrecimiento, con un fingido recato, indicando
que tendría que ir Susana. Y añadió mirando a los ojos a Susana:
- ¿Creo que debería ir la señora de la casa, no crees, Susana?
A Marcos le molestó que Susana no tratara de usted a su esposa y confirmó la
falta de educación de la gente del servicio. Susana sin embargo entendió lo que
Ariadna quería decirle. Aunque en privado ella fuera la señora de la casa, la
realidad entre ambas era que Ariadna tenía ese papel. Pensando que se trataba de
una posibilidad de hacerle un favor, trató de ayudarla.
- No me apetece ir a esa absurda celebración, Marcos. - dijo Susana. - ¿Por qué
no vas con Ariadna? Ella podría hacer mi papel tan bien como yo.
Susana se alegró de por una vez poder hacer algo por Ariadna y de paso la alabó
abiertamente. Marcos se extrañó de que Susana dijera eso y aunque una parte de
sí se alegraba, quería ir con Susana así que intentó provocar los celos de su
esposa Susana.
- No puedo ir con Ariadna. - dijo Marcos tratando de no ofender a la criada. -
La gente se daría cuenta de que no estamos casados.
Ariadna se daba cuenta de que en parte todos estaban de acuerdo con que ella
asistiera en lugar de Susana. Marcos porque le atraía sexualmente y porque no
quería ir a esa celebración solo. A ella misma le gustaba la idea de ser
presentada en sociedad como la esposa de Marcos, aunque sólo fuera como un
juego. Y a Susana la opción de quitarse de encima la obligación de asistir y de
paso hacerle una especie de favor. Así, entendía que todo el diálogo era una
forma de ocultar los intereses de cada uno de ellos.
-¿Por qué iban a darse cuenta? - dijo Susana defendiendo su sugerencia. -
Podéis comportaros discretamente y nadie tiene por qué pensar nada. - Y entonces
sintió algunos celos al pensar que podrían ir cogidos de la mano, tocarse o
hasta besarse para hacerse pasar por una pareja.
Lo curioso es que se dio cuenta de que sentía más celos de Marcos, que podría
seducir a Ariadna y hacer que dejara de fijarse en ella, antes que al revés.
Porque Susana ansiaba con desesperación la unión con Ariadna y lo peor que podía
pasarle era que su marido compitiera con ella por su amor.
Aún así pensó que Marcos nunca haría algo así puesto que la vería como una
empleada de hogar y nunca se rebajaría a relacionarse con alguien de tan baja
categoría.
Se tranquilizó pensando que si iba en compañía de Ariadna, su marido Marcos
podría coquetear con Julia, dejando a la asistenta en un lugar secundario.
Marcos se excitaba pensando en la situación. Podría aprovechar para tocar las
nalgas de su asistenta, que parecían muy firmes, todo bendecido bajo el
fingimiento del amor conyugal. Podría coquetear con la idea durante unas horas,
sin que Susana le dijera nada y sin ningún tipo de riesgos. Sin embargo Ariadna
no había dicho nada y parecía que podría oponerse. No le quedaba sino
preguntarle su opinión, haciéndolo como una oferta.
- ¿Qué te parece Ariadna? ¿Quieres ser mi pareja para la fiesta?
Marcos pensó que la asistenta se sentiría halagada y eso le hizo sentirse más
molesto cuando esta rechazó su oferta.
Al final Marcos tuvo que convencerla indicando que necesitaba que alguien fuera
con ella, compensándola con días libres y garantizándole que no pasaría nada.
Finalmente Ariadna accedió, manteniendo un margen de duda.
Convinieron en que Susana le compraría todo lo necesario para asistir al evento:
tanto la ropa como los complementos, el maquillaje y el peinado, asesorándola
con las prendas más convenientes para un acto de ese tipo. Luego las dos mujeres
hablaron y convinieron en que nada de eso sería necesario, por cuanto Ariadna
tenía clase y vestuario personal suficiente para ir adecuadamente vestida.
Llegó el día de la fiesta y Marcos convino en recoger a Ariadna en una calle
céntrica de la ciudad. Ariadna no quiso ir a casa de ellos porque decía que
tardaría mucho más. Marcos quiso recogerla en la suya pero Ariadna prefirió un
lugar más neutral. Marcos recibió con incomodidad a Ariadna. La asistenta no
tenía experiencia en ese tipo de actos e iba vestida demasiado provocativamente.
Marcos sintió vergüenza por el vestuario pero esta quedó en un segundo plano
ante la excitación que le provocó el recibir en su coche a una mujer tan
sensual.
Ariadna iba vestida con un vestido lila con la espalda desnuda hasta la cintura,
que le llegaba bastante por encima de las rodillas, que iban cubiertas con unas
medias negras de seda. Por delante lucía un escote que si bien no era
escandaloso si era muy llamativo. Se había alisado el pelo y teñido de un negro
azabache compensado con un maquillaje muy claro que realzaba sus ojos y su boca.
Estaba hecha un bombón pero cierto es que bombón y putón comparten muchas
letras.
Marcos en el coche le dio indicaciones para que no diera la nota. Que no bebiera
mucho, que hablase poco. Que respondiera con evasivas. Que se comportara como si
estuvieran casados y que mejor no le contase mucho a Susana de lo que pasase,
porque podría malentenderlo o sentir celos innecesarios. Marcos pensaba en
Julia, su antigua compañera de clase, pero también en Ariadna que estaba sentada
junto a él en el coche al alcance de la mano.
Marcos comenzó una charla absurda con indicaciones para hacer que se parecieran
una pareja. Ariadna hablaba poco y oía sus comentarios conteniéndose la risa. Al
final, Marcos se atrevió a ir a más y en un semáforo le dijo:
- Tenemos que comportarnos como si estuviéramos casados. - Y le puso la mano en
la pierna, cerca de la rodilla.
Ariadna se la quitó con poca sutileza y le dijo:
- Sólo cuando haya gente delante.
Marcos se indignó ante el rechazo de la pobre asistenta pero cesó en sus
acercamientos y no hablaron más hasta que llegaron a la fiesta.
Marcos había estudiado en un instituto de pago y casi todos los estudiantes
ocupaban buenos cargos en diferentes trabajos. Habían reservado un enorme salón
en un centro de exposiciones y un equipo de catering se había encargado de la
organización de la comida, la bebida, la decoración y la música.
Marcos fue saludando a los antiguos compañeros. Todos estaban más gordos y más
calvos. Y las chicas tampoco salían mucho mejor paradas. Muchas mantenían algo
de juventud pero su físico era más propio de alguien de cuarenta que de veinte.
Por ello Ariadna destacó pronto en la reunión siendo la mujer más atractiva de
todas. Marcos se dio cuenta de ello y la presentaba con cierto orgullo,
recordándole sin embargo que no hablase demasiado.
Unas horas después, cuando ya pensaba Marcos que Julia no vendría, apareció
esta. Venía acompañado de una nueva pareja: en los cinco años trascurridos se
había divorciado y vuelto a casar. Marcos conocía de vista a su marido, Ciro
Torres. Era un poderoso empresario de la competencia. Hacía unos años, una de
sus empresas había estado considerando comprar la compañía que Marcos dirigía.
Sólo con esto habían mejorado mucho su imagen y conseguido muchos clientes. Al
final la compra no se había materializado y con el tiempo Marcos había perdido
algunos de esos clientes.
Tras las presentaciones de rigor, Marcos indicó a Ciro de qué se conocían pero
este no le prestó mucha atención, fijándose más en Ariadna que en él. Julia se
veía preciosa con un vestido rojo largo. Las dos mujeres se miraron con recelo,
considerando cada una que la otra ponía en peligro el título de la mujer más
atractiva de toda la fiesta.
Marcos se puso muy nervioso tras ver a Ciro. Julia pasaba a ser imposible pero
podía al menos servirle para mejorar sus relaciones con el potentado empresario.
Sólo con que tuvieran algunas comidas de trabajo o le delegara clientes podía
salvar el futuro de su empresa. Los nervios impedían actuar a Marcos con
naturalidad y Ciro le trataba con el mayor desdén.
La fiesta fue finalizando y poco a poco se fue marchando la gente. Marcos había
hablado con Julia indicándole que le ayudara a profundizar lazos profesionales
con Ciro.
Julia no se lo dijo claramente pero le dio a entender que ella no era más que
una mujer florero. Había conseguido cambiar a su marido por otro infinitamente
más rico. Este sólo la quería como a un objeto decorativo y sexual y ella sólo
se interesaba por su dinero, una pareja feliz en resumidas cuentas.
Ariadna se dio cuenta tanto de las miradas lascivas de Ciro así como de la
necesidad de establecer lazos laborales para Marcos. Viendo que Ciro rechazaba
los intentos de conversar de Marcos con desdén, ella entabló conversación con él
aprovechando una visita de Marcos al baño. Ariadna había estado oyendo
atentamente todo lo que se decía en la fiesta y había encontrado una línea sobre
la que hablar.
- ¿Es cierto que Marcos pretende comprar una de tus compañías?. - le dijo
Ariadna.
- ¿Marcos? ¡Cómo va a comprar una de mis compañías, si apenas si tendrá para
pagar a sus empleados! - dijo muy molesto Ciro ante la impertinencia.
- Seguro que Marcos puede. Estoy convencida de que acabará teniendo un enorme
éxito en los negocios. Tiene nombre de emperador y acabará triunfando. - La
indicación al nombre no había sido ni mucho menos inocente, sino que venía
avalada por algo que había oído en otra conversación del empresario, provocando
la réplica iracunda de Ciro Torres.
- Marcos es un nombre del montón y de persona del montón. Ciro es un nombre de
triunfador. ¿Sabes lo que significa Ciro? Ciro significa el Gran Rey, es un
nombre griego que sí que es propio de un triunfador y creo que me encaje
perfectamente con mi personalidad y mi trayectoria profesional lo avala. Marcos
es un nombre de perdedor.
Ariadna se alegraba de haber provocado a Ciro. A algunas personas sólo se les
puede llegar a través del enfado. No tanto Marcos que en ese momento se
incorporaba a la conversación, junto con Julia. Marcos pensó que Ariadna había
metido la pata diciendo alguna impertinencia y se arrepintió de haberla traído
enormemente.
Ariadna sin embargo pudo responderle.
- Los orígenes de los nombres son a veces equivocados o poco definidos. Por
ejemplo el mío, Ariadna, significa bondadosa, muy santa. Y nada más lejos de la
realidad.
Ciro se alegró de encontrar una persona que conociera los orígenes de los
nombres, una de sus extrañas aficiones. En realidad estaba encantado con su
nombre y siempre que podía soltaba su etimología. No era la primera vez que lo
decía esa misma noche, algo que Ariadna sabía.
Ariadna continuó hablando:
- Julia es un nombre que significa "de raíces fuertes y duraderas". - y
mirándola le dijo. - ¿Será vuestro matrimonio tan duradero?
Con ese comentario escandalizó a Julia y a Marcos. También a Ciro que sin
embargo agradeció tener alguien de conversación interesante aunque demasiado
agresiva.
- Por supuesto que sí. - respondió Ciro. - Los orígenes de los nombres tienen
mucho que ver con la personalidad y hay numerosos estudios que avalan este
hecho.
- Claro, el origen de los nombres tiene mucho que ver con la personalidad. -
dijo Marcos tratando de agradar.
- Hay quienes creen que más cuentan las personas célebres que hayan tenido ese
nombre. Hay mucho investigado al respecto. - dijo Ariadna.
Y como viera que Ciro prestaba atención, continuó:
- Es cierto que Ciro es nombre de reyes y emperadores, así como Julia de reina.
- dijo Ariadna suavizando la tensión. - Por eso puede haber una relación entre
una cosa y la otra. Y por eso Marcos es nombre de dirigente fiable, como la
historia cuenta con el caso de numerosos emperadores romanos. O Ariadna, de
persona organizada capaz de resolver problemas.
Ciro quedó complacido con la explicación y la situación se suavizó mucho entre
los cuatro, que decidieron marcharse a un bar a tomar otra copa, olvidándose del
resto de compañeros de fiesta.
En el camino al bar y mientras se sentaban, Marcos trataba de simpatizar a Ciro,
con poco éxito. Ariadna decidió volver a tomar las riendas de la conversación,
convencida de que la extraña creencia de Ciro en los nombres podría usarse en
beneficio de Marcos.
- La empresa de Marcos selecciona cuidadosamente los empleados que contrata en
función de sus nombres, además de sus currículum. Eso ha llevado a que a pesar
de tener pocos empleados su rendimiento sea óptimo. -dijo Ariadna.
- Suena interesante. - dijo Ciro. - Desde luego, creo que gran parte de mi éxito
se debe a tener un nombre tan importante, lo he sentido como una responsabilidad
y he necesitado estar a la altura de las circunstancias.
- Nuestra asistenta misma, por ejemplo. - dijo Ariadna. - Se llama Susana, en
recuerdo a la Susana bíblica, excelente servidora amén de mujer muy atractiva.
- No conozco el origen de esa Susana. - dijo Ciro intrigado. - Cuéntame esa
historia.
Ciro se olvidaba de que eran cuatro personas y sólo se dirigía a Ariadna. Julia
soportaba el trato con la tranquilidad que aporta el tener una tarjeta de
crédito sin límite en el bolso. Marcos sin embargo lo sobrevellevaba mal y
estaba muy enfadado viendo cómo se le había subido tanto el cargo de esposa
temporal que hasta trataba a su mujer de asistenta.
- La historia de la casta Susana figura en la Biblia, en el libro de Daniel. -
dijo Ariadna. - Susana era una mujer bellísima y muy casta, que era acosada por
dos viejos jueces de Israel. Los jueces quisieron que ella se les entregase
sexualmente, pero ella se negó. Los jueces la amenazaron con denunciarla
falsamente lo que provocaría que fuera condenada a muerte pero Susana se mantuvo
en su castidad y tuvo que sufrir la denuncia falsa de los jueces, siendo
posteriormente salvada por Daniel.
- Sí, pero no entiendo qué sentido tiene esto como para que sea vuestra empleada
de hogar. - dijo Ciro intrigado.
- Es muy sencillo. - respondió Ariadna. - Por un lado mi marido Marcos quería
una asistenta atractiva y sensual, para alegrarse cuando se la encontrara
limpiando por la casa. Por otro yo no podía olvidar que es mi marido y se debe a
mí exclusivamente. Para mí era fundamental que no tuviera que vivir con ese
miedo. Entonces pensé en encontrar una Susana que nos complaciera a los dos:
casta y atractiva.
Marcos estuvo a punto de soltar una carcajada por lo absurdo de la historia,
Ciro estaba bastante interesado y siguió oyendo lo que Ariadna contaba.
- He tenido numerosas ocasiones de comprobar lo acertado de nuestra elección.
Nuestra asistenta viste habitualmente con ropas muy provocativas que yo mismo le
elijo, obligada por mí, lo que despierta los instintos de todos los hombres que
la ven. Sin embargo los rechaza a todos, manteniendo su virtud por encima de
todo. Además, como trabaja de asistenta se ve obligada a obedecer lo que le
decimos, incluso a mi me gusta verla provocar tanta excitación a los hombres sin
que estos puedan hacer nada, con la tranquilidad de una Susana en casa una puede
dejar solo al marido con la asistenta sin miedo a que nada pase.
Ciro quedó sorprendido con la historia de la asistenta Susana además de la
habilidad e ingenio de Ariadna, quedando interesado en conocer a la sensual
criada. Ariadna lo sabía y aprovechó para convocarlo a una cena de negocios de
los cuatro, en su casa, donde serían atendidos en persona por la virtuosa
Susana.
Cuando volvían en el coche Marcos se alegraba mínimamente por haber conseguido
una cita privada con Ciro, dando la noche por buena, pero no sabía como contar a
Susana lo que allí había pasado. Y lo que era peor, tendría que convencerla de
que se marchara de casa para organizar una cena en que Ariadna le nuevo la
suplantaría.
Además, tendrían que buscar una asistenta inexistente, capaz de cumplir tan
extraños atributos. Al final Marcos montó en cólera y arengó a Ariadna por
haberle metido en tantos problemas. Ariadna le dijo que se tranquilizara y que
ella lo arreglaría todo.
Marcos no quiso creerla pero ella insistió en que sólo tendría que preocuparse
de elegir cómo vestirse para la cena.
- Las Ariadnas siempre hemos sido muy buenas organizando cosas, desde los
orígenes de la historia.
Marcos quiso creerla, al fin y al cabo su situación empresarial era tan delicada
que un acercamiento a Ciro Torres era su única opción de evitar el desastre,
aunque las condiciones apuntaban hacia lo peor. Convinieron en que Ariadna se lo
contaría todo a Susana para no enfadarla y trataría de convencerla para que se
marchara esa noche fuera y para localizar una posible asistenta.
Lo que Marcos no sabía es que Ariadna tenía muy claro que ella era la señora de
la casa y que Susana tendría una vez más que ser la asistenta.
Continuará...