Luisa era una joven madre que se sabía afortunada. Su marido la quería con locura y cuidaba de ella como desde el primer día. Su hija Cayetana había casi superado la pubertad y ya era toda una mujercita con dieciocho años. Era una buena estudiante que acababa de empezar la Universidad. Quería estudiar medicina.
Luisa era feliz pero también sentía que la felicidad tiene un límite. Que superados los problemas y las preocupaciones que causa todo aquello que no podemos controlar nos abordan los miedos a perder lo que ya tenemos. Primero temía que su hija tuviera malas compañías, luego que perdiera las buenas amigas que había conseguido. La incertidumbre ante cómo superaría los estudios se convirtió en el miedo a que sólo sacase notas regulares. De temer que estudiase alguna carrera tan moderna como inútil pasó a la inquietud ante el futuro de una profesión tan consolidada como la de médica.
Luisa había tenido muy joven a su hija y muchas habían sido las dificultades a las que la vida le había enfrentado. Se sentía orgullosa del resultado final: consiguió casarse con un buen hombre, la tranquilidad laboral. Y una hija preciosa.
Su mayor preocupación sin embargo era el novio de su hija. Salida a la madre, había tenido novios desde muy joven, pero le costaba mantenerlos. Tal vez porque sentía atracción pero nada más. Nunca había notado a su hija realmente enamorada, con esa dolorosa alegría, tan fuerte cuando se es joven.
Y ahora que Cayetana tenía un novio por el que por fin había despertado el amor, Luisa temía que este se esfumara y convirtiera a su hija en una de esas mujeres frías y tristes incapaces de querer. Luisa, que se encargaba del cuidado de la casa y sólo trabajaba por las mañanas, estaba muy interesada en que nada le pasara a su hija, hasta un día le puso una vela a la imagen de San Juan rezándole porque durase el amor de su hija.
Fernando, el novio de su hija Cayetana, era un chico con mucha vida. Tenía veinte años pero aparentaba más por todo lo que había viajado y conocido. Trabajaba de electricista pero lejos del estereotipo era un chico al que le gustaba leer y aprender, hasta el punto de que había conocido a Cayetana en la biblioteca. Fernando era además muy deportista, pues iba varias veces a la semana al gimnasio.
Luisa hubiera preferido que Fernando fuera un chico de Universidad, de los que pasan las horas entre los libros, alejado de las tentaciones. Fernando era un chico guapo que pasaba mucho tiempo en la calle y que tenía facilidad para conocer a gente y caer bien a las mujeres. Pero era muy atento con Cayetana. Y sobre todo la hacía inmensamente feliz.
Tampoco es que a Luisa le hubiera tocado la lotería. Era una chica de mediana estatura, de cuerpo equilibrado, ni delgada ni gruesa, con un cuerpo que gustaba tanto a hombres como a mujeres. Tenía curvas y sabía lucirlas, como las antiguas modelos. Quizás tenía más pecho del que por justicia mereciera, pero esto no era sino un atractivo más para ella. El pecho lo había heredado indudablemente de Luisa que, con el paso de los años, se había convertido en una mujer de grandes senos, con problemas para contenerlos cuando tenía que vestir un bikini o un vestido excesivamente escotado.
Pero tanto una como otra eran mujeres muy femeninas. La lección de Luisa sobre su hija fue la de que se mostrase mujer, pero sin caer en la continua provocación de las modas. Ambas solían vestir faldas, pero nunca demasiado cortas. Tops nunca demasiado ajustados, tacones del mundo real. Maquillaje selecto y del que te hace más atractiva y no vulgar. Y cuando la ocasión lo exigiera, disponer todas las armas que una mujer puede desplegar, para mostrarse extraordinariamente bella y excitante.
Ya hacía un par de meses que Luisa y su marido Miguel conocían a Fernando, por lo que este entraba y salía de casa con total desenvoltura. Era habitual que pasaran las tardes allí y Luisa los dejaba a su aire. Poco a poco fue desapareciendo la timidez inicial. Miguel y Fernando coincidían poco porque Miguel, el padre de su novia, trabajaba casi siempre hasta tarde. Pero tenían un trato cordial, incluso algún día habían ido juntos a ver partidos de fútbol.
Aquel día estaban Cayetana y Fernando en el salón, jugueteando con sus cuerpos, peleaban ficticiamente para aprovechar y tocarse con más ganas. Luisa pasaba de vez en cuando según las tareas del hogar se lo exigían. Guardar la vajilla, ir a la cocina a preparar la cena, colgar la ropa de la colada. No ignoraba lo sensual de esos juegos, pero ya estaba acostumbrada, su hija tenía libertad para hacer en su habitación lo que quisiera. Y ya lo había hecho más de una vez estando ella en casa. Allí en el salón era todo más público, lo que añadía un poco de excitación, pero mantenía las cosas en su sitio.
Cayetana vestía una falda corta y una camiseta cómoda. Fernando tenía un vestuario más serio, había venido directamente desde el trabajo. Estaba Luisa secando los platos cuando oyó lo que indudablemente debía ser un tortazo. Sonó fuerte y claro, debió ser en el rostro y muy doloroso. Inmediatamente corrió al salón y los encontró jugando con naturalidad.
- ¿Qué ha sido eso? - preguntó asustada.
- Nada. - dijo Fernando sonriente.
¿- ¿La qué mamá? - dijo Cayetana sorprendida y divertida.
Luisa pensó que había oído mal. Nadie tenía aspecto de haber sido pegado. Debió ser un error, pensó Luisa que volvió a la cocina.
Allí, no pudo terminar de secar los platos cuando pudo oír varios golpes más. Se dirigió al salón, más tranquila que antes, pero también más dispuesta a aclarar lo que había oído. En el salón, su hija reposaba sobre las piernas de Fernando. Ambos estaban relajados y continuaban en su juego adolescente. Pero ahora Luisa entendió lo que significaban los golpes, habían sido nalgadas, palmadas en el trasero. E indudablemente, con la falda y con la postura en que los había descubierto, la que las había recibido era su hija.
Luisa se excusó avergonzada con una sonrisa y volvió dubitativa a la cocina. Era evidente que las palmadas habían sido inocentes, parte más del juego. Por la actitud de los dos, eran totalmente acordadas y aceptadas por ambos. También a Luisa alguna vez le había excitado recibir unos sensuales azotes, pero en un contexto más privado. Desde la cocina pudo oír que aquello no había terminado. Pero ahora se quedó oyendo sin hacer nada.
Las palmadas eran fuertes, con un ritmo pausado pero continuo. Luisa se extrañaba de no oír ninguna queja. Menudo castigo estaban recibiendo las pobres nalgas de su hija, pensaba. Cuando entendió que aquello era demasiado volvió al salón. Allí se los encontró en una postura parecida a aquella en que los había dejado. Cayetana no tenía cara de haber sufrido lo más mínimo y se mostraban felices y abiertos.
- ¿Qué quieres que te prepare para mañana al medio día,
cariño? - dijo Luisa a su hija.
- Algo de pescado estaría estupendo mamá. - dijo Cayetana con calma.
- ¿Querrías que te guardara algo, Fernando? - le preguntó Luisa a éste.
- No, no hace falta Luisa. - dijo Fernando con una amplia sonrisa.
Una vez más Luisa volvía a la cocina. Además de la conversación, con la imagen de que el tanga de su hija estaba a los pies del sofá. Estaba claro lo que había ocurrido allí, pero lo entendió como algo más en la relación entre su hija y Fernando.
Sin embargo no podía quitarse de la cabeza lo que aquel día había oído. Ya no veía a Fernando como a un buen chaval que quería a su hija, sino como a un hombre hecho y derecho. Porque no entendía que su hija, con lo joven que era y el poco tiempo que llevaban juntos, aceptara unos azotes tan fuertes con tanta tranquilidad.
El pasar del tiempo para Luisa se medía con lo oído entonces. Ahora veía a Fernando como más desenvuelto. Antes le pedía permiso para ir al frigorífico a por una bebida. Ahora mandaba con cortesía a Cayetana a por ella. La mayoría de las cosas en que Luisa ahora reparaba llevaban mucho tiempo ocurriendo sin que ella se diera cuenta. Quizás fueran manías de Luisa que veía con miedo el que su hija estuviera con un hombre. Le costaba entender que su hija ya era toda una mujer y que no podía esperar menos que eso.
A Luisa le intimidaba los ratos que pasaba a solas con Fernando. Normalmente cuando su hija se había quedado hasta algo más tarde en la Universidad. Sentía que Fernando le miraba como un hombre, que no sólo veía a una madre sino también a una mujer atractiva.
Poco a poco Luisa empezó a sentirse presa de extrañas sensaciones. Era miedo, eran nervios, pero también era excitación. El incidente del salón había sido un hecho aislado. Pero la realidad era que su hija estaba locamente enamorada de Fernando y que éste la tenía para lo que quisiera.
Por ejemplo, estaban cenando los tres y a Fernando se le caía un tenedor al suelo. Le decía a Cayetana que por favor le trajera uno limpio. Era algo que ésta hacía con total naturalidad y encantada de poderle ayudar. A Luisa sin embargo eso le desagradaba pues pensaba que su hija había perdido parte de la libertad que toda mujer debe tener.
También sentía algo de atracción por eso, porque aunque ella quería con locura a su esposo, nunca había sentido esa entrega, conque voluntariamente se complace a otro y se desea de continuo que nos pidan cosas.
Un día en que se repitió el incidente del tenedor, Luisa aprovechó para recriminar a Fernando por su actitud. Le dijo que podía ser él quien fuera, mientras Cayetana ya estaba en la cocina buscando uno de repuesto.
- Luisa, yo lo haría encantado. - se defendió Fernando. - Pero sé que a ella le gusta hacerlo así. No quiero que piense que soy machista, pero algunas mujeres y hombres disfrutan ayudando. Yo creo que por eso ella quiere ser médica.
Luisa quiso refutarle, pero para entonces ya había vuelto su hija con un tenedor y una enorme sonrisa.
Esa tarde Fernando tuvo la mala fortuna de tirar otro tenedor pero esta vez le dijo a su suegra si era tan amable de traerle uno limpio. Irritada, ésta contestó:
- También podrías ir tú, no te parece.
Pero Cayetana respondió de inmediato.
- Deja, que ya lo hago yo. Si no me importa.
Y se levantó para recogerlo y llevárselo.
Aquel día meditó mucho sobre lo ocurrido. La solicitud de Fernando le había parecido casi ofensiva, justo tras haberle ella recriminado.
Sin embargo los siguientes días transcurrieron con total normalidad. Hasta que un día Cayetana le preguntó a su madre sobre las operaciones de pecho. Estaba muy interesada en aumentárselo. A Luisa, que incluso había pensado en operarse para quitarse pecho, esto le pareció demasiado. Le dijo a su hija que se quitara la idea de la cabeza. Pero parecía muy decidida.
Estaba claro que era idea de Fernando. A la primera oportunidad que tuvo, habló con Fernando sobre ello.
- He oído lo de operarse mi Cayetana el pecho, y quiero que
sepas que ni hablar del asunto.
- Si se lo has comentado, Luisa, no hay más que hablar entonces.
- Pero sé que se lo has pedido tú. - dijo Luisa.
- No, ha sido idea de ella. Te lo prometo. Yo sólo le hice un comentario una
vez. - dijo Fernando.
- Te agradecería que la convencieras para que no lo hiciera. Esas operaciones
pueden ser muy traumáticas y pueden salir mal. - dijo Luisa.
- Puedo intentarlo pero si ella está decidida, no puedo hacer nada. Es una chica
libre. - dijo Fernando.
- Ya, pero los dos sabemos que puedes convencerla. - dijo Luisa.
- Si ella cree que es bueno no sé por qué interferir. - dijo Fernando.
- Además, lo que quiere ponerse son como dos melones. Ya tiene un pecho muy
bonito, más grande que la mayoría de chicas. - razonó Luisa.
- No son tan grandes según ella me comentó. - dijo Fernando.
- ¿Cómo que no? Sería una barbaridad de pecho, y luego no se puede quitar. Eso
queda para siempre. - dijo Luisa.
- A mí me comentó que quería ponerse el mismo pecho que tú tienes. - dijo
Fernando sin rodeos.
Luisa se quedó un poco cortada, pero dijo:
- Pero las mías son naturales.
La conversación quedó rota. Fernando propuso que trataría de convencerla pero todo sonaba muy falso. Cayetana insistía en traer información a su madre con clínicas y precios. El padre relegó toda la responsabilidad a Luisa, que veía ese como el primer gran error de su hija.
Otro día pudo conversar de nuevo con Fernando.
- He tratado de convencerla pero está muy decidida. - dijo
Fernando. - Lo siento.
- Gracias. - dijo Luisa sin convicción. - Pero me da mucha pena que haga algo
así con su cuerpo.
- No creo que sea algo tan terrible. - dijo Fernando.
- Sí que lo es, te lo puedo asegurar.
- Pero tú no te has operado para saberlo.
- Joder. - dijo Luisa. - Que esa operación tiene secuelas a largo plazo para el
cuerpo.
- No te enfades conmigo. - dijo Fernando. - Haces como si todo esto fuera culpa
mía. Siempre estás muy negativa hacia mí.
Luisa estaba enfadada con él pero evitó entrar en la polémica.
- Si estuvieras más amable, todo sería mejor. - dijo
Fernando. - Yo soy el primero que no quiere que se opere los pechos.
- ¿Entonces, de dónde le viene la idea? - dijo Luisa airada.
- Ya le he dicho que es toda suya. - dijo Fernando. - Mira Luisa, si me tratas
con más atención, te prometo que conseguiré que no se opere.
- ¿Qué es eso de más atención? - dijo Luisa iracunda.
- Pues no sé, te noto últimamente agresiva conmigo, como si yo tuviera la culpa
de todo. Eso puede cambiar.
Luisa se quedó pensando, le dijo que no era verdad. Pero esa misma noche tuvieron en la cena la oportunidad de enterrar el hacha de guerra. A Fernando se le cayó el cuchillo al suelo y sugirió a Luisa que le trajera uno limpio. Y así ocurrió.
La siguiente semana todo cambió entre los dos. Fernando se volvió más torpe con los cubiertos que nunca. Mandaba a Luisa a por refrescos o a tareas que mejor debía hacer él. Tareas que antes solía hacer Cayetana. Luisa poco a poco entraba en el juego. También porque veía que su hija no volvía a hablar de la operación. Era un precio barato que pagar.
Sólo fueron necesarios siete días para que las cosas mutaran por completo entre Luisa y Fernando. Otra vez hablaban antes de que Cayetana volviera de la Universidad.
- Parece que la he conseguido convencer del todo de que no se
opere. - dijo Fernando con alegría.
- Sí, y te lo agradezco mucho. - dijo Luisa contenta.
- Sólo necesitaría que me ayudaras con una cosa. - dijo Fernando. - Le he
contado la excusa de que el pecho grande es molesto en la vida diaria, que hay
que ir muy tapada o siempre preocupada de que se salgan de su sitio. La he
convencido, pero sólo a medias.
- ¡Es que es una excusa realmente mala! - dijo Luisa con una carcajada.
- Bueno, eso es lo de menos. Tú tienes mucho más pecho que ella, así que si te
ve con ropa escotada podrá juzgar el resultado. - dijo Fernando.
Luisa pensó sobre las palabras de Fernando, pero este continuó:
- Lo que quiero es que los próximos días vistas ropa escotada, tanto como
puedas, para que pueda ella juzgar por sí misma.
- ¡Pero seguramente sea peor! - dijo Luisa. - Verá que eso me hace más
atractiva.
- No, pero si vistes así en casa ella asociará el pecho grande con las labores
de casa y verá que a veces interfieren con las tareas cotidianas, que te son
molestos. - dijo Fernando. - Lo he leído en un libro de psicología.
Luisa no estaba nada convencida. Pero la semana anterior, obedeciendo los caprichos de Fernando, le había pasado factura. No sabía cómo, pero empezaba a caer bajo el embrujo en que su hija había quedado embaucada. Esa mañana escogió con primor un top que mostraba con bastante descaro sus pechos, pero que aún parecía casual.
Cuando Fernando y su hija la vieron, no le dijeron nada, sólo el primero le dio el aprobado levantando el dedo pulgar. El día fue muy largo para Luisa que notaba cómo Fernando le miraba los pechos todo el tiempo. Pero de nuevo Cayetana dejaba de hablar de operaciones.
Al día siguiente, tocaba un vestido escotado, veraniego. Y al siguiente una blusa con algún botón que no se había abrochado adecuadamente. Fernando sin embargo la recriminó.
- Tienes que vestir más coherente. No puede ser que tengas un pantalón de andar por casa y una blusa para salir por la noche. Por favor, que me estoy esforzando mucho para convencer a Cayetana.
Luisa en algún momento dejó de protestar. Un día Fernando le sugirió elegir él mismo el vestuario y ella aceptó dócilmente un conjunto que hacía tiempo había descartado por lo provocativo.
A partir de ese día, se convirtió en rutina. Él elegía las prendas. Ella se vestía. Hasta que en una de las cenas, su hija le confesó que descartaba totalmente la idea:
- No creo que lo de operarse de pecho sea tan bueno, luego es un rollo, hay que mirar mucho lo que una se pone.
Todos celebraron la decisión. Pero al día siguiente, Luisa volvió a vestirse con lo que Fernando le había sugerido. Cuando éste llegó, se lo comentó:
- Hoy me he puesto también la ropa, pero ya no va a hacer
falta más. Gracias por tu ayuda.
- Gracias a ti. - dijo Fernando. - Has hecho todo el trabajo. ¿Ves como funcionó
lo que te conté?
- Sí, tenías razón.
- Pero si por mí fuera, prefería que siguieras vistiendo así. - dijo Fernando.
- Ya, pero es que es algo incómodo. - dijo Luisa.
- Espero que no te moleste, pero a mí me gusta que vistas así. - dijo Fernando.
- Cayetana quería operarse en parte porque le dije que me gusta ver mujeres con
pechos grandes. Ahora que tú vistes así ella siente que ya no tengo esa
necesidad y por eso no quiere ya operarse de los pechos.
- ¿Eso te dijo ella? - dijo Luisa.
- Sí. Ella quiere agradarme y por eso lo hace. ¿Tú no quieres agradarme? - dijo
Fernando.
- Claro. - dijo Luisa.
Estaba atrapada en su red. Acabó haciéndole caso y continuó vistiendo sexy en su propia casa. Cuando Fernando sintió que el terreno estaba lo suficientemente fértil, habló con Luisa. Y no le importó que Cayetana estuviera en el salón con ellos.
- ¿Cayetana, podrías traerme una coca cola bien fría? - le
pidió amablemente Fernando.
- Claro mi amor. - dijo ella solícita.
- Luisa. - le dijo Fernando cuando todavía no había salido Cayetana del salón. -
¿Te acuerdas de aquel día que oíste unos golpes?
Luisa se puso muy nerviosa de golpe. Negó con la cabeza.
- Claro que lo oíste. - dijo Fernando. - Y sabes lo que eran, eran azotitos
cariñosos que le daba a Cayetana.
- No oí nada. - mintió Luisa.
- ¿Ves? Era porque lo hice con sumo cuidado, a ella le gustaron mucho. ¿Sabes?
Luisa no sabía que decir. Cayetana volvía con la bebida.
- Ahora nos vamos a poner otro rato. - dijo Fernando a Luisa. - Si quieres
puedes ir preparando la cena.
Luisa se levantó. Antes de entrar en la cocina oyó los primeros azotes. ¡Cuánto tiempo había pasado! ¡Cómo habían cambiado las cosas! En la quietud de la cocina, Luisa se recreó en el sonido. Plas. Plas. Plas. Plas. Ni una queja. Ni una palabra. Sólo las palmadas en las nalgas de Cayetana.
No pudo evitarlo, se acercó a mirar con cuidado de no ser descubierta. La visión le pareció tan morbosa que tuvo que llevarse las manos bajo la falda casi de inmediato. Fernando levantaba la mano bien alta y la dejaba caer sobre las expuestas nalgas de su hija, que recibía el dulce castigo con una sonrisa en los labios. No necesitó ver más, le bastaba con el sonido. Refugiada en la cocina, se tocaba su coño que se había empapado como consecuencia de la visión. Entonces los golpes cesaron. Fernando le dijo a Cayetana que fuera a ayudar a su madre en la cocina. Allí se encontraron las dos mujeres. Deprisa, Luisa asignó a su hija una tarea. Desde el salón, Fernando llamó a Luisa.
Cuando esta llegó al salón, sobraban las palabras. Con un gesto la hizo que se acercara. Se sentó junto a Fernando que de forma natural la tendió sobre sus rodillas. Luisa no opuso ninguna resistencia. Fernando le quitó las braguitas que estaban muy mojadas por su excitación. Le subió la falda hasta la cintura, dejando sus nalgas al aire. Luisa estaba mareada por el morboso placer que sentía. Estaba abandonada a lo que Fernando quisiera hacerle, aún estando su hija a escasos metros de allí.
Fernando no le pegó ningún azote. La dejó con el trasero al aire un buen rato, sin llegar a bajar la mano. Al final, le volvió a acomodar la falda. Pero sin devolverle las braguitas.
- Ve si quieres a preparar la cena. - le dijo Fernando.
En parte aliviada pero también molesta, Luisa marchó nerviosa a la cocina. Al entrar allí lo primero que quiso comprobar era si su hija tampoco llevaba bragas. Parecía que no. Ambas mujeres cortaban verdura en la cocina. Luisa tuvo miedo de que Cayetana se hubiera enterado de algo o fuera consciente de lo que estaba ocurriendo. Se sentía desnuda, aún a pesar de la falda.
En el dintel de la puerta, apareció Fernando.
- Me siento culpable de teneros a las dos trabajando. - dijo
cortés.
- No te preocupes. - dijo Luisa. Cayetana le sonrió mientras cortaba la lechuga.
Luisa estaba tan nerviosa... Veía a Fernando en el dintel de la puerta como al dueño de un harén, Cayetana y ella eran sus dos hembras siempre solícitas. Luisa se sentía como borracha, no era consciente del orden en que habían sucedido las cosas. De lo que sí era consciente era de su excitación; La habían dejado a medias dos veces. Se sentía sucia sin ropa interior, tan cerca de su hija.
Durante la noche meditó lo ocurrido. Era inconcebible que las cosas hubieran llegado tan lejos y que ella no se hubiera opuesto de raíz. Se engañó pensando que su hija era más feliz que nunca y que por fin se había resignado a no operarse. No quiso reconocerse que estaba excitada desde el momento en que Fernando entraba en su casa hasta que se marchaba. Y que la escena que había protagonizado en el salón de su casa era tan morbosa que tuvo que tocarse toda la noche mientras su marido roncaba a su lado, recordándola una y otra vez.
A pesar de todo estaba hecha un mar de dudas. Se había decidido a hablar con Fernando la próxima tarde que viniera. Pero pasaron dos días sin que él les visitara y al tercer día le preguntó a su hija Cayetana.
-¿Por qué no viene últimamente Fernando?
- Es que está muy liado con el trabajo. Esta tarde me acercaré a verle. -
respondió Cayetana.
- Es que me parece tan raro, antes venía a diario.
- Ya te digo mamá. Supongo que en cuanto pueda seguirá viniendo.
Al cuarto día tampoco apareció por casa y Luisa tuvo vergüenza de preguntarle a su hija de nuevo. Sabía que hasta que no hablara con él las cosas no quedarían claras. Pero también le echaba mucho de menos. Se aburría sola en casa. Así que estuvo buscando en las facturas del teléfono hasta que localizó el que seguramente sería el número de Fernando.
No se atrevió a llamarle. Pensaba que si estaba con su hija en ese instante la situación sería un poco extraña. Se contuvo las ganas de llamarle y esperó al siguiente día por la mañana, cuando su hija iría a la Universidad.
Ese quinto día que pasaba sin que lo viera, Luisa llamó a Fernando. Nerviosa, le pidió que se vieran, pues quería hablar con él. Fernando se excuso por haber faltado los últimos días, pero le dijo que estaba muy atareado. Luisa insistió en que encontrasen un rato pues quería quitarse de la cabeza sus preocupaciones. Al final Fernando le dio la dirección de su casa y le dijo que podía ir a verle en un par de horas.
Luisa quería ser muy tajante con Fernando. Se vistió muy sensual, con una blusa muy escotada y una falda que le quedaba muy bien. Pensó que eso le daría confianza y que los hombres son fáciles de distraer con los encantos sexuales. No quería tener que discutir con Fernando.
Llegó la dirección que éste le había dado. Fernando vivía solo en un pequeño apartamento. Le saludó cortésmente y le invitó a pasar. Luisa se derrumbó en cuanto lo vio. Notaba que su presencia tenía algo que la hacía sentirse frágil. Fernando la invitó a sentarse en el sofá junto a él. Ella le acompañó sin decir nada. Como hacía cinco días, Fernando sólo necesito de un gesto para tumbarla sobre sus piernas. De nuevo le bajó la ropa interior a Luisa. Ella no decía ni media palabra, se encontraba totalmente excitada al sentir como un hombre hacía con ella lo que gustaba.
El primer azote la pilló por sorpresa y le arrancó un gritito de dolor. Fernando hizo un ruido de desaprobación y continuó. Luisa se sentía orgullosa porque por fin estaba recibiendo lo mismo que su hija. Fernando lo hacía realmente bien. No eran golpes fuertes pero sí que tenían firmeza. Notaba la tensión en sus nalgas, y el golpe de la mano que esperaba el tiempo suficiente para hacerlo.
Pasaron diez minutos, no habían mediado palabra desde que comenzó la azotaina. Luisa sentía toda la piel de su culito caliente, con un dolor moderado, agradable. Y estaba empapada. Fernando lo había notado.
- Luisa, eres la madre de Cayetana. No sé si sabes a lo que
te expones con todo esto. - dijo Fernando.
Luisa tuvo un instante de lucidez. Pensó que podía estar destruyendo la
felicidad de su hija, arruinando su relación. Todo por su incapacidad para
controlar sus instintos.
Pero también estaba enormemente deseosa de que Fernando la poseyera. Nunca había sentido nada similar por un hombre.
Quizás Fernando entendió que el silencio de Luisa era su aceptación de que no habría una vuelta atrás.
- Estas braguitas.- dijo Fernando tomando las que Luisa tan
fácilmente se había dejado quitar. - Me las guardo como recuerdo. Del primer día
en que azote a mi linda y puta suegra.
- Nada de puta. - dijo Luisa indignada, que aprovechó para soltar la rabia que
tenía dentro. - No sé por qué he hecho esto pero no creas que lo voy haciendo
con cualquiera.
- No digo que seas una puta, en todo caso que lo serás conmigo, si quieres
disfrutar tanto como Cayetana. - explicó Fernando quien, ante el silencio de
Luisa, guardó las braguitas en un cajón.
Luisa estaba estática y Fernando se acercó a ella con autoridad pero ternura. Le dijo que tenía unos pechos preciosos, los más bonitos que jamás había visto. Ante ella, se desnudó por completo. Luisa también quiso hacerlo pero estaba como paralizada. Le sorprendió la firmeza del pene de Fernando, era grande pero sobre todo le pareció algo bello, digno de ser observado. Se excitó aún más. Fernando se acercó tanto a ella que Luisa casi podía sentir su miembro tocarle.
- Me encanta esta blusa, te hace unos pechos tan perfectos. -
dijo Fernando quien, cuidadosamente se puso a tocarle la blusa.
- Y cuando no te abrochas este botón eres la mujer más explosiva de la Tierra. -
Y al tiempo le arrancó el botón. Luisa sintió una ligera incomodidad, nada
comparado con el placer y el morbo que la tenían presa. Fernando introdujo
cuidadosamente el botón en la boca de ella, hasta que se lo tragó. Luisa se
lanzó a chupar los dedos de Fernando, como una desesperada por tener sexo.
Fernando volvió a sacar los dedos de su jugosa boca y volvió
a tocar su blusa.
- ¿Cómo puede una mujer de tu edad tener un estómago tan sensual? - dijo de
nuevo y le arrancó los dos botones de debajo de la blusa, dejándola con tan solo
uno.
De nuevo le introdujo los botones en la boca. Luisa volvió a saborear los dedos de Fernando, se sentía deseosa de tener su polla en los labios y deleitarse con lo que debía ser un manjar.
- ¿Cuánto tiempo he podido pasar soñando con estos pechos perfectos? - dijo Fernando. Sin quitarle lo poco que le quedaba a la blusa, Fernando introdujo sus manos por la espalda. Luisa sintió el calor del cuerpo de este tocándole la espalda. Se sintió feliz y cachonda viendo que él lo hacía todo. Con ayuda de Luisa le quitó el sujetador, dejando a la blusa toda la responsabilidad de cubrir sus enormes pechos.
- Como tu comprenderás. Este sujetador me lo guardo como recuerdo. - dijo Fernando que se marchó con él para instantes después volver a la habitación.
Luisa sentía el morbo en cada poro de su piel. "Estoy vestida", pensaba, "pero también estoy desnuda". Luisa estaba deseosa de que Fernando la poseyera, pero también disfrutaba con el juego erótico que le estaba brindando. "Será lo que él quiera". Pensó.
- Tienes unas piernas preciosas. Es una pena que no las luzcas más. - dijo Fernando que se giró sobre ella, observándola con cuidado.
De nuevo salió un rato de la habitación, volviendo con unas enormes tijeras. Luisa sintió miedo pero vio en los ojos de Fernando que no había nada que temer. Con sumo cuidado Fernando fue recortando la falda de Luisa. Primero la dejó como una mini. Ahí la dejó un rato. Luisa sentía que su coño estaba empapado, no podía esperar más pero quería que aquello durase un tiempo infinito.
Luego Fernando continuó la poda, hasta dejarle una falda que apenas le tapaba el pubis. Su trasero volvía a quedar al aire con un nuevo corte de Fernando. Luego completó la obra, dejándola apenas con la cintura de la falda, con todos sus encantos a la vista.
Fernando se arrodillo, Luisa seguía de pie y no cambiaría de
postura hasta que él lo decidiera de otra forma. Su lengua se introdujo en el
coño de Luisa que sintió una descarga de placer que casi la desmaya. La lengua
de Fernando se movía con un ritmo, una sabiduría, que le hacía difícil
mantenerse en pie. Estaba loca del gozo y jadeaba como una posesa. Fernando se
la follaba con la lengua, o bien paraba y saboreaba con cuidado sus labios.
Cuando comenzó a batir el clítoris de Luisa frenéticamente, arriba y abajo, ésta
tuvo un orgasmo. Fue un orgasmo para ella desconocido. Gritaba:
- Ay, ay, ay, ay.
Su cuerpo, incapaz de administrar tanto placer había decidido dividirlo en un orgasmo no muy intenso pero de una longitud que ella pensaba imposible. Debió ser más de un minuto en que los grititos la aliviaron de derrumbarse sobre el suelo. Mientras, Fernando seguía haciendo de las suyas con la lengua, ahora ayudándose con sus dedos.
Fernando trabajaba como un obrero del placer. Se dio la vuelta y la lengua se dedicó ahora a su agujero más estrecho. Luisa sabía que si había recibido esas nalgadas Fernando no sería un hombre que se conformara con lo normal. Sus dedos seguían jugando con su coño que estaba inundado en líquidos. Luisa disfrutaba con lo que estaban haciéndole, pero quería más. Ahora que sentía su culito bien húmedo no le importaba por donde la penetraran, pero tenía necesidad de ser perforada por la polla de Fernando. Estuvo tentada de pedirlo, pero hasta ahora le había ido muy bien dejándose hacer por completo.
Fernando interrumpió el trabajo. De frente ante Luisa, no pudo dejar de mirarle su poderoso aparato. Le pareció que desde la primera vez había crecido por lo menos una pulgada. Ahora pensó que era enorme, pero quizás solo fuera por sus ganas de que se la introdujera y la volviera loca de deseo una vez más.
Fernando puso la boca en el pecho de Luisa. Con un tirón arrancó el último botón de la blusa, que liberó los excitados pechos de Luisa. Sus pezones eran grandes y oscuros y Fernando comenzó a chuparlos con delicadeza para poco después hacerlo con glotonería, mordiéndolos incluso.
Luisa se sintió un poco decepcionada por la brusquedad con que le trataba, tras la exquisitez que había recibido en su coño y en el culito. Aunque le gustó ver cómo por fin desataba su instinto animal, loco de lujuria ante la inmensidad de sus melones.
Tras varios minutos de besos, mordisqueos, lametones y apretones, Fernando le arrancó lo poco que le quedaba de la blusa. A Luisa le gustó el gesto de león enrabietado. "Soy su puta" pensó para sí. Fernando la tomó de la cintura de la falda, lo único que le quedaba puesto, y la llevó al cuarto. La tiró sobre la cama.
En pocos segundos Luisa se dio cuenta de que Fernando era uno
de esos hombres que no usan preservativo. Estaba deseando sentirla en su coño,
que le llenara por completo, pero también tenía miedo de que se corriera dentro
de ella. "La píldora no es fiable en mujeres con mala memoria como yo". Pensó
Luisa. Fue su único momento racional en toda la tarde. Como medida de protección
y sabiendo que era inevitable, le propuso a Fernando:
- Por favor, métemela por el culo. - Y como no sonara convincente, para animarlo
le dijo. - Rómpeme el culo, hazme tu puta.
Luisa se gustó diciendo obscenidades. Sabía que Fernando la
penetraría inevitablemente por ahí y al menos podía evitarse el riesgo de
exponer a su ansioso coño. Fernando la volteó y le pidió confirmación:
- Estás segura de que quieres que te folle el culo.
- Sí, por favor, quiero que me la metas por ahí, por el culo. - dijo Luisa.
Fernando comenzó a dar puntadas con el pene, buscando el
penetrarla. Pero en contra de sus súplicas, sintió que se la metía por su
empapado coño que la hizo recordar lo que era el placer con mayúsculas.
Fernando comenzó a bombear con firmeza y Luisa se volvió loca por las
sensaciones tan intensas que estaba experimentando. Jadeaba como una colegiala
ninfómana. "Me llena, me llena por completo con su polla" se decía Luisa que era
un pelele en manos de Fernando.
Fueron unos minutos locos. Sabía que en cualquier momento
Fernando explotaría pero también ella estaba desde el principio lanzando
chorritos frenéticos. "Mi coño no sabía hasta hoy lo que era follar." Pensó
Luisa. El miedo a que él se corriera en su interior le había protegido de tener
su primer orgasmo. Pero al final no pudo aguantar más y explotó poseída por su
lujuria.
-Ahhhhhhhhh.Ahhhhhhhhhhhhhh.Diosssssssssssss.Ahhhhhhhhhhh
No fue tan largo como el primero pero muchísimo más intenso.
Luisa sintió que se rompía por dentro, como un vaso que estalla en mil pedazos.
Fernando sin embargo había aguantado con un estoicismo envidiable sin correrse.
Fue entonces cuando se cobró la pieza que Luisa le había prometido. Su polla
entró con el cuidado suficiente para no hacerle apenas daño. De todas formas su
cuerpo llevaba horas de preparación para ese momento. Las nalgadas iniciales, el
sexo oral de Fernando. Su pene estaba empapado en fluidos de su coño. Luisa
además estaba tan entregada que la penetración le causó más alivio que dolor.
La estrechez de su culito causaba un placer a Fernando que no
era capaz de ocultar. También él jadeaba y gruñía. Tenía que parar para no
terminar. Luisa disfrutaba viéndolo al límite, y le azuzaba:
- Dame más polla, macho.
Y entonces Fernando, que había tenido que detenerse por necesidad, la azotaba
con fuerza, no como la primera vez. Para luego seguir bombeando dentro de Luisa.
Tras darle unos minutos de pausa, Fernando comenzó con sus dedos a juguetear con el coño de Luisa, mientras seguía dándole con dureza en su agujerito. Luisa pensaba que su cuerpo no podía despertar de nuevo, pero poco a poco lo consiguió. Fernando siguió con el esfuerzo de soportar su lujuria y aumentar la de Luisa. Al final, no pudo soportar la tensión y acabó desmesuradamente, inundando el culito de Luisa con chorros calientes y espesos, que parecían no tener fin. Ayudado por los dedos que jugueteaban con su clítoris y su coño, Luisa tuvo un nuevo orgasmo, un récord personal para ella.
Agotados, acabaron ambos tirados sobre la cama. Fernando no
parecía dar para más y Luisa se alegró. Comenzaba a notar escozor por el
esfuerzo físico. Sentía sus nalgas enrojecidas. Tras los primeros minutos de
silencio, empezó a pensar en marcharse.
- Tienes algo de ropa para dejarme, quiero irme. - dijo Luisa con impaciencia.
- No tengo ropa que dejarte. - dijo Fernando. - Esto no es El Corte Inglés.
- Pero necesito algo para poder salir. La blusa y la falda... ya no existen. -
dijo Luisa con algo más de cortesía.
- Cayetana llegará en cosa de una hora. Puedes mandarla a por algo de ropa. -
dijo Fernando con tranquilidad.
Luisa sintió terror. Se daba cuenta del error que había cometido y no encontraba forma de disimularlo. Además, a Fernando parecía no importarle que las mujeres se encontraran.
- Hay que encontrar una solución. - le dijo Luisa. Y como
Fernando no dijera nada. - ¿¡Fernando!? Necesito ropa, ¿lo entiendes?
- Has venido aquí como una perra en celo, me pides por favor que te la meta por
el culo... ¡No esperes que esté para solucionar tus problemas!
- ¿Pero que estás diciendo? - dijo Luisa airada. - Se levantó para abrir los
armarios, buscando algo con lo que al menos pudiera salir a la calle.
Fernando se lanzó sobre ella y la lanzó contra la cama. Luisa tuvo mucho miedo.
La volteó. Lucharon un poco pero la fuerza del hombre se impuso. Fernando volvió
a darle unos azotes en el culo, con el ritmo pausado pero firme. Luisa se sintió
más tranquila. "Es como una especie de hipnosis", pensó Luisa.
No se sabe cuánto tiempo estuvieron así, pero sonó el telefonillo y Luisa tuvo el tiempo justo de recoger los zapatos, el bolso, los jirones de su ropa y ocultarse porque Fernando no dudó en abrir a Cayetana. Cuando esta subió se lo encontró desnudo. Luisa, estaba oculta debajo de la cama.
Sin apenas mediar palabra, Cayetana y Fernando comenzaron a besarse con desenfreno. Luisa, desde el dormitorio, oía asustada el chocar de las lenguas que se buscaban y encontraban con tesón. De ahí fueron casi directos a la cama. Luisa temía que cuando su hija se encontrase la cama deshecha haría preguntas, como cualquier persona en su sano juicio. No es normal encontrar a tu novio totalmente desnudo y con la cama sin orden ni concierto. Además, el olor inconfundible de haber tenido sexo pocos minutos antes.
Sobrepuesta al miedo de que Cayetana la descubriera bajo la cama, desnuda como un animal, y tras comprobar que aunque estuvieran los dos subidos en ella aún tendría suficiente espacio debajo, Luisa sintió pena de su hija. Seguro que no había dicho nada porque no era la primera vez que se encontraba la cama deshecha. Seguro que Fernando la engañaba con cierta frecuencia y a ella parecía no importarle.
Lo cierto era que Fernando siempre era muy atento con su hija. Y que ella era feliz con él. Azorada, Luisa oía sin poder ver lo que ocurría encima de la cama. Pensó taparse los oídos, se sentía culpable escuchando a su hija tener sexo con Fernando.
Los besos y las caricias fueron liquidando las prendas que Cayetana llevaba puestas. Una tras otras fueron cayendo desperdigadas por el suelo. Ahí Luisa pensó que quizás podría salir vestida de esa casa, aunque al precio de las prendas de su hija. De este pensamiento la sacó el sonido de los azotes que Fernando estaba propinando a Cayetana.
"Debe ser una especie de ritual o una perversión de Fernando" pensó Luisa, que no pudo evitar excitarse recordando como pocos minutos antes ella había sido la merecedora de ese sensual castigo. Cayetana recibía las palmadas en su trasero con estoico placer. En algún momento Fernando fue consciente de la situación completa, con su suegra desnuda y oculta avergonzada debajo de la cama. Y trató de sacar provecho, aumentando el placer que de habitual sentía acostándose con la hija. A Fernando le gustaba el silencio, el sexo sin palabras. Pero en esta ocasión quería que Luisa participara, y sin poder ver, no le quedaba otra sino que narrar lo que encima de la cama ocurría.
- Antes de que llegaras me has pillado durmiendo. - le dijo
Fernando a Cayetana. - He tenido un sueño muy cachondo.
-¿Y que es lo que has soñado que te ha excitado tanto? - preguntó curiosa
Cayetana.
- No sé si contártelo. - dijo Fernando. - A lo mejor hasta te molesta.
- ¿Por qué me iba a molestar? - dijo Cayetana. Y con más curiosidad aún que
antes. - ¿Venga, que es lo que has soñado?
- No, no te lo cuento, porque luego te enfadas por tonterías, hasta por lo que
sueño.
Mientras hablaban, habían interrumpido el castigo al pobre trasero de Cayetana. "Mucho se mueven", pensó Luisa que nada podía ver. "Deben estar acariciándose".
Pero muy pronto cambiaron de postura, Fernando, aprisionado
entre las piernas de Cayetana, saboreaba los abundantes chorritos de delicioso
líquido del excitado coño de Cayetana.
- Cuéntame el sueñooooooooooo. Sí, cuéntamelooooooooo. - la pobre Cayetana
apenas si podía controlar su curiosidad ante tanto placer que le ocasionaba el
soberbio trabajo de Fernando entre sus piernas.
Fernando se interrumpió un momento para decirle que no, que
se enfadaría y continuó chupando sus labios. Lo hacía con sumo cuidado, tanto
que hacía subir y bajar el goce de Cayetana, con subidas bruscas de intensidad.
Era un experto en el coño de su novia y Luisa, debajo de la cama, notaba que lo
que estaba disfrutando Cayetana no tenía comparación.
-Dimeloooooo, Por faaaaaaaaaaaaahhhhhhhhvoorrrrrrr! - Cayetana casi explotaba,
si no fuera por la intriga del sueño habría tenido su primer orgasmo en ese
momento.
- He soñado que se la metía por el culito a una mujer. - dijo Fernando.
-¿Ah, sí? - dijo Cayetana.
- Sí, y me he puesto muy caliente, como hacía tiempo que no lo conseguía. - dijo
Fernando.
- ¿Más que conmigo? - dijo envidiosa Cayetana. - ¿Más que cuando me la metes a
mí por detrás?
- Bueno, no sé. En el sueño, esa mujer me pedía que por favor me la follara por
ahí.
Luisa entendió que estaba hablando de lo que había ocurrido
entre ellos. Se limitó a escuchar como su hija se movía encima de la cama.
- Pues yo te puedo pedir también por favor. - dijo Cayetana. - Por favor, méteme
tu polla por el culo. Por favor.
Luisa vio a Fernando revolver en la mesita de noche. Tomó algún lubricante. Sintió vergüenza de que a ella se la hubiera metido por detrás sin siquiera un poco. "Me ha follado como a una zorrita". Pensó la pobre Luisa.
Pocos instantes después la escena sobre la cama había
cambiado. Cayetana estaba tumbada sobre la cama. Las almohadas le levantaban el
trasero. Y detrás, Fernando le iba introduciendo la polla lentamente.
- Lo que me ha dado más morbo en el sueño era que la mujer a la que daba por el
culito era tu madre. - Reveló Fernando justo en el momento en que su miembro se
introducía casi por completo en el culo de Cayetana.
Cayetana no dijo nada y Fernando comprendió, para su sorpresa, que a su novia le excitaba la idea.
- Lo tenía tan estrecho, en el sueño, Luisa, tu madre. Pero parecía gozar como una perra en celo. - decía Fernando, quien con placer observaba a Cayetana tocarse el clítoris y jadear descontroladamente. Estos jadeos ahogaban cualquier sonido que pudiera emitir Luisa. Porque Luisa, recordando lo disfrutado un rato antes, y ante la narración que Fernando estaba dando, se había comenzado a masturbar debajo de la cama.
Todo fue mucho más rápido de lo habitual. Fernando no pudo
contenerse ante la excitación de pensar que se había follado a madre e hija en
el mismo lugar en tan corto espacio de tiempo. De que la madre estaba debajo,
desnuda, oyéndolo todo. Y de que a la hija parecía excitarle la idea de que él
se acostara con Luisa. Y Cayetana no había sido capaz de decir nada, pero en
cuanto supo del sueño con su madre sintió unos niveles de placer casi
intolerables. Los calientes chorros de semen que sentía en su interior la
hicieron aumentar el ritmo de sus caricias de autosatisfacción. Pero cuando
Fernando dijo:
- Toma Luisa, so putaaaaaaaaaaaaa. Mamitaaaaaaaaaaaaa!
Tanto madre como hija tuvieron un orgasmo, la primera contenido por las circunstancias, pero la hija berreando de placer.
-Sííííííííííííííííííííííííííííííííííííííí. - gritaba Cayetana, poseída por el morbo del sueño de Fernando.
Ambos amantes se quedaron tirados sobre la cama, exhaustos. En pocos minutos estaban roncando. Luisa decidió arriesgarse a salir de su refugio. Con mucho cuidado, poco a poco, lo fue haciendo. Salió de debajo de la cama con el bolso, y atrapó el pantalón que Cayetana había dejado caer en el suelo. Se lo puso en el salón. Con cuidado volvió a entrar en el dormitorio. Los zapatos estaban debajo de la cama y sería una temeridad volver a por ellos.
Para su suerte, Fernando se había levantado. Le dio la blusa de Cayetana y los zapatos que habían quedado debajo del suelo. Era inútil intentar ponerse la ropa interior de su hija, y Fernando se limitó a mover la cabeza cuando ella entre susurros le solicitó que le devolvería sus braguitas o el sujetador.
Con dificultad pudo calzarse Luisa el pantalón, que era ajustado hasta para su hija. "No me podré sentar o me estallará". - pensó acertadamente Luisa. Con la blusa era casi peor. El pecho parecía que podía hacer saltar algún botón.
Quiso pedirle a Fernando que la llevara a casa, pero entonces quizás su hija se despertara al oír la puerta y no ver a Fernando. Se marchó con cuidado. "Qué vergüenza pasaré por la calle así vestida". Pensaba Luisa. Con el pantalón tan ceñido no podré ni subirme a un taxi. Aún así, agradeció su fortuna de poder salir vestida de mujer. Volvería lo antes posible con ropa para su hija. Fernando la observó, enfundada en las prendas de su hija. Antes de que Luisa saliera, de un tirón, le arrancó el botón superior de la blusa. El pecho prieto de Luisa aguantó en la prenda, pero el escotazo sería un motivo más de preocupación, hasta que llegara a casa.