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Amo impaciente, doncella sumisa (3)

en Dominación

III

El se despierta bruscamente, ¿qué ha interrumpido sus sueños?. Estaba soñando en algo como contratos, cláusulas y condiciones, recuerda vagamente las cláusulas contractuales del documento de su sueño: Ambas partes aceptan que......Ambas partes se someten al arbitrio de....La penalización por incumplimiento será......El documento, en papel ocre, verjurado, complicados sellos y firmas, destaca todavía en el duermevela de su despertar sobre el cuero verde de la carpeta del despacho ingles. Pero....¿por qué se ha despertado?, ¿qué ha interrumpido su sueño?. Debería seguir dormido, anoche estuvo hasta muy tarde pensando a solas en el silencio del despacho, a oscuras, acompañado solo con una botella de güisqui. Reflexionaba sobre su eterno problema: ¿por qué la doncella sumisa no podía cumplir perfectamente sus ordenes?, ¿qué hacia mal?, ¿quién se equivocaba?. ¿ella o el?. Ella es esforzada, aplicada, parece obedecerle sin esfuerzo, pero..... ¿Es que el no sabe impartir su divino ministerio de dominación?. O lo que falla es la sintaxis, la perfecta comunicación sin palabras con que ella debe comprenderle.

Le gustaría ser mas tolerante, poder reservar el castigo corporal solo para casos extremos. Aunque... si Dios ha dispuesto el castigo y la Madre Naturaleza ha diseñado el lugar apropiado para ejecutarle, ¿puede el oponerse a tan sabias disposiciones?.

Pero... ¿por qué se ha despertado?. Si, soñaba con un contrato, pero.... Ya recuerda, el

Pomo de la puerta se ha movido, eso le ha sobresaltado. En la oscura habitación se abre una mancha de luz al abrirse la puerta, de un golpe, sin indecisión, totalmente abierta.

Mira mudo de sorpresa. Ella entra, con pasos rítmicos, ligeros, cuando se le ha dicho que no debe danzar al bailar, que sus pasos deben ser uniformes y firmes y debe mantener el busto erguido. Ella entra decidida, sin vacilaciones, las manos ocupadas por la bandeja, pero ligera como un pájaro. Deja la bandeja en la cómoda, y va hacia las puertas de la terraza. De un tirón, casi con violencia descorre las cortinas opacas. Un raudal de luz inunda la habitación. Abre de golpe los dos batientes de cristal, y sin soltarlos queda mirando a la mañana. El, sin salir de su estupor la mira como crucificada contra la luz. Recupera el control: "¿Qué haces?", su voz ha surgido vacilante aun por la sorpresa.

Ella se vuelve, asustada, sin darle tiempo a soltar los batientes. Su extraña postura, en escorzo, con el pomo de un batiente en la mano y el otro oscilando, es casi cómica."Señor..", titubea. "¿Como no llamas antes de abrir?", "¡Lo.. lo siento, señor!",

"No creí que estuviera todavía en la cama?. "Como?, ¿CÓMO?, ruge ya recuperado,

"Acaso tengo que darte cuenta de a que hora me tengo que levantar". "Ya conoces tu obligación", "Si... señor".

Ella atraviesa la habitación, bajo la mirada severa e implacable de él, mientras se incorpora, calza las zapatillas y se pone en pie.

Ella se baja las bragas hasta las rodillas, apenas destacan sobre la blancura de sus corvas, levanta el vestido que se pliega en rígidos dobleces hasta los riñones, y se inclina sobre el respaldo de la silla consagrada para el Ministerio de la Obediencia, las manos en el asiento, los muslos juntos y apretados, con la que ahora es su zona mas elevada contrayéndose en espasmos involuntarios y casi imperceptibles. "Es un hermoso día, señor", dice esperando congraciarse y reducir la intensidad de los golpes.